narrativa 61
52
Agua entre los dedos
Pilar Laura Mateo
La historia más bella
Carmelo Romero Salvador
53
Tampoco esta vez dirían nada
54
José Giménez Corbatón
Voces al Alba
José Giménez Corbatón
55
El diputado Pardo Bigot: la esperanza del Sistema
56
57
58
Carmelo Romero Salvador
Cuando se rompen los sueños
Francisco Rubio Sesé, María Buisán Daudén y Mercedes Vaz-Romero Bernad
Los espirituados
Carmen de Burgos
Los centauros de Onir
Francisco Carrasquer Launed
59 Avalancha
60
Eloy Fernández Clemente
José Giménez Corbatón
Muñecos de hielo
Eva Fortea Báguena
ISBN 978-84-96793-44-6
www.prames.com
9 788496 793446
Los triunfos pequeños y otros relatos
51
Este libro recoge una serie de relatos escritos hace más de medio siglo, la breve incursión en la narrativa del historiador y periodista Eloy Fernández Clemente. A comienzos de los años sesenta del XX –recuerda– andaba estudiando los cursos comunes de Filosofía, trabajaba a la vez en Radio Popular de Zaragoza y era redactor-jefe de la revista El Pilar. De los aquí recopilados sólo se publicaron dos cuentos en la citada revista. El resto es de esa misma época y quedó inédito. El autor cree muy posible que las lecturas de entonces influyeran en los temas y el tratamiento de los mismos: el haber escuchado en la facultad de Letras a Miguel Delibes e Ignacio Aldecoa y leído sus libros, el mucho cine que veían, en especial el italiano… Por eso reflejan una época ya lejana, una sociedad –la zaragozana de 1960–, unas mentalidades. Los editores han considerado de interés (¡quizá arqueológico!) rescatar estos escritos juveniles de quien luego nunca más dedicó su tiempo a la literatura de creación. Tal cual, sin tocar nada los textos, salvo errores o erratas.
Eloy Fernández Clemente
Últimos títulos de esta colección
61
Los triunfos pequeños y otros relatos As Tres Serols - Las Tres Sorores - Les Tres Sorors P
R
A
M
E
S
Eloy Fernández Clemente Eloy Fernández Clemente (Andorra, Teruel, 1942) es Catedrático jubilado de Historia Económica de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Zaragoza, de la que fue decano en 1996-1999. Desde La Ilustración Aragonesa (1972) y Aragón contemporáneo (1975) ha publicado numerosos trabajos sobre Joaquín Costa (1989); Grecia (1995) y Portugal (1996); Aragón durante la dictadura de Primo de Rivera (1996-1997, 4 tomos); Aragoneses en América (con V. Pinilla, 2003), Estudios sobre la Ilustración aragonesa (2005) y otros muchos. Fundador y director de la revista Andalán (1972-77 y 1982-87), dirigió la Gran Enciclopedia Aragonesa (1978-82) y tres de sus apéndices, y desde 2001 la Biblioteca Aragonesa de Cultura. En 2008 dirigió la Historia de Aragón de La Esfera. En 2010 se recopiló De la Ilustración a la Batalla de Teruel. En 2011, 2013 y 2015 se han editado los tres tomos de sus Memorias. El Gobierno de Aragón le concedió en 1995 el primer Premio de las Letras Aragonesas; el Ayuntamiento de Zaragoza le hizo Hijo Adoptivo de la Ciudad en 1997; la Diputación Provincial de Teruel le concedió en 1998 la Cruz de San Jorge. El 15 de enero de 2002 ingresó como académico correspondiente en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Y en 2010 su villa natal, Andorra, le hizo hijo predilecto.
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Los triunfos pequeños y otros relatos
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Este libro recoge una serie de relatos escritos hace más de medio siglo, la breve incursión en la narrativa del historiador y periodista Eloy Fernández Clemente. A comienzos de los años sesenta del XX –recuerda– andaba estudiando los cursos comunes de Filosofía, trabajaba a la vez en Radio Popular de Zaragoza y era redactor-jefe de la revista El Pilar. De los aquí recopilados sólo se publicaron dos cuentos en la citada revista. El resto es de esa misma época y quedó inédito. El autor cree muy posible que las lecturas de entonces influyeran en los temas y el tratamiento de los mismos: el haber escuchado en la facultad de Letras a Miguel Delibes e Ignacio Aldecoa y leído sus libros, el mucho cine que veían, en especial el italiano… Por eso reflejan una época ya lejana, una sociedad –la zaragozana de 1960–, unas mentalidades. Los editores han considerado de interés (¡quizá arqueológico!) rescatar estos escritos juveniles de quien luego nunca más dedicó su tiempo a la literatura de creación. Tal cual, sin tocar nada los textos, salvo errores o erratas.
