Capitalismo, aparatos de Estado y violencias
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Capitalismo, aparatos de Estado y violencias Sobre la crítica de Karl Marx de la
economía política
Christian FajardoReservados todos los derechos
© Pontificia Universidad Javeriana
© Christian Fajardo
Primera edición:
Bogotá, D. C., marzo de 2023
isbn (impreso): 978-958-781-806-2
isbn (digital): 978-958-781-807-9
doi: https://doi.org/10.11144/
Javeriana.9789587818079
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Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S. J. Catalogación en la publicación
Fajardo Carrillo, Christian Julián, 1988-, autor Capitalismo, aparatos de Estado y violencias : sobre la crítica de Karl Marx de la economía política / Christian Julián Fajardo Carrillo. -- Primera edición. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2023.
252 páginas ; 11 x 21 cm
ISBN: 978-958-781-806-2 (impreso)
ISBN: 978-958-781-807-9 (electrónico)
1. Capitalismo 2. Economía política 3. Política y gobierno IV. Ciencia política V. Estado VI. Teoría política II. Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá. Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales
CDD 330.122 edición 21
A Emilio, mi apertura a la contingencia del mundo
Del mismo modo que por el sabor del trigo no sabemos quién lo ha cultivado, ese proceso no nos revela en qué condiciones transcurre, si bajo el látigo brutal del capataz de esclavos o bajo la mirada ansiosa del capitalista.
Karl Marx, El capitalNo tuvo más remedio que ceder ante mis argumentos, porque todo aquello que había conquistado: la confianza ajena, la fama, las amistades, el amor…, todas esas cosas que le habían elevado a la categoría de dueño y señor habían hecho también de él un cautivo. Con ojos de propietario contemplaba la vespertina paz; el río, las casas; la perpetua vida de los bosques, la de aquella vieja porción de humanidad; los secretos que el terruño encierra, el orgullo de su propio corazón; pero eran estos los que le poseían a él, los que se lo habían hecho suyo por completo, hasta lo más íntimo de su pensamiento, hasta el más leve latido de su sangre, hasta su último suspiro.
Joseph Conrad, Lord JimIntroducción
El fracaso del doctor rojo
Karl Marx, en 1867, publica la primera edición del primer volumen de El capital, en Londres. Sin embargo, el éxito y la popularidad de esta publicación llegó en 1871, es decir, después de la aparición de un texto que convirtió a Marx en una celebridad: la famosa Guerra civil en Francia. Este texto ajeno a El capital permitió que su nombre saliera de un prolongado anonimato. Él mismo escribió al doctor Kugelmann las siguientes palabras en una carta fechada en junio de 1871: “La guerra civil está teniendo una resonancia demencial y tengo el honor de ser en este momento el hombre más calumniado y más amenazado de Londres. Algo que le hace mucho bien a uno después del tedioso idilio de veinte años en la soledad de los bosques” (Stedman Jones 2018, 583).
En esas palabras de Marx resuena cierto alivio de hacerse visible, incluso después de tres años de la publicación de El capital. Llama además la atención
que el pensador de Tréveris se haya sentido congraciado con esa fama, a pesar de que ese texto se hizo célebre, en parte, porque en el diario Le Journal de Paris (órgano informativo de la derecha de Versalles) se decía que Marx —Le Docteur Rouge et terroriste— había presuntamente enviado una carta a los miembros de la Internacional de París, instruyéndolos para que iniciaran una insurrección. Además, al reproducir esta noticia, el diario The Times confundió la “Internacional” con la “Alianza” de Bakunin, “aduciendo que es una entidad que exigía la abolición de la religión y el matrimonio” (Stedman Jones 2018, 584). A estas respuestas sin rumbo de la derecha del mundo occidental, sumémosle la reacción de la prensa bonapartista que decía que la Comuna había sido de Bismark y que Marx era su agente. No obstante, estas calumnias tuvieron sus efectos. Su editor Meissner en Hamburgo acordó una nueva edición de El capital que sería publicada, no sin muchas dificultades y retrasos por parte de Marx, en 1873, después de que, precisamente, en 1871 empezara a escasear la primera