ANEXO 21 LIBRO
HERMANO FRANCISCO. FIEL RETRATO DEL P. MARCELINO GUY CHASTEL (Págs. 41 a 48)
II. UN SUPERIOR GENERAL DE 31 AÑOS Desde 1836, el Padre Champagnat había ido notando la declinación de su salud. Tenía por ese entonces 47 años, aunque a esa edad su cuerpo se había agotado ya a causa del excesivo trabajo, de las tribulaciones sufridas y de sus reiterados viajes. Estaba desilusionado, además, por el fracaso de sus gestiones en París, donde había solicitado en vano que quedaran librados sus religiosos del servicio militar, mediante la aprobación oficial de su Instituto. En torno a él se inquietaban también sus compañeros de la Sociedad de María, principalmente por la sucesión en la conducción de los Hermanos. En los orígenes, Padres y Hermanos habían constituido un solo cuerpo con un gobierno central único. Aunque Marcelino fuera el Fundador y Superior de los Hermanos, pensaba que ambas ramas pertenecían al mismo árbol, del que consideraba Superior al Padre Colin. Éste último acudió, empero, al Arzobispo de Lyon para que lo invistiera de los poderes necesarios para proceder a una elección que consideraba indispensable, en vista de la situación. Esta elección tenía el carácter de un acontecimiento trascendental para la Congregación de los Hermanos; significaba algo así como un segundo nacimiento. La elección se realizó al fin el 12 de octubre de 1839. Debió hallarse precedida de largas horas de oración, de silencio y de meditación y estuvo acompañada por un ceremonial de cuidadosas precauciones. Antes de la ceremonia central, el Padre Colin terminó la preparación con esta oración de los apóstoles de Pentecostés: “Señor, Tú que conoces los corazones de cada ser humano, haznos descubrir a quien has elegido”. Sobre 92 Hermanos profesos, reunidos solemnemente para dar sucesión al Padre Champagnat, el Hermano Francisco fue elegido por 87 votos. Para los cargos de colaboradores en el gobierno, el Hno. Luis María, que debía sucederle un día, obtuvo 70 votos, y el Hermano Juan Bautista que fue un trabajador incansable -empleó más de 20 años en recoger documentos con los cuales escribió una vida del Padre Champagnat50 votos. El Hno. Juan María, muerto como un santo, alcanzó 45 votos. Los Hermanos Luis María y Juan Bautista fueron considerados como los Asistentes o colaboradores del nuevo Superior General. Este contaba en ese momento 31 años y seis meses. “Bendito sea Dios”, suspiró el Padre Champagnat al conocer el resultado. ¡Esos eran los religiosos que necesitaba el Instituto!
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En cuanto al Hno. Francisco dejó consignados en su cuaderno, el 12 de octubre de 1839, los sentimientos que en ese momento embargaban su alma. Escribe: “¿Qué voy a realizar yo, que reconozco claramente no poseer ni las fuerzas corporales ni la salud indispensable y menos aún las cualidades espirituales y la virtud necesaria? La voluntad de Dios se ha manifestado. Me resigno con la dulce confianza de que Aquel que con una mano sobre mis hombros esa responsabilidad sabrá, con la otra, ayudarme a sostener su peso.” Habiendo sido, desde los orígenes mismos del Instituto, el hijo de los ensayos iniciales y el confidente asociado a los grandes proyectos del maestro, lugarteniente inmediato, unido a sus responsabilidades de Superior, el hijo espiritual, participante de los favores del Padre, se convirtió a su vez en jefe de la gran familia que había contribuido a engendrar. ¿Cómo reaccionará él? El momento es decisivo.