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Eloy Fernández Clemente Eloy Fernández Clemente (Andorra, Teruel, 1942) es Catedrático jubilado de Historia Económica de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Zaragoza, de la que fue decano en 1996-1999. Desde La Ilustración Aragonesa (1972) y Aragón contemporáneo (1975) ha publicado numerosos trabajos sobre Joaquín Costa (1989); Grecia (1995) y Portugal (1996); Aragón durante la dictadura de Primo de Rivera (1996-1997, 4 tomos); Aragoneses en América (con V. Pinilla, 2003), Estudios sobre la Ilustración aragonesa (2005) y otros muchos. Fundador y director de la revista Andalán (1972-77 y 1982-87), dirigió la Gran Enciclopedia Aragonesa (1978-82) y tres de sus apéndices, y desde 2001 la Biblioteca Aragonesa de Cultura. En 2008 dirigió la Historia de Aragón de La Esfera. En 2010 se recopiló De la Ilustración a la Batalla de Teruel. En 2011, 2013 y 2015 se han editado los tres tomos de sus Memorias. El Gobierno de Aragón le concedió en 1995 el primer Premio de las Letras Aragonesas; el Ayuntamiento de Zaragoza le hizo Hijo Adoptivo de la Ciudad en 1997; la Diputación Provincial de Teruel le concedió en 1998 la Cruz de San Jorge. El 15 de enero de 2002 ingresó como académico correspondiente en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Y en 2010 su villa natal, Andorra, le hizo hijo predilecto.
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Los triunfos pequeños y otros relatos
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Diseño de portada: equipo gráfico de prames 1ª Edición, abril 2015
© Eloy Fernández Clemente © para esta edición prames, sa Diseño de colección: equipo gráfico de prames prames–Las Tres Sorores Camino de los Molinos, 32 Tel.: 976 106 170 – Fax: 976 106 171 www.prames.com e–mail: publicaciones@prames.com 50007 Zaragoza isbn: 978-84-96793-44-6 Depósito Legal: Z-519-2015 Imprime: INO Reproducciones, sa Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización previa de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
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Los triunfos pequeños y otros relatos Eloy Fernández Clemente
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A mis nietos, Ana, Virginia, Adrián, Violeta y Martín
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Esclarecimiento
Todos estos escritos datan de más de medio siglo. A comienzos de los años sesenta del XX andaba yo estudiando los cursos comunes de Letras, trabajaba a la vez en Radio Popular de Zaragoza, y era redactor-jefe de la revista El Pilar. De los aquí recopilados sólo se publicaron, que yo recuerde, dos cuentos en la citada revista: “El Profesor Alberto”, en mayo, y “Los triunfos pequeños”, en julio-agosto, ambos en 1963. El resto es de esa misma época y quedó inédito. Al igual que dos docenas de poemas, éstos merecedores, juzgo, de dormir el sueño de lo mediocre. Sólo me atrevo a rescatar los cuentos, relatos, historias de cine, por la amabilidad de los editores, que han considerado de algún interés estos escritos juveniles de quien luego nunca más dedicó su tiempo a la literatura de creación. Y lo hago sin tocar nada los textos, salvo los errores y erratas. Es muy posible que las lecturas de entonces influyeran en los temas y el tratamiento de los mismos: el haber escuchado en la facultad de Letras a Ignacio Aldecoa y leído sus libros, el mucho cine que veíamos, en especial el italiano, aunque el último relato o sinopsis para un corto, está basado, no en “I vitelloni”, sino en una brutal experiencia personal. En todo caso, pido clemencia a los amigos lectores, y que hagan el esfuerzo de situar estas pequeñas historias en su tiempo, tanto por el marco social español de hace cincuenta años largos, cuanto por cómo se escribía entonces, y cómo osaba hacerlo un joven de apenas veinte años.
