V O L 6 - G R A T I S / F R E E
Vol. 5 - Gratis
EL ACTO DEL EQUILIBRIO:
Las Chinas Oaxaqueñas “Cuando eres una China… toda tu familia se vuelve China. Mi padre o mi novio recogen mi canasta adornada. Mi madre plancha mi blusa. Mi hermana - es su primer año de China - trenza mi cabello... Mi mamá a veces no puede creer cuánto tiempo invertimos, que todos tenemos que invertir. A veces hace bromas de que me va a cobrar por planchar mis cosas”. Miriam ha sido China Oaxaqueña por cinco años. Se integró porque su hermano se unió como farolero. Él es sordo y le pidió que también audicionara para ayudarle en la comunicación. Cuando le pregunto cuánto tiempo más piensa que se quedará, me promete, “oh, siempre eres una China… Algunas de esas ancianas aún pueden bailar. Tal vez no en tacones, pero aún así pueden bailar. Algún día espero estar casada - ¡y las Chinas bailarán en mi boda, ¡por supuesto! - y tendré una familia, a lo mejor no tendré tiempo”. Ella frunce el ceño y agita su cabeza con sólo pensarlo. “Ser una China es tan parte de mí como ser maestra o estudiante o hija”. Con ensayos semanales, compromisos públicos durante el mes, la dedicación de la China es sorprendente. Toma tiempo planchar, preparar las canastas con flores frescas, trenzar el cabello con estambre negro, acomodar los listones, los medallones, los collares, la filigrana y las reliquias. Un desfile a las 4 pm es sinónimo de echarse una carrera desde el trabajo. Una celebración del pueblo significa que es probable que esté despierta hasta las 4 am. Como miembro de la delegación sin fines de lucro Chinas Oaxaqueñas Genoveva Medina, los costos van por su propia cuenta. “Si un pueblo nos solicita para la celebración de su santo, iremos en traje de gala con nuestras canastas adornadas. Sabemos que tal vez no nos reembolsen estos gastos, pero siempre estaremos ahí”.
Texto y Fotos : Isahrai Azaria
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Al mismo tiempo que Oaxaca se convierte en un destino turístico cada vez más popular, las Chinas se convierten en una cara sonriente familiar, en la falda familiar ondeando que ilustran las revistas de viaje y aparecen en Instagram. Para la señora Isabel del Carmen, las Chinas son Oaxaca y son la historia de su familia. Su madre, Genoveva Medina, su hermana, Sylvia y ahora su sobrina Zaira, han llevado a un grupo de Chinas conformado por 4 mujeres que caminaron en la procesión de Lunes del Cerro en 1957 hasta la aclamada delegación de 200 bailarinas, por las que hoy en día son conocidas. Isabel del Carmen repite el compromiso de Miriam. “Las Chinas Oaxaqueñas fueron formadas para ser las anfitrionas de la celebración de los santos. Si no vamos... ¡qué terrible sería la fe!”. Isabel del Carmen aún abandona su silla en la vereda para admirar una hermosa falda nueva que lleva puesta una de las Chinas. Intenta describir el color de la falda azul que algún día usó, me dice que su falda naranja “era tan hermosa, la usé dos años pero, por supuesto, con diferente encaje”. Siempre hay una inspección para asegurar la uniformidad y cumplimiento de las reglas. “Sí, siempre tuvimos reglas. Porque somos Chinas Oaxaqueñas orgullosas”. Isabel del Carmen recuerda muy bien las inspecciones y continúa vigilándolas durante los ensayos intensivos que culminan con la Guelaguetza. “Nunca lo sentimos como una carga… excepto, claro, cuando teníamos hambre o era tarde, o estábamos cansadas”. Se ríe mientras hace una cara seria y burlona, recordando algún regaño o algún ajuste apresurado. “Oh, siempre eres una China”, dice Miriam. En julio, las Chinas, casi a diario bailan en algún convite o calenda. “Cuando llega agosto...” bromea Miriam, “¡no sabemos qué ponernos después de un mes de haber usado faldas de satín!”. A pesar de la interminable pompa de la Guelaguetza en julio, no es sino hasta el 18 de diciembre, el Día de la Virgen de la Soledad,que se reúne toda la delegación para hacer una peregrinación a la Basílica. El santo patrón de Oaxaca también es el santo patrón de las Chinas, su imagen la tienen bordada en la ropa y es venerado en la capilla del espacio en donde ensayan.
Miriam era estudiante de universidad cuando se integró con las Chinas. Ahora es maestra de niños y niñas con capacidades distintas, al mismo tiempo que realiza su maestría. Algunas veces tiene que pedir permiso al profesor para salir más temprano o perderse alguna presentación debido a un exámen final. “Encuentras tiempo. Traes bocadillos extras en tu canasta”. Mucho ha cambiado en 62 años, tiempo durante el cual, las Chinas Oaxaqueñas han sido las anfitrionas de la celebración de la Guelaguetza. Isabel del Carmen suspira. “Ojalá tuviera más fotos de ese entonces. Las pondría en el Facebook. Sería viral”. Este tema nos lleva a otro punto importante que prolonga la conversación con Miriam. ¿Cómo encontramos equilibrio? No sólo en el trabajo y el baile, pero en el turismo y la familia, en Oaxaca y en la gente que ha venido a conocer y a amar Oaxaca. Miriam dice con mucho orgullo que ahorró dinero el año pasado para comprar un boleto para que su madre fuera al Auditorio Guelaguetza. “Todos piensan que yo tengo boletos de cortesía. Si quiero un boleto, tengo que comprarlo. ¡Por supuesto que no tengo tiempo de hacer cola para conseguir asientos gratis!”. Es un honor bailar en el escenario de la Guelaguetza, Miriam lo ha hecho 4 años consecutivos, pero también admite que: “es un espectáculo para la gente rica que tiene dinero o tiempo”. Las celebraciones de la Guelaguetza en los pueblos aledaños se sienten más auténticas, más conectadas y más accesibles. “Invito a mis amigos y familia a ir a los pueblos. Siento la misma alegría cuando bailo en los pueblos que cuando bailo allá; espero que sea igual de alegre estar entre el público”. Mucho ha cambiado en los últimos 62 años. Pero Isabel del Carmen sacude su cabeza cuando le pregunto sobre el peligro de que Oaxaca se vuelva demasiado popular. “¿Quién no quiere ser oaxaqueño? ¿Quién no quiere ser una China Oaxaqueña? Lo siento, no todos pueden hacer eso, pero pueden venir y vernos. ¿Quién soy yo para detenerlos?”.
BALANCING ACT:
The Chinas Oaxaqueñas “When you are a China... your whole family becomes China. My father or my boyfriend will go pick up my adorned basket. My mother will iron my blouse. My sister - it is her first year as a China - braids my hair... My mother sometimes can’t believe how much time I give, that we all must give. She does joke sometimes she is going to start charging me to iron.” Miriam has been a China Oaxaqueña for five years. She joined because her brother was joining as a farolero dancer. He is Deaf and asked her to also audition to help navigate communication. When I ask how long she thinks she will stay, she promises me, “Oh, you are always a China... Some of those viejas can still dance. Maybe not in high heels but they can still dance. Someday, I hope I will be married and the Chinas will dance at my wedding, of course! - and I will have a family and maybe I will not have the time.” She crinkles her face and shakes her head at the thought. “To be China is as much a part of me as to be a teacher or a student or a daughter.” With weekly rehearsals and public commitments throughout the month, the dedication of the Chinas is startling. It takes time to iron and prepare baskets with fresh flowers, to weave black yarn into long braids for even longer braids, to layer ribbons, medallions, and necklaces, filigree and heirlooms. A parade at 4pm means a mad dash for Miriam from work. A town celebration means that she may be up until 4am. And as a member of the not-for-profit delegation Chinas Oaxaqueñas Genoveva Medina, the costs often fall to her own pocketbook. “If we are asked to a town to celebrate their saint, we will come in our traje de gala with our baskets adorned. We know we may not be reimbursed for these costs but we would never not show up.” As Oaxaca becomes more popular as a tourist destination, the Chinas are a familiar smiling face, a familiar twirling skirt, in travel magazines and on Instagram. For Señora Isabel del Carmen, the Chinas are Oaxaca and they are her family history. Her mother, Genoveva Medina, her sister, Sylvia, and now her niece, Zaira, have led the Chinas from a small group of four women walking in the Lunes del Cerro procession in 1957 to the celebrated 200-strong delegation of dancers they are known to be today. Isabel del Carmen echoes Miriam’s commitment. “The Chinas Oaxaqueñas was formed to be the hostesses of the celebration of the saints. If we don’t come… what terrible faith that would be!”