edición de su obra. Por su parte, Marx estaba enfermo y agotado. Con muchas dificultades, logró publicar esa segunda edición y además revisó la traducción al francés. Ante el éxito del que empezó a gozar ese primer volumen, sus editores y las personas que lo rodeaban hicieron lo posible para que el ambiente de la familia Marx fuera más llevadero y para que el intelectual preparara el segundo volumen de su obra. Sin embargo, en la década de los setenta, encontramos a un Marx lleno de dudas. No solo porque no lograba encontrar claridad en sus propias formulaciones, sino porque parecía que su plan inicial se había venido abajo debido a su ambición. Recordemos que
ese segundo volumen estaría consagrado al análisis del capital en una escala ampliada.1
Lo cierto es que, a pesar del entusiasmo de sus lectores y de las continuas exhortaciones de Engels para que continuara con su obra, Marx nunca terminó El capital. Su archivo estaba lleno de torrenciales borradores que no pudo ni quiso poner en orden. El fin de ese impulso infructuoso fue en julio de 1878. En ese momento, “inició una versión en limpio, pero luego de siete páginas desistió y, según parece, nunca más volvió sobre la tarea” (Stedman Jones 2018, 619). Se puede decir, de cierta manera, que ese fue el inicio del fracaso del marxismo. Su creador no logró llevar a término su ambiciosa crítica de la economía política. Tampoco el marxismo logró convertirse en la crítica y el movimiento que aniquilaría al capitalismo, al subordinar toda emancipación a la ciencia marxista y a los militantes políticos autorizados. Sin embargo, a más de siglo y medio de la ocurrencia de estos hechos, es posible revaluar y ver en ese fracaso su verdadero legado. Este pensamiento ciertamente fracasó como una teoría explicativa de la realidad, pero tuvo éxito, como lo aprecia el fenomenólogo francés Maurice Merleau-Ponty (1908-1961), al convertirse en un mundo más o menos intelectual y político en el que muchos se han ejercitado en la tarea de la crítica de nuestra realidad. Precisamente, ese es el lugar de Marx en la historia del pensamiento político, “una matriz de experiencias intelectuales e históricas, que puede siempre, mediando algunas hipótesis auxiliares, ser salvado del fracaso, así como todavía se puede sostener que no se
valida en bloque para su éxito” (Merleau-Ponty 2010b, 1556. Traducción propia).
De acuerdo con lo anterior, Merleau-Ponty considera que las tesis de Marx son tan verdaderas como el teorema de Pitágoras, es decir, como un cierto modelo de comprensión de nuestra realidad entre otros posibles. Por eso, después de la caída de la Unión Soviética, de los repetidos fracasos de los movimientos armados que se llamaron marxistas y de los continuos intentos fallidos de cierta ortodoxia de decir que el marxismo es la teoría de la sociedad más avanzada, nos queda un Marx en su justa proporción: un clásico. Y, continuando con las esclarecedoras palabras de Merleau-Ponty en el prefacio a su libro Signos, diremos que a los clásicos se les reconoce en que “[…] ninguna persona los puede tomar al pie de la letra, y que sin embargo los hechos nuevos no están jamás absolutamente fuera de su competencia, los clásicos jalonan de los hechos nuevos ecos, que revelan en ellos nuevos relieves” (2010b, 1557).
Este libro se posiciona en esa justa proporción. Busca servirse de ese Marx derrotado para contribuir a la crítica del capitalismo, siguiendo una muy delimitada preocupación: las condiciones de posibilidad de este modo de producción capitalista, desde el punto de vista de las formas de violencia que lo atraviesan. También busca abordar las siguientes preguntas: ¿cómo es posible que en nuestros días la valorización del capital siga intacta a pesar de sus resultados devastadores, a pesar de que se han ensanchado cada vez más las desigualdades, a pesar de que se ha atentado en contra de la integridad de nuestro mundo natural y a pesar de las continuas guerras que se han hecho para introducir materias primas, como el petróleo y los minerales, en
la circulación mercantil?, ¿qué es lo que hace que el capitalismo adquiera existencia hasta el punto de haberse convertido no solo en una manera de producción, sino en un mundo en el que habitamos?