Eloy Fernández Clemente
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Los triunfos pequeños
Enfrente del jardín, en el tejado vecino, una paloma negra se mueve sobre sí misma. Poco a poco, llega también otra y se pone junto a ella. Se rascan con el pico debajo del ala. ¿Qué les picará debajo del ala a las palomas negras? En el jardín de al lado hay tendidas una camisa azul con redonchos blancos, una falda blanca, dos vestidos iguales –uno rojo y otro azul-, y dos vestidos “de estar por casa”, sin manga: uno a rayas y otro con pintas rojas pequeñas. Los chopos de la calle están casi quietos. Luego se mueven a un lado; luego al otro; indecisos, intranquilos, como niños un día cualquiera de Navidad, solos en casa: no saben qué hacer. Ocho o diez abejas, las titulares del jardín, van de flor en flor, como inspectores de Hacienda. Alguna florecilla tímida se quiere esconder bajo las anchas hojas verdes; pero al final las abejas llegan allí y las chupan descaradamente, despiadadamente. Acaban de llegar tres palomas blancas y una gris al tejado de enfrente. En la casa de enfrente deben de criar palomas. Por las noches se oyen unos ruidos roncos, feos. También se oye gruñir a los cerdos de dos casas más allá. Y, de vez en cuando, pasan mineros que vuelven; o la mujer del contratista con su hija mayor, que salen de paseo; o la familia de al lado. Hablan un poco. Luego se callan, a ver si les oía alguien, y siguen hablando. Fermín, dándose la vuelta en la hamaca, se vuelve hacia la pared, entreabre los ojos y los vuelve a cerrar despacio. Son las seis y diez de la tarde. Y una voz al fondo: “¡Ramoncííín…! ¿Dónde se habrá metido este crío?” 9
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En el jardín de al lado, Brígida está planchando. Plancha despacio, fijándose en cada pliegue de la ropa. En ese momento, Paloma, la niña de cinco años, se le acerca y, mirándola fijamente a la cara, le dice: “Tía, mira”. Y va dando vuelta a su manecita, como si el ramillete de dalias rojas que ha cogido fuera una modelo. Luego las deja boca abajo, junto al vaso de agua de remojar la tela y al montón de ropa interior. Cuando Brígida se ha entrado dentro, Paloma con sus manitas de juguete, va repasando muy despacio, de arriba abajo, toda la tela: Brígida, cuando vuelva, tendrá que volver a plancharla. “Pero, Señor, ¡quién le va a chillar a este demonio de cría, si te mira con unos ojos que te comen…!” Fermín lleva ya mucho rato sentado en el jardín; va haciendo fresco para estar a la sombra. Entra, pues, dentro; toca unas cuantas cosas sin decidirse a hacer nada; llega a la estantería y saca, uno a uno, todos los libros y les pasa la mano por encima como una caricia tonta. En algunos quita el polvo de arriba despacio, como reprochándoles que tengan ese polvo. Fermín está convencido de que no busca nada. Se levanta; arrastra chirriando la silla y, con suavidad, acariciándola, pasa la barandilla como si fuera el lomo de un gato, mientras sube una a una las rojas escaleras sucias. Va fijándose en su propia sombra. Una sombra grotesca y gris, que se mueve calmuda en la escalera. “¡Fermííín…! ¿Cuántos años tienes…?” Ya ni lo piensa, ¿Para qué? Es un pasado rojo y oscuro como una baldosa, sedoso, incierto… Había estado en la cárcel. Una cárcel fría y tonta, sin rejas en las ventanas ni guardias en las puertas. Sonrió. No tenía nada que hacer. Se marcharía a la cama. No lo veía nadie. Fermín, cuando no le veía nadie, gozaba. Hacía lo que quería. Podía meterse los dedos en la nariz o rascarse largo rato la cabezota rechoncha y gris. Se desnudó y se metió en la cama. Hacía calor, pero igual se abrochó el botón del cuello del pijama; tenía esa costumbre. Volvió a sentarse en la cubierta blanca y estuvo un rato mirando a las baldosas, rojas, oscuras, sucias, todas iguales… ¿Por 10
