A veces salto fuera de lo humano: antología poética

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Annapurna. La montaña empírica. (Fábulas de un funcionario cuasimetafísico) Igor Barreto Prólogo de Gina Saraceni

No permitan que el ayer se vaya lejos Humberto Ak’abal Prólogo de Francisco José Cruz

Bellas ficciones Yolanda Pantin

Antonio Deltoro otada de una extraordinaria materialidad, la poesía de Antonio Deltoro está llena de relieves, matices, ecos y reflejos, donde las imágenes se ven, se oyen y se tocan en una plasticidad inusitada […]. Consciente de su condición urbana […], Deltoro se busca en la vegetación y en los animales, con los que se identifica y distingue a un tiempo, como si quisiera encontrar su sitio en la cadena de la vida: “No soy ni un águila, ni un tigre, ni un coralillo, / aunque a veces salto fuera de lo humano”. Francisco José Cruz

A VECES SALTO FUERA DE LO HUMANO

OTROS TÍTULOS DE LA COLECCIÓN

ANTONIO DELTORO Ciudad de México, 1947

A VECES SALTO FUERA DE LO HUMANO

Antonio Deltoro Selección y prólogo de Francisco José Cruz

COLECCIÓN POESÍA

Prólogo de Santos López

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Hijo de exiliados españoles, estudió Economía en la unam. Fue jefe de redacción de la revista Iztapalapa (1979-1983) y miembro del consejo de colaboradores de las revistas Vuelta (1990-1998), Paréntesis (1999-2002) y Letras Libres. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, fue coordinador cultural de la Casa del Poeta Ramón López Velarde (2001-2007) y tutor de poesía en la Fundación para las Letras Mexicanas. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Algarabía inorgánica (1979), ¿Hacia dónde es aquí? (1984), Los días descalzos (1992), Balanza de sombras (Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, 1996; Premio Viceversa de la Crítica Especializada al Mejor Libro Mexicano de Poesía 1997), Poesía Reunida (1999), El quieto (2008), Los árboles que poblarán el Ártico (Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer, 2012), Poesía reunida 1979-2014 (2015) y Rumiantes y fieras (2017). También es autor del libro de ensayos Favores recibidos (2012) y de lacolección de aforismos Por ahora (2018). En 2014, recibió en Serbia el Premio Internacional de Literatura Novi Sad.

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A VECES SALTO FUERA DE LO HUMANO Antología poética

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A VECES SALTO FUERA DE LO HUMANO Antología poética

Antonio Deltoro

Prólogo y selección de Francisco José Cruz

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Reservados todos los derechos © Pontificia Universidad Javeriana © Antonio Deltoro Primera edición: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá D. C., agosto de 2020. isbn (impreso): 978-958-781-515-3 isbn (digital): 978-958-781-516-0 doi: https://doi.org/10.11144/ Javeriana.9789587815160 Número de ejemplares: 300 Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia

Cuidado de texto: Felipe Pardo Diseño de pauta gráfica: Ignacio Martínez-Villalba Diagramación: María Victoria Mora Diseño de carátula: Ignacio Martínez-Villalba Impresión: Xpress | Kimpres

Editorial Pontificia Universidad Javeriana Carrera 7.ª n.º 37-25, oficina 13-01 Edificio Lutaima Teléfono: 3208320 ext. 4752 www.javeriana.edu.co/editorial Pontificia Universidad Javeriana | Vigila­ da Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno.

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Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin la autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana

Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S. J. Catalogación en la publicación Deltoro, Antonio, 1947-, autor A veces salto fuera de lo humano : antología poética / Antonio Deltoro ; prólogo y selección de Francisco José Cruz. -- Primera edición. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2020. (Colección poesía). 130 páginas ; 12.5 x 20 cm isbn: 978-958-781-515-3 1. Poesía mexicana - Antologías 2. Literatura mexicana - Antologías I. Cruz Pérez, Francisco José, 1962- prologuista II. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Sociales CDD M861 edición 21 inp 01/07/2020

