Revista de literatura
sumario
Intervención de la portada original de Quimera Nº 1, realizada por Manuel Boix.
noviembre 2010
Editor: Miguel Riera. Director: Jaime Rodríguez Z. Diseño: M. R. Cabot. Crítica Literaria: Roberto Valencia Fotografía: Lisbeth Salas Redacción: Maria Fresquet Publicidad: María José Dopacio. Edita: EDICIONES DE INTERVENCIÓN CULTURAL S.L., c/ Sant Antoni, 86, local 9 08301 Mataró (Bcn) Tel., Administración, Redacción, Publicidad y Suscripciones: 937550832 / 937962631. www.revistaquimera.com Redacción: redaccion@revistaquimera.com Administración: pedidos@edicionesdeintervencioncultural.com Publicidad: publicidad@revistaquimera.com Fotomecánica: Tumar Autoedición, S.L. Imprime: Trajecte, S. A.. Derechos reservados – Prohibida la reproducción total o parcial de este número, sea por medios mecánicos, químicos, fotomecánicos o electrónicos, sin autorización del editor. Quimera no retribuye las colaboraciones. Los colaboradores aceptan que sus aportaciones aparezcan tanto en soporte impreso como en digital. La redacción no devuelve los originales no solicitados ni mantiene correspondencia sobre los mismos. La revista no comparte necesariamente las opiniones firmadas de sus colaboradores. ISSN 0211-3325 / D.L.: B - 28332/1980 Impreso en España – © De las reproducciones autorizadas VEGAP, 1995, Barcelona. Esta revista es miembro de ARCE. Asociación de Revistas Culturales de España. Esta revista ha recibido una subvención de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas para su difusión en bibliotecas, centros culturales y universidades de España, para la totalidad de los números editados en el año. 4 Quimera
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un poema de alex reig el cómic ¡pINtor! entrevista mínima: Juan pablo villalobos por maria FresQuet wireless leyendo en la red por germán sierra el insomne apogeo y decadencia del pop por damián tabarovsky entrevista a roberto valencia “mi poética aún está definiéndose” por Jaime rodríguez z. páJaros enFadados. dos días con bret easton ellis por robert Juan-cantavella
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dossier oldies but goldies!
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el proceso de ezra pound por Fritz J. raddatz
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vasos comunicantes un diálogo entre susan sontag y Jorge luis borges
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entrevista a thomas bernhard de una catástrofe a otra por asta schei
Quimera Nº 1, por Manuel Boix.
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crónica sarracena por Juan goytisolo
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entrevista a milan kundera “los verdugos dan muerte, los poetas cantan” por philip roth
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el eFecto miguelín una crónica prospectiva sobre la expo de shangay por
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miguel espigado
el QuiróFano
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Un poema de
Alex Reig
5 o'CLoCK neWS vi las noticias de las cinco y media, puntual. a las seis ya la tenía al lado, poco a poco, me apoderaba de su rodilla. una sombra en la televisión nos contaba como su pareja había sido decapitada por un psicópata rumano el chino medio coreano dueño de un restaurante y viudo, lloraba en las gastadas diapositivas del celuloide, a cada vez, su voz más rasgada, sus ojos más húmedos, tu rodilla más próxima a mi mano. a cada vez, más oscura e invisible se volvía la pantalla, más lejano el lamento asiático, más cerca el uno del otro aproveché la pausa de sus lamentos para llegar al final.
alex Reig (Barcelona, 1989). Vive en Barcelona y estudia Humanidades en la Universidad Pompeu Fabra. Actualmente está ultimando sus dos primeros poemarios, Artefactos Vacíos y La Rosa (en catalán). El poema "5 o'clock news" forma parte de Artefactos Vacíos. 6 Quimera
El cómic ¡Pintor!, de Esteban Hernández. Sins Entido. Este mes.
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EntrEvista (mínima)
Juan pablo villalobos por Maria Fresquet —Usted lleva años dedicándose a la crítica, al ensayo y a las crónicas de viaje. ¿De dónde surgió la necesidad de hacer ficción? ¿Era un proyecto que quedaba pendiente? —En realidad estuve escribiendo otras cosas circunstancialmente. Lo único que me interesa de verdad es escribir ficción. Para llegar a Fiesta en la madriguera tuve que abortar tres novelas, dos de las cuales, inacabadas, la superan en extensión. También escribí muchos relatos. Todo esto fue parte de un proceso de aprendizaje. El otro día saqué la cuenta: cerca de 600 páginas entre relatos y novelas inacabadas, que son el caldo de cultivo de la novela. —En un contexto de violencia tan brutal ¿Por qué adoptar una voz narrativa infantil? —Todo surge por una motivación estilística. Como lector, y en consecuencia como escritor, lo que me seduce de cualquier obra narrativa es su voz. Sin importar el tema o la trama, como lector, en un par de párrafos puedo saber si algo me interesa. Cuando comencé a escribir Fiesta en la madriguera ya tenía bastante clara su estructura, la trama, los personajes. El desafío era encontrar un narrador que me sedujera y que además me diera ritmo de escritura. Para mí el ritmo lo es todo en el proceso de escritura. Una vez que encontré la voz de Tochtli descubrí que además, al ser un niño, me liberaba de emitir juicios morales, algo fundamental en la apuesta de la novela. Y que también me permitía poner a funcionar cierta lógica del absurdo. —Se acerca a la problemática del narcotráfico a través del absurdo… ¿Cómo definiría su novela? ¿Cree que podría incluirse en un tipo de literatura “fría”, que funciona a un nivel simbólico? —Como narrador intento acercarme a cualquier tema, no sólo al narcotráfico, desde una perspectiva hiper-lógica, que acaba por convertirse en absurda. Intento poner a funcionar una cadena de razonamientos hasta llegar a un pensamiento “mínimo”, que puede ser simbólico. Muchas veces esta secuencia se tergiversa o se pervierte simplemente como recurso humorístico. Me gustaría 8 Quimera
hacer una epistemología del equívoco, que no se preocupe por el resultado, sino por el procedimiento. Una epistemología donde se puede elegir un camino “equivocado”, aun sabiendo que lleva a una conclusión falsa o inútil, pero que se elige por su atractivo, por los sentidos que puede generar. Es lo que hace Tochtli, va definiendo, desenmascarando, desvelando misterios, va quitando capas de cultura a la realidad, pero siempre desde su visión del mundo, sin la pretensión de decir “grandes verdades”. —¿Qué fue lo que le resultó más difícil de adoptar esta voz? ¿No se sintió a veces limitado o con miedo a crear un niño resabido? —Narrar desde esta perspectiva genera muchísima inseguridad. Creo que el riesgo de fallar es alto y el resultado puede ser patético, como diría Tochtli. Al final hubo un par de razonamientos chapuceros que me liberaron. Primero asumir una noción elemental: que un narrador, sea un niño o lo que sea, por más aspiraciones de “verosimilitud” que tenga, siempre es y debe ser literario. Esto es literatura y no tiene nada que ver con la realidad. Hay que trascender la realidad. Se crea un universo narrativo con unas reglas determinadas y se debe ser coherente con él. El narrador tiene que ser convincente en este sentido, lo cual no tiene nada que ver con la veracidad o la verosimilitud. Si alguien opina que así no hablan los niños, yo respondería: ¿acaso importa? Alguien una vez me dijo que los campesinos no hablaban como en los libros de Rulfo. Es la opinión más idiota que he escuchado. El segundo razonamiento es más simple, tiene que ver con perder el miedo al ridículo. —¿Se inspiró en algún personaje infantil en concreto? —Evidentemente hay múltiples influencias, lecturas que me marcaron y que seguramente incidieron en el tono narrativo de Tochtli. Sin embargo, soy de los que creen que para escribir hay que olvidarse de todo y dejarse ir (lo cual al final puede significar apropiarse de todo). Ahora se me vienen a la cabeza el Julius de Bryce Echenique, el
Fiesta en la madriguera (anagrama, 2010) es el debut literario del escritor mejicano Juan pablo villalobos. una fábula sobre el poder y las sombras del narcotráfico narrada por un niño cuyos sueños infantiles están llenos de reyes decapitados e hipopótamos enanos de liberia. Cartucho de Nellie Campobello, el Holden Caulfield de Salinger (a pesar de que ya no se trata de un niño). Este año he leído una novelita maravillosa, El papel de mi familia en la revolución mundial, de Bora Cosic, y he pensado que es una influencia a posteriori, he tenido una especie de anagnórisis, descubrí que exactamente eso era lo que quería hacer con Fiesta en la madriguera. —En medio de la relación paternofilial que narra la novela, la crítica social y el malestar del niño ante las fisuras de la lógica adulta y lo absurdo de sus motivaciones, ¿cómo funciona el nivel simbólico de los hipopótamos enanos, los sombreros, los reyes de Francia? —El hipopótamo, en efecto, es un símbolo de lo absurdo, que en la novela se manifiesta a través del capricho. Fiesta en la madriguera aborda el ejercicio del poder en un contexto muy particular, que es el mundo del crimen en México, pero lo explora desde la perspectiva infantil. Creo que la primera exploración del poder que hacemos como niños es a través del capricho: “quiero esto porque sí”. En este sentido, el hipopótamo funciona como motor del relato. En cuanto a los sombreros, las coronas de los reyes, las alusiones al pelo, a las guillotinas, entre otras cosas, todas remiten a la cabeza y permiten ir haciendo a lo largo de la novela diferentes asociaciones absurdas. —¿Determinismo social o hay esperanza para el individuo? —Soy un existencialista a ultranza, no creo en esencias ni en determinismos. Hay que leer a Bachelard en La intuición del instante: el ser no es más que un hábito que puede romperse en cualquier momento. De hecho, más que un existencialista soy un instantaneísta. Y creo que eso también puede aplicarse a las sociedades. —Primera novela y debut en Anagrama. A usted no se le ve mucho por los aquelarres literarios ¿Es usted la prueba de que la obra es más importante que el autor? —No creo ser prueba de nada, aunque no está de más leer de vez en cuando La literatura como bluff de Julien Gracq.
Foto de Andréia Moroni. Quimera 9
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Leyendo en eL iPad Por Germán Sierra / Llevo casi un semestre leyendo libros en mi iPad y ha transcurrido apenas un trimestre desde el lanzamiento de la plataforma de libros españoles Libranda. Las ediciones electrónicas ganan claramente a las ediciones en papel en mis compras recientes, a pesar de que muchos libros no están todavía disponibles en versión electrónica. Por ejemplo, hubiera agradecido que la extensa novela Laura Warholic de Alexander Theroux (una estupenda recomendación de François Monti), o la historia alternativa de la novela de Steven Moore, ambas mucho más voluminosas y pesadas que el iPad, hubieran aparecido en la Kindle Store. En el caso de Dahlia’s Iris y Floats Horse-Floats or Horse-Flows, de la recientemente fallecida poeta y narradora experimental Leslie Scalapino, no hubiera sido el peso del papel sino mi impaciencia por leerlos lo que me hubiera llevado a descargar la versión electrónica de haber estado disponible. Incluso existen ediciones electrónicas territorialmente restringidas. Si se intenta, por ejemplo, comprar Infinite Jest de David Foster Wallace desde España, la Kindle Store responde que no está disponible para clientes localizados en Europa. Pero, a pesar de estos inconvenientes iniciales que supongo que se irán solucionando, es magnífico poder descargar en menos de un minuto Freedom de Jonathan Franzen, The Lazarus Project de Aleksandar Hemon o Kissing the Mask, el último ensayo de William Vollmann, dedicado al teatro Noh, la belleza y la feminidad en Japón (aunque en el caso de este último, supongo que debido a un problema de derechos, la edición electrónica no incluye las casi 100 ilustraciones que aparecen en la edición impresa: salvo impacientes Vollmannadictos como yo, mejor encargar la de papel). El iPad es, entre otras muchas cosas, una auténtica biblioteca-máquina que está ayudando a disparar la venta de libros electrónicos. Además, tanto la Kindle Store como la tienda iBooks de Apple ofrecen una gran cantidad de libros gratuitos. En iBooks es posible descargar gratuitamente en idioma original –y en su caso, traducción al inglés– la obra esencial de Henry James, Dickens, Melville, Swift, Poe, Sterne, Cervantes, Dostoievski, Spinoza, Proust, Aristóteles, Baudelaire, Sade o 1 0 Quimera
Kafka entre muchos otros. Una de las principales ventajas del iPad es que permite integrar en un solo aparato diversas plataformas que, a su vez, cuentan con una gran cantidad de funciones integradas. Esta es quizás una de las claves del éxito del ebook en inglés y, su falta, lo que explica el tambaleante comienzo de la plataforma española. Leo que, a principios de octubre, Libranda reduce sus previsiones de ventas a la mitad (mientras que en los EE. UU. la venta de ebooks sigue creciendo de forma exponencial). Aunque ha pasado todavía poco tiempo y es evidente que se trata de mercados muy diferentes, esta radical divergencia debería hacer reflexionar a las editoriales españolas acerca de cómo su plataforma ha sido diseñada. La red está llena de comentarios independientes marcadamente negativos hacia Libranda, y, en mi opinión, el concepto puede ser notablemente mejorado, sobre todo en lo que respecta a la integración de funciones (muchas de las cuales ya están en otras bases de datos, pero no son directamente accesibles desde su página). Es, por ejemplo, absolutamente increíble que no exista todavía un app de Libranda para iPad (los libros pueden ser leídos en los apps de Barnes and Noble o Kobo, pero no disponer de un app propio es un imperdonable fallo de marketing). Llama la atención que Libranda no ofrezca un solo libro gratuito (otras plataformas no comerciales permiten descargar clásicos gratuitos en español, pero la posibilidad de hacerlo desde Libranda atraería a muchos clientes potenciales) ni permita obtener muestras de los libros (muchas editoriales lo hacen, pero es necesario ir a la web de la editorial o del autor). Y carece de sentido lanzar una plataforma con tan pocos libros y un perfil tan comercial, ignorando que las características de los early adopters son completamente diferentes a las de los lectores de best sellers. Muchos de los posibles clientes iniciales de libros electrónicos en español somos ya clientes de la Kindle Store y de Barnes and Noble. Y como no nos ofrezcan algo mejor, seguiremos acumulando papel a la espera de que la Kindle venda también las novedades de las editoriales españolas.
el insomne
Damián Tabarovsky
En sus Recuerdos, Alma Mahler describe una escena junto a Gustav Mahler, que a mí siempre me pareció fundadora de cierta tradición. Están ambos en el Hotel Majestic de Nueva York en el invierno de 1908, y escribe Alma: “Al oír un ruido confuso, nos asomamos a la ventana y vimos una larga procesión por la ancha calle que bordea el Central Park. Era un cortejo fúnebre de un bombero, de cuya heroica muerte nos habíamos enterado por los periódicos. Teníamos prácticamente debajo a los que encabezaban el cortejo cuando la procesión se detuvo y el maestro de ceremonias avanzó para pronunciar una breve alocución. Desde la ventana del undécimo piso sólo podíamos conjeturar lo que decía. Hubo una breve pausa y luego un golpe de tambor enfundado, seguido de un silencio de muerte. Luego la procesión siguió su camino y todo terminó. La escena nos arrancó lágrimas y miré ansiosamente hacia la ventana de Mahler. También él se había asomado por la ventana y por su rostro corrían las lágrimas. El breve golpe de tambor lo impresionó tan profundamente que lo usó en la Décima Sinfonía”. A mí me parece que ese día comenzó el pop. Por supuesto, cualquier corte histórico es arbitrario, puede ser en un momento o en otro, y nunca es producto de un acto aislado (el mito liberal del artista genial) sino que forma parte de un proceso complejo por el que una época se reformula, hay un quiebre y por esa grieta, como un acontecimiento o como el Viejo Topo de Marx, irrumpe
Apogeo y decAdenciA del pop la novedad. Pero en la escena de Mahler se atisban varios de los rasgos que, luego, van a reaparecer en las vanguardias históricas, y a mediados del siglo XX, en el pop propiamente dicho: la inclusión de lo bajo en lo alto (el tambor callejero en la Décima Sinfonía), la centralidad de los medios masivos (“cuya heroica muerte nos habíamos enterado por los periódicos”); la ciudad como escenario definitivo (El gran Hotel, el undécimo piso); la ficción de la vida tocando al arte sin mediación intelectual alguna. Ahora bien, si la desaparición de fronteras, si la inclusión de lo bajo en lo alto (y viceversa) hubiera significado solamente eso, la posibilidad redundante de hacer lindar ambos bordes, de igualar un extremo con el otro, de que cada tradición se apropiase –vía citas– de rasgos de la otra, el pop no hubiera tenido interés alguno. Pero si la cultura pop tuvo alguna fuerza corrosiva fue por ir más lejos de esa mera alteración de los factores. En sus mejores momentos el pop ha sido una verdadera pedagogía capaz de señalar lo impensable de cada tradición. Su fuerza residía no en afirmar que alto y bajo son lo mismo, que no hay diferencia entre uno y otro; sino aceptando esa diferencia, demostraba radicalmente que siempre en lo alto se encuentra algo de lo bajo; que siempre en la filosofía hay bêtise, y que el tarareo de una tontuela canción de amor también encierra dramas de profunda tragedia. En el pop existió siempre un conflicto irresuelto entre una dimensión crítica,
contracultural, imposible de asimilar, y una eficiente adaptación al mercado y al consumo (su encanto residía en que no se sabía dónde empezaba una faceta y dónde terminaba la otra). Era en esa doble pertenencia donde se conjuraba su encanto perturbador. ¿El pop era idiota o subversivo? Probablemente ambas cosas a la vez. Esa época parece haber terminado. Terminado dos veces. Primero, porque el pop, el capitalismo de masas y la democracia formal, entre otras causas, acabaron con la alta cultura. Y si algo pervive de esa vieja tradición, lo hace disfrazado de kitsch, de caricatura de sí mismo. Hoy es imposible encontrar lo bajo en lo alto, porque lo alto no tiene ya razón de ser. Pero en segundo lugar, terminó porque el ciclo del pop parece también haber llegado a su fin. Esa pedagogía que aconteció entre, digamos, Mahler y Warhol, tampoco tiene demasiado sentido hoy. Más allá del pop –o mejor dicho más acá– aconteció el triunfo universal de lo mediático, de los flujos informativos, de la estética universal del online. El pop ironizaba con lo mediático, pero los mass media no ironizan: arrasan. Los medios de comunicación tomaron lo pop pero para quitarle su contenido subversivo, su aspecto lúdico, su invitación a leer siempre en segundo grado (Lacan: “el sentido es siempre doble sentido”). Encontrar lo trivial en lo sublime era el mérito del pop. Pero en el momento que nos toca vivir ahora solo hay lo trivial en lo trivial. Y afuera, la literatura, claro; sola en su negatividad.
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RobeRto Valencia
“Mi poética aún está definiéndose” Sonría a la cámara es el primer libro de relatos del crítico literario. por jaime rodríguez z.