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qué habían de ser todas iguales? Pensó un rato en eso. Luego, la insistencia de los grillos le hizo despertar. Gritaban descocadamente. Se levantó y abrió la ventana; vuelto hacia dentro, empezó a dar vueltas, puesta la vista en el suelo, en las sillas, debajo de la cama. Al fin, cansado, se paró y se miró a los pies. Luego a las manos, y arrancó una baldosa y la tiró a la calle. Los grillos seguían chillando con su disco terriblemente rayado y soso. Se sentó en la cama, con un sudor vago horrible; una sensación rara, como la de una mano fina al pasar por una tela nueva de saco. Y cerró los ojos, aunque le daba rabia tener que dormir. *** Fermín era un pobre hombre, en el decir de sus conocidos. Raro. Se dio cuenta él mismo muy pronto de que era tonto. No le quedaba más remedio que serlo, porque la gente lo sabía antes que él. Y la gente…, bueno: ¿a la gente quién le dice que no a algo? Tonto. Se lo habían dicho los chicos del pueblo mil veces. Hasta un día se lo dijo su misma madre; un día que rompió no sé qué. Cuando empezó a “tener que tener uso de razón”, la vida que le quisieron enseñar, la que hacía todo el mundo, le pareció aburrida y fea. “Siempre lo mismo, ¡qué tontería…” Empezó a hacer cosas raras. Era feliz haciendo lo que no hacían los otros, aunque le llamasen tonto. Y empezó a darse cuenta de lo bonita que es la vida con las flores, los pájaros, el río, los gatos, las tazas, las tabas, las botellas… Y le gustó vivir. Lo que nunca le gustó fue el dinero. “La verdad, mire usted: todas las perras son iguales… y ¡hay tantas!... Además están sucias, fíjese usted. Nada, nada…” Sólo guardó una muy reluciente, que había traído el Luis de Madrid. Se la cambió por una torta grande con nueces. 11
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Y era feliz a su aire. No quería dinero; sólo que los otros estuviesen contentos, contentos como él. Pero los otros, claro, no eran tontos, y no podían estar contentos… Algunos le llevaban pan, cebollas, patatas… Otros, los más, le daban palmaditas en la espalda. Y así siempre. Y cuando su burro no llevaba sacos ni estaba cansado, se montaba sobre él, y dándole una palmada con su mano grandota le decía: “¡Arre, Carolo!” Y los dos, poco a poco, subían por la empinada cuesta que llevaba al pueblo. Fermín gozaba asustando a la chiquillería. Y al principio los chicos corrían gritando y se escondían. Luego, a él le daba pena: “¡Eh, chicos, que soy yo!” Y entonces salían y le encorrían; “¡El tonto, el tonto…!” Fermín, como vio que a los chicos les iba gustando eso, pensó que ya no tenía gracia; lo hacían fingido. Ni se asustaban ni nada. Y ya no les gritó más; y le miraban pasar ellos con pena y con rabia; con vergüenza, como si estuviese molesto con ellos. Cuando iba al pueblo, pasaba siempre por la barbería del Ramón el “Corto”. Le gustaba oir hablar a los hombres del pueblo. Y en la barbería se podía hablar todo lo mal que se quisiera del régimen: el Ramón era de confianza. Más tarde, durante la República, Fermín hizo de cartero. ¡Cómo estaba de contento…! No crea usted que Fermín fuera realmente tonto. Era raro, simplemente; un poco loco, extraño. Lo que en el pueblo llamaban “Tontoligo”. Pero, de tonto, lo que se dice tonto…, ni un pelo. Le alegraba dar buenas noticias con sus cartas, y lloraba casi al dar las malas. Pero llegó la guerra y lo quitaron de cartero. ¿Por qué? ¡Ah, la política! Fermín se mosqueó. Se puso muy triste y hasta enfermó. ¡Se aburría sin trabajar! 12
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Protestó; y nadie le libró de ser un “reaccionario”. Lo denunciaron al cabo, el farmacéutico y dos o tres más. “¿Yo, reaccionario yo?” El cabo miliciano lo ató y lo llevó al puesto. “Es usted un insensato. Ya verá cuando vengan los míos. Los míos…” ¿Quiénes eran en realidad los suyos? Seguramente él no tenía nadie a quien llamar “los suyos”. Pero a todo el mundo hablaba de cuando vinieran los suyos. Y, bueno, peores que aquel cabo gordo, animalote, no serían. “Vamos, digo yo…” El cabo, al escuchar todo aquello, le pegó un bofetón. Pero Fermín se calló, chupándose con la lengua tres lágrimas. No le tenía miedo; al contrario, le daba pena que tuviese tan mal genio. Ya no le quedaba nada; su “Carolo” se lo había llevado un italiano gordo, de las brigadas. Hasta sus tacitas blancas, plateadas, limpias, con una cintita azul y oro, le habían quitado. Y Fermín se pasaba el día en la chabola. Una chabola sin guardias en las puertas ni rejas en las ventanas. Su prisión era como un juego de niños. —Tú no te puedes mover de aquí, ¿eh? Y él no se movía de allí. A veces sí. A veces se iba a ver