Los desafíos de la Nación : una aproximación histórica a los procesos de construcción nacional

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Una aproximación histórica a los procesos de construcción nacional en España y Colombia Amada Carolina Pérez Benavides Manuel Suárez Cortina Editores académicos




L o s des a fío s de l a naci ón



Pontificia Universidad Javeriana

L o s des a fío s de l a naci ón Una aproximación histórica a los procesos de construcción nacional en España y Colombia

Amada Carolina Pérez Benavides Manuel Suárez Cortina Editores académicos


Reservados todos los derechos © Pontificia Universidad Javeriana © Amada Carolina Pérez Benavides y Manuel Suárez Cortina, editores

Corrección de estilo: Ruth Romero Vaca

Primera edición: Bogotá, noviembre de 2023 ISBN (impreso): 978-958-781-857-4 ISBN (digital): 978-958-781-798-0 DOI: http://doi.org/ Javeriana.9789587817980 Número de ejemplares: 300 Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia

Diseño de cubierta: La Central de Diseño

Editorial Pontificia Universidad Javeriana Carrera 7.a n.° 37-25, oficina 1301 Edificio Lutaima Teléfono: 320 8320 ext. 4205 www.javeriana.edu.co/editorial Bogotá, D. C.

Diagramación: Carmen Villegas

Impresión: DGP Editores

Pontificia Universidad Javeriana | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno.

Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S. J. Catalogación en la publicación Pérez Benavides, Amada Carolina, autora, editora Los desafíos de la Nación : una aproximación histórica a los procesos de construcción nacional en España y Colombia / Autores, Fidel Ángel Gómez Ochoa [y otros ocho] ; editores, Amada Carolina Pérez Benavides, Manuel Suárez Cortina. -- Primera edición. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2023. 390 páginas ; ilustraciones, fotos ; 24 cm Incluye referencias bibliográficas. ISBN: 978-958-781-857-4 (impreso) ISBN: 978-958-781-798-0 (electrónico)

1. España - Historia – Siglos xix-xx 2. Colombia - Historia - Siglos xix-xx 3. Nación - Historia 4. Memoria - Aspectos Sociales 5. Ciencias Sociales - Historia 6. Identidad cultural i. Gómez Ochoa, Fidel Ángel, Autor ii. Suárez Cortina, Manuel, Autor, Editor iii. Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá. Facultad de Ciencias Sociales. Doctorado en Ciencias Sociales y Humanas. CDD 946.07 edición 23 CO-BoPUJ

06/07/2023

Prohibida la reproducción total o parcial de este material sin la autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana. Las ideas expresadas en este libro son responsabilidad de sus autores y autoras y no reflejan necesariamente la opinión de la Pontificia Universidad Javeriana.


c ontenid o

Introducción

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Amada Carolina Pérez Benavides y Manuel Suárez Cortina

I. C onme mor aci one s, tiemp o y memoria Presencia e importancia del imperio en la concepción nacional del conservadurismo español de la época liberal: la celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América (1892)

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Fidel Ángel Gómez Ochoa Ciudadanía, tiempo y nación: las disputas por habitar el presente 61 Amada Carolina Pérez Benavides El cuestionamiento de la historia nacional en el espacio público: antimonumentos y contraconmemoraciones

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Sebastián Vargas Álvarez

II. Im áge nes y re pre sentaciones Discursos alimentarios, representaciones de la población y la construcción del Estado nación en Colombia, 1800-1940

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Stefan Pohl-Valero De Echegaray a Prieto: la identidad de la nación en los billetes del Banco de España, 1874-1931

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Andrés Hoyo Aparicio Representación gráfica de la mujer en la revista Cromos, 1916-1946 María Isabel Zapata Villamil

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III. Ide nt idad, tr ansnaciona l ida d y c om par aci ón Catolicismo y nación, Restauración y Regeneración en perspectiva comparada

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Manuel Suárez Cortina Intelectuales que son hilos. Tejiendo identidades compartidas entre Europa y América Latina (1880-1920)

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Rebeca Saavedra Arias Reformismo social y modernización nacional: del “nuevo liberalismo” al Estado social (España y Colombia, 1880-1936)

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Ángeles Barrio Alonso

au tore s

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I ntroduc ción

Amada Carolina Pérez Benavides Pontificia Universidad Javeriana Manuel Suárez Cortina Universidad de Cantabria

Reflexionar sobre el Estado nacional como institución a inicios de la tercera década del siglo xxi podría parecer algo poco relevante en un contexto en el que las tecnologías digitales, el flujo de capitales y mercancías, y la internacionalización de las corporaciones, de la producción y del sistema financiero parecieran ser signos inequívocos de la globalización y del debilitamiento de las fronteras nacionales.1 Sin embargo, cuando vemos a miles de migrantes que intentan pasar las fronteras arriesgando sus vidas, ya sea en el desierto de Sonora, en el mar Mediterráneo o en las selvas del Darién, recordamos que las personas siguen siendo diferenciadas de acuerdo con su nacionalidad, aunque hay otros factores, como los de clase y los relacionados con los procesos de racialización, que también tienen una gran relevancia.2 En contraste con lo que ocurre con los capitales y las mercancías, los seres humanos solo pueden moverse por el mundo con un pasaporte que los identifica como ciudadanos de algún Estado nacional, y, de acuerdo con dicha identificación, las fronteras se abren o se cierran. Adicionalmente, vemos resurgir, en diferentes contextos, nuevos nacionalismos, ya sea como parte del discurso político de sectores de 1

Al respecto, véanse Jean Comaroff y John Comaroff, “Millenial Capitalism: First thoughts on a second coming”, Public Culture 12, n.º 2 (2000): 291-343; César Ferrari, Capitalismo: crisis, cambios y evolución en el siglo xxi (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2016).

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Alejandra Aquino, Amarela Varela y Fréderic Décosse, Desafiando fronteras. Control de la movilidad y experiencias migratorias en el contexto capitalista (México: Frontera, 2013).

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Amada Carolina Pérez Benavides y Manuel Suárez Cortina

derecha, en contra de los inmigrantes, en medio de las guerras recientes o en el contexto de los dispositivos de salud pública que han emergido con la pandemia. En este sentido, las reflexiones sobre los procesos de construcción del Estado nacional nos pueden dar pistas sobre la manera como se ha estructurado el orden político que se configuró como hegemónico en los últimos dos siglos, haciendo énfasis en su historicidad, en su carácter contingente y en las particularidades de su conformación en diferentes contextos. En las últimas décadas se ha publicado un amplio número de estudios sobre el proceso de construcción de los Estados nacionales.3 De una parte, se han analizado las formas de configuración de lo que Anderson ha denominado las comunidades imaginadas, prestando especial atención a artefactos culturales de diferente carácter, como la prensa, el arte, la literatura, la historia, los museos o los monumentos públicos.4 De otra parte, se ha estudiado la participación y la confrontación entre diferentes actores sociales en el contexto de la emergencia del Estado nacional como institución; en las últimas décadas se han investigado particularmente temas relacionados con el lugar que tuvieron en estos procesos individuos y comunidades que fueron diferenciados en términos de raza, clase, género, oficio,

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Véase Franz Hensel, “¿Olvidar la nación? Para una historia de las formas de la comunidad política”, en 200 años de independencias. Las culturas políticas y sus legados, ed. de Yobenj Chicangana y Francisco Ortega (Medellín: Universidad Nacional de Colombia, 2011), 187-212.

4 Véanse, entre otros, Sara Castro-Klarén y John Charles Chasteen, eds., Beyond imagined communities: Reading and writing the Nation in Nineteenth-Century Latin America (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 2003); Doris Sommer, Foundational fictions: The national romances of Latin America (Berkeley: University of California Press, 1991); Carmen Elisa Acosta, Lectura y nación. Novela por entregas en Colombia 1840-1880 (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009); Miguel Ángel Urrego y Javier Torres Parés, eds., La nación en América Latina. De su invención a la globalización neoliberal (Morelia, Michoacán: umsnh-cela, 2006); Mauricio Tenorio Trillo, Artilugio de la nación moderna (México: Fondo de Cultura Económica, 1998); Beatriz González Stephan y Jens Andermann, eds., Galerías del progreso: museos, exposiciones y cultura visual en América Latina (Buenos Aires: Beatriz Viterbo, 2006).

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Introducción

religión y región.5 Por último, se han abordado los temas que tienen que ver con lo político entendido como campo de disputa y discusión, haciendo énfasis en el estudio de los lenguajes políticos republicanos y en la conformación de las instituciones y la burocracia estatal.6 En concordancia con las perspectivas analíticas anteriormente señaladas, en este libro se presentan diferentes investigaciones sobre el proceso de construcción nacional en los siglos xix y xx, teniendo como eje los casos de Colombia y España en las últimas décadas del siglo xix y en la primera mitad del siglo xx. Estudiar y comparar los procesos de construcción de nación a ambos lados del Atlántico resulta significativo en la media en que permiten comprender las similitudes y diferencias, así como los vínculos existentes entre ambos procesos, en especial aquellos referidos a políticas culturales centradas en el hispanismo y el hispanoamericanismo y a políticas de población que tuvieron como eje central la llamada “cuestión social”. En

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Véanse, entre otros, Nancy P. Appelbaum, Anne S. Macpherson y Karin Alejandra Rosemblatt, eds., Race and nation in modern Latin America (Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2003); Alfonso Múnera, Fronteras imaginadas: la construcción de las razas y de la geografía en el siglo xix colombiano (Barcelona: Planeta, 2005); Brooke Larson, Trials of nation making. Liberalism, race, and ethnicity in the Andes, 1810-1910 (Cambridge: Cambridge University Press, 2004); Julio Arias, Nación y diferencia en el siglo xix colombiano. Orden nacional, racialismo y taxonomías poblacionales (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2005); Claudia Leal y Carl Langebaek, eds., Historias de raza y nación en América Latina (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2010); Manuel Chust y Juan Marchena, eds., Las armas de la nación: independencia y ciudadanía en Hispanoamérica (1750-1850) (Madrid: Iberoamericana/Vervuert, 2008); Joseph Esherick y Hasan Kayali, eds., From empire to nation: Historical perspectives on the making of the modern world (Boulder: Rowman and Littlefield, 2006); Nils Jacobsen y Cristóbal Aljovín de Losada, eds., Political cultures in the Andes, 1750-1950 (Durham: Duke University Press, 2005).

6 Véanse, entre otros, Antonio Annino y François-Xavier Guerra, coords., Inventando la nación: Iberoamérica siglo xix (México: Fondo de Cultura Económica, 2003); Francisco Ortega y Yobenj Aucardo Chicangana, eds., Conceptos fundamentales de la cultura política de la Independencia (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia/University of Helsinki, 2012); Guillermo Palacios, coord., Ensayos sobre la nueva historia política de América Latina, siglo xix (México: El Colegio de México, 2007); María Teresa Calderón y Clément Thibaud, coords., Las revoluciones en el mundo atlántico (Bogotá: Taurus, 2006); Javier Fernández Sebastián, Historia conceptual en el Atlántico ibérico. Lenguajes, tiempos, revoluciones (Madrid: fce, 2021).

