ANEXO 8 <<SEGUIR A JESÚS EN LOS EVANGELIOS>> Tomo V. Capítulo 1 - Carlos Mesters LA ENCARNACIÓN DE JESÚS Jesús asume la condición humana con sus limitaciones y posibilidades “Igual a nosotros en todo, menos en el pecado” (Hch. 1,15) Cada uno de nosotros, por el simple hecho de nacer en este mundo, nace condicionado de muchas maneras. Son condicionamientos que nadie escoge, pero afectan la vida de principio a fin. Lugar donde se nace: país, región, ciudad, periferia, campo. Tiempo en que se nace: época, siglo, guerra, paz, cambios. Cultura que se recibe: lengua, acento, mentalidad, historia. Familia que nos recibe: padres, hermanos, parientes, vecinos. Carácter o temperamento: tímido, expansivo, introvertido. Color de tez: blanco, negro, amarillo, moreno, mestizo. Sexo: femenino, masculino. Religión: católica, protestante, budista, sectas, incrédulos. Clase: pobre, rica, media. Físico: bonito, feo, fuerte, pequeño, frágil, petacón.
Estos condicionamientos son inherentes a la condición humana, anteriores a nosotros mismos. Son punto de partida para cualquier cosa que se quiera hacer en la vida. Son la encarnación, la inserción básica, por donde cada uno de nosotros entra en la convivencia humana. No son iguales para todos. A unos les pesan mucho, a otros, poco. Para unos son verdaderas limitaciones, para otros una oportunidad de elección. Sin embargo, muchos no pueden elegir: los pobres, los empobrecidos, los enfermos, los paralíticos, los ciegos, los excluidos, ¡tantos! La mayor de todas las limitaciones que afecta la vida es la certeza de la muerte. Para muchos, todos estos condicionamientos son un dolor permanente en su vida. A algunas personas les quitan incluso el deseo de vivir. Para algunos, son motivo de rebeldía; para otros, motivo de conformismo. “¡Paciencia, Dios lo quiere así!” Y, ¿para Jesús? ¿Qué fue para Él? Jesús asumió estos condicionamientos, y los asumió donde más pesan: en medio de los pobres. “Siendo de condición divina, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo uno de tantos” (Fil. 2,6-7). “Siendo rico, se hizo pobre” (2Cor.8,9), “hijo de un carpintero” (Mt. 13,55).
1- Nacido en Belén de Judea (Mt. 2,1), fue criado en Nazaret de Galilea (Lc. 4,16).
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Hablaba arameo, con acento judío de Galilea. La samaritana lo vio como judío (Jn. 4,9), y los judíos de Judea como galileo (Mt.26,69). Nació en un lugar y se crió y vivió en otro.
2- Fue criado en el interior, en el campo, donde más se sentía la explotación de los poderosos. No tuvo oportunidad de estudiar como Pablo; tuvo que trabajar. No era doctor de la ley, ni pertenecía a los grupos de fariseos o esenios. Para conocer la vida del Hijo de Dios durante 30 años, basta analizar la vida de cualquier nazareno de la época, ver cómo vivían de la mañana a la noche, cambiarle el nombre, llamarlo Jesús, y tendrás así su biografía.
3- La familia de Jesús no era sacerdotal. Jesús no nació sacerdote ni hijo de sacerdote. Nació laico, pobre, sin la protección de una clase. Tal vez, la familia de José haya emigrado de Belén a Judea (Lc. 2,4), en tiempo de los hasmoneos (142 a 63 antes de Cristo), para vivir y trabajar en Galilea. 112
Como todos los judíos del campo, Jesús trabajaba como agricultor. Aprendió también la profesión de su padre (Mt. 13,55) y servía al pueblo como carpintero (Mc. 6,3). Sus parientes no lo entienden y, a veces, lo molestan. En alguna ocasión, lo quieren llevar a su casa, pensando que ha perdido el juicio (Mc. 3,21), otras veces, quieren que se manifieste al pueblo en Jerusalén, la capital (Jn. 7,3-8).
4- Antes de nacer, Jesús era ya víctima del sistema. El emperador de Roma mandó levantar un censo con vistas al cobro de impuestos (Lc. 2,1-3). Por eso, Jesús nació fuera de casa (Lc. 2,4-7). Después de su nacimiento, fue perseguido por la tiranía del rey Herodes (Mt. 2,13). Su infancia estuvo marcada por la violencia. Como veremos, los doce primeros años de vida de Jesús fueron uno de los períodos más violentos de la historia de Palestina.
5- Según el cálculo de un especialista, los 2.000 años transcurridos desde Jesús hasta hoy, comparados con el tiempo total de la historia del mundo desde la creación hasta este momento, son como un segundo dentro de un año entero. Por tanto, los treinta y tres años de vida de Jesús, no son más que un abrir y cerrar de ojos. Y de esos treinta y tres pasó treinta en el anonimato, en Nazaret, un pueblo sin importancia (Jn. 1,46). Allí vivió aprendiendo en su casa, con la familia, en su comunidad, con el pueblo. Esa fue la escuela de Jesús. Jesús vino a salvar a toda la humanidad, y no salió de Palestina. Vino a salvar toda la historia, y sólo vivió treinta y tres años. La geografía y la cronología de Jesús son muy limitadas. “Probado en todo como nosotros, menos en el pecado… ofreció ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado en atención a su actitud reverente; y aun siendo Hijo, aprendió a ser obediente a través de lo que padeció” (Heb. 4,15; 5,7-8) En esta reflexión de la carta a los Hebreos, se trasluce la convicción de los primeros
cristianos de que Jesús no se sometió posesivamente a los condicionamientos y limitaciones de la vida. Al contrario, él sintió la debilidad, fue probado, pero resistió. Las limitaciones que para unos son fatalidad y para otros motivo de protesta, para Jesús era el caldo de cultivo para crecer en la vida y cumplir su misión en la tierra. Era el contexto en el que procuraba leer la voluntad del Padre (Jn. 5,19, 4-34) Las limitaciones que a muchos les quitan libertad, eran para Jesús la fuente de su libertad: “Nadie tiene poder para quitarme la vida; soy yo quien la doy por mi propia libertad” (Jn. 10,18). Fue muy duro para Jesús seguir este camino. Tuvo que aprenderlo a través de mucho sufrimiento, discernimiento y oración. Es difícil sentir en carne propia la flaqueza a que está condenado el pueblo empobrecido. Él pasó por la tentación de seguir otros caminos (Lc.4,1-13). Pero resistió (Mt. 16,21-23). Fue obediente a su Padre, poniéndose del lado de los pobres hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil. 2,8). Su vida se resume en esta frase: “Aquí estoy, para hacer tu voluntad” (Heb. 10,7) (Cfr. Apoyo 18). 113
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