32 minute read

El Carmen de Viboral y el Núcleo Zonal Aguas Claras

Next Article
Comentario final

Comentario final

los habitantes del Núcleo Zonal, en sus tradiciones y formas de habitar la ruralidad, es por eso que en esta cartilla queremos documentar parte de esos cambios aclarando que somos conscientes de que son múltiples las esferas de la vida social que se podrían estudiar y para ello necesitaríamos no solo más espacio, sino, además, más tiempo para conocer la historia y las particularidades de cada vereda. Así pues, el lector encontrará en esta cartilla una aproximación histórica al desarrollo de la vida en las veredas donde se dará cuenta de anécdotas, eventos importantes de su conformación, sus luchas, celebraciones, disputas, tradición culinaria, entre otros temas más; esto con la finalidad de mostrar cómo era la vida en estos lugares y tener elementos que nos permitan hacer un contraste con el presente, y así identificar las transformaciones que han tenido lugar en este territorio. Por otro lado, ofreceremos una discusión de asuntos que actualmente están derivando en problemáticas para la comunidad como consecuencia de los cambios presentados; en esta medida, abordaremos temas como: los usos del suelo, el proceso de valorización, los nuevos residentes y los hechos producidos por ello. Para la realización de este trabajo, contamos con el apoyo de diferentes habitantes de las veredas, en los que se incluyen: miembros de las Juntas de Acción Comunal, adultos mayores, estudiantes de la Institución Educativa Santa María que cursan octavo, noveno y décimo grado y que residen en estas veredas –algunos participan en el proceso de elaboración de esta cartilla con escritos y dibujos– y miembros de la comunidad. Sin su compromiso y colaboración, nada de esto se hubiera materializado.

Advertisement

Por: Julián González Ríos.

El Carmen de Viboral es un municipio ubicado en la Subregión Oriente del departamento de Antioquia, históricamente conocido por la calidad y belleza del decorado de su loza. La cerámica se constituyó durante mucho tiempo como el elemento principal de la economía del municipio, alcanzando su mayor auge entre 1938 y la década de 1970, aproximadamente. Este, “fue el tiempo en el que más empresas se fundaron, llegando a existir 37 fábricas, incluyendo los pequeños talleres” (Restrepo, Giraldo, Betancur, Pareja, Pérez & Giraldo, 2002, p. 98) Los cimientos de las fábricas de cerámica en el municipio se remontan a abril de 1898, cuando Eliseo Pareja Ospina constituye su empresa de locería Pareja y Compañía, liderada “en sociedad con don Domingo Navarro, Rafael Ramírez Hoyos, Froilano Betancur B. (hijo) y Eleázar Mejía” (Betancur, 2001, p. 74). A ellos les sucedieron muchos más en la idea de establecer procesos de producción de cerámica en las tierras de El Carmen. A la experiencia y conocimientos obtenidos por estos hombres en las locerías del municipio de Caldas se le sumó:

La pródiga anuencia de la naturaleza local con maderas, piedras, arcillas, agua y materias primas para la cerámica, además de un buen contingente de recursos humanos que encontró en el oficio de ceramista la posibilidad de subsistir sin tener que recurrir a las masivas migraciones a las zonas cafeteras (Betancur, 2001, pp. 74-76). A decir de Betancur (2001), “la cerámica se convirtió para El Carmen de Viboral [...] en eje dinamizador de la vida de los carmelitanos” (p. 158), y aunque la agricultura ha estado presente históricamente en la vida de las personas del municipio, en su mayoría se constituía como una labor de subsistencia presentándose de manera muy incipiente en los primeros años de historia del municipio1, ésta, aunque poco significativa en valor y volumen, suplía en algo las necesidades de la unidad familiar. A lo anterior, siguiendo a Betancur (1964), cabe sumar que:

1 Según lo descrito por Betancur (2001), en diferentes apartados de su obra, en las primeras décadas del siglo XIX, la economía de El Carmen era de subsistencia con predominancia de los cultivos de pancoger seguido de la cría de ganado que presidió al crecimiento y auge de la industria ceramista. En su desarrollo, desde 1898, la cerámica de El Carmen de Viboral atravesó por crisis cortas seguidas de bonanzas. Las guerras, el contrabando, la competencia de sólidos capitales y el cambio técnico, la sumergieron en una crisis de la que solo han escapado algunos. En épocas de crisis los carmelitanos, muy a su pesar, tuvieron que volver los ojos a la tierra y aprender a cultivarla como forma de subsistencia (Citado en, INER, CORNARE,

