Caídos del Mapa V

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Los verdes de Quipu

Caídos del Mapa V Siempre juntos María Inés Falconi Ilustraciones Fernando Sendra



Capítulo 1

Graciela se aburrió de buscar información en su computadora sobre las pirámides egipcias, y entró en el Messenger. Echó una mirada a la lista de nombres conectados, pero ninguno le pareció demasiado interesante. Compañeros de la escuela, alguno de los chicos del taller de teatro, y como siempre, infaltable, Miriam, pidiendo que la incluya en su lista de contactos. La había soportado durante toda la primaria y ni siquiera ahora, que iba a otra escuela, se la podía sacar de encima. Graciela no sabía cómo había hecho Miriam para conseguir su dirección. Paula juraba y rejuraba que nunca se la había dado, y ella le creía. Claro que Miriam era experta en conseguir lo que se le antojaba y, seguramente, había movido sus contactos. La desautorizó, como todos los días, sin leer el mensaje. Era una tarea inútil, porque mañana iba a volver a aparecer. ¿Es que no tendría nada mejor que hacer en la vida? ¡Quién sabe los versos que metía chateando! En fin... era su problema. Graciela pensó que hoy, el Messenger estaba más aburrido que la momia de Tutankamón, así que, 7


mejor seguir con la tarea de historia. Cuando se estaba por desconectar, vio que entraba un mensaje nuevo. —¿Fede...? –dijo extrañada, dudando de si el Fede que había entrado, era el Fede que ella pensaba. Fede, Paula y Fabián habían sido sus mejores amigos de la primaria. Bueno, Paula seguía siendo su mejor amiga, y también Fabián, aunque ya no lo veía tanto, pero con Fede, estaba peleada. El año pasado, al terminar séptimo, se habían puesto de novios. Después de haberse estado tirando onda desde primer grado, sin haber llegado nunca a nada, lo lograron el último día. Fue el final perfecto. Y el noviazgo, también fue perfecto... mientras duró. Pasaron todo el mes de diciembre juntos, viéndose todos los días, yendo a la pileta, a andar en bici, al cine, a tomar helados. No se aburrían nunca. A veces Paula y Fabián los acompañaban, pero como Fede solo tenía ojos para Graciela, y Graciela para Fede, se aburrían bastante, y terminaron por dejarlos salir solos. En enero, Graciela se fue unos días de vacaciones. Las peores vacaciones de su vida, porque lo único que quería era volver para estar con él. Pero, a su regreso, ya no fue lo mismo. Fede se había hecho un grupo de amigos en el club y se pasaba las tardes con ellos. Ya no se veían todos los días, y, cuando se veían, ya no se divertían tanto como antes. Después, él se fue de vacaciones, y cuando volvió, cortaron definitivamente.

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Graciela tenía la sospecha de que Fede había conocido a alguien en Gesell, pero nunca lo había podido comprobar. En marzo, cuando comenzaron las clases, los cuatro amigos inseparables tuvieron que separarse. Cada uno había empezado el secundario en una escuela distinta: Fede iba al Liceo, Graciela a la Escuela Normal, Fabián al Industrial y Paula al Misericordia... ¡junto con Miriam! Ya no podían verse todos los días como antes. Todos tenían mucho que estudiar, y cuando no, salían con sus nuevos compañeros. En fin, desde el verano, Graciela no había tenido ni noticias de Federico a pesar de tenerlo habilitado en su lista del Messenger. Bueno... ella tampoco le había escrito nunca. ¿Por qué estaría conectándose ahora? No resistió la curiosidad y abrió el mensaje. • “Hola”, decía, “¿Tenés “Los árboles mueren de pie”?”. Graciela no lo podía creer. ¡Después de tres meses de no hablarse le escribía para pedirle un libro...! ¡Y ni siquiera la saludaba! • “No. Chau”, le contestó. No merecía otra cosa. Pero Fede no se dio por vencido. • “¿No sabés dónde lo puedo conseguir?” • “No. Chau.” • “Gracias por la buena onda.” 9