Text & Photos : Isahrai Azaria
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Isabel del Carmen leaves her chair on the veranda to admire a beautiful new skirt on one of the Chinas. She tries to describe the colour of the blue skirt she once wore, she tells me that her orange skirt “was so beautiful, I wore it for two years, but with different lace, of course.” There is always an inspection to ensure uniformity and adherence to the rules. “Oh, we always had the rules. Because we are the proud Chinas Oaxaqueñas...” Isabel del Carmen remembers the inspections well and continues to watch over them during the intense rehearsals leading up to the Guelaguetza. “It never felt like a burden... except, of course, when we were hungry or running late or tired.” She is laughing as she makes a mock stern face, remembering a scolding or a rushed adjustment. “Oh, you are always a China,” says Miriam. In July, the Chinas are dancing in a convite or calenda or desfile almost every day. “When August comes,” Miriam jokes, “we don’t know what to wear after a month of satin skirts!” Despite the joyful nonstop pageantry of July’s Guelaguetza, it is December 18, Día de la Virgen de la Soledad that brings the entire delegation together to make the pilgrimage to the Basílica. The patron saint of Oaxaca is also the patron saint of the Chinas; she is embroidered on their clothes and holds honour in the shrine at their rehearsal space. Miriam was a university student when she first joined the Chinas. She is now a teacher for differently-abled children while she also earns her master’s degree. She sometimes has to ask her professor to leave class early or miss a performance because of a final exam. “You find the time. You keep extra snacks in your basket.” A lot has changed in the 62 years that the Chinas Oaxaqueñas has served as anfitrionas of the Guelaguetza celebration. Isabel del Carmen sighs. “I wish I had more photos from then. I would put them all on my Facebook. I would go viral.” This brings up an important question about which I speak at length with Miriam. How do we find balance? Not just in work and dance, but in tourism and family, in Oaxaca and the world who has come to know and love Oaxaca? Miriam tells me with great pride that she saved money last year to buy a ticket for her mother to come to the Auditorio Guelaguetza. “Everyone thinks I have tickets to give away. If I want a ticket I will have to buy it. I certainly don’t have time to wait in line for the free seats!” To dance on the Guelaguetza stage is an honour Miriam has had four years in a row but she also acknowledges that “it is a show for people who are rich with money or with time.” The smaller Guelaguetza celebrations in neighbouring villages feel more authentic, more connected, and more accessible. “I invite my friends and family to come to the pueblos. It is just as much joy to dance there; I hope it is as much joy to be in the crowd.” A lot has changed in the past 62 years. But Isabel del Carmen shakes her head when I ask about the risk of Oaxaca becoming too popular. “Who doesn’t want to be Oaxacan? Who doesn’t want to be a China Oaxaqueña? Sorry, not everyone can do that but they can come and watch us. Who am I to stop them?” Pronunciation note: China = /chée-nah/
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Chogo
Prudente Y LA BANDA
Recientemente tuve el honor de visitar al músico Chogo Prudente en su casa en el pueblo de Santiago Llano Grande, apodado La Banda, en la región de la Costa Chica de Oaxaca. La música constituye las raíces de este lugar y está influenciada tanto por las tradiciones afromexicanas como indígenas Amuzgo. El nombre de La Banda hace orgullosamente referencia a un grupo de músicos, famosos en la región durante las décadas de 1950 y 1960. El padre de Chogo tocaba la trompeta en este grupo, al lado del saxofonista Cliserio López, último miembro de la agrupación que permanece en vida. Durante mi exploración del pueblo, Chogo me presentó a Cliserio, quien nos recibió en su casa y tocó sólo para nosotros. La Costa Chica es el hogar de una de las más grandes comunidades afromexicanas. Después de años de marginalización, esta comunidad finalmente ha sido reconocida como grupo minoritario por la Comisión de Cultura del Senado, con el apoyo de la cantante y senadora oaxaqueña Susana Harp. La comunidad afromexicana tradicionalmente se ha dedicado a la ganadería y Chogo creció siendo pastor. Tiene su propio rebaño que cuida junto con su hijo Rai, quien además lo acompaña tocando la quijada y la arcusa. Los padres de Chogo murieron antes de que él cumpliera tres años; es por eso que creció con sus familiares y con el apoyo de su padrino. El hecho de crecer sin la estabilidad de una familia cercana le ha afectado profundamente. De hecho, él describe cómo de joven pasaba su tiempo libre caminando en las calles; cantando para olvidar que era huérfano. Desde entonces, a través de la música, Chogo comparte sus más profundas emociones. En el escenario, su voz es extremadamente versátil; captura la pena, pero también el gran placer que le brinda su vida de músico, agricultor y maestro. Su música habla sobre la belleza de su hogar: la tierra, sus animales y, sobre todo, su gente. En su juventud, Chogo escuchaba los éxitos musicales en las bocinas del pueblo. En las cantinas, escuchaba corridos al mismo tiempo que se aprendía, al lado de sus amigos, los sofisticados boleros. Muchos de esos, por ejemplo, la hermosa Luz de luna, fueron compuestos por el compositor afromexicano Álvaro Carrillo, cuyas canciones fueron interpretadas por cantantes de fama internacional como Frank Sinatra. Una vez que Chogo se “empapó” de todo esto, creó su propio repertorio con el propósito de describir genuinamente su hogar y la gente. En ti encontré la luz de mi camino Sería mentir que nunca te he querido. Mi Gran Amor, Como un Lunar: Boleros de la Costa Chica, Discos Corason, 2016
Texto y Fotos: Anna Bruce
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Él es uno de los pocos músicos que se ha presentado dos veces en el prestigioso Festival Internacional Cervantino (2016 y 2018) y el primer músico afromexicano en haber tocado en el Teatro Macedonio Alcalá con la sala llena. Encabezó el Festival Internacional Cervantino en 2018, producido por Discos Corason, durante el cual interpretó canciones de su autoría y algunas compuestas por su padrino, Paco Melo. Melo era cantante, compositor, maestro, político local y el encargado de llevar escuelas al pueblo y de “sacar a los estudiantes borrachos de los bares para que estuvieran frescos y listos para ir a la escuela al día siguiente”. Fue una inspiración para Chogo, quien dice: “siempre que lo necesitaba, ahí estaba... era mi guía, mi fuerza impulsora, me cuidaba la espalda”. Hay muchos que llevan el nombre de Prudente en La Banda, pero Chogo es el único que crea música sobre el lugar, sus tradiciones y que además lo presente al público nacional. Algunas personas del pueblo, en un principio se sintieron incómodos con la fama de Chogo, pero ahora, se sienten orgullosos. Mientras me quedé con Chogo, tuve el honor de presenciar una sesión de jam con los productores de Discos Corason. Fue una perfecta introducción a la personalidad de Chogo y a su manera de trabajar. Su actitud fue tenue y graciosa, al mismo tiempo que mantenía su concentración y atención hacia los detalles; revisando y trabajando una y otra vez cada canción. Más tarde ese mismo día, Chogo organizó una clase de baile para niños en su casa, quienes aprendieron movimientos de La iguana, un baile que puede ser física y salvajemente desafiante. Esta danza requiere que el hombre dé un brinco horizontal y que aterrice con las manos, al mismo tiempo que levanta vuelo para mostrar la cara más loca que pueda hacer. Chogo ofrece estos talleres gratis para motivar a los jóvenes del pueblo, muchos de los cuales ya lo han acompañado en los grandes escenarios (Cervantino, Macedonio Alcalá y Gota de Plata en Pachuca). En la última noche de nuestra estancia, Chogo presentó un concierto fascinante en la cancha de basquetbol del pueblo. Todo el pueblo asistió, llenando todos los asientos y piso disponibles e inclusive cubriendo el pasamanos del parque. Esta fue una bella “probadita” de las composiciones de Chogo acompañadas de las danzas tradicionales de la Costa Chica como La iguana y La danza de la tortuga. Rai estuvo a la cabeza de la presentación de la famosa Danza de los diablos. Esta danza era originalmente representada por esclavos africanos, quienes portaban máscaras de madera, cuernos de venado, crin de caballo y chaparreras. El espectáculo era más sugestivo que sutil y tenía cautivado a la gente. Elementos “serios” se intercalaban con una interpretación más bien cómica y surreal; animales persiguiendo mingas (payasos), hombres vestidos de mujer con pelucas fosforescentes, máscaras y vestidos cortos y apretados. Como éramos los únicos “güeros”, cada que nos reíamos, nos volteaban a ver y nos llevaban a la pista de baile; un poco abrumador para una británica como yo, pero divertido para todos los demás. Es algo que llamaría un “evento épico”. ¡Incluso la madre naturaleza se lució con un arcoíris y relámpagos! Chogo visita la ciudad de Oaxaca cada año durante la Guelaguetza. Estará de vuelta el 25 de julio, con un espectáculo en el Jardín El Pañuelito.