Arcila, & Villegas, 1993, p. 67). Las veredas consideradas en este estudio, no vivieron el asentamiento de las fábricas de cerámica como sí se materializó en las veredas Campo Alegre y La Chapa; sin embargo, en la vía que conduce a Samaria y La Sonadora, en el sector conocido como El Sacatín, se asentaron dos pequeños talleres que existieron a la par de las antiguas fábricas en la década de 1950. Así pues, esta zona del municipio se caracterizó, especialmente, por desarrollos agrícolas como constitutivo de la vida familiar, pero con expansión al comercio en años más recientes debido al fortalecimiento de las vías de comunicación internas del municipio y en aprovechamiento de su cercanía con el área urbana; las carreteras permitían la salida de los productos del cam-

po para el comercio y favorecieron la apuesta por el mercado mayorista del fríjol cargamanto, el maíz y la papa. Estos productos consolidaron la base de la agricultura del sector, aunque también se cosechaban ampliamente legumbres y hortalizas, además del fortalecimiento de espacios para la producción ganadera. De esta manera la agricultura servía tanto para atender las necesidades alimentarias de las familias campesinas, como para la comercialización en el área urbana de El Carmen y fuera del municipio en Rionegro y Medellín. Así pues, el Núcleo Zonal Aguas Claras podemos referirlo dentro del polo de desarrollo productivo y social –atendiendo a aquel señalamiento de que en El Carmen existen “dos Carmen”– comprendido en una zona bien comunicada con la cabecera y con los servicios básicos que abarca desde el norte de la cabecera hasta la vereda La Chapa al sur, y se le denomina El Valle2 (INER et al., 1993, pp. 47-48). Pero, como hemos dejado notar, hoy, el uso del suelo, presenta variaciones significativas. A continuación, ofreceremos una exposición en la que abordamos diferentes aspectos de la vida campesina y como se ha presentado su evolución.

Ilustración: María José Silva

2 “El otro”, corresponde a las tierras cálidas bañadas por los ríos Santo Domingo y Melcocho cuya producción es diferente y en ellos se puede encontrar: café, plátano, frutales, entre otros

Poblamiento

Primero, esto era puro monte, luego abrieron para agricultura.

Daniel Vargas, habitante de la vereda Samaria.

Es difícil precisar el momento en que se emprende el poblamiento en las veredas del Núcleo Zonal, tal tarea requiere de una revisión de archivos que permita ubicar estudios o patrones que apunten a la descripción de tales rasgos, pero lo que sí podemos señalar es que en la segunda mitad del siglo XX se da el fortalecimiento de tal proceso en la zona. La información más cercana que tenemos la encontramos en los testimonios de los habitantes más antiguos de las veredas; ellos, dan cuenta de la escasa población que habitaba estas tierras 40 o 60 años atrás, pues, por lo general, eran muy pocas las familias y sus tierras abarcaban lo que hoy está poblado por numerosos grupos. Es el caso de Arturo Jiménez, hijo del dueño del terreno donde hoy es el sector Villa María, en la vereda Guamito, al respecto cuenta: “aquí donde estamos solo había dos casas: la de mi papá y la mía y ya fue creciendo a como lo ven hoy ustedes” (A. Jiménez, comunicación personal, 07 de octubre de 2019). De la misma forma, es común que, en otras veredas, los dueños eran familias como los Vargas, los Pérez, entre otros. En cualquier caso, para ese momento, gran parte del territorio era monte, lo demás producción agrícola y ganadería, aunque no de gran extensión y las necesidades por atender eran muchas, los caminos eran trochas, las escuelas funcionaban en casas particulares, el agua se sacaba de los pozos o quebradas, se llevaba a las casas con ariete o con dos baldes que se colocaban en los extremos de un palo que se cargaba sobre los hombros. En fin, aquellos eran tiempos en los que había mucho por construir.

Acción comunal: hacia la atención de las necesidades

Esto no tenía ni entrada, agua, luz, o alcantarillado. A nosotros nos tocó hacer todo.

Carlos Castro, habitante de la vereda Guamito.

Trabajamos con alma vida y sombrero por la vereda.