A falta de Fede presente, Graciela tuvo ganas de pegarle a la compu. ¿Le contestaba o no le contestaba? • “De nada. La próxima vez que quieras pedirme algo, por lo menos, saludá primero. (Al final, le contestó).” • “Yo saludé. Dije “hola”. La que no saludó fuiste vos.” • “Basta, Fede. Tengo mucho que estudiar. Chau.” Si realmente hubiera querido irse, hubiera salido del Messenger. Sin embargo se quedó, y por supuesto, la respuesta de Fede no tardó en llegar. • “¿Seguís tan traga como siempre?” • “¿Y vos seguís tan tonto como siempre?“ • “Sí.” • “Ya me parecía. Chau.” Ahí sí, cerró el programa y volvió a las pirámides egipcias. Pero, ¿quién podía concentrarse después de eso? A pesar del enojo y de que Fede le parecía realmente un tonto, era Fede... ¡y era Fede resucitando después de tres meses de silencio! Sin apagar la compu, agarró el teléfono y marcó el número de Paula. Miró la hora. Sí, ya tenía que haber vuelto de la escuela. —¿¡A qué no sabés!? –casi gritó cuando escuchó la voz de Paula.

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—No, no sé. ¿Qué tengo que saber? —Quién acaba de aparecer en el Messenger. —Miriam, no me lo digas –contestó Paula, que ya conocía de memoria las quejas de Graciela. —Sí, Miriam también, como todos los días. Pero, además, digo. —No sé, Gra. ¿Quién? —Fede. —¡¡¡Nooo!!! –esa sí que era una noticia. Graciela le contó, palabra por palabra, toda la conversación y terminó con: —¿No es un estúpido? —Total –coincidió Paula. —No tiene cara. —No. —Me escribe porque necesita algo. —Y... sí... —No porque tenga ganas de saber cómo estoy. —Obvio. —¿Obvio, qué? —Obvio que te escribe por eso. —Es lo que yo digo. Pero yo hice bien en cortarle el rostro, ¿no? —Sí. Escuchame, Gra... Si querés prestarle el libro, yo lo tengo. Graciela se enfureció. —¿Sos tonta, nena? No quiero saber nada con Fede. Si le doy el libro, voy a tener que verlo, y no lo quiero ver. ¿Estamos? —Bueno... yo decía, nada más. 11


—Si vos querés... como mucho... –pareció arrepentirse Graciela– le puedo decir que vos lo tenés, que te llame. —Como quieras. —Eso no me compromete para nada, ¿no? —¡Ay, no, Gra! ¡Cortala! Si no le querés hablar, no le hables y listo. ¿Cuál es el problema? —¿Problema...? –se hizo la tonta Graciela– ¿Yo dije que había algún problema? —No. Me pareció, nada más. Bueno, cambiando de tema... —No. Esperá –la interrumpió Graciela– ¿Entonces, le digo que te lo pida? —¡Sí, nena, sí! ¿Me vas a escuchar o te llamo mañana? —No, dale, te escucho. —¡Resolví el tema de mi cumpleaños! –dijo Paula entusiasmada. —Ah... ¡Qué bueno! ¿Cómo? –a Graciela le importaba un pepino el cumpleaños de Paula. Ni siquiera le parecía un “problema a resolver”. Si uno cumple años, lo festeja y chau. ¿Cuál es la historia? No podía entender cómo Paula hacía un mes que no hablaba de otra cosa. —Vamos a ir a la quinta de mis abuelos –contestó Paula. —¡¿A Moreno?! –Graciela no estaba muy segura de que la noticia la alegrara. Hubiera preferido un baile. —Sí. ¿No es fantástico? –a Paula, evidentemente, sí la alegraba–. Y escuchá ésta: ¡¡¡todo el fin de semana!!! Me costó un montón convencer a mis viejos, pero al final, lo logré. Lo que ahora tenemos que ver, es a quién vamos a invitar. Cómo vamos a ir, 12


creo que ya lo tengo resuelto y lo de la comida también, porque... —Pau... Pau... pará. —¿Qué? —Es que cuando te llamé, estaba estudiando para Historia, y mañana tengo una prueba. Después hablamos. —Bueno. ¿Querés venir a casa después de la escuela? —Puede ser. No sé. Te llamo a la noche. Chau. —Chau. Y era cierto que tenía que estudiar Historia, pero sobre todo, tenía que mandarle el mensaje a Fede. ¿Estaría ahí, todavía? Volvió al Messenger. No estaba. Igual le dejó el mensaje. • “Paula tiene el libro. Si querés, pedíselo.” Seco, cortito y antipático, así intentó que fuera. Después de todo, mejor que no estuviera, así no tenía que chatear con él. Ahora sí, cerró, y volvió a las pirámides. ¿Qué le había dicho Paula del cumpleaños...? Ni siquiera la había escuchado.

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