Chogo
Prudente AND LA BANDA
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ecently I had the honour of visiting musician Chogo Prudente at his home in the village of Santiago Llano Grande, nicknamed ‘La Banda’, in the Costa Chica region of Oaxaca. Music is at the root of this place, influenced by both Afro-Mexican and indigenous Amuzgo traditions. The name ‘La Banda’ proudly refers to a group of musicians, famous in the region during the 1950s and 60s. Chogo’s father played the trumpet in this group, alongside saxophonist Cliserio López, the last living member. While exploring the village Chogo introduced me to Cliserio. He welcomed us to his home where he played just for us. The Costa Chica is home to one of the largest Afro-Mexican communities. After centuries of marginalisation, this community has finally been recognised as a minority group by the Senate Commission for Culture, with the support of Oaxacan singer and Senator Susana Harp. The Afro-Mexican community has traditionally raised cattle and Chogo also grew up as a cattle herder. He built his own herd, which he tends with the help of his son, Rai, who also performs with him playing the jawbone and arcusa. Chogo’s parents both died before he was three; he was then raised by relatives and with the support of his godfather. Growing up without the stability of close family has affected him deeply. He describes how as a young child he would spend his free time walking the streets, singing out loud to forget that he was an orphan. It is still through music that Chogo shares his deepest emotions. On stage, his voice is extremely versatile; capturing sorrow, but also the great pleasure that comes from his life as a musician, farmer, and teacher. His music speaks of the beauty of his home: the land, his animals, and above all, the people. In his youth, Chogo listened to local hits through loudspeakers in his village. At cantinas, he heard corrido ballads, while with his friends, he learned more sophisticated boleros. Many of these, such as the beautiful ‘Luz de Luna’, were composed by AfroMexican composer Álvaro Carrillo, whose songs were covered by internationally famous singers such as Frank Sinatra. Having absorbed this, Chogo created his own repertoire with the aim to truly describe his home and people. I found the light of my path within you It would be a lie if I told you that I never loved you. Mi Gran Amor, Como un Lunar: Boleros de la Costa Chica, Discos Corason, 2016 He is one of few musicians to perform twice at the prestigious International Cervantino Festival (2016 and 2018), as well as being the first Afro-Mexican musician to play for a full house at Teatro Macedonia Alcalá.
Text & Photos : Anna Bruce
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He headlined the International Festival Cervantino in 2018, produced by Discos Corason, performing his own songs and some composed by his godfather, Paco Melo. Melo was a singer, composer, teacher, and local politician, responsible for bringing schools to the village and for “fishing drunken students out of bars so they’d be fresh and ready for school the next day.” He was an inspiration to Chogo, “whenever I needed him, he was there… he was my guide, my driving force; he watched my back.” There are many with the name “Prudente” in La Banda, but Chogo is the only one who makes music about the place and its traditions, presenting it to a national forum. Some people from the village initially felt uncomfortable about Chogo’s fame, but now, they are proud. While staying with Chogo, I was honoured to experience a jam session with the producers from Discos Corason. It was a great insight into Chogo’s character and working practice. He was soft and humorous while maintaining focus and attention to detail, repeating and reworking each song. Later that day he hosted a dance class at his house with the local children. They were learning moves to ‘La Iguana’, which is wild and physically challenging. It requires the man to leap up horizontally and then land on his hands, pulling up to show the craziest face he can make. Chogo offers these workshops for free to give motivation to the youth from his village, many of whom have accompanied him onto major stages already such as Cervantino, Macedonio Alcala, and Gota de Plata in Pachuca. On the last night of our stay, Chogo presented an amazing concert at the town basketball court. The whole village attended, filling the seats, available floor space, and covering the climbing frame. This was a beautiful showcase of Chogo’s compositions alongside traditional dances from the Costa Chica such as ‘La Iguana’ and the turtle dance. Rai led a performance of the famous ‘Danza de los Diablos’. This dance was originally performed by African slaves wearing masks made from wood, deer antlers, a horsehair beard, and chaps. The show was suggestive, less than subtle, and had people captivated. Serious elements were interspersed with comedic and surreal performance; animals chasing mingas (clowns), men dressed as women with fluorescent wigs, masks, and very short, tight dresses. As the only güeros in the audience, we were singled out for teasing, tempted onto the dance floor, a little overwhelming for a Brit like me, but hilarious for everyone else. It was the definition of an ‘epic event’. Even Mother Nature showed up with a display of rainbows and lightning! Chogo visits the city of Oaxaca every year for the Guelaguetza celebrations. He will be back this year on July 25 with a show at Jardin Pañuelito.
Lukas
Avendaño UN CASO EXITOSO DEL FRACASO “La imaginación es inherente a nuestra especie”, dice Lukas, al tiempo que muestra una sonrisa del tamaño de su esperanza. Resuelto en esta afirmación, Lukas, a lo largo de su vida ha sorteado y burlado los caminos que parecían estar destinados al fracaso, aferrándose a ellos. Esa insistencia lo ha dotado de un cuerpo construido de muchos cuerpos, y con ellos expresa una serie de temas que, si bien entrelaza con delicadeza, exhibe a propósito sus propias contradicciones: identidad indígena, identidad de género, diversidad sexual, y la subversión de los cuerpos y de los pueblos. Lukas se describe como bailarín, coreógrafo, poeta, actor, modelo, performance artist, antropólogo, muxe performer y trans multidisciplinar. Pero para entender su devenir artístico con mayor profundidad hay que entender todo aquello que lo ha negado en vida, desde el principio: “Mi madre me parió en un terreno rodeado de mezquites, en Tehuantepec. Mi educación se fincó en el seno de una familia de indias ‘refajudas’, indios ‘patarajadas’ e indios ‘sodomitas’, y que ahora les llamas Muxes, o le llaman Muxeidad”, declama Lukas con parsimonia. Esa es su primer negativa, “yo nazco en un contexto de familias campesinas, indios ‘patarajadas’ como nos decían... el primer cuerpo que está en mi cuerpo, así como una marca de agua, es ser niño campesino. Toda la memoria que puede registrarse en los primeros 15 años de un niño campesino están en mi cuerpo... Cuando mi padre rompe la lógica de seguir siendo indio, y se vuelve [migrante] ilegal en Estados Unidos, rompimos con la cadena de ser indios, pero entramos a otra negación, la de ser ilegales. Mi padre tuvo que negar ser indio para volverse indocumentado.” A su padre le siguieron sus hermanos, y parecía que el siguiente en migrar sería Lukas, sin embargo para poder continuar con sus estudios, y no migrar, a los 15 años decidió inscribirse como instructor comunitario y fue asignado a Cerro Caballo, una comunidad en la Costa que le tomaba 12 horas a pie para llegar. “Yo me la pasaba llorando allá en la montaña, pues porque yo era un niño (…) ahí yo era el maestro, y el maestro que tenía una respuesta para todo”, afirma. Tiempo después vino otro desafío a su destino: la universidad. Primero estudió en la Facultad de Derecho de la UABJO, pero el trato con un arqueólogo entusiasta, sumado a una creciente desilusión por el Derecho, lo llevó a cambiar de campo y estudiar antropología en la Facultad de Antropología de la Universidad Veracruzana.
Texto : Rafael E. Lozano Foto : Mario Patiño
Foto : Archivo Lukas Avendano
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Tiempo más tarde, su acercamiento a las artes escénicas y la danza lo convencieron de inscribirse, además, a la Facultad de Danza. “Si de por sí dicen que estudiar antropología es una incertidumbre total en el campo profesional, ahora ser bailarín danzante es una incertidumbre mayor. Parecía ser que en esta construcción del cuerpo, si ya de por sí venía con el estigma, ahora yo me aferraba a perseguir el estigma. Es decir, parecía ser que yo me aferraba a ser un caso exitoso del fracaso”, sentencia. De entonces a la fecha Lukas ha presentado sus obras de representación escénica y performática con éxito alrededor de todo México y en países como Argentina, Colombia, Polonia, Canadá, Alemania, España, Guatemala, Suiza, EUA, y Ecuador. Se ha presentado en más de una docena de festivales de teatro y artes escénicas dentro y fuera de México, y ha realizado cuantiosos proyectos de dirección, coreografía, ejecución y docencia, sin contar su producción literaria. Sin embargo, uno de los acontecimientos recientes más trascendentales que ha marcado con fuerza su vida y su carrera de manera violenta e involuntaria, es la desaparición forzada de su hermano, Bruno Alonso Avendaño Martínez, desaparecido en Tehuantepec, Oaxaca, el 10 de mayo de 2018 (Día de las madres en México). Esa es la última negación, la más cruel: “la desaparición [social] es la antesala de la desaparición física; porque antes de que desaparezcas físicamente ya de por sí eres un desaparecido, un desaparecido cultural, un desaparecido económico, un desaparecido laboral”, apunta. A partir de entonces, con la imaginación como brújula, Lukas se ha empeñado en volver a desafiar al destino, y está convencido de que encontrará a su hermano. “No encontrar a Bruno no es una posibilidad. Mi reto más grande, en este sentido es tener la posibilidad de falsear el criterio de verdad como la enunciación de la institución encargada de procurar y de impartir justicia de decir: 40’000 desaparecidos en este país, 40’001, 40’002, 40’003, no pasa nada. A mi me pone en una posición de falsar, de decir que es posible que se detenga ese reloj que diario está cambiando el dígito, y esa es mi tarea”, remata. En el camino Lukas ha develado una serie de irregularidades, negligencias y mentiras por parte de las fiscalías encargadas de la búsqueda de personas desaparecidas, a nivel local, estatal y federal, quienes a un año de lo sucedido no han presentado un solo avance en la investigación, al contrario, la han obstaculizado. Su perseverancia y su fortuna de ser exitoso donde todo apunta al fracaso, lo destinarán a encontrar a Bruno y parar el reloj, no cabe duda. “Ahora es el gran performance que yo estoy emprendiendo a partir de esta búsqueda, y por eso no puedo asumir la desaparición de Bruno”, concluye Lukas, “no puedo, no debo, no creo y no espero, y no siento asumirlo con tristeza y con resignación, sino que tengo que asumirlo con alegría, con fe, con esperanza, con deseo, con mucha imaginación, y con toda nuestra comunidad de esta humanidad que somos”.
