Zafras de tiempo y memoria Carmen GamiĂąo
COLECCIÓN VOCES VIVAS NARRATIVA
Libro ganador de la Convocatoria de Obra Inédita 2019 en el género de Narrativa. El jurado estuvo integrado por Efraím Blanco, Gerardo Horacio Porcayo y Liliana Valderrama Blum.
Zafras de tiempo y memoria Carmen GamiĂąo
Esta publicación fue financiada con recursos federales, a través del Programa de Apoyos a la Cultura en su vertiente Apoyo a Instituciones Estatales de Cultura 2019. Este programa es público ajeno a cualquier partido político. Queda prohibido el uso para fines distintos a los establecidos en el programa. Gamiño, Carmen, autor Zafras de tiempo y memoria / Carmen Gamiño. -- Cuernavaca, Morelos : Fondo Editorial del Estado de Morelos, 2019. 99 páginas. – (Colección Voces Vivas: narrativa)
ISBN 978 607 865 8138 (Fondo Editorial del Estado de Morelos)
1. Novela mexicana – Siglo XXI 2. Novela mexicana – Morelos – Siglo XXI
LCC PQ7298.A33
DC 813.54
Colección Voces Vivas Narrativa Coordinación editorial: Montserrat Orellana Colmenares Cuidado de la edición: Ángel Cuevas Diseño y formación: Jade Gutiérrez y Priscila González D.R. © 2019, por el texto: Carmen Gamiño D.R. © 2019, por la edición: Secretaría de Turismo y Cultura Fondo Editorial del Estado de Morelos Calle Miguel Hidalgo 239 Colonia Centro 62000 Cuernavaca, Morelos http://turismoycultura.morelos.gob.mx ISBN: 978-607-8658-13-8 Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio, sin el previo y expreso consentimiento por escrito de los editores. Impreso y hecho en México
Para Isaac y Hernán: Hermosos corazones, alegres aves; compañeros, maestros irremplazables. Su canto y luz brindan tierra, allanan caminos, para que este ser volátil y dolido cruce ésta, su noche larga.
Agradezco profundamente a: Alejandro Lara, por acompañar mis primeros y tímidos pasos dentro de los cañaverales. Fernando Soto, por las concesiones otorgadas que me han traído calma y luz. Nora Brie, por su acompañamiento sabio, amoroso y definitivo. Gustavo Garibay, por su calidez, inteligencia y alma de celestino. Ocampo Verduzco, por su palabra atenta, alegre y profunda. Miguel Ángel Tafolla, por sus abrazos de creación y magia. Rodrigo Moya, por su agradable charla y asesoría al inicio de este proyecto. Eufrosino Pingüin, por permitirme el acceso sin restricciones a los misterios del ingenio. Gabriel García, por su esencia que me guió por los laberintos del ingenio y desató sueños e inspiración. El Instituto de Cultura de Morelos, porque gran parte de este proyecto se llevó a cabo gracias a su apoyo. Y a cada una de las siguientes personas, quienes compartieron conmigo de la manera más amable y cálida, pedacitos de sus vidas, experiencias y recuerdos:
Sabina González Úrsulo Chávez Rosalío Pérez Carlos Pineda José Sánchez Alberto Solís José L. Reynoso José García Eusebio Ramírez Gabino Flores Filemón Mora Herminio Reyes Alberto Torres Piedad Franco Arturo Hernández Manuela Sánchez Juan Barreda José Matilde García Alejandro Vergara Emilio Merino Benito Barrera José López
Santos Buendía Israel Rodríguez Juan Ortiz Omar González Demetrio Valdepeña Amado Mendoza Francisco López Arturo García José Luis Galicia Marco A. Ayala Mario Antúnez Piedad Ocampo Isaías Sereno Leonardo Archundia Santos Amado Villa Luciano Solís Domingo Mata Julio Quiñonez Antonio Martínez Saúl Chavelas Gaudencio Gutiérrez Procopio Moreno
Recuentos
No importa el lugar, puesto que los mismos sucesos se producen simultáneamente como ecos sin resonancia sobre territorios y tiempos, lo mismo cerca que distantes. Podría ser un pequeño pueblo en donde se ve aún a las niñas y ancianas caminar a borde de carretera con pesados trozos de leña sobre las espaldas o una gran ciudad con todas sus bondades y desequilibrios. Cada quien es libre de escoger de acuerdo a sus preferencias entre estas dos opciones u otra que la memoria considere más adecuada para el relato que viene. Sin embargo, cualquiera que se elija, me atrevería a sugerir fuera trasladada al estado de Morelos, espacio en el cual ésta y las subsiguientes historias adquieren forma. Tampoco importa ni quién ni cuándo: frente al apuro de una madre por mandar puntualmente a los hijos a la escuela al inicio de semana, entre el juego incontrolable de dos niños durante la cena a finales de invierno o como desahogo de una adolescente la tarde de un mes de mayo.
