Encrucijada de miradas. El libro de mi padre

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ENCRUCIJADA DE MIRADAS JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN • PEDRO PÉREZ ESTEBAN ISBN 978-84-8321-468-8

9 788483 214688

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ENCRUCIJADA DE MIRADAS El libro de mi padre JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN PEDRO PÉREZ ESTEBAN



ENCRUCIJADA DE MIRADAS El libro de mi padre


Primera edición, abril de 2016

Este libro ha recibido una ayuda del Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón

© Textos José Giménez Corbatón © Fotografía Pedro Pérez Esteban © Edita PRAMES Camino de los Molinos, 32 E-50015 Zaragoza Teléfono 976 106 170 • Fax 976 106 171 www.prames.com e-mail: publicaciones@prames.com Imprime INO Reproducciones ISBN 978-84-8321-468-8 Depósito Legal Z 488-2016


ENCRUCIJADA DE MIRADAS El libro de mi padre

JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN PEDRO PÉREZ ESTEBAN

PRAMES


<< Chusepu



<< Saint Étienne-Estréchoux

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ENCRUCIJADA DE MIRADAS El libro de mi padre

Somptueuse, toi, ma plume d’or, va sur la feuille, va au hasard tandis que j’ai quelque jeunesse encore, va ton lent cheminement irrégulier, hésitant comme en rêve, cheminement gauche mais commandé. Va, je t’aime, ma seule consolation, va sur les pages où tristement je me complais et dont le strabisme morosement me délecte. Oui, les mots, ma patrie, les mots, ça console et ça venge. Mais ils ne me rendront pas ma mère. Albert Cohen : « Le livre de ma mère », 1954 Suntuosa, tú, pluma de oro, discurre por la hoja en blanco, déjate arrastrar por el azar mientras algo de mi juventud perdure, sigue tu senda irregular, en un sueño de dudas, senda torpe aunque dócil. Ve, yo te amo, eres mi único consuelo, ve por las páginas en las que me complazco con tristeza, en cuyo estrabismo me deleito moroso. Sí, las palabras, mi patria, las palabras me consuelan y me vengan. Pero no me devolverán a mi madre. Albert Cohen: “El libro de mi madre”, 1954

Mi padre nació el 20 de noviembre de 1922 en Saint Étienne-Estréchoux, un pueblecito cercano a Graissessac, en el Departamento francés de l’Hérault. Murió en España, en Zaragoza, en 1990. Mi padre lo guardaba todo. Cualquier papel, cartas, cuadernos, fotos, revistas que por algún motivo le habían interesado, viejos discos. No muchas cosas,

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pues disponía de escasos medios. Era un obrero sin cualificación, a no ser la de chófer, oficio que ejerció a menudo. Sabía un poco de todo. Lo mismo arreglaba un grifo que levantaba una pared o un tejado, o pintaba la casa o el piso donde vivíamos. El típico “chapuzas” sin oficio, pero algo “manitas”. Cuando se jubiló –lo estuvo poco tiempo–, se aficionó a la marquetería. Y aprendió a encuadernar libros. Entró a formar parte de un hogar del pensionista. Llegó a tener alguna responsabilidad. Escribía en la revista que el hogar editaba. Firmaba a veces con su nombre completo, José Giménez Roy, o con un pseudónimo, Chusepu, que era como lo llamaban en aquel Mediodía francés donde se hablaba el occitano, llamado “patués” por ellos mismos y “patois” en francés. Porque a mi padre le gustaba escribir. Murió sin saber que su único hijo, yo, iba a ser escritor. Publiqué mi primer libro de relatos en 1993. Y la novela en la que lo tomé como fuente para construir el protagonista principal, “La fábrica de huesos”, en 1997. Tan sólo supo de un modesto premio de cuentos que obtuve en 1982, unos años antes de que muriera. Él también consiguió un galardón en un concurso literario para gente mayor. A mi padre, aunque nunca me lo dijo, estoy convencido de que le habría gustado ser escritor. Por eso guardaba sus papeles. Qué escritor no lo ha hecho, documentándose y atesorando todo aquello que provoca sus ficciones, que le ayuda a vestirlas. Zola y la fotografía. Maupassant y los periódicos. Primo Levi y las cicatrices. Qué escritor verdadero no bucea en su memoria.

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Yo he heredado la manía de mi padre, de Zola, de Maupassant, de Primo Levi, de guardar huellas. De entre las muchas que mi padre conservó, y que yo he recuperado después de su muerte, hay dos que son inestimables, un lujo para mí: dos cuadernos. Uno es un bloc de hojas cuadriculadas, tamaño folio, de la marca “Ancla”. Mi padre escribió 120 páginas, a mano, contando su vida desde su nacimiento hasta el servicio militar, cuya narración se interrumpe de repente, nunca he sabido por qué. Empezó a escribir esas memorias en 1985, poco antes de ingresar en el paro laboral que lo llevaría a la jubilación. Él, por entonces, me habló de su escritura, pero yo no le presté la atención que merecía. Quizá de haberlo hecho, habría continuado, y ahora conocería la visión de mi padre de su vida, con mi madre y conmigo, en la fábrica de huesos. Quizá mi novela no habría sido exactamente como es. O quizá era inevitable que todo haya sido como fue. Pero no puedo evitar reprocharme el no haberle prestado la atención que un padre merece. Un padre, además, con esas inquietudes, con esa desazón permanente que le hacía estar siempre activo, siempre deseando expresarse, siempre anhelando aprender, comunicarse, compartir, entender. De los recuerdos franceses de ese cuaderno me serví para escribir algunos relatos de “Voces al alba”, un libro donde acabo de perfilar el personaje central de “La fábrica de huesos”, mi padre en definitiva. Un libro donde llamo Josepú, en vez de Chusepu, al personaje tras el cual se esconde mi padre.