Al desarrollar estas preguntas, este libro pretende diferenciar dos tipos de análisis de las violencias que hay en el capitalismo contemporáneo. Por un lado, se encuentran las violencias que el capitalismo produce. Estas son de toda índole: estructurales, simbólicas, físicas, etcétera. Son esas violencias a las que nos vemos enfrentados y enfrentadas todos los días. En los medios de información y en nuestra vida cotidiana nos encontramos con desalojos, con muertes a causa del hambre, con formas de explotación laboral descontroladas, entre muchísimas otras. Por otro, están las violencias que de modo hipotético llamo trascendentales , es decir, aquellas violencias que podemos comprender como condiciones de posibilidad de las violencias que percibimos y que habitamos. Acá estoy comprendiendo por trascendental, en un sentido kantiano, “todo conocimiento que se ocupa en general, no tanto de objetos [las violencias que percibimos y vivimos], como de nuestra manera de conocer los objetos, en la medida en que ella ha de ser posible a priori” (Kant 2016, B28). Estas violencias de segundo orden, ciertamente, a pesar de ser a priori, son históricas, pues son disposiciones de nuestra sensibilidad que permiten que las violencias de primer orden tengan lugar.
Para señalar esta dimensión histórica de lo que Kant llamó a priori, quizá deba remitirme a Las palabras y las cosas del gran filósofo francés Michel Foucault (1926-1984). En esta obra se desarrolla no tanto la necesidad de comprender la epistemología moderna,
sino su campo epistemológico o sus condiciones de posibilidad (2018, 15 y 256). Sin embargo, para Foucault estas condiciones, a pesar de su carácter a priori, reposan sobre unas condiciones históricas, pues toda mediación sensible que permite una forma de experiencia es, en último término, una formación histórica de lo sensible. En esa dirección, comprendo acá la dimensión trascendental de las violencias que vamos a estudiar. La hipótesis de este libro consiste, de este modo, en poner en evidencia lo siguiente: la crítica del capitalismo puede tomar como rumbo el estudio de las condiciones de posibilidad de la violencia del modo capitalista de producción que, a su vez, son también formas de violencia. Pensemos en un caso: el del desalojo. Según un análisis general, hay una violencia estructural que le permite a una persona jurídica expropiar a una familia al no pagar sus deudas. Esta violencia la produce el capitalismo, de la mano de los aparatos de Estado. Sin embargo, más allá de la denuncia de esa injusticia estructural, me interesa encontrar las condiciones que hacen posible esa violencia. En eso radica mi propuesta de crítica.
A estas violencias, que hacen posible el desalojo, les he dado el nombre de suplementos, 2 de elementos añadidos a la realidad que habitamos para hacerla vivible. En este libro diferencio, al menos, dos: la violencia ideológica y la violencia jurídica. La primera de ellas es la disposición sensible que nos permite convivir
2 Siguiendo la geometría, entiendo por suplemento la parte no contada de un ángulo, que, sin embargo, hace parte de la cuenta total de un ángulo plano (180°). De modo que al señalar el carácter suplementario de la violencia, busco reflexionar sobre las violencias invisibles, que son condiciones de posibilidad de las violencias que aparecen en nuestra experiencia. En otras palabras, las violencias como suplementos son aquellas formas de violencia no contadas y que, de todas formas, hacen parte de los procesos de las violencias que habitan en nuestra experiencia.
con la necesidad de valorizar el capital. La segunda es simplemente la atribución que le otorgamos a la ley de aparecer como una autoridad sin fundamento, es decir, como la atribución que le damos a la ley para expresar su justicia a través de su mera y desnuda legalidad. Para encontrar estas formas de violencia, que son suplementos que hacen posible nuestra vida en común, me sirvo del pensamiento de Marx. Específicamente del primer volumen de El capital. Con esta inquietud, hago un recorrido por sus secciones y capítulos, intentando encontrar esos ecos de los que habla Merleau-Ponty. Para darle más actualidad, busco también ponerlo en discusión con la teoría política contemporánea, con algunos casos de coyuntura y, de una manera fragmentaria, con algunos pasajes de la ficción literaria.