Foto : Mario Patiño
La versión completa de esta entrevista hecha por el autor se encuentra disponible en el sitio web. www.quepasaoaxaca.com
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Lukas Avendaño
A SUCCESSFUL CASE OF FAILURE “Imagination is inherent to our species,” says Lukas, showing a smile the size of his hope. Throughout his life, Lukas has walked and mocked the paths that seemed destined to fail. That insistence has endowed him with a body built out of many bodies which help him express a series of themes. Although he weaves these themes delicately, he deliberately exhibits his own contradictions: indigenous identity, gender identity, sexual diversity, and the subversion of both bodies and peoples. Lukas describes himself as dancer, choreographer, poet, actor, model, performance artist, anthropologist, Muxe performer, and multidisciplinary trans. But, in order to understand his artistic development with greater depth, we must understand everything that has been denied him: “My mother gave birth to me in a land surrounded by mezquites in Tehuantepec. My education took place in a family of indios (indigenous Mexicans). We were called ‘refajudas’, ‘patarajadas’, and ‘sodomites’, and what are now called Muxes (third gender) or Muxeidad,” declares Lukas with parsimony. That was his first rejection of identity: “I was born in a peasant family, indias patarajadas, as they used to call us... the first body in my body, like a watermark, is the one of a peasant child. All the memories of being a peasant child that can be recorded are in my body… When my father broke the logic of remaining indio and became an ‘illegal’ [immigrant] in the United States, we all broke the chain of being indio. We entered into another denial: being illegal. My father had to refuse to be indigenous in order to become undocumented.” His brothers followed his father. It seemed the next to migrate would be Lukas. In order to continue his studies - and avoid immigration - at age 15, he decided to enroll as a community instructor and was assigned to Cerro Caballo, a community on the Oaxacan coast, only reachable by a twelve hour walk. “I used to spend time crying over there in the mountains, because I was a child (...) there I was, the teacher, and the teacher has answers for everything,” he says. Later, he encountered another challenge: university. He first studied at the Faculty of Law in UABJO (Universidad Autónoma Benito Juárez). However, meeting an enthusiastic archaeologist combined with a growing disappointment with the law, led him to change his field and study anthropology at the Facultad de Antropología de la Universidad Veracruzana. Some time later, his rapprochement to the performing arts and the dance pushed him to study dance as well. “They say that studying anthropology leads to a total uncertainty in the professional sector, being a dancer leads you to an even greater uncertainty. It seemed that in the body construction, there was already a stigma. I clung to pursue the stigma. In other words,
From that date on, Lukas has performed his works successfully around Mexico and in countries such as Argentina, Colombia, Poland, Canada, Germany, Spain, Guatemala, Switzerland, the USA, and Ecuador. He has performed in more than a dozen theatres and performing arts festivals in and outside Mexico. He has created diverse projects in fields such as direction, choreography, performance, and teaching, as well as a prolific literary production. However, it is a recent event that has strongly and violently marked his life and career: the disappearance of his brother, Bruno Alonso Avendaño Martínez. He disappeared in Tehuantepec, Oaxaca, on May 10, 2018 (Mexico’s Mother’s Day). This is the last rejection, the most cruel: “the [social] disappearance is the prelude to the physical one; because, before you even disappear physically, you are already a missing person, a cultural missing person, an economic missing person, a disappeared worker,” he says. From then on, Lukas has endeavoured to challenge fate again. He is certain he will find his brother. “Not finding Bruno is not a possibility. My biggest challenge, in this sense, is to create the possibility of falsifying the criteria of truth, just the way the public institutions charged with seeking and delivering justice have said ‘40,000 people have disappeared in this country, 40,001, 40,002, 40,003’ and nothing happens. My position, then, is to change the truth, to say that it is possible to stop that clock that is changing the number every day. That is my task,” he concludes. On this path, Lukas has unveiled a series of irregularities, negligences, and lies made by local, state, and federal prosecutors in charge of missing persons inquiries. Even after a year, they have not demonstrated any progress and have even blocked some avenues of the investigation. His persistence and his success, even where everything points toward failure, will undoubtedly help him find Bruno and stop that ticking clock. “This is the great performance I am undertaking, this search, and therefore I can not assume the conclusion of the disappearance of Bruno,” concludes Lukas. “I cannot, I should not, I do not believe, and I do not expect. I do not want to assume this work with sadness or resignation; instead, I have to assume it joyfully, faithfully, with hope and desire, with a lot of imagination, and with all of our collective humanity.” Text : Rafael E. Lozano
Photo : Archivo Lukas Avendano The author’s full version of this interview is available on our website: www.quepasaoaxaca.com
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Sueño con Apoala DONDE EL MITO MIXTECO SE REFUGIA EN LA NATURALEZA
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ueño que puedo verme caminando en un bosque fantasma... con robles milenarios, con hilos de musgo colgantes que se balancean ligeramente en el suave y fresco viento, espectros flotantes del pasado que me miran pasar. Sigo el estrecho camino ascendente y me lleva a una hermosa y encantadora cascada color esmeralda, mientras el agua cae, el fresco rocío envuelve mi cara y mis brazos. Camino de nuevo, el curso del río me lleva hacia arriba; a lo largo del camino encuentro conductos que rodean lotes de grandes cultivos de oro puro, los cuales bailan en el viento al ritmo del agua que los rodea y que es clara como el cristal. Llego al final, donde el río separa la tierra y dos idénticos titanes de piedra surgen para cuidar el más preciado tesoro. Bajo hasta el interior de la cueva, donde encuentro este tesoro: un ojo de agua, un manantial, que da vida al resto del irradiante Jardín del Edén. Es como el manantial que mencionan en las leyendas locales, que dió vida a los dos árboles, los cuales, a su vez, crearon una civilización. Apoala, donde los dioses mixtecos crearon al hombre mixteco. El pueblo de Santiago Apoala yace al fondo de un empinado sistema de cañones, en medio de las montañas de la región de la Mixteca en el norte de Oaxaca. Aunque no parece estar lejos, es casi un viaje de tres horas en auto o van desde la capital del estado. Después de pasar por Nochixtlán, nos dirigimos hacia el norte, atravesando estrechos caminos de tierra, bosques fantasmas repletos de robles, y paisajes secos y áridos que te hacen preguntar cómo los agricultores locales logran cultivar algo en esos lugares. Después de pasar por un par de pueblos, el camino nos lleva hasta el borde del cañón. Miro hacia el abismo y siento un agujero profundo en mi estómago, no por el vértigo, sino por mirar hacia abajo y darme cuenta que era lo mismo que en mi sueño: un área verde rodeada por titanes de piedra. Fue como si el jardín supiera que yo iba a ir. Desde aquí, la única manera para llegar al pueblo es bajando en zigzag por el sendero que rodea la cuenca de la montaña, llegando directamente a la entrada de Apoala. Primero, hicimos contacto en las oficinas de turismo, donde fuimos recibidos por el comité de ecoturismo. Pagamos las entradas y nos mostraron nuestro alojamiento: unas cabañas de madera localizadas al final del pueblo. Decidimos refrescarnos en las cabañas antes de regresar a la oficina de turismo para el almuerzo. Luego, dimos un paseo río abajo hacia la cascada principal, la Cola de Serpiente.