si ya el campo tenía las campanillas silvestres y los lirios; a ver si volvía su “Carolo”. *** Cuando se despertó, ya muy entrado el día, sintió calor, mucho calor. Junto a la ventana, en el suelo, había un hueco grande, cuadrado, de yeso sucio y polvoriento. Se vistió y bajó las escaleras. Al llegar al rellano, se aupó un poco y miró por el ventano. “Seguramente no habrá nada…” Tenía la secreta esperanza de siempre, de encontrar con la mirada a su “Carolo”, lamiendo suavemente con el morro los claveles, las margaritas, las acelgas… Pero no, una vez más, “Carolo” seguía ausente y nadie respondía a su mirada. Y Fermín, mirando sin interés al jardín desierto, bajó la cortinilla de flores y siguió hacia abajo la escalera. Y cuando ya estuvo abajo pensó en la bal13
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dosa; abrió con cuidado la puerta, lo suficiente para asomar su cabeza grande y peluda: unos cuantos chicos estaban rompiendo, machacándola con piedras grandes, su baldosa roja. Metió la cabeza dentro con pena y se sentó en un sillón grande, junto a la mesa camilla; empezó a juguetear con un cenicero de metal, repiqueteando con los dedos… No tenía nada que hacer. No tenía obligaciones. Ni creía (¿no habría de creer?, ¡vamos!) siquiera en Dios; ni en la Virgen, ni en los santos. Ni aun en San Jorge, patrón del pueblo. Creía, sí, en el diablo; sólo en el diablo. Y no se me ocurre por qué, pues todo el mundo piensa que no merece la pena hacerle caso. Aun los locos, aun los poetas; éstos creen en cosas bellas, aunque no existan; pero hombre, por Dios, ¡mira que creer en el Diablo y sólo en el Diablo…! Pues nada, nada. “Claro que un servidor, sabe usted, no lo ha visto nunca; y ni ganas”. En el pueblo ya nadie pensaba en el diablo. “Pasado de moda, vamos”. De vez en cuando, lo más, las madres lo recordaban a sus hijos como a un coco, que por cierto no era de los que más asustaban. No sé qué porras pasa con los cocos esos que tienen temporadas entre los críos. ¿Se acuerdan ustedes de aquellas cosas del sacamantecas y las brujas, o, simplemente, el Coco por excelencia, el Coco-coco, llamado por antonomasia en algunas regiones el “Cocón”? ¿Se acuerdan de los sudores que hemos pasado en nuestra más tierna infancia con esos simpáticos señores mencionados ante un plato de malolientes judías pintas? Pues hoy va usted y le dice uno de esos nombres al crío más “esmirriado” y le da risa para tres días. Y no digamos del diablo, que es a lo que íbamos. Bueno, los hombres, en el pueblo de Fermín, en Chiriveta, decían a veces “Vete al diablo”, por no decir cosas peores; aunque generalmente casi todos preferían las cosas peores. Y quedaba el cura. El cura sí creía. ¡Anda, y qué remedio!... Bueno, además para eso era cura; pero ni acordarse. *** 14
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Fermín sigue sentado en su sillón grande. Asoma por una rendija de la ventana una cabecita rubia, rechoncha. Unos ojos grandes –dos bolas de cristal- le miran relucientes y vivos. Al principio, Fermín, ni cuenta. Está absorto, pensando que no tiene nada que pensar. Pero unos golpecitos en el cristal con polvo, le hacen volver los ojos. —¡Hola!... A Fermín le hace mucha gracia que alguien le diga “¡Hola!”. —Pues… ¡Hola! El niño se va. Fermín se apoya en los brazos del sillón al levantarse, abre el portal y sale. Fuera, junto a un huerto, el niño juega con unas piedras. Y Fermín tuerce la calleja y cruza la plaza deprisa. No va a la taberna; hoy no. En un rincón de una calle hay cinco viejas alrededor de una camilla. Una de ellas está mirando mientras cuatro juegan. Fermín se ha parado a mirar: triunfos, oros. La vieja aquella tenía el dos, el cuatro, el cinco, el seis y el siete. Fermín lo ve. Al fin y al cabo son triunfos. Los triunfos pequeños, a veces valen mucho. Luego se va, empujando con la alpargata un pedrusco. *** Cuando Fermín se levantó, ya alguien estaba esperándole. Sentado en el dintel de la puerta, estaba jugando con unas piedras el niño rubio, que ahora le miraba con aquellos ojos de cristal. —Anda, entra. ¿Qué haces aquí? ¡Hala, ven…! —¿Cómo te llamas? —Yo me llamo Julio. —¡Ah…! Nombre bonito, oye. Pues yo Fermín. Siéntate aquí. Mira por dónde, estaba yo pensando qué haría ahora. ¿Quieres comer algo?... Bueno, pues entonces, ¿qué quieres?... 15