—Me interesa tu opinión sobre cómo influye el trabajo del crítico en el del creador. Y en tu caso particular cómo influye tu propio trabajo al frente de un grupo de críticos. ¿Es inevitable tener en cuenta los criterios de valoración con los que trabajas o consigues evitarlos a la hora de crear? —Mi poética personal aún está definiéndose. pero de algún modo bastante general, me interesan los libros que plantean retos intelectuales delimitados, que parten de una ambición que, salvando todas las cautelas, todas las abstracciones, pueda ser definida. En mis lecturas persigo una emoción como lector, por supuesto, pero nunca olvido que el libro es un artificio producido de acuerdo a un plan. Y los planes que más me gustan pertenecen a la exploración de determinados contextos: ya sea el mundo de los sentimientos, de los asuntos políticos o de la textura de la realidad. Me produce mucha satisfacción cuando los críticos de “El Quirófano” detectan esa ambición en el libro –o, al menos, esgrimen una tesis personal sobre la misma. ¿Me influye esta investigación a la hora de escribir mis ficciones? Claro. Es que son la misma cosa. No concibo sentarme frente a la pantalla motivado por el vago pretexto de “escribir una historia” o “reflejar una realidad” o, peor aún, “expresar una emoción íntima”. Me mueve el mismo afán exploratorio que guía mi lectura. En cuanto a los criterios de valoración, siempre espero que de los libros se tomen en serio varias problemáticas: la del lenguaje literario, en primer lugar; la de la realidad exterior, en segundo. Y luego otras: la ruptura o reformulación de las convenciones, la resonancia de lo social, etc. En este campo me muevo, tanto en la crítica como en la creación. —Se me ocurren por lo menos dos títulos recientes que tienen que ver con la industria del porno: Snuff, de Palahniuk y 25 centímetros,
de David Refoyo. El tuyo parece centrarse, sobre todo, en el consumo más que en la producción. ¿Qué te llevó al tema? —Nunca me propuse explícitamente escribir un libro contemporáneo. pero mi curiosidad por la pornografía digital llevaba implícita la preocupación por el momento actual. Se trataba de ser consciente de ello. De hecho, muchos escritores me gustan porque inciden en nuestro presente de una manera muy intensa. Me di cuenta que la propagación del deseo y del artificio a través de la fibra óptica resume nuestro paisaje emocional y nuestro noción de realidad mejor que ninguna otra cosa. En cuanto al consumo, sí, a pesar de que dos relatos de Sonría a cámara los protagonizan actrices, mi interés se dirige al pornonauta porque en sus retinas confluyen, entre otras cosas, el nuevo paradigma del deseo, unas expectativas emocionales fabricadas a partir de un simulacro, el fracaso de la vida compartida, la soledad contemporánea y otras cosas. —¿Crees que en la web está la verdadera democracia? —¿Qué es la verdadera democracia? ¿Votaciones políticas en tiempo real de toda la población interconectada? Eso no es democracia, eso es utopía. La democracia implica la delegación de poderes para que pueda hacerse efectiva. Creo que algo parecido sucede con internet y la libertad. Necesitamos prescriptores. El hecho de que todo el mundo vocee sus verdades sin la mediación de, por ejemplo, un editor o un consejo de redacción, no hace nuestro presente más interesante. Lo hace más inmediato, más silvestre, más inabarcable. para mí, escribir siempre fue un acto costoso, doloroso, incluso, en el que había que invertir muchas horas. De algún modo esa toma de responsabilidad queda arrasada cuando se ponen en pie cuatrocientos blogs expresando repetidamente el ánimo matinal de cada usuario. Quimera 29
—Sonría a la cámara abunda en descripciones de escenas y videos sexuales. ¿Cómo es el proceso de reconstruir verbalmente una serie de imágenes de ficción? Hay una doble construcción hasta llegar al lector. —Lo primero de todo es tomar una distancia respecto a la imagen lasciva que, como bien sabes, quema. Esto me costó entenderlo: yo partía de la fascinación que me producía la desinhibición ante la cámara por parte de los actores y de sus reflejos en el espectador. El primer borrador del libro pecaba de cercanía: intentando usar un lenguaje directo, lo que conseguía, en realidad, era una proximidad tan estrecha con las imágenes pornográficas que más parecía la celebración del fenómeno que su análisis literario. A partir de ese filtrado todo resultó más fácil, porque la retirada de cualquier pespunte erótico me abrió el camino para que las ficciones se desarrollaran según un ánimo menos pasional. —En cuentos como “Niños en el balcón” lo verdaderamente pornográfico es la muerte… ¿Cuál es la forma real de lo pornográfico? —Ese cuento es una narración apócrifa y deliberada de la agonía de Lea de Mae, la actriz que murió a causa de un tumor cerebral cuando estaba en la cumbre de su carrera. Lo pornográfico, lo obsceno, es, por definición, mostrar aquello que no se debe mostrar. La muerte aquí, en efecto, es pornográfica porque un narrador mentiroso inventa una defunción falsa de la actriz y la enseña. ¿por qué hace eso? porque entre las estrategias de seducción que la pornografía digital está empleando se cuenta la de incrementar la intensidad sexual, o corporal, o la agresividad, hasta cimas insoportables, para captar nuestra atención. Me propuse hacer lo mismo con la muerte de esta actriz. Tal y como se cuenta en el relato, toda su agonía es un disparate. La invención morbosa, exagerada y sexual, contada por un narrador que lo único que quiere es emocionarnos de cualquier manera. Es sentimental y fraudulenta, pero me parece que también poética y trágica. Ahí está la paradoja: lo hermoso puede ser falso, y a la inversa. —¿No te parece que hoy en día la pornografía se parece cada vez más a la escritura: ambas cosas se pueden hacer practicamente sin medios y ya casi no necesitamos un editor o productora para difundirla? —Lo decía antes. Quizás el libro electrónico arrasará con una serie de intermediarios a los que la literatura les importa bien poco, pero espero que deje en pie a aquellos editores y prescriptores que hacen un trabajo digno y valioso. Y de paso, espero también que deje a los escritores en mejores condiciones de salida: un 10% sobre la venta de un libro es un miserable bagaje comercial. pero sí, estamos abocados irremediablemente a ese Do ti yourself que pregonaba el punk. —En los libros la voz del narrador siempre está un poco por encima 30 Quimera
de los personajes, incluso de la misma narración. ¿Qué significa esta distancia? —La voz es, para mí, el elemento clave de la narración. No sólo porque su forma define la posición emocional –por tanto, política y ética– desde la que se narra, sino porque en este caso hay una planificación bastante cuidadosa de dicho mecanismo. Digamos que casi todos los relatos están narrados por una voz omnisciente bastante agresiva. Una voz que, más que descubrir o investigar unos hechos mientras se narran, constata o reafirma su autoridad sobre los mismos. Sería una voz un poco autoritaria, que no duda, que cuenta los hechos según una mirada muy definida. Quería reflejar con esta textura del lenguaje la dictadura sutil de esa gran conciencia que es internet. Tú enciendes el ordenador y en pocos segundos te ves arrastrado por una inercia muy fuerte, que es internet, que no sólo ejerce una influencia intelectual muy poderosa sino que, por medio de todos sus reclamos y ofertas, te va guiando a través de hipervínculos por pasillos que no deseas. Si definimos internet como esa conciencia, ese superyó que nos coacta y nos dirige y nos manipula, entonces un texto de ficción que plantee nuestra relación con la red debe de parodiar o imitar esa fuerza a través del punto de vista desde el que se narra y del lenguaje con que se hace. Tiene que ser un efecto sutil, claro, nada de decir explícitamente que el propio Internet ha tomado la palabra. Tan sólo escribir desde ese tono, y esperar a que los lectores se sientan molestos, como contaminados. —Últimamente es más fácil encontrar libros de relatos conectados a la manera de novela fragmentaria, que libros de relatos, como el tuyo, con una unidad temática tan explícita. ¿Por qué 12 cuentos y no una novela? —por intensidad narrativa. Debido a lo que te he contado antes sobre la voz, sería poco deseable una narración tan intensa, tan autoritaria, que se prolongara a lo largo de 300 páginas. Además, el formato cuento me permitía una cierta tipología del fenómeno de la pornografía virtual. pero sólo cierta, porque este planteamiento tipológico planteaba un peligro previo: hacer el libro bastante previsible –ahora un cuento de zoofilia, ahora uno de fetichismo del pie, etc. Creo que, afortunadamente, Sonría a la cámara no se clasifica según las distintas variantes del acto sexual. Incluso tendría problemas en que se estructurara a través de una lista de puntos negros del fenómeno: quisiera que la forma general del libro fuera más compleja, menos obvia. Como esos libros de cuentos donde los personajes no pasan de un relato a otro, no se repiten, pero en todo el volumen se mantiene un mismo tono, una misma mirada. —El protagonista de “Ciudades, pueblos y capitales de provincias” parece buscar en la geografía de España como quien navega en inter-
net. ¿Hay una especie de relación formal entre la urbe y la red? —En efecto, el cuento plantea la siguiente situación: el pornonauta que viaja a través de España con los mismos hábitos y constricciones que impone la navegación en internet. Se supone que de este modo reflexionamos sobre la amputación de los sentidos, la simplificación de cualquier experiencia vital. En internet la experiencia del viaje –y de otras cosas– es bastante limitada, lo que no quiere decir que no resulte, a pesar de todo, interesante. pero internet no es la realidad, esto hay que tenerlo en cuenta. Ni siquiera puede decirse que la realidad sea la realidad. —¿“Orgía de caracoles” puede ser leído como el relato de la desactivación de la mujer en la sociedad actual, plasmada aquí en el entorno laboral? —Sí. La pornografía casera que roba fotos o videos de personas que conoces, es una operación, por lo que sé, machista y casi asesina. No hay ética: si existe una remota posibilidad de que se filme a tu compañera de oficina en su intimidad, date por seguro que se hará. Y sus fotos o videos circularán de aquí a Filipinas. La tecnología roba la vida privada, sobre todo de las mujeres. Y da pie a actuaciones aberrantes, no hace falta que lo explique con detalle. —“Si ellos pueden, nosotros también” es un lema que podría resumir el elemento catártico del porno. Pero ese espejo en el que queremos mirarnos no siempre nos devuelve la imagen que pretendemos. ¿Al final, has querido transmitir una idea del porno como algo nocivo o por lo menos distorsionador de la realidad? —En realidad, la pornografía, en su origen, es una buena idea. Lo que pasa es que el fenómeno pornográfico es mucho más complejo que la simple filmación de fantasías para relajar tensiones. Dicho esto, creo que la pornografía no distorsiona la realidad. propone un artificio, una construcción que sirve a sus intereses. Somos nosotros quienes pensamos que esa imagen hiperreal de una mujer que se deja penetrar por tres machos al unísono es la realidad. Y sobre este equívoco liberamos unas emociones que pueden no ser válidas para una ética del comportamiento o incluso para nuestra actividad sexual, bastante más modesta que la de las películas. La pornografía, al dar forma física a las fantasías más extremas, genera en el espectador más incauto la sensación de que todo se puede hacer, de que cualquier fantasía se puede realizar, sin importar ni la ética ni los impedimentos materiales del cuerpo humano. Si te crees las proezas de los actores y actrices porno, si obvias que sus escenas son el resultado de muchas horas de grabación, si piensas que no ha habido un montaje cinematográfico, terminas avasallado. Aplastado por una ficción que, en realidad, si lo pensamos bien, no habla tanto de ti.
de relatos es un género de fogueo, un paso previo a la novela, que es por lo general, un género consagratorio. ¿Qué opinas de esa idea? —Que es cierta, a nivel crítico y comercial, para desgracia de los escritores de cuentos. Y para desgracia del género. El complejo de inferioridad del cuento está fomentado por la pereza con que muchos escritores han abordado su escritura, y por la pujanza comercial de la novela. Ahora, también hay una pereza crítica bastante evidente. ¿Cuántas listas has visto tú de los mejores libros de cuentos del siglo XX? ¿De los mejores libros de cuentos fantásticos? ¿De los mejores libros de cuentos políticos? A veces parece que los escritores de cuentos no son escritores. Son otra cosa, una especie de artesanos o de artistas menores, en comparación con los novelistas. De todos modos, me parece que nos toca a nosotros hacer esa tarea. A los críticos y a las revistas. porque en los últimos 200 años, por lo menos, hay intervenciones sobre el género sumamente valiosas que están pasando desapercibidas. —Con 37 años, has esperado hasta una relativa madurez para publicar ¿A qué se debe? Gracias por la presunción. En realidad, si no he publicado antes es porque no tenía nada mínimamente presentable. Mi pasado literario es una actividad secreta, llena de pasos en falso, experimentos y una búsqueda que nunca cesa.
—En el ambiente literario español existe la creencia de que un libro Quimera 31
Dos Días con el autor De suites imperiales Madrid 26/09/10 El vuelo AFR2000 procedente de París Charles de Gaulle llega a la Terminal 2 antes de lo previsto. Nos lo dice Manuel, el chofer del Mercedes con el que vamos hacia Barajas a toda velocidad a recoger a Bret Easton Ellis. Cuando se trata de una recogida en el aeropuerto siempre llamo por teléfono por si hay alguna incidencia, pero no os preocupéis que llegamos, asegura sin mover una ceja y con las dos manos al volante. Lo mejor será que aparquemos en el parking express, hay que pagar un poco más pero está justo al lado de las llegadas y os puedo acompañar a recoger las maletas. Lleva un elegante traje oscuro y un peinado impecable. Los que no nos tenemos que preocupar somos Eva Cuenca y yo. Fundamentalmente Eva, jefa de prensa de la editorial Mondadori (que es el sello que acaba de publicar Suites imperiales y Menos que cero), pues ella es la responsable de la vista promocional del señor Ellis a Madrid, de coordinar sus entrevistas, de llevarlo de acá para allá. Yo los acompañaré a los dos durante un par de días para escribir un reportaje que me ha pedido Jaime Rodríguez Z. para Quimera. Está haciendo una serie de textos de este tipo, dice que no hace falta que lo entreviste, que me pegue a él y cuente lo que hace, nada más. ¿De quién se trata?, pregunta Manuel. Un escritor norteamericano, le digo, tiene unos cuantos libros, novelas muy famosas, algunas las han llevado al cine, ¿le suena American Psycho? Llegamos unos minutos antes de la hora prevista, las 20:20. Hoy es domingo 26 de septiembre, y empieza a refrescar. El AVE con el que hemos venido de Barcelona se ha retrasado un poco debido a no sé qué problemas en la estación, hemos tenido que esperar unos diez minutos detenidos en la boca de Atocha, y esos son precisamente los diez minutos que a punto han estado de hacernos falta. Pero ya estamos aquí, y él todavía no. Eva se mira el reloj. Luego mira el panel con la llegada de los vuelos y se asegura de que estamos en la puerta correcta. Junto a nosotros hay una veintena de personas esperando a otros pasajeros. Antes de París, Bret Easton Ellis ya ha pasado por Ámsterdam, y después de Madrid le queda Berlín, Frankfurt, Copenhague, y Milán. Un mes de gira europea que se suma a las tres semanas en ruta a lo largo de doce ciudades estadounidenses, dos semanas en Inglaterra e Irlanda, y otras dos en Australia. No sé muy bien cómo pero BEE ha salido de algún lugar que no es el lugar por el que debería haber salido y ya está junto a nosotros. Vaqueros pelín desgastados, deportivas Reebook y sudadera negra con capucha que asoma por encima de un tres cuartos también negro. Va sin equipaje. Eva hace las presentaciones, y BEE dice que el equipaje está dentro. Yo no entiendo por dónde ha salido, ni por qué razón lo ha hecho sin sus maletas, pero Manuel se adelanta y nos dice que esperemos a que salga alguien para que se abran las puertas automáticas y entonces entramos, que él ya lo ha hecho otras veces y no pasa nada, que hablará con la Guardia Civil y nos dejarán pasar. Y así es. Recogemos las dos maletas, la bolsa de mano y la del orde22 Quimera
Bret
Easton
Ellis
Pájaros
Enfadados
texto y fotos de
robert JuanQuimera 23
nador, y Manuel lo mete todo en el maletero del coche. Una vez en marcha, BEE me pregunta qué hice anoche. Yo voy sentado delante, junto a Manuel. Eva le ha explicado así por encima el plan de trabajo, pero él la interrumpe diciendo que hará todo lo que le diga, comer, beber, hablar, posar, responder, pero que se lo vaya diciendo cuando llegue el momento, no antes. Estuve viendo la tele, respondo. ¿Qué viste? ¿Por qué lo dices? Simple curiosidad. Una serie. ¿Cuál? Sherlock, de la BBC, un Sherlock ambientado en el Londres del siglo XXI, está muy bien, son sólo tres capítulos, noventa minutos cada uno, el año que viene empiezan con la nueva temporada, ¿la conoces? No, me dice, ¿quién hace de Sherlock? No lo sé, no lo conozco, pero esta soberbio. Aquí en España no soy muy popular, ¿verdad? Lo dice porque viene de Francia, y al parecer se ha dado un baño de masas. Asegura que es el lugar de Europa donde más caso se le hace y donde más vende, más incluso que en Inglaterra. Cada día un mínimo de quince entrevistas, dice, ¡mira!, y busca en su iPhone hasta dar con un video. Efectivamente, hay varios centenares de personas llenando las gradas, sentados hasta en las escaleras. Pues así todos los días. Además, esos periodistas franceses, esos hombres franceses me hacían preguntas muy muy difíciles, me obligaron a replantearme la novela, a pensar una y otra vez lo que era verdad y lo que era mentira, mirándome siempre a los ojos… Nunca antes había trabajado tan duro como esta vez en Francia. Lo dice con una enorme satisfacción, y vuelve a guardarse el teléfono. Aquí no será igual, ¿verdad? Pues no tengo ni idea, mañana lo veremos, respondo. ¿Conoces a Ray Loriga? Se lo pregunto porque el martes por la tarde tiene un acto con él, una conversación en la biblioteca Marqués de Valdecilla de la Universidad Complutense, en Noviciado número 3. No conozco a nadie. Llegamos al Hotel Villa Magna, en el paseo de la Castellana número 22. Subimos por una leve rampa y en la puerta un señor de uniforme con gorra de plato abre la portezuela de atrás. Dos botones se encargan de las maletas. Manuel se despide. Entramos y Eva se encarga del check-in. BEE dice que qué bonito todo: vosotros decidme qué, cuándo, cómo y dónde tengo que hacer lo que tenga que hacer y ya está. Vosotros no, que yo aquí aparte de espiarte a ti no pinto nada, la jefa es ella, le corrijo señalando a Eva. Aunque en la recepción, hay una cosa por la que sí se interesa, la única: su conexión a Internet. La joven extremadamente educada que hay tras el mostrador empieza a explicarle en inglés cómo funciona la jugada, pero él se desentiende y le pide que me lo explique a mí, que él no quiere saber nada, ni de las entrevistas que le esperan mañana ni de esto tampoco. Así que recojo el folio que me facilita la joven extremadamente cortés de detrás del mostrador, allí viene indicado el usuario (SHS/2586923) y la contraseña (ybcd). Los códigos son válidos para veinticuatro horas, mañana le darán los datos nuevos. No hagas un texto amable, me 24 Quimera
pide a continuación, cuéntalo todo, lo bueno y lo malo. Y yo pienso que sólo estaré con él mientras esté trabajando, durante las entrevistas, comiendo, cenando, conectándolo a Internet… estos escritores superstar saben que cuando están a miles de kilómetros de casa todo eso es trabajo, y éste lleva en el tajo veinticinco años, así que no podré contar nada que él no haya previsto, nada que no haya hecho ya decenas de veces, ante decenas de tipos como yo. En cualquier caso, supongo que alguien habrá entre los lectores de una revista literaria como Quimera a quien le interese el día a día promocional de un escritor como BBE. A mí, por lo menos, ahora que estoy en la casilla de salida, sí que me apetece enterarme. Puede ser divertido. Además, a qué negarlo, también lo hago por las cifras astronómicas que como todo el mundo sabe cobramos los colaboradores de esta revista. Pero volviendo a esos veinticinco años en la carretera, precisamente son los veinticinco años de que da cuenta la novela que lo ha traído a Madrid. En Suites imperiales, BEE ha ido a buscar a los personajes de su pri-
mera novela, Menos que cero, la que lo lanzó al estrellato. Clay, como el resto de personajes de Menos que cero, como Blair, como Julian, como Rip, como Trent, como el propio BEE, tiene ahora veinticinco años más. Sus modales se han suavizado, su afición a la cocaína se ha aplacado, “ya sé dónde me lleva”, pero su lado oscuro sigue intacto. Ahora trabaja para Hollywood. Ha regresado a Los Ángeles. Anda buscando algo. BEE se empeña en que lo acompañemos a la habitación. Tienes que contarlo todo, repite, y yo pienso que claro, eso y conectarte a Internet. Los dos botones van delante de él con las maletas. Yo detrás con mi camarita de fotos y mi libreta. Una vez dentro de la Suite Prestige, uno de los botones le va enseñando cómo funcionan las cosas. Aquí está la tele. ¿Dónde? El botones, con media sonrisa llena de satisfacción, señala a un espejo enorme que hay frente a la cama. Aquí. Éste es el mando. Perfecto, y BEE se desentiende del resto de explicaciones y va a su mesa de despacho a sacar un Mac, lo enciende y lo conecta sin problema. Míralo todo, me dice, haz fotos. Luego Eva le explica que le esperamos bajo en media hora para ir a cenar con su editor. Llámame por teléfono cuando tenga que bajar, pide él. Y allí nos lo dejamos. La habitación también le ha parecido perfecta. Lo cierto es que Eva
no las tenía todas consigo. Según me cuenta, la última vez que tuvo que acompañarle en su visita a España para presentar Lunar Park, no todo era tan bonito, no todo le parecía tan bien, no estaba tan dispuesto a hacer cualquier cosa en cualquier momento con sólo una llamada desde recepción, el hotel le pareció una horterada, del horario de trabajo dijo que era excesivo, todas esas cosas de que tanto gustan las estrellas. Pero ahora está tranquila, se siente aliviada, veremos si todo sigue igual, me dice, igual es por lo de París, ya has visto que viene de morir de éxito. Salimos a la puerta del hotel a fumar un cigarro. Claudio López de Lamadrid y Miguel Aguilar, director editorial de Random House Mondadori y editor de Debate respectivamente, llegarán en media hora para ir a cenar. La noche es calma. Los clientes del hotel llegan con sus coches y le entregan las llaves al aparcacoches. Cuando sale un cliente y le pide un taxi al señor de la gorra de plato, éste toca un silbato, e inmediatamente sube por la rampa uno de los taxis que aguardan en
la parada justo a la puerta del hotel. Pasan veinte minutos y llegan Claudio y Miguel. Claudio está resfriado, se ha pasado el fin de semana metido en la cama del hotel, procedente de Segovia, del Hay Festival. Miguel le entrega las llaves de su coche al señor de la gorra de plato. Eva hace la llamada y BEE baja en un santiamén. Claudio dice que iremos a cenar a un oriental que le gusta mucho, justo al lado del hotel, el Tse Yang. De entrantes langostinos y para cenar un pato. BEE dice que sí, que le parece bien. De aperitivo pide una copa de champán, luego sale a fumar a la calle. Sobre la mesa hay un cenicero, pero él dice que acostumbrado a Los Ángeles, donde no puedes fumar ni en tu propia casa, le da no sé qué fumar en un lugar cerrado y con tanta gente a su alrededor. Además lo prefiere así. Fuma, cierto, pero la prohibición, que ahora mismo cierne sus oscuras alas también sobre España, le parece fantástica, soy algo así como un fumador antitabaco. Durante la cena hablamos de Schwarzenegger, puesto que en 2006 BEE se mudó a Los Ángeles (Qué quieres, a mí me gusta, lo hace bien), de Los Ángeles (Ahora mismo, es el lugar en el que hay que estar en los Estados Unidos, mucho mejor que Nueva York, Los Ángeles va hacia delante, está viva, Nueva York es