Texto : Antonio Recamier Foto: Rebecca Bailey
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La caminata hacia abajo es bastante segura; casi todo el camino cuenta con escaleras construidas por los locales, con algunos pedazos de piedra y lodo que hay que enfrentar. ¡Aun así, el escenario es espectacular! A cada paso que das, te encuentras con montañas boscosas y densas que tienen una mezcla de especies subtropicales; un verdadero milagro de la naturaleza, si se tiene en cuenta lo seco que es arriba. Paso a paso, fuimos llamados por el reconfortante sonido del agua, el cual aumentaba a medida en que bajábamos. Durante el camino, nos detuvimos y admiramos las brillantes piedras verdes sobre las cuales que cae el agua, como si se trataran de las escamas coloridas y ásperas del “dios serpiente” deslizándose hacia el inframundo. Finalmente, llegamos al magnífico sitio donde se hace el ensordecedor encuentro entre la serpiente y el fondo del río, formando una gran alberca, lo suficientemente profunda como para entrar en ésta mediante un “clavado olímpico”, para refrescarse de la caminata. Durante el camino de regreso a las cabañas, tuvimos que atravesar todo el pueblo. Apoala es principalmente un pueblo agricultor, así que no fue sorpresa encontrar lote tras lote de maíz, cosechas de trigo y pequeñas casas hechas con una combinación única de piedra, adobe, madera con secciones de ladrillo rojo y concreto. Animales de granja, como bueyes, caballos, vacas y pollos se nos quedaban viendo mientras nos paseábamos. Ni un alma en las calles; el atardecer se acercaba y la gente se estaba preparando para recibir la noche. Empecé a observar que alrededor de cada lote o casa había algunos canales por los que fluía el agua, generando bloques de tierra en forma de rectángulo, conectados entre sí para preservar el curso del río hacia abajo. Mientras nos acercabamos hacia el borde del pueblo, donde se encontraban las cabañas, pude ver que los pobladores habían dividido el río en un sistema de canales que puede abrirse o cerrarse para dirigir el agua hacia un lote en particular. Este sistema les permite sacar ventaja de este preciado recurso, sin comprometer el curso natural del río que se dirige hacia el cañón. Fue asombroso ser testigo de la manera en que la gente de Apoala vive en armonía con la naturaleza. A medida en que se acercaba la noche , seguía pensando que todo lo que había visto ese día había estado presente, de una u otra manera, en el sueño. A la mañana siguiente, después del desayuno, seguimos el río principal hasta el cañón. El camino nos llevó hacia uno de los lados de la quebrada, un camino mucho más difícil que aquel que baja hacia la cascada. La diversidad de plantas creciendo alrededor era impresionante. Una gran variedad de cactáceas y agaves se abrazan a las rocas por su vida y, hasta arriba, diferentes tipos de palmeras y plantas se asomaban mientras intentábamos avanzar lo más que podíamos. Después de un rato, el camino rocoso y complicado nos mostró que necesitábamos mejor equipamiento y más experiencia para continuar el recorrido, así que decidimos regresar al pueblo.
Photo : Carina Pérez García
Mientras salíamos del cañón, nuestro guía nos señaló otra maravilla: la gruta. Decidimos que valía la pena mirar y empezamos a subir por sus pendientes lodosas. Esta cueva se encuentra al fondo de la montaña y esconde una fuente natural de agua que alimenta al río. La fuente era muy profunda como para alcanzarla, pero se podía oír claramente. Entonces me dí cuenta de que se trataba del lugar de la leyenda mixteca donde habita el manantial, a partir del cual surgió la vida. Fue un sentimiento maravilloso. Terminamos el viaje con una cena encantadora en la sala principal del pueblo, en la oficina de turismo. De nuevo, nuestra comida suculenta fue preparada por las cocineras del pueblo; una copiosa sopa de frijol negro, con tal sabor que se podía percibir la tierra en la que habían crecido; calientes y generosas tortillas de maíz criollo; un pedazo de queso fresco para acompañar ambas, derritiéndose como una crema agridulce en nuestras bocas. Intercambiamos notas personales sobre nuestras aventuras en la tierra de los mixtecos, riendo y festejando juntos hacia la noche. El viaje a Apoala fue, verdaderamente, una fuente de inspiración e introspección. La belleza natural que la rodea, asociada al ingenio y calidez de su gente, hacen la visita a este lugar una experiencia inolvidable. Estoy ansioso de poder volver, y con suerte (¡y la marea baja!) poder presenciar la fuente de agua en la cueva que da vida a este Jardín del Edén y a una civilización entera.
I Dream of Apoala WHERE MIXTEC MYTH MEETS NATURE’S HAVEN
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dream that I can see myself walking among a ghost forest… of thousand-year-old oak trees, with hanging strands of moss swaying slightly in the soft, chilly wind, floating spectres of the past that watch me pass by. I follow the narrow path upstream. It leads to a beautiful enchanted emerald waterfall, the cool mist enveloping my face and arms as the water crashes down. Walking again, the river’s course leads me upstream, along canals that surround parcels of tall crops made of pure gold, dancing in the wind, dancing to the beat of the water that surrounds them, clear as crystal. I reach the far end, up where the river parts the land and twin stone titans rise above to keep watch of its most precious treasure. I descend deep inside a cave where I encounter this treasure: a water source, a spring, which gives life to all that rests in this iridescent Garden of Eden. It is just like the spring mentioned in the local legends, giving life to the two trees that, in turn, created a civilization. Apoala, where the Mixtec Gods created the Mixtec man. The village of Santiago Apoala lays at the bottom of a steep system of canyons in the middle of the mountains of the Mixteca Region in northern Oaxaca. Although it does not seem far, it is nearly a threehour drive by car or van from Oaxaca Centro. After driving into the town of Nochixtlán, we took the journey north along narrow dirt roads across ghostly oak forests and dry, barren landscapes that make you wonder how local farmers manage to grow anything. After passing through a couple of villages, the road led us to the edge of a canyon. I looked out into the abyss and felt a deep hole in my stomach - not from the vertigo caused by looking down - but because at the very bottom I could see what I had seen in my dream: it was the small patch of green surrounded by the stone titans. It was as if the garden knew I was coming. From here the only way to reach the village was by descending a zig-zagging trail that circles the edge of the mountain basin, leading directly to Apoala’s entrance. First, contact was made at the community tourism offices where we were greeted by the ecotourism committee. We paid our entry fees and were shown to our lodging in the wood cabins at the far end of the town. We decided to freshen up at the cabins before coming back to the tour office for lunch, and later we would take a stroll downstream to the main waterfall, Cola de Serpiente (Snake’s Tail).
Text : Antonio Recamier Photo : Rebecca Bailey
The hike down is pretty safe; most of the trail has man-made steps, with a few patches of rock and mud to deal with. The scenery, though, is spectacular! With every step you encounter thick mountain forest with a mix of subtropical species - a true miracle of nature, considering the dry land up above. Step by step we were beckoned by the comforting sound of water falling, getting louder and louder with each level we came down. Along the way, we stopped and admired the sparkling green stones from which the water crashes down, the snake god’s colourful and coarse scales slithering down to the underworld. We finally reached the magnificent site of the snake’s thunderous meeting with the bottom of the river, forming a large pool, deep enough to allow for an Olympic dive to cool down from all the hiking. During the walk back to the cabins, we had to cross the whole town. Apoala is mainly a farming village, so it was no surprise to encounter parcel after parcel of corn or wheat growing, as well as small houses made of a unique combination of stone, adobe, and wood, along with sections made from both red and concrete bricks. Farm animals such as oxen, horses, cows, and chickens stared at us as we strolled by. Not a soul on the streets; it was getting close to sunset and people were preparing for nightfall. I began to observe that surrounding each parcel or home were several canals through which water flowed, enclosing rectangle-shaped blocks of land, and connecting back to each other to keep the course of the river flowing downstream. As we reached the edge of the village, where the cabins are located, it hit me: the villagers had divided the river into a system of canals which can be opened and closed to direct water to a specific parcel. This system allows them to take advantage of the precious resource without compromising the river’s natural flow down the canyon. It was astonishing to witness how Apoala’s people live in such harmony with nature. As night came, I kept thinking that all I had seen that day was somehow present in my dream. The following morning, after breakfast, we followed the main river into the canyon it dissected. The trail led us on one side of the gorge, a much more difficult path than the hike down to the waterfall. The diversity of plants growing on the side walls was astonishing. A wide variety of cacti and agave clenched for dear life between the rocks and at the very top, different types of palm trees and plants looked down on us as we tried to advance as much as we could. After a while, the complicated rocky trail proved we needed better gear and more experience, so we decided to turn back towards the village. As we exited the canyon, our guide pointed out another marvel to see: la gruta, the cavern. We decided it was worth taking a look and began to climb down its muddy slopes. This cave digs deep into the mountain and hides a natural water source, which feeds into the existing river. The source was too deep to reach, but could be heard very clearly. It was then I realised this was the spot the Mixtec legend was referring to: the spring from which life was created. It was a magnificent feeling. We finished the trip with a lovely dinner in the town’s main hall at the tour office. Once again, our succulent meal was prepared by local cooks; a gracious black bean soup with such a flavour that you could taste the soil it was grown in; warm, hearty tortillas of heirloom corn; and a chunk of queso fresco to marry them both, melting like a sweet and sour cream in our mouths. We exchanged personal notes on our adventures in the land of the Mixtecos, laughing and feasting into the night. The trip to Apoala was truly a source for inspiration and introspection. The surrounding natural beauty of the place, coupled with the ingenuity and warmth of its people, makes for an unforgettable experience. I am eager to go back and visit, and with luck (and a low tide!) I hope to witness in person that source within the cave that gives life to this Garden of Eden and to an entire civilisation.
