Hoy no es mi día 2

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escritora

María Inés Falconi María Inés Falconi escribe cuentos, teatro y novelas para chicos y adolescentes. Lleva publicadas y estrenadas más de 50 obras en Argentina y otros países de habla hispana. Entre ellas, se destacan las series Caídos del Mapa, Fin de Semana en El Paraíso, C@ro dice:, Hasta el domingo (novelas para pre-adolescentes), Bichos de cuentos, El llorón, Niños (cuentos), Chau señor miedo, Cantata de Pedro y la guerra, De cómo Romeo se transó a Julieta y El nuevo (teatro para niños y jóvenes). Algunas de sus obras han sido traducidas también a otros idiomas y recibido premios nacionales e internacionales. Caídos del Mapa ha sido llevada al cine con guión de su autoría. Participa en numerosos Congresos, Foros, Talleres y Festivales de Teatro para Niños y Jóvenes Nacionales e Internacionales tanto con sus obras, como en calidad de panelista, tallerista, conferenciante u organizadora. Desarrolla su actividad teatral en la Universidad Popular de Belgrano. Es miembro fundador de ATINA (Asociación de Teatristas Independientes para Niños y Adolescentes); además, es Vicepresidente de ASSITEJ (Asociación Internacional de Teatro para la Infancia y la Juventud).

ilustradora

Cynthia Ferrer Nací en Buenos Aires en 1979. Soy ilustradora y traductora. Estudié dibujo artístico en la Escuela de Garaycochea, Bellas Artes en Consudec y Licenciatura en Artes en la UMSA. Dibujo desde mi más tierna infancia y siempre me gustó crear personajes: sirenas y princesas, hadas y duendes. En busca de un estilo propio, asistí a Escuela Color Café, de José Sanabria, donde descubrí el hermoso oficio de ilustrar libros. Hoy me dedico a diseñar personajes para ropa infantil y también desarrollo dos cuentos para niños. Mis hijos, Manuel y Amelia, me acompañan en este aprendizaje, y con sus dibujos y su imaginación sin límites, me recuerdan cómo un dibujo puede contarnos tanto. Mis trabajos: cynthia-ilustrando.blogspot.com.ar


MARÍA INÉS FALCONI

COLECCIÓN

Ilustración de tapa cynthia ferrer



Capítulo 1

Se escuchaba la música de una guitarra latosa que mal tocaba una canción de los Beatles. Tirado en el pasto junto a Valen, Luciano mordisqueaba un pastito recién arrancado. De tanto en tanto alguna nube perdida tapaba el sol y la indecisa tarde de invierno se ponía fresca. Les llegaban lejanas las voces de grandes y chicos que recorrían los puestos de la Feria de Recoleta, corrían por las barrancas o, como ellos, descansaban en el pasto. —Padeze primaveda –comentó Valen cerrando los ojos. —“Padeze primaveda. Ez un día deliziozo” –la imitó Luciano. Valen le pegó. —No te burles. —No me burlo. “Dizculpame”. Valen se rió y le volvió a pegar. —Ya me voy a acostumbrar –dijo–. Hoy porque ez el primer día. —Segundo –aclaró Luciano. —No, primero, porque me los puzieron ayer a las zeiz de la tarde y todavía no zon las zeiz de la tarde. ¡Ay! No puedo hablar… Odio eztoz apadatoz. —¿Y para qué te los pusiste? —No me los puze. Me loz puzieron. Me-los-puzieron –repitió, esforzándose por pronunciar bien–. Dize el dentizta que ya me voy a acoztumbrar. —Sí, obvio. Cuando seas vieja y te quedes sin dientes tampoco vas a tener aparatos. 5


—No zeaz malo. Ademáz, duele. —Mostrame. Valen hizo una sonrisa amplia para que Luciano pudiera ver sus aparatos de ortodoncia. —¡Qué “azco”! –fue el comentario de Luciano– ¿Querés un chicle? —¡Idiota! Luciano rodó por el pasto para evitar un nuevo golpe. Valen se pasó la lengua por los aparatos. ¿Se acostumbraría? Se quedaron en silencio, por razones obvias. —Me encanta ezte lugar –dijo Valen al rato–. No ze ven edifizios alrededor y puedo imaginar que estoy en Conzepzión. —Te falta el río –comentó Luciano. —Me falta el río. En Buenoz Airez ziempre te falta el río. —Salvo que vayas a la Costanera –aclaró Luciano–. O al Riachuelo. —El Riachuelo huele a podrido y la Coztanera no tiene playa. No me guzta. —Ni a mí. Tampoco me gusta Recoleta, no sé si te lo dije. —Me lo dijizte noventa y nueve veces. Ezta ez la número zien. —¿Ves que no tenés en cuenta mis gustos? –bromeó Luciano. —Loz tengo en cuenta cuando coinziden con loz míoz. Miz gustoz zon mejorez guztoz que loz tuyoz. —Za za za za. ¿Quién lo dice? —Yo, obvio. ¿Quedéz ver? Luciano se encogió de hombros. —Heladoz –tiró Valen. —Chocolate –contestó rápidamente Luciano. —Limón. Mucho máz rico. —¡Puaj! Bandas –dijo Luciano rápidamente. —Laz Pelotaz. 6