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CONTENIDO

ANTONIO DELTORO, ENTRE EL PASMO Y LA LUCIDEZ Francisco José Cruz 11 NOTA A ESTA EDICIÓN Francisco José Cruz 17 A modo de introducción  21 De Algarabía inorgánica (1979) Nocturno de las gallinas  23 De ¿Hacia dónde es aquí? (1984) Jueves 24 Cables 26 Árbol consentido  27 Papalotes 28 Trompo 29

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Domingo 30 Cuídate de mí  31 Martes 32 Los paisajes hundidos  33 De Los días descalzos (1992) Primaria 34 Submarino 38 Viaje 39 La plaza  40 Fútbol 44 Azoteas 45 Alcantarillas 47 Restorán 48 La casa vendida  49 Anciano 50 Sobremesa 51 De Balanza de sombras (1997) De mañana  52 Sol en un cuarto vacío  54 Caligrafías 55 Vecinos 56 A lápiz  58 Los tímidos  59 Playa 60 Sequía urbana  61 Pájaros 62 Esta luz  64 De El quieto (2008) Un árbol  65 Camino a la sierra 15  66

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Niebla 68 A un eucalipto  69 Oración 71 En la costumbre  72 Giros 74 Fotosíntesis 75 En luna menguante  76 Retrato 77 Hamaca 80 El quieto  82 De Los árboles que poblarán el Ártico (2012) Primavera 84 Gatos 85 Conversación 87 Sartén con papas fritas  89 Edad 90 Oasis 91 La mosca  92 A bote pronto  94 De Rumiantes y fieras (2017) A un vaso  95 Una mesa  97 Parque México  99 En el fondo  101 Libélulas 102 Preguntas 104 La lengua de la amnesia  105 Canta la pesadilla  106 Pasillo 107 Viejos 108

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De Tres poemas y medio (2017) Vocación por el suelo  109 Inéditos Cempasúchil 111 Resurrección 112 Zurdo 113

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A N T O N I O D E LT O RO , E N T R E E L PA S M O Y L A L U C I D E Z

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M

i admiración por la poesía de Antonio Deltoro precede a nuestra ya vieja amistad e involuntariamente la propicia. A veces, ciertos hallazgos no son tan casuales como parecen, sino el resultado de una predisposición a encontrar eso que, en cada etapa de la vida, uno necesita para enriquecer su experiencia personal o lectora, que, en el fondo, viene a ser la misma. Algo así me sucedió cuando, a comienzos de julio de 1994, Chari y yo visitamos en Lisboa al poeta venezolano Eugenio Montejo, quien, por entonces, era consejero cultural de la embajada de su país en la capital lusa. En su casa, donde nos hospedamos pocos e intensos días, Chari descubrió, bajo el sello de Pequeña Venecia, una reciente antología de poesía hispanoamericana, a cargo del crítico peruano Julio Ortega. Espigando sus páginas, sin demasiado detenimiento, nos salieron de pronto, al paso, unos versos de Deltoro que nos incitaron a leer enteros esos poemas. Después de tantos años, ya no recuerdo cuáles fueron ni qué nos atrajo de ellos. El caso es