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Photo : Rebecca Bailey
carta al editor
Photo : Rebecca Bailey
Photo : Rebecca Bailey
Photo : Carina Pérez García
Photo : Marie Bauer
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Ya nadie escribe cartas de amor…
ENTREVISTA CON EL ULTIMO ESCRITORIO PUBLICO DE OAXACA
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entado en su silla de madera frente a su máquina de escribir de los años ochenta, Carlos, de 79 años, resiste ante la embestida de una era llena de herramientas de corrección automática de escritura. “Prefiero el toque humano, el contacto humano, y tristemente lo estamos perdiendo”, afirma, sus ojos desbordan melancolía. Para algunos de ustedes este concepto es familiar pero, para la mayoría de nuestros lectores tanto locales como extranjeros - la idea de esta profesión puede generar más preguntas que respuestas. Un escritorio público es una persona que se gana la vida redactando y escribiendo a máquina desde cartas personales con anécdotas familiares o mensajes, hasta documentos públicos como: cartas de recomendación, solicitudes de empleo y peticiones monetarias para el gobierno local o estatal, para todo tipo de gente. En otras palabras, podría decirse que el escritorio público es una especie de escritor de la gente; alguien que les ayuda a obtener lo que requieren. Carlos y yo nos habíamos dado cita en su puesto dentro del Mercado Benito Juárez. Era alrededor del medio día y el mercado bullía con vendedores, compradores, turistas y músicos; pero, Carlos se mantenía detrás de su escritorio, tranquilo e impasible ante el caos. “Pensé que no iba a venir”, dijo tan pronto me vió. “A los jóvenes a veces ya no le importa los modales”. Tomé esta indirecta como un halago y sonreí, “Claro que iba a venir, Don Carlos. Tengo muchas ganas de hablar con usted”. Me pareció que había pasado mi primera prueba. Y así fue, Carlos inmediatamente me contestó con una sonrisa, parecía más relajado y listo para comenzar nuestra conversación. ¿Desde hace cuánto tiempo ha estado haciendo esto, Don Carlos? “Desde hace 30 años”, dijo sin dudar. En mi mente millenial, la idea de convertirse en el escritorio público de la ciudad era como una odisea, como una posición que se alcanzaba después de una especie de rito de paso.
Texto : María Ítaka Fotos : Scott Marc Becker
¿Cómo puede alguien convertirse en escritorio público? ¿Se hereda la posición? Carlos se rió de mi suposición ingenua, borrando de esta manera la epopeya que había escrito en mi cabeza. “Estaba en el ejército y vivía en Ciudad de México, pero después de muchos años me retiré y decidí regresar a Oaxaca, mi ciudad natal, por ahí de los años ochenta”, dijo. Inmediatamente noté un ligero cambio en su tono de voz. “Después de regresar, me empezó a gustar la tomadera y por eso mi esposa me dió un ultimatum: ‘O trabajas o trabaja’. Así que vine al mercado y pusé mi puesto de escritorio público. En ese entonces, había muchos como yo. Era como cualquier otra profesión, con muchos profesionales haciendo el mismo trabajo”. Tengo que decir que me sentí bastante tonta después de escuchar eso. Ahí estaba yo, frente a un hombre a quien veía como un guardián de un portal hacia el pasado; y ahí estaba él, modesto a más no poder, diciendo: “Pues, sólo soy uno más”. Pero, ¿por qué tenía yo esa sensación? Bueno, porque, a pesar de que en el pasado Carlos había sido un escritorio público más de entre tantos que había en la ciudad, en la actualidad es el único que hay; y eso ya lo hace bastante especial. Debe ser muy bueno para escribir y para eso de la gramática, ¿no? “Más o menos...”, respondió humildemente, dejándome impresionada por su modestia. “O sea, sí escribo bien y conozco las reglas gramaticales; aunque las aprendí hace muchos años cuando iba en la preparatoria. Pero yo diría que el mayor problema aquí no es escribir correctamente, sino escribir bien. Por ejemplo, si vas a pedirle al gobierno algún tipo de apoyo económico o en especie, no es lo mismo decir: ‘oigan, necesito dinero para invertir en mi cultivo o lo que sea, denmelo ya’, que pedirlo amablemente, explicar la situación y señalar por qué necesitas el dinero y por qué será útil para ambas partes. Esto es algo que los jóvenes están empezando a olvidar. Ya no aprecian la belleza de la forma, sólo les importa hacer las cosas rápido”. Este ritmo de vida actual, en donde se busca la solución más rápida a los problemases, sin duda, la razón por la que Carlos es el último escritorio público de la ciudad.
¿Qué va a pasar cuando decida retirarse? ¿Desaparecerá esta profesión?
¿Está seguro? ¿Qué hay de las cartas de amor que escribe?
Seguro había pensado esto muchas veces, ya que su respuesta fue directa y sin titubeos. “Voy a hacer esto hasta el día en que me muera, después de eso mi hija va heredar el puesto. Eso me dijo, pero a lo mejor trae su computadora”. Miraba fijamente su máquina de escribir. “Pero no es lo mismo”, continuó, “a mucha gente le gusta cómo se ven los documentos escritos en estilo antiguo. Para cursos de diseño, creo. Tiene que ver con la calidad de los materiales”. Aunque esto ocurre lentamente, Carlos está seguro de que las máquinas de escribir tarde o temprano dejarán de ser instrumentos de escritura para las masas, de igual manera que la paciencia de la gente dejará de existir. La transición no le causa ningún problema, pero no la comprende. “La máquina de escribir es mejor, no consume electricidad y es más barato repararla. Tengo esta máquina desde hace años. Cuando escribes en ella, tienes que tener mucho cuidado. Tienes que pensar en los acentos y la puntuación. Tienes que estar concentrado, y para eso necesitas tiempo”.
Los escritorios públicos - en los viejos tiempos - eran conocidos por las cartas de amor que escribían. Empezó a reírse.
Seguía mirando orgullosamente su máquina, como si estuviera escribiendo algo mentalmente. Carlos, creo que tiene el alma de poeta. Le gusta trabajar con el lenguaje y reflexiona mucho sobre el tiempo y la vida. ¿No cree? “No, no soy poeta, ¿qué pasó?”, dijo rechazando esta comparación con una actitud un tanto espiritual, como para quitarse las ínfulas. Insistí.
“Ya nadie escribe cartas de amor, señorita. El cortejo ya no existe. No he escrito ni una sola carta en años”. ¿Pero si lo hacía antes? “Bueno, sólo algunas veces. Esta tradición ya estaba desapareciendo cuando empecé. Pero sí recuerdo un cliente que me dijo que iba a terminar robándole a la novia si me conocía”. Parecía divertido por el recuerdo. Continuó, “Este es un buen trabajo, tienes mucho tiempo para sentarte y pensar. Ayudas a la gente a obtener lo que necesita echándole la mano a ordenar sus ideas. Pero tampoco es pan comido, algunas veces la gente no acepta que la corrijan, o a veces sólo quieren que escribas un montón de insultos que ni siquiera me atrevería a pronunciar frente a usted. Al final poco te dan las gracias”. Señaló Carlos con la sagacidad que sólo la sabiduría y el tiempo dan, “pero es un trabajo honesto y eso es lo único que importa”. Las palabras de Carlos me hicieron pensar la manera en que solemos romantizar las cosas, de la misma manera en que yo lo había hecho antes de nuestra conversación. Quería escuchar historias de amor, y en lugar de eso obtuve reflexiones filosóficas. Me dijo que a veces nos tomamos a nosotros mismos muy en serio buscamos aprobación o fama, mientras que lo que realmente cuenta es que estemos haciendo algo que nos parezca ‘correcto’, sin importar lo que digan los demás. Sin embargo, siento que un hombre que ha trabajado todos los días de la semana durante los últimos treinta años de su vida dedicándose a esperar que alguien solicite su ayuda y habilidades lingüísticas, tiene que ser reconocido. Nos despedimos y le recordé que estaba escribiendo este artículo sobre él porque mucha gente creía que su trabajo era realmente especial. Sonrió y me pidió que lo mantuviera al tanto. Me fui, con la sensación de que había estado en otra dimensión, donde los relojes se movían lenta y pacientemente. Me acordé de las relucientes letras negras documentos recién mecanografiados que Carlos me había mostrado. “Ve, esto no se borra, no es como el documento impreso. Los documentos escritos a máquina son de mejor calidad”. Pasé por una tienda de computadoras de camino a casa. Los monitores irradiaban sus luces sobre las repisas amarfiladas. No todo lo que brilla es oro, pensé; puede ser tinta de máquina de escribir.
