Malditos, hermosos

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Malditos, hermosos

Miguel Mendoza Luna

Malditos, hermosos

Miguel Mendoza Luna

Reservados todos los derechos

© Pontificia Universidad Javeriana

© Miguel Mendoza Luna

Primera edición: Bogotá, mayo de 2011.

Número de ejemplares: 300

ISBN: 978-958-716-440-4

Impreso y hecho en Colombia

Printed and made in Colombia

Edición y diseño editorial: El Peregrino Ediciones

Impresión: Javegraf

Editorial Pontificia Universidad Javeriana

Carrera 7 núm. 37-25 oficina 1301

Teléfono: 2870691 ext. 4752

editorialpuj@javeriana.edu.co

El Peregrino Ediciones

Cra. 11 A No. 89-10

(571) 611 3185

Bogotá, Colombia

www.elperegrinoediciones.com

A mi mamá, ahora en el Paraíso, claro. A Andrea, la vida.

A Luz Mary Giraldo, Rodrigo Parra

Sandoval, Roberto Burgos Cantor, Cristo Rafael Figueroa, por su confianza.

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“Cada cual es el destino del otro y, sin duda, el destino secreto de cada cual es destruir al otro (o seducirlo), no por maldición a alguna pulsión de muerte, sino mediante su propio destino vital.”

“Hay como una idea de Patrick Bateman, una especie de aberración, pero no hay un yo auténtico, solo una entidad, algo ilusorio, y aunque yo pueda disimular mi fría mirada y tú puedas estrecharme la mano y notar que su carne aprieta la tuya y puede que hasta consideres que nuestros estilos de vida son parecidos: sencillamente, yo no estoy aquí.”

“—¡Cristóbal Balenciaga! —exclama Freddie con un suspiro. Nos hallamos en la sala de exposiciones del Instituto de la Moda, contemplando un abrigo iluminado por un foco—. ¿Has visto alguna vez algo tan divino? —pregunta, juntando ambas manos bajo la barbilla como si fuera a ponerse a rezar de rodillas.”

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NUEVO MILENIO DE IMITACIÓN

31 de diciembre de 1999, 11: 35 p.m.

“Cuando todo acaba, para ti apenas empieza”, alcanzo a leer detrás del bar en un afiche publicitario de Pure, bebida energética, donde un hombre con el torso desnudo mira a su amante despeinada recostada en un diván. Aunque conozco a la modelo del afiche y tengo claro que nadie se ha quejado de sus habilidades sexuales (en especial de su boca), diría que no se encuentra dispuesta a cumplir con su parte.

—Ya vi tu video de alcoba —me explica Cora, que tiene el pelo muy corto y lleva un peinado bastante retro, rescatado de una portada de Vogue de los noventa.

Ante una afirmación que se supone debería interesarme, la miro fijamente a los ojos, aunque la verdad prefiero concentrarme en la letra que se escucha de una vieja canción de Alaska y Dinarama o en si alguien notó que mi vestido negro de una sola pieza es Dolce & Gabbana. Ella prende un cigarrillo y menciona los asesinatos de Camila Millán, protagonista de No culpes a la playa, y Liliana Baena de Un negro nubarrón se alza en el cielo.

—A las dos les cortaron una parte del cuerpo —anuncia Cora entusiasmada.

Bostezo sin disimulo. Espero le quede claro para siempre que el tema no me interesa y que sus labios solo resultan hermosos si no menciona los nombres de personas muertas.

No me sorprende encontrar a Tomás en Always, un sitio que, para ser sincera, escogí entre tres posibilidades después de tomar un Valium con un vaso de jugo de Noni, por aquello de la regeneración celular. Él nos saluda desde una mesa cercana con un impersonal

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movimiento de cabeza. Lo acompañan Katia Merchán y Lula Ortega, diseñadoras de moda involucradas en un asunto de lavado de dinero; Beto Camargo, un peluquero medio famoso (más por las andanzas con un ex senador que por su talento como estilista); Tina Salcedo, modelo que participó en un par de películas porno en Ecuador; y una joven morena que si no fuera porque usa un vestido Clara Jiménez pasaría desapercibida. Tomás se fija en Cora, me sonríe y levanta una copa de Remy Martin. Le devuelvo la sonrisa y no me preocupa si mi cara revela ansiedad o un rasgo mínimo de “no te he podido olvidar”, gestos inútiles que probablemente se deban al Valium. Por ahora, dirigirme al baño a aspirar un poco de perico resulta prometedor, y lo único que vislumbro es que no pienso compartirlo con Cora.