más old school, un lugar para ricos y turistas, una ciudad que respeta el Imperio), del estudio de cuarenta metros cuadrados en el que vivía en Nueva York y que alquila por cinco mil dólares al mes (Cuando volví después de cuatro años quise pasar a visitarlo, no podía creerlo, estaba convencido de que después de tanto tiempo me asaltarían un montón de buenos recuerdos y todo lo que pensé al ver aquel agujero es pero qué puta mierda es esto), de Obama (La cosa no funciona, había creado demasiadas expectativas, la gente empieza a ver que no era más que un abogado sin experiencia, guapo, negro, con don de palabra pero sin ninguna experiencia; a ver si me entiendes, claro que lo prefiero a Bush, pero de momento no está a la altura de la marca en que se reconoce), del Festival América de Vincennes en que ha estado en Francia (Los escritores no me gustan [no se refiere a sus colegas yankis, sino a Los Escritores], son horribles, no vayáis nunca a un lugar como ese [curioso consejo a un par de editores]), de la huelga general que hay prevista para este miércoles (Eva ha alargado un día su estancia en Madrid para no tener problemas con los vuelos; le explicamos por encima los motivos de la huelga), Claudio le recuerda la entrevista telefónica que le hizo Rodrigo Fresán (¿Quién eres tú?... ¿Por qué me llamas?... ¿Quién te ha dado este número?... Aunque luego todo fue bien, ha salido publicada en el ABCD). BEE no deja de hablar, de hacer preguntas, de gesticular. Se gusta y se siente cómodo. Bebemos vino blanco. Confiesa que le divierte anunciar que esta es su última novela, que después de esta no va a escribir ninguna otra novela. Es divertido, ¿no te parece? Crea expectativa… De postre pide una segunda copa de champán. Nos despedimos hasta mañana. Claudio y Eva se hospedan en el Hotel de las Letras, en Gran Vía, Miguel en casa de sus padres, que viven en Madrid, y yo en el Hostal Colors, en Fuencarral, justo al lado de donde vivía mi colega José Ochando antes de tener la feliz idea de largarse a no sé qué pueblo cercano a Madrid en plan Voy al Campo Abandonaré la Ciudad. Cuatro o cinco meses le han bastado para darse cuenta de que aquella no era una buena idea, y por el camino, yo me he quedado sin casa en la que dormir en Madrid. Así que me hospedo a cinco minutos del Hotel de las Letras, en un lugar donde con la llave te dan un pequeño tuperware que contiene los mandos de la tele y el climatizador frío/calor. Estoy siguiendo los pasos de un tío cuyo último libro ha salido en casi todo el mundo con la silueta de una cabeza con cuernos en la portada, y me dan la habitación número trece. Me duermo con el programa de ciencia ficción de Iker Jiménez en la tele. Madrid 27/09/10 Me levanto a las 08:00, me doy una ducha y desayuno un café con leche y un cruasán en la cafetería-cervecería Gran Vía 26, en Gran Vía con Fuencarral, enfrente de un quiosco. A las nueve estoy en la puerta del Hotel de las Letras, llamo por teléfono a Eva y vamos al Villa Magna. Nos abren la puerta al Quimera 25
entrar. A las 09:20 baja BEE. No ha desayunado, pero no hay tiempo, más bien hay una decena larga de fotógrafos esperándolo. Así que Eva busca con ellos un lugar con luz suficiente. La gente del hotel había previsto un lugar apartado en el salón del hotel, junto a un piano de cola y un biombo de aire oriental con motivos dorados sobre fondo negro, pero a Eva le parece horrible, y los fotógrafos opinan que no hay luz suficiente. A BEE todo le sigue pareciendo bien. Repite vestuario, aunque esta vez en lugar del abrigo lleva una americana. El ejército de la prensa gráfica no tarda más de quince minutos en hacerle dos o tres mil fotos. Luego se van. Para las entrevistas, hay prevista una sala de reuniones en el primer piso. Nos acompaña una joven extremadamente solícita. En el ascensor, BEE enciende el iPad que lleva consigo y busca un juego: Angry Birds. Le da al play. Estoy enganchado a este juego, dice, no puedo dejar de jugar. Y me explica cómo funciona. Tienes que lanzar a tu pájaro enfadado con un tirachinas deslizando el índice sobre la pantalla táctil. Sueltas, y el pájaro enfadado sale por los aires, de izquierda a derecha, en busca de su objetivo. La idea es matar a unos cerdos de color verde que hay escondidos en una especie de fortaleza hecha de madera y de piedra. Si le das a la piedra, has fallado, no sucede nada. Al parecer, por muy enfadado que esté tu pájaro, no tiene la fuerza suficiente. Se trata de darle a los trozos de fortaleza construidos con madera, sólo así puedes lograr que las partes de piedra caigan por su propio peso, que los cerdos verdes vayan quedando al descubierto, hasta que finalmente los matas con uno de tus pájaros arrojadizos y malcarados. ¿Cuántos pájaros puedes disparar cada vez? Depende del nivel. Entramos en The Tejo Room. Hay una amplia mesa de reuniones con capacidad para seis ejecutivos (con un servicio de mesa per cápita compuesto por una elegante libreta Villa Magna de diez hojas de alto gramaje tamaño folio, una cajita negra Villa Magna de metal a rebosar de pastillas de menta (muchas más de las que te salen en las cajitas azules Trident de plástico que venden en los quioscos), y un elegante bolígrafo Villa Magna junto a una copa de cristal y una botella de agua Cabreiroá), cuatro sillones al fondo, junto a un gran ventanal, alrededor de una mesita de café, más dos armarios empotrados y una mesita con una cafetera Nespresso, tres recipientes con cápsulas monodosis de Ristretto, Roma y Descafeinado, leche, sobrecillos con infusiones, agua caliente y pasteles. BEE, que no ha desayunado, ataca los pasteles y pregunta qué tengo que hacer. Eva lo tiene todo medido al segundo: 09:45-10:15 EFE, 10:15- 10:45 Europa Press, 10:45-11:15 El Periódico y La voz de Galicia, 11:15-11:45 El Mundo, 11:45-12:00 respirar, 12:00-12:30 La Vanguardia y Clarín, 12:30-13:00 Público, 13:0013:30 La Razón, 13:30-14:00 El País, 14:30 comer en el restaurante del hotel, 16:30-17:00 MondoSonoro, 17:00-17:30 ABC, 17:30-18:00 Ámbito Cultural, 18:00-18:10 fotos para Esquire, ya que el fotógrafo no ha podido venir por la mañana. Y eso no 26 Quimera
es todo, mañana sigue el mismo plan: 10:30-11:00 Neo2, 11:00-11:30 Letras Libres y La Nación, 11:30-12:00 El Dominical, 12:00-12:30 La Gaceta, 12:30-13:00 Go Mag y Esquire, 13:0014:00 TV3, 14:00-14:30 ADN, 16:15-16:45 XL Semanal, 17:0018:00 encuentro digital con los lectores del ABC, 19:00 conversación pública con Ray Loriga. BEE no ha dejado que Eva termine, tampoco quiere ver los folios con el programa impreso que Eva trata de entregarle: Me refería a dónde quieres que me siente y qué quieres que haga. Charlar con la gente que ha venido especialmente desde las redacciones de sus periódicos para preguntarte por Suites imperiales, responde Eva. Finalmente se sienta en el sillón de la derecha, con un café y unos pasteles. La primera en llegar es Isabel, que hará de intérprete. Ella se coloca en uno de los dos sillones que hay en el centro, de espaldas al ventanal, para estar cerca de BEE y no perderse palabra. Eva va y viene, entra y sale, organizando la ronda. Y yo me acomodo en la mesa, en un comodísimo sillón de ejecutivo, a dos o tres metros de BEE e Isabel, con la cámara de fotos y la libreta. Y empieza el espectáculo: entra la primera periodista. BEE dice que lo que quería era escribir una novela romántica [sic.] sobre qué sería de Clay después de veinticinco años, pero que luego todo le empezó a ir mal. Yo siempre escribo sobre mí, de modo que mi proyecto cambió. La vida siempre interfiere en la literatura. Nunca escribo si estoy feliz. Como ya ensayó ayer por la noche, despliega un efectivo abanico gestual con el que acompaña sus respuestas, modula el tono de la voz con maestría, dosifica los silencios, sube y baja el volumen dibujando el énfasis que quiere imprimirle a cada respuesta. A causa del desastre de la película, entre 2006 y 2009 pasé los tres años más oscuros de mi vida. Se refiere a Los confidentes, una película basada en su libro de relatos homónimo (originalmente: The informers), dirigida por Gregor Jordan, con la participación de actores como Winona Ryder, Billy Bob Thornton, Mickey Rourke o Kim Basinger, y en principio escrita y producida por BEE, aunque finalmente se desentendió del proyecto, por lo menos hasta donde le fue posible: No salió bien, es mala, mi mejor amigo me traicionó, lo personal y lo profesional estaban muy mezclados, de pronto todo empezó a ir mal. Y la novela romántica se transformó en Suites imperiales. Las correcciones, de Franzen, es la mejor novela de mi generación. El título hace referencia a la incapacidad de mi generación para afrontar la ficción, se trata de la actualización al siglo XXI de la gran novela del XX. Me gusta leer en el iPad. No me gusta el Kindle. ¿Mi autor español preferido?... Se queda pensando. Roberto Bolaño… Roberto Bolaño ha sido mi autor preferido durante los dos últimos años. Se gira y me pregunta si puede decir eso. Bolaño no es español, es chileno, pero sí, supongo que puedes decirlo. Hicieron American Psycho II, ni siquiera me avisaron, es peor todavía que la primera, pero no puedo decir nada, ni siquiera me importa, vendí los personajes. La peli fue directamente a
DVD. Cuando vendí los derechos para la película que hicieron sobre Menos que cero (en España, así de juguetones somos, la tradujeron por Golpe al sueño americano), los vendí también para una posible segunda parte. Así funciona esto. Y ahora resulta que soy yo quien ha escrito la segunda parte de aquella novela. Cuando le dije a mi agente que iba a hacerlo trató de disuadirme: no vamos a ver ni un duro de la peli. Hay algo que todos los periodistas quieren saber, normalmente se lo preguntan al principio, se trata del origen de Suites imperiales, la respuesta se irá convirtiendo en una especie de mantra: Cuando escribí Lunar Park, donde el narrador es Bret Easton Ellis, decidí leer sus libros. Así es como regresé a Menos que cero, y entonces me pregunté qué habría sido de Clay, dónde estaría, que andaría haciendo. Y descubrí que era guionista en Hollywood. Me llega un SMS: “robert abreme no puedo abrir la puerta”. Resulta que hace falta una tarjeta para abrir la puerta de The Tejo Room, como sucede con el resto de las habitaciones
que es una estrella y trabaja desde esa posición, ahora se arrellana en el sillón, vuelve a hablar más pausado. Ahora se apoya en el costado derecho, vuelve a gesticular. No obstante, está muy pendiente de cada periodista, lo observa atentamente, si cree que algo se le escapa, le pide a Isabel que se lo traduzca de nuevo, si cree que es él quien no lo ha entendido bien, le pide que se lo vuelva a repetir. Una montaña rusa. Eva consulta su blackberry, lleva la cuenta, mira el reloj, prepara la próxima entrevista, sale, vuelve a entrar, se sirve agua, tacha algo en el programa. No me considero un provocador. Sé que me he convertido en una marca, pero no fui yo. Me sorprende que mis libros se consideren provocativos. A la gente que trata de provocar se la ve de lejos. Mis libros hablan de mí, no calculo su efecto. Me interesa el lado oscuro, pero no para provocar. Simplemente, es lo que encaja en la forma que necesito para cuadrar vida y literatura. ¿Mi generación? ¿Qué es eso? No soy un escritor generacio-
del hotel, y Eva se la ha dejado aquí dentro. Mi posición en The Tejo Room es muy cómoda, aquí estoy, escribiendo tranquilamente, sin tener que hacer nada concreto, sin ninguna obligación aparte de entregar este texto dentro de unos cuantos días. BEE sigue comiendo algún que otro pastel. Sigue respondiendo con pasión y cierto teatro, pues sabe que de él también se espera ese énfasis. Ahora está sentado en la punta del sillón, se inclina sobre la mesa, parece que vaya a abalanzarse sobre el periodista. Isabel traduce. Pienso en lo complicado que debe de ser decir una cosa correctamente cuando tu cabeza ya anda ocupada traduciendo otra. El caso es que BEE no se ve obligado a detenerse mientras habla, no interrumpe su discurso y puede seguir dándole esa cadencia un tanto espectacular que tanto está demostrando que le gusta, arrastrando a veces las palabras, creando, como decía anoche con aquello de la Última Novela, cierta expectativa. Da una respuesta, muerde un pastel, y añade: Dijo, mordiendo un pastel… No se ha quitado la americana. Las mangas de su sudadera con capucha sobresalen más de un palmo por debajo de las mangas de la americana, cubriéndole parte de las manos. Le arranca una sonrisa a cada periodista, creando una especie de complicidad. Se los pone en el bolsillo, aunque muchos de ellos, que se confiesan fans de su obra, ya venían metidos en el bolsillo. Sabe
nal. Tenía dieciséis años cuando empecé a escribir Menos que cero. No creía que iba a ser publicada. Pensaba que publicarían la siguiente, pero no aquella, aquella era un ejercicio, mezcla de diario íntimo con material novelesco. Sólo un ejercicio. Mis profesores la publicaron. No salieron más que cinco mil copias, sin publicidad, sin nada. Nunca esperé que fuesen a leerla tantos millones de personas, quizá unos cientos, pensaba entonces. Cuando escribo me siento mejor. Mientras escribía esta última novela tomaba tequila. Ahí dentro metí todo mi dolor. A nivel de lector, mi relación con la literatura ha cambiado. Impaciencia, esa es la palabra. Antes podía perder mucho tiempo con novelas que no me fascinaban, ahora me duran tres páginas. Antes sabía que allí dentro podía aprender cosas, sabía que aunque no disfrutase tanto como me gustaría, podía sacar algo en limpio. Te hablo de cuando sólo existían las novelas, los periódicos, las películas. Internet ha cambiado todo eso. En Menos que cero, Clay no quería nada. La novela no tenía argumento por ese motivo. En Suites imperiales sí busca algo, está centrado, lo quiere todo. Pero los narcisistas no suelen conseguir nada, porque conseguir algo para ellos pasa por conseguirlo todo, y eso resulta imposible... No acabo de entender Quimera 27
lo que he dicho, me dice con media sonrisa, pero suena profundo, ¿no crees? No es lo que le acaban de preguntar, pero ahora empieza a reflexionar sobre su gira de promoción. Es duro pero le encanta. Lo meten en un avión tras otro, en un hotel tras otro, lo someten a un horario, la gente le sonríe. Ahora por ejemplo, en esta sala, todos están aquí por mí, la traductora, la jefa de prensa, el reportero que me sigue, tú mismo, y acompaña la vacilada con un amplio gesto de los dos brazos alzados como los de un director de orquesta, entra gente y vuelve a sonreírme, es fantástico. A veces también es estresante, o aburrido, depende. Muchas veces me encuentro solo. Me llegan flashes de terror que me dicen que tendré que volver a mi vida, a mi vida de verdad, dejar esta batería de aeropuertos, hoteles y librerías. Tú me has preguntado por el contexto social de mi novela, por su contexto político, por los problemas de inmigración… le dice al periodista, volviendo al tema que este le había propuesto como hace siempre que empieza a responder con una boutade a una pregunta que preferiría no responder, y mi respuesta es esa: lo que me sucede en una gira promocio-
biendo, aquí, tranquilamente, incluso sobre esto, sobre cómo me siento un vampiro, sin que nadie me haga rendir cuentas, sin que Eva me avise de que sólo me quedan cinco minutos de entrevista, digiriendo las opiniones de BEE a través de cada nueva repetición. Ahora, por ejemplo, BEE insiste en el dolor. Ahí tenemos un concepto clave, una respuesta que aparece y vuelve a aparecer con cada nueva entrevista: Mi padre me pegaba, a mí y a mi madre. Quizá esa sea una pista. ¿Por qué escribo sobre el dolor? Puede que sea por eso… aunque no, sería demasiado fácil. Simplemente lo veo así y lo escribo. Mi traductor en Francia no quería traducir los tacos, yo de vez en cuando utilizaba uno y él se volvía hacia mí con cara de incrédulo. Y no, no los traducía, por más que se lo pedí. Isabel sí está traduciendo cada palabra. Odia hablar como un sociólogo, ridiculiza preguntas que le han hecho muchas veces, imposta la voz: Los americanos no quieren envejecer, no obstante Clay lo ha hecho, ¿cómo es la sociedad norteamericana, señor Ellis? ¿Qué quieres que te diga?, trata él de escabullirse, y empieza a hablar de las playas de Australia como antes de su gira promocional, aunque como
nal. De eso van mis novelas. De mí. Si quieres, Clay soy yo. Antes solía decir que no, que Clay representa esto o aquello, el lado oscuro… pero ahora veo que no es cierto, que hay algo de Clay en mí. Por mi parte, yo me siento un poco como un vampiro, como esos programas de zapping a los que siempre se les recrimina es que vosotros hacéis vuestro programa con el trabajo de los otros. Pues bien, eso es lo que estoy haciendo yo también, escribiendo mi reportaje a partir de las preguntas de mis compañeros, sin la prisa y la urgencia del horario, del programa, escogiendo entre las respuestas que más me interesan, escri-
hace siempre, vuelve a la pregunta y lo intenta. Es algo que en realidad no me importa. Uno envejece y ya está, eso es todo. Entiendo tu pregunta, me parece interesante, aunque no tengo interés en responderla, no soy sociólogo, no quiero ser la voz de América. Es cierto que durante un tiempo he jugado a hacerlo, con veinte años me lo creí, era tan divertido ser la voz de mi generación. Por lo menos fue divertido durante un año. Luego me di cuenta de que no era así. Hice algo parecido con American Psycho, dije que estaba escribiendo sobre América, sobre Wall Street, pero por otros motivos, como un mecanismo de autodefensa. La gente atacó el libro salvajemente, ima-
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gínate, en esa situación yo no podía responder que aquella novela hablaba de mí. Ahora ya no lo hago, ya no pontifico. No sé lo que sucede en América, me interesa más el concepto de Imperio. Ayer por la noche, durante la cena, cuando salió el tema de Obama, ya estuvo hablando sobre su teoría del Imperio. Dijo que había estado coqueteando con la idea de crear un blog llamado ImperialismPostimperialism.com, que al final la abandonó porque vio que supondría un trabajo que en realidad no le apetecía asumir, pero que compró el dominio. A grandes rasgos, pues es eso lo que nos contó, sólo los rasgos más grandes, a grandes rasgos su teoría consiste en que los Estados Unidos se hallan en un momento de Sociedad Postimperial. El Imperio habría comenzado en 1945, con el final de la segunda guerra mundial, y habría empezado a acabar el 11 de septiembre de 2001, con el ataque a las Torres Gemelas. Ahí vendría un período de transición, que finalizaría en el momento en que Obama gana las elecciones. He ahí el momento fundacional del Postimperio. Y de nuevo, sin más, vuelve a la gira promocional: Si tuviese la pasta suficiente, me traería un entrenador personal y un estilista, para salir guapo en las fotos… pero claro, si tuviese todo ese dinero supongo que no haría giras de promoción para vender libros. La novela es como un guión. El cine está presente en todo el libro, no sólo en su tema. Entra la periodista Emma Rodríguez, de El Mundo, y le pide el primer autógrafo desde que está en España. A BEE le encanta. Ya era hora, dice. En Francia fue muy diferente, dice. Con Lunar Park exorcicé todos mis demonios, hice las paces con la memoria de mi padre. Estaba convencido de que mi siguiente libro iba a ser una historia feliz, un romance. Ya ves que no ha sido así. Se harta de los pastelitos. Pide alguna otra cosa, algo que no sea dulce, no he desayunado y tengo hambre. Normalmente no lo hago, pera encarar una de estas jornadas de entrevistas lo mejor es tomar un buen desayuno, un desayuno abundante para tener la mente clara y energía suficiente. Antonio J. Morato establece un paralelismo con Las Variaciones Goldberg de Bach por Glenn Gould. Entre la grabación de 1955 y la de 1981 pasan unos veinticinco años, los mismos que entre Menos que cero y Suites imperiales. Dice que en su opinión, la estructura de Suites imperiales es más clara, con reiteraciones, repeticiones de lugares. Glenn Gould aseguraba que su segunda grabación era más global e incluía la primera. Y usted, ¿escribió Suites imperiales con Menos que cero encima de la mesa, tratando de englobarla? Sí, y explica cómo y por qué, como ya ha hecho antes en otra entrevista, restándole trascendencia, buscando argumentos pragmáticos: Seguramente Clay hubiese regresado a esos mismos lugares. Se pilla a sí mismo en un lapsus linguae, ha dicho que el libro está “escrito” por un romántico torturado (BEE, el autor), cuando en realidad quería decir “contado” por un romántico torturado (Clay, el narrador). ¿O quería decir precisamente lo
que dijo? Son las 12:30 y acaba de llegar el servicio de habitaciones a The Tejo Room: jamón serrano, queso y pan sobre una camarera cubierta por un largo mantel blanco que casi llega al suelo. Hay un breve descanso que aprovecha para sacar su iPad y jugar un par de partidas con sus pájaros enfadados. Según parece, hay una pantalla que se le resiste. La estructura de madera y piedra bajo la que se esconden los cerdos verdes parece inexpugnable. Lanza un pájaro enfadado y falla. Lanza otro pájaro enfadado y falla. En esta pantalla siempre falla. Los cerdos verdes parecen estar muy tranquilos ahí abajo escondidos. Quizá por eso ahora retrocede. Va un par de pantallas atrás, un par de niveles antes. Ahí el pájaro que lanzas es distinto, está enfadado, cierto, pero de otra forma, en otros colores. Y sobre todo, es mucho más efectivo. En este nivel sí se maneja bien, ahí los cerdos verdes lo tienen más negro, no parecen tan tranquilos. Dispara su pájaro enfadado y ¡bang!, un cerdo verde menos. Pruebo yo y nada. Piedra. Cero. Vuelvo a probar y nada. Aire. Cero. La trayectoria del pájaro la estableces en función del ángulo con que lanzas el tirachinas, ya que el pájaro enfadado se desplaza hacia la derecha en parábola. También puedes hacer cálculos con la fuerza que le imprimes al disparo, estirando más o menos la goma del tirachinas en función de si quieres atacar la fortaleza de los cerdos verdes por delante o por detrás. Entra Paula Corroto, de Público. Yo me voy a mi sillón de cuero en la mesa con capacidad para seis ejecutivos. ¿Qué tal Obama? Cuando estuve en Australia… hay que ver qué playas. Otra vez la finta evasiva ante una pregunta que, supuestamente, no le gustaría responder. Y de nuevo, tras la boutade, que aquí en The Tejo Room ya se ha convertido en una recurrencia llena de significado, pero que logra que cada nuevo periodista no entienda qué está sucediendo, de nuevo primero la broma y a continuación entra al trapo. Todo el mundo estaba fascinado por la “Narrativa Obama”. No es extraño que Hollywood lo apoyase. Lo que se estaba vendiendo era una película, un hombre joven, negro, guapo, simpático y todo lo que ya nos contó anoche en la cena, sobre el abogado sin experiencia. En cuanto a mí, continúa, no me siento decepcionado porque nunca confié en él. Entiéndeme, no estoy en su contra, me gusta, quizá es cierto, no sabría decirte, puede que lo prefiera a otros, pero es que ha sucedido lo que estaba claro que iba a suceder. Sólo está decepcionando a todos aquellos a los que llenó de ilusión y optimismo. Y yo nunca estuve entre ellos. Yo soy el lector. Cuando escribo, no me importan los otros lectores. Cuando escribo, tampoco me importan los otros escritores. Cuando le hacen la pregunta sobre la última frase de Suites imperiales, otro de los hits que se repite en muchas de las entrevistas, BEE responde muy bien, has tardado veinte minutos, hay quien me hace esa pregunta al principio o casi al principio, pero tú te has contenido, has sabido aguantar. Eso está Quimera 29