Gerardo Martínez, habitante de la vereda Samaria. Aún con la cercanía, que ya hemos resaltado, del Núcleo Zonal con la cabecera municipal, las necesidades particulares de las veredas, en muchas ocasiones, tuvieron que encontrar solución sin apoyo institucional. En El Carmen podemos encontrar un fuerte desarrollo de la participación comunitaria, la Junta de Acción Comunal alcanzó tal relevancia en las veredas del municipio que se lograron conformar 42. Por ejemplo, la vereda Quirama obtuvo la personería jurídica para la Junta en el año 1962, y, más recientemente la vereda Guamito fue reconocida en el año 2001. En esta medida, el trabajo organizado de la comunidad ha sido el mecanismo por el cual los habitantes de El Carmen han solucionado muchas necesidades mejorando las condiciones de vida de los habitantes (Restrepo et al, 2002, p. 108). Por lo general, a tal participación se le ha conocido con el nombre de “convite”. En palabras de Toño –habitante nativo de la vereda Quirama–, el objetivo del convite era “atender las necesidades prioritarias para todos” (T. Cifuentes, comunicación personal, 08 de octubre de 2019). El esfuerzo colectivo se desarrollaba para concretar obras con impacto y beneficio social sin esperar más retribución que la posibilidad de dar solución a aquello que se presentaba como prioritario para el bienestar de todos.

La apertura de carreteras, la construcción de escuelas, la consolidación de los servicios básicos y todo lo que apuntaba al mejoramiento de las condiciones de vida en la vereda, se construyó por convenio comunitario, normalmente promovido por personas que ejercían poder –por su capacidad económica o de liderazgo– en ocasiones por el alcalde, o a través de las Juntas. A los convites se sumaban las romerías, recolectas comunitarias, festivales, rifas y ventas de empanadas para obtener los recursos que permitieran materializar las obras

que necesitaban. Carreteras y escuelas condensaron los primeros esfuerzos, luego la cobertura de servicios y así hasta llegar a unos niveles de comodidad y satisfacción que dejan la sensación de que, como lo expresa Argemiro Jaramillo, presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda Samaria, “nos hemos relajado” (A. Jaramillo, comunicación personal, 09 de octubre de 2019). Toño Cifuentes, recuerda que lo que llamaban “caminos reales” eran muy pendientes, y, para hacer la carretera que conecta a Quirama con El Carmen:

Se empezó a pico y pala, pero eran herramientas muy rústicas, no como las de ahora, esas no tenían ni filo. Después, miembros de la vereda gestionaron medios para el trabajo y trajeron bueyes para seguir abriendo la vía; luego, José Gómez Córdoba trajo un buldócer, con ese se alcanza el camino hasta El Salado, hace unos 55 años (T. Cifuentes, comunicación personal, 08 de octubre de 2019). Movilizados por las ventajas que genera en la población poseer vías de comunicación con otros lugares (en términos comerciales, pero también sociales), se unieron esfuerzos en las distintas veredas y aunque las carreteras no se acercaban al estado de las que conocemos, significaban un avance indiscutible. A decir de Nohelia Valencia, habitante de la vereda Guamito, “eso no había camino por ninguna parte, eran trochitas chiquiticas” (N. Valencia, comunicación personal, 07 de octubre de 2019). Por ejemplo, Daniel Vargas, líder comunitario de la vereda Samaria, recuerda cómo se fue conformando y evolucionando el camino de la vereda Samaria, al respecto, cuenta:

Nosotros a punta de pala fuimos abriendo la trocha, la fuimos anchando porque en ese tiempo una máquina era muy difícil. Daba tristeza, como me tocó a mí, ir a Medellín para que vinieran a prestar una colaboración para la carretera, era muy berraco. Entonces fue a punta de pala. El camino estaba hecho hasta San Antonio y abríamos a lado y lado, en ese tiempo no había problema por nada, los vecinos no se oponían. Hoy ponen una máquina a ampliar la carretera un metro de tierra y ahí mismo brincan, en ese tiempo no (D. Vargas, comunicación personal, 12 de octubre de 2019).

Ceder una parte del terreno para atender una carencia de la comunidad, no se limitaba solo al momento de

ampliación de la vía y fue más común de lo que se piensa. También llegó a suceder con los terrenos donde luego se construirían las escuelas. Muestra de ello es el testimonio de don Antonio, un adulto mayor de la vereda La Sonadora, que cuenta cómo aportaron las personas para hacer realidad dicha obra en la vereda:

El papá de Fabiola Zuluaga y el mío fueron los que donaron el terreno pa’ la escuela y pa’ la cancha, porque primero había que ir hasta El Cerro o al pueblo a estudiar. Ahí nació la idea. Se pidió casi primero la profesora que la escuela. Nombraron la profesora y estaban los muros no más (Antonio, comunicación personal, 09 de octubre de 2019). Pero este solo fue el primer paso ya que posteriormente, la comunidad se responsabilizó de lo demás, “si llegaba un viaje de teja a la gruta, hacían convites pa bajarla; adobes, arena, cemento, todo eso lo bajaban en convites. De allá se traían en bestia, eso se comenzó por ahí en el 72” (T. Jaramillo, comunicación personal, 09 de octubre 2019).