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El resultado es lo que debe marcarse: sobre una mesa, adornada con flores o no, un recipiente de plástico, vidrio, o madera, lleno hasta el borde, acompañado de la acción que une todas las posibilidades en tiempo y distancia: un mal movimiento que vuelca la vasija y provoca la caída de cientos de cristales blancos en menos de un segundo y sin ningún tipo de tregua. La escena está abierta. Puede resaltarse la preocupación de quien causó tal desorden, el enojo que traen los contratiempos. También están presentes los regaños y la sensación de desastre, de desperdicio quizá. Ante tal eventualidad, pareciera no haber más que una mancha blancuzca, sólida, diseminada en líneas y trozos que debiera ser eliminada a toda costa. ¿Quién se detiene a mirar esa materia que ha caído?, ¿a preguntarse cómo es que llegó hasta allí? Lo cotidiano tiende a despersonalizarse como si se estacionara después de un largo recorrido. Que no falte es lo relevante para poder endulzar el agua de frutas y el café con leche. Si se acabara quizá tampoco importaría porque cualquier chiquillo en una carrera, sería capaz de conseguirla en cualquier esquina. Podría ir con un puñado de monedas y volver brincoteando con un kilo de ella dentro de una bolsa plástica. Cualquier cosa que escogiéramos a nuestro alrededor tiene un camino propio: el arroz, el marco que rodea la fotografía de los hijos, el cigarro que fuma el desconocido, la máquina en la que escribo. Una pregunta nos llevaría a la selva de Campeche para ver cómo el chiclero pica la corteza del chicozapote para extraer el chicle que el maestro hará tirar a los alumnos durante 12
la clase, o a las laderas de Tamanzunchale, en donde crecen los huertos de naranjo bajo el cuidado de familias enteras. Sudores, frustraciones, políticas necias, alegrías, corruptelas, tradiciones… envuelven cada objeto, cada bocado. Una pregunta, una respuesta, nos haría entender un poco más la vida de los hombres. La escena se cierra. La normalidad volvió a la choza, a la cocina, a la casa de campo. Las superficies quedaron limpias casi como antes. …parte de los cristales se vio obligada a regresar ordenadamente a la despensa, otra fue arrastrada por las palmas de las manos hasta los bordes de las mesas para ser lanzada hacia el suelo, alguna más quedó adherida a trapos húmedos y terminó disolviéndose en el agua. La menor parte encontró un buen escondite, del cual vendrán a sacarla las hormigas.