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que aquella inesperada y breve lectura nos animó a buscar a su autor con el fin de publicarlo en Palimpsesto, lo que hicimos en el n.º 10 de la revista, correspondiente a 1995, donde aparecen cinco poemas suyos. A partir de esta lejana fecha, gracias a un asiduo intercambio epistolar y telefónico, fueron cimentándose nuestro perdurable afecto y mi gradual conocimiento de su poesía, cada vez más dentro de mí, al punto de preparar una muestra de ella, titulada Poemas en una balanza, para el n.º 14 de nuestra colección de libros, en 1998. Así que, cuando a finales del año siguiente, vino a Carmona, aprovechando un viaje por España —la tierra natal de sus padres, exiliados tras la Guerra Civil—, tuve la ilusoria impresión de que no era la primera vez que nos veíamos. Tan inmediata corriente de empatía surgió entre nosotros que, habláramos de lo que habláramos, parecíamos reanudar conversaciones anteriores con renovado entusiasmo, en las que las afinidades literarias y confesiones personales colmaron todas las expectativas de aquel inolvidable encuentro. Desde entonces, ya se han cumplido dos décadas de una entrañable y fructífera relación con un hombre condescendiente, discreto y comunicativo a un tiempo, tan atento a mis cosas como yo a las suyas, pese a los quince años de diferencia entre ambos. Siendo un innegable maestro para mí, siempre me ha hecho sentirme a su misma altura. Su temprano interés en mi poesía me supuso, en su momento, un decisivo estímulo por venir del primer poeta de su importancia que, a la menor oportunidad, la ha difundido en sus ámbitos de influencia. Mi estrecho y constante trato con Antonio Deltoro, ya sea a distancia o in situ, en México o Carmona, me ha permitido aprender de un lector sui géneris, libre de prejuicios, capaz de poner en contacto poemas muy disímiles e identificarse con ellos, aunque estén lejos de su propia escritura. Prácticas de este tipo son habituales en sus ensayos y en sus talleres. En estos últimos, recomendaba la ruptura a los alumnos que optaban por la continuidad y la continuidad a aquellos que se inclinaban

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por la ruptura, como benéfico ejercicio contra cualquier dogmatismo de escuela. Este espíritu abierto, receptivo, en el que, según reza uno de sus aforismos, se contempla “lo cordial como ruta”1, rige también su poesía, que es, por encima de todo, la simple y misteriosa celebración de la vida, sin más normas ni obligaciones que la de dejarse llevar por la curiosidad o el ensimismamiento. Para ello, es necesario estar predispuesto al asombro, ese que “tiene que ver con la admiración y el pasmo”2 ante la realidad circundante y el propio mundo interior, a los que la libertad imaginativa de la infancia confunde y transforma. Una actitud evasiva, alérgica a la disciplina rutinaria o a la atención forzada, privilegia el ocio, el recreo y el juego en poemas como “La plaza” o “Azoteas”, espacios de asueto, de distracción, para estar con los otros y con uno mismo. En ellos, el poeta ve y siente con los ojos del niño, pues “el recuerdo no habita el pasado, sino el presente”3. Dotada de una extraordinaria materialidad, la poesía de Antonio Deltoro está llena de relieves, matices, ecos y reflejos, donde las imágenes se ven, se oyen y se tocan en una plasticidad inusitada, tan dúctil y golosa a la vez, que algunos poemas, a duras penas, resisten la tentación de mantener el tema principal que los guía, desplegándose en diversas direcciones de sentido, sin perder la unidad de fondo. De ahí, los frecuentes desvíos, merodeos y digresiones que, cuando menos lo esperamos, nos llevan a otro sitio, sin salirse del camino inicial. Pero no siempre ocurre así. Hay poemas que parten de una vivencia determinada y desembocan en otra. Esta cualidad expansiva, e incluso centrífuga, característica del distraído o caviloso, se

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Por ahora (Ediciones Sin Nombre: Ciudad de México, 2018), 13. “Algunas preguntas a Antonio Deltoro”, entrevista de Francisco José Cruz. En Poemas en una balanza de Antonio Deltoro (col. Palimpsesto: Carmona, 1998), 52. 3  Por ahora, 34. 1  2

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apoya normalmente en versos largos, demorados —en correspondencia con la idea de que “la lentitud es para él una forma de hipnotizar a la fugacidad y hacer que permanezca todo un poco más con nosotros” 4— y anticipan la prosa de “Zurdo”, poema autobiográfico de largo aliento, cuyos fragmentos reúnen temas y tonos diversos en pos de una dimensión totalizadora. Escrito en tercera persona, como si el paso de los años alejara al poeta de sí mismo, “Zurdo” condensa su creciente conciencia del tiempo. A partir de Balanza de sombras, su cuarta entrega, la visión auroral, dominante hasta entonces, convive con la vespertina, inquietante e incierta. Dicho contraste lo simbolizan bien, por la singular belleza de sus construcciones, “De mañana” y “Esta luz”. Así, sin caer en un pesimismo irreversible, el puro asombro se convierte gradualmente en extrañeza, esa hermana del desconcierto. En dicho tránsito, acorde con una mayor cautela expresiva y, por ende, anímica, el verso se acorta. Ya el poeta no se conforma con ver las cosas solo por el lado de su deslumbrante milagro. Ahora “combina la magia con la agudeza de observación de un arqueólogo”5, hasta que la inocencia carga con su sombra de culpa o la naturaleza idílica muestra también su inevitable crueldad, como sucede en “Libélula”, donde la apariencia inofensiva de estos delicados insectos esconde una implacable habilidad de consumados cazadores. Este poema prueba, además, el carácter documental que asoma su poesía, al recurrir, a veces, a datos científicos no comprobables a simple vista por un inexperto en la materia. De este modo, la mera curiosidad de antes, se vuelve, en sus últimos libros, denodado afán de conocimiento.