—Redonditos. No vas a comparar –refutó Luciano. —Series –propuso ahora Valen. —The Big Bang Theory. —Friends. ¿Viste?... Miz guztoz zon mejodez –confirmó. —Muy trucha tu encuesta. No sos objetiva. Valen se rió. Le encantaban esas conversaciones tontas con Luciano. Podían pasar horas así, hablando de nada. —¿Por qué no te guzta Recoleta? –volvió al tema. —Demasiado sol. Demasiada luz. Demasiada gente. —Cierto. Voz soz un niño de laz tinieblaz. No zé cómo podéz comparar eztar tirado acá con eztar encerrado en eze túnel mal oliente. —No comparo. No hay comparación posible. El túnel es lo más. El resto no existe. —Zí, zeguro –ironizó Valentina. Luciano compartía con unos amigos, todos fanáticos de la computación, un lugar, habitación, local (no tenía nombre posible aunque ellos le decían “laboratorio”) que estaba en el túnel del subte, en la estación Medrano. Era un lugar que ya no se usaba y que habían conseguido a través del papá de uno de ellos que trabajaba en Subterráneos. Por supuesto, era un lugar secreto al que había que entrar con una tarjeta de identificación que ellos mismos habían creado. Nadie los molestaba ahí, porque la gente de Subterráneos creía que seguía vacío. El secreto solo era compartido por el papá de Sebastián, quien no pensaba delatarlos porque se los había otorgado un tanto… ilegalmente o al menos, sin autorización alguna, cuando los chicos andaban buscando un lugar aislado para hacer sus investigaciones. Ahí Luciano había llevado a Valen el día en que se conocieron. Le quería mostrar las pruebas que estaba haciendo con sus amigos hackeando una plataforma científica de investigación que permitía, ni más ni menos, trasladarse virtualmente a cualquier lugar que uno imaginara en ese momento sin 7


salir del laboratorio. Luciano pensaba impresionarla con eso, y vaya si la impresionó. Probaron juntos el programa y lo que había parecido en un momento una aventura divertida y apasionante, se había transformado de repente en una situación peligrosa. Se habían trasladado a Concepción del Uruguay donde vivía Valentina antes de venir a Buenos Aires y allí, descubrieron lo peor: Ana, su mejor amiga, estaba comenzando a salir con su novio, desde ese momento, su exnovio. Esa mañana él la había llevado a navegar y ahí, en el barco, se había puesto violento. Tal vez hubiera llegado a violarla si Luciano y Valen no llegaban a tiempo. La salvaron, pero al realizar el viaje, el sistema los había detectado y fueron bloqueados de inmediato. Hacía dos meses que Luciano y sus amigos no podían volver al laboratorio ni usar las computadoras y mucho menos volver a entrar a la plataforma. Luciano estaba a punto de volverse loco. Tenía síndrome de abstinencia, como decía Valen para molestarlo. —¿Cómo va el programa? ¿Ya pudieron volver a entrar? –quería ser comprensiva aunque odiara ese lugar. —Dice el Colo que en esta semana vamos a poder conectarnos. Pero no sé, tengo mis dudas. —¿Por? —El Colo es muy confiado. Después se mete y revienta todo. Ya nos pasó. —¿Y por qué lo dejan a él? ¿No lo puede hazer otro? —Es el que más sabe. Lo hacemos un poco entre todos, pero la configuración final se la da el Colo. —¿Y zi ezta vez loz dejan entrar para detectarloz? Digo, puede que loz eztén ezperando. Ezoz tipoz deben zaber máz que uztedez. —Es un riesgo. Es como una competencia, ¿entendés? A ver quién es más vivo, o más rápido, o más inteligente, no sé.

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—Zerá una competenzia pada uztedez. Pada loz tipoz ez un trabajo. —No. También es una competencia. O un desafío. Te despierta eso. —¡Ja! Como jugar a la Play –se burló Valen. —Ponele. —Lo único que lamento ez que una vez que ze vuelvan a conectar ya no vaz a querer zalir los domingos, vaz a volver al fondo de la Tierra –dijo Valen. —Exacto. —¿Y yo? —Vas a seguir pelotudeando en las plazas, pero sola. —Exacto. Valen se quedó callada. Había disfrutado estos paseos de fin de semana con Luciano. Cada domingo elegían un parque distinto. Valen decía que quería conocer Buenos Aires para dejar de ser una provinciana recién llegada. Y Luciano odiaba las plazas pero la pasaba bien con ella haciendo nada. Un mensaje entró al celular de Luciano. Lo miró con indiferencia. “Colo”. Lo miró con un poco más de interés. —¡Listo! –gritó sentándose. —¿Lizto qué? –preguntó Valen desde el piso. —Lo logró. ¡Qué capo! –Luciano se puso de pie. —¿Entró al sistema? —Claro que entró. Luciano se agachó, le agarró la cabeza y le dio un beso en la mejilla que dejó a Valen sin saber qué decir. —Vamos –dijo tendiéndole la mano para que se pare. —¿Ahora?... Ez temprano. —Ahora, ya, volando –Luciano no podía quedarse quieto. —¿Adónde vamoz? —Yo al túnel. Vos… no sé… ¿a tu casa? 9