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este sentido, este libro entra en diálogo con otras publicaciones que han comparado los procesos de construcción de nación en Europa e Hispanoamérica, como el libro escrito por Aimer Granados titulado Debates sobre España. El hispanoamericanismo en México a fines del siglo xix,7 y el compilado por Tomás Pérez Vejo, titulado España, lo español y los españoles en la configuración nacional hispanoamericana, 1810-1910.8 Este libro está dividido en tres partes. En la primera, se discuten los temas relacionados con las conmemoraciones, el tiempo y la memoria, a partir de tres capítulos. En el primero, Fidel Gómez Ochoa estudia la importancia que tuvo, para el conservadurismo español, la celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América y los vínculos de esta celebración con la forma en que los conservadores concibieron la nación española en relación con unas ideas de progreso y civilización, acordes con la consolidación del imperialismo europeo. Amada Carolina Pérez Benavides, en el segundo capítulo, presenta una reflexión sobre el concepto de ciudadanía y la forma como este concepto está vinculado con la noción de civilización; a partir de dicho análisis, estudia el proceso mediante el cual se intentó establecer el lugar que tenían los indígenas en la nación colombiana, las relaciones de esta categorización con políticas específicas y con las nociones de temporalidad desde las cuales se interpretó, y en muchos casos se sigue interpretando, la historia indígena. Por último, en el tercer capítulo, Sebastián Vargas Álvarez analiza un tema que ha adquirido especial relevancia en los tiempos recientes: el lugar de los monumentos y las conmemoraciones en la configuración de la memoria pública nacional y las alternativas que se plantean en el presente para problematizar y transformar los dispositivos de conmemoración. 7

Aimer Granados, Debates sobre España. El hispanoamericanismo en México a fines del siglo xix (México: El Colegio de México, 2010).

8 Tomás Pérez Vejo, coord., España, lo español y los españoles en la configuración nacional hispanoamericana, 1810-1910 (México: El Colegio de México, 2011).

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Introducción

La segunda parte, titulada “Imágenes y representaciones”, está dedicada al análisis de las representaciones sobre la nación y sus habitantes partiendo de diferentes discursos y dispositivos de representación. En un primer momento, Stefan Pohl Valero analiza los discursos sobre la alimentación y su incidencia en la construcción de representaciones diferenciadas de la población; de acuerdo con este autor, los saberes y las prácticas que apuntaban a comprender el funcionamiento del organismo humano y su relación con la nutrición fueron parte central del proyecto de configuración de ciudadanos modernos para la nación, durante los siglos xix y xx. A continuación, Andrés Hoyo Aparicio parte de una reflexión sobre los problemas a los cuales se enfrentó la Unión Europea a la hora de emitir los billetes de la zona euro, para presentar un estudio sobre las imágenes de los billetes del Banco de España producidos entre 1874 y 1931, señalando que en ellos está presente una revisión selectiva de la historia a partir de la cual se pretendía construir un imaginario de la nación española; el autor muestra cómo el canon identitario privilegiado en los billetes del periodo constituye la nación española como una unidad que tiene una esencia manifiesta a lo largo de la historia. Esta parte de libro se cierra con un texto de María Isabel Zapata, en el que se estudian las representaciones de las mujeres en una de las revistas culturales colombianas más importantes del siglo xx, la revista Cromos, y se plantea la transformación que sufrieron dichas representaciones en medio de los procesos de modernización e industrialización que vivió el país entre 1916 y 1946. La tercera y última parte del libro, titulada “Identidad, transnacionalidad y comparación”, presenta investigaciones que trascienden lo nacional, apostando, de un lado, por análisis comparados de los procesos de construcción estatal y nacional en España y en Colombia, y, de otro, por perspectivas en las que se busca dar cuenta de las redes intelectuales y los debates que se entablaron, más allá de los contextos locales. Esta parte se abre con un texto de Manuel Suárez Cortina, en el que se estudia la Restauración en España y la Regeneración en Colombia, teniendo como ejes de análisis las características

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Amada Carolina Pérez Benavides y Manuel Suárez Cortina

del nacional-catolicismo, en las últimas décadas del siglo xix, a ambos lados del Atlántico, la importancia de las políticas papales en su configuración y el tipo de sistemas políticos que se constituyeron a partir de este, en los que se privilegió el centralismo y se buscó el establecimiento de una base cultural que diera estabilidad y orden social. A continuación, Rebeca Saavedra Arias presenta un análisis sobre la configuración del latinismo y el hispanoamericanismo como elementos centrales de las políticas identitarias y de las relaciones internacionales de los Estados nacionales de Europa del sur y América Latina a principios del siglo xx, destacando el papel que cumplieron los intelectuales y los artistas en la creación e implementación de dichas políticas. Por último, Ángeles Barrio Alonso estudia el carácter transnacional del Estado social que se implementó como modelo jurídico y de pensamiento social en las primeras décadas del siglo xx, analizando en detalle los casos de España y Colombia y la forma en que las teorías sociales se adaptaron a las necesidades concretas de cada país y a los contextos nacionales; la autora señala el carácter problemático de la institucionalización de la reforma social y los tropiezos y contradicciones de la puesta en marcha de una política en la que se pensó el Estado como proveedor de servicios. Referencias Acosta, Carmen Elisa. Lectura y nación. Novela por entregas en Colombia 1840-1880. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009. Annino, Antonio y François-Xavier Guerra, coords. Inventando la nación: Iberoamérica siglo xix. México: Fondo de Cultura Económica, 2003. Appelbaum, Nancy P., Anne S. Macpherson y Karin Alejandra Rosemblatt, eds. Race and nation in modern Latin America. Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2003. Aquino, Alejandra, Amarela Varela y Fréderic Décosse. Desafiando fronteras. Control de la movilidad y experiencias migratorias en el contexto capitalista. México: Frontera, 2013.

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Introducción

Arias, Julio. Nación y diferencia en el siglo xix colombiano. Orden nacional, racialismo y taxonomías poblacionales. Bogotá: Ediciones Uniandes, 2005. Calderón, María Teresa y Clément Thibaud, eds. Las revoluciones en el mundo atlántico. Bogotá: Taurus, 2006. Castro-Klarén, Sara y John Charles Chasteen, eds. Beyond imagined communities: Reading and writing the Nation in Nineteenth-Century Latin America. Baltimore: Johns Hopkins University Press, 2003. Chust, Manuel y Juan Marchena, eds. Las armas de la nación: independencia y ciudadanía en Hispanoamérica (1750-1850). Madrid: Iberoamericana/Vervuert, 2008. Comaroff, Jean y John Comaroff. “Millenial Capitalism: First thoughts on a second coming”. Public Culture 12, n.º 2 (2000): 291-343. Esherick, Joseph y Hasan Kayali, eds. From empire to nation: Historical perspectives on the making of the modern world. Boulder: Rowman and Littlefield, 2006. Fernández Sebastián, Javier. Historia conceptual en el Atlántico ibérico. Lenguajes, tiempos, revoluciones. Madrid: fce, 2021. Ferrari, César. Capitalismo: crisis, cambios, y evolución en el siglo xxi. Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2016. González Stephan, Beatriz y Jens Andermann, eds. Galerías del progreso: museos, exposiciones y cultura visual en América Latina. Buenos Aires: Beatriz Viterbo, 2006. Granados, Aimer. Debates sobre España. El hispanoamericanismo en México a fines del siglo xix. México: El Colegio de México, 2010. Hensel, Franz. “¿Olvidar la nación? Para una historia de las formas de la comunidad política”. En 200 años de independencias. Las culturas políticas y sus legados. Editado por Yobenj Chicangana y Francisco Ortega, 187-212. Medellín: Universidad Nacional de Colombia, 2011. Jacobsen, Nils y Cristóbal Aljovín de Losada, eds. Political cultures in the Andes, 1750-1950. Durham: Duke University Press, 2005. Larson, Brooke. Trials of nation making. Liberalism, race, and ethnicity in the Andes, 1810-1910. Cambridge: Cambridge University Press, 2004. Leal, Claudia y Carl Langebaek, eds. Historias de raza y nación en América Latina. Bogotá: Ediciones Uniandes, 2010.

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Amada Carolina Pérez Benavides y Manuel Suárez Cortina

Múnera, Alfonso. Fronteras imaginadas: la construcción de las razas y de la geografía en el siglo xix colombiano. Barcelona: Planeta, 2005. Ortega, Francisco y Yobenj Aucardo Chicangana, eds. Conceptos fundamentales de la cultura política de la Independencia. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia/University of Helsinki, 2012. Palacios, Guillermo, ed. Ensayos sobre la nueva historia política de América Latina, siglo xix. México: El Colegio de México, 2007. Pérez Vejo, Tomás, coord. España, lo español y los españoles en la configuración nacional hispanoamericana, 1810-1910. México: El Colegio de México, 2011. Sommer, Doris. Foundational fictions: The national romances of Latin America. Berkeley: University of California Press, 1991. Tenorio Trillo, Mauricio. Artilugio de la nación moderna. México: Fondo de Cultura Económica, 1998. Urrego, Miguel Ángel y Javier Torres Parés, eds. La nación en América Latina. De su invención a la globalización neoliberal. Morelia, Michoacán: umsnh-cela, 2006.

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I . C onme mor aci ones, tiemp o y memoria



Presenc ia e im p orta ncia del imperio e n l a c once p ción naciona l del c onse rvadurismo espa ñol de l a ép o ca l ib era l : l a ce le b rac ión del IV Centena rio del De scub ri mi ento de A mérica (1 8 92 )

Fidel Ángel Gómez Ochoa Universidad de Cantabria

Aunque la cuestión nacional fue un frecuentado tema de estudio en España desde la conformación disciplinar de la historia contemporánea, a mediados del siglo pasado, el nacionalismo español, eclipsado por el catalán, el vasco y el gallego, suscitó un escaso interés hasta finales de la centuria. Eso empezó a cambiar hace veinticinco años, pero, a pesar del gran incremento de las publicaciones, algunos de sus más importantes exponentes históricos todavía no han recibido la atención precisa. Es el caso de los conservadores de la época liberal, entendiéndose por tales a quienes entonces se identificaron con la variante de la política constitucional contemporizadora con el orbe tradicional. En las indagaciones hechas en las dos últimas décadas se han analizado multitud de aspectos, pero apenas se ha trascendido la distinción de dos grandes concepciones nacionales españolas, la “democrática de las izquierdas” y la “católica y tradicionalista” de “las derechas”, considerada como la que “genéricamente podríamos denominar conservadora”.1 Si en 1994 el autor de estas expresiones, Borja de Riquer, observó que había pocos estudios sobre el españolismo de las diferentes tendencias políticas, para 2015, según Xavier Andreu, en España apenas se había comenzado a estudiar la nación

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Borja de Riquer, “Aproximación al nacionalismo español contemporáneo”, Studia Historica. Historia Contemporánea, n.º 12 (1994): 12-15.

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Fidel Ángel Gómez Ochoa

de esa forma, cuando resulta que “no hubo dos, sino múltiples formas de concebir la nación española”.2 A día de hoy, casi no ha sido objeto de análisis específico el entendimiento y la praxis de lo nacional por parte de la familia política que con diferencia más tiempo ocupó el poder en España en aquella época y más pesó en la conformación del Estado español. No se dispone de un conocimiento apropiado de la nación y el nacionalismo de los conservadores, subsumidos en el hemisferio católico-tradicional, con todo lo que ello comporta, como es atribuirles una actitud reacia hacia la nación. Aquí se aborda el concreto obrar en ese terreno de los conservadores del periodo de la Restauración (1875-1923) con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América (1892), asunto elegido por lo que tiene de esclarecedor de su nacionalismo, así como de indicativo de la presencia e importancia del imperio y de la dimensión americana de España en la concepción nacional de los conservadores españoles de la segunda mitad del siglo xix. La nación de los conservadores de la Restauración: Antonio Cánovas del Castillo Hay cuestiones cuya elucidación es facilitada al historiador por el propio pasado. Este es el caso de la idea de nación del conservadurismo de la Restauración dado el dominio ideológico ejercido por Antonio Cánovas del Castillo sobre el Partido Liberal-Conservador desde 1876, cuando lo fundó, hasta su muerte, en 1897. En la España de aquellos años la nación no ocupó el primer plano de la vida pública. El hecho nacional se vivió entonces con normalidad —los nacionalismos periféricos emergieron en los años finiseculares y no empezaron a resultar preocupantes para la monarquía constitucional sino hasta ya iniciado el siglo xx— y el nacionalismo resultó un recurso relativamente innecesario en un país carente de 2 Xavier Andreu, “Nacionalismo español y culturas políticas. El comienzo de una buena amistad”, Historia y Política, n.º 34 (2015): 369.