muy bien. Entonces se saca el móvil y lo pone en modo cronómetro. A partir de ahora lo cronometraremos y haremos un concurso. Otra pregunta que suele aparecer en las entrevistas atañe a las nuevas tecnologías, sobre todo en relación al teléfono móvil y a los SMS que Clay va recibiendo a lo largo de toda la novela. Realismo, responde él. Nada más que eso. Las nuevas tecnologías no han modificado la literatura, nos han modificado a nosotros. Y la literatura habla de nosotros. El New York Times en papel lo leo en quince minutos. Si leo la versión virtual, me paso tres horas. Pero el que cambia soy yo. Yo soy quien quiere seguir todos esos links uno tras otro hasta perder de vista el propio periódico. Cambio de periodista. Sale uno y entra otro. BEE pone el cronómetro en marcha para ver cuánto tarda en aparecer la pregunta sobre la última frase. En realidad, aunque trate de disfrazarlo de juego cachondo y hastiado, lo hace con orgullo. Ayer por la noche, cuando hablaba de cómo había escrito la novela, aseguró que antes de empezar tenía resuelto el drama emocional, tenía la primera y la última frase. Es evidente que está leyendo esta insistencia por parte de los periodistas como un aval a su trabajo, pues escribió esa frase como uno de los elementos medulares de la novela, y así parece que está funcionando. Aunque van pasando los minutos, y esta vez parece que no sale el tema. Le preguntan, en cambio, por su generación. Cuando estuve en Noruega, empieza a responder… pero nada sobre la última frase, tic, tac, tic… El siguiente periodista toma notas con pluma. De nuevo el crono en marcha. Puede que la interpretación que de mis libros hacen los lectores sea más interesante, seguramente es incluso más legítima, pero en cualquier caso, nada tiene que ver con mis intenciones a la hora de escribirlo. No se siente cómodo con las preguntas demasiado generales, demasiado teóricas, preguntas que, por otra parte, aparecen una y otra vez con cada nueva entrevistas, preguntas, por ejemplo, sobre la relación en sus libros entre realidad y ficción. No obstante, puede reconstruir in extenso qué mecanismos utilizó en tal novela para construir al narrador, a un personaje concreto, en cuáles de las fiestas que aparecen en Suites imperiales estuvo él presente en carne y huesos, en cuáles no. Ha escrito usted la segunda parte de Menos que cero. ¿Escribirá la segunda parte de American Psycho? Cuando estuve en Milán… La novela ha perdido poder. En parte a manos de Internet, ahora la competencia es brutal. Hoy American Psycho no despertaría tanta polémica. La gente seguirá interesada en el relato de largo recorrido, no creo que eso vaya a cambiar con la tecnología. Lo que sucede es que estos relatos de largo recorrido ya no son competencia exclusiva del novelista, ni siquiera en el plano de la lectura. Los culebrones del mundo del corazón, por ejemplo, cumplen una función muy parecida. Hoy en 30 Quimera
día puedes seguir los pasos casi al minuto de gente como Paris Hilton a través de sus propias páginas web y de muchas otras que se interesan por ella. Freedom, de Franzen, es la mejor novela de los últimos veinte años. Que es algo parecido a lo que decía en un tweet hace una semana: Reading: Cockpit (Kosinski) and Freedom (Franzen), the best American novel I've read since The Corrections. I remember when he hated me. Otro periodista, de nuevo el crono en marcha. Por primera vez esta mañana, la periodista habla directamente con BEE sin necesidad de traducción. Se produce un leve cambio de ritmo. Con la traducción simultánea, BEE no necesitaba detenerse porque Isabel lo seguía pegada a su discurso con gran rapidez. No obstante, sí se veía impelido a gritar un poco, en cierto modo para imponerse sobre la traducción, pero sobre todo para que Isabel no tuviese problemas a la hora de escuchar sus palabras. Eso por no mencionar lo extraño que hay en la simple presencia de una voz que traduce lo que vas diciendo y que dobla tu discurso. En resumidas cuentas, hablando con una sola voz, BEE parece más calmado, menos estridente, más constante en una dramaturgia con no tantos efectos. ¿Cuál es el límite entre la realidad y la ficción? ¿De verdad es eso interesante? Sobre el tweet que escribió con motivo de la muerte de Salinger, (Yeah!! Thank God he's finally dead. I've been waiting for this day for-fucking-ever. Party tonight!!!) argumenta que si uno escribe un tweet es porque no quiere dar explicaciones, quiere escribir unos cuantos caracteres y ya está. Cuenta que la familia de Salinger se puso en contacto con él. Acaba explicándose, como siempre, y dice que fue irónico. Que su novela le gusta mucho. Que eso lo sabe todo el mundo. Paramos para comer, esta vez en el restaurante del hotel. BEE, Eva, Isabel y yo. El menú incluye un buffet libre con bogavante pelado y troceado, salmón ahumado, makis, ostras, platos en miniatura del tamaño de un cenicero pequeño, varias ensaladas y luego tres o cuatro platos principales a elegir. Uno de ellos es lenguado. Otro, lentejas con foie. Se ha pasado la mañana respondiendo a todo tipo de preguntas sobre Suites imperiales y su obra en general, pero no se cansa. Aunque por otra parte, imagino que es lógico. Qué interés podría tener que nosotros tres nos pusiésemos a hablar de nuestras vidas pedestres. Así que durante la comida también marca él el ritmo y nos cuenta cómo su editorial inglesa había comprado el libro por adelantado, haciendo un gran desembolso que quedó desfasado en el momento de su aparición. Y cómo optaron por huir hacia delante, por invertir todavía más dinero en la campaña de promoción, en una operación de futuro destinada a construir la imagen corporativa de la editorial. También habla del desastre de la película. De cómo, tras desentenderse del proyecto, y en virtud de una serie de contratos que había firmado, se vio obligado a presentarse en Sundance, se vio obligado a morderse la lengua en una serie de entrevistas para ciertos medios, se vio obligado a asistir al discur-
so ramplón del director en el reestreno en Los Ángeles pensando sólo en salir de allí e ir a emborracharse para olvidarlo todo. Y a continuación da cuenta del último trozo de lenguado con las manos. De postre panacota y tarta de frambuesa. Él no pide postre. Tomamos café en la terraza del hotel, justo frente al Tse Yang. A las cuatro se retira a su habitación a descansar unos minutos. ¿A qué hora tengo que bajar? Eva responde que a las cuatro y media, en la sala de antes. Y así es, a las cuatro y media en punto oímos a los pájaros enfadados acercarse por el pasillo. El audio del videojuego precede su entrada en escena. La función empieza con lo que se está convirtiendo en el primer hit de este LP de entrevistas: ¿Cómo decidió escribir una segunda parte de Menos que cero?, tic, tac, tic… En The Tejo Room todo vuelve a estar en su sitio, como si nunca hubiésemos pasado allí la mañana, los cuencos con cápsulas monodosis de café Nespresso llenos a rebosar, seis libretas Villa Magna a estrenar, seis cajitas negras Villa Magna con pastillas de menta, más bolígrafos Villa Magna, copas nuevas y otras seis botellas de agua Cabreiroá.
Escribo en ordenador. Luego imprimo. Corrijo a mano. Introduzco los cambios. Vuelvo a imprimir. De nuevo corrijo a mano. La jornada de hoy termina en la terraza del hotel con una sesión de fotos para Esquire, que no ha podido venir por la mañana. Alguien dice que Bruce Willis está en el hotel. Yo no lo he visto. Estamos completamente rodeados de hombres de negocios, uno de ellos abre la cartera para pagar, parece que acabe de ganar al Monopoli, lleva un taco de billetes de unos dos centímetros; otro, a mi izquierda, habla por teléfono tapándose la boca con la mano libre, como hace Mourinho cuando se dirige a sus técnicos durante un partido. A las siete de la tarde nos despedimos hasta mañana, no sin antes conseguirle al señor Ellis los datos nuevos para su conexión de Internet (usuario: SHS2/2110735; contraseña: thge). Le pregunto si quiere salir por ahí a tomar una copa y me dice que no, que mañana tiene trabajo. Eva sí que volverá más tarde a buscarlo para llevarlo a cenar con uno de sus editores en Latinoamérica. Yo tengo una cita con mi amigo Ochando. Eva me lleva en su taxi hasta el Hotel de las Letras, quedamos mañana allí mismo a las 09:45.
La película sobre Menos que cero no se parece en nada a la novela. American Psycho no tiene mucho sentido, responde a algunas preguntas a las que no debería responder. Las reglas del juego sí es una buena película, la única. Parte de la novela también se pierde, pero eso es inevitable. La cuestión es que la peli traduce al lenguaje visual una serie de recursos que están presentes en la novela en lenguaje literario. No me considero un novelista profesional. No siento la necesidad de publicar un libro al año. No voy a festivales. Cuando mi profesor se empeñó en publicar Menos que cero quiso cambiarle el título, me propuso estos dos: Números negativos y Vacaciones de invierno. También me dijo que eso de añadirle “Easton” a mi nombre era muy pretencioso. No hice caso. Yo creo que sin cualquiera de las dos cosas, el título y el Easton, mi carrera no hubiese despagado tan rápido. En Suites imperiales hago un pastiche con Chandler, del mismo modo que en Lunar Park lo hice con Stephen King. Decidí que quería ser escritor una noche a las tres de la mañana, leyendo a Hemingway, tenía unos catorce años. Aquel año escribí una novela sobre un verano muy interesante que había vivido.
Salgo del taxi, cruzo Gran Vía y subo andando, cruzo Hortaleza y giro a la derecha en Fuencarral. Cuando llego a la altura del número 24, me doy cuenta de que el precioso solar vacío y pintarrajeado que ha habido allí durante años ya no está. Es decir, sí que está, pero han tapiado la entrada con un muro de cuatro metros. Se trata de un solar estrecho y largo que me gustaba mucho. No soy el único. Que yo sepa, lo han utilizado para filmar cortos, spots publicitarios, para hacer expos ilegales de arte urbano en plan situacionista. Antes estaba cerrado con una valla de metal bastante fácil de evitar, y que en cualquier caso te permitía seguir viéndolo. Ahora ya no está. Llevo años saliendo con Ochando por Madrid, y casi nunca nos movemos de la calle Colón y algunas de al lado. Hoy no será una excepción. El programa es el de siempre, cenar en el Bar El Saltón, donde nos hartamos de tapas acompañadas de una ración de jamón, y luego cruzar la calle y al Charly, a escasos metros. Punto final. El Charly lo lleva Charly. Es un lugar estrecho y oscuro. Charly barre todos los días, pero poco más. Tal como vas entrando, a la izquierda te quedan un par de salas pequeñas con bancos de hormigón siempre vacíos, los váteres, y al final el almacén, un lugar lleno de trastos al que se Quimera 31
entra con una llave que Charly sólo le deja a quien se la deja. Es un tipo robusto, cabeza pelada, de pocas palabras, más fuerte que un toro. No le gusta la gente. A lo largo de cinco años, Charly me ha echado un pulso cada noche que he pasado por allí, le aguanto unos dos segundos y luego estampa mi mano en la barra sin el menor cuidado. Habla en francés. Dice estoy loco, pero luego le pides que te explique por qué y responde que es porque no le gusta trabajar para otros ni levantarse por las mañanas. Pedimos Brugal con Coca-Cola. Me alegro de verte, Charly, estás como hace un año. Poco a poco van llegando los habituales. Siento una extraña euforia. Con BEE todo está siendo extremadamente formal. El hotel está lleno de gente extremadamente gentil que te indica cualquier cosa que le preguntes como si estuviesen hablando con el rey de España. El resto son clientes que deambulan de un lado a otro con extrema corrección. Los periodistas no tienen tiempo, entran, preguntan, apuntan y se van. Todo limpio. Todo caro. Todo en su sitio desde hace unas treinta horas. En el Charly vuelvo a la vida real. Se acaba el Brugal y seguimos con Cacique (yo hubiese empezado al revés, pero me dejo llevar por Ochando). Junto con la llave del almacén que hay al fondo, Charly te deja las de su casa, las del bar, las de casa de sus padres (su padre le lleva la contabilidad, yo de números no sé, dice Charly), van todas en el mismo llavero. Aparece Juan Antonio Gómez Pintado, un colega de Ochando que escribe libros. Apunto en mi libreta Música y fieras para comprarlo y leerlo. Ochando trabaja en cine y publicidad como asistente de cámara o como operador, depende del proyecto, y siempre me cuenta anécdotas. Saca el teléfono y me enseña una foto en la que aparece con un fusil en el Congreso de los Diputados al lado de un guardia civil de los que entraron con Tejero. Otra en la que está con Cristiano Ronaldo. Me cuenta el videoclip que gravó hace poco para un triunfito (no se hizo ninguna foto), me dice qua a él Las reglas del juego también le parece la mejor de esas tres películas, que Los confidentes no la ha visto ni American Psycho II tampoco, pide otros dos caciques, Charly esta vez me perdona el pulso, me dice que no sabe qué hacer mañana con lo de la huelga, que a él le parece que los piquetes van a necesitar un lugar donde tomarse unas copas y si es así tendría que abrir, pasan las horas, Charly baja la persiana, nadie aparte de los cinco o seis que hemos llegado al principio ha hecho el menor asomo de entrar en el Charly. Hasta que nos vamos nosotros. Pongo el despertador en el móvil para dentro de cinco horas. Cuando entro en la recepción del Colors para buscar mi llave pago en metálico los noventa euros de las dos noches, me lo han pedido esta mañana, no les va la maquinita de las tarjetas. Madrid 28/09/10 Me levanto a las 09hs00, me tomo un Espidifen 600mg, me doy una ducha y desayuno un café con leche y un cruasán en la cafetería-cervecería Gran Vía 26, en Gran Vía con Fuencarral, 32 Quimera
enfrente de un quiosco. A las diez menos cuarto estoy en la puerta del Hotel de las Letras, llamo por teléfono a Eva y vamos al Villa Magna. Así que ya estamos en The Tejo Room y le hacen la primera pregunta, una de esas que tanto le gustan al señor Ellis: ¿Qué significa la belleza para nuestra civilización? La respuesta de BEE comienza con uno de sus habituales rodeos aptos para preguntas profundas. Esta mañana ha requerido los servicios de la lavandería del hotel, diez euros por prenda, dos calcetines cuentan como una prenda, unos calzoncillos cuentan como una prenda. Total catorce prendas. Dice orgulloso que lo ha pagado él de su bolsillo. No le gusta que sus editores tengan que encargarse de su ropa sucia. Luego he desayunado, continúa, ayer no lo hice pero hoy he desayunado en mi habitación, hemos venido yo y mi catarro español, pues debió de pegármelo ayer alguno de tus compañeros, le dice al periodista, me he sentado en este sillón para empezar con mi ronda de entrevistas, te he conocido a ti, y vas tú y ¿qué me preguntas?, me preguntas qué significa la belleza en nuestra civilización. ¿Estoy en el colegio? No. ¿Eres mi profesor? No. ¿Me he preparado la lección? No. Pero no obstante, esa y no otra es tu pregunta, la primera de la mañana, para empezar bien el día. Todo para acabar respondiendo con esfuerzo y gentileza, como ya hizo ayer cada vez. Hoy, junto con el iPad de los pájaros enfadados se ha traído un paquete azul de caramelos Halls. Va vestido como ayer, vaqueros azules, otra sudadera con capucha, las mismas Reebook, y unos calcetines como de rejilla que no acierto a comprender. Al inicio de la segunda entrevista se lleva a la boca el cuarto caramelo Halls. Uno diría que lo toma a modo de medicina. Le dice a Diego Salazar, para Letras Libres: lo más parecido a mi auténtica prosa está en Lunar Park, Suites imperiales es un regreso al minimalismo. Ha seguido con el juego del cronómetro. Cada vez que entra un nuevo periodista me enseña el móvil para que vea que no hace trampas. Y con uno de los siguientes periodistas, ya tenemos a un ganador: 2 minutos 48 segundos, de momento el primer tiempo. ¿Conociste a mucha “fake people” cuando te convertiste en una estrella del rock’n’roll? No, cuando me convertí en “fake people” conocí a muchas estrellas del rock’n’roll. En American Psycho retrataste a los yupis de la era Reagan, ¿cómo son los yupis de la era Obama? Soy un representante de la literatura americana… la voz de mi generación… ayer un compañero tuyo me llamó el nuevo Hemingway… he escrito un libro y lo estoy presentando… debería estar preparado para estas preguntas, lo sé, soy consciente… pero no, lo siento, no sé cómo son los yupis de la era Obama. Y luego, claro, la respuesta, seguida del sexto caramelo. Le preguntan por Chuck Palahniuk. Dice que una vez cenó con él, pero nada más. Se vuelve hacia mí y me dice fue otro diálogo de besugos, aludiendo a no recuerdo qué diálogo de besugos que nos contó hace dos noches, en la cena con su editor. Lo que sí recuerdo es cómo definió entonces diálogo de
besugos: la reunión de dos estúpidos. Cuando se dispone a contar más cosas sobre Palahniuk y sobre cómo dicen que es su heredero, tengo que salir de The Tejo Room porque mi móvil ha empezado a vibrar. Es el director de esta revista, dice que una de las terribles fotos que le estoy haciendo a BEE tiene que ir en portada pero que la viraremos a sepia para que parezca antigua porque es el aniversario de Quimera, y la primera portada era de color sepia y quiere hacer un juego con eso. Yo le digo que habíamos quedado que haría fotos malas porque no sé hacer fotos buenas, que las haríamos desenfocadas, muchas y a baja resolución, para que quede más guarro, y que meteríamos muchas, cuarenta o cincuenta pero en pequeñito, que ese era el trato, que no tengo ninguna foto que pueda ir en portada ni creo que pueda hacer ninguna en las dos o tres horas que me quedan en Madrid. La cuestión es que cuando vuelvo a entrar ya me he perdido lo que piensa de Palahniuk, pero en una entrevista que publicó hace poco Rodrigo Fresán lo trataba con un respeto cortés y con cierta distancia. Con cálculo. Cada vez que entra alguien a quien conozco y nos saludamos BEE dice los periodistas españoles sois una mafia. En esta gira he tratado de ser auténtico. Antes me vestía de escritor y simulaba tener respuestas para preguntas que en realidad no conocía. Ahora no, aunque me doy cuenta de que la gente prefiere al otro, prefiere a Bret Easton Ellis que a Bret Ellis. Hace cinco años, por ejemplo, la gente pensaría que si hoy tengo la nariz congestionada es porque anoche me estuve metiendo coca. Y yo les dejaría que lo pensasen, les induciría a hacerlo. Pero no, estoy resfriado. Nada más. Odio a Hank Moody. Es un imbécil. Lo que en realidad me preocupa es lo que me ha sucedido esta mañana con mi ropa interior, no los espejos metaficcionales de la escritura. La última entrevista a la que asisto se la hacen Antonio J. Rodríguez para Go Mag y Carlos Dávalos para Esquire. Me despido de del señor Ellis mientras la gente del TV3 prepara la grabación. Se acabó mi estancia en Madrid. No nos hemos hecho amigos ni nada por el estilo. Tampoco he penetrado sus más oscuros secretos para contároslos a vosotros. No hemos salido a drogarnos y buscar actrices que se mueran por salir en una película y a matar gente por Madrid, una lástima. Pero ha estado bien, es un buen tipo. Quizá sea porque esta vez ha venido Bret
Ellis, y no el otro, el vándalo Mr. Easton. En esta ocasión sólo se han enfadado los pájaros de su videojuego. No ha habido altibajos. Según tengo entendido, tampoco ha destrozado la suite tras una noche de fiesta desenfrenada como correspondería a su condición de rock’n’roll star, una lástima. Le deseo que logre superar ese nivel que se le resiste, y que acabe con esos malditos cerdos verdes, se lo tienen merecido. Antonio me acompaña al metro y hacemos juntos una parte del recorrido. Le pregunto si esta tarde irá a lo de Ray Loriga y me dice que sí. Le pregunto si le importaría mandarme diez líneas para meterlas en el report y me dice que no. Estas son las diez líneas que me mandará mañana: Digamos que si en Lunar Park sus libros se convertían en tema del libro, parece que durante la promoción el propio tema de la promoción se ha convertido en su tema favorito (acorde con su lema “Yo escribo sobre mi persona y mi dolor”). El momento más memorable de la presentación fue aquél en donde Loriga intenta conversar con él sobre su libro, y Ellis, con su habitual sudadera con capucha y sus estiramientos en público, se decide a levantarle a Loriga la camisa de manga corta. Ray pregunta, en inglés, tal vez un poco molesto: ¿Qué cojones estás haciendo? Y Ellis, sonriente, travieso, etc.: I wanted to see your tattoo! Luego Loriga le pregunta algo así como cuántas voces son necesarias para contar la historia de alguien, y Ellis, no sabemos muy bien cómo, consigue atraer el diálogo a su terreno y empieza a hablar de los temas de siempre durante la promoción, esto es, ¡El servicio de lavandería del hotel me ha cobrado diez euros por prenda interior, y tenía catorce! (algo que hoy ha repetido en la entrevista digital de El Mundo). Otras intervenciones supuestamente divertidas fueron las bromas sobre los periodistas gabachos, y sus negativas a teorizar demasiado sobre sus libros, como cuando alguien le preguntó por qué en todos sus libros aparece el enunciado “desaparezca aquí”, y él responde, “¿y si te digo que no lo sé, que es algo que simplemente me gusta?”, pero de buenas, claro. Por supuesto, el diálogo Loriga-Ellis fue algo más bien ficticio. Tras la presentación de Ray, Ellis se puso a hablar de lo que le apetecía, y Loriga hacía algún comentario de vez en cuando. Imagino que todo esto está en la línea de lo que viste durante dos días... Cambio de línea y me bajo en la estación de Atocha. Al final yo también le he pedido que me firme el libro, Menos que cero edición veinticinco aniversario. Por cierto, esta es la última
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El EfEcto MiguElín Una crónica prospectiva sobre la Expo de Shangay Son muchos los testimonios que en los últimos años se han ofrecido para esclarecer lo que sin duda constituye uno de los sucesos paranormales mejor documentados de toda la historia de la humanidad. El efecto Miguelín, llamado así en referencia al nombre del bebé de seis metros y medio que protagonizó el escabroso episodio que se cobró la vida de 23 personas y supuso la clausura inmediata de la Exposición Universal de Shanghai en 2010, produjo desde un primer momento una resonancia a escala global que en diez años no parece haberse mitigado, a juzgar por la cantidad de libros, conferencias, películas, programas y reportajes especiales aparecidos con motivo del décimo aniversario de la tragedia. Por todo ello, Quimera se siente orgullosa de poder ofrecer hoy a sus lectores una versión totalmente inédita de los acontecimientos que rodearon al Expediente Miguelín; una crónica basada en las vivencias en primera persona de un testigo de excepción, que, tal y como se demuestra por sus diarios y fotografías personales, no solo se limitó a capturar las famosas imágenes que tantas veces se han visto en televisión, sino que acabó involucrándose personalmente en los acontecimientos de un modo determinante. Esta es la historia de un hombre común, que no dudó en actuar cuando la historia se cruzó en su camino. por
Miguel espigado
El 22 de mayo de 2010, un profesor de español llamado M.Espigado y el resto de los miembros de su grupo de fotografía en modo automático, desembarcaron en la estación de Shanghai tras ocho horas en el tren lanzadera que habían tomado en pekín la noche anterior. Minutos después, bajo una intensa lluvia, un taxi pirata les llevaría hasta la entrada de su alojamiento, localizado a la orilla del Huangpu, frente a un espectacular skyline que a esas horas parecía dormitar entre las brumas mañaneras. El Captain Youth Hostel estaba presidido en su entrada por lo que Espigado describe en su diario como "una versión en bronce del Capitán pescanova, en consonancia con una decoración más propia de un restaurante de marisco". Tras algunos preparativos y discusiones con el personal de recepción, la comitiva sale a la calle con “las baterías cargadas, las tarjetas de memoria debidamente formateadas, el auto-mode en verde y la firme esperanza de que nuestro peor enemigo –la lluvia– escampe de una vez y nos deje acometer nuestra misión con las mayores garantías de éxito”. Vistas hoy, las fotografías de su primera jornada (más de 2000 entre Espigado y los otros dos miembros en solo 9 horas de estancia en el recinto), no hacen sino confirmar los tópicos que tantas veces se han repetido sobre aquella edición de la Exposición Universal. En las entradas, los aires marciales del personal de seguridad, así como un
perímetro de dobles verjas metálicas, parecían algo más propio de una zona de exclusión fronteriza que del acceso principal a un centro de ocio. "En aeropuertos o grandes instalaciones –anota Espigado en su diario– la experiencia turística comienza siempre con una alusión directa a nuestro potencial como terroristas. Una morenita me palpa el interior de los muslos con guantes blancos y posa en mi entrepierna un bastón detector de metales con mucha suavidad. Trato de entablar alguna conversación, pero soy empujado por el torno hacia el interior del recinto".