Las escuelas de La Sonadora y Samaria, fueron de las primeras en el municipio que se hicieron por acción comunal (Restrepo et al., 2002, p. 109). Gerardo Martínez cuenta que, en Samaria, empezaron a reunirse en un plan en la finca de Emilio Baena “allá hicimos un festival a campo abierto. Armamos dos o tres fogones con leña y pusimos la venta de las empanadas, el aguardiente, la cerveza y el equipo de sonido con seis tacos de pilas”. El objetivo era recoger fondos porque los Vargas –Heriberto y Joaquín– habían donado el lote:

Allá había una casita vieja, antigua, y ya la teníamos como nuestra. Como ya contábamos con que eso era de nosotros, de la vereda, de la Acción Comunal, no nos importó que no pudiéramos tener todavía niños, que no tuviéramos profesora, pero ya estábamos trabajando porque la teníamos

que conseguir. Nosotros nos reuníamos y hablábamos de que nos teníamos que conseguir la profesora; pues así fue, el 16 de abril de 1974 llegó Margarita Jaramillo a dar la primera clase (G. Martínez, comunicación personal, 09 de octubre de 2019).

Gerardo, resaltando la capacidad de cooperación y el interés de la comunidad de la vereda Samaria, destaca una anécdota que cuenta con entusiasmo y que es testimonio del compromiso de las personas aportando a las soluciones de las necesidades compartidas:

- Ya teníamos la escuela con dos salones, ya no era la casita vieja y teníamos tres profesoras (Margarita, Socorro y Marta Sonia). Entonces, Luis Ángel (mi hermano) en ese tiempo era directivo de la acción comunal de la vereda y era delegado a la asociación de juntas. A mí no se me olvida, habíamos regresado a trabajar después del desayuno cuando mi mamá salió: ‘oíste Luis, que vengan que aquí hay unos niños de la escuela que mandó Margarita’, entonces, nosotros paramos el azadón y nos fuimos, subimos a la casa y había cuatro niños y le entregaron una boleta a Luís Ángel, y era porque el director del Núcleo, don Guillermo Álvarez, estaba en la escuela porque había ido a llevarse una profesora. El argumento de él era que había tres profesoras y no teníamos sino dos salones. ‘Hay una profesora que está trabajando en los corredores con los niños y eso no lo podemos aceptar, eso no lo puedo pasar, me tengo que llevar una profesora de aquí’, decía.

Entonces nosotros nos fuimos volaos a hablar con él y nos dijo: ‘¿qué me garantizan ustedes?’ y le dice Luis: ‘que doña Margarita, que era la directora, por medio de los niños, nos va a citar a todos los papás y a todos los habitantes de la vereda a una reunión extraordinaria mañana a las 7 de la noche y usted está cordialmente invitado don Guillermo. Le garantizamos que aquí mañana a las 7 de la noche usted encuentra 50 o 60 personas para que lo escuchemos y le anticipamos que usted la profesora de aquí no se la lleva’. Al otro día estaba la escuela llena y nos dio plazo de un mes para construir el aula, ¡hasta medidas nos dio! En 20 días teníamos el aula construida con piso y todo. En dos meses la teníamos dotada, nos fuimos hasta la secretaría de educación y allá nos conseguimos la dotación. Y, ¿sabe qué le dijimos a don Guillermo cuando lo invitamos a inaugurar el salón? le dijimos: ‘don Guillermo, nos está haciendo falta una profesora’ (risas). Ya necesitábamos cuatro porque la meta era terminar la escuela (G. Martínez, comunicación personal, 09 de octubre de 2019). Historias como estas son prueba de la preocupación por generar procesos de cambio al interior de las veredas, y afianzar espacios en favor de mejorar las oportunidades para la comunidad. Sin la efectiva integración de las personas y los aportes de todos, mucho tiempo hubiera transcurrido hasta que la institucionalidad se hiciera cargo de aquellas necesidades. Aquellos eran tiempos en los que se construía desde las bases, es sabido que en muchas zonas la presencia del Estado es limitada, pero aquí, las iniciativas eran promovidas por aquellos que se enfrentaban a las carencias.

De igual modo sucedió con los servicios básicos para las viviendas. Se abogaba con entidades gubernamentales, pero, en ocasiones, eran pocos los resultados y las respuestas positivas. Para abastecerse de agua, muchas familias construían sus casas con cierta proximidad a las fuentes hídricas, bien fuera en los valles o cerca del cauce de las quebradas. Los pozos, el balde y el ariete, también fueron recurrentes en la tarea de hacer llegar a casa el agua para la satisfacción de las necesidades domésticas.