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Presencia e importancia del imperio

una política exterior expansiva y sin importantes desafíos internos o externos. Los problemas del país, no la nación, fueron el motivo de especial atención. También para Cánovas, preocupado fundamentalmente por la estabilidad y porque “el régimen parlamentario viva y se arraigue cada vez más en el país, contribuyendo como debe contribuir al bien y a la felicidad de la patria”.3 Esto no implicó que no le interesara o no le concediera importancia a lo nacional. Al contrario, su pensamiento político emanó de su idea de la nación, pieza central de su ideología y elemento clave para entender su quehacer público, y bajo su ascendiente, con su aquiescencia o sin su oposición, continuó, y en algún aspecto se intensificó, el convencional proceso de construcción nacional iniciado tras triunfar el liberalismo. Durante la Restauración prosiguió la homogeneización administrativa, económica y cultural del país, así como la elaboración del discurso y de las representaciones de la nación producidas por el Estado liberal con vistas a su aceptación y consolidación.4 La concepción de la nación de Cánovas fue básicamente la orgánico-cultural, eso sí, entendida en términos más historicistas que románticos. Tuvo a las naciones por organismos con un carácter propio forjado a lo largo de los siglos. También consideraba la nación como el referente último de la política legítima, que se debía a sus necesidades, interés y voluntad —esta en caso alguno entendida como la suma de las voluntades individuales, sino como algo abstracto e independiente de aquellas—, y tenía una visión herderiana del mundo como naturalmente dividido en naciones. Fue, así pues, nacionalista. Su nacionalismo, como resultó común entre los liberales europeos del siglo xix, fue el sosegado y confiado de los partidos de gobierno de las naciones incontestadas donde desde tiempo lejano había unidad política, pero fue también palmario. Según Juan Pablo Fusi, “Cánovas fue un hombre movido

3

Congreso de los Diputados, Diario de Sesiones de Cortes (dsc), 11 de marzo de 1876, 373.

4 Luis Díez del Corral, El liberalismo doctrinario (Madrid: iep, 1973), 635-636.

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Fidel Ángel Gómez Ochoa

por un intenso sentimiento nacional”,5 que se expresó con ardor en lo relativo a las relaciones del individuo con la patria.6 Su consideración de las naciones como “fábricas lentas y sucesivas de la Historia” tuvo su trascendencia: las naciones consolidadas, como era para él España desde el advenimiento de los Austrias, eran permanentes, pero no inmutables ni eternas. Cánovas expuso detalladamente su parecer acerca de la nación en un discurso que pronunció sobre la cuestión en el Ateneo de Madrid el 6 de noviembre de 1882. De esta disertación habitualmente se ha destacado su empeño en rebatir la tesis voluntarista poco antes expuesta en París por Ernest Renan —rechazó que un plebiscito pudiera poner punto final a una realidad como las naciones cuya titularidad comparten los individuos vivos con sus antepasados y descendientes—, pero también hizo otras observaciones muy valiosas para explicar su proceder. Para el gran artífice de la Restauración, toda nación era una empresa no determinada e inconclusa, por lo que quedaba sitio para el azar y las decisiones de los individuos: en su formación entraban tanto factores inconscientes —la raza, la lengua, las tradiciones— como voluntarios, uno de ellos el deseo de integrarse en una unidad política. Si bien consideraba fundamental a la providencia en la existencia de las naciones, su visión del proceso histórico era mucho más abierta de lo habitual entre los historicistas.7 Ya en 1877 había afirmado en el Congreso de los Diputados que una nación es “el conjunto de principios y sentimientos heredados, que puede ir modificando el tiempo”8 y descartó que considerara “inmutables” los “grandes principios de 5

Juan Pablo Fusi, España. La evolución de la identidad nacional (Madrid: Temas de Hoy, 2000), 181.

6 Antonio Cánovas del Castillo, “Concepto de las naciones (1)”, Revista General de Legislación y Jurisprudencia 30, n.º 61 (1882): 392. 7 Antonio Cánovas del Castillo, introducción a Los vascongados. Su país, su lengua y el príncipe L. L. Bonaparte, de Miguel Rodríguez-Ferrer (Madrid: Imprenta de J. Noguera, a cargo de M. Martínez, 1873), xlix; Cánovas, “Concepto…”, 412-414. 8 Cortes de España, Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados, 2 de enero de 1877, 4511.

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Presencia e importancia del imperio

la nacionalidad española”,9 modificables “por medio de evoluciones lentas y sucesivas”10 y “medios legítimos”.11 Incluida en esta reflexión estaba la importancia de la identificación colectiva con la nación. Cánovas dedicó buena parte de su intervención ateneísta de 1882 a la nacionalidad, especificando que, además de “cosa propia de ella”,12 para él significaba “afección particular de una nación”,13 considerándola imprescindible en “un total concepto de nación”.14 En su visión, la nación era un todo orgánico cohesionado por un sentimiento compartido. Según afirmó, “un conjunto de hombres reunidos por comunidad de raza, o parentesco, y de lengua, que habitan un territorio o país extenso, y que por tales o cuales circunstancias históricas, están sometidos a un mismo régimen y gobierno”,15 podía constituir una nación, pero si esta carecía de esa “fuerza viva, a las veces latente, a las veces manifiesta, que […] impele a concertarse y reunirse a hombres y pueblos”,16 de “esa afección o simpatía íntima”,17 no era una “nación bien constituida”18 e incluso corría peligro de desaparecer absorbida en otra comunidad. En su pública cavilación, la nacionalidad emergía como un componente clave para dar consistencia y garantizar la persistencia de las naciones en una época, a su juicio, dominada por la tensión entre ellas y la tendencia a la agregación. Le asignó “hoy una importancia en la sociedad

9 Ibíd. 10 Ibíd. 11 Ibíd. 12 Cánovas, “Concepto…”, 394. 13 Ibíd., 395. 14 Ibíd., 396. 15 Ibíd. 16 Ibíd., 397. 17 Ibíd., 400. 18 Ibíd., 400-401.

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Fidel Ángel Gómez Ochoa

de los pueblos que no se había sospechado hasta aquí jamás”,19 poco antes de afirmar que, “sintiendo la nacionalidad con mayor viveza de día en día […], las naciones […], no tan solo persisten, sino que […] tienden a fortalecerse, a extenderse, a afirmarse en la vida más y más”.20 Le daba gran importancia a que, para desenvolverse en aquel periodo, las naciones afianzaran su nacionalidad. De la formulación de Renan, el líder conservador rechazó que la nación pudiera responder al derecho de los individuos, pero también apuntó que su concepto era “hasta ahí conforme en gran parte con el mío”,21 coincidiendo con el intelectual francés en dar gran valor al asentimiento de los habitantes, para Cánovas indicio de nación y de nacionalidad. Tras preguntarse qué llevaba a los hombres a acudir a la llamada de la patria, pudiendo perder la vida por ella, concluyó que para la continuidad y éxito de cualquier nación era de gran importancia contar con la identificación afectiva de su población; es decir, con la inclinación de sus integrantes a hacer sacrificios en favor suyo derivada del sentimiento de pertenencia tan ponderado por Renan. Ciertamente, su noción de nacionalidad prácticamente coincidía con la de patria, que definió como “conciencia que cada nación posee de sí misma”.22 Lo que también denominó “espíritu nacional” le parecía valiosísimo, porque infundía en los individuos actitudes patrióticas y, estando entonces para él realizándose “a nuestra vista la selección entre las naciones”,23 estas precisaban disponer de esa entrega por parte de la población. Consideraba pues inconveniente para una nación carecer del concurso de la nacionalidad, la muy fortalecedora dimensión emotiva de la nación. Algo que era aplicable también a España. Concluyó 19 Ibíd., 401. 20 Ibíd. 21 Ibíd., 402-403. 22 Ibíd., 401. Véase también ibíd., 412-414, 422, 427. 23 Ibíd., 422

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la disertación ensalzando el sentirse español y apelando a observar la “personalidad nacional”.24 Años antes, en la intervención parlamentaria de 1877, había negado que la nación española pudiera existir “sin un depósito moral, sin un espíritu”.25 Su carencia, según sostuvo en sus Estudios del Reinado de Felipe IV (1889) —como historiador se centró en analizar la decadencia—, había pesado lo suyo en la separación de Portugal de la Corona española, en 1640.26 Para el político malagueño, en aquel darwinista momento histórico estaban llamadas a tener mejor futuro las naciones que dispusieran del Estado mejor constituido; a saber, uno “donde haya una sola nación […] y donde toda la población esté llena de iguales recuerdos, enamorada de idénticas tradiciones, informada en fin por un común espíritu”;27 es decir, las que contaran con “la nacionalidad, en fin, que forma, conserva y extiende en el espacio las naciones, y poco importa, por lo mismo, la identidad de todas las demás circunstancias naturales, o que haya todo género de razones prácticas para vivir en comunidad de intereses […]. La nación se da en el espíritu […] en la conciencia de un alma común”.28 Afirmó que el comportamiento de los individuos de un país no podía derivar únicamente de las relaciones que entablaran en el mercado: era preciso que hubiera vínculos de fidelidad emanantes de la sensación de pertenecer al mismo colectivo. En concordancia con ello y con su idea de que un concepto completo de nación precisaba que la población de un Estado se considerara parte suya, fomentaría, favorecería o colaboraría en que en España se extendiera y fortaleciera el “vínculo de nacionalidad”, para él sobre todo compuesto de que los habitantes de un

24 Ibíd., 427. 25 Cortes de España, Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados. 26 Antonio Cánovas del Castillo, Estudios del reinado de Felipe IV, t. 1 (Madrid: Imp. de A. Pérez Dubrull, 1889), 21-70. 27 Cánovas, “Concepto…”, 409. 28 Ibíd., 409-410.

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país tuvieran “unos mismos recuerdos de gloria”.29 Podría pensarse, por la coincidencia con lo luego hecho, que estaba anticipando el uso político que haría del cuadringentésimo aniversario de la llegada, en 1492, a tierras americanas de la flota encabezada por Cristóbal Colón. La nacionalización canovista y el mantenimiento del imperio Cánovas procuraría alimentar en España esa valiosa comunidad de sentimiento, esa identificación en cuya ausencia una nación estaba llamada a tener una existencia incierta, no de acuerdo con un programa o un proyecto nacionalizador explícito o con una actuación sistemática, sino por medio de acciones acordes con el tipo de nacionalismo definido por Justo Beramendi como de Estado, el habitual en las aludidas naciones incontestadas de la Europa del siglo xix, así como con lo que en ese campo fue propio del conservadurismo español. Siendo el nacionalismo de Estado uno predominantemente difuso e implícito que no confiere un lugar central en su ideología a la nación propia y tiene una intensidad intermitente y una visibilidad variable en el tiempo —en épocas de normalidad puede permanecer aletargado, y reactivarse a instancias, por ejemplo, de una agresión exterior—, el dirigente restauracionista no encontró motivos para obrar de otro modo. Eligió la nación como el asunto a tratar en la inauguración del curso del Ateneo en 1882, no por reputar a la española ni tampoco a ese tipo de agrupación humana en peligro. Para el Cánovas de aquellos años no había amenazas a la unidad nacional más allá del pleito antillano. Corroborarían su parecer las manifestaciones populares del verano de 1885 ante el conflicto con Alemania por las Islas Carolinas o las de 1890 tras hacerse público el funcionamiento del submarino de Isaac Peral. Por otro lado, los conservadores españoles se dieron a cristalizar la nación por medio de medidas y procedimientos acordes con su antidemocrática ideología. Amigos sobre todo de medidas unificadoras y homogeneizadoras concordantes con 29 Ibíd., 410.