En mi campo de visión, la cara de Tomás es reemplazada por la espalda desnuda de Amaranta, una cantante de diecisiete años que usa Ligia Terán de la temporada anterior, largo y verde, con una rosa que cubre la cremallera del cierre. La acompaña Gerardo Vallejo, un músico vallenato y dos traquetos que no paran de mirarle las tetas y el culo a la pobre chica.

—Pasar de medio virgen a una orgía no es asunto fácil —le digo a Cora a propósito de la cantante. Mi comentario no la inmuta y su lunar, tatutado a lo Madonna quien a su vez lo imitó de Marilyn Monroe, resulta tan perfecto que amenaza con entristecerme.

—¿Podríamos ir a otro lugar, no? —pregunta Cora, y por un momento sus ojos brillan y me gustaría que su propuesta quisiera expresar que existe otro lugar al cual podemos huir para salvarnos.

La idea de escapar de Always, de toda la mierda que nos rodea, resulta demasiado elaborada, y como terminaría por provocarme un nuevo ataque de pánico la abandono y pronto, a mí alrededor, los cuerpos mal tonificados y las caras grasosas, se tornan en exceso conocidas y Cora se aleja a miles de kilómetros de aquí.

La mesa de “Los presentadores” se hace acompañar de un par de travestis, sin duda recogidos de la calle. Enrique Palau, de Hola que tal , sin comas ni tilde, según aclaró mi profesor de dicción, no

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se avergüenza de que uno de los putos se devore con una mano el maní de cortesía como si fuera la última comida de la vida. Pacho Roldán, de ¿ A que no adivina quién? , adopta la misma expresión de interés que usa en las entrevistas para escuchar lo que el otro travesti le cuenta, y si no lo conociera, diría que se ha interesado en la conversación con su nuevo amigo.

El espacio para caminar en dirección al baño, ahora se reduce a un aburrido laberinto de escotes que denuncian operaciones mal realizadas, diamantes y perfumes de imitación. Al pasar, todos me miran y por supuesto lanzan, al oído del que se encuentre más cerca, valoraciones subjetivas relacionadas con mi video privado que ronda por internet. “Su boca registra más grande en pantalla” o “No tiene nada de celulitis”, son algunas de las frases que logro escuchar.

Por encima del humo del cigarrillo, logro ver a la mujer del afiche de Pure y ahora me parece que se encuentra un poco más decidida a continuar con lo prometido.

La lista mental de los asistentes conocidos en Always, la mayoría menores que yo, incluyen a los del nuevo elenco de Pasaporte juvenil : Fabián Morris, con un Hugo Boss de tres botones, nervioso y confundido al no tener al lado a Gilberto Pfizenmaier, su manager, quien esta noche decidió ser un buen padre de familia; Mariano López, protagonista de Aunque me cueste la vida, con una chaqueta Levi’s muy aburrida, tomado de la mano de Carolina Carrutiers de Sin ti, yo ya no, vestida con una camisa Guess. A juzgar por las sonrisas no ajustadas a la forma de caminar juraría que esta noche el grupo ha dejado atrás su aburrida fase de marihuaneros y por fin se han atrevido con el éxtasis.

Cora baila una versión tecno de La ciudad de la furia, pero su movimiento, que involucra los hombros, no deja de ser tropical y demasiado latino, muy lejos de los patrones USA señalados por Jennifer López en su último video.

En la cabina del dj, ubicada en el segundo piso del local, se reconocen tres sombras cuyos largos brazos señalan en dirección a la

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mesa de las cuatro finalistas de Chica Pop TV, y si no fuera por el juego de luces que incluso permiten, milagrosamente, que Stephanie Duarte de Fifty most Latino luzca más delgada, podría pensar (resulta estúpido, lo sé) en que esas sombras y sus tentáculos de humo tienen el poder de definir el transcurso de la noche y el destino de todos aquellos que cruzaron la puerta de Always sin tener que hacer la estúpida fila.