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El escritor verdadero es memoria. Voy a decir algo de mí antes de seguir hablando de mi padre: soy un hombre dividido entre dos herencias familiares y culturales: Francia y el Maestrazgo. Francia, mi padre. El Maestrazgo, mi madre. Provengo de la clase campesina pobre –sin tierra propia–, y de la clase obrera, por ambos lados. Tanto a mi madre como a mi padre les habría gustado estudiar, y siempre lamentaron no haberlo podido hacer. Los dos conocieron tan sólo la escuela primaria, hasta los 14 años. Mi padre, la escuela laica y republicana francesa, en Pouzolles. Mi madre, la escuela pública rural en la época de la Dictadura de Primo de Rivera y del comienzo de la IIª República, en Ladruñán. De ambos conservo testigos de aquella época. De mi madre, por ejemplo, algún cuaderno de caligrafía y de ortografía, o de dibujo. De mi padre, copiada con posterioridad, la letra de un “Himno a la Escuela Laica”, del que anoto aquí la siguiente estrofa: « Nous apprenons la tolérance / Si nous luttons c’est contre l’ignorance / Pour la justice et pour la liberté / Au fond la joie éclate et brille / Gloire à l’école, espoir de la famille / En ce beau jour la France vous bénit / En ce beau jour la France vous bénit ». Y el estribillo : « Sous le drapeau de l’école laïque / L’honneur nous dit de ne jamais déchoir / Pour la Patrie et pour la République / Marchons toujours au chemin du Devoir / Pour la Patrie et pour la République / Marchons toujours au chemin du Devoir1 ». 1 “Aprendemos la tolerancia / Y luchamos contra la ignorancia / Por la justicia y por la libertad / La alegría estalla y brilla / Gloria a la escuela, esperanza de la familia / Francia os

<< La fábrica de huesos, 1962

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<< Pág. doble anterior. “La Polígrafa” << Reverso de “La Polígrafa”


El otro cuaderno fundamental de mi padre es una libreta de contabilidad tamaño cuartilla de la imprenta valenciana “La Polígrafa”. Hay algún dibujo. El que más me gusta es el del reverso de la tapa, donde puedo ver, en colores azules y marrones, la “casa donde vivíamos en Francia, en Roujan, Hérault”. Debajo, mi padre pegó una foto recortada del Arco de Triunfo del Carrusel parisino, y unos sellos franceses y españoles: Franco al lado de De Gaulle. El Cid al lado de Marianne. Estos sellos resumen perfectamente la dualidad que vivía mi padre cuando se sirvió de la libreta de “La Polígrafa” para mantener un Diario entre 1942 y 1944, recién llegado de Francia. Porque mis abuelos paternos y sus hijos, mi padre José y su hermana Andrea, dejaron Francia para venir a instalarse en el pueblo donde había nacido mi abuelo, en el Rincón de Ademuz, muy cercano a Libros, localidad minera de la provincia de Teruel. Otro inciso antes de hablar de la Polígrafa, como voy a llamar a partir de ahora a esa libreta. A pesar de la pobreza digna en la que pasé mi infancia, mis padres hicieron que fuera feliz, y así la recuerdo. Incluso muy feliz. Me quisieron, me arroparon, me apoyaron, me escucharon siempre. Confiaron en mí. Se sacrificaron para que estudiara. Mientras ambos vivieron (mi madre murió en 2001), estuvieron orgullosos de lo

bendice en este día / Francia os bendice en este día / Bajo la bandera de la escuela laica / El honor nos alienta a no humillarnos jamás / Por la Patria y por la República / Sigamos adelante por el camino del Deber / Por la Patria y por la República / Sigamos adelante por el camino del Deber”.

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que habían conseguido con su hijo, y de su hijo. Entre los papeles de mi padre, he encontrado algunos que no me resisto a evocar. Por ejemplo, una carta que mi madre escribió en julio de 1972 –yo tenía 19 años– a la madre de mi novia; la buena señora andaba preocupada por la relación que su hija y yo manteníamos. Mi madre copió el contenido con su letra de pulcra y bonita caligrafía, y ésa es la versión que conservó mi padre: “Inculpamos mucho a los jóvenes, de que no nos hacen caso, de que son “rebeldes”, pero ¿hemos pensado alguna vez de quién es la culpa en verdad?, ¿de ellos o nuestra? Creo que debemos velar por nuestros hijos, pero de cualquier modo respetar sus ideas jóvenes, que quizá tuvimos alguno de nosotros en nuestra juventud, salvando las distancias (cada tiempo es distinto), y que en la madurez a menudo olvidamos. Nosotros obreros, tratamos de que José Ramón salga adelante en sus estudios, que sea algo más que sus padres […] Creo que no debemos preocuparnos tanto. Ellos [mi novia y yo] se estimulan en sus estudios y confiamos que alcanzarán las metas que se propongan a sí mismos. Pero necesitan un margen de confianza y debemos dársela”. Ignoro si alguien le ayudó a escribir estas palabras, además de su propio marido, pero el caso es que las asumió y las firmó: Custodia Corbatón de Giménez. Es la única vez en que he visto a mi madre firmar apoyando su apellido con el de mi padre. Sin duda consideró que eso daba peso a sus argumentos. Diecisiete años después, en el número 16, correspondiente a junio de 1989, de la revista “Boira” del Hogar del Pensionista Las Fuentes de Zaragoza, mi padre escribía: “Cuando oímos decir: “vaya juventud la de hoy”, ¿piensan los que lo dicen en que ellos también fueron jóvenes e hicieron las mismas o peores barbaridades que las que hoy condenan? Que levante el dedo 20

<< Pág. doble anterior. En la fábrica de huesos


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