En el marco de estas dificultades, en la década de 1970, surge la iniciativa de construir acueductos veredales. Por ejemplo, en 1980, Samaria y Quirama

emprendieron la construcción de uno. Al no contar con recursos hídricos en mayoría, los buscaron en las veredas El Cerro y La Milagrosa; en principio, estas se opusieron porque con tal obra se iba a emplear el agua sin abastecer las veredas donde nacían las fuentes. Al final, las cuatro veredas se unieron y llegaron a un acuerdo; luego iniciaron los trámites para buscar la financiación requerida, donde la comunidad participó con la mano de obra por valor de dos millones setecientos mil pesos (Acueducto, 2018, pp. 1112). De igual manera, en 1989 se iniciaron trabajos de ampliación y mejoramiento del servicio, en ellos, “la mano de obra fue aportada por la comunidad” (p. 12). A decir de Daniel, “trabajamos por todas las veredas del acueducto para pagar el derecho. Todo se hizo a nivel comunitario” (D. Vargas, comunicación personal, 12 de octubre de 2019). De manera pues, que, el modo de pago del derecho al servicio del agua de los socios iniciales del acueducto, fueron los jornales de trabajo: abrir zanjas e instalar tuberías.

Experiencias similares surgieron en las comunidades de las demás veredas y en algunas, por ejemplo La Sonadora y Guamito, instalaron servicio de alcantarillado, donde el involucramiento de la comunidad iba desde aportes en la mano de obra para hacer las zanjas (lo que representa parte del trabajo más duro), hasta hacer de comer a los empleados del municipio mientras realizaban la obra.

Si hablamos de espacios de integración, y que además eran una forma eficaz de conseguir el dinero para subvencionar las obras requeridas, fuera de los festivales, las romerías tienen un lugar por derecho propio:

Se recogía plata era por las profesoras. Los muchachos venían y eran felices que porque bailaban con las profesoras. Eso era, ‘¿cuánto da pa bailar con la profesora?’ y el que más diera bailaba con la profesora; se recogía plata por montones (M. Vargas, comunicación personal, 08 de octubre de 2019).

Las limitaciones geográficas, económicas e incluso estatales, hicieron que el sentido de pertenencia hacia el territorio y la dedicación para llevar a cabo obras de interés común fuera muy sólido. Tales características aún persisten, pero no con la misma intensidad y el compromiso del pasado. Existe la tendencia de mirar atrás con nostalgia. El ejercicio de memoria hecho alrededor de lo sucedido permitió en las

comunidades valorar de manera más profunda lo conseguido hasta la actualidad. Fueron muchas disputas y adversidades afrontadas para llegar a lo que existe hoy: acueductos veredales, escuelas con profesoras, vías de comunicación en buen estado, electricidad, transporte, placas deportivas, espacios comunitarios, entre otros. Con relación a lo anterior, Angélica Valencia, habitante de la vereda Quirama, resalta:

Extraño mucho las reuniones de la Acción Comunal donde de verdad se hacían proyectos. Yo me la pasaba detrás de mi papá para todas partes y me acuerdo cuando trajeron el proyecto de la luz a la vereda [Quirama] y lo primero que hicieron fue capacitar a los señores. Y me acuerdo que les enseñaban cómo llevar un bombillo de una pieza a otra, cómo hacer una conexión, algo muy básico para que ellos se desbararan (A. Valencia, comunicación personal, 08 de octubre de 2019).

A pesar de esto, quedan personas como Marcela Lotero, habitante de la vereda Quirama, que creen en la Junta de Acción Comunal como espacio dinamizador de los procesos organizativos, a través de la cual es posible unir nuevamente a las personas, sobre todo a las nativas de las veredas, pues las que han llegado recientemente de otros lugares, no muestran mucho interés por las iniciativas comunitarias (M. Lotero, comunicación personal, 08 de octubre de 2019). Sin temor a equivocarnos,

podemos señalar que la Acción Comunal, fue la que promovió el desarrollo veredal y realizó obras significativas que transformaron las distintas veredas; sin el ímpetu y el trabajo duro de aquellos pobladores que desarrollaron un vínculo y un interés con su territorio, más allá del mero acto residencial, mucho de lo que hoy es el Núcleo Zonal Aguas Claras, hubiera tardado más tiempo en concretarse.