Una de las sombras recibe la luz de un reflector y así su cara parece ser ahora la de Jeison, el amigo de Francisca, una persona a quien no debería permitírsele la entrada a ningún bar. El rostro iluminado, de cejas pobladas, un cliché de la imagen del diablo que aparecía en las viejas cajas de fósforos, me saluda y yo, claro, lo ignoro y me sumerjo lo que más puedo en un Martini que he encontrado en una mesa cercana.

Un hombre idéntico a Daniel Álvarez, un actor que nadie volvió a contratar y se lanzó desde un octavo piso, se acerca con una servilleta y me pide un autógrafo. Mi primer instinto es preguntarle cómo se sintió durante la caída o cuál fue la última imagen que pasó por su mente antes del final, pero en cambio le sonrío y sigo con la escena de costumbre y, por supuesto, ya lo sé, le devuelvo una frase de afecto ensayada mil veces. Le escribo una dedicatoria, y él lanza un comentario alabando mi carrera de actriz. Todo lo ocurrido a continuación no tiene absolutamente nada que ver conmigo.

—Preciosa, en Pasión latina estuviste maravillosa —afirma Daniel, o el doble de Daniel como despedida.

Ante la perspectiva de aclararle que yo no actué allí y que me confunde con la difunta Camila Millán, camino de regreso a mi mesa y le quito a Fabio Casaenz, redactor de Chisme rosa, un vaso medio lleno de un líquido viscoso que con claridad no es Dom Pérignon y me trago un Xanax.

Por un momento vuelvo la mirada a la mesa de Tomás; lo rodea un grupo de actores secundarios de EPS del romance: Ana Toro, la actriz con el culo más grande de Colombia, Emma Rubiano y Salvador Orastegui. Se besan unos a otros pasándose las uvas que

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sostienen en los labios. Tomás se da cuenta de que lo miro y me lanza un beso con la mano. Es obvio que se trata de un gesto que llega tarde para influenciar alguna decisión importante en mi vida, pero que no me salva del todo de querer regresar de nuevo con él. Cora se acomoda el escote consciente de que yo me concentro en sus senos naturales, inexplicablemente erguidos.

—¿Son lindas, no? —anuncia Cora, y prende un cigarrillo sin esperar a descubrir si yo tengo una buena respuesta para la pregunta.

Suena Tainted Love. Las palabras Once I ran to you, Now I’ll run from you, this Tainted Love you’ve given, y la angustiante idea de no dormir en mi propia cama esta noche se confunden. Por supuesto mi psiquiatra diría que le falta litio a mi dieta. Tomás se acerca a nuestra mesa, le habla al oído a Cora. Ella suelta una carcajada. No sé que me molesta más: si su decidida forma de ignorarme o la proposición que le ha hecho a mi acompañante. Al final, me quedo con una tercera opción: los dientes amarillos de nicotina de Cora. Tomás se aleja con irresistibles pasos cortos.

— ¿Qué tal es Tomás Buendía en la cama? —pregunta Cora.

—No sé —respondo flemática. La frase “viví dos años con él”, resulta pesada y falta de sentido, así que me limito a tomar de mi copa.

—Es más lindo en persona —insiste Cora y me siento tentada a contarle las preferencias de Tomás, que involucran bolas chinas, mucha vaselina y por supuesto un cinturón con un vibrador, “para que lo uses tú sobre él”, claro.

Se escucha el ring tone de Oye, mi amor, de Maná, que proviene de mi celular. Cora toma su bolso Elvira Palumbo, con compartimiento secreto para píldoras. Me entrega el teléfono y por un instante toco su mano y la siento tan ajena a mi propia piel, que la necesidad de un nuevo Xanax parece confirmarse. En la pantalla del celular leo un número desconocido. Contesto y de fondo se escucha el dulzón jingle navideño del canal ATN interpretado por las insoportables voces infantiles: “Una familia unida para regalarte diversión, una familia que te espera cada noche en la televisión…”.

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—Ya va un mes de lo mismo —le explico a Cora justo cuando la llamada se corta. Ella se limita a levantar los hombros—. Creo que alguien me sigue.

—Tal vez sea el asesino de Cami Millán y de Liliana Baena o algún fanático que vio tu video —anota Cora sonriente—. ¿Qué parte del cuerpo te gustaría que el asesino te cortara? —agrega. Sus angulosas y perfectas facciones, junto con el lunar tatuado, demasiado de los noventa para ser sincera, se encogen y parece que ya pronto todo en ella va a desaparecer.