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los designios y necesidades del Estado liberal, desde su concepción eminentemente étnico-cultural de la nación prefirieron ciertas modalidades de propagación de la identidad nacional, privilegiando los mecanismos simbólico-culturales y la historia como modo de generación de discursos y representaciones. Optaron por acciones nacionalizadoras inasequibles a la, para ellos, inquietante activación política de la ciudadanía. Tratándose ante todo de mantener el sistema establecido, prefirieron con mucho el consenso pasivo de la población a su implicación y movilización.30 Sin estar dispuesto a vulnerar estos códigos ni considerar la tarea urgente o prioritaria —los conservadores daban a España por descontada como nación y consideraban que la propia continuidad histórica le daba corporeidad y alimentaba el apego a ella, y que el desenvolvimiento general haría su papel—, en todo caso Cánovas quería una España más sólida al estar unida por un sentimiento común; un propósito este que formaba parte del gran objetivo que abrigó con el establecimiento del régimen de la Restauración: a saber, mejorar el delicado estado del país tras décadas de guerras civiles e inestabilidad y fortalecerlo en lo posible tras haberse puesto finalmente conclusión a la larga revolución liberal española. En la visión de quien, no obstante discrepar filosóficamente, operó en política de acuerdo con el enfoque positivista característico del periodo, esto requería, entre otras cosas, que España se desenvolviera en consonancia con los tiempos y estuviese incorporada a los procesos por medio de los cuales, a su juicio, avanzaba el progreso de la humanidad en una etapa definida por el despliegue imperialista europeo. Siendo su visión del imperialismo muy positiva —extender la civilización occidental 30 Justo G. Beramendi, “Los nacionalismos como objeto de estudio: algunas cuestiones de método”, en Sobre la historia actual. Entre política y cultura, coord. por Elena Hernández Sandoica y María Alicia Langa Laorga (Madrid: Ábaco, 2005), 146; Cánovas, “Concepto…”, 384-390, 405-406, 424-425; Luis Castells, “Celebremos lo local, celebremos lo nacional (La política estatuaria en el País Vasco, 1860-1923)”, en Procesos de nacionalización en la España contemporánea, ed. de Mariano Esteban de Vega y María Dolores de la Calle Velasco (Salamanca: Universidad de Salamanca, 2010), 360-361.

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impulsaría el progreso de toda la humanidad—, España debía evitar “quedarse tan atrás […] en la sociedad ambiciosa y egoísta de las naciones”.31 Pero aquella España cuyo deber le impelía a entrar “en el mundo de las naciones expansivas, absorbentes, que sobre sí han tomado el empeño de llevar a término la ardua empresa de civilizar el mundo entero”,32 debía hacer tal cosa limitando “nuestras aspiraciones cuanto lo están nuestras fuerzas”.33 Apelaba a no “recrearse con leyendas engañosas […]. Otros Otumba, otros Lepanto, no los del siglo diez y seis son en todo caso los que hoy nos hacen falta”.34 A diferencia de los países más poderosos, España no debía procurarse esa posición tomando parte en la carrera imperial, pues no estaba en condiciones de acometer tamaña empresa. Para obrar la reconstitución nacional, Cánovas consideraba que había que centrarse en la recomposición interna: según afirmó en mayo de 1879, “la paz, sobre todo la interior, bajo cualquier aspecto que se miren las cosas, constituye el mayor y más fecundo caudal de los pueblos. A su sombra nacen, se desarrollan y crecen todos los gérmenes de vida que cada nación […] tiene”.35 Descartada la expansión exterior, lo que estaba al alcance del país y sería hecho por el pesimista político malagueño para no quedar al margen de aquella corriente era, junto al mantenimiento de las colonias restantes, recurrir al “refugio en las grandezas pretéritas, exhibidas y exaltadas como ejecutoria y timbre de nobleza ante propios y extraños”, en palabras del historiador José María Jover Zamora.36 31 Cánovas, “Concepto…”, 427. 32 Ibíd., 427-428. 33 Ibíd., 428. 34 Ibíd., 428-429. 35 Ibíd., 429. 36 Juan Pablo Fusi, “Idea de nación y sentimiento nacional en la España de la Restauración”, en Sobre la realidad de España, ed. de Antonio R. de las Heras, Valerio Báez y Pilar Amador (Madrid: Universidad Carlos III, 1994), 98; José María Jover Zamora, “Restauración y conciencia histórica”, en España. Reflexiones sobre el ser de España (Madrid: Real Academia de

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La política exterior de retraimiento implicó no tomar parte en la carrera imperial sin renegar ni del discurso ni de la práctica imperialista. Alda Blanco ha llamado la atención acerca del imperialismo presente en el pensamiento de Cánovas. A su juicio, en su discurso de 1882 lo que quiso dilucidar no es si España era o no una nación imperial, sino si, habiendo perdido “su gloria de otros siglos”, debería intentar formar parte del “corto número de naciones superior”.37 Y el referido sui generis modo de llevar esto a cabo no solamente mostraba que España “no se resignaba a desaparecer del selecto club de países que en el siglo xix se repartieron el mundo en beneficio propio”, sino también que Cánovas ligó el proyecto de recomponer la nación al mantenimiento del estatus y la condición imperial, del imperio, rasgo para él fundamental de la identidad nacional.38 Tal inclinación es la que seguramente le llevó en 1884, siendo presidente del Consejo de Ministros, a decidir que su gobierno asumiera, prestándole además el mayor apoyo, el proyecto de una exposición de productos filipinos inicialmente formulado por el liberal Víctor Balaguer en 1876. Se trata de un buen exponente del mecanismo, a saber, las grandes celebraciones nacionales —la exhibición colonial fue una de sus modalidades—, al que, siguiendo la moda del periodo, los dos grandes partidos dinásticos recurrieron entonces para hacer cundir por la sociedad el espíritu nacional. Bajo la máxima de proporcionar un “alma” al cuerpo nacional, los conservadores procurarían que el sentimiento patriótico se propagara aprovechando las buenas ocasiones que se presentaran para cohesionar a los españoles la Historia, 1997), 339; Antonio Cánovas, “Discurso pronunciado en la Sociedad Geográfica, a presencia de S. M. el Rey, el 31 de mayo de 1879”, en Obras completas, t. 1, vol. 2 (Madrid: Fundación Cánovas del Castillo, 1997), 340. 37 Alda Blanco, Cultura y conciencia imperial en la España del siglo xix (Valencia: Publicacions de la Universitat de València, 2012), 22-24. 38 Blanco, Cultura y conciencia imperial, 24; David Marcilhacy, Raza hispana. Hispanoamericanismo e imaginario nacional en la España de la Restauración (Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2010), 124-127; Josep María Fradera, Colonias para después del imperio (Barcelona: Bellaterra, 2005), 503.

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en torno a la nación. Para ello recurrieron a los medios del momento. No fueron menos dados que los liberales a organizar exposiciones y conmemoraciones en las que la nación fuese públicamente exhibida con encomio. Elaborados los mitos, el recuerdo de las fechas y acontecimientos clave y de los grandes personajes de la historia nacional cumple una misión de primer orden en la divulgación de las identidades nacionales. Los mitos se difunden de esa forma para conseguir que la población se vea como integrante de una comunidad nacional y para articular y fortalecer los lazos emocionales entre una y otra. Las conmemoraciones, en las que se propaga una determinada narrativa histórica, funcionan como experiencias que construyen identidad y nacionalizan, porque a través de las ceremonias y festejos que les acompañan los individuos pueden reconocerse en la nación.39 Por lo que se refiere a la Exposición General de las Islas Filipinas, finalmente celebrada en 1887, bajo un gobierno del liberal Sagasta, debe destacarse que, en palabras de Balaguer, fue concebida como algo “digno de un pueblo que aspira a ocupar en el concierto de las naciones civilizadas el puesto distinguido que le corresponde”40 y como modo de que “el pueblo filipino […] v[iese] en la Península […] una madre cariñosa que se ha desvelado y desvela por elevarle a la altura de los pueblos más cultos y civilizados”;41 que fue “todo un acontecimiento en la vida cultural madrileña”42 y un éxito social —a los pabellones del parque del Retiro acudieron entre el 30 de junio y el 30 de octubre medio millón de visitantes—, y que obedeció al propósito de apuntalar la conciencia imperial en España. Según Enrique Taviel de Andrade, años después vicesecretario de la Junta 39 Cánovas, “Concepto…”, 428; Anthony D. Smith, “Conmemorando a los muertos, inspirando a los vivos. Mapas, recuerdos y moralejas en la recreación de las identidades nacionales”, Revista Mexicana de Sociología 60, n.º 1 (1998): 61-80. 40 Catálogo de la Exposición General de las Islas Filipinas celebrada en Madrid. Inaugurada por S. M. la Reina Regente (Madrid: Est. Tipográfico de Ricardo Fé, 1887), vii-viii. 41 Ibíd., viii. 42 Ibíd.

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Directiva del IV Centenario del Descubrimiento de América, detrás de aquella exposición estuvo el móvil del “amor a las glorias de nuestra raza”.43 En la motivación del proyecto de decreto que acordaba su realización, constaba que lo que entre otras cosas movía al Gobierno era “la importancia que para las naciones tiene el estrechar toda clase de relaciones entre la Metrópoli y sus colonias”,44 explicitándose que el establecimiento de “grandes corrientes de comercio”45 vendría a “impuls[ar] la agricultura e industria de la Península, a la vez que fortalece[r] los indisolubles lazos de la patria”.46 Y según la Crónica de la Exposición, uno de cuyos dos autores, Rafael de Piquer, era redactor del órgano conservador La Época, allí estaban representadas “las gloriosas jornadas de nuestro ejército en aquellas islas combatiendo a los rebeldes moros de Mindanao y de Joló”47 por medio de “varias enseñas, trofeos, boquetes, banderas, cañones que después de haber costado derramar tanta sangre, vienen para llevar a los que las conquistaron el aplauso de la patria, el que se otorga a los héroes”.48 También para el republicano Emilio Castelar, ya solamente justificaba hacer la exposición que funcionara como un lugar de la memoria conmemorativo de la gloriosa época del descubrimiento y colonización de las Américas y Filipinas.49

43 Enrique Taviel de Andrade, Historia de la exposición de las Islas Filipinas en Madrid el año 1887, con una explicación de su posición geográfica, de cómo las hemos adquirido y un compendio de la historia de las Marianas, Carolinas, Filipinas y Palaos. Su producción, importación y exportación, t. 2 (Madrid: Imprenta de Ulpiano Gómez y Pérez, 1887), 3. 44 Catálogo de la Exposición General de las Islas Filipinas…, 3. 45 Ibíd., 4. 46 Ibíd. 47 Antonio Flórez-Hernández y Rafael de Piquer y Martín Cortés, Crónica de la Exposición de Filipinas. Estudio crítico-descriptivo (Madrid: Tipografía de Manuel Ginés Hernández, 1887), 57. Véase también Juan Guardiola, Filipiniana (Madrid: Ministerio de Cultura, 2006), 68. 48 Flórez-Hernández y Piquer y Martín Cortés, Crónica de la Exposición de Filipinas, 57. 49 Guardiola, Filipiniana, 68.

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El IV Centenario del Descubrimiento de América Poco después, Cánovas decidió no dejar pasar la magnífica ocasión que para la reconstitución nacional le proporcionaba el IV Centenario del Descubrimiento de América, que fue celebrado oscureciendo otra importante efeméride, como la de la toma de Granada por los Reyes Católicos. El líder conservador era consciente de la importancia cohesionadora de los símbolos nacionales. La podía tener también sin duda el “descubrimiento”, pues aludía a un acontecimiento que involucraba a la nación como un todo y era generalmente aceptado como el momento más glorioso de la historia española. Su cuarto centenario constituía una excelente oportunidad para fomentar el orgullo nacional, pues, además de encarnar aquel acontecimiento la grandeza pretérita de España, según destacó el periodista José Alcalá-Galiano, “nunca se ha conmemorado hecho más trascendental y culminante en la vida histórica de las humanas criaturas”.50 Coincidente en la valoración, Cánovas veía el episodio como un “asunto de interés nacional”,51 tal y como señaló por telegrama al gobernador general en Cuba el 24 de octubre de 1877, ante el anuncio por parte de la República Dominicana del descubrimiento en Santo Domingo de los supuestos restos de Colón; un trance en el que puso rápidamente a trabajar al aparato del Estado para desmontar tal afirmación —consideraba que Italia estaba detrás de la producción de la noticia buscando apropiarse de la figura del marino genovés—. Ni tal eventualidad podía permitirse ni que semejante situación volviera a darse. La repatrimonializadora respuesta de los medios gubernamentales fue vigorosa. Esta disposición se hizo patente en el IV Congreso de la Asociación Internacional de Americanistas, celebrado en Madrid en 1881. Cánovas fue uno de los integrantes de la comisión directiva de una reunión con motivo de la cual se organizó una exposición americanista, a la que aportaron objetos varios Gobiernos america50 José Alcalá-Galiano, “La semana colombina en Nueva York”, El Centenario, n.º 3 (1892): 303. 51 Blanco, Cultura y conciencia imperial..., 81.