Es claro que hoy no se tienen las necesidades existentes 50 años atrás; hasta aquí hemos intentado dar cuenta de un panorama general de lo construido. Actualmente, las Juntas afrontan problemas diferentes con posibilidades diferentes. Aunque hoy el convite sigue siendo protagonista, los medios disponibles no hacen necesario, por ejemplo, que 30 trabajadores se reúnan a arreglar la carretera; basta con la disposición de un día de trabajo de una máquina para optimizar el estado de las vías y uno o dos trabajadores que puedan realizar acabados en las cunetas. Hoy, muchas necesidades están satisfechas y eso demuestra que el esfuerzo mereció la pena. Actualmente, las comunidades viven otro tipo de conflictos, como el cambio del uso del suelo o la valorización de sus tierras. Atender cuestiones como estas, requiere otras formas de asociación pero el mismo compromiso y sentido de pertenencia por el territorio de sus padres o abuelos.

Cultivos

Ilustración: Manuela López

Después de que llegamos hicieron muchas casas, eso se llenó de casas. «Primero sembraban mucho por aquí, pero ya no siembran nada». Esta es una frase mencionada con frecuencia cuando indagamos por aspectos generales de la vida campesina en décadas pasadas.

Por lo general, el ciclo de cosecha de un año estaba conformado por dos siembras de papa, luego el maíz y finalmente el fríjol, de esta forma se aseguraba una rotación de los cultivos y se cosechaban los alimentos necesarios para el sustento familiar y para el comercio local. Al respecto, Maruja Vargas, recuerda sobre las cosechas de maíz años atrás, “eso hacían unas cosechas grandes y después se almacenaban en lo que llamábamos “La Troja”. Eran varias camas de maíz, como de cinco o diez pisos, para comer todo el año. Con eso se hacía la mazamorra, las arepas” (M. Vargas, comunicación personal, 08 de octubre de 2019).

Antes eran terrenos sembrando papas, coles, repollo.

Después de que se acabó eso pusieron todo aplanado para hacer casas, ya no había más cosechas.

Jesús Aníbal Castro Ríos, habitante de la vereda Guamito. Pero, como es sabido, también se cultivaban coles, zanahoria, lechugas, repollo, brócoli, cebolla, remolacha, fríjol mocho, fríjol cachetón, fríjol pepina, batatas, cidras, arracachas, vitorias, entre otros. Algunos de estos alimentos no necesariamente tenían una gran demanda en el mercado. Como se ha indicado, los productos que mayor importancia económica tenían eran: el maíz, la papa y el fríjol cargamanto.

Lo demás, si bien podían tener algún uso comercial, era más limitado, pero, eso sí, se empleaban en la cocina del hogar. “hacíamos lo que cosechábamos aquí en el arado, eso era lo más bueno”, cuenta Rosalba Valencia, habitante de la vereda Samaria; y añade, “se hacía con lo que hubiera, papas, zanahoria, coles, guasquilas” todo procedente de la parcela, y por lo general, sin el uso de compuestos tóxicos (R. Valencia. comunicación personal, 12 de octubre de 2019). Los alimentos se sacaban en tractor o a caballo, semanalmente se recogían cargas para llevar a la plaza de El Carmen, a Medellín o a Rionegro. También, llegaba hasta El Raizal una escalera que se cargaba con la producción de Aguas Claras, El Cerro o La Milagrosa, y más adelante, en El Salado, recogía lo que salía de Quirama o Samaria “salía de todo y por cantidades”. Para aquel momento, “el que tenía la finquita la cultivaba y de eso vivía. En este momento si usted necesita una cebolla tiene que ir a la galería a comprarla” (M. Tabares, comunicación personal, 07 de octubre de 2019).

A partir de la década de 1980, y como consecuencia del uso indiscriminado de compuestos tóxicos en el cultivo se produjo una intoxicación de los suelos de El Carmen, pero además, “el rompimiento de los ciclos naturales de siembra y cosecha, la alteración en la flora y fauna, la contaminación del agua y del aire” (Tobón, Restrepo, Giraldo, Arbeláez, Betancur, Muñoz, Pareja, Pérez, Giraldo, Agudelo & Castañeda, 2002, p. 70), que derivó en la erosión de los suelos, inmunidad de las plagas, eliminación de insectos benéficos para el equilibrio ecológico y en enfermedades respiratorias para muchas personas. Todo esto, sumado al elevado costo de los insumos y la poca rentabilidad del trabajo operó para que muchos campesinos dejaran de sembrar.

Flores

Tiberio Jaramillo, era habitante de la vereda El Cerro, lleva alrededor de 25 años viviendo en La Sonadora. Durante más de 45 años trabajó la agricultura. Dice que la misma agricultura casi le quita lo que había conseguido con tanto esfuerzo y años de trabajo; fue tal la situación que tuvo media finca hipotecada para pagar las deudas que le dejó la agricultura. Nos cuenta que, por esta razón, hace más o menos 8 años tuvo que hacer un cambio:

Tuve que ponerme a sembrar florecita porque ya la agricultura no daba sino pérdidas. Un kilo de papa lo vendía uno a 200 pesos, pagando trabajadores en esa época a 30 y 35 mil pesos, el bulto de abono por ahí 70 mil y así; y uno vendiendo bulticos de medio a 2500 o 3000 pesos, pero bultos grandes, imagínese pues. Me puse a sembrar flor y volví y me levanté con la florecita (T. Jaramillo, comunicación personal, 09 de octubre de 2019).