“Zurdo”. En El quieto de Antonio Deltoro (Biblioteca Sibila-Fundación bbva: Sevilla, 2008), 99. 5  “Zurdo”, 88. 4

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Consciente de su condición urbana, “hijo del botón que inicia e interrumpe, / no del continuo de la música / de viento entre los árboles”6, Deltoro se busca en la vegetación y en los animales, con los que se identifica y distingue a un tiempo, como si quisiera encontrar su sitio en la cadena de la vida: “No soy ni un águila ni un tigre ni un coralillo, / aunque a veces salto fuera de lo humano. […] / Por la noche, en el constante penduleo del insomnio, / acompaño a los perros en su viaje quimérico hacia el lobo, / y con ellos me encuentro entre la luna y el hombre” dice en “Los paisajes hundidos”, temprano poema de ¿Hacia dónde es aquí? Esta manera de situar las cosas, comparándolas con otras, es un procedimiento habitual de esta obra y, quizá, el germen de su paulatina tensión dialéctica entre espacios y tiempos opuestos, el microcosmo y el macrocosmo, lo doméstico y lo salvaje, el abandono de un contemplativo y la actitud incisiva de un penetrante observador, la vejez y la infancia, la intimidad y la intemperie y, en definitiva, entre el pasmo y la lucidez. Ante estos vaivenes de la existencia, el poeta busca la serenidad, vivir “a bote pronto, / como siempre / sin simbolismos / ni trascendencias”7. Así, pues, la visión dinámica, abierta e inconformista de esta poesía —en la que rasgos líricos se unen a los narrativos, la imagen a la anécdota— siempre trata de ponerse en el lugar del otro, de lo otro —animado e inanimado—, a veces para humanizarlo, a veces para deshumanizarse. Antonio Deltoro, quien “quisiera fundar una religión de agradecidos y estoicos, de gustadores y valientes”8, reconcilia

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“Camino a la sierra 15”. En El quieto, 10. “A bote pronto”. En Los árboles que poblarán el Ártico de Antonio Deltoro (Ed. Visor: Madrid, 2012), 88. 8  “A modo de introducción”. En Rumiantes y fieras de Antonio Deltoro (Ediciones Era: Ciudad de México, 2017), 10. 6  7

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en su espíritu creador la cordialidad machadiana y la abismada lucidez de Octavio Paz, hasta componer una de las obras más hondas y personales de las últimas décadas en nuestra lengua. FRANCISCO JOSÉ CRUZ CARMONA, ENERO DE 2020

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N O TA A E S TA E D I C I Ó N

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on el fin de dar el máximo protagonismo a cada poema y favorecer las relaciones entre ellos, he colocado uno detrás de otro, en el orden cronológico de publicación de las obras a las que pertenecen —indicadas en las páginas del Contenido—, excepto “A modo de introducción” (de Rumiantes y fieras) y “Zurdo” (de El quieto), escritos en prosa, los cuales, respectivamente, abren y cierran este volumen, dado su carácter confidencial de autorretrato. Así, se crea, hasta cierto punto, la ilusión de un nuevo libro, sin dejar de ser una antología, en la que he incluido los inéditos “Cempasúchil” y “Resurrección”, que Antonio Deltoro me envió muy pocos días antes de su grave accidente doméstico, ocurrido en febrero de 2018. FRANCISCO JOSÉ CRUZ