Miembros de seguridad desfilan ante la puerta 2 de la Expo. (M.Espigado) Quimera 29
pese a que medios oficiales chinos consideraban por entonces la Expo un fracaso en cuanto a la asitencia de público, las fotografías de Espigado y los suyos muestran un escenario bien diferente. Grandes masas se apelotonan en los embarcaderos, donde un solo barco traslada a los exhaustos visitantes de una a otra orilla. rodean los pabellones gigantescos cinturones de turistas, que observan con gesto de envidia a los paseantes que aún no han caído en alguno de esos "rediles de matadero", según los definirá más tarde Espigado. Los pocos pabellones donde se puede entrar sin esperar colas de tres horas, se desvelan como la versión macro de un stand de feria de muestras, algunos aderezados con falsos indígenas que repiten un bucle infinito de danzas seudo-tribales, mientras que un animador de hotel jalea sin éxito a una dispersa concurrencia. Invertir en el mercado mundial de madera (Indonesia), comprar complementos de Ágata ruiz de la prada (Comunidad de Madrid), o contemplar una cabalgata de mujeres-plátano, son algunas de las actividades que quedan grabadas en las tarjetas SD del grupo. En una anotación probablemente escrita durante un frugal almuerzo en un Burguer King, Espigado no disimula su decepción: "No deja de llover y con tanto chino me están dando ganas de ponerme a repartir mecos hasta quedarme solo. ¿por qué no se habrán quedado todos en su pueblo, cosiendo balones? Ni un occidental hemos visto en todo el día. Los de la mesa de al lado nos tiran fotos mientras comemos la hamburguesa, y nosotros les respondemos achinándonos los ojos con los dedos y abriendo la boca llena de carne y lechuga a más no poder. (…) El suelo del baño está lleno de papeles cagados ¿Es que no saben tirarlos del retrete?" "Intelectualmente, me siento defraudado por el bajísimo contenido cultural de los pabellones. Quizás nunca haya sido otro el espíritu de una Exposición Universal, solo digo que la total ausencia de historia, de drama, de confrontación, en definitiva, la total ausencia de VErDAD, ya me está tocando los cojones" "La identidad nacional como un consumible para tiempo de ocio, a la medida de los valores del entertainment, la publicidad y el turismo (…) Cada pabellón como una herramienta de promoción, pero no de una identidad nacional, con su complejidad, contrastes, bellezas y miserias, sino de una marca, un concepto que podría ser resumido en un spot de 20 segundos. Los viejos valores de la propaganda nacionalista son sustituidos por los nuevos valores de la publicidad turística: porque los consumidores de la identidad nacional ya no son los habitantes, sino los visitantes..." "Los pabellones de la Expo son lo más parecido a un spot publicitario que puede darse en arquitectura; algo así como un anuncio físico que puede recorrerse en el espacio 30 Quimera
y con los sentidos, y alcanza nuevas cotas de complejidad estructural, sin perder por ello su vacuidad característica (…) Las artes audiovisuales, con toda su vistosidad chorra, prevalecen sobre los demás lenguajes.” "Lejos de mostrar cosas que pudieran desestabilizar, o al menos enriquecer, nuestros prejuicios, cada pabellón nos mantiene en el confortable estadio de lo familiar, lo confirmado. Nos sentimos así acogidos, y salimos felices de haber consumido de nuevo una fantasía libre de toda VErDAD. Nadie se engaña; todo el mundo está al corriente de la estafa y lo aceptamos con gran gusto. Nota: algunos pabellones te dan la oportunidad de contratar allí mismo paquetes de viajes organizados a países imaginarios que, en forma de circuito turístico, se superponen a los nuestros". "(…) el futurismo, el otro gran relato que domina la Expo, que está muy presente en esta edición. Quizás por eso tuviera más sentido que nunca hacerla ahora en China, el único país del mundo donde actualmente sus habitantes mantienen intacta su fe en el progreso (…) En Shanghai se alzaron puentes, se construyeron los más altos rascacielos, se repararon avenidas. Con sus autopistas sobreelevadas entrecruzándose sobre la modernidad a ras de calle, sus torres luminescentes y su masiva fuerza laboral serpenteando por el subsuelo, Shanghai se dibuja una y otra vez en mis fotos auto-mode como la esplendorosa imagen de un dragón artificial destinado a dominar su tiempo (…) En cualquier otro lugar de ese planeta en recesión, esta apología al progreso se hubiera malinterpretado como una broma de mal gusto para la población local. Solo para los habitantes de Shanghai podía tener sentido esta orgía desarrollista, esta Expo (…) especialmente diseñada para los chinos como una especie de menú degustación, antes de su salida final al mundo para la deglución total (…) En el centro del instalache, el pabellón de China, una inmensa pirámide azteca invertida de color rojo, con cierto aire a tejado tradicional, dominando el cotarro (…) Nos comemos un polo y resulta que está hecho de maíz. Nos comemos otro polo y resulta que está hecho de guisantes. ¿Qué le pasa a esta gente con los
Vistas desde The Bund, en Shanghai. (Reuters).
polos?” Completando la versión del diario de Espigado con los testimonios de Teresa Tejeda Martín, hoy se conocen mejor las visicitudes de cómo los miembros del grupo de fotografía en modo automático, tras un acalorado debate durante el almuerzo en la conocida franquicia, decidieron por mayoría parlamentaria tratar de convencer a parapléjicos y ancianos en silla de ruedas para tomar prestados sus vehículos. Dado que el poseedor de una silla de ruedas podía acceder a todos a todos los pabellones por la cola VIp, sin tener que esperar las largas horas reservadas para visitantes sanos, aquella, concluyeron, sería la única maniobra que les permitiría cumplir con su exigente programa de visitas. Hicieron falta numerosos intentos fallidos de soborno y hurto hasta que el grupo consiguió sustraer tres sillas a unos disminuidos mentales que orbitaban sin descanso en un autobús circular que daba vueltas a las
instalaciones. Miembros del grupo en modo automático en el pabellón de Portugal, localizados en la grabación de una cámara de seguridad.
Según el diario de Espigado, en las siguientes horas, los falsos discapacitados recorrieron en modo automático los pabellones más populares, entre ellos el de España. Es entonces cuando, tras una visita guiada, Espigado verá bailar por primera vez a Teresa Tejeda Martín en la Sala 1, titulada Origen. Según sus notas: "la sala 1, supuestamente el inicio de un viaje en el tiempo por la identidad española, consiste en una humillante imitación de las cuevas de Atapuerca, donde se ha instalado un potente sistema de surround y unos proyectores que llenan el espacio de imágenes de paul Gasol botando la pelota, de rafa Nadal dando zurriagazos de derecha o Torres metiendo el gol de la Eurocopa, mientras una bailaora con traje goyesco realiza una breve coreografía histriónico-aflamencada, bajo
las sombras de un enorme móvil de huesos paleolíticos. Aparte de la irritante incongruencia semiótica del conjunto, me ha exasperado el rictus de éxtasis folclórico de la bailarina, una adolescente agotada y famélica, posiblemente becaria. Cuando termina la música, la bailarina cae al suelo y espera en esa posición, hasta que vuelve a levantarse como un autómata para volver "a darlo todo" en el siguiente micro-pase. Según el folleto de la entrada, el responsable de esto es Bigas Luna". Es tras la visita a ese y las dos salas siguientes que componen el pabellón de España, cuando se produce un grave distensión en el seno del grupo de falsos minusválidos, al parecer, debido a la virulencia verbal de las críticas de Espigado, de las que solo se salva la instalación de la Sala 2, obra del cineasta Basilio Martín patino, que considera brillante pese a su abuso de videos de monumentos. por sus anotaciones se entiende que el profesor se ceba especialmente con la sala 3. Titulada Hijos, definida como “una mirada a la ciudad que vivirán nuestros hijos”, y protagonizada por MIGUELÍN, un bebé de seis metros y medio diseñado por la cineasta barcelonesa Isabel Coixet, que reacciona a los estímulos sonoros girando la cabeza y cambiando la expresión facial, lo que desata un verdadera fiebre fotográfica entre el público asistente. Según el testimonio de las azafatas, al miembro ofendido "le había salio muy rápido el orgullo nacional", hasta el punto de "ponérsele los pelos como escarpias con el MIGUELÍN”, y tras acusar al profesor de "español acomplejado", abandonó violentamente el recinto en su silla de ruedas. Fue ese enfrentamiento lo que llamó la atención de Teresa Tejeda Martín, que en estos momentos terminaba su turno en la sala 1. En su primera vista oral, Tejeda declaró haber entablado conversación espontáneamente con Espigado por la compasión que sintió al verlo postrado en su silla de ruedas, y humillado por su airado compatriota. Bajo la creencia de que su discapacidad garantizaría una falta de iniciativa sexual, Tejeda acepto después su invitación a tomarse una cerveza con él en su hotel. El diario de Espigado
recoge abundante información de aquel encuentro. Quimera 31
Miguelín. (Reuters)
Ya solo en su habitación del Captain, al revisar las fotografías de la jornada en un pequeño portátil, es cuando el profesor se percata por primera vez del extraño suceso que en pocas horas dará la vuelta al mundo. En todas las imágenes del día se ha colado una especie de sombra espectral superpuesta, que al principio no sabe distinguir pero luego, y sin ningún género de duda, identifica como la cabeza de MIGUELÍN, el bebé-robot del pabellón de España. Inmediatamente, marca las extensiones de sus colegas y convoca una reunión urgente del grupo de fotografía en modo automático. Ya reunidos sobre una cama, Espigado y los suyos constatan que todas las fotografías del grupo se han visto trastornadas de la misma forma. “Como miembros del grupo de fotografía en modo automático –anota el profesor– nuestro honorabilidad se halla más allá de toda duda. Todos nos sabemos cumplidores del juramento de iniciación que prohíbe cualquier tipo de manipulación fotográfica, del tipo que sea. por ello concluimos que la aparición de la cabeza de MIGUELÍN en todas las fotos no puede sino corresponder al fiel reflejo de una realidad, que, si bien no comprendemos, no nos cabe ninguna duda de que corresponde a un suceso, en ningún caso a un efecto. Al comprender esto, hemos caído en un tenso silencio.” pese al grave ambiente que con que se despiden aquella noche los miembros del grupo, para sorpresa de Espigado, en la mañana del 23M ninguno de los integrantes parecerá preocupado por ahondar en el asunto. “Ser parapléjico es lo mejor que me ha pasado desde que llegué a China –llega a decirle uno de los miembros– ni tú ni Miguelín vais a privarme de mis ventajas VIp”. Según su diario, a las 09.46 Espigado se despide mentalmente de sus colegas, mientras los ve alejarse lentamente en sus sillas de ruedas hacia el enorme pabellón de China que preside el recinto. 25 minutos después, la grabación de las cámaras de seguridad lo registra entrando por la puerta de personal al pabellón de España y aparcando su silla de ruedas frente al mostrador. —M.Espigado —se presenta —experto en fotografía en modo automático. Buenos días. —Buenos días —responde la azafata —¿necesita asistencia para ir al servicio? —En realidad sí —dice Espigado —muchas gracias. Varias cámaras dispuestas por el reciento muestran como es transportado al baño de minusválidos de la zona reservada para personal, y cómo la azafata lo desnuda de cintura para abajo y, mientras lo coloca a duras penas en la taza, le dice: —Avíseme cuando acabe. ¡Y no se escape! —¡Como podría! —responde Espigado, compartiendo 32 Quimera
su risa maternal. Dos minutos después, se ve al falso inválido saltando de la silla y recorriendo a tientas los pasillos de las oficinas del pabellón. por el laberinto de escaleras y puertas, parece reconocer una voz inconfundible conforme se acerca a la sala de video-conferencias donde en ese momento se encuentra el director del pabellón de España, el embajador de España en China, y otro par de diplomatas. En la pantalla, un enorme rostro femenino gesticula con evidente crispación. El rostro, unido a la voz, no deja lugar a dudas: se trata de la ministra de cultura González Sinde. En una pantalla muda, un telediario chino enseña una gran cantidad de fotografías turísticas de la Expo con la misteriosa presencia del rostro de MIGUELÍN grabada en cada una de ellas. El diario de M.Espigado confirma lo que ya se hizo público con las grabaciones, más las declaraciones del embajador, tras levantarse el secreto de sumario, volviendo a contradecir la versión que la ministra no paró de repetir durante la crisis mediática tras el desastre. Efectivamente: la mañana del 23-M, Espigado no solo ofreció a los responsables la hipótesis más coherente hasta ahora conocida sobre el suceso, sino que alertó a los responsables del grave peligro que suponía mantener abierto el pabellón de España. Después de toda la noche de reflexiones, cálculos y consultas con otros expertos en fotografía en modo automático, Espigado había llegado a una conclusión que expuso a los presentes didácticamente, evitando los tecnicismos, y que resumió así en su diario: “Durante los dos largos siglos de existencia de la fotografía, se han tomado como paranoicas los creencias de algunos pueblos indígenas sobre su poder para robar el alma de los retratados. Se negaba así toda relación entre el alma, esa sustancia etérea que dota de aliento vital a los seres, y la fijación física de la luz en un soporte, antaño plástico, ahora digital (…) El acontecimiento de MIGUELÍN da un vuelco a toda esa concepción cientificista, demostrando que la relación entre vida y fotografía es, al menos, mucho más compleja de lo que en principio habíamos supuesto (…) La exposición continuada de MIGUELÍN a las células fotosensibles de las cámaras que cada día disparan los miles de visitantes en la sala 3 (pabellón de España), ha insuflado en la criatura robótica algo que, a falta de otra palabra mejor, solo podemos calificar como alma (…) en una inversión clara de la creencia primitiva, la exposición masiva a fotografías en modo automático, en vez de robar el alma a un ser vivo, ha dotado de vida a un ser artificial como es el monstruoso bebé diseñado por la cineasta barcelonesa Isabel Coixet (…) Sin duda, el bebé ya no es solo un objeto, sino que ha cobrado cierto álito de vida, que en un primer estadio se mues-
Foto turística afectada por el “efecto Miguelín”, tomada el 22 de mayo (Reuters). Abajo: Foto turística afectada por el “efecto Miguelín” (Reuters). En la foto, tomada un día después que la anterior, ya se observa la ganancia de corporeidad de Miguelín.
