Las dos Adelias Alver Metalli
Ilustraciones Anita Dominoni
Capítulo 1
El llanto se atenúa, el resplandor de la pantalla ilumina la penumbra de la sala con una ráfaga de flashes. La niña acurrucada en un sillón tensa el cuerpo hacia el televisor; toda su atención está concentrada en la cómica criatura que camina por la helada superficie polar. El cuerpo cilíndrico sube y baja, torpe bolsa de grasa sacudida por un paso corto y oscilante; el vientre cubierto por un espeso plumaje blanco bailotea sobre el espejo de hielo. Las notas en re mayor acompañan en un telón de fondo los movimientos estrafalarios del animal. ¿Un mamífero con plumas? ¿Un pájaro-pez? ¿Un pez que no terminó de completar su transformación en pájaro por algún defecto genético? ¿Un pájaro transformado en pez por un aprendiz de brujo? La niña mira fijo la pantalla, con la atención completamente atrapada por los movimientos del extraño personaje que se inclina para un lado y para el otro.
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La música crece en intensidad. Las cuerdas retroceden y se pierden en la distancia gélida de los espacios polares dejando una estela de vibraciones sobrepasadas por el piano que ahora ocupa el primer lugar. La niña separa la espalda, se afirma con las manos en los brazos del sillón y balancea el cuerpo al mismo ritmo que el extraño ser del televisor. La criatura de vientre inmaculado y lomo negro bailotea más rápido y parece que quisiera escapar a la atención de la niña del salón que se ha vuelto demasiado indiscreta. Las alas, ridículos muñones sin gracia, se agitan bajo los rayos de un sol que no calienta. El dedo de la niña apunta la pantalla sin ninguna vacilación, rígido como el palito de un helado. “¡Quiero unooo...!”. El grito remonta la escalera hasta el piso superior, de doña Felicita y Alexandre tratan de prolongar el sueño aferrándose a los últimos retazos de inconciencia. De pronto el pájaro con frac cae hacia delante, rebota sobre la panza generosa y se desliza hacia el agua igual que un trineo bien aceitado; se precipita desde el borde de la planchada de hielo impulsado por el tapiz de notas del concierto para piano número veinte de Wolfgang Amadeus Mozart.
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Se sumerge de golpe bajo la superficie del agua sin salpicar ni una gota, igual que un proyectil disparado hacia su objetivo a loca velocidad. La orquesta toma aliento, crece, alcanza al piano y lo supera; espirales de arpegios caracolean alegres en el aire cristalino acompañando a la criatura terrestre que con agraciadas piruetas de pronto se ha convertido en marina en la profundidad del Océano. El matrimonio Dos Santos se da vuelta en la cama al mismo tiempo, sacudido por la voz que llega de la planta baja. “¡Quiero unooo...!”. El grito rasga la penumbra de la sala quebrando el silencio familiar. “¡Quiero unooo...!”. “¿La escuchaste?”, susurra doña Felicita a su marido. Alexandre frota la cabeza contra el almohadón, apoya la cara y observa a su mujer con un solo ojo. “Ya está con la televisión a esta hora”, gruñe poniéndose de costado. “Es uno de sus documentales sobre animales… ¿escuchas la música?”, le responde su esposa. Las notas del piano se aceleran y acompañan al payaso blanco y negro bajo el agua, los bronces estallan y dominan la orquesta que arranca al galope en una cabalgata otoñal; 7
un crescendo de notas en re mayor acompaña al pájaro-pez que se retuerce, toma velocidad y gira sobre sí mismo con la gracia de una bailarina. El ojo de la cámara vuelve a la superficie. El pack1 refracta en todas direcciones la luz enceguecedora que llega desde arriba. La niña sigue mirando fijamente la pantalla, hipnotizada por los muñecos blancos y negros que ahora hacen piruetas sobre el banco de hielo, al son de la flauta. La colonia retoza alegremente como niños en el patio de la escuela. La mancha bicolor se extiende, se reagrupa, se desplaza hacia un costado, retrocede y avanza siempre en precario equilibrio. La niña apunta el dedo hacia el televisor, la garganta se dilata, el cuello se pone rígido, la campanilla vibra en la cavidad de la boca. “¡Quiero unooo!”. Alexandre: “¿Qué dijo?”. Doña Felicita: “Que quiere uno”. Alexandre: “¿Y qué es lo que quiere?”. Doña Felicita: “No puedo saberlo, querido…”. Alexandre: “¿Qué habrá visto ahora?”. Doña Felicita: “Algún bicho raro. Ya sabes que Débora se vuelve loca por los animales”. Alexandre: “¡No empezará de nuevo con otra historia al estilo del lobo siberiano!”.