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ANTOLOGÍA POÉTICA

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A MODO DE INTRODUCCIÓN

Nací enredado en el cordón umbilical. Después de mucho esfuerzo, a riesgo de la vida de mi madre y casi muerto, me sacaron las enormes pinzas del fórceps. Fue de tal manera brusca la operación que mi lado derecho quedó afectado de por vida, a veces pienso que también el cerebro. Tuve suerte, dicen, porque era un médico experto, quizás un poco distraído, y, ayudado por una buena partera, logró, según mis padres, salvarme sin daños mayores. Esto último matiza algo que hubiera resultado peor: de allí nace mi optimismo, de allí los espacios para mi imaginación y las rutas difíciles. La fantasía me hace olvidarme, hasta que, como camionero que se duerme al volante, me despierta un golpazo. Pero sigo, por ahora, sin demasiados raspones, manejando. Desde chiquito hago oraciones, desde pequeño rezo y alabo; desde ese entonces, hijo de agnósticos, soy un agnóstico, pero creo en los dioses: en encomiendas y potestades. Diariamente despierto cuando miro a los árboles, recibiendo los nombres de sus troncos y hojas (es curioso cómo depende de sus hojas el nombre de los árboles, es curioso cómo dependo de sus nombres); en las mañanas comienzo una oración abriendo, casi al mismo tiempo, la ventana y los labios: pino, ciruelo, tepozán, encino, pirul, álamo, aguacate… En las noches también rezo; no me equivoco, no confundo los dioses del día y de la noche: con los dioses nocturnos uno puede tropezarse, desbarrancarse y no verlos; pueden acechar en una rama o en una esquina; no están en las estrellas, rara vez en los sueños; caminando o reptando, movedizos, viven a ras del suelo, al margen de los astros. No conozco sus nombres, pero les hago oraciones y ruegos.

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La Tierra es una isla: este planeta generoso parece ser el único habitado. Vivo en el Planeta Vivo, por ahora; la vida por simple y pobre que sea es la abundancia; es una excepción azarosa que dura poco; quisiera fundar una religión de agradecidos y estoicos, de gustadores y valientes. Si tuviera memoria y corazón, podría datar mi vida en afectos: me componen perros, libélulas, rumiantes, piedras, vecinos, parientes y gatos, no los mismos de siempre; ay, se van muriendo. Yo que comencé como erizo me he vuelto zorra, mi querido Isaiah Berlin, sin teorías y con curiosidades. La amistad no es un club, ni un partido, ni una secta, ni incluso un techo común: es la simpatía más pura y sutil, es una curiosidad misteriosa y cordial.

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NOCTURNO DE LAS GALLINAS

En el corral vecino matan una gallina. ¿Cuántas habrán muerto esta noche? Ahora es un cerdo el que se queja del cuchillo. Noche de insomnio en la que se adivina entre las mantas la intemperie del frío. Noche en la que la muerte se cuela, entre las mantas, como un anticipo. Ayer mismo, mientras cenábamos entre muchachas rubias, en la mesa vecina, el silencio y el grito se daban de picotazos. Una pareja ya metida en la edad, se clavaba una y otra vez en la náusea y en el infarto. Él, rojo, gritaba con los ojos inyectados, llenándose el buche con grandes trozos de carne, había un gesto estúpido y cerril en su rostro gallináceo. Ella, triste y cruel, calva de plumas, no le miraba, silenciosa, aguardaba a que estallara. Él lo sabía, le hería su silencio, que era la envoltura perfecta del odio, su silencio presagiaba hemorragias.

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Ahora otro cerdo es degollado. ¿Y nosotros, que pendemos del dolor, cabezas de cerdo atravesadas por un ojo por el gancho de la sorpresa, cómo sentimos todavía los picotazos? ¿Y ustedes qué hacen ahí, entre las muchachas rubias y el degollado?