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nos, y por medio de la cual España buscó ofrecer una mejor imagen hacia el exterior.52 La implicación del líder conservador en la celebración de 1892 fue decisiva en su doble condición de intelectual y gobernante. Nada más volver, en julio de 1890, a la presidencia del Consejo de Ministros, arbitró las medidas precisas para que la efeméride se celebrase lo mejor que fuese posible dada su gran utilidad para la presencia del país entre las naciones imperiales: siendo para él tan importante ese reconocimiento, era inconcebible no conmemorar el hecho que había inaugurado el ascenso de España a la condición de primer y más poderoso imperio ultramarino. Se trataba de convertir en parte del presente el pasado rememorado: “Los diseñadores del centenario aspiraban a asegurar el futuro de España como nación imperial en el imaginario político europeo”.53 Fue por ello que se confirió gran valor a una conmemoración en la que el universalmente trascendental descubrimiento de América se afirmara como un logro español y mejorara la posición de España en el concierto internacional, pero que también fue llevada a cabo para estrechar la relación comercial con las antiguas colonias. Como observó el escritor Juan Valera, director del órgano oficial del centenario, era por muchas razones que en aquel momento “venía tan a propósito” ensalzar “nuestras póstumas grandezas”.54 La primera idea de una celebración oficial emergió en el congreso americanista de 1881, durante el cual el marino e historiador español Cesáreo Fernández Duro defendió la candidatura de Huelva como lugar para la realización de los principales fastos. A la búsqueda de apoyos institucionales, consiguió que la Sociedad Colombina Onubense secundara una idea arraigada en diversos ámbitos,

52 Christopher Schmidt-Nowara, The conquest of History. Spanish colonialism and national histories in the Nineteenth Century (Pittsburg: University of Pittsburg Press, 2008), 59-62, 71-75. 53 Blanco, Cultura y conciencia imperial…, 85-86. 54 Juan Valera, introducción a El Centenario, n.º 1 (1892): 7.

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movidos por “el amor a las glorias de nuestra raza”.55 A sus desvelos obedeció la celebración el 12 de octubre de 1883 del aniversario del descubrimiento en el Teatro Real, con la asistencia de “todos los embajadores extranjeros y todas las personas más distinguidas que encierra Madrid”.56 Su idea de que España tuviera la iniciativa y preminencia en esa conmemoración sería asumida por el Gobierno de Sagasta, quien en 1888 instituyó una comisión real. Por razones que no están claras, este organismo tuvo escasa actividad. El afán por hacer de España el centro de la celebración, en dura puja con Estados Unidos e Italia, llegaría a buen puerto gracias a la implicación de Cánovas, tras retornar al poder en 1890, momento a partir del cual la empresa se reemprendió y con firmeza.57 Según la Unión Iberoamericana, entidad exponente del americanismo español, fundada en 1885 bajo padrinazgo de los liberales, a Cánovas le movía desde “antes ya de ocupar el poder” una “firme resolución […] de cooperar por todos los medios que tuviera en su mano a la celebración de un acto que reviste inmensa trascendencia, bajo cualquier aspecto que se le examine”,58 así como de evitar que la efeméride no quedase grabada en la memoria colectiva. Fue por iniciativa del gobernante malagueño que en una reunión mantenida en la sede del Consejo de Ministros se creó una junta directiva, con la que quedó zanjada la controversia sobre el liderazgo internacional de la celebración. Además de ser más completa y 55 Salvador Bernabéu Albert, 1892: el IV Centenario del Descubrimiento de América en España: coyuntura y conmemoraciones (Madrid: csic, 1987), 39. 56 Ibíd., 43. 57 Aimer Granados, Debates sobre España. El hispanoamericanismo en México a fines del siglo xix (México: El Colegio de México/uam, 2010), 110-118; Taviel, Historia de la Exposición de las Islas Filipinas…, 3-5. Según Taviel, muchos de los que se reunieron en 1884 para acordar la celebración del aniversario del descubrimiento de Filipinas por Magallanes habían promovido el año anterior la celebración del descubrimiento de América. Fue su “resonancia” lo que “despertó también el deseo de la celebración del de las Islas Filipinas” (ibíd., 5). 58 “El Cuarto Centenario del Descubrimiento de América”, Boletín de la Unión Iberoamericana, n.° 68 (1891): 1.

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representativa que la comisión sagastina, fue más eficaz. Esto resultó tanto de que los trabajos finales quedaran bajo la responsabilidad del estrecho colaborador de Cánovas Antonio María Fabié, entonces ministro de Ultramar, y, por debajo de él, de otros políticos de su confianza, como de las decisiones organizativas tomadas —se involucró a diversos agentes sociales y se decidió coordinar las iniciativas particulares que se sumasen a la celebración— y del cuidado puesto en disponer y preparar hasta el mínimo detalle. Así lo acreditan los seis opúsculos que componen la publicación titulada Conmemoración del cuarto centenario del descubrimiento de América. Documentos oficiales, en los que por medio de minuciosas estipulaciones se ponía al servicio de la celebración a todas las dependencias del Estado precisas, se reglamentaban las actividades y se daban instrucciones a los agentes domésticos e internacionales del poder público para garantizar su adecuada realización y proyectar la mejor imagen posible del país. Según el primer folleto, el Gobierno actuaba así “por respetos inexcusables hacia el glorioso pasado de la patria”.59 Nada se quiso dejar al azar. Tampoco la comunicación a la sociedad de los actos y del mensaje principal, llevada a cabo por medio de una revista oficial, El Centenario, que, dedicada a reivindicar el protagonismo español en el magno descubrimiento y defender lo hecho en América, se puso a la venta por todo el país. No por delegar en personas de su confianza, Cánovas ejerció un papel protocolario. Además de ser “el arquitecto de la conmemoración”, llevó a cabo una laboriosa actividad con su presencia en congresos, banquetes y conferencias. Sus intervenciones en estos actos consistieron en largos discursos sobre el significado e importancia del descubrimiento. En aquellas extensas conferencias, en buena medida operó como el historiador, que también era, comprometido en la construcción del pasado nacional. Una tarea esta que recibió 59 Conmemoración del cuarto centenario del descubrimiento de América. Documentos oficiales. Primer folleto. Comprende el Real Decreto de 9 de enero de 1891 y la constitución de la Junta Directiva del centenario (Madrid: Est. Tip. Sucesores de Rivadeneyra, 1891), 7.

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un gran impulso a propósito del IV Centenario, ocasión para toda una movilización, monumentalización y revisión histórica de aquel episodio histórico.60 La conmemoración conoció de manos de los conservadores no solo un impulso determinante, sino también un cambio de orientación y contenido. El Ejecutivo canovista rediseñó el proyecto de 1888. Mientras Sagasta se había apoyado en una narrativa en la que no se representaba ni la conquista ni la colonización del Nuevo Mundo y propuso hacer con Portugal una exposición iberoamericana centrada en contrastar el estado cultural americano cuando españoles y portugueses llegaron con la situación contemporánea de América Latina, de modo que sirviera como “testimonio y prenda del porvenir que aquellos pueblos jóvenes esperan”,61 el Gobierno conservador buscó hacer ver que España había logrado consolidar un proyecto colonial de gran magnitud e impacto en el desarrollo mundial. Con este fin, descartó hacer la exposición universal iberoamericana y optó por exposiciones y congresos de índole histórico-cultural donde se presentaran objetos de “peninsulares y americanos” y a los que concurrieran los países europeos para mostrar el estado de la cultura en el Viejo Continente en vísperas del descubrimiento. Según los documentos oficiales, la Exposición Histórico-Americana se dividió en tres partes —la protohistoria, el tiempo hasta el descubrimiento y “la del descubrimiento y las conquistas, y por lo tanto, de las influencias españolas y europeas”62— para resaltar el “descubrimiento por este [Colón] y 60 Blanco, Cultura y conciencia imperial…, 89. 61 Práxedes Mateo Sagasta, “Exposición al Real Decreto de 28 de febrero de 1888 sobre la preparación del programa de festividades con que ha de celebrarse el cuarto centenario del descubrimiento de América”, Gaceta de Madrid (1888): 553. 62 Antonio Cánovas del Castillo, “Exposición al Real Decreto de 9 de enero de 1891 sobre la celebración del IV Centenario”, Gaceta de Madrid (1891): 103. Véase también Sigfrido Vázquez Cienfuegos, “La celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América en Huelva (1982): un nuevo impulso en la investigación de la historia de América”, en Orbis incognitus. Avisos y legajos del Nuevo Mundo. Homenaje al profesor Luis Navarro García, ed. de Fernando Navarro Antolín, vol. 2 (Huelva: Universidad de Huelva, 2008), 72-74.

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los españoles, que fue el que produjo los inmensos resultados que registra la Historia”,63 especificándose que la división entre el periodo precolombino y el colombino lo era entre “esta primera rudimentaria infancia de aquellos pueblos” y “el periodo de los adelantos, del progreso humano, de la civilización”.64 Y si esa exposición tenía por fin dar a conocer la civilización del Nuevo Continente en los tiempos precolombinos, colombinos y poscolombinos, la Histórico-Europea había de servir “para mostrar, en cuanto quepa, el grado de cultura que alcanzaba Europa, y muy señaladamente la Península Ibérica, en los instantes en que al Mundo antiguo agregaba la mano providencial de Colón un Mundo nuevo”.65 Se le quería dar realce a “los trabajos de exploración, colonización e instalación de los europeos en el continente”.66 Por otro lado, el proyecto de los liberales partía del propósito de “consagrar” la celebración a “dar cierto culto a los héroes”, al “hombre extraordinario, cuya gloria refleja mayor luz sobre España, redundando también en provecho de las otras naciones”,67 es decir, a Cristóbal Colón, y estaba pensado para hacerse en estrecha colaboración con los pueblos americanos. Tenía una índole más internacionalista e historiográficamente continuista. El de los conservadores, en cambio, sin apartarse del afán oficial de fraternidad iberoamericana, era de carácter más españolista y marcadamente revisionista: había que reformular académica y socialmente ciertas circunstancias históricas del descubrimiento bajo una perspectiva nacionalista. Cánovas procuró que la conmemoración sirviera para alimentar el orgullo nacional y despertar sentimientos patrióticos entre los españoles. Fue 63 Conmemoración… Primer folleto…, 24-25. 64 Ibíd., 25. 65 Ibíd., 29. 66 Conmemoración del cuarto centenario del descubrimiento de América. Documentos oficiales. Cuarto folleto. Comprende el reglamento general y la clasificación de objetos para la Exposición histórico-europea de Madrid (Madrid: Est. Tip. Sucesores de Rivadeneyra, 1891), 25-27. 67 Sagasta, “Exposición al Real Decreto…”, 553.