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El chico se levantó, se ajustó los pantalones y salió a todo correr. —¡Eh! Pero, ¿dónde vas? ¡Eh! Chico: ven aquí hombre, ven aquí. *** El pueblo está plagado de veraneantes. El pueblo es un pueblo grande, agrícola y minero a la vez, con cuartel y todo: Chiriveta es medio capital. Tiene hasta un parque. Un parque pequeño, casi ni un parque ni nada. Un gran pedazo de él lo ocupa la avenida de pinos que une las dos partes del pueblo. Hay bancos, largos pasillos de hierba un poco descuidados, árboles, “parterres”… La parte más concurrida por la gente es la gran avenida de pinos. “Es muy sano”. Los domingos, al atardecer, los caballitos y los columpios, a un lado de la entrada de la avenida. Allí hay vendedores de cacahuetes, chiclé, caramelos, tabaco rubio… Allí, el puesto de alquiler de triciclos y bicicletas sucias; allí el bullicio, allí los puestos de helados y barquillos, de churros y buñuelos; allí la luz, la gente sencilla y popular. El pueblo, Chiriveta, tiene sus seis mil y pico habitantes; el resto, todo pinos; nubes amarillentas allá arriba en los postes mal alineados, y más arriba estrellas y cielo azul oscuro, y suelo, sobre todo tierra y polvo. La gente va ahora despacio; hay poca. El ambiente es de lo más sencillo: pueblerino, casi, aunque a los de Chiriveta les sepa malo. Se ven cuatro soldados, de vuelta al cuartelillo, cantando unas seguidillas y riendo; dos niñas monas charrando y porfiando (¿se dice flirtear?) con dos pollos; un abuelo barrendero que enciende su colilla; una señorita “bien” que va –ya solterona- a la novena; dos chiquillos que vuelven del cine hablando del gachó aquel del bigote, que hacía “así” con sus pistolas; un matrimonio medio joven, enlutada ella y marrón él, con una niña de rojo en la mano; un señor gordo, de gabardina, que juguetea con unas llaves; ¡ah!, y aquella señora de cabellos de nieve, que va despacio, acompañada de su enfermedad de corazón y de su hija casada, hablando de las sábanas de abajo, de la colcha, del mantón, de la medicina 16
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aquella…; y dos abuelos, despacio, despacio…; y dos novios formales, muy formales y bastante mayorcitos ya para novios; y un matrimonio recién casado, con sus regalos de boda que se les notan en la cara, y los libros de cocina y de puericultura, y el ascenso reciente… Se veían; pero ahora es verano. Son las tres menos cuarto de la tarde, y Fermín, solo, pasea aburrido, en mangas de camisa y alpargatas. Se sienta en un banco que tiene trazas de no haber estado nunca recién pintado, y va olvidándose de las notas del organillo. Al fondo pasa el tranvía de la estación; se duerme bien allí. *** El tranvía de la estación de Chiriveta es un tranvía viejo, todo de madera. Sus asientos parecen bancos del parque. Sí, de aquellos que nunca tuvieron el cartelito. ¿Se acordaba usted del detalle? Tiene la vía sólo para él. A las once de la mañana llega al pueblo con los viajeros del tren, y vuelve a salir a las tres y cuarto. Tiene la parada junto mismo a una mercería que hay en la plazoleta de Pedro Esteban. Allí, unos chicos juegan a pitos revolcándose por el suelo. Van tan sucios que se diría que el suelo –polvo y piedras- se aparta para que no lo manchen. La plaza de Pedro Esteban es una plaza con arbolitos amarillos y con casa de tres pisos, grises, sin balcones. Está un poco alejada del centro de la ciu…, perdón, del pueblo. Bueno, a mi, como a los chirivetanos, también me parece como si fuera la capital de todo. Usted pensará pronto lo mismo que yo, y que todo el mundo, hasta el camarero, sobre todo cuando haya podido asomarse dentro de uno de esos pisos grises de Pedro Esteban, en cuanto haya podido ver, a hurtadillas, alguna cosa que… En el tranvía de la estación, a lo que íbamos y cada cosa a su tiempo, han montado una señora gorda, un hombre con gafas redondas, muy caladas, que lo mismo podría ser cobrador del gas 17