No es fortuito que algunos de los cristales caigan de las cucharas antes de poder endulzar una bebida caliente, o escapen por un costado de la bolsa que los retiene al ser vaciados a algún cuenco, o se peguen en la comisura de los labios cuando se muerde un pan espolvoreado con ellos. No es fortuito, no, lo que sucede es que tienen la necesidad de contarnos muchas cosas, por eso se rebelan y se escapan. Esto lo aprendí apenas. Me lo enseñó un hombre de estas tierras. —Escucha —me dijo—, aguza el oído hasta que entiendas lo que dicen, hasta que logres ver el alma del azúcar. 13
Y lo intenté. Ahí me quedé sentada, muy atenta, mirando el frasco lleno. Debo confesar que no descubrí grandes cosas: un puñado de arena matizado desde el blanco más puro al café transparente, constituido por cientos de partículas en igual número de tamaños y formas; mezcla heterogénea, interesante; suma de espacios y ángulos, rayos y azares… –Así no, muchacha –dijo con una ligera sonrisa que dulcificaba un poco sus duras facciones–, el azúcar nunca habla cuando está quieta. Ella desde que nace es movimiento. Sin más abrió el frasco, lo alzó a la altura de mi rostro y sin dejar de mirarme, vació lentamente el contenido sobre la mesa, una y otra vez. Entonces, escuché. La caída del azúcar asemeja una cascada. Baja precipitadamente lanzando un murmullo de agua. Al chocar con la superficie que la recibe crea el sonido de la lluvia; notas cercanas y a destiempo. Pero no de lluvia en calma. Este es un golpeteo apresurado, como de aguacero en plena selva. Así se manifiesta, así se expresa. Será que algún día, durante mucho tiempo, ella también fue de agua. Ese día la vi descender hasta chocar con la madera vieja. La escuché, en su caída continua y sin pausas. Dijo mucho; escribo un poco de lo que recuerdo... En ese canto de siglos pronunció algunas palabras en sánscrito como dirigiéndose a ella misma. Después habló de Melanesia, de la India antigua, de cómo los persas tornaron 14
por primera vez su color bronceado al blanco; habló de su encuentro con occidente, de Alejandro el Grande, de cuando era manjar destinado a muy pocos. Contó un sueño muy largo que tuvo al ser arrullada por las corrientes marinas en aquellos viajes tan extensos, llenos de aventuras y descubrimientos, de cuando despertó y conoció Madeira, las Canarias, la isla de Cuba. Geografías y territorios describió. Nombró a Colón y a la Nueva España. Evocó a Cortés y a Serrano entrando a las tierras de Cuauhnáhuac; recordó Axomulco, Amanalco y Tlaltenango. Y así como habló de epidemias, de esclavitud indígena y negra, de encomiendas, marquesados y explotación, también habló de cambios económicos, de la construcción de grandes haciendas, de auges y destrucción. Dijo mucho, dijo venir de Casasano y describió los trapiches, los panes de azúcar. Rememoró con alegría la llegada de la báscula y del vapor; la hilera de camiones relucientes que venían a sustituir a la mulada, las variedades de caña con nombres irrecordables… y las fiestas de fin de zafra y las grandes posadas en los patios de las fincas… Después su tono cambió, porque la memoria le trajo un recuerdo triste, un recuerdo no muy lejano. Entonces comenzó a platicar de un ingenio abandonado; se puso a contar la historia del ingenio de Oacalco.
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El sindicato pagó caro su engreimiento…
…me refiero a la Sección 100, por supuesto. Se creció tanto y empezó a exigir barbaridades con tan malos modos, que a “papá gobierno” no le quedó otra más que propinarles una lección que, además de ponerlos en su sitio, sirviera de ejemplo a nivel nacional. Y miren que fue dura, durísima la lección. Ya después les dio una palmadita y les regaló el ingenio. A los niños malos se les castiga y a los niños buenos se les premia, ¿no?
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Ingenio en días de zafra
He nacido en el humo, en el choque de un milagro con otro, en la única muerte que me tuvo. ¡Se diría que va a llover sangre de cómo se afanan las hormigas! Ni siempre o nunca existe; ni mañana o ayer. Sólo hay ahora, Tiempo Entero. Luis Cardoza y Aragón.