—Las violó antes y después de matarlas, ¡genial!, —grita Cora excitada y mira su reloj Givenchy, señalándome que el final del año se acerca. ¿Qué se sentirá tirar con una actriz muerta? —aprieta los labios usando la expresión de niña virginal que ya usó para el comercial de spas Rich and Touch Faith, y enciende un nuevo cigarrillo.

La ignoro y me concentro de nuevo en el afiche de Pure, que ahora me hace presentir que aquella mujer puede tomar el control y seguir hasta el final de la noche y convencer a su amante de que ella es la mejor.

Paula Camargo, de Noticias en punto, se acerca a saludarme. Lleva una blusa transparente que, casi con seguridad, compró en una tienda de descuentos de una colección del año anterior y que resulta difícil precisar de quién es. Halaga mi atuendo, y me murmura al oído: “ten cuidado, van a matar a todas las putas como tú”, pero debido al volumen de la música resulta difícil precisar si eso fue lo que quiso expresar.

Se escucha De música ligera, de Soda Stereo, y todos en Always se emocionan ante la inminencia del fin de año. El elenco de Zodiaco de traiciones se abraza como si fuera una familia feliz; las gemelas

Buendía, de Hermanas y rivales, levantan las copas y en sus estúpidas sonrisas de comercial de bajo presupuesto de aparato reductor de grasa casero, descubro que las muy perras no son idénticas. Al reconocer que Cora prepara una raya de perico con una tarjeta de crédito que ni siquiera es platino, me contengo para no gritar.

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Ahora la chica del afiche de Pure y su pareja no me parecen destinados el uno para el otro: ella luce decepcionada y derrama una lágrima que no termina de caer, él abandona la espera y duerme para inventar un pasado perfecto. Ambos comprenden que jamás podrán tocarse, que permanecerán para siempre malditos, hermosos.

—¿Crees que alguna de estas personas esté viva? —le pregunto a Cora en medio del conteo regresivo que ya va por el número ocho.

Ella responde algo que no logro comprender por encima del número cinco y su leve sonrisa acaba por robarse el poco aire que me resta. Los actores, los protagonistas y los secundarios, y hasta los extras que se atrevieron a mezclarse, llegan por fin al cero, pero nada extraordinario sucede y tampoco desaparece la grasa de la frente de Valentina Baricco, presentadora de Tijeras y estilo. Tomás se ha desvanecido y las botellas y los vasos que ha dejado tras de sí me provocan una lástima inexplicable. Cora se para de la mesa y en lugar de desearme un feliz año me anuncia al oído orgullosa:

—Tomás me espera en el baño.

La veo alejarse. A pesar de sus largas piernas y del ritmo Donna Karan de sus pasos, reconozco que la pobre quedó atrapada en una década que no dejó nada bueno para la escena de la moda y que todos debemos enterrar para siempre, Dios, ¡qué lejos se encuentra mento en una telenovela de mediodía!

esta modelito de ser siquiera considerada para un extra con parla-

Una mujer de senos operados, maquillaje corrido, la piel estirada y mucho mayor a pesar del esfuerzo de sus movimientos juveniles, me besa en la boca deseándome feliz año nuevo. Pregunta, creo, por cómo va a terminar Quién como tú, telenovela que coprotagonizo, creada y escrita por el gran Hernando Hiller. Cuando parece que voy a llorar, con aire de seriedad y un gesto que dio resultado en Laberinto de pasiones y que no tiene que ver con “el método”, le digo:

—He estado pensando muy en serio en matar a Micaela, mi personaje.

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A la manera de American Psycho, Miguel Mendoza Luna crea un universo de personajes que parecen vivir un melodrama permanente, como si la vida fuera un deambular entre la apariencia, el arribismo, el resentimiento y la sangre. Malditos, hermosos supone un homenaje a la mejor literatura negra de la cual el autor es un fervoroso lector. Una ciudad caótica, una actriz de televisión que pierde el rumbo, un inventor de universos electrónicos, un escritor fantasma, un guionista famoso, un bar de moda metidos en una trama escrita con un desparpajo que entraña una brutal mirada al mundo de la moda, la televisión y el desenfreno, y claro, la muerte.

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