Mi propuesta es la siguiente. El libro está dividido en dos partes. Una se consagra a la búsqueda de esas violencias suplementarias en el capitalismo y en los aparatos de Estado. La otra, en cambio, busca encontrar algunos elementos de crítica dirigidos a esas formas trascendentales de violencia. La obra en su conjunto cuenta con seis capítulos. Una vez releído y corregido en varias ocasiones el manuscrito, he notado que el capítulo 1 es el de más difícil acceso. Allí hago una reflexión sobre el epílogo de la segunda edición de El capital, buscando mostrar que, para Marx, las condiciones de posibilidad del capitalismo están implicadas en un proceso de conversión de lo contingente en lo necesario. Con esto quiero decir simplemente que el capitalismo es una manera de producir mundo, cuya violencia primordial consiste en hacerlo aparecer —ante nuestra percepción y vida afectiva— como definitivo, ineludible y envolvente,
es decir, como si fuese necesario, como si no fuese posible encontrar una alternativa distinta a él. Además, esta violencia descuida y oculta la profunda contingencia y finitud que sustenta la existencia del capitalismo. En ese primer tramo, muestro que Marx, a través de su comprensión dialéctica del mundo, aduce que ese ocultamiento es, precisamente, la mistificación que lo hace existir. Esto me permite decir que el capitalismo es la reproducción constante de una violencia que transforma su finitud en infinitud, su carácter accidental en un acontecimiento necesario, su profunda violencia en una no violencia. Siguiendo ese primer impulso, los capítulos 2 y 3 se centran en el estudio de las violencias propias del capitalismo y de los aparatos de Estado. Trato de diferenciar esas violencias mediante las nociones de suplemento ideológico y suplemento jurídico. En ese momento de la argumentación, busco sostener que, a pesar de la heterogeneidad de esas formas trascendentales de violencia, parecen articularse de cierta manera para la reproducción del capitalismo. Mientras la violencia ideológica busca la preservación de la necesidad del capitalismo, la violencia jurídica pretende rearticular esa necesidad allí donde el antagonismo social no permite la reproducción de la ideología. Advierto que la noción de aparato de Estado circunstancialmente se articula con el capitalismo, pues, desde mi punto de vista, no existe ningún principio que me permita decir que el derecho o la ley tiene como fundamento oculto el capitalismo —como sí lo sostiene cierta ortodoxia marxista—.
Los aparatos de Estado, como lo dicen Schmitt y Hobbes, no tienen ningún fundamento sustantivo; tampoco ningún principio oculto, pues su verdadera eficacia radica en la pura facticidad de una autoridad
que se presenta como legítima al estar investida por el derecho. De acuerdo con esto, el Estado no es capitalista, sino una entidad que se sirve de modelos de realización que toma prestados de las formaciones sociales. Por esa razón, no descuido el uso emancipador del derecho y de las instituciones jurídicas, pues ellas mismas en muchos casos han limitado la valorización del capital.
Todo lo anterior me remite a la segunda parte del libro. Es la más propositiva. El capítulo 4 indaga por la posibilidad de comprender con Marx la condición humana, siguiendo su crítica de la desposesión del capitalismo de la primera sección de El capital, consagrada a la teoría del valor. El capítulo 5 busca movilizar la potencia crítica del concepto de plusvalor, ligado a las conocidas aproximaciones de Marx sobre la subsunción real del capital con respecto del trabajo. Finalmente, en el capítulo 6 exploro una aproximación a la lucha de clases, que me permite concebir una abertura para combatir esas violencias trascendentales que hacen posible la valorización del capital.
Espero que sea del provecho esta extraña aventura que busca actualizar El capital como una obra derrotada de su pretensión inicial: la de ser la ciencia de la explicación correcta del capitalismo y el advenimiento necesario de un mundo nuevo. Sobre sus ruinas construyo mi experimento: el de acudir a los ecos de esa obra, afortunadamente, fracasada e inacabada.
Este libro problematiza las violencias como uno de los caminos inexplorados en la crítica del capitalismo y de los aparatos de Estado. A partir de una lectura de El capital, se propone que la crítica de Marx a la economía política es también una crítica de la violencia, no porque constate que existen violencias estructurales y simbólicas que permiten la valorización del capital, sino porque le interesa llamar la atención sobre las condiciones sensibles que permiten su aparición. Así, el autor plantea que estas condiciones sensibles son violencias de segundo orden, cuya función es adiestrar y disciplinar nuestros cuerpos para que la reproducción incesante de la violencia en el mundo tenga sentido. En este ensayo, en de nitiva, la hipótesis de que la crítica del capitalismo pueda optar por el estudio de las condiciones de posibilidad de la violencia del modo capitalista de producción —que, a su vez, son también formas de violencia— no deja de sugerir que estas se puedan detener por su equivocidad y profunda contingencia.