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Hemos observado que Padres y Hermanos constituían una sola familia. En Roma se había decidido para el porvenir inmediato, una vida más segura y más acertada. La Santa Sede dispuso que era necesario, sin dilación, separar las dos fundaciones que no tenían ni las mismas actividades ni iguales fines. Que siguieran caminos paralelos y guardaran los lazos afectivos de la primera hora; que los Padres asumieran la misión que se les había asignado y que, a su vez, los Hermanos, se rigieran por un gobierno personal y eligieran entre ellos, un Superior General. La transición implica riesgos. El Hno. Francisco no era sacerdote. No suministraría a su Instituto el prestigio debido a la ordenación sacerdotal. El carisma no descendería de él como descendía cada día, hasta entonces, del corazón encendido del Padre Champagnat. Se pudo pensar que por su incapacidad o falta de pericia el nuevo Jefe quizá permitiera que la Congregación se desviara de su orientación primitiva. A pesar de todo, los antecedentes del Hno. Francisco eran suficientes para depositar en su persona la más completa confianza. En una carta de que Marcelino Champagnat le escribiera a Monseñor Pompallier, Vicario Apostólico de Nueva Zelanda, el Fundador le decía: “El Hno. Francisco es mi brazo derecho, todos los Hermanos se someten a él sin dificultad; en mi ausencia me reemplaza”. No obstante, no podemos dejar de tener en cuenta que la Congregación de los Hermanos de María no presentaba en ese momento seguridad desde el punto de vista civil y religioso, ni los elementos propios para dar solidez y cohesión capaces de asegurar su porvenir. Pensemos, también, que la obra del Padre Champagnat, no inspiraba entre los “prudentes”, es decir, entre los que se apoyan en las previsiones humanas, ninguna confianza. Por último, recordemos que cuando Marcelino escribía en favor de su discípulo esas líneas, vivía aún entre sus hijos. Se apreciaba en el Hno. Francisco a su delegado. Su presencia efectiva era simbólica; el Padre tenían aún entre sus brazos a todos sus hijos. Pero al morir, el 6 de junio de 1840, el Hno. Francisco quedará solo. Está solo al morir el Padre Champagnat; no se le ocultan los sacrificios que habrán de acompañar sus actividades. Antes de su muerte, en el momento de la elección, el Padre había hecho una alocución patética al confiarle el gobierno de la Congregación: “Pobre Hermano, te compadezco. El gobierno de un Instituto es de un peso agobiante. Pero el espíritu de celo y
de piedad, la confianza en Dios te ayudarán a soportarlo. Acuérdate de que no podrás ser útil a los demás y procurar la salvación de las almas sino sacrificándote”. Si el gobierno puede pasar sin riesgo de las manos del Fundador a las del Hno. Francisco se debe a tres razones fundamentales: en primer lugar, el Hno. era fidelísimo. Las superiores consignas que acababan de proporcionarle las aplicaría en el sentido más estricto. Soportaría sus preocupaciones y las de sus Hermanos. Su maestro no había realizado otra cosa y le había recomendado imitar su conducta. Al morir el Padre, ¿quedaría solo el sucesor? Estaba convencido de que no. El Padre continuante lo asistía y velaba desde el cielo por su obra. El Hno. no perdía nunca de vista su presencia y procuraba que fuese siempre el modelo sobre el cual se apoyaba. Hacía mucho que había constituido un solo ideal con su maestro y eso daba solidez a su misión rectora. El 30 de febrero de 1841 recibía el retrato del Fundador, y escribía en su cuaderno: “Recibí el Padre Champagnat; debo procurar en convertirme en su retrato viviente”. En segundo lugar, el Hno. Francisco se preocupó por no innovar. Era un hombre joven y decidido; de firme voluntad. Desde el primer día de su mandato imprimió en la marcha del Instituto las características que había recibido de Marcelino. El Padre fallecido continuaba orando por su intermedio como si viviera. Lo hacía revivir en su persona y por eso tenía entre los Hermanos la misma autoridad que el Fundador. En fin y sobre todo, el pasaje de un gobierno a otro se realizó sin mayor dificultad porque el nuevo Superior era el “Hno. Francisco”. Sus cualidades y defectos regulaban su personalidad. Los defectos en el nuevo Superior tendremos que descubrirlos. Las cualidades se revelarán de inmediato a través de las obras que iremos enumerando. Aparecieron después de la muerte del Padre Champagnat los ejemplos de la vida íntegramente religiosa del Hno. Francisco que su persona representa al pastor que reúne a sus ovejas. Las que en algún momento corrieron el riesgo de dispersarse, encontraron en el nuevo Superior a alguien que tuvo el privilegio de unirlos más y más. El mismo día que tomó posesión del generalato escribió en su diario: “Espíritu Santo, unión de las inteligencias y eterna verdad y de los corazones en perfecta caridad”. Esta caridad tuvo resultados inmediatos. La Congregación se unió en la persona del Hno. Francisco porque descubrió en él un hombre digno de ser imitado, a un hombre digno de ser amado. Estamos en los comienzos de una carrera progresiva y tendremos, hasta el final, la dicha de constatar que no sólo los subordinados se unen a imitación de su Jefe, sino que los que contemplan desde fuera del Instituto su actuación se dan cuenta de su valor. Después de la prueba que acaban de sufrir, los Hermanos se reunieron felices, para realizar el retiro, en octubre de 1840. Los lazos que hubieran parecido distenderse se estrecharon más y la confianza se incrementó. Con un Superior General de 31 años, la cabeza era solidaria y el corazón rebosaba de caridad para con los súbditos. Al arriarse la bandera de las manos del Padre Champagnat fue izada en las manos del más digno de sus hijos. El porvenir se presentaba luminoso y seguro.
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