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tra débilmente, como una fantasmagoria, al igual que otras formas precarias de existencia (p. ej. los espíritus) (…) una aparición espectral grabada en la célula fotosensible de todas las cámaras que han sido disparadas contra él (…) Esto solo es el principio. Si el ‘alma’ de MIGUELÍN sigue siendo alimentada por las cámaras de turistas, la cosa va ir a más. A mucho más…” Todos los asistentes han coincidido que fue en ese momento, después de la atropellada exposición de Espigado al irrumpir en la sala, cuando la azafata entró gritando “ese cabrón se ha hecho pasar por un visitante de movilidad reducida, ese cabrón se ha hecho pasar por visitante de movilidad deducida”. rápidamente interceptado por dos alopécicos miembros del equipo español de seguridad, Espigado fue esposado a su silla de ruedas y arrastrado así fuera de la sala de juntas, ante la pasividad de los altos funcionarios y el mustismo del enorme busto ministerial, y sin más explicación, transportado hasta su hotel, donde le despidieron amenazándolo con acciones legales si no permanecía en su habitación hasta su marcha a pekín en el tren nocturno de la noche siguiente. Según el diario, las horas siguientes supusieron un verdadero calvario para el profesor, cuya preocupación crecía más conforme indagaba en Internet sobre las pautas seguidas por Isabel Coixet para engendrar a su criatura, y concretamente, con las declaraciones publicadas el 20 de abril de 2010 en Libertad Digital, donde Coixet afirmaba: “aquí los bebés les alucinan, les fascinan todavía más que en España. Es un símbolo universal y a todo el mundo teóricamente le gustan los bebés, pero aquí con la política del hijo único, hay una glorificación y respeto todavía más grande (…) Hemos dado muchas vueltas hasta llegar a esto. He investigado con asesores, amigos y artistas chinos que conozco (…) los chinos se pelearán por hacerse la foto con Miguelín (…) Era muy consciente de que en el pabellón necesitábamos algo que llamara la atención y que se hablara de ello en los periódicos y que hiciera que la gente hiciera cola…” En este capítulo, la escritura de Espigado se vuelve más torcida, casi incomprensible, tatuada en el papel como si hubiera querido atravesar la hoja con el bolígrafo en cada palabra. “No me lo puedo creer —garrapatea Espigado — han construido una atracción de feria… Miles, millones de fotografías en modo automático en las próximas horas… Se colapsará, se saturará. Las mediciones no cuadran… Dios mío, qué han hecho, tengo que avisar a alguien ¿pero… a quién?” Queda en este punto interrumpida la escritura, tal y como se ha sabido después, por la llamada que Teresa Tejeda Martín realiza desde su teléfono móvil a Espigado. Entre llantos y balbuceos (lo ha destrozado todo, repite la voz entrecortada, apenas audible por el estruendo ambiental), Espigado logra comprender lo que Teresa trata de decirle. Ante la afluencia masiva de público a la entrada 34 Quimera
pabellón de España, corrida la voz por los medios del extraordinario “efecto MIGUELÍN” en las fotos de los visitantes del día anterior, sus responsables, felicitándose por el éxito de público, habían decidido declarar una jornada de puertas abiertas. Una avalancha de gente inundó desde primera hora las instalaciones y como, en un trance de fanatismo al estilo de una procesión de Sevilla, decenas de miles de visitantes se apelotonaron disparando sin freno sus cámaras en modo automático ante un MIGUELÍN que había comenzado a mover los dedos, a desperezarse. A respirar. Sin que nadie pudiera liberarse del extraño embrujo que durante horas hipnotizó a asistentes y personal del recinto, MIGUELÍN fue creciendo a ojos vista, ganando viveza en el fuego azul de sus ojos cristalinos, que ahora miraban al público con un brillo de inteligencia animal. Ningún testigo ha podido aclarar con seguridad en que momento MIGUELÍN se levantó y comenzó a reventar a puñetazos el pabellón de España, haciendo volar por los aires las esteras de taxista que lo cubrían y doblegando sus estructuras metálicas como si fueran tico-tico de sandía. Sus rosados pies tuvieron que aplastar a varias personas para que la masa, de pronto reanimada por el espectáculo de vísceras desparramadas y el sonido de las cajas torácicas quebrándose, despertara de su hipnosis y comenzara a correr despavorida. Ya se sabe cómo MIGUELÍN avanzó por las instalaciones, destruyendo el pabellón de Suiza, el de Estonia, el de Nueva Zelanda, el de la India, el de Japón, mientras los más de 400.000 visitantes, lejos de escapar a toda prisa, no dejaban de lanzarle miles de fotografías que parecían seguir engrandeciéndolo. “Ahora —terminó Tejeda— ahora… estamos avanzando por el caudal del Huangpu, estamos llegando a Lujiazui, estamos subiendo por un rascacielos…” “¿Estamos, cómo que estamos?”, preguntó Espigado. “Me tiene atrapada, Espigado, me tiene cogida en una de sus manos, y estamos subiendo por rascacielos, y voy a morir Espigado, voy a morir…” Es fácil imaginar el dramatismo de la escena en la que Espigado deja caer el teléfono de sus manos, se gira y observa la claraboya de su habitación. Se ha hecho de noche y una espesa lluvia cae a plomo sobre la megápolis de Shanghai. Se acerca más al cristal, observa el lejano skyline y ahí lo ve, casi perdido entre las brumas de la tormenta pero inconfundible, encaramado en lo alto del Shanghai World Financial Center. MIGUELÍN, rodeado de diminutos helicópteros que arrojan luz sobre su rechoncho cuerpo, y que, enfebrecido por una furia que solo cabe calificar de española, trata de espantar con una mano mientras con la otra se sujeta al rascacielos. “Fue entonces cuando me di cuenta —anota Espigado más tarde en su diario— que la mano que balanceaba violentamente sobre el vacío era en la que tenía apresada a Teresa Tejeda Martín, la bailarina, la próxima gran musa del cine español. Y fue entonces cuando me di cuenta de lo mucho que ella me importa-
ba (…) me había enamorado de ella”. A partir de este punto, todos los lectores de Quimera sin duda pueden evocar las imágenes que durante semanas y meses se repitieron incesantemente en todas las televisiones del mundo: el bebé gigante, aumentado ya casi al triple de su tamaño original, oscilando en el rascacielos ante el hostigamiento de los helicópteros, y la diminuta figura de Teresa Tejeda Martín forcejeando entre sus rollizos dedos rosados. Y cómo, en escasos minutos, una rapidísima intervención del cuerpo de voluntarios de la Expo, la policía de Shanghai y el ejercito, consiguió coordinar a las masas para conseguir que dejaran de hacer fotografías a MIGUELÍN y empezarán a lanzarlas, con el mismo ardor, al enorme pabellón de China. ¿olvidará algún día la humanidad la monstruosa transformación que en pocos minutos, animado sin duda por efecto de las fotos en modo automático, sufrió el pabellón anfitrión? ¿Volverá a producirse otro espectáculo tan colosal como cuando la megaestructura del pabellón de China comenzó a elevarse, a contorsionarse, a plegarse, a revolverse y reestructurarse hasta que, de lo que antes había sido un edificio, surgió un TrANSForMEr rojo del tamaño de una torre de 70 plantas? ¿Asistiremos de nuevo a muestras tan masivas de ardor patriótico y enfebrecida excitación colectiva que las vividas cuando, en medio de la masa de turistas y la incesante miríada de flashazos en modo automático, el TrANSForMEr avanzó caminando por el río Huangpu, sorteando el puente, y alzó su gigantesca mano hasta atrapar al díscolo bebé español para luego posarlo en uno de los solares de escombros que habían dejado a su paso? ¿podrán los cronistas volver a escribir una historia tan épica como la que se produjo cuando un individuo esposado a una silla de ruedas, increpando a MIGUELÍN con conocidos estímulos sonoros, logró relajar la presa de su mano y poner así a salvo a la futura musa del cine español Teresa Tejeda Martín? Nadie, sin embargo, hasta la lectura pública de los diarios de M.Espigado que hoy Quimera tiene el honor de adelantar, podría haber adivinado la enorme importancia que su autor tuvo a la hora de dar instrucciones a las autoridades para debilitar a MIGUELÍN y dotar de vida al TrANSForMEr chino. Mejor será dejar esos detalles para los futuros lectores de 23M. El diario, la versión íntegra del diario de M. Espigado, que estará disponible en todas las grandes superficies de España a partir del 20 de septiembre. Como colofón final, Quimera se complace de ofrecer su última página: “Lo tengo ahí, ahí delante, Teresa detrás de mí, los tengo a los dos ahí delante, el bebé MIGUELÍN a escasos metros de mí, la lluvia no cesa, el cielo se ha oscurecido. Miro al cielo y veo al TrANSForMEr rojo y un trueno atravesando el skyline. observo su despiadado rostro de acero y cemento, las materias orgánicas de su imperio, y ahora sí observo a Miguelín, que se ha ido empequeñeciendo hasta
Área de la Expo que resultó más dañada, tal y como lucía el día anterior a la tragedia. Al fondo, en el centro, el rascacielos Shanghai World Financial Center. (Reuters)
adquirir el tamaño de un bebé normal, y llora, y sus lágrimas biónicas se pierden en la lluvia de Shanghai, ante los lejanos rascacielos, que parecen asistir complacidos al espectáculo, señoreando la lidia desde sus alturas. El espectáculo será un ajusticiamiento, sí, así lo sentimos. Miguelín llora a todo pulmón y su llanto compite en decibelios con los truenos de la tormenta. Me parece verlo otear en la lejanía el área de Europa de la Expo, esperando quizás la irrupción de sus socios europeos en misión de rescate; pero las lejanas edificaciones de Inglaterra, Francia o Alemania permanecen inertes, grises tras el telón de agua, tan impotentes ante el destino español como podía esperarse. Y veo a Miguelín amplificar su llanto hasta volúmenes ibéricos, más insignificante que nunca junto las monstruosas patas del gigante asiático que ya empieza a levantar una de ellas, alzando el pie, poniéndolo sobre Miguelín y… DIoS MÍo, ¡No! ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡o Dios mío! ¡o Dios mío! ¡No, Dios mío! ¡o Dios mío! ¡o, dios mío, no! ¡Dios mío, no! ¡Dios mío, no, no! ¡Dios mío, dios mío…!” “Dios nos ha castigado, la religión católica era el único relato profundo del pueblo español, y Dios nos ha castigado por abandonarlo, por entregarnos a la veneración de vellocinos de oro en forma de reclamos publicitarios con forma de bebé de seis metros y medio (…) Ha castigado nuestra profunda vacuidad (…) Hoy es domingo en Shanghai, ya es de noche, y después de una revisión médica (Teresa intacta, milagrosamente), le he propuesto ir la capilla del hospital. Hemos estado rezando en silencio, durante un buen rato (…) Aprecio a las personas con fe religiosa. La quiero (…) Le pediré que se case conmigo (…) pero ya no puedo levantarme de la silla de ruedas delante de ella, es demasiado tarde.” Quimera 35
EL QUIRÓFANO ® Michon y la potestad Los once Pierre Michon Trad. de María Teresa Gallego Urrutia. Anagrama. Barcelona, 2010. 137 págs. AbAdes Pierre Michon Trad. de N. Valencia Campuzano. Alfabia. Barcelona, 2010. 99 págs. Recuerdo haber leído hace años unas palabras de Emilio Lledó, uno de los verdaderos y más grandes sabios de este país, a propósito de la escritura de Friedrich Nietzsche. Decía Lledó que los textos del genio alemán, al ser leídos, “poseían relieve”. Esta imagen, tan bella como sencilla, se me antoja aplicable a la escritura de Pierre Michon, en mi opinión el mayor narrador vivo que hoy publica en Europa, si atendemos a la fuerza, profundidad y belleza de su estilo. En manos de Michon, la literatura es un puro arrebato, capaz de generar unas altísimas cotas de emoción estética que, además, van siempre unidas a una ambición preocupada por la dimensión ética del ser humano dentro del cenagal de la Historia. Pues ese, y no otro, es el gran tema de la creación michoniana: el papel desempeñado por la voluntad dentro de las grandes corrientes de pensamiento y de las grandes manifestaciones políticas que amenazan siempre, como un tsunami indiferenciador, con borrar toda expectativa de singularidad. Entre el aluvión de títulos que el otoño nos ha traído a los cada vez más abrumados lectores, dos editoriales de Barcelona –la una, Alfabia, en sus albores; la otra, Anagrama, en sus espléndidos e irrenunciables cuarenta años– ponen sobre la mesa de novedades sendos títulos del 70 Quimera
escritor de Cards, distintos en fecha y ambición aunque al tiempo evocadores de esa identificación de la literatura con el escrutinio del tiempo histórico de la que antes hablaba. El texto de Alfabia integra “El rey del bosque”, breve esbozo sobre el pintor Claudio de Lorena ya recogido hace años por Anagrama en el insuperado Señores y sirvientes, además del inédito en español Abades, tres textos en torno a las figuras de otros tantos abades sometidos a la vesania del milenarismo, la pasión amorosa y el asunto de la trascendencia. En el primero de estos textos, el más memorable, dedicado al abate Èble, iluminado del Mont Saint Michel, Michon testimonia negro sobre blanco algo que bien pudiera ser el abecé de su concepción y sentido del hecho artístico: “La gloria [...] es el don de propagar el fuego en la memoria de los hombres”. Por su parte, el texto de Anagrama, Los Once, es la última obra salida de la chistera del mago de Creuse y plantea de forma paradigmática las siempre difíciles relaciones entre Arte y Política y la no menos compleja consaguinidad entre Ficción y Realidad. Para ello, adecuando los tópicos de la novela histórica al instrumental propio y a su regla de oro de hacer de la palabra virtud y de la literatura prodigio, Michon narra el terror posterior a 1789 al que ya se asomaron Victor Hugo en su apabullante El 93 o Jules Michelet en su monumental Historia de la Revolución Francesa, pero lo hace desde un parapeto distinto, y donde el gran novelista y el gran historiador conjuran a los arquetipos aquél y al pintoresquismo éste, Michon desborda el marco de lo vivido para fraguar una historia conmovedora que se adentra en el terreno de lo soñado. De ese modo, el misterio, una vez más, acaece: la historia íntima de un cuadro y un pintor falsos pero legítimamente plausibles, arroja más luz sobre las tribu-
laciones de uno de los momentos seminales de la Historia Moderna que las más sesudas páginas de la novela decimonónica y de la historiografía comme il faut. En el párrafo final de Rimbaud el hijo, texto que en su breve continente dinamitaba los tópicos tardorrománticos y nos devolvía al autor de Iluminaciones en perpetuo conflicto con esa “lengua de la lengua” que es la poesía, Michon se interrogaba acerca del secreto de su tarea: “¿Qué es lo que hace que la literatura se reanude sin fin? ¿Qué es lo que impulsa a los hombres a escribir? ¿Los demás hombres, sus madres, las estrellas, o las antiguas cosas inmensas, Dios, la lengua? Las potestades lo saben. Las potestades del aire son ese sutil viento entre las hojas”. También Michon, qué duda cabe, es una de las potestades mayúsculas de esa literatura que tanto y tan desmesuradamente amamos. RicARdo Menéndez sALMón
EL QUIRÓFANO ® Crónica lisérgica bajo dominio comunista
A vista de pájaro se observa un paisaje de la literatura checa del siglo XX en el que destacan como elementos genésicos las alegorías de Kakfa (aun habiendo escrito en alemán nadie pone en duda que Kafka forma parte de la literatura checa) sobre la situación del ser humano ante el poder, las aventuras antibelicistas de Hasek o las sugerentes distopías de Karel Cápek. Un segundo grupo de autores representativos son los que sufrieron la purga comunista y cuya obra sobrevivió gracias al samizdat. Se observan desde las alturas a Kundera, Hrabal, Klíma, Havel o Kohout entre otros. A Kundera vamos a verlo como un muro de contención que, sólido y rocoso, con todo su volumen y magnificencia no deja apreciar lo que hay detrás de él. No es de extrañar, pues, la utilización de ese epíteto temporal de “post-kunderiano” a la hora de referirse a la obra de Jiri Kratochvil (Brno, 1940) y de calibrar su calidad y originalidad. Efectivamente, hay vida y gran riqueza en la literatura checa después de Kundera y aquí está Kratochvil para dar fe de ello. En mitad de la noche un canto es una novela de búsqueda del sentido de la vida, metaforizada en la búsqueda de la desaparecida figura paterna en un contexto de encarnizada represión. La novela se despliega a través de las voces de los dos personajes principales: el primero, nacido durante los últimos días de la II Guerra Mundial como conse-
cuencia de la violación que sufre una adolescente de Brno a manos de un grupo de soldados, y el segundo, un joven de clase media que con la llegada del comunismo sufre la desaparición de su padre y el desmoronamiento de su entorno. A lo largo de la narración y de las peripecias que la jalonan, el (re)encuentro con esa figura paterna se muestra como la constante que mueve los pasos de ambos por la vida. La característica más notable de En mitad de la noche un canto es la manera como Kratochvil reformula el realismo. Así, de igual manera que en la obra de Klíma, temas como la represión del sistema comunista, sus ultrajantes métodos de muerte civil, su gradual y cruenta Revolución cultural destinada a apartar a los intelectuales de cualquier posible influjo de opinión –rodeándolos de cubos de basura y cachivaches varios de limpieza–, están muy presentes también en la novela de Kratochvil, pero su tratamiento y la presentación del discurso narrativo es diametralmente opuesta a la utilizada por Klíma. Se ha mencionado el influjo de Kundera, acaso por compartir ciudad (Brno) y elogios, pero la poética de Kratochvil huye de planteamientos filosóficos explícitos y de la digresión como forma de construcción narrativa. Tal y como apunta la traductora Patricia Gonzalo de Jesús en su breve introducción, sí que se hace muy presente la presencia de Bohumil Hrabal en las páginas de Kratochvil; ese disloque de los referentes espacio-temporales desde los que se construye la novela, la carnavalización, la apuesta por la distorsión de los referentes físicos aceptados, la intrusión de lo fantástico y onírico y aun de lo lisérgico, parece heredado de Hrabal, e inserta a Kratochvil entre los novelistas centro-
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en MitAd de LA noche un cAnto Jiri Kratochvil Trad. de P. Gonzalo de Jesús. Madrid. Impedimenta, 2010. 293 págs.
