María Inés Falconi
Escribe cuentos, teatro y novelas para chicos y adolescentes. Lleva publicadas y/o estrenadas más de 50 obras en Argentina y otros países de habla hispana. Entre ellas, se destacan las series Caídos del Mapa y Hoy no es mi día 1 y 2, novelas para preadolescentes. Algunos de sus cuentos son Alta, muda y con las patas lar gas, A mi abuela no le gusta mi gato, Piratas, brujas y hadas que no le temen a nada y Niños, las brujas no existen. También cuenta con obras de teatro para niños y jó venes tales como De cómo Romeo se transó a Julieta, El nuevo, Ruido en una noche de verano, entre otros. Además, es autora de la colección El caballero de La Mancha, adaptación de los dos libros de El Quijote de La Mancha en versión historieta. Algu nas de sus obras han sido traducidas también a otros idiomas y recibido premios nacionales e internacionales.
Caídos del Mapa ha sido llevada al cine con guión de su autoría. Participa en nume rosos Congresos, Foros, Talleres y Festivales de Teatro para Niños y Jóvenes Naciona les e Internacionales tanto con sus obras, como en calidad de panelista, tallerista, conferenciante u organizadora.
Desarrolla su actividad teatral en la Universidad Popular de Belgrano. Es Miembro fundador de ATINA (Asociación de Teatristas Independientes para Niños y Adoles centes); además, es Miembro Honorario de ASSITEJ (Asociación Internacional de Teatro para la Infancia y a Juventud).
JUAN DEVOTO
Juan Devoto (Apen) es ilustrador y docente. Nació en Buenos Aires con un lápiz en una mano y una galletita dulce en la otra. Estudió cine y trabajó en teatro durante muchos años, hasta que un día decidió contar historias dibujando. Lo que más le gusta es crear personajes y sus mundos, usando el humor, la ironía, y la ternura como lenguaje. Dio clases en la Universidad y actualmente dicta talleres de ilustración. Está hecho a base de fracasos.
escritora ilustradorEL VIAJE DE EGRESADOS
Ilustrador: Juan Devoto
SAGA
©
María Inés Falconi, 1997 Quipu, 1997 Juan Devoto, 2021 Quipu, 2021
1a edición: 2022
Murcia 1558, Buenos Aires Tel: +54 (11) 5365-8325 consultas@quipu.com.ar www.quipu.com.ar @quipulibros /QuipuLibros /caidosdelmapa
Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Libro de edición argentina Printed in Argentina
Falconi, María Inés Caídos del mapa 3 : en viaje de egresados / María Inés Falconi ; ilustrado por Juan Devoto.- 1a ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Quipu, 2022. 240 p. : il. ; 21 x 14 cm. - (Saga caídos del mapa / 3)
ISBN 978-987-504-488-3
1. Narrativa Infantil y Juvenil Argentina. 2. Educación Sexual Integral. 3. Relaciones Interpersonales. I. Devoto, Juan, ilus. II. Título. CDD A863.9282
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Impreso en Argentina con Papel de Fuentes Mixtas y manejo responsable.
¿Está mal ratearse de la clase de Geo grafía? ¿Está mal buchonear a los compa ñeros? ¿Está mal insultar? ¿Y decir malas palabras? ¿Está mal besar? ¿Está mal de cirle a alguien cosas que lo pueden herir? ¿Está mal ser leal a los amigos? ¿Y burlar se de la maestra a sus espaldas? ¿Está mal mentir? ¿Y pelearse? ¿Y perdonarse? ¿Y en gañar? ¿Y enamorarse?
Muchas de estas cosas van a hacer Graciela, Federico, Paula y Fabián desde aquel día de séptimo grado en que se escondieron en el sótano de la escuela y Miriam los descubrió. Durante su adolescencia les van a pasar cosas de las que no se van a olvidar nunca más. Algunas están bien, otras están mal. De algunas se van a arrepentir y otras serán tan buenas que se van a acordar de ellas con nostalgia durante toda su vida. Como nos pasa a todos, porque los personajes se nos parecen bastante.
Cada una de las historias que viven estos cinco amigos (y no tan amigos), nos llevan a reflexionar, a opinar, a tomar par tido o a discutir con libertad sobre las re laciones interpersonales, el vínculo con los pares y con los adultos, los sueños, las pérdidas, los miedos, los amores, los odios y muchas cosas más. Su mundo no es un mundo ideal. Ellos no son héroes ni villa nos, son chicos que están aprendiendo a crecer, a veces a los golpes y otras veces con caricias.
Las historias de los libros no están escritas para señalarnos el camino correcto, se escriben para acompañarnos a descubrirlo.