1. Estrato de hielo superficial característico de las regiones antárticas.
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Doña Felicita: “Nuestra hija es curiosa; eso no tiene nada de malo”. Alexandre: “Si no exagera, no”. Doña Felicita: “Su maestra siempre dice que la curiosidad es el motor de cualquier aprendizaje”. Alexandre: “¡Pero ya viste cómo terminó el pobre animal! Lo trajimos a Manaos desde Siberia con el caboclo importador de animales que hizo malabarismos para conseguirlo, y ahora está tirado ahí afuera, duro como un bacalao”. Doña Felicita: “No era muy resistente…”. Alexandre: “¿Cómo que no era resistente? ¡Con todas las vacunas que le pusimos! Y, además, el lobo siberiano es uno de los animales más longevos…”. Doña Felicita: “No es lo mismo ser longevo que ser resistente”. Alexandre: “La verdad es que no debimos comprarlo. Lo que nos costó traerlo de Siberia… ¡Un ojo de la cara!”. Doña Felicita: “¡El importador lo dijo desde el principio! La primera vez que fuimos a verlo nos advirtió que era complicado traerlo desde tan lejos...”. Alexandre: “¡Ya lo creo!”. Doña Felicita: “Y así fue. No sirvió de nada la piscina ni ese ventilador gigantesco. Ni siquiera la cucha del tío Furtado con equipo de aire acondicionado…”. Alexandre cambia de posición, se da vuelta y apoya la cara sobre la almohada. 9
Alexandre:“No debimos comprárselo; cualquier otro cachorro hubiera sido mejor”. Doña Felicita:“Ya conoces a tu hija; no quiere saber nada de cachorritos. Ni caniches, ni chihuahua, ni yorkshire o lulú pomerania… Detesta los perritos falderos. ¡Ella quería un verdadero lobo siberiano!”. Alexandre: “Y lo tuvo, pero…”. Doña Felicita: “Totó la hizo feliz”. Alexandre: “Y ahora está ahí afuera duro como un pescado seco; ¡bien contenta se va a poner esa bruja de la vecina que no lo soportaba!”. Doña Felicita:“Doña Bigo es una vieja loca, todos lo saben en Manaos”. Alexandre y doña Felicita se quedan escuchando los sonidos que llegan de la planta baja. Doña Felicita: “El animal muerto no puede quedar allí todo el día, ni siquiera con el aire acondicionado encendido; el calor descompone muy rápido cualquier cosa. Y ya escuchaste el noticiero de la radio, hoy la temperatura llegará a 44 grados”. Alexandre: “¡Qué olor! Vamos a sentir el hedor de ese animal hasta dentro de la casa”. Doña Felicita:“No te quejes, hay otros que están peor. ¿Te acuerdas, querido, el tufo que había en la barraca del importador Ypiranga Monteiro?”, sonríe con una mueca. Alexandre: “Creo que todavía lo tengo pegado al cuerpo. Me dan ganas de vomitar”. 10
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Doña Felicita: “Con todos esos animales… ¿has visto todos los que tenía?”. Ambos callan. Alexandre se coloca de espaldas y observa el movimiento de las paletas del ventilador que gira en el techo. Doña Felicita: “¿Qué hacemos?”. Alexandre: “¿Con el cadáver del lobo?”. Doña Felicita: “Sí, con Totó”. Alexandre: “Ya llamé al Servicio municipal que recoge animales muertos”. Doña Felicita: “Esperemos que no demore”. Alexandre: “No, no creo. Me aseguraron que vendrán hoy mismo”. Doña Felicita: “Quizá sea mejor que vaya abajo y vea qué pasa”. Alexandre: “Cualquier cosa que quiera nuestra hija, por favor no le des cuerda”. Se miran furtivamente, ambos de costado, cada uno desde su lado de la cama. Doña Felicita: “Sí, voy a ver”. Felicita Dos Santos aleja la sábana y apoya los pies sobre la alfombra de cuero de capivara2 junto a la cama. Con la punta de los dedos busca las pantuflas bordadas, las calza y desfila delante del gran espejo de la cómoda para salir del dormitorio.
2. Roedor herbívoro que vive en las zonas pantanosas de América. En Argentina se lo conoce como carpincho.
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El penacho de humo de la barcaza que draga el río se desplaza lentamente a lo largo de la costa soleada arrastrando un tembloroso penacho de humo. Algunas pequeñas embarcaciones de motor se separan de la orilla y se alejan hacia aldeas perdidas con su carga de víveres y provisiones; en el mercado del puerto los comerciantes despliegan sus mercancías en los puestos; el griterío de los regateos se desborda entre las callejuelas como un río en creciente; se levantan las persianas de los depósitos que dan a la calle, las poleas chirrían arrastrando su pesada carga; las escuelas de la ciudad abren sus puertas bien temprano, antes de que despunte el sol, anticipándose un par de horas al calor; el tráfico fluye fatigosamente a lo largo de las principales avenidas y se condensa en las calles del centro con las primeras luces del día. Los vahos de la tierra impregnan el aire embalsamado, se abren las corolas del silene3, los musgos parásitos absorben la humedad del aire y engrosan la corteza de los ébanos, el pigmento celeste de las caobas se torna amarronado, un temblor recorre las lianas y se transmite al follaje de los poderosos ceibos. La selva estrecha el asedio sobre la ciudad como si quisiera tragarla, anticipando la catástrofe inminente.
3. Silene: planta pequeña de hojas verde vivo y muchas flores con forma de estrella de color rosa, blanco o rojo.
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