JIØ Í KRATOCHVIL
En mitad de la noche un canto Traducción e introducción de Patricia Gonzalo de Jesús
europeos (Grass, Piasecki, Bodor…) que se han acercado a la historia del siglo XX huyendo de la mímesis para erigirla desde la alegoría y la fabulación. Autor de un ensayo que lleva por título Posmodernidad, amor mío (1994), Kratochvil se siente a gusto utilizando estrategias posmodernas, acaso ese disloque de las formas narrativas clásicas sea una muestra de ello; los recursos metaficcionales y la voluntaria confusión de elementos reales y ficticios son ejemplos clarísimos al respecto. La llegada de Kratochvil nos permite ampliar el marco referencial de autores checos, y nos sitúa delante de uno de los más destacados narradores de las últimas décadas. Un autor de desbordante imaginaria, capaz de perdurar en el lector con un manojo de imágenes de una capacidad expresiva excepcional. óscAR cARReño Quimera 71
EL QUIRÓFANO ® Nadie es quien dice ser eL eco de LA MeMoRiA Richard Powers Trad. de Jordi Fibla. Mondadori. Barcelona, 2010. 563págs. Apenas dieciocho años después de Cuando ya no importe, el modus operandi de Juan Carlos Onetti se ha sofisticado considerablemente: el escritor estadounidense Richard Powers dicta sus novelas desde la cama a un ordenador portátil con software de reconocimiento de voz y utiliza un stylus para editar el texto en pantalla táctil y reescribirlo cómodamente tumbado. La idea, según Powers, es utilizar distintas partes de su cerebro. El cerebro, como dice uno de sus personajes, es la estructura más compleja del universo y encierra en su interior un misterio probablemente infinito. ¿Cómo construye el cerebro una mente? ¿Cómo construye el relato del yo? ¿Qué creo decir de mí cuando digo yo? La única respuesta que se insinúa en El eco de la memoria, novela vertebrada sobre insinuaciones en la que pocas cosas se explicitan, es que no hay yo sin autoengaño. Una pintura trazada sobre una superficie líquida. Una noche de invierno, la furgoneta de Mark Shluter vuelca en un tramo desierto de carretera en Nebraska. Una llamada anónima avisa del accidente y Mark es trasladado al hospital, donde, después de un diagnóstico inicialmente optimista, entra en coma. Karin Shluter, que ha pasado toda su vida intentando escapar de su ciudad natal, vuelve a toda prisa para cuidar de su hermano, pero cuando despierta no la reconoce sino que la toma por una impostora, ya que padece el síndrome de Capgras. Karin, desesperada por lograr la cura de su hermano, se pone en contacto con un prestigioso neurólogo, Gerald Weber, que viaja a Nebraska interesado por la singularidad del caso. A esta situa72 Quimera
ción se añade una nota manuscrita anónima que aparece junto al enfermo cuando estaba en coma: “No soy nadie, pero esta noche en la carretera North Line, Dios me ha conducido hasta ti para que pudieras vivir y traer de vuelta a alguien más”. Las causas del accidente no están claras y los únicos testigos son medio millón de grullas que se detienen en las márgenes de río Platte durante sus vuelos migratorios. Así contada, la historia presenta tintes reconocibles de un thriller de misterio que, por otro lado, se resuelve con los giros sorprendentes propios del género. Pero lo más interesante de El eco de la memoria ocurre en la mente de sus tres personajes principales, encerrados en la complejidad de un universo propio que las circunstancias les obligan a desmontar de forma paralela. Tras el accidente, Mark debe formar un yo desde la nada; Karin se deconstruye a sí misma en un proceso inverso al de su hermano y Weber, en principio la figura estable del cuadro, se tambalea por el devenir de las circunstancias personales hasta replantearse también desde la nada su propio concepto de sí mismo. Los tres implicados en la trama pierden tanto como ganan en una volcadura del yo que la naturaleza, muy presente a lo largo del relato, guiará sutilmente desde el exterior con su trabajo consistente en crecer sobre lo anterior, en convertir el pasado en presente, desmenuzándose, incluso mientras se sedimenta. El eco de la memoria, galardonada con el National Book Award, admite también una sugerente lectura como novela de alta ciencia y permite vislumbrar el compromiso con el medio ambiente que su autor difundió en anteriores novelas, como Ganancia, una reflexión sobre el efecto devastador de la globalización y el capitalismo en el individuo, en ese caso una mujer de 42 años víctima de un cáncer y obligada a convivir con la central química
que da vida a todo el pueblo. En El eco de la memoria aparece de fondo el tema de la especulación inmobiliaria y la explotación de reservas naturales en una imbricación de tramas que tiene como nexo de unión el viaje cíclico de las grullas, cuyo cerebro emparenta la voz en off del narrador con el de la especie humana: llaman, ordenan, cuidan de sus hijos, enseñan, navegan y la mitad de sus órganos sigue siendo como la nuestra. El hecho de que uno de los personajes principales de la novela sea un reputado neurólogo abre el cauce ensayístico dentro de la narración a través de un viaje por los misterios del cerebro que tiene mucho de sideral. El espacio mental se nos revela mayor de lo que podemos pensar, y ya la frase en sí, tomada de forma literal, resulta inquietante. Cada una de las cien mil millones de células de un solo cerebro establece millares de conexiones y la naturaleza de esas conexiones, la fuerza con la que se someten a ellas, varían cada vez que el uso las activa. En definitiva, cualquier cerebro puede adoptar más estados singulares que partículas hay en el universo. Por ello, si preguntamos a cualquier grupo de neurocientíficos tomados al azar cuánto
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sabemos acerca de la manera en que el cerebro conforma un yo, la respuesta que nos darían sería que casi nada. Lo único que resulta evidente en El eco de la memoria es que el yo es una especie de banda, una pandilla improvisada, a la deriva, en la que la conciencia trata de mantenerse intacta, como el agua cambia siempre y el río permanece inmóvil. Cuando Mark toma conciencia de que la vida es una ficción, desea ser agua, solamente agua, como disolvente de todo residuo tóxico, sólo agua para disolver el veneno de la personalidad. Por su parte, Weber, el neurólogo que se interesa por su caso, el reputado científico que terminará en Nebraska con una imagen de sí mismo muy diferente a la que tiene cuando Karin le envía su primer email, es un personaje inspirado al detalle en el famoso neurólogo y escritor de bestseller Oliver Sacks, autor del celebérrimo El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Powers subraya desde una óptica crítica para con el personaje, y por tanto con la figura real que le sirve de modelo, su abandono del ejercicio responsable y discreto de la medicina para aprovecharse literariamente de sus pacientes hasta convertirlos en llamativas amalgamas de pedazos mentales, por tanto humanos, que lucen en sus libros como espectáculos de feria. Casos personales sobre cerebros divididos que luchaban por la posesión de su inconsciente dueño; hombres capaces de pronunciar frases enteras pero no repetirlas. Personas incapaces de hablar, estancadas en el tiempo o inmovilizadas en estados previos al de mamífero. La crisis de Weber surge a raíz de las malas críticas que recibe su último libro, una sospecha de que se acabó el cuento, de que le han pillado el truco y de que nada volverá a ser igual, por lo que el personaje se enfrenta a sí mismo y a la calidad de los principios que han justificado su vida profesional y personal hasta ese
momento. Incluyendo a Weber, la complejidad de nuestra estructura nos hace tan poderosos como frágiles, incapaces de conformar una identidad sólida en el tiempo que cubre nuestras vidas. Lo sabe Karin, la hermana de Mark, cuando se percibe a sí misma en tercera persona como nada. Nadie. Peor que nadie. Vacía en lo más profundo de su ser. Es preciso que cambie su manera de vivir, que del estropicio de su nido ensuciado salve algo. “Lo más nimio, anodino, repulsivo, no importa, mientras sea salvaje y carente de compromiso. Tal vez llegue demasiado tarde para hacer volver a su hermano, pero aún podría rescatar a la hermana de su hermano”. El autor estadounidense Richard Powers, que acaba de publicar Generosity, su última novela, dedicada al tema de la herencia genética, se considera a sí mismo "genéticamente optimizable". "Me haría un poco menos afectado por la desesperación. Más capaz de vivir el ahora y menos preocupado por hacer las cosas inmediatamente", declara Powers en una entrevista adelantada por el semanario alemán Stern. También le gustaría ser más abierto para vivir sus propias historias y no solo escribirlas, comenta el autor de otra novela espléndida como es El tiempo de nuestras canciones. Su nueva obra, aún inédita en España, trata de averiguar si la felicidad viene establecida en los genes, según explica el propio Powers, quien revela ser una de las nueve únicas personas en el mundo que ha encargado descifrar la totalidad de su código genético. Conocer su propio ADN le ha enseñado que nuestra sociedad aspira a superar la arbitrariedad, aunque afirma que el hombre moderno ha perdido la capacidad de buscar las respuestas internas en su afán por alcanzar la felicidad. "En la sociedad de consumo confundimos la felicidad con la satisfacción”. JAiMe PRiede
teAtRo de LA MueRte Y otRos ensAYos (1944-1986) tadeusz Kantor Alba. Barcelona, 2010. 304 págs. En sus Lecciones milanesas, el vanguardista T a d e u s z Kantor afirma que “los artistas tienen que aprender, descubrir, conocer y dejar atrás los territorios conquistados”; al amparo de esa premisa, su producción ensayística de más de cuarenta años (reunida por primera vez en castellano en la espléndida colección “Artes Escénicas” de la editorial Alba) cobra una dimensión reveladora. A pesar de su contundencia panfletaria, los manifiestos de Kantor exponen las sucesivas reflexiones de un artista que se cuestiona sin cesar y que se aferra sólo provisionalmente a la última respuesta hallada con esfuerzo. Como director, teórico y autor, formuló y revisó incansablemente los principios que regían su teatro, su “Barraca de Feria”. El volumen refleja esa búsqueda; destacan Teatro de la muerte y El lugar teatral, síntesis de sus conclusiones. Paralelamente, Alba ha publicado sus obras La clase muerta y Wielopole, Wielopole, permitiéndonos cotejar los argumentos de Kantor con su práctica escénica. Ruth ViLAR
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EL QUIRÓFANO ® Reaslismo Mutante LiMA Y LiMón Antonio Jiménez Morato Editora Regional de Extremadura, Colección la Gaveta. La primera novela de Antonio Jiménez Morato ilustra lo fácil que es cuestionar ese cisma que supuestamente impera en la narrativa española de la última década entre realistas y posmodernos fragmentarios. No hay duda de que Lima y limón es una obra realista. El Madrid céntrico del siglo XXI es representado con nitidez, y el narrador deja caer bastantes indicios como para que el libro se pueda leer en clave parcialmente autoficticia. La narración es prístina y el argumento no puede ser más clásico: el relato del primer amor desde la distancia del tiempo. Las citas de Fabián Casas y Roberto Bolaño delimitan ya el asunto y la tesis del texto: la intensidad del romance es el reverso de su brevedad. Reveladas sus cartas, Jiménez Morato emprende un minucioso estudio de la memoria. La narración de los preliminares de la relación –las jornadas de tanteo que preceden al primer beso– se alterna con una serie de episodios menores, a menudo fragmentos inconexos, periféricos al meollo de la relación de pareja. Filtrada por la memoria, la narración pierde su centro. Lo que queda es una colección de prolegómenos y detalles cotidianos, a menudo banales: la temperatura de la ducha, los ronquidos, el mal humor matinal y, en especial, los paseos del perro, convertidos en representación alegórica de lo que la pareja no tiene (un espacio sentimental compartido). Es más sintomático todavía el hecho de que el narrador continuamente superponga recuerdos “reales” con 74 Quimera
otros secundarios. Tal como dice, “a medida que he ido escribiendo esto me he dado cuenta de todas las cosas que no fijé en mi memoria mientras sucedían y que sólo puedo contar hoy porque me las han ido contando otros, sobre todo ella. No sé en qué medida reconstruyo los hechos tal como fueron o lo que la memoria de los que me han contado cosas ha seleccionado de todo aquello”. En la construcción de la historia personal, el olvido a menudo ocupa el lugar del recuerdo, y cuando éste emerge, se ha vuelto ajeno: “a veces aparecen recuerdos con los que uno no contaba”, dice el narrador, “como esos primeros borradores de narraciones que uno lee perplejo y cree totalmente ajenos pero que, al estar en el disco duro de nuestro ordenador, tenemos que asumir como propios”. De esta manera el relato va infundiendo sutilmente la noción de la secundariedad inevitable del recuerdo, deconstruyendo en gran medida la idea de recuerdo “puro”. La novela repudia el lenguaje del sentimiento para recrear las minucias del día a día en tono casi científico. También la tecnología ocupa el primer plano. (Jiménez Morato, recordemos, editó el año pasado Poesía en mutación). No solamente el romance se fragua en gran medida en los teléfonos móviles, sino que la tecnología genera algunas de las mejores metáforas del libro: en la memoria de un teléfono móvil antiguo del narrador, prestado a otra persona, perduran las únicas pruebas que sobreviven en el mundo de la intensidad de su amor. Y hacia el final del texto, la ruptura es representada magníficamente por la abolición del antiguo salvapantallas. La mejor metáfora del libro, sin embargo, me parece la tirada de cartas del tarot que ocupa el pasaje central y
que emerge como génesis del romance. En ella se invierte la relación de causa y efecto (“Un buen lector del tarot no necesita saber sobre qué se ha preguntado, la tirada lo revela por sí sola”) y del azar puro de la respuesta nace la pregunta. La aparición de la carta de la Sacerdotisa “escribe” la relación que el narrador y su amante tendrán, creando una metáfora hermosa de la reescritura del pasado desde el presente. Engañosamente sencilla y sofisticada como pocos debuts literarios, Lima y limón reivindica con valentía la realidad, explora con lucidez la intimidad y despliega con claridad loable su complejo collage de microrrelatos. Si bien nunca llega a ser satírica, sí que hay algo en ella de celebración escéptica, a ratos estoica y a ratos casi cínica, de lo efímero del amor. Y esa faceta “oscura” la hace todavía más atractiva. JAVieR cALVo
EL QUIRÓFANO ® Desarrollo de la materia dentRo óscar curieses Bartleby Editores. Madrid, 2010. 73 págs. En el microcosmos poético en castellano hay una pugna endémica entre dos modos distintos de entender la poesía. Sus luchas han sido en ocasiones cruentas, y han tratado de equiparar poesía con vida, tildando a unos de mojigatos y a otros de crápulas. Dicho bipartidismo entre la poética esencialista y la de la experiencia se está desvaneciendo, y sus intercambios de artillería apenas se oyen en el pluralismo mercantil en el que nos encontramos, donde la poesía adquiere rostros muy dispares y muchos poetas se han desembarazado del manto editorial que les abrigaba. Sin embargo, hay algunos que, sin pretender avivar los rescoldos de fuegos olvidados, continúan el camino sabiendo que las únicas batallas que pueden ganar son las que recogen su tesón con la palabra Óscar Curieses (Madrid, 1972) hizo su aparición en la escena literaria con Sonetos del útero (2007), que ofrecía la posibilidad de un soneto contemporáneo, ausente de manierismo. Con esos sonetos se presentaba como neoesencialista, según la clasificación de Rodríguez-Gaona, y ahora se reafirma con Dentro, mostrando de nuevo, con las vanguardias, que el juego esclarece rincones donde la escritura “original” no llega. Los poemas esencialistas que buscaban lo primigenio con un enfoque múltiple en el debut poético de Óscar Curieses tienen su protagonismo en las dos primeras partes de Dentro, que contienen un yo poético femenino –el lugar donde pensar la condición interior que precede a la vida y la configura. Conforme avanzamos, la prosa poética se encarga de la tarea de
profundizar metafísicamente, pero desde un sueño apocalíptico que se impone y que encuentra su culmen en “El circo y dios”, donde el poema se encuentra fragmentado gráficamente por saltos de verso y barras que rompen la prosa que desteje la pesadilla: “Fondo del cuerpo:/ Nadie. La sola ausencia de dios. Soy.” Entre los agradecimientos encontramos referencias a artistas tan diferentes como Francis Bacon, Cirlot o Ingmar Bergman. La deuda con el cineasta sueco puede explicar la versatilidad de la voz poética. La ficción cinematográfica permite la polifonía, y así encontramos aproximaciones líricas que nos remiten a escenas de El manantial de la doncella o de El séptimo sello: “Queremos la partida eterna de la muerte para colmar el hueco y renacer a la profundidad”. Los poemas de Dentro ahondan en la carne, la sangre, la leche y el agua como símbolos de vida y crecimiento. La crudeza que contienen algunos versos está exenta de crueldad, aunque las imágenes baconianas golpeen al lector complaciente: “necesitamos perder la conciencia, por eso nos untamos el estiércol a la carne. Es así más suave y dulce, llevadera como infectada costra que no supura o sangra en apariencia”. Como clausura aparece “Transparencias marinas” donde hay ecos de Lautréamont en una búsqueda del sentido en la oscuridad. Aquí el mar es un pozo de vida tenebroso en el que la ceguera es consustancial al viviente y constituye el único camino hacia la trascendencia. El poemario empieza con la sangre y termina con la piedra, el arco vital se prolonga: “Se derrama el sol caliente del cielo sobre tu océano. Esta vez es para siempre, no habrá más amanecer: mis ojos se ahogan”. La obra de Óscar Curieses funciona a
modo de gozne entre postmodernidad y esencialismo, permitiendo que los lectores fluctúen en la lectura y asuman el riesgo que Dentro les ofrece. Un poemario que leemos hacia adelante y hacia atrás, buscando las balizas que marcan la investigación interior en la que todos nos reconocemos. Cultiva un existencialismo con tintes psicoanalíticos que proporciona imágenes no manidas en el estudio poético de la experiencia interior. La sospecha se explicita como una certeza lírica “caigo como piedra en padre, lugar donde me duelo y habitáculo del cuerpo que parto (parto que es doble: le desgajo a él de mí, me desgajo yo de él)”. La influencia psicoanalítica y de Bachelard no le sirve para hacer teoría literaria en sus poemas, sino que emprende un viaje de vuelta en el que se abastece de ese repertorio simbólico que alimenta su escritura.
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EL QUIRÓFANO ® El poeta entre sombras: dormir, vivir, florecer estibAdoR de soMbRAs José daniel García Cangrejo Pistolero Ediciones. Sevilla, 2010. 56 págs. Vivir para escribir, escribir para vivir. Estibador de sombras supone el punto equidistante entre estas dos concepciones. Concepciones éticas que implican una elección estética. La estética de la reflexión en el caso de José Daniel García, que se dio a conocer en el panorama poético nacional con El sueño del monóxido (2006), a la que seguiría dos años después Coma (2008). Desde la inicial distancia épica que ha caracterizado sus mejores poemas, el autor siempre ha ido delimitando la conciencia del sujeto poético a través de grados decrecientes de objetividad. Esto ha otorgado a su obra de coherencia y madurez, a pesar del crecimiento orgánico que ha llevado al poeta desde la mera observación en los primeros poemas (valga la simplificación) a la más crítica meditación autoconsciente que supone este nuevo libro. Si la poesía debe ser la respuesta a las preguntas que ella misma plantea, la reflexión ética del estibador, del escritor, no puede conducir sino a un cuestionamiento de su propio trabajo. La asunción desde el propio título del poemario de la doble naturaleza de la escritura, oficio y don, trabajo visionario, nos revela la verdadera obsesión del autor: la superación de categorías esencialmente herméticas y limitadoras a través de la fusión de principios ya nunca más contradictorios. “Vivo en un archipiélago de bruma / Mi oficio: / separar la luz del humo”, leemos en la primera parte (“Sub 76 Quimera
Umbra Dormio”). Más tarde, en la parte central (“Sub Umbra Dego”), en la que encontramos el poema más explícitamente metaliterario (“letraherido”), en cinco partes, se confirma esta reunión de contrarios: “Puedes ver un pajar / en una aguja / y la sombra de un árbol en un desierto” y “Sortilegio de plumas / sobre papel marchito es tu poesía, / una labor inútil” (fragmentos 2 y 3), para concluir, en tono ominoso: “Alimentas los tallos de una jaula” (fragmento 5). En la última sección (“Sub Umbra Floreo”), formada por dos únicos textos, un fragmento de diario encontrado “en un container” y el poema en tres secciones titulado “manifiesto apócrifo de la joven poesía española 1979-2009”, se hace patente que la reflexión crítica oculta también una sátira, algo mesiánica, contra la profusión de vana poesía. Sirva para dar valor a esta sátira el hecho de que no sea fácil discernir si la voz lírica que denuncia discrimina su propia obra situándola en un primer plano sobre el fondo de ruido y vacío, o, por el contrario, se asume en ese entorno sin márgenes. Marginalidad y centralidad, de hecho, son dos conceptos sobre los que también se reflexiona en este libro, con una mayor sofisticación y efectividad. Una cita de Fernando Merlo encabeza la tercera sección: “¿Quienes son los marginados sino los olvidados?”. La influencia de los maldecidos (parafraseando a uno de ellos, Haro Ibars) ha sido fructífera en esta poesía de crisis de José Daniel García y parte de una afirmación poética, estética, no tanto vital o existencial (ya que se busca el orden, separar luz y sombra, no la perdición del maldito). Esto le otorga al poeta una voz clara y precisa para hablar del dolor y la pérdida, antes que una voz doloro-
sa y perdida para hablar de un vacío diáfano, y una especial autoridad, basada primero en la escritura propia, para reclamar su personal tradición. El autor podría asumir como propia la acusación de Casariego: “no éramos capaces de regalar nuestras llagas a la muerte”, y también su respuesta: “¡El artista debe crear dentro de sí mismo!” (Manifiesto), rematada en Verdades a medias: “Desangraos en la construcción de un caballero interior afín a la gloria y al vacío”. Estibador de sombras comienza afirmando que “Los sueños de la razón crean héroes inútiles” y concluye con una sentencia reveladora: “La letra con sangre sale”. Sólo los héroes que olvidamos son inútiles. La vigilia de José Daniel García ha conjurado el olvido. Luis GáMez
EL QUIRÓFANO ® Días de diálisis diARio deL hoMbRe PáLido Juan Gracia Armendáriz Demipage. Madrid, 2010. 257 págs. A la espera de un trasplante de riñón, el escritor navarro Juan Gracia Armendáriz (Pamplona, 1965) se impuso la rutina de escribir diariamente, al ritmo de sus sesiones de diálisis, sus lecturas y los viajes entre la clínica y los centros afectivos de su vida, sobre sus experiencias cotidianas con el dolor, la esperanza y la frustración. Publicado originalmente en entregas en la revista literaria virtual La casa de los Malfenti y difundido desde el blog de la editorial Demipage, este Diario del hombre pálido cuajó en un libro que desmiente las profecías apocalípticas que vaticinan el ocaso de la literatura por culpa de Internet. La Red ayudó en el proceso de la gestación y divulgación del texto sin que menguara su calidad literaria. El diario completo abarca 169 días, agrupados en dieciséis secuencias, cada una con una cita antepuesta que anuncia cierta tónica e introduce una polifonía que enriquece el monologismo característico del género con una pluralidad de perspectivas que se despliega también en numerosas páginas de Diario del hombre pálido, formando un fragmentado ensayo sobre la literatura patográfica. Así, la indagación en las obras de Proust, Kafka, Camus, Gil de Biedma, Foucault, Bolaño y muchos otros escritores le brinda a Gracia Armendáriz observaciones agudas y reflexiones perspicaces en torno a la enfermedad y su relación con la escritura, en particular la de diarios. Con una prosa sobria y precisa, el
autor defiende la dignidad humana del paciente que lucha contra la enfermedad, enchufado a una máquina y siempre a a merced del poder o de la impotencia de la medicina moderna, esa ciencia tan "vagamente totalitaria" (pág. 13). Sin caer nunca en la autocompasión exhibicionista ni en la filosofía de bolsillo, Gracia Armendáriz denuncia el riesgo de cosificación al que se ve expuesto el enfermo a causa de su dependencia de una tecnología que lo mantiene vivo y lo vampiriza al mismo tiempo: "Una fantasmagoría paranoide: no son las máquinas las que depuran la sangre de los enfermos, sino que somos nosotros, los pacientes, quienes servimos a las máquinas, porque sin el concurso de nuestra sangre, con altos índices de fósforo y potasio, ellas cesarían al instante y el oculto e inconfesable engranaje al que sirven se desmoronaría, y con él toda la institución sanitaria" (pág. 143). La deshumanización de los hospitales y la falta de empatía por parte de muchos médicos son el blanco de los comentarios más cáusticos del autor, quien en una sola ocasión abandona la crónica realista para imaginarse una clínica californiana ultramoderna en que "todo médico debe ser sometido a los mismos tratamientos que él administra a sus pacientes" (pág. 44). Lo que a primera vista parece una propuesta utópica para mejorar la relación entre médicos y enfermos, revela su cruel ironía cuando el lector recuerda que el mismo principio empírico se aplica con éxito en la formación de torturadores. Al caer enfermo, el cuerpo deja de ser una infraestructura vital que funciona sin llamar nuestra atención y, en cambio, empieza a imponernos per-
manentemente su presencia dolorosa mediante todo tipo de síntomas, disfunciones, insuficiencias, desequilibrios y perturbaciones. Gracia Armendáriz compara al paciente crónico con un deportista de élite que ha desarrollado una particular inteligencia corporal, una gran sensibilidad para auscultar su organismo al acecho de indicaciones de su biomecánica. Esta fijación en el autoexamen del propio cuerpo concuerda perfectamente con la introspección del diario, mientras que, gracias a la observación crítica de su entorno y los libros leídos durante las largas horas de diálisis, Diario del hombre pálido trasciende los límites de la problemática subjetiva y alcanza la profundidad de un ensayo, sincero y libre de patetismo, sobre la enfermedad y las maneras de nuestra sociedad de enfrentarse a ella. MARco Kunz Quimera 77
EL QUIRÓFANO ® Cómo ser marxista (y tal vez postmoderno) desde Connecticut RefLexiones sobRe LA PostModeRnidAd una conversación de david sánchez usanos con fredric Jameson Abada. Madrid, 2010. 133 págs. Cuando Frederic Jameson se define a sí mismo como marxista desde Killingworth (Connecticut) o se pronuncia sobre la situación actual en términos de indistinción entre alta y baja cultura, y sus palabras se publican inmediatamente, bien en la New Left Review, bien en Abada, canales de producción que se caracterizan precisamente por establecer una genuina diferenciación cultural entre Homo Academicus y el resto de los mortales, es entonces cuando me pregunto, en primer lugar, si todo esto de la posmodernidad se trata de una broma (bastante más posmoderno si lo fuera, por cierto). Inmediatamente después me surge una sospecha: ¿es la teoría inmune a este proceso de contaminación generalizado, o tal vez el proceso de indistinción entre alta y baja cultura no es tan efectivo como cómo apocalípticamente o utópicamente nos gustaría pensar? 20 años después de la publicación de La Condition postmoderne (1979) de François Lyotard, el público castellanoparlante parece asistir en los últimos meses a una intensa revisión de la corriente del pensamiento postmoderno. Sobre la cultura de masas apareció recientemente, en el número 320/321 de Quimera, una extensa conversación entre José Luis Pardo y Eloy Fernández Porta, el último de los cuales aseguraba: “a una sociedad y a una economía en la cual la diferencia de clases, de poder adquisitivo y de jerarquía se vuelve cada vez más radical, parece corresponderle un discurso sobre la estética y sobre las artes que postula la anarquía”. El análisis de Porta sitúa en un peliagudo y ambi78 Quimera
valente (quizá cínico) lugar la posición social de Jameson, a la que ya nos hemos referido. A este influyente pensador tuvimos la oportunidad de escucharle recientemente en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y ahora le disfrutamos por escrito, en ambos casos de la mano de David Sánchez Usanos. Lo primero que hay que subrayar de estas conversaciones es que ambos pensadores, a pesar de ocuparse explícitamente de la postmodernidad, no son postmodernos. La lógica del capitalismo cultural –híbrida y ficcional por definición– es exógena a su discurso, no se encuentra inscrita formalmente en los caracteres a través de los cuales se expresa un pensamiento –en efecto: sobre la postmodernidad– que recurre a las viejas categorías marxistas para criticar la “ausencia de alternativas teóricas al capitalismo”. Cuando Sánchez Usanos declara que nos encontramos en “una situación un tanto triste” (p. 75), acepta un análisis que reduce la realidad del capitalismo global a sus elementos estrictamente formales (lógica de mercado, si se quiere el eufemismo). Cabría objetar diciendo que a pesar de que, a día de hoy, la mayor parte de las iniciativas se encuentre formalmente configurada como producto de consumo, ello no disuelve el potencial transformador de aquellos valores, en algunos casos alternativos, que vehiculan. La asociación convencional entre determinados productos culturales y una experiencia genuinamente consumista no elimina su contenido político, como es el caso de la serie de televisión The Wire, todo un éxito comercial, de la que ambos interlocutores se declaran seguidores. Frente a la hipótesis de Bourdieu de una houellebecquiana ampliación del campo de batalla capitalista a todas las esferas de lo social, hipótesis con la que en ocasiones coquetean las sugerencias de Sánchez Usanos (p. 78), pensa-
dores como Gilles Lipovetsky han señalado la existencia de relaciones sociales que no se rigen por la lógica de la renovación y la competencia mercantil (el caso de la amistad): “la comercialización de las formas de las vida no comporta en absoluto la descalificación de los valores afectivos y desinteresados. Lejos de ser una antigualla, la valoración del amor es el correlato de la autonomía individual” (La sociedad de la decepción). Así las cosas, este libro de conversaciones que, por la amplitud de los temas tratados, aspira a ser una introducción sumaria al pensamiento postmoderno, no deja lugar, quizás por su escasa extensión, a una revisión incisiva de los postulados implícitos en la discusión. A la escasa voluntad autocrítica del pensador estadounidense se suma las más que tibias objeciones del discípulo español, quien, a medio camino entre la apología de los esquemas conceptuales jamesonianos y la resignación acerca de la situación actual,
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interviene siempre desde un marco de complicidad y complacencia. Allí donde las preguntas rebasan cierto espectro de complejidad, el entrevistado simplemente rehuye la pugna, mostrando una escasa capacidad de pensamiento de directo (por recoger la definición del crítico según Brea). Éste es el caso de la amplia e interesante pregunta donde Sánchez Usanos sugiere una posible fusión entre el géneros literario y el filosófico (“bajo ese entramado de citas presentes […] casi en cada obra literaria, parece subyacer una especie de sistema”, p. 125), a la cual Jameson no tiene otra cosa que añadir sino sugerirle al discípulo que ponga aquello por escrito (y rápido, añadimos). En estas páginas Jameson se reafirma en aquella teoría epistemológica que subraya, como consecuencia de la multiplicación de los discursos históricos y su confusión con los géneros literarios, la constitución de un estadio de escepticismo colectivo radical: "no terminarás creyendo en los nazis simplemente por ver todas esas películas." (p. 104) Un juicio que no parece hacer justicia al prestigio comunicativo que siguen detentando los diferentes medios de comunicación. Cabría puntualizar que, a pesar de la elevada conciencia que la sociedad posee acerca de la manipulación de la información por parte medios de comunicación, no obstante, ello no supone una oclusión de la memoria colectiva, sino más bien una fragmentación de la misma. Dependiendo de elecciones y preferencias individuales, cada quien puede configurarse “una historia a la carta”, perfectamente consistente, sin fisuras, acudiendo a medios de ideología afín. De hecho: en la actualidad, cuando cada vez son menos los “testigos presenciales”, posiblemente no poseamos otra certeza del Holocausto que la estrictamente fílmica.