Va mi deseo para que esta colección, además de entretenerlos, hacerlos reír y a veces llorar, sea también una buena com pañía en el difícil pero fascinante camino de crecer.
MARÍA INÉS FALCONI
PRÓLOGO
O, SIMPLEMENTE, LO QUE PASÓ ANTES
Los chicos de séptimo A y B, acababan de salir juntos de viaje de egresados, rumbo a La Falda. No todo es como quisieran: por decisión de los padres, además de los coordinadores de la empresa de turismo, Verónica y Daniel, viaja con ellos la señorita Elvira, maestra de Geografía, más conocida como "la Foca".
Una verdadera pesadilla, si se piensa que la Foca confunde un viaje de egresados con un viaje de estudios y los ha obligado a llevar cuadernos, lápices y otros elementos necesarios para aprender "in situ" la flora y fauna del lugar.
Pero esa no es la única rareza de este viaje. Paula, Graciela, Federico y Fabián, los cuatro amigos inseparables, viajan con "compañía". Llevan escon dido en un bolso a Virus, el perrito de Paula.
Los preparativos para poder subirlo al micro no fueron fáciles, pero saben que mucho peor va a ser mantenerlo una semana escondido, sin que nadie lo descubra. Y cuando dicen "nadie", piensan sobre todo, en Miriam, especialista en espionaje y buchoneo.
Por suerte, ellos consiguieron el último asiento, y a la gorda (como la llaman) la mandaron adelan te, al lado de la maestra.
Pero nunca se sabe. Miriam siempre se mete en todo y si esta vez los descubre, puede ser peligroso.
CAPÍTULO 1
La Foca dormía en el asiento de adelante, con la boca abierta como una foca. Había queda do pegada contra la ventanilla porque Miriam, a su lado, roncaba despatarrada, ocupando los dos asientos.
Si los chicos de séptimo A y B no hubieran gritado tanto, habrían escuchado el desafinado concierto de ronquidos que entre las dos hacían: la Foca un ruidito raro, como un silbido, interrumpi do cada tanto por su tosecita molesta; Miriam, un rugido profundo, mezcla de hipopótamo resfriado y estornudo de elefante.
Solo Martín reparó en ellas: —¡Che! ¡Paren! ¡Escuchen! –empezó a gritar.
En ese micro era díficil que alguien escuchara. Ni a él, ni a Daniel o a Verónica, los coordinadores, que cada tanto tenían la sana intención de tranqui lizarlos. Un pedido de silencio siempre traía como resultado un aumento del ruido.
Pero Martín se esmeró, saltó, gritó, fue asiento por asiento... y lo logró. De golpe, hubo silen cio, y los ronquidos sonaron claritos, horribles y amenazadores.
Y si los gritos no habían logrado despertar a la Foca, el silencio sí lo hizo. De pronto, se sentó en el asiento, y todavía medio dormida preguntó: —¿Ya llegamos...?
Una catarata de gritos, risas y silbatinas anónimas fue la respuesta.
La Foca miró por la ventanilla: ruta y más ruta.
—¿Falta mucho? –le preguntó al chofer.
—Tres horas, más o menos.
Se pasó la mano por la cara, se arregló el pelo y, algo más despierta, se paró, dispuesta a poner un poco de orden. Lentamente empezó a caminar por el pasillo del micro.
—Siéntese bien. Cierre esa ventanilla. Saque los pies del asiento. Levante esa campera.
A medida que ella pasaba se iba haciendo silencio. Solo unas risitas, que por suerte ella no escuchaba, y un montón de muecas y monigotadas que le hacían por detrás, y que por suerte, ella no veía.
—¡Ahí viene! –le dijo Fede a Fabián sacudién dole el brazo– ¡Dale! ¡Metelo en el bolso!
Pero Fabián, como siempre, tenía los auricula res puestos y no escuchó ni medio. Miró a Federico con cara de "qué querés", pero ya era tarde para explicaciones.
Fede metió las manos abajo de la campe ra que estaba sobre el asiento y tironeó. A Virus,
el perro de Paula, no le gustó nada que lo desperta ran tan violentamente, y gruñó.
Justo en ese momento, la Foca estaba llegando al asiento de adelante, el de las chicas.
—Gritan tanto que parecen perros –dijo. Paula se puso pálida. Seguro que lo escuchó, pensó.
Virus volvió a gruñir. No quería saber nada de meter la cabeza adentro del bolso.
—¡Grrr! ¡Grrr! ¡Grrr! –canturreó Fabián tratando de hacerle creer a la Foca que tarareaba la canción que escuchaba.
—¡Sáquese ese aparato de las orejas, señor! ¿No se da cuenta de que grita como un animal? Eso no es música, son ladridos.
