El último dragón

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En el pueblo de Birka, donde vivían los vikingos, en la lejana y fría isla llamada Björkö, nadie podía sospechar, ni siquiera en sueños, que iba a pasar algo tan increíble. En la entrada de la tienda de regalos había una cesta llena de “Huevos de Dragón”, aunque en realidad eran piedras. Se vendían como recuerdos para atraer clientes y turistas.


Hugo los vio y quería llevárselos todos, pero su papá le dijo que solo podía elegir tres. Eligió dos muy pesados y uno notablemente liviano. Cuando llegó a la casa los acomodó en su escritorio, cerca de la estufa.


La noche llegó y el niño se durmió profundamente. El único sonido que se escuchaba era el de un huevo que crepitaba y comenzaba a descascararse. Porque, como podrán adivinar, no todos esos huevos eran de piedra. Podría haber salido un avestruz o un huevo frito, pero lo que asomó fue, sin dudas, un dragón.


Confundido y desorientado, el dragón vio al niño dormido, se dio cuenta de que no se parecían en nada y se asustó. Pensó que era un monstruo: "En la cabeza tiene un nido de aves". Eso era el cabello de Hugo. "Hace ruidos tenebrosos". Esos eran los ronquidos de Hugo. "De su cuerpo asoman dos gusanos con cinco ojos cada uno". Esos eran los pies de Hugo.


Luego de husmear por la habitación, decidió salir por la ventana. No lo detuvo el frío ni la oscuridad. Recorrió el barrio pero no encontró a ningún familiar cercano, ni lejano. La noche estaba más desierta que el planeta Marte. Entonces regresó a la casa donde dormía Hugo, pero no como se había ido, sino que volvió con un tremendo resfriado.


El dragón quiso entrar por el mismo lugar por donde había salido, pero primero estornudó y con el estornudo salió la primera bocanada de fuego, quemando la manija de la ventana y facilitándole el ingreso.


Por la mañana un rayo de sol entró por la ventana y Hugo se despertó. Saltó de la cama cuando vio que faltaba un huevo. Y un instante después, vio al dragón y se escondió debajo de la cama, aterrado.


El dragón se asomó, era muy curioso. Quiso saludar pero con el resfriado que tenía, apenas acercó su rostro a Hugo, no lo pudo evitar y estornudó. Esto significó, como imaginarán, que salió fuego de su boca y, en consecuencia, cambió notablemente el peinado del niño.


En su cabeza ya no tenía un nido, sino que parecía el césped de una cancha de fútbol. ¿Ustedes que harían con un dragón en casa? Hugo pensó lo mismo: NI IDEA. Pero el pequeño dragón verde de ojos rojos lo miraba con ternura, bostezaba y se le caían los mocos.


Seguramente iba a estornudar de nuevo, y lo hizo, pero por suerte para el otro lado. Solo quemรณ el cubo mรกgico que estaba en la mesa de noche. A Hugo no le importรณ, es mรกs, hasta le hizo un favor porque nunca pudo armar todas las caras de un mismo color.



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