Con todo, el diálogo no está exento de potentes apuestas teóricas. Este es el caso del paradigma espacial, de lejos la más operativa de las categorías jamesonianas, que viene a subrayar la naturaleza arquitectónica y topológica de tantos y tantos fenómenos actuales. Por poner un ejemplo: el atentado de las Torres Gemelas, toda una “declaración acerca del urbanismo”, en palabras de Jameson (p. 96). En otro momento extremadamente lúcido, este teórico pone en conexión los análisis de la esquizofrenia en el Anti-Edipo y la utopía marxista del trabajo desespecializado, a través de la crítica a la figura autoritaria del sujeto en la obra de Adorno. Así, afirma la posibilidad de que el así denominado sujeto fragmentario contemporáneo se encuentre más cerca que nunca de la realización efectiva de aquella célebre y utópica cita: “puedes ser un cazador por la mañana, un pescador por la tarde y un crítico después de cenar” (p. 56). De este modo, el estadounidense subvierte la ideología dominante, que viene a subrayar el carácter patológico de este fenómeno, a saber: la disolución de la identidad personal (la muerte del sujeto) en un nodo de actividades heteróclitas, perfectamente desconectadas, y creencias tal vez contradictorias entre si. De este modo, tal vez Jameson simplemente esté guardándose las espaldas; él: todo un catedrático de literatura en cuerpo y mente que, por unas horas, dialoga sobre postmodernidad con profundas convicciones marxistas. En una ocasión escuché un chiste muy pertinente al caso: “¿En qué se parece un poeta a un superhéroe? En que ambos tienen dos profesiones”. ¿Es éste un caso extensible a todos los pensadores de convicción revolucionaria en una sociedad sin fronteras ni alternativas teóricas? Dejamos la pregunta abierta al lector. eRnesto cAstRo cóRdobA
eL VALLe de Los AVAsALLAdos Réjean ducharme Ediciones Doctor Domaverso. Madrid, 2009. 478 págs. Después de leer El valle de los avasallados, la novela en la que se basó la película Léolo, de JeanClaude Lauzon, lo difícil es encontrar las palabras que lo rescaten a uno del pozo de asombro al que se ha visto irremediablemente conducido. Asaltan al lector un tropel de dudas. ¿Cómo catalogar una novela como ésta? ¿Desde qué lugar se escribe una novela de este tipo? Y, por supuesto, la más perentoria, ¿cómo ha tardado tanto en traducirse (la primera edición francesa data de 1967) al castellano? De El Valle de los avasallados pueden decirse muchas cosas. Que es una novela lírica que contiene tanta o más –buena– poesía que casi cualquier libro perteneciente a este último género. Que es una novela de una belleza demoníaca al estilo de otros textos a los que ya nos tiene acostumbrados la tradición literaria francesa (Aloysius Bertrand, Lautremont, Rimbaud…). Que la publicación de un libro como éste excusa los fallos de edición de la modesta editorial que ha tenido la valentía de acercar a un autor imprescindible como Ducharme a nuestras letras. JAVieR MoReno
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EL QUIRÓFANO ® Callejeros ciudAdes PosibLes eduardo becerra (ed.) 451 Editores. Madrid, 2010. 221 pp. con LA sAnGRe desPieRtA Juan Manuel Villalobos (ed.) Sexto Piso. Madrid, 2010.162 pp. A Tom Wolfe no le hizo ninguna gracia el postmodernismo ni sus renovaciones formales. 1989 fue el año en que Harper’s Magazine publicaba su artículo “Stalking the billion-footed beast”, donde hablaba de lo que podríamos resumir como la Gran Novela Metropolitana (big realistic fictional novel), un problema al que venía dándole vueltas desde 1968, cuando vio la luz su libro Ponche de Ácido Lisérgico, y ante el cual, y para su sorpresa o espanto, vio como nadie más parecía preocupado. En sus propias palabras: “Lo extraño era que a los jóvenes con serias ambiciones literarias ya no les interesaba la metrópolis.” Entrenado en las técnicas del nuevo periodismo, a Wolfe (que en cierta forma encarnaba el mismo debate actual en torno a la colocación de Franzen, ferviente defensor de la novela social, como nuevo icono de las letras transatlánticas), antes que la metafísica y la forma le interesaba lo tangible: el artículo de Harper’s, de hecho, puede entenderse como una historia de la literatura norteamericana narrada por el bando perdedor, el de los seguidores de los maestros decimonónicos. De más está decir que, al menos para Wolfe, el problema de la gran novela metropolitana quedaría resuelto con la aparición de su neoyorquina La hoguera de las vanidades, un par de años antes de desfogarse con a “Stalking the billion-footed beast”. Algo muy familiar ocurre en España, 80 Quimera
donde en la última década la atención de nuestros narradores ha ido alejándose del espacio urbano para dirigirse hacia el espacio televisivo o digital. Sobran los ejemplos al respecto. No obstante, la aparición simultánea de tres libros tan distintos entre sí como son Ciudades posibles, La ciudad y su trama o Con la sangre despierta nos devuelve a la incógnita Wolfe. ¿Qué está ocurriendo con nuestras ciudades y con las ciudades latinoamericanas? ¿Alguna vez participamos nosotros en esa tentativa de gran novela metropolitana? Coordinado por Eduardo Becerra, Ciudades posibles parte de un prólogo del profesor en donde establece una razonable taxonomía para entender el estado de la cuestión: modernización (París, siglo XIX), espectacularización (Las Vegas, Los Ángeles) y virtualización (Second Life). Y es aquí donde empiezan los problemas. Edmundo Paz Solán, por ejemplo, dedica su capítulo a las ciudades virtuales y la literatura. En él se nos dice: “Es oficial […] El universo virtual creado por Linden Lab [Second Life] tiene ya nueve millones de habitantes […] Hace apenas dos años todo esto era impensable, pero ahora se está llegando a un punto en el que disponer de un avatar en Second Life será pronto el nuevo elemento sin el cual no podremos vivir.” Bien. Quizá cuando el texto se escribió –para el encuentro organizado por Becerra en Buenos Aires en septiembre de 2007, cuyas ponencias dieron lugar a Ciudades posibles– el entusiasmo era lógico; ahora, obviamente, no. Cuando las mesas redondas y los encuentros de escritores parecen acordar que Facebook ha desplazado al blog como espacio de interacción, muy pocos años después de las inmensas expectativas generadas, afirmaciones de este tipo se hacen, cuanto menos, descabelladas. Aparte, justifican el regreso a espacios más seguros.
Ciudades posibles plantea un recorrido completo por cuatro dimensiones de la ciudad, a saber: ciudades literarias, ciudades imaginadas, ciudades de cuento y la ciudad en imágenes. En la primera sección resulta de especial interés el texto de Belén Gauche, digamos, sobre la polis del cronotopos y moderna por excelencia. Es decir, Zurich: la ciudad de los relojes, la del paradigma (newtoniano) de la física mecánica, plagada de motivos relacionados con el tiempo y sobre los cuales muchos han sido los artistas y escritores que han querido dar cuenta de ello. Asimismo, el texto de Marcelo Cohen para Ciudades Imaginadas, “Informe sobre una ciudad sintética”, explora con un poderoso lirismo los fotogramas más reconocibles de la ciudad globalizada. No menos destacables son las “Nuevas ciudades invisibles” que propone Mauricio Montiel. Partiendo del inexcusable libro de Italo Calvino, el escritor mexicano revisa la filmografía de Los Ángeles, Shanghái, Hong Kong, México y San Francisco. Completa esta última sección del libro Jordi Costa y su inmersión en el mito de la ciudad noir a partir del cine y el cómic. Galardonado con el VIII Premio de
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Ensayo Caja Madrid, Álex Matas Pons arroja, con académica y enciclopédica voluntad, un intenso resumen sobre los lugares comunes de la modernidad urbana y decimonónica, que transcurre desde la revisión de autores clave como Balzac, Poe o Zola a la creación de mitos metropolitanos como el París contemporáneo, el dandi, el flâneur o el detective. Cierto es que el paseo propuesto por Matas en ocasiones tiende a diluirse en callejones sin salida o desviaciones previsibles o excesivas respecto al tema principal. Pienso en algunas glosas sobre temas muy generales de teoría e historia literaria, como el concepto de “lo ominoso” –que Freud explicó a partir del relato de E.T.A. Hoffmann “El hombre de arena”–, el hecho de que Dupin inaugure una narrativa detectivesca sin acción, meramente psicológica, o la tiranía y la reconstrucción de los hábitos temporales que la industrialización trae consigo. Sea como fuere, en La ciudad y su trama se aprecia un buen manual para entender, una vez abandonada la naturaleza tras el fin del primer romanticismo, los aspectos definitorios del traslado al entramado urbano como centro de todas las miradas literarias. Entre los aspectos de los que Matas habla están Balzac como punto final a la distinción entre “lo ‘alto’ y lo ‘bajo” (“Su gesto implica que ya no hay más un ‘estilo elevado’ reservado al tratamiento literario de ciertos temas”), las representaciones del parvenu o el chico de provincias llegado a la ciudad, o la oposición entre autores como Dickens o Disraeli a la hora de leer Londres. Acerca de Monica Ali, escritora nacida en Bangladesh pero emigrada a Gran Bretaña, el controvertido crítico James Wood afirmaba que parte de la renovación en la literatura británica y norteamericana de los últimos años ha sido llevada a cabo por una “inevitable guionización
[…] (ficción cubano-americana, puertorriqueña-americana, asiático-americana, etcétera)” (The irresponsible self). Para la tradición hispánica, cuyos movimientos editoriales y migratorios continúan perpetrando cierta situación colonial entre Latinoamérica y España (es decir que el choque cultural y lingüístico en las literaturas resultantes de tales movimientos es sólo moderado), resulta más difícil hallar este tipo de hibridaciones. De ahí el interés crucial que despierta Con la sangre despierta, volumen editado por el escritor Juan Manuel Villalobos en donde once autores latinoamericanos narran su periplo en distintas ciudades. El resultado de estas crónicas no es sino un sugerente cruce entre el texto autobiográfico –no olvidemos que la apreciación de cierta literatura sobre el multiculturalismo exige requisitos en la biografía del autor empírico–, la crónica de viajes y la representación de la metrópolis. En este sentido llama la atención los distintos senderos interpretativos que ofrecen las crónicas, en función del tipo de destino elegido, hispanohablante o no. Como exponente del primer caso hallamos a Santiago Rocangliolo, que narra su aterrizaje en Madrid hace ya diez años e ilustra el periplo de precariedad y caos burocrático del escritor que migra de Hispanoamérica a España (por lo demás, la precariedad será un distintivo colectivo en todos los textos). En lo que concierne a la migración hacia países no hispanohablantes destacan las crónicas del genial Guillermo Fadanelli a Berlín –ahí queda la conciencia de arrepentimiento y temor característica de cualquier viaje y el viajero engañado y humillado en su destino–, o aquel Ricardo Sumalavia y sus penurias como profesor en Seúl. Con la sangre despierta es un libro necesario. Antonio J. RodRíGuez
JeRniGAn david Gates Libros del Silencio. Barcelona, 2010. 362 págs. Construir personajes encantadores, como casi todo lo que procede de la dimensión psicológica y sociológica de la ficción, suele ser un rasgo secundario a la hora de subrayar la literatura de primer orden. Y ello a pesar de lo difícil que es desprenderse del impacto producido por algunos personajes clave en la ficción norteamericana del XX: piénsese en Holden Caufield o en su tocayo de iniciales Henri Chinaski. He aquí la razón, entonces, por la que David Gates hizo bien en otorgarle a esta novela el nombre del protagonista, Peter Jernigan, pues es gracias a semejante personaje –la clase de individuo a la que le divierten los partidos de los Yankees y la lectura de Wodehouse en una caravana, y suelta a su hijo discursos preventivos sobre la marihuana– lo que hace de esta ficción un libro poderoso. Un rasgo, el de la “literatura de personajes” en la tradición norteamericana, en el que Libros del Asteroide empieza a ser una gran especialista, por cierto: Joyce Johnson, Ann Beattie, Phillip Lopate, Sloan Wilson, y ahora Jernigan. Quiero decir, David Gates. Antonio J. RodRíGuez
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EL QUIRÓFANO ® Al despertar Gregor Samsa se llamaba Samanta PáJARos en LA bocA samanta schweblin Lumen. Barcelona, 2010. 221 págs. Con un breve apunte de Chéjov para un cuento que jamás escribió sobre un hombre que gana una fortuna en un casino de Montecarlo, vuelve a casa y se suicida Piglia traza en sus Tesis sobre el cuento un sencillo modelo de laboratorio que le permite explicar las tensiones y variantes del relato moderno. Todo cuento, dice el argentino, repone dos historias de lógicas narrativas antagónicas: una visible y otra oculta o secreta. Y en los cruces y transacciones entre ambas el relato se juega el pellejo. El efecto sorpresa (Poe) surge cuando la historia secreta, dosificada en los intersticios de la visible, sale a la superficie. Pero puede que permanezca sumergida en la enorme masa de hielo de lo no dicho (Hemingway), que vaya cifrada en la primera historia (Borges) o que las tensiones entre una y otra jamás se resuelvan (Chéjov, Mansfield). La particularidad de Kafka radica en que invierte las reglas de juego. Narra con toda sencillez el suicidio del jugador para adentrarse en la aventura del casino que se torna inquietante y amenazadora. Esa inversión, dice Piglia, funda lo kafkiano. Y con esa sencilla inversión Samanta Schwebling (Buenos Aires, 1978) hace maravillas. Schweblin saltó a la palestra en 2001 cuando ganó el premio Haroldo Conti “Jóvenes Escritores” de relato breve. Al año siguiente se llevó el Fondo Nacional de las Artes con su primera colección de cuentos El núcleo del disturbio. Participó en varias antologías generacionales como La joven guardia (2005) y Una terraza propia (2006) y ahora publica en España su 82 Quimera
segundo libro de cuentos, Pájaros en la boca (Premio Casa de las Américas). Decir que las distancias cortas son el terreno natural de Schweblin –en el que se mueve con la delectación de un sapo en el barro– es una obviedad. Como también lo es afirmar que le sobran méritos para avalar esa fulgurante carrera. Ambas cosas saltan a la vista con sólo echarle un vistazo a sus cuentos. Lo que no es tan obvio son los mecanismos que activa para convertir sus relatos en pequeñas máquinas indestructibles. Tan amenazadoras e inquietantes como discreto es su funcionamiento. Se ha repetido hasta la saciedad la idea de que Schweblin es heredera del fantástico argentino en versión siglo XXI. Yo no lo veo tan claro. Me cuesta mucho más identificar su propuesta a la onírica crueldad de Silvina Ocampo que a la causticidad burlona de Bruno Schulz. El fantástico en Schweblin es más un efecto de esa inversión kafkiana que mencionaba, que una presencia real. El resultado del enrarecimiento de las situaciones o el fruto de la distorsión de la mirada del personaje o del narrador. “No puedo entender como en un mundo en el que ocurren cosas que todavía me parecen maravillosas, como alquilar un coche en un país y devolverlo en otro, descongelar del congelador un pescado fresco que murió hace treinta días, o pagar las cuentas sin moverse de casa, no pueda solucionarse un asunto tan trivial como un pequeño cambio en la organización de los hechos”, dice la narradora de “Conservas”, quizá uno de los cuentos menos logrados de Pajaros en la boca junto con “Mujeres desesperadas”, pero por eso mismo más explícito en cuanto a su poética narrativa. ¿De qué “cambio en la organización de los hechos” habla esa temerosa mucha-
cha embarazada que narra? Sin duda, la de exponer con un prosa seca, limpia y efectiva la historia secreta desde la primera línea. Para misterios, ambigüedades, angustias y acechanzas con una carretea vacía, una cerilla que no enciende o cualquier diálogo trivial de nuestra vida cotidiana –diálogos que Schweblin siempre borda– bastan. Y más inquietante resulta el hecho de que esa historia oculta no tiene nada de fantástico ni estrambótico como no sea un simple desorden alimentario de una chica desequilibrada (“Pájaros en la boca”) o una gruesa cocinera, que humillaba a su marido de cortísima estatura, desplomada entre sartenes (“Irman”); para citar mis favoritos. Imaginemos que una mañana al despertar Gregor Samsa se despierta transvertido en una chica porteña y la pesadilla que le espera es aún peor; pues por el estilo. Y no bromeo. MAtíAs nésPoLo