Valentina se puso de mal humor. No tenía ganas de terminar la tarde, no tenía ganas de ir a su casa y pasar el resto del domingo con su mamá, no tenía ganas de separarse de Luciano y menos ganas de que Luciano se encerrara en el túnel para siempre, como estaba segura de que iba a hacer. —No. Yo me quedo –contestó por fin sin disimular su mufa. —¿Sola? —Para eztar tirada en el pazto no nezezito a nadie. Hablamoz dezpuéz. Valen cerró los ojos para dar por terminada la conversación y también porque tenía ganas de llorar. Valen y Luciano no eran técnicamente “novios”. No habían habido declaraciones, abrazos, besos ni ninguna otra cosa. Eran amigos, mejores amigos. No había sido necesario aclararlo. Los dos sabían que era así y los dos sabían, también, que intentar cualquier otra cosa podía terminar con esa amistad para siempre, así que ni pensarlo. Todo había sido una serie de coincidencias. Que se hubieran conocido, que hubieran pasado juntos por los peligros de Concepción, que Valen no conociera mucha gente en Buenos Aires y que con la que conocía no se llevara bien y que Luciano sí conociera mucha gente en Buenos Aires pero que con la que conocía tampoco se llevara; que hubieran tenido que cerrar el laboratorio por casi dos meses y que Luciano anduviera más colgado que murciélago de día, nunca más adecuado para alguien amante de las oscuridades. En fin, que todo eso los había juntado y también que todo eso, ahora, en este mismo instante se había terminado. A pesar de su entusiasmo Luciano se dio cuenta de que Valen se había molestado y que no estaba demasiado bien salir corriendo de esa manera. —¿Te enojaste? –preguntó acuclillándose junto a ella. Valen negó con la cabeza, sin abrir los ojos. —Ok. Entonces, chau. 10


Valen abrió los ojos al instante, pero Luciano no se había movido. —¿Viste? Estás furiosa –dijo él. —No, pero bueno… no penzé que te ibaz a ir azí, de repente. —“Ez que no zoporto estar con una zezeoza” –se burló Luciano. —Por lo que zea –Valentina no quiso registrar el chiste–, igual te vaz. —Me voy hasta la estación Medrano, Valen, no me voy a Siberia. —Da lo mizmo. Pero, bueno, no importa. Andate, ya ze me va a pazar. Pero Luciano no se fue. Se sentó sobre el pasto y resopló. —No quiero pelearme –dijo–. Nunca nos peleamos. —Ziempre hay una primera vez –contestó Valen, cortante. —Un pensamiento muy profundo. Valen no contestó. Luciano volvió a suspirar. —¿Hay algo que pueda hacer para que te mejore el humor? —Zí. Irte. Ya fue. Aunque te quedaraz, nada zería lo mismo, porque estaríaz penzando en tu puta computadora. —Todos los días, durante cada minuto pienso en mi puta-com-puta. —¿Eh?... —Me gustó como suena: “puta computa”. Acabo de bautizarla. Valen se rió. Esas tonteras eran las que le gustaban de Luciano. —¿Te dije que tenés una linda sonrisa? –Luciano repitió la frase hecha que le decía cuando la quería hacer enojar. 11


Lo logró. Valen le pegó y se sentó. —Prefiero que me pegues a que pongas esa cara de orto –dijo Luciano–. ¿Amigos? —No. Acabo de pegarte. Luciano sonrió. —En serio, Valen. Me muero por estar allá. Están todos los pibes. Es un día histórico. ¿Te das cuenta? —Zí. —Tampoco quiero dejarte sola acá… ¿Querés venir conmigo? –se le ocurrió. —¿A la cueva? No, graciaz. Cuando uztedez entran ahí ze olvidan de todo. Me voy a quedar mirando y no entiendo nada. —Capaz que si funciona podemos probarlo juntos. Dale. ¿No te gustaría? La hizo dudar. —Sí, te gustaría –insistió. —Bueno, entre eztar en caza con mi vieja… —Dale, vamos. Luciano se paró de un salto y le tendió la mano para ayudarla. Valen lo siguió sin entusiasmo. No sabía si había sido una buena decisión.

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