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JUEVES

A los amigos del jueves

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El jueves amanece a la misma hora que todos los días y mucho más abierto. Es tan generoso conmigo que me entra en la mano caluroso y preciso como una pelota de esponja. Discreto, como esas cosas que por fuera son nada, a veces amanece nublado como si el miércoles no lo anunciara con sus gritos agudos. Es tan grave, sin duda, que sirve a la sorpresa caminando tranquilo por las noches del viernes. Se come a gajos como una mandarina y por las tardes sabe como una manzana. En todos los jueves está presente el jueves, aun hoy que es martes está presente el jueves. Se puede caminar los jueves como Cristo en las aguas del lago Tiberíades e ir sin pisar jamás ni lunes ni domingo derechito hasta el jueves. Sus mañanas están pobladas de aceras, de calles, de periódicos, hay gente que las vive miércoles y hay gente que las vive viernes, yo las vivo jueves como un viaje intensísimo y largo o como un sueño que no quiere acabar. Apenas son las doce y ya he conocido mujeres que me han llevado al entusiasmo, la pelota ha golpeado la pared, me ha llenado de vejez un anciano.

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Los jueves el tiempo se detiene, surgen la poesía y los amigos, es un día de piernas fuertes y de mirada serena en donde por las noches transcurren muchas vidas. Abandono el volante y me voy a volar, es jueves en el tiempo del mundo, es jueves en este acantilado sobre esta playa tenue, es jueves hoy por la mañana, es jueves en los labios del jueves. En el viaducto blancas paredes conducen al auto por la noche, todo tiempo es jueves entre un puente y otro hacia la casa. El árbol de los jueves es ancho como el tiempo de los jueves, los pájaros cubren sus elevadas ramas y surcan el espacio: el cielo de los jueves es un archipiélago de islas alargadas. Trepar a las primeras ramas de ese árbol es mirar de cerca la distancia, montar en el asombro, saber que si un jueves es un tigre, el otro puede ser volcán y parecerse. De mañana, cuando el patio se abre suspendido en el juego, cuando se entra por fin a la clase de historia, cuando las tardes estimulan la fuga y se quedan atrás, olvidados en el aula, los apuntes de química, entre niños estudiosos y niñas aplicadas se prepara a lo lejos el partido nocturno. También los jueves la gente se suicida, pero no es la misma del lunes o del sábado, los suicidas del jueves son suicidas serenos, irrevocables, que se hunden en las aguas del jueves para siempre.

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Annapurna. La montaña empírica. (Fábulas de un funcionario cuasimetafísico) Igor Barreto Prólogo de Gina Saraceni

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Antonio Deltoro otada de una extraordinaria materialidad, la poesía de Antonio Deltoro está llena de relieves, matices, ecos y reflejos, donde las imágenes se ven, se oyen y se tocan en una plasticidad inusitada […]. Consciente de su condición urbana […], Deltoro se busca en la vegetación y en los animales, con los que se identifica y distingue a un tiempo, como si quisiera encontrar su sitio en la cadena de la vida: “No soy ni un águila, ni un tigre, ni un coralillo, / aunque a veces salto fuera de lo humano”. Francisco José Cruz

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Hijo de exiliados españoles, estudió Economía en la unam. Fue jefe de redacción de la revista Iztapalapa (1979-1983) y miembro del consejo de colaboradores de las revistas Vuelta (1990-1998), Paréntesis (1999-2002) y Letras Libres. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, fue coordinador cultural de la Casa del Poeta Ramón López Velarde (2001-2007) y tutor de poesía en la Fundación para las Letras Mexicanas. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Algarabía inorgánica (1979), ¿Hacia dónde es aquí? (1984), Los días descalzos (1992), Balanza de sombras (Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, 1996; Premio Viceversa de la Crítica Especializada al Mejor Libro Mexicano de Poesía 1997), Poesía Reunida (1999), El quieto (2008), Los árboles que poblarán el Ártico (Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer, 2012), Poesía reunida 1979-2014 (2015) y Rumiantes y fieras (2017). También es autor del libro de ensayos Favores recibidos (2012) y de lacolección de aforismos Por ahora (2018). En 2014, recibió en Serbia el Premio Internacional de Literatura Novi Sad.

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