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así que abordó la rememoración dando todo el pábulo a la corriente que desde 1877, a raíz de la referida reclamación dominicana, cuestionaba que Colón fuese un símbolo nacional apropiado y propugnaba que lo que había que exaltar en 1892 no era tanto la figura del marino genovés. El aniversario debía consagrarse a glorificar una gesta que expresaba el destino de un “pueblo elegido”68 para una misión civilizadora, en palabras de La Época. Y Fernández Duro afirmó entonces: “España habrá de enaltecer entonces primero y ante todo a España […]. Ya que tratamos de conmemorar el descubrimiento de américa, conmemorémonos también nosotros”.69 La celebración constituyó la culminación de la operación desde años atrás promovida por la aludida corriente historiográfica realista con el fin de alejarse de la colonofilia dominante y ubicar en los lugares de honor de la proeza a los nativos involucrados en ella. Durante su planificación hubo un vivo debate sobre si el objeto de la celebración había de ser reconocer a Colón o la hazaña de un país, y se optó por lo segundo al asumir Cánovas el liderazgo; es decir, por enfatizar, para que Colón no eclipsara la gran gloria patria, que el descubrimiento fue obra no de un hombre, sino de una nación, de la que sus habitantes podían por ello vanagloriarse. Más extensamente, los conservadores dinásticos decidieron proceder a lavar la negativa valoración exterior de España resultante de la “leyenda negra”, de la que emanaba una extendida percepción que, elaborada sobre todo por Inglaterra y Holanda, era asumida por muchos eruditos de otros países y también españoles. Se trataba de refutarla y presentar un relato alternativo. La imagen de un país destructor de las culturas indígenas debía ser sustituida por la de una nación que había contribuido decisivamente a que la humanidad conociera cómo era el mundo e incorporado todo un continente a 68 La Época, 12 de octubre de 1892, 4. 69 F. Hardt [Cesáreo Fernández Duro], “¿Es el centenario de Colón?”, Revista Contemporánea, n.º 79 (1890): 130. Véase también Alfredo Opisso, “En, con, por, sin, de, sobre el IV Centenario”, La Ilustración Ibérica, n.º 402, 13 de septiembre de 1890, 583.

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la civilización. Todo esto también llevaba tiempo propugnándolo la aludida corriente historiográfica. Estas líneas del preámbulo, escrito por el líder conservador, al Real Decreto del 9 de enero de 1891, que establecía la Junta Directiva y las directrices del IV Centenario, son bien ilustrativas de la orientación adoptada: Bien notorio es que si Colón rasgó el velo que ocultaba un nuevo mundo al antiguo, pertenece a nuestra patria el honor; que si la Santa Religión Cristiana ilumina hoy las conciencias desde el cabo de Hornos hasta el Seno Mexicano, a los españoles se debe; que si los europeos disfrutan de las riquezas sin cuenta de la hermosa tierra americana, ante todo, tienen que agradecerlo a los trabajos increíbles y al valor pertinaz de nuestros antepasados.70

Finalmente, Cánovas vio en la conmemoración la posibilidad de que España se vinculara al fenómeno del supuesto papel “civilizador” de las naciones europeas enganchándose al naciente hispanoamericanismo (en 1892 hubo en España once congresos de esa índole). Si bien no había participado en la forja de un movimiento orientado a establecer una comunidad cultural entre España y las repúblicas americanas en la idea de que la suma permitiría al conjunto alcanzar una potencialidad muy superior, estuvo entre quienes iniciaron su instrumentalización con tales fines. La proyección ultramarina hispanoamericanista podía sustentar en el plano cultural y simbólico una idea de imperio que haría al país más respetado tanto por sus integrantes como en el resto del mundo. A partir del discurso apoyado en expresiones como la madre patria, la hermana mayor o las naciones hijas de América, se planteaba una comunidad hispanoamericana con España como cabeza visible. Oficializar la noción de haber incorporado a América a la civilización occidental y ser el ascendiente de una vasta parte del mundo compuesta de países cada 70 Cánovas, “Exposición…”, 103. Véase también Schmidt-Nowara, The conquest of History…, 75-83.

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vez más prósperos permitía a España presentarse como una más entre las grandes naciones civilizadoras y como un país con vocación colonial. Si en todo centenario se genera una conexión entre el momento conmemorado y el conmemorador, para los conservadores dinásticos, según expuso La Época con claridad, el fin de los actos conmemorativos era dar testimonio vivo de la solidaridad de la España de hoy con la España de entonces, de la no interrumpida continuidad de la vida de nuestra patria y de nuestra raza, que nos hace comunicar en espíritu con la generación vigorosa de hace cuatro siglos.71

Fue pues al ver en la celebración de la efeméride una utilidad propagandística de primera magnitud y efectos positivos diversos que Cánovas dio un impulso decidido a que, bajo una determinada configuración, se celebrara lo más ampliamente posible el IV Centenario, en el que participaría la mayoría de los países latinoamericanos —todos, salvo El Salvador, Chile, Venezuela y Paraguay—, así como algunos europeos y asiáticos.72 Lo hecho no fue en conjunto comparable a las grandes conmemoraciones organizadas por las naciones entonces dominantes, pero esto no puede achacarse a un grave error de perspectiva o a una falta de interés. Valera afirmó en El Centenario tanto que la situación económica nacional ocasionaba que España no estuviera en condiciones de emular en espectacularidad a británicos o estadounidenses como que esa comparación hacía que el país “se abata y hasta se desespere”.73 Y, tras admitir que en la celebración española no se verían las maravillas de la exposición universal de París 71 La Época, 12 de octubre de 1892, 2. Véase también Isidro Sepúlveda, El sueño de la Madre Patria. Hispanoamericanismo y nacionalismo (Madrid: Ambos Mundos, 2005), 11-15, 70-72; Cánovas, “Concepto…”, 422-425. 72 Dení Ramírez Losada, “La Exposición Histórico-Americana de Madrid de 1892 y la ¿ausencia? de México”, Revista de Indias 69, n.º 46 (2009): 284-286. 73 Valera, “Introducción”, 5.

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o las que se preveían en la colombina de Chicago programada para 1893, aclaró que, de todos modos, no desfallece nuestra esperanza, ni nos abandona el convencimiento de que será brillante la Exposición retrospectiva. Y asimismo creemos que las demás fiestas, ceremonias y regocijos públicos, que se disponen, han ser dignos del objeto y verdaderamente memorables.74

Cánovas se aprestó a “conmemorar dignamente” el aniversario. Procedía obrar con “modestia”, pero procurando alcanzar el mayor relumbrón, razón por la cual la dirección gubernamental se puso al servicio de “cuantas particulares iniciativas coincidan en el propósito de obtener en buen éxito”,75 y, si bien se decidió centrar los actos en Madrid y en las ciudades “que poseen más ciertos títulos para ser principales actores en la celebración”76 —Granada, Valladolid, Barcelona, Sevilla y Huelva—, no hubo objeción, sino al contrario, a que la celebración “se extienda a las provincias y ciudades que lo reclamen”.77 Se procuró así pues que fuera nacional, que todas las provincias participaran en el que se concibió y orquestó como un acontecimiento que uniera simbólicamente a la nación. Habiéndose iniciado los actos en 1891, los días cercanos al 12 de octubre de 1892 fueron testigos de inauguraciones, procesiones y fiestas por numerosas localidades de toda la geografía nacional, islas y posesiones coloniales incluidas. En varias ocasiones los actos adolecieron de improvisaciones, resultaron menos impactantes de lo pretendido y estuvieron marcados por la pomposidad, pero no por ello pasaron desapercibidos ni acontecieron sin pena ni gloria.

74 Ibíd., 8. 75 Cánovas, “Exposición…”, 103. 76 Ibíd. 77 Ibíd.

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En el plano doméstico, con las actividades desplegadas se buscó centrar la atención del país en que España había sido el gran agente de un hecho trascendental en la historia universal y dotado al Nuevo Mundo de una lengua, una cultura, una raza y una religión, pretendiéndose de esa forma devolver a los españoles la confianza en sí mismos y el orgullo de serlo. Cánovas dio una importancia prioritaria a ilustrar al país en una lectura de la historia nacional que disipara nociones consideradas muy perjudiciales para la nacionalidad española. Como ya se indicó, aprovechó la conmemoración para convertir a una España reivindicada como nación imperial en el protagonista del descubrimiento en detrimento de Cristóbal Colón. Teniendo enfrente a un auditorio internacional, el 7 de octubre de 1892, en el discurso inaugural del IX Congreso de Americanistas, se mostró al respecto comedido y diplomático. Reivindicó “los servicios que España había tenido ocasión de prestar al mundo con el descubrimiento del opuesto hemisferio”,78 solo tras haber aludido antes enfática y extensamente al “lugar señaladísimo en la historia universal, que nadie quiere ni puede sin disputarle”79 a Colón, “triunfante y glorioso de su incomparable empresa”.80 Fue una vez afirmado esto que dijo que, sin los antepasados de los pescadores de Palos y sin “el auxilio de los buenos vecinos de la villa, auxilio importantísimo, esencial […], parece imposible que hubiera podido llevarse a cabo”;81 también, que “sin la generosidad, la inteligencia y el valor de los hermanos Pinzones, nunca quizá se hubiera organizado la expedición, que el mismo Colón dejó reconocido que salió bien abastecida con naves competentes para el caso”;82 y llamó a los presentes a “ha[cer] justicia aquí y allí a

78 Congreso Internacional de Americanistas. Actas de la novena reunión. Huelva, 1892, tomo primero (Madrid: Tipografía de los hijos de M. G. Hernández, 1894), 25. 79 Ibíd., 26. 80 Ibíd., 26-27. 81 Ibíd., 28. 82 Ibíd., 28-29.

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todos”.83 Lo hizo, eso sí, antes de reiterar que “nadie puede disputarle a Colón […] su supremo lugar en este suceso”.84 Presentó finalmente a España como la “antigua y venerable cuna del descubrimiento de América”,85 permitiéndose en las palabras de cierre dar a los congresistas la bienvenida “a esta nación española, que siempre ha sabido hacerse amar de los extranjeros […], no por contribuir a su gloria solamente, sino a la gloria universal”.86 Ocupándose de la misma cuestión, pero ante un público nacional, un año y medio antes, en la intervención inaugural de un vasto ciclo de conferencias que tuvo lugar en el Ateneo de Madrid vinculado al Centenario —así se iniciaron las celebraciones—, se había mostrado mucho más dado a reivindicar “tan singular y tamaño suceso” como una gesta fundamentalmente española, no ocultando que se trataba así de que, más que ningún otro país, España “recog[iera] la gloria del descubrimiento”.87 Tras referirse al “entusiasmo fundadísimo que a todos inspirara cuanto toca al origen y vicisitudes, primero del descubridor, después del descubrimiento”,88 consideró que, en el marco que la crítica historiográfica ofrecía para la reinterpretación del pasado, y ocurriendo que sobre cada cuestión “cada día levanta nuevas nieblas”,89 era “de rigor que […] ninguno deniegue la justicia debida a cuantos de una manera u otra, y con más

83 Ibíd., 29. 84 Ibíd., 29-30. 85 Ibíd., 31. 86 Ibíd., 34. 87 Antonio Cánovas del Castillo, Criterio histórico con que las distintas personas que en el descubrimiento de América intervinieron han sido después juzgadas. Conferencia inaugural de D. Antonio Cánovas del Castillo pronunciada el día 11 de febrero de 1891 (Madrid: Est. Tip. Sucs. de Rivadeneyra, 1892), 5. 88 Ibíd. 89 Ibíd., 6.