Respiro profundo y lanzo un grito agudo para alertar a los hombres. Estoy listo, mis órganos, uno a uno, han comenzado a latir. Mi aliento de vapor y humo… a veces tan blanco como el pecho del batará, a veces tan oscuro como un cúmulo de pensamientos inconfesables… ha comenzado a deslizarse en sombras inquietas sobre paredes y techos. Ha llegado el tiempo sin descanso. Día y noche me mantendré despierto. A partir de ahora sus vidas me pertenecen. Cada movimiento, cada trazo me concierne. Las ambiciones y empeños se tejerán en torno a mí.
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Desde muy temprano nubes negras se han elevado dejando caer su tristeza en pedazos de ceniza sobre calles y jardines anunciando el nuevo ciclo. Que se enteren todos, los que viven cerca y los que viven lejos: trescientos años siguen respirando y contarán su historia acumulada. Aquí vienen los camiones cargados de caña. Avanzan lentamente en su andar de sacrificio antiguo. Desde aquí puedo ver su recorrido. Mis altas chimeneas me permiten abarcar el extenso territorio. Chimenea-ojo, chimenea-nariz, chimenea-garganta. Las bendiciones y plegarias en la iglesia ya fueron dichas, pero cuidado, no perdonaré descuido alguno y transformaré la carne en irreconocible pulpa; cortaré apéndices; causaré heridas, y continuaré adelante sin darles tiempo de consuelo. Nací para esto, para alimentar a las familias; estos días marcan así mi naturaleza y no puedo detenerme ante el dolor. El mundo se mueve en silencio, mi voz es la única que percibo. El ruido de mi sistema truena ensordeciendo el oído de los hombres obligándolos a acercarse para poder comunicarse; hormigas trabajadoras con botas y casco arrimándose palabras. Por fin he mordido los trozos de caña. El chorro de jugo dulce y tibio que escurre por mis masas seguirá su recorrido por mi interior; entre contenedores y calandrias alcanzará su blanca solidez. Más de cien días estaré despierto. Veré la salida del sol hasta el ocaso; veré la luz de la luna perderse en el alba… y los hombres conmigo. 18
Sacos enteros serán llenados con pequeños prismas, como si un libro fuera sacudido y cada una de sus letras cayera en desorden y pudieran agarrarse a puñados. Vapor y humo. Guarapo y sirope. Fábrica y campo. Metal y sangre. Alertas, que estamos en la época sin sueños.
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Nos echan la culpa a nosotros…
…pero no es cierto, nosotros sólo somos obreros, seguimos órdenes. Ellos se lo acabaron. Más de una vez vimos cómo llegaban los nuevos administradores dando lástima, de a tiro peor que uno, cargando sus cosas en cajas de cartón amarradas con mecate. Al poco tiempo ya traían carros del año y ropa muy fina. Hacían tremendas fiestas en el huerto de la finca. Duraban días. Entraban cajas y cajas de cerveza y comida. Venía harta gente y la banda toque y toque y ellos baile y baile y brinde y brinde. ¿De dónde cree que salía el dinero? Los empleados se lo acabaron. Y otros. Un día me contrataron para hacer un trabajo de plomería en una casona, porque como le dije, yo le sé a eso de la plomería. Me di cuenta que era hermana de uno de esos peces gordos, pero bien gordos, y en lugar de pagarme me dio un vale para que lo cobrara en la caja del ingenio. Yo creí que ya había bailado, pero cuando llegué, me dieron mi dinero sin ningún problema. ¡Cuántos vales y de a cuánto no se cobrarían ahí como si nada! ¿Ya le dije lo de los aviadores? Bueno, entonces ya no se lo repito. Los encargados de surtir el 20
almacén hacían su negocio también porque cobraban al triple lo que compraban y entre ellos se lo repartían. Que estábamos en números rojos, ¡pues cómo no con tanta repartidera! Si nosotros sacábamos bolsitas con un poco de azúcar, los ingenieros y empleados sacaban costales en las cajuelas de sus autos. Ellos acabaron con el ingenio, aunque digan que no.
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