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que conserje del Juzgado, y un matrimonio joven que charra sin parar. El cobrador está liando un pitillo; es un hombre regordete; la gorra torcida, pulcramente afeitado, con un bigotillo amable y sonriente, sencillo y bonachón. Lleva una camisa de grandes rayas verdes, una corbata rojo oscuro y la cartera al hombro. Va montando más gente. Una señora de verde se vuelve hacia otra con gafas blancas que va a esperar a su nieta. Un niño pequeño le coge del pantalón al cobrador. —Quero tacos. El cobrador se vuelve y le hace una caricia, un pellizquito en el papo. —Quero tacos. —¿Qué…? Tercia la madre: —Miré usted, el niño le pide tacos de esos que quedan después de repartir los billetes. Cuando estábamos en Logroño, ¿sabe?, le daban siempre. Pero, vaya, no tiene usted por qué molestarse. Mientras la señora, que parece elegante y hasta intelectual, termina toda esa serie larga de explicaciones, el crío lleva ya entre las manos cinco o seis tacos azul claro. Más contento que unas pascuas. Y el cobrador sonriendo. —Míralo que fresco, mi pequeñín. Siempre consigues lo que quieres, granujilla. Y le hace cosquillicas en la tripa. —¿Cómo se dice, por lo menos; anda, di, cómo se dice? El chico aún no tiene edad de saber demasiado bien cómo se dice. —Déjelo usted, señora. Yo me contento con ver la alegría que tiene por tan poca cosa. Pero el chico, que no sabe cómo se dice, sabía otra cosa: y le ha dado un beso sonoro, fuerte, en su cara redonda y afeitada. La historia -¡lo que son las historias de críos!- ha alegrado a todo el tranvía. Ya todos hablan del crío, de los tacos, del cobrador. Este, sin darle importancia al asunto, aunque también se ha 18
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Los triunfos pequeños y otros relatos
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Este libro recoge una serie de relatos escritos hace más de medio siglo, la breve incursión en la narrativa del historiador y periodista Eloy Fernández Clemente. A comienzos de los años sesenta del XX –recuerda– andaba estudiando los cursos comunes de Filosofía, trabajaba a la vez en Radio Popular de Zaragoza y era redactor-jefe de la revista El Pilar. De los aquí recopilados sólo se publicaron dos cuentos en la citada revista. El resto es de esa misma época y quedó inédito. El autor cree muy posible que las lecturas de entonces influyeran en los temas y el tratamiento de los mismos: el haber escuchado en la facultad de Letras a Miguel Delibes e Ignacio Aldecoa y leído sus libros, el mucho cine que veían, en especial el italiano… Por eso reflejan una época ya lejana, una sociedad –la zaragozana de 1960–, unas mentalidades. Los editores han considerado de interés (¡quizá arqueológico!) rescatar estos escritos juveniles de quien luego nunca más dedicó su tiempo a la literatura de creación. Tal cual, sin tocar nada los textos, salvo errores o erratas.
Eloy Fernández Clemente
Últimos títulos de esta colección
61
Los triunfos pequeños y otros relatos As Tres Serols - Las Tres Sorores - Les Tres Sorors P
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Eloy Fernández Clemente Eloy Fernández Clemente (Andorra, Teruel, 1942) es Catedrático jubilado de Historia Económica de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Zaragoza, de la que fue decano en 1996-1999. Desde La Ilustración Aragonesa (1972) y Aragón contemporáneo (1975) ha publicado numerosos trabajos sobre Joaquín Costa (1989); Grecia (1995) y Portugal (1996); Aragón durante la dictadura de Primo de Rivera (1996-1997, 4 tomos); Aragoneses en América (con V. Pinilla, 2003), Estudios sobre la Ilustración aragonesa (2005) y otros muchos. Fundador y director de la revista Andalán (1972-77 y 1982-87), dirigió la Gran Enciclopedia Aragonesa (1978-82) y tres de sus apéndices, y desde 2001 la Biblioteca Aragonesa de Cultura. En 2008 dirigió la Historia de Aragón de La Esfera. En 2010 se recopiló De la Ilustración a la Batalla de Teruel. En 2011, 2013 y 2015 se han editado los tres tomos de sus Memorias. El Gobierno de Aragón le concedió en 1995 el primer Premio de las Letras Aragonesas; el Ayuntamiento de Zaragoza le hizo Hijo Adoptivo de la Ciudad en 1997; la Diputación Provincial de Teruel le concedió en 1998 la Cruz de San Jorge. El 15 de enero de 2002 ingresó como académico correspondiente en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Y en 2010 su villa natal, Andorra, le hizo hijo predilecto.