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o menos mérito u eficacia, pusieron mano en la aventura inmortal”,90 siendo su propósito resaltar “la participación completa de la nación española, representada a un tiempo por sus prelados o frailes, sus catedráticos y sabios, sus marinos, sus aventureros y hasta sus físicos o médicos”,91 así como que, sin la ayuda de “la entera España”, Colón “no habría llevado su empresa a efecto jamás”.92 Toda la intervención pivotó en torno a la idea de que si en nada pienso menos […] que en regatear a Colón su gloria única, nadie esperará de mi tampoco […] que desconozca el mérito singularísimo que en aquella empresa ostentó la gente, por ambos mundos repartida ahora, pero siempre en los sentimientos una, que prohijó su aventura y le siguió en ella. La Reina Isabel, sus damas, los magnates, los frailes, los particulares, todos aquí mostraron inaudita generosidad de ánimo, considerando que más que por abstrusas explicaciones cosmográficas, las cuales también escaseó Colón por recelo de que se sorprendiese su plan, dejáronse sin duda seducir de la sublimidad misma del nunca pensado propósito. Igual y aun mayor admiración merecen los que entregaron sus bienes y personas a la voluntad e inteligencia de un marino aventurero, mercenario, y de nación extraña, lanzándose con incertísimas esperanzas a espantables y seguros riesgos, para lo cual se necesitaba tanto heroísmo, cuanto menos fe ciega se abrigase en la convicción racional de Colón. Y pues que de la gente española hablo, tampoco debo ya omitir que, aun muerto aquel genio extraordinario, no desmayó un punto en la maravillosa empresa, sin contentarse con descubrir más islas, y divisar o tocar el continente, sino antes bien desenvolviendo inmediata, tenaz, y valerosísimamente el pensamiento germinal del perdido caudillo, hasta ponerle en ejecu-

90 Ibíd. 91 Ibíd., 6-7. 92 Ibíd., 7.

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ción todo entero y pasar, con efecto, de Occidente a Oriente, salvando al fin el inesperado obstáculo de ambas Américas.93

En el marco de una actividad dirigida a abordar el descubrimiento incluyendo los precedentes y sobre todo las actuaciones posteriores a la gesta de Colón, entre ellas la empresa de Magallanes y Elcano, y a cuestionar la muy común imagen negativa de la colonización española, Cánovas desplegó un cuidadoso ejercicio discursivo para que, en principio con el objetivo del “leal esclarecimiento de las varias y complicadas cuestiones a que el suceso que conmemoramos da lugar”94 y en contra de lo estatuido por un elenco de escritores extranjeros irredentos a “las crueles necesidades de una investigación sincera”,95 se comprobase que, dentro de “la natural división de la materia”96 entre Colón y España, la segunda había sido mucho más influyente e incluso decisiva, debiéndose por tanto a España en mayor medida la gesta y más aún la obra civilizadora que vino después. Con ese fin, se dedicó a acompañar la ponderación del “excelso mérito” y del “raro esfuerzo de entendimiento” del genovés con diversas observaciones que venían a aminorar y quitar brillo a su aportación: que anticipó el descubrimiento del Nuevo Mundo, pues este no habría permanecido ignorado siempre; que había errado sus cálculos sobre la curva del océano —en sus palabras un “error […] que pudo bastar para que, poseyendo y todo la verdad racional, por lo inesperadamente largo del trayecto, fracasara la empresa”—97 y sobre la disposición de los continentes bajo su fascinación con “las descripciones magníficas de Marco Polo”;98 que “a mi juicio el presentimiento de 93 Ibíd., 9. 94 Cánovas, Criterio histórico…, 8. 95 Ibíd. 96 Ibíd., 9. 97 Ibíd., 11. 98 Ibíd.

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que hubiese tierras más allá de las playas de Cádiz, y más allá de las costas, tan perseguidas a la sazón, del África, […] probablemente bullía en los marinos de nuestras playas occidentales y sus cercanas islas al ir a acabar el decimoquinto siglo”,99 o que las diferencias con Colón que sobrevinieron más tarde y sus desdichas como gobernante americano no resultaron de la mala fe de Isabel y Fernando o de la falta de colaboración de sus acompañantes, sino de la carencia del navegante de “la moderación, el tacto, el arte, que tanto más que la inquebrantable firmeza […], las cualidades que constituyen a los verdaderos hombres de gobierno”,100 una inhabilidad que disculpó con condescendencia, pues “de ningún nacido se sabe que por igual haya sido apto para alcanzar la gloria en todos los oficios humanos”.101 Es decir, que no por ser tan gran hombre había que “suponer que no tuvo culpa alguna en sus infortunios”.102 Por otro lado, Cánovas se esforzó en destacar la parte tomada por Isabel la Católica —“la primera autora del descubrimiento, después de Colón”103 y “la mujer más grande, y seguramente más respetable de la historia”—,104 por el “admirable político” y “hombre de Estado” que, según él, fue Fernando el Católico —su “tibieza” hacia el proyecto y su actitud contraria hacia “las demandas singularísimas de Colón”105 eran la una justificada y la otra aún “más excusable”—, por Martín Alonso Pinzón —que “no era ignorante, … quizá sabía tanto de la cosmografía de la época como Colón, y que era acaso mejor marino que él”106—, por “los valientes hijos de Palos, Moguer y Huelva 99 Ibíd., 13. 100   Ibíd., 14. 101   Ibíd., 14-15. 102   Ibíd., 15. 103   Ibíd., 18. 104   Ibíd. 105   Ibíd., 20. 106   Ibíd., 21.

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y otros puertos oceánicos que tripularon las famosas carabelas”107 y, a la postre, por “toda la nación constante y esforzada que, por cierto, abrió luego al antiguo el nuevo continente, lo descubrió todo, o casi todo en resumen”,108 siendo España “la nación única que puso a contribución sus Reyes, sus pilotos, sus marineros, y dio todos los recursos para acometer y cumplir la gloriosa aventura”.109 Además, no solamente los Reyes, y bastantes de sus súbditos, sino absolutamente todos los sacerdotes de España, sus catedráticos, cortesanos y guerreros, y cuantas personas, en fin, poblaban sus campos y costa, sin disputa y de plano asintieron por aclamación unánime a una idea tan poco aceptada aún.110

Toda la población, en suma, una “gente heroica que, primero bajo su dirección [la de Colón], y por sí sola luego, realizó la total obra que aquél se propuso, pero que no cumplió del todo, ni pudo cumplir”.111 Negar eso era un “infame empeño, de manchar nuestra gloria indisputable”.112 Un tratamiento especial recibió Martín Alonso Pinzón, “hombre con evidencia dignísimo de altísima fama, aunque no fuese de tanta valía como el genovés”,113 cuya desconsideración y marginación, acontecida a otros camaradas de Colón, según Cánovas, derivaba de la obra escrita por uno de los hijos del descubridor, Fernando, un historiador necesariamente imparcial, al que se debía que “cuantos tuvieron la desgracia de no andar de acuerdo en algo con el principal héroe 107   Ibíd. 108 Ibíd., 21-22. 109 Ibíd., 22. 110 Ibíd., 25-26. 111 Ibíd., 27. 112 Ibíd. 113 Cánovas, Criterio histórico…, 28.

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del descubrimiento, fueran sin examen condenados a una infamia con intenciones de eterna”.114 El líder conservador procedió a ponderar a Pinzón como modo de ensalzar la conducta y el honor de los españoles al destacar el “heroísmo” que, como aquel, los navegantes y marineros de Palos “al fin y al cabo demostraron al decidirse a tripular las carabelas, y abandonar por lo desconocido la barra de Saltes”115 y también al justificar sus dudas acerca del buen éxito de la aventura “después de días de travesía sin el menor indicio ni la esperanza más corta”116 y más aun sabiéndose los errores de cálculo de Colón; tales que, de no haber estado donde se encuentra el “no presentido” continente americano, la empresa habría sido un fracaso. Unos aspectos estos que “desconocen los historiadores […], por solo el gusto de zaherir a la nación española”.117 Pinzón asimismo era el único tripulante de aquella expedición “capaz de pensar y sentir al modo que su Almirante pensaba y sentía”118 y no estaba probado que “pretendiera precisamente constituirse en rival del glorioso genovés; pero fue tal vez el único hombre de su siglo que pudo quizá soñarlo”.119 La deducción es de lo más significativa: Sin él, ni la obligación por los Reyes impuesta a los marineros de Palos, ni el embargo de naves ordenado por Colón, ni el peligroso arbitrio que llegó este a admitir de completar con criminales las tripulaciones, hubieran bastado a organizar la pequeña Armada. Colón lo halló todo a mano: navíos para su siglo excelentes, pilotos, marineros, víveres, efectos marítimos y pagas. Su decisión y su fe se comunicaron a los tripulantes todos, y así arrancaron […] encaminándose a las actuales Antillas.120 114 Ibíd., 29. 115 Ibíd. 116 Ibíd., 30. 117 Ibíd., 30-31. 118 Ibíd., 31. 119 Ibíd., 32. 120 Ibíd.

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A esto añadió: Ni carece, por cierto, de probabilidad, según las pruebas diligentemente aducidas por un docto académico, que Pinzón, fuese, más bien que el Almirante, quien firmemente insistiera en continuar la navegación adelante […]. No quiero aprovecharme más de lo preciso de esas investigaciones ajenas, ni he de establecer parangón entre el genovés genial y el esforzado español; pero, ¿no ha de ser lícito, señores, que al celebrar este Centenario recordemos también con orgullo que allá en ignorado lugar de Santa María de la Rábida, probablemente yace envuelto en el común polvo un compatriota nuestro de tal valentía que, sin él, Colón mismo, con ser quien era, no habría podido realizar su descubrimiento?121

Cánovas comenzó a recibir “grandes aplausos” cuando, tras señalar que a Pinzón le avaloraba singularmente que no parecía “movido por la menor ambición ni codicia en la preparación de la empresa”122 y que “no intent[ó] alcanzar del buen éxito de la hazaña semisoberanías ni almirantazgos”,123 afirmó que merecía que recayera sobre él alguna parte de la gloria de Colón. A su entender, el tamaño del mundo y la longitud de la historia eran bastantes “para contener glorias distintas, para contenerlas hasta en grado igual”.124 A continuación, se extendió en más argumentos favorables a que el marinero andaluz dejase de estar “privado por sus más o menos probadas desobediencias de la merecida parte de gloria y provecho”125 e insistió en que él y el almirante “fueron más bien consocios, en verdad, aunque con harto distintas esperanzas de

121 Ibíd. 122 Ibíd., 32-33. 123 Ibíd., 33. 124 Ibíd. 125 Ibíd., 34.

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lucro”.126 En definitiva, tras hacer la tarea, a su juicio, necesaria de “liquid[ar] a cada personaje su peculiar mérito y su responsabilidad respectiva”,127 para Cánovas no cabía sino reconocer su respectiva gloria a Pinzón en términos equiparables con los colombinos.128 El líder conservador tuvo pues un papel muy destacado en lo que otro de los conferenciantes en el ciclo ateneísta, Luis Vidart, denominó “demoler lo que debe demolerse en la leyenda colombina”.129 Habiendo sus autores, a saber, varios británicos y franceses “enemigos de España”, lanzado “varios cañonazos […] contra la honra de España”,130 en su afán por oscurecer bajo “el talento de Colón” las más brillantes hazañas de los españoles, para el citado militar e historiador a esos cañonazos “también a cañonazos se debía contestar”.131 Se trataba de un proceder exigido no solamente por la obligación de “restablecer la verdad de ciertos hechos de la historia”,132 sino también por ser conveniente “para nuestras glorias”.133 Para Vidart, quien se remitía a Fernández Duro y a Cánovas como las grandes autoridades historiográficas en la materia, había que aprovechar “la oportunidad de defender ahora el honor de España, […] de defender ahora a los personajes portugueses y españoles calumniados en la leyenda colombina”.134 Cánovas terminó su conferencia en el Ateneo expresando uno de los principales propósitos de la celebración del Centenario, que

126 Ibíd. 127 Ibíd., 34-35. 128 Ibíd., 35. 129 Luis Vidart, “Colón y Bobadilla”, Revista Contemporánea 95, n.º 3 (1892), 225. 130 Ibíd., 225-226. 131 Ibíd, 228. 132 Ibíd., 231. 133 Ibíd., 233. 134 Ibíd., 236.