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Nobody writes love letters anymore... AN INTERVIEW WITH OAXACA’S LAST ESCRITORIO PUBLICO
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itting on his wooden chair, with his big 80’s typewriter in front of him, Carlos, 79, resists the tackle of an era full of automatic writing correction tools. “I prefer the human touch, the human contact, and sadly, we are losing it,” he states firmly, eyes overflowing with melancholia. For some of you this concept is familiar, but actually, for the majority of our readers locals and foreigners alike - the idea of such a profession might produce more questions than answers. An escritorio público (public desk) is a person who gets paid by people from different walks of life to compose and type personal letters as well as public documents for all kinds of purposes such as family anecdotes, messages, recommendation letters, job applications, and monetary requests for local or state governments. In other words, an escritorio público could be understood as the people’s writer, someone who helps them get what they need. Carlos and I had agreed to meet at his stall inside Benito Juárez Market. It was around noon and the market was buzzing with vendors, shoppers, tourists, and musicians, but Carlos sat behind his desk, composed and unfazed by the chaos. “I thought you weren’t going to come,” he said as soon as he saw me. “Young people sometimes don’t care about manners.” I took this hint as a compliment and smiled, “Of course I came, Don Carlos. I really want to talk to you.” It seemed, to me, I had passed my first test. And so it was - Carlos immediately smiled back and looked more relaxed, ready to start our conversation.
Text : María Ítaka Photos : Scott Marc Becker
For how long have you been doing this, Don Carlos? “For 30 years,” he said without hesitation. In my millennial mind, the idea of becoming the city’s escritorio público felt like an odyssey, like a position that needed to be achieved after some kind of rite of passage. How would a person become one? Do you inherit the position? Carlos laughed at my naïve assumption, erasing the epic story I had written in my head. “I was in the Mexican army and used to live in Mexico City, but after many years I retired and decided to come back to Oaxaca, my hometown, at some point in the 80s,” he said. And then I noticed a slight change in his tone. “After coming back I became very fond of drinking, and so my wife kind of gave me an ultimatum ‘you either work or you work’. So I came here to the market and set up my public writer stall. Back then, there were many more like me. It was just like any other profession with a large number of professionals doing it.” I have to say I felt quite foolish after hearing that. There I was, in front of a man whom I perceived as a guardian of a doorway to the past while he, unpretentious to the bone, kept saying, “Hey, I’m just another guy.” But why did I have that feeling? Well, because, although in the past Carlos was just another one of the many escritorios públicos in town, currently he is the last one standing, and that already makes him quite special. You must be very good at writing and grammar, aren’t you? “Well… kind of,” he answered humbly, leaving me amazed by his modesty. “I mean, I do write well and know the grammar rules, although I learned them many years ago when I was in high school. But I would say the real deal here is not only about writing correctly, but about writing well. For example, if you are going to ask the government for some kind of economic or in-kind support, it is not the same to say, ‘Hey, I want some money to invest on my farm or whatever, give me some now’ as to politely ask and explain the situation and make the point of why you need the money and why it will be beneficial for both parties. This is something young people are starting to forget. They no longer appreciate the beauty of the form, they only care about doing things fast.” This quick-solution pace of life is no doubt the reason Carlos is the last escritorio público of the city.
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He continued, “This is a good job, you have a lot of time to sit down and think. You help people get what they need by ordering their ideas. But it is not a piece of cake either, sometimes people don’t accept being corrected, or sometimes they only want you to type a bunch of rude words I wouldn’t dare to repeat in front of you. In the end, just a few say thank you.” Carlos pointed out, with the sharpness only wisdom and time bring. “But it is an honest job and that’s all that matters.” What happens when you decide to retire? Will this profession disappear? He must have thought about it many times because his answer was sharp and resolved. I am doing this until the day I die, and after that, my daughter will succeed me. She told me so, but she might bring a computer.” He sat staring at his typewriter. “But it is not the same,” he continued. “A lot of people like how machine-typed documents look. There are actually some students who come and ask for my help because their schools are going back to the old typing style. For design courses, I think. It has to do with the quality of the materials.” Although this is slowly happening, Carlos is sure typewriters will eventually stop being a writing instrument for the masses, just like people’s patience. He is okay with that transition, but he doesn’t quite get it. “The typewriter is better, it doesn’t consume electricity and it is cheaper to fix. I have had this machine for years. When you type on it you have to be very careful. You have to think about the accents and the punctuation. You have to be focused and you need time for that.” He kept staring proudly at his machine as if he was typing something in his head. Carlos, I think you have the soul of a poet You like to work with language and you reflect on time and life a lot. Don’t you think so? “Oh no, I’m no poet, what are you saying?” he asked. He refused that comparison with a selfless spiritual attitude. I insisted. Are you sure? What about the love letters you write? Escritorios públicos - back in the old days - were famous for writing love letters… He started laughing. “Nobody writes love letters anymore. Courtship is long gone. I haven’t written one in years!” But you did? “Well, just a few times, this tradition was already disappearing back when I started. But I do remember one client telling me I would end up stealing his girlfriend’s heart if she knew me.” His voice sounded amused by the recollection.
Carlos’ words made me think about how we tend to romanticise things, just like I had done with him before our conversation. I wanted to hear about love stories but I got philosophical riddles instead. He told me that sometimes we take ourselves and our lives too seriously, looking for credit and fame, wherein all that matters is that you are doing something that feels ‘right’ regardless of others’ opinions. However, I feel that a man who has been showing up every weekday for the last 30 years to his stall to wait for someone to ask for his language and ideas does need to be acknowledged. We said goodbye and I reminded him I was writing this piece about him because a lot of people thought his work was really special. He smiled and asked me to keep him posted. I left with the feeling I had been in another dimension, where the clocks moved slower and patiently. I thought about the bold lush freshly-typed documents Carlos “You see, this will not fade, not document. The typed documents quality.”
letters of the showed me. like a printed have a better
I passed a computer shop on my way home. Monitors irradiated their light on the ivory shelves. Not everything that shines is gold, I thought. It can be ink from a typewriter.
Guest house
Steven Brown
EL MUSICO QUE CREYO EN OAXACA “Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua”. Este epitafio está inscrito sobre la lápida del poeta romántico John Keats, enterrado en un cementerio protestante en Roma, Italia. A esta tumba, en los años ochenta, llegó el compositor Steven Brown; el músico prendió su grabadora y comenzó a leer poemas del autor británico, quería capturar la esencia del lugar. Este momento resultó en una pieza que el compositor y fundador de la emblemática banda Tuxedomoon desempolvó para interpretar en su primer concierto como solista, con repertorio propio. Como una leyenda, el también fundador de Nine Rain ejecutó el recital, al que tituló “Steven Brown plays Steven Brown”, en un espacio sui generis que de vez en cuando programa conciertos: el Jardín Cebú. Durante esa presentación, el músico no dejó de lado la sincronicidad en la que cree con devoción. Al hablar del momento en el que se encuentra como creador, evoca su vida en Oaxaca, donde se avecindó hace décadas, en el municipio de San Pedro Ixtlahuaca. Ha visto crecer la urbe como ha visto el descontrol en temas como el transporte, las vialidades, la privatización de espacios públicos, la inseguridad y “los elefantes blancos”; a pesar de todo, su amor por la verde Antequera es tan grande que no considera mudarse a otro estado. A lo largo del año, va y viene a otros países en giras con sus bandas. Steven Brown viste una camisa blanca, con bordados oaxaqueños; a pesar de los años que lleva hablando español, conserva su acento estadounidense. La conversación se da en la mesa de la cocina del artista plástico Guillermo Olguín, al interior del Jardín Cebú, espacio donde se ha presentado también Lula Pena. Steven Brown bebe té, lo rodean los árboles de macuil, plumerias, bugambilias y ciruelos. Y aunque ha tocado mil veces en Oaxaca no lo había hecho con su propio repertorio. Fue una ocasión para “lo minimalista”; se recordó a artistas de diferentes épocas, desde John Keats hasta el cantautor italiano Luigi Tenco y muchos más. Mucho piano, mucho canto, mucho bajo y un poco de guitarra, clarinete y sax.
Texto y Foto : Carina Pérez García
Spotify, un enemigo público de los músicos Los espacios para conciertos en Oaxaca se han modificado y la magia ha cambiado. Uno de los espacios referentes para Steven Brown es la bodega de la Antigua Estación del Ferrocarril de la ciudad de Oaxaca, ahora convertida en una sala temática del Museo Infantil de Oaxaca. Ahí, él tocó junto a músicos de distintos géneros musicales; también fue su lugar de ensayos durante una década; le tiene un cariño especial y cuando habla de este sitio, no oculta su nostalgia.