Esta situación la vivieron muchas personas; era común encontrar que al final de la cosecha no se alcanzaban a cubrir los gastos del trabajo y los materiales empleados. Así pues, para muchos dejó de ser rentable, “valía más un frasco de veneno que lo que uno sembraba; hubo momentos de mucha plaga y los insumos eran muy caros” (Daniel Vargas, comunicación personal, 12 de octubre de 2019). En las épocas más difíciles, no merecía la pena sacar el revuelto a la plaza, había que dejarlos perder o echárselos al ganado; en otros, llegaba un

comerciante y ofrecía, pero “lo que le ofrecía uno se lo ofrecían todos” y entre más rato pasaba, más se estaba perdiendo.

Con la denominada crisis de la agricultura3, las floristerías tomaron parte importante en la dinámica del trabajo para muchas personas en las veredas del Núcleo Zonal. En Aguas Claras, La Milagrosa, El Cerro, Quirama y Samaria, los cultivos de flores han presentado un desarrollo fuerte en las últimas dos décadas; a la par, estas veredas viven un proceso de expansión inmobiliario que actualmente deriva en la parcelación de grandes lotes, aunque en cada una se presenta con diferente intensidad; a este aspecto es más cercana la vereda Guamito y en contraste, en menor medida con el tema de las flores. En el caso de La Sonadora, la agricultura sigue teniendo una presencia sólida, pero también se afianzan proyectos residenciales y cultivos de flor.

La producción a gran escala de alimentos, no se ha desplazado en su totalidad, pero la que subsiste no se compara, en cantidad, con

3 En El Carmen de Viboral, ésta crisis estaba relacionada con “la carestía de los insumos, la brusca fluctuación del precio de los productos, el aumento exagerado y resistencia de las plagas y el poco estímulo para el agro por parte del gobierno, entre otros aspectos” (Restrepo et al., 2002, p. 136). lo que alguna vez hubo. En cada vereda quedan parcelas dedicadas al cultivo de diferentes productos, aunque la incursión de las flores y las parcelaciones se extiende rápidamente. El maíz y el fríjol siguen teniendo presencia en el cultivo, también la arveja, el repollo, el brócoli, la lechuga, la cebolla larga, entre otros. Como medida de aprovechamiento de la tierra, y en parte para reducir la dependencia del mercado, hay hogares donde se han mantenido huertas en las que siembran cebolla, coles, zanahoria, cilantro, remolacha, plantas aromáticas y medicinales.

Parcelaciones, valorización y nuevos vecinos

En el oriente antioqueño se ha afianzado el desarrollo de proyectos inmobiliarios producto de la expansión de infraestructura del departamento y el aumento de la oferta en materia de construcción. En El Carmen se presenta una situación afín a estos sucesos departamentales y regionales. El área rural del municipio, atraviesa por un momento de valorización producto de los nuevos equipamientos establecidos en la región (asentamientos industriales,

conexiones viales, centros educativos, estaciones de servicios, almacenes de cadena y demás obras de infraestructura). Actualmente, todas las veredas del Núcleo Zonal, viven los efectos de este crecimiento en diversos ámbitos de la vida veredal.

Una vez que la agricultura dejó de tener el mayor protagonismo en la dinámica económica de las veredas consideradas en este análisis, como hemos señalado, se dio apertura a la siembra de flores y más recientemente a la venta de lotes y el establecimiento de parcelaciones que han ocupado grandes extensiones de tierra en veredas como Aguas claras, Quirama y Samaria; pero tal situación también se presenta en las demás veredas. Actualmente, El Cerro y La Milagrosa tienen en marcha procesos de consolidación de parcelaciones; en Aguas Claras se vienen desarrollando hace algunos años estos proyectos residenciales; entre ellos se encuentra la parcelación que lleva el mismo nombre de la vereda y que, según los habitantes de Guamito, ocupa parte del territorio de esta. Otro caso es el que se lleva a cabo en Quirama y Samaria, donde es posible identificar más de 15 parcelaciones, algunas de ellas son: San Antonio La Rioja, La Provincia, La Selva, El Olival, Lomas de San Ángel, Yarumos, Serranías de Quirama, La Guadalupe, Palmares de Samaria, Guaduales de Samaria, Panorama, La Colina, entre otras.