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entonces se iniciaba. Señaló que los españoles debían tener “una aspiración propia”, un “unánime y principal objeto”;135 a saber, la de desagraviar de notorias injusticias a nuestra raza, indudablemente digna de Colón, de su genio y de su hazaña. Si nosotros, entonces no hubiéramos podido hallar mejor caudillo, porque el mundo no lo ha logrado, que aquel genovés gloriosísimo, tampoco a él le habría de seguro prestado ninguna gente mejor ayuda, ni hubiera proseguido su empresa heroica con más perseverancia, inteligencia y denuedo. La gloria suya es la nuestra, la nuestra la suya […]. Y sean cualesquiera los respectivos destinos de Europa y América, estemos ciertos de que no será solo el que juntamente veneren en el porvenir imparcial los hijos de un mundo y otro, sino también el nombre de la raza a que los compañeros de Colón pertenecían y nosotros pertenecemos; el de aquella nación por fin que, fuesen cuales fueran sus errores, acogió, confortó, siguió sin miedo a lo desconocido al marino italiano, tomando luego casi sola sobre sí el resto inmenso del descubrimiento de América. (Muy bien. Muy bien. Aplausos). Por muy desiguales que acá y allá fuésemos todos hoy a nuestros antepasados; por muchas desdichas que a los unos y los otros todavía nos reserve la historia; […] importaría poco o nada a nuestra bien adquirida gloria en el descubrimiento. Siempre la nave que en el modesto río Odiel penetre con cualquier motivo, por prosaico que sea, abrigará a alguno […] que con respeto salude a la barra y las costas desde donde se echaron al temeroso Atlántico aquellos personajes sin disputa épicos, Colón, Pinzón y sus compañeros de Palos, Moguer y Huelva. Siempre se recordará en nuestro planeta que el conocimiento de su configuración no quedó completo hasta que sobre las aguas dibujaron su contorno, naves y banderas de España. Y aunque se hundiesen todos los monumentos que levantamos y desapareciese cuanto para el Centenario preparamos; y aun si pereciera la civilización misma, a la cual tanto servimos con el 135 Cánovas, Criterio histórico…, 36.

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descubrimiento, con tal que siquiera permaneciese el arte de la imprenta, los nombres de Colón y España, en indisolubles lazos unidos, vivirán eternamente; pues yo pienso que hasta la simple tradición a falta de anales bastaría para perpetuar su común gloria. (Grandes aplausos).136

Para Cánovas, la celebración debía dedicarse a resaltar el papel de la nación española en el descubrimiento asimismo haciendo ver que tal hecho no podía reducirse al momento épico de una impremeditada arribada a una tierra ignota, lo cual permitía atribuir a la nación española la parte con mucho más importante en un acontecimiento que había cambiado el curso de la historia de la humanidad. Este propósito también informó la aludida Exposición Histórico-Europea, con la que se buscó presentar el descubrimiento como un fenómeno mucho más amplio que la llegada de Colón. En los documentos oficiales relativos al evento se afirmó: “No se realizó este en un día y merced a un solo impulso, como nadie ignora, ni el descubrimiento, o la sucesión de los mismos, hubiera sido fecundo, sin las conquistas y actos de posesión de expedicionarios y navegantes”.137 Si para los demás países occidentales en 1892 había que proceder a la entronización de Colón como mayor símbolo de la presencia europea en el continente americano, para España se trataba de ser reconocido como el primer país europeo que había procedido a propagar al resto del mundo “la civilización misma” y de extender entre las naciones hispanoamericanas su reconocimiento de España como la madre patria.138 136 Ibíd., 37. 137 “Documentos oficiales. Exposición histórico-europea de Madrid”, El Centenario, n.° 2 (1892): 190. 138 Si bien, según el historiador mexicano José María Muriá, bajo el empeño del Gobierno español por celebrar el 12 de octubre de 1892 “a efecto de abrir una amplia vía de comunicación con sus antiguas colonias y recuperar su presencia en ellas”, latía “una reanimada vocación de preponderancia”, no por eso el empeño fracasó. En su conferencia en el ciclo del Ateneo, su compatriota el embajador Raymundo Riva Palacio dio respaldo a los propósitos del nacionalismo español. A muchos americanos les plugo que se recordara con insistencia que tenían raíces españolas, y que estas eran también europeas: “Al retirarse del Nuevo Mundo la

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Esto por lo que se refiere al ámbito internacional. En el doméstico, otro objetivo de aquella novedosa narrativa imperial, consistente en explicar las virtudes de la colonización en general y de la española en particular, fue servir al proceso de construcción nacional, conformándose en poco tiempo como un capítulo central del nacionalismo español; fue asentar el verdadero ser de la nación española, como muestra el interés puesto en la producción de representaciones artísticas o monumentales de los hechos o individuos que lo epitomizaban.139 Se hace preciso apuntar que este propósito fue compartido por destacadas figuras del panorama español ideológicamente opuestas al régimen monárquico, como Castelar, quien, escribiendo expresamente para la ocasión en la prensa mexicana, afirmó que el descubrimiento era “la obra capital de España”140 y que “no debe haber más que una voz en el mundo europeo, para bendecir el descubrimiento de América y al pueblo descubridor”.141 Esa amplia coincidencia en la aproximación en clave nacionalista al centenario se hace patente en la nómina de participantes en las 55 conferencias ateneístas, impartidas por integrantes de todas las grandes opciones políticas y las más diversas disciplinas —historiadores, periodistas, marinos, ingenieros, geógrafos, arquitectos, geólogos, escultores, poetas, gramáticos—. Según su sombra del pabellón español, dejó establecidas ahí 16 nacionalidades que hoy, olvidados ya los rencores de la guerra y unidas por la ley de la raza, por el vínculo del idioma y por semejanza de las costumbres, se reúnen congregadas por la nación descubridora, para celebrar con el más glorioso de los triunfos del espíritu humano, el descubrimiento del Nuevo Mundo”. José María Muriá, “El cuarto centenario del descubrimiento de América”, en El descubrimiento de América y su sentido actual, coord. por Leopoldo Zea (México: Fondo de Cultura Económica, 1982), 124. 139 Antonio Feros, “Spain and America: All is one? Historiography of the Conquest and Colonization of the Americas and national mythology in Spain c. 1892-c. 1992”, en Interpreting Spanish colonialism. Empires, nations, and legends, ed. de Christopher Smichdt-Nowara y John M. Nieto-Phillips (Albuquerque: University of New Mexico Press, 2005), 111-117. 140 Emilio Castelar, “España y el descubrimiento de América”, El Nacional, 10 de junio de 1892, 4. 141 Ibíd.

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organizador, Antonio Sánchez Moguel, el conjunto de las disertaciones de aquel elenco de destacados políticos, intelectuales y especialistas españoles e hispanoamericanos constituyó una obra nacional, tanto por lo plural de la participación como porque las conferencias se publicaron con el propósito de ilustrar al país en “la obra gloriosa de nuestros padres”.142 Esa actividad, los congresos y muchos de los actos de índole más social entonces celebrados concitaron a las capas dirigentes e ilustradas de la sociedad. Ciertamente, Cánovas imprimió una marcada orientación cultural a las celebraciones, pero la conmemoración no se redujo a este tipo de eventos, que además tuvieron una relevancia política, cultural y científica mucho mayor de la que hasta ahora se les ha dado. Hubo también un centenario popular, compuesto por fiestas, cabalgatas, banquetes, bailes, corridas de toros, veladas musicales y artísticas, concursos, certámenes e inauguraciones de monumentos o lápidas conmemorativas en localidades de toda la geografía nacional, al tiempo que los escaparates de los comercios se llenaron de recuerdos colombinos. Aunque de magnitud modesta y pintorescos desde el punto de vista actual, no carecieron de trascendencia si se atiende a la presencia social en ellos y a su irradiación. Desde luego, no pasaron inadvertidos; en particular, el viaje de la familia real a Huelva para presidir los actos principales, considerado por el Gobierno un éxito a la luz de la respuesta popular y de los telegramas recibidos de varios países.143

142 Bernabéu, 1892: el IV Centenario…, 18. Véase también José Antonio Calderón Quijano, “El IV Centenario del Descubrimiento en la Ilustración espanola y americana y en el Ateneo de Madrid”, en Andalucía y América en el siglo xix. Actas de las V Jornadas de Andalucía y América, t. 2 (Sevilla: csic-Escuela de Estudios Hispano-Americanos), 1986, 55 y ss. 143 Jacinto Montenegro y Valenzuela, “Los Reyes de España en el IV Centenario del Descubrimiento de América en 1892”, en Temas de Historia Militar. II Congreso de Historia Militar, vol. 3 (Madrid: eme, 1988), 406-410; Calderón Quijano, “El IV Centenario del Descubrimiento de América”, Boletín de Bellas Artes, n.º 18 (1990): 106-113, 122-162.

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Lo hecho ¿qué dio de sí? Según Aimer Granados, en 1892 “España […] tuvo la oportunidad de presentar una imagen nacional que recreó su historia imperial en América”.144 Ciertamente, “comparada con las exposiciones de París, 1889 y 1900, y Chicago, 1893, […] [la celebración] resultó ser de segundo orden”,145 pero, si se tiene en cuenta lo apuntado al respecto por Mauricio Tenorio, se constata que presentó algunas características de las exposiciones universales finiseculares, apoteosis nacionalistas en las que menudearon las exposiciones artísticas y científicas, que estuvieron cargadas de aspectos simbólicos, operando como una sucesión de loas al país organizador y una exhibición de su singularidad y sus grandezas, también las pasadas, y que constituyeron ocasiones para crear una nueva visión del pasado nacional y mostrar la capacidad occidental de gobernar lo exótico. Junto a algún fiasco, en la conmemoración española hubo varios actos de gran brillo e índole espectacular que llamaron la atención de los asistentes y de la opinión pública. Y, en otro orden de cosas, según Sandra Patricia Rodríguez, en aquellas prácticas sociales del recuerdo el pueblo estuvo “como espectador y receptor del mensaje conmemorativo”.146 Por otro lado, la política cultural que puso en marcha el Gobierno español hacia los países latinoamericanos fue exitosa a raíz no solo de su participación en la celebración, sino del fomento de los lazos e intercambios. Y, habiendo sido objetivo del Gobierno liderarla con pretensiones internacionales, no dejó de tener resonancia en ese ámbito.147

144 Granados, Debates sobre España…, 121. 145 Ibíd., 122. 146 Mauricio Tenorio Trillo, Artilugio de la nación moderna. México en las exposiciones universales, 1880-1930 (México: Fondo de Cultura Económica, 1996), 18-23. 147 Sandra Patricia Rodríguez, “Conmemoraciones del cuarto y quinto centenario del ‘12 de octubre de 1492’: debates sobre la identidad americana”, Revista de Estudios Sociales, n.º 38 (2011): 71; Bernabéu Albert, El IV Centenario…, 358.

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En la actualidad, cuando la globalización ha llegado a su apogeo y las fronteras nacionales parecen debilitadas, cuando miles de personas arriesgan todo por cruzar a otros territorios y otras dan su vida por su país en medio de guerras, reflexionar sobre la nación y su formación como institución no solo resulta pertinente, sino que es urgente. En este sentido, el estudio de los procesos de construcción del Estado nacional da pistas sobre cómo se ha estructurado el orden político y hegemónico en los últimos dos siglos; además, da cuenta del modo en el que determinadas imágenes, representaciones, actores, discursos, dinámicas e identidades disputan y le dan forma a esta institución. Precisamente Los desafíos de la nación presenta diferentes investigaciones sobre el proceso de construcción nacional de Colombia y España a finales del siglo xix y en la primera mitad del siglo xx, para dar cuenta de la historicidad, el carácter contingente y las particularidades de la conformación del Estado en estos países. Reflexionar y comparar estos procesos a ambos lados del Atlántico permite comprender las particularidades y las similitudes de cada caso, en especial, aquellas referidas a políticas culturales centradas en el hispanismo y el hispanoamericanismo y a los debates en torno a la ciudadanía o el control de la población, entre otros. De ahí que pensar la nación no tenga que ver solo con conceptos abstractos e imágenes difusas, sino que implica un desafío esencial que nos compele a todos y que cuestiona nuestra existencia, nuestro pasado y nuestra identidad.

ISBN 978-958-781-857-4

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789587

818574


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