Versatilidad y vanguardia Steven Brown está orgulloso de su versatilidad; es pionero de agrupaciones tan vigentes como necesarias, nacidas en Oaxaca, como El Ensamble Kafka y Cinema Domingo Orchestra (CDO). Los oídos del público oaxaqueño están perfectamente afinados para apreciar estas agrupaciones. Con Cinema Domingo Orchestra musicaliza filmes silentes, sonoriza y compone música original para películas poco conocidas y valoradas, como La venganza del camarógrafo (Rusia, 1912), Rapsodia satánica (Italia, 1915), El Gabinete del Doctor Caligari (Alemania, 1920) y El maquinista de La general (1926). Esta última protagonizada, coproducida y codirigida por el genio cómico Buster Keaton y la cual acaban de llevar al teatro Esperanza Iris de la Ciudad de México para celebrar los 15 años del Cinema Domingo Orchestra. Brown puede oscilar entre la composición de música para una banda tradicional de Oaxaca y la renovación de piezas que compuso hace décadas. “Una vez fui al cementerio donde está enterrado Keats y me senté sobre su tumba con una grabadora. Grabé su poesía para tratar de captar algo de la energía y magia del artista. Parte de eso está en el disco que hice en los años ochenta llamado Steven Brown Reads John Keats. Fue experimental, tomé sus letras y armé collages de voces con sus textos, fuera de orden, manipulé voces y palabras. También incluí electrónica; fue un encargo de una disquera de Bruselas”.
Al hablar de las plataformas musicales actuales, el artista señala a Spotify como el primer enemigo público de los músicos y a YouTube como el segundo: “Si tú tienes un millón de escuchas en Spotify, sólo te dan 500 dólares, mientras que el dueño es millonario; es una vergüenza, no pagan a los músicos. En YouTube todo es gratis. Mi pregunta es: ¿cómo van a vivir los artistas y creadores? ¿Nos vamos a quedar con un mundo de ‘Ricky Martin’ y ‘Christina Aguilera’ porque sólo ellos venden discos?” Brown lanza los dardos hacia el futuro y se atreve a asegurar que surgirá, como en los años setenta, un movimiento punk de protesta: “esto del streaming pasó tan rápido que creo que todo el mundo está en shock todavía. Ya lo verás, en el futuro los libros van a decir eso. ¿Cómo es posible que trataran así a los artistas? El streaming es criminal, no paga nada y todo mundo lo usa; nadie compra discos”. Es cierto que se vive un momento histórico e importante porque hay movimientos que defienden los derechos de los músicos; Steven Brown sabe que las batallas son gigantes. Se tiene que enfrentar contra “monstruos” de la industria del streaming. Como en todo, sabe que existe un contrapeso y ese se equilibra con la posibilidad irrepetible de hacer conciertos a mano, con pasión y corazón, como el que ofreció en Jardín Cebú que, con suerte, se repetirá y posiblemente quedó grabado para una producción discográfica. Steven Brown tiene aún mucho qué decir. De momento, cierra un ciclo de presentaciones por la celebración de los quince años de Cinema Domingo Orchestra que tienen todo que ver con sus “pininos” en la composición de bandas sonoras para cine mudo, los cuales se remontan a las cintas de 8 milímetros que musicalizaba con amigos de manera informal los fines de semana en el jardín de una casa que rentaba en Oaxaca. “Básicamente eran palomazos acompañados de películas, pero poco a poco los músicos fuimos tomando más en serio el asunto, empezamos a ensayar y a probar ideas”. Así comenzó Cinema Domingo Orchestra, agrupación con la que ahora recorre festivales de la República mexicana y visitará otros países. Su multiculturalidad es evidente, Steven Brown está hecho tanto en Estados Unidos como en varios países de Europa y Oaxaca.
Foto : Pablo Casacuevas
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Steven Brown THE MUSICIAN WHO BELIEVED IN OAXACA “Here lies someone whose name was written in the water.” This epitaph appears on the grave of romantic poet John Keats, buried in a Protestant cemetery in Rome, Italy. In the eighties, composer Steven Brown visited his grave. The musician turned on his recorder and started to read poems written by the British author; he wanted to capture the essence of the place. This moment resulted in a piece that the composer recently dusted off to interpret again during his first concert as soloist featuring his own repertoire. Like a legend with histories behind him including the emblematic bands Tuxedomoon and Nine Rain, he shared this piece in a recital he entitled Steven Brown plays Steven Brown in the sui generis space, Jardín Cebú. During that presentation, the musician did not abandon the synchronicity in which he strongly believes. When talking about this moment in his career as a creative, he evokes his life in Oaxaca, where he has lived for decades in the municipality of San Pedro Ixtlahuaca. He has seen how the city grows, the lack of control on issues such as transportation, roads, privatisation of public spaces, insecurity, and white elephants; in spite of everything, his love for ‘the green Antequera’ is so big that he doesn’t consider moving to another state. Still. throughout the year, he comes and goes to other countries to tour with his bands. Steven Brown wears a white shirt with Oaxacan embroidery. Even though he has spoken Spanish for years, he retains his American accent. The conversation is held around a table in the artist, Guillermo Olguin’s kitchen, in Jardín Cebú, a place known for occasional musical concerts, where Lula Pena has also played. Steven Brown drinks tea while he is surrounded by trees: macuil, plumeris, bougainvilia, and plum. Regarding his recital, although he has played a thousand times in Oaxaca, he has never played his own repertoire before. It was a minimalist moment; artists from different ages were remembered, from John Keats to the Italian songwriter and singer Luigi Tenco and many more. A lot of piano, a lot of singing, a lot of bass, and little guitar, clarinet, and sax.
Text : Carina Perez Garcia Photo: Pablo Casacuevas
Photo : Pablo Casacuevas
Spotify, a public enemy for musicians Versatility and avant-garde Steven Brown is proud of his versatility. He is a pioneer of groups born in Oaxaca, modern and necessary, such as Ensamble Kafka and Cinema Domingo Orchestra (CDO). The ears of the Oaxacan public are perfectly attuned to appreciate these groups. He plays music for silent films, he sets sounds and composes original music for films that are not very known or valued, such as Cameraman’s Revenge (Russia, 1912), Satan’s Rhapsody (Italy, 1915), The Cabinet of Doctor Caligari (Germany,1920), and The General (1926), starring, co-produced and co-directed by the comic genius, Buster Keaton. This film was recently screened in Esperanza Iris Theater in Mexico City with a live performance by Cinema Domingo Orchestra for their 15th-anniversary celebration. Brown can swing from music composition for a Oaxacan band to the renovation of pieces that he composed decades ago. About his aforementioned trip to Keats’ cemetery: “I recorded his poetry in order to capture some of the energy and magic of the artist. Part of that can be found in the record that I made in the eighties called Steven Brown Reads John Keats. It was experimental, I took his lyrics and I created voice collages using his texts, out of order, I manipulated voices and words. I also included electronic music; it was a commission for a label based in Brussels.”
When talking about current music platforms, the artist is adamant that Spotify is public enemy number one for musicians while YouTube is the second. “If you have a million listeners on Spotify, you get just $500, while the owner is a millionaire; it is a shame that musicians are not being paid. On YouTube, everything is free. My question is: how are artists and creators going to live? Are we going to have a world full of ‘Ricky Martins’ and ‘Christina Aguileras’ because they are the only ones selling albums?” Brown is just as optimistic about the future as he is angered by the current state of things and he assures that a punk protest movement will emerge, like in the seventies. “Streaming happened so fast that I think everyone is still shocked. You’ll see, in the future, the books are going to say just that. How can artists be treated like that? Streaming is criminal, it pays nothing and everyone uses it; nobody buys CDs.” It is true that we are living a historic and important moment because there are movements working to defend musicians rights; Steven Brown knows that these are giant battles. Artists are up against the “monsters” of the streaming industry. He knows that there are counterweights everywhere that can provide balance through the intransmutable possibilities created when performing with heart and passion, just as he did at Jardín Cebú. He hopes the concert will take place again and that it can be recorded for production. Steven Brown still has a lot to say. For now, he is closing a cycle of presentations that celebrated Cinema Domingo Orchestra’s anniversary. This celebration also recounts his first steps into soundtrack composition for silent movies, using 8mm cassettes to jam and compose with friends on weekends in the garden of the house he rented in Oaxaca. “Basically, they were palomazos accompanied by movies, but little by little musicians were taking the matter more seriously, we started to rehearse and try new ideas.” This is how Cinema Domingo Orchestra began and now, he travels with his bandmates to festivals in Mexico and in other countries. His multiculturalism evident, Steven Brown’s music and words are made across borders from the United States, Europe, and Oaxaca.