narrativa 61
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Agua entre los dedos
Pilar Laura Mateo
La historia más bella
Carmelo Romero Salvador
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Tampoco esta vez dirían nada
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José Giménez Corbatón
Voces al Alba
José Giménez Corbatón
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El diputado Pardo Bigot: la esperanza del Sistema
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Carmelo Romero Salvador
Cuando se rompen los sueños
Francisco Rubio Sesé, María Buisán Daudén y Mercedes Vaz-Romero Bernad
Los espirituados
Carmen de Burgos
Los centauros de Onir
Francisco Carrasquer Launed
59 Avalancha
60
Eloy Fernández Clemente
José Giménez Corbatón
Muñecos de hielo
Eva Fortea Báguena
ISBN 978-84-96793-44-6
www.prames.com
9 788496 793446
Los triunfos pequeños y otros relatos
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Este libro recoge una serie de relatos escritos hace más de medio siglo, la breve incursión en la narrativa del historiador y periodista Eloy Fernández Clemente. A comienzos de los años sesenta del XX –recuerda– andaba estudiando los cursos comunes de Filosofía, trabajaba a la vez en Radio Popular de Zaragoza y era redactor-jefe de la revista El Pilar. De los aquí recopilados sólo se publicaron dos cuentos en la citada revista. El resto es de esa misma época y quedó inédito. El autor cree muy posible que las lecturas de entonces influyeran en los temas y el tratamiento de los mismos: el haber escuchado en la facultad de Letras a Miguel Delibes e Ignacio Aldecoa y leído sus libros, el mucho cine que veían, en especial el italiano… Por eso reflejan una época ya lejana, una sociedad –la zaragozana de 1960–, unas mentalidades. Los editores han considerado de interés (¡quizá arqueológico!) rescatar estos escritos juveniles de quien luego nunca más dedicó su tiempo a la literatura de creación. Tal cual, sin tocar nada los textos, salvo errores o erratas.
Eloy Fernández Clemente
Últimos títulos de esta colección
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Los triunfos pequeños y otros relatos As Tres Serols - Las Tres Sorores - Les Tres Sorors P
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Eloy Fernández Clemente Eloy Fernández Clemente (Andorra, Teruel, 1942) es Catedrático jubilado de Historia Económica de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Zaragoza, de la que fue decano en 1996-1999. Desde La Ilustración Aragonesa (1972) y Aragón contemporáneo (1975) ha publicado numerosos trabajos sobre Joaquín Costa (1989); Grecia (1995) y Portugal (1996); Aragón durante la dictadura de Primo de Rivera (1996-1997, 4 tomos); Aragoneses en América (con V. Pinilla, 2003), Estudios sobre la Ilustración aragonesa (2005) y otros muchos. Fundador y director de la revista Andalán (1972-77 y 1982-87), dirigió la Gran Enciclopedia Aragonesa (1978-82) y tres de sus apéndices, y desde 2001 la Biblioteca Aragonesa de Cultura. En 2008 dirigió la Historia de Aragón de La Esfera. En 2010 se recopiló De la Ilustración a la Batalla de Teruel. En 2011, 2013 y 2015 se han editado los tres tomos de sus Memorias. El Gobierno de Aragón le concedió en 1995 el primer Premio de las Letras Aragonesas; el Ayuntamiento de Zaragoza le hizo Hijo Adoptivo de la Ciudad en 1997; la Diputación Provincial de Teruel le concedió en 1998 la Cruz de San Jorge. El 15 de enero de 2002 ingresó como académico correspondiente en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Y en 2010 su villa natal, Andorra, le hizo hijo predilecto.