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CONSTRUIR Y FORTALECER NUESTRA COMUNIDAD
De muchas maneras puede formarse una comunidad. Por ejemplo, la ubicación geográfica de un grupo de personas puede dar lugar a que sean identificadas como tal; comparten un espacio, con todo lo que ello significa, así su procedencia y las condiciones individuales sean diversas.
Otro caso, muy común hoy en día, es el de las comunidades virtuales, integradas por personas con intereses afines y que, gracias a la tecnología, pueden interactuar en “tiempo real”, aunque vivan en lugares apartados del planeta.
Se podría decir que en toda comunidad hay un algo que aglutina a sus miembros, que genera unidad en medio de su natural diversidad, condición que de tiempo atrás se ha expresado en una conocida locución latina: E Pluribus Unum, que se traduce como “De muchos, uno”.
Pues bien, en tiempos medievales, hace ya más de diez siglos, empezó a identificarse en Europa un tipo particular de corporaciones, formadas por maestros y alumnos que se reunían regularmente en un determinado lugar; así sucedió en Bolonia y París. El término utilizado entonces para hacer referencia a esos grupos de personas fue “Universitas”. ¿Qué las unía? El amor al saber y al estudio, a la enseñanza y el aprendizaje que tenía lugar en un entorno físico delimitado, en el cual se hallaban aulas y bibliotecas, también lugares de residencia. Es así como surgió una de las cuatro notas características de toda institución universitaria, la corporatividad; las otras tres serían universalidad, cientificidad y autonomía.
De esta forma, en el sello de la que entraría en la historia como la Universidad de París, la leyenda sería: Universitas Magistrorum et Scholarium Parisiensis, es decir, la corporación formada por maestros y alumnos de París.
Para nosotros, en la Javeriana, la idea de comunidad, su construcción y fortalecimiento es algo propio de nuestra identidad. En efecto, en el Proyecto Educativo leemos que “la Universidad se identifica como Comunidad Educativa que, sobre la base de los valores y las opciones compartidas, busca con su quehacer cotidiano el cumplimiento de la Misión” (n. 50). ¿Qué es lo que compartimos? Los valores y las opciones, también lo que pretendemos, según lo que se expresa en distintos documentos y se refleja en la conducta de los javerianos.
Debe advertirse que la idea de comunidad no corresponde a una forma de organización entre otras posibles; hay algo más profundo. Cuando hablamos de comunidad nos referimos a unos modos de proceder que se basan en el reconocimiento y cuidado de cada persona, en el respeto e interés genuino por su proyecto de vida, en el valor de su palabra, en la necesidad de tejer hilos de confianza. Una comunidad es una realidad espiritual que va mucho más allá de la sumatoria de las personas que la forman.
Por otra parte, ser comunidad es una tarea siempre abierta en la que ocupa un lugar central el compromiso de cada uno de sus integrantes. Ciertamente, sin ese compromiso no hay posibilidades reales para que exista una comunidad, menos aún si tenemos en cuenta la diversidad de las personas y los grupos que la constituyen.
Al respecto, vale la pena recordar que son cuatro los estamentos universitarios que reconoce la Javeriana en sus Estatutos: Profesores, Estudiantes, Personal Administrativo y Egresados, cada uno con sus peculiaridades en cuanto a “funciones, experiencia y formas de vinculación a la Universidad” (n. 30). Precisamente, la riqueza de la experiencia universitaria se forja en el encuentro de esas personas, jesuitas y laicos, mujeres y hombres que se hallan en momentos de la vida muy distintos, la mayoría disfrutando de su juventud; cada una con sus aficiones y convicciones, con sus talentos, condiciones y expectativas. Esta gran diversidad nos obliga a pensar en la unidad que debe lograrse alrededor de una larga historia a la que damos continuidad, de unos ideales y propósitos que asumimos como propios, de una reconocible manera de comportarnos, sin los cuales no sería posible hablar de “un nosotros”.
Cuando hablamos de comunidad nos referimos a unos modos de proceder que se basan en el reconocimiento y cuidado de cada persona, en el respeto e interés genuino por su proyecto de vida.
Ciertamente, una comunidad nunca está acabada, permanece en construcción, viviendo con equidad unas reglas compartidas. Pero eso no basta: hay que ir más allá de las reglas, porque una auténtica comunidad requiere de solidaridad entre las personas que la integran. Todos sabemos que cuando un miembro de una comunidad sufre o es objeto de maltrato, no solo sale lesionado él, como individuo, sino también es afectada la comunidad como un todo.
Este es el contexto para nuestra reflexión acerca de la comunidad educativa javeriana y del desafío que enfrentamos para crear ese “nosotros”, sujeto de todos los verbos que dan vida a la Universidad. Debemos insistir, por lo tanto, en el conocimiento de los rasgos distintivos de la identidad institucional y en que nuestro quehacer hable por nosotros y sea testimonio de coherencia entre el discurso corporativo y nuestro obrar. No hay duda, este es el mejor camino para construir y fortalecer una sólida y pujante comunidad