Paula, aterrorizada, abrió la boca para decir algo y Graciela supo que estaba por confesar. La agarró del brazo y la tironeó al piso.
—¡Callate! –le dijo en un susurro.
—¿Qué hacen en el piso? –preguntó la Foca–. Siéntense bien, que si el micro frena se pueden golpear.
—Se nos perdió una medallita... –mintió Graciela.
—Sí, de oro –agregó Paula.
—¿Pero ustedes no escucharon que no había que traer objetos de valor? –les recriminó la Foca.
—Es que es un recuerdo... No me la saco nunca –dijo Graciela.
—¿La que te regaló tu abuela? –se metió Fede para hacer más creíble la mentira, y de paso, dis traer a la Foca mientras Fabián seguía luchando con el perro.
—Esa –dijo Graciela.
—Esperá que te ayudo –dijo Fede tirándose también al piso.
—¿Está segura de que la tenía cuando subió al micro? –preguntó la Foca.
—Creo que sí...
—A ver, déjeme ver –dijo. Y antes de que alguien pudiera detenerla, ella también estaba en cuatro patas en el pasillo–. ¡Qué chiquero! Junten los papeles, de paso.
Paula, Graciela, Federico y la Foca amontona ban sus cabezas debajo del asiento. La Foca buscaba la medallita, pero los chicos buscaban la forma de sacársela de encima. Había sido una pésima excusa. De pronto Paula tocó algo húmedo. Sacó la mano con asco, pero inmediatamente se dio cuenta. Miró desesperada a Graciela: Virus se había soltado de las manos de Fabián y había pasado por abajo del asiento. Ahora movía la cola, feliz de encontrar a su dueña. Paula lo empujó hacía atrás y el perro, encantado con el juego, ladró.
—¿La encontró? –preguntó la Foca.
—No –dijo Fede para distraerla–. Puede haber rodado para allá.
La Foca giró hacia la otra fila de asientos. Paula aprovechó para volver a empujar a Virus. Fabián pudo agarrarlo de la cola y Virus volvió a ladrar.
—¿La encontró? –volvió a preguntar la Foca.
—Sí, sí –dijo Fabián. Era mejor terminar con esa historia de una vez.
—Démela que yo la guardo, así no la vuelve a perder –dijo la Foca.
Los chicos tragaron saliva. ¿Darle qué?
—Dale, Paula –ordenó Fabián.
Paula lo miró desconcertada. Ella no había encontrado ninguna medalla.
—La medallita –insistió Fabián. Paula no reac cionaba–. La que tenés colgada, nena. La de Graciela, que se olvidó que te la había prestado y creyó que la había perdido –explicó Fabián remarcando bien las palabras.
Ahí Paula se avivó. Se llevó la mano al cuello y se desenganchó su propia medallita.
—¡Yo no sé dónde tienen la cabeza! –dijo la Foca, agarrando la medalla–. ¡Pero esta no es de oro, es de plata!
—¿Oro? –dijo Graciela–. ¿Yo dije oro? ¡Ay! ¡Qué tonta! Me confundí.
—Los que tengan cosas de valor... –empezó a decir la Foca, pero la interrumpió un empujón de Federico–. ¡Despacio, caramba!
Pero Fede no tenía tiempo para pasar des pacio. Cuando Paula se sacó la medallita, Virus aprovechó y pasándole entre las piernas, empezó su propia recorrida por el micro por debajo de los asientos.
Había que frenarlo antes de que lo viera alguien, antes de que lo viera la Foca y, sobre todo, antes de que llegara al asiento de Miriam.
Por suerte, Virus era goloso y un caramelo logró detenerlo. Los chicos miraron a su alrededor: nadie lo había visto. Había que regresar a la Foca a su asiento y, también, distraer a los demás.
Graciela tuvo una idea genial. Agarró a la Foca del brazo, superando la alergia que le causaba, y lo más cariñosamente que pudo, le dijo:
—Seño... ¿Usted no sabe alguna canción para enseñarnos?
Fabián se atragantó.
—A ver, déjenme pensar... Sí, me acuerdo de una –la Foca tomó aire para empezar.
—Desde acá no la van a escuchar –dijo Graciela–. Mejor que la cante adelante.
—Tiene razón. Quédense sentados.
La Foca volvió adelante y parándose junto al chofer, tomó aire y empezó:
“Chofer, chofer, apague ese motor, que en esta cafetera nos morimos de calor.”
El espectáculo distrajo a todos los chicos. Nadie le prestó atención a Federico que empujaba al perro por debajo de los asientos.
La Foca repetía una y otra vez el estribillo, palmeando y agitando los brazos para que todos cantaran. Era un espectáculo tan sorprendente que, de haber descubierto a Virus en ese momento, nadie le hubiera prestado atención.