Según información suministrada a Wilfer Cifuentes, presidente de la Junta de Acción Comunal de Quirama, “entre los años 2007 y 2017, esta vereda fue la que más licencias de construcción pagó, pasando de 4,9 % a situarse en un 11,37 %” (W. Cifuentes, comunicación personal, 08 de octubre de 2019), hecho que deja ver la importancia que está tomando en el sector el desarrollo de edificaciones.

La ocupación del territorio por parcelaciones y fincas de recreo han incrementado el valor de la tierra en todas las veredas mencionadas. La percepción general es que el alza del impuesto predial es desmesurada. Al respecto, son ilustrativas las palabras de Carlos Osorio, oriundo de la vereda La Milagrosa:

Ahora hay muchas fincas de recreo y han llegado las parcelaciones; para mí eso ha sido un problema porque ese estrato que llega con los ricos que vienen de las ciudades a comprar la tierra hizo que se disparara el impuesto predial y entre eso caímos los campesinos, los nativos de la región. Los que vivimos en el campo toda la vida y vivimos del campo, nos metieron en el mismo costal del mismo impuesto. Por ejemplo a mí me subió en el 2015 un 800% el impuesto predial y no hay forma de proceder (C. Osorio, comunicación personal, 08 de octubre de 2019). Ante medidas como estas, para los pobladores nativos, resulta casi imposible mantener su porción de tierra. Fincas que estaban avaluadas en cuarenta millones quedaron en trescientos millones de pesos, pero a pesar de esto, vender no parece una opción especialmente para los campesinos establecidos allí desde siempre. La historia del señor Daniel Vargas de Samaria, quien formó parte de la construcción de muchas cosas en la vereda, recoge una mirada a la forma en que se vive esta situación:

Yo manejé la agricultura toda la vida, después la dejé y me pasé a lechería y de la lechería me pasé a hacer nada. Sembraba papa, maíz, fríjol. La dejé cuando no fui capaz de trabajar; esos venenos y los insecticidas me estaban haciendo daño y tuve que dejarlo. Ahora, arrendé la finca, pero nada me gano con eso. La arrendé en cuatrocientos mil pesos mensuales y tengo que pagar cuatro millones de pesos de impuesto predial al

año. Cuatro millones por tres cuadras y media de tierra. Que porque estamos viviendo al bordo de ricos; a nosotros ¿qué nos importa eso? ¿Qué nos importa que haya una cabaña bien hermosa, aquí al lado? El impuesto predial nos tiene llevados. Y si uno vende, ¿para qué vende? ¿Para irse al pueblo a hacer qué? (D. Vargas, comunicación personal, 12 de octubre de 2019).

Los adultos mayores son quienes más arraigo demuestran por sus hogares, han vivido allí toda su vida, formaron parte de los sucesos más significativos de la vereda, su familia, sus hijos, sus amigos, toda su vida se encuentra allí. Con la edad de muchos de ellos, trabajar es imposible y de las pocas rentas que pueden recibir está relacionada con el alquiler de los terrenos, que, como en el caso del señor Daniel, prácticamente solo alcanza para cubrir el costo del impuesto, y eso sin contar con las necesidades básicas que se deben cubrir. En estas condiciones, la valorización está actuando casi como una medida pasiva de desalojo; cada vez es más difícil para los campesinos sostener su parcela y la expansión sigue su curso. Con anterioridad hemos referido la tendencia a la poca integración de los nuevos habitantes de las veredas en la vida comunitaria. Es oportuno resaltar que algunos se muestran interesados en colaborar con asuntos prioritarios como la seguridad o el apoyo económico para los regalos de los niños en las novenas navideñas. A diferencia del pasado, en ocasiones, la interacción se reduce a un asunto monetario en el que simplemente aportan el dinero pero se mantienen ajenos a la vida en comunidad.

Por otro lado, una opinión compartida sobre las personas que llegan a las veredas es que traen muchos caprichos y en ocasiones muchos problemas. Casi pretenden imponer condiciones y su estilo de vida desde el momento en que llegan: “no ponga música”, “corra su casa para allá porque me tiene que respetar 10 metros de distancia”, “no cuelgue la ropa afuera que se ve muy feo”, son algunas de las diferencias presentadas actualmente con los nuevos residentes. Un sector de la comunidad de Guamito ha recibido quejas por parte de un miembro de la parcelación Aguas Claras, pidiendo que quiten el alcantarillado que hizo la comunidad por recomendación de municipio, aunque está en un predio que nada tiene que ver con su propiedad. Alguien que vive cerca de

This article is from: