¡No creas todo lo que escuches!

Page 1



Capítulo 1

Los cinco mandamientos · Un mes antes del encuentro con Milo ·

16:40

NOTAS Dejar atrás. Dejar todo atrás. Los rincones de un tiempo que ya no habito, lo que quedó de nosotros, a pesar del esfuerzo que hice para que nuestro tiempo siguiera permaneciendo en este mundo que dejó de ser lo que creíamos. Esos rincones del tiempo que ya tampoco habitás vos.

—¿Qué hacés, hija? –no hubo respuesta–. ¡Ámbar! –gritó su padre, con fastidio, mientras la miraba por el retrovisor. —Está con los auriculares, no te escucha –dijo su mamá–. ¡Hija, hija! –le sacudió la pierna. —¿Qué pasa? –se sacó uno de los audífonos. —Te pregunté si estabas bien, porque no dijiste una palabra en todo el viaje, pero no me di cuenta de que estabas con los cositos esos puestos. 9


—Está todo bien, pa. Estoy escribiendo. —¿Segura? No estás arrepentida, ¿no? Mirá que siempre podemos pegar la vuelta. Quizás necesitás pensarlo un poco más. —No estoy arrepentida, para nada, al contrario. Quiero llegar ya a la residencia. Estaba escribiendo, estoy bien. —¿No es incómodo escribir esas poesías en el celular? –preguntó su mamá al tiempo que abría la ventanilla para que entrara aire. —No son “esas poesías”, mamá –respondió con fastidio–, y no, no es incómodo. A vos te resultará así porque agarrás el celular de esa forma rarísima y escribís con un solo dedo, por eso tardás media hora en responder un whatsapp. —¡No tarda media hora, che! –retrucó su papá–. A lo sumo veinte, veinticinco minutitos –comenzaron a reír los tres. —Háganse los vivos ustedes –se quedó en silencio mirando hacia afuera. —Ma, perdón, fue un chiste, no te enojes. —¿Qué enojo ni enojo? No es eso. —¿Y qué es? –Ámbar y Daniel también se pusieron serios. —Estás a punto de empezar una nueva etapa en tu vida, lejos de nosotros, de tu hermano, de tus amigas, de tu casa... –hizo un breve silencio–. Lejos de Thiago, también –Ámbar la miró sin decir nada–. No quiero preguntarte mucho sobre ese tema, pero me importa saber cómo te sentís, nunca pude entender bien qué cosas pasan por tu cabeza. —Ma, Thiago es una historia cerrada y terminada. —¿Estás segura de que no estás escapándote? —No, al contrario. Es una de las razones por las cuales decidí cortar con él. Ninguno de los dos cree que sea posible una relación a distancia. 10


—Bueno, tampoco tanta distancia, son 70 kilómetros, che –dijo su papá con su característico tono porteño. —Que en el día a día se hubiesen sentido muchísimo. ¿Te olvidás de lo que era nuestra relación? Estábamos pegados las veinticuatro horas del día. Hacíamos, lit, todo de a dos. —¿Hacían lit? ¿Qué es eso? —Literalmente, mamá. Estábamos todo el tiempo juntos. —Sí, eso lo noté hace bastante. Pero, qué sé yo, Thiaguito es tan buen chico y vos te veías tan feliz, que a veces uno comete el error de dejar pasar cosas solo por no interferir. —Sí, pa. Y yo también me daba cuenta. Había días en los que nos separábamos solo para dormir, y a la mañana siguiente, ooootra vez la misma rutina. Desayunar en el Mac, ir a la escuela, sentarnos en el mismo banco, dos de los tres recreos con él, almorzar juntos, estudiar juntos, mirar una serie, una película, lo que sea, cenar, beso de despedida, dormir y así. Es imposible que una relación con semejante grado de intensidad no termine mal, o al menos, no termine. —A tu edad las relaciones siempre son así, hija. Luego, vas aprendiendo. —¿Qué “a su edad”, Julia? Las relaciones, a cualquier edad, están planteadas así. No existe el concepto de individualidad. Mirá los matrimonios. Hacen todo de a dos o no hacen. —Sí, creo que sí. Veía todo el tiempo parejas infelices a mi alrededor. Y no quería ser una más –dijo Ámbar casi suspirando. —¿Llegaste a sentirte infeliz? –preguntó su mamá. —Creo que supe poner el punto aparte a tiempo. —Bueno, pero es aparte, no final. —Es un punto. Y punto. —Bueno, por eso te digo que esa angustia que sentís… 11


—Te digo que no, ma, no estoy angustiada. —Angustia, nervios, como quieras llamarle. —Es que no es lo mismo. Nerviosa sí estoy, un poco, porque no sé lo que me espera. Me estoy yendo a vivir a una residencia universitaria, un lugar nuevo, lleno de desconocidos con los que voy a tener que convivir. Pero es solo eso. Nervios sanos, supongo –apoyó el celular sobre el asiento y comenzó a mirar por la ventanilla. —Yo creo que te vas a hacer grandes amigos y que vas a recordar esta experiencia como la más linda de tu vida. Además, la residencia queda a menos de veinte cuadras de la Facultad. Los días lindos hasta vas a poder ir caminando, manejar tus tiempos. La vas a pasar bárbaro. ¡Quién pudiera tener diecinueve años otra vez! —¡Milagro! Estoy absolutamente de acuerdo con lo que dice tu papá. Aunque ni bien me digas que querés volver a casa, te vengo a buscar corriendo y te llevo conmigo, mi chiquita –giró su cuerpo y comenzó a acariciarle la pierna–. Eso ni lo dudes. —Ay, mami, no seas goma, por favor –respondió a la caricia de su madre con otra caricia sobre su mano y una sonrisa. —Bueno, chicas, hemos llegado –puso las balizas y estacionó justo frente a la residencia–. Mi adorado barrio de Flores. Hace años que no venía. Justo ahí en esa esquina había un bar, y más allá había una farmacia. Está todo tan cambiado… –suspiró, con nostalgia Daniel–. Hay un tango, ahora no recuerdo cuál, que dice “mi barrio son las cosas que ya no están”. —¿Cuál es el lugar? —Esa casona enorme con portón de madera. Esa que está ahí, cruzando. 12


Llegó hasta la puerta de la residencia universitaria “El jardín”, junto a sus padres. Allí la abrazaron, le despeinaron el flequillo, volvieron a abrazarla. Entre llantos le dieron las últimas recomendaciones, le repitieron veinte veces que se cuidara, que cualquier cosa los llamara, que ellos inmediatamente irían a buscarla, y varias cosas más. Luego, sin muchas ganas, se metieron en el auto y no se fueron hasta verla entrar. La miraban, de lejos, con ese amasijo de emoción y terror que sienten los padres al ver a una hija que creció, porque es recién en ese preciso instante que lo entienden: cuando la ven de lejos, chiquita e inmensa, lista, no solo para sobrevivir a un mundo hostil, sino para mejorarlo.

Ámbar no había atravesado la ardua disyuntiva de tener que pensar qué carrera seguir, siempre supo que sería Letras. Su amor por las palabras era algo que llevaba en la sangre y en la piel desde siempre. Así que ese momento que a la mayoría de sus compañeros le había costado tanto, a ella no le significó el menor conflicto. Lo único que fue tema de discusión en su casa era el dónde, porque ella quería estudiar en “FILO”, la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y eso quedaba en otra ciudad. La noche en que acordaron que lo mejor era que Ámbar se mudara a Capital Federal probablemente sea una de esas que nunca se olvidan, porque esa noche, además de tomar la decisión de mudarse, también tomó la decisión de terminar su relación con Thiago. No había algo que estuviera mal, pero sí muchas cosas que no estaban bien. Él había abandonado por completo los gestos de ternura que al principio eran algo cotidiano. Sentía que estaba todo el día pegado a ella, pero ya no por pasión sino 13


por costumbre. Pero, al sincerarse con ella misma sobre la idea de si cortar o seguir, reconocía que ella también había cambiado. Porque los gestos de ternura ya no estaban pero tampoco le interesaban. Lo usaba como excusa para discutir cuando no tenía más ganas de estar con él y precisaba de un motivo para irse y dejarlo hablando solo. Hacía un tiempo que se sentía encerrada, como si su vida estuviera perfectamente guionada y definida, sin espacio para la sorpresa o la improvisación. Cada nuevo día era una fotocopia borrosa del anterior. Lo que durante años había hecho con la felicidad más incomparable, ahora lo hacía por inercia y rutina. Las novias van a cenar a la casa de la familia de su novio un domingo, como mínimo, por mes. No puedo decirle que esta tarde tengo ganas de quedarme mirando Netflix en pijama. Sería cruel, hace más de cuatro semanas que no voy. Tengo que ir a comer los ñoquis de la tía Claudia sí o sí, pensó ese mediodía, mientras se preparaba para que Thiago pasara a buscarla. Pero, luego de esa noche todo iba a cambiar. Porque al otro día se sintió fuerte, tan fuerte, que le escribió ese mensaje que todos en algún momento dudamos aunque ya no tengamos dudas. Le dijo que quería verlo, que necesitaba hablar. Se citaron en una heladería, y un par de horas después, la relación había terminado y se encontró con ella misma, frente al espejo del baño, viéndose mientras se cepillaba los dientes. Se reconoció en ese reflejo, como hacía rato no le pasaba y se prometió que no iba a ponerse de novia “nunca más”, que desde ese momento la vida iba a ser diferente, que no iba a dejar ni un solo detalle del mundo sin contemplar ni valorar ni sobre el cual escribir.

14


Finalmente, el día había llegado y Ámbar tenía una enorme valija roja y una mochila repleta de libros y cuadernos que le oprimía los hombros y la espalda de tan pesada que estaba. Respiró hondo dos o tres veces y luego tocó el timbre. Al abrirse la puerta, apareció Lili, la empleada, quien la recibió amablemente y la hizo pasar. —Bienvenida. Ya mismo la llamo a Marta, la dueña de la residencia. Tomá asiento por acá –le señaló el living–. Dejo la valija en tu habitación. —Muchas gracias. Perdón que le pregunte, pero… ¿cuál es mi habitación? —Te tocó la 123, la triple, en el primer piso –mientras Lili le hablaba, un chico pasó detrás suyo comiendo atún directamente de la lata y mirándola fijo. —¿La triple? ¿Cccómo triple? —Claro, vas a estar provisoriamente en una habitación compartida con otras dos chicas. Son todas más o menos de la misma edad, te van a caer bárbaro. Lo que pasa es que no hay habitación individual disponible hasta abril, que se libera la 54. Una vez que se vaya la italiana que está viviendo allí, te cambiás. La primera noticia fue mala. Una cosa era compartir la cocina o el living con extraños, pero la habitación era mucho. Pensó por unos minutos, mientras se acomodaba en el enorme sillón verde y observaba los delicados detalles del techo de la casa, en que quizás estaba haciendo una locura. En que la Universidad de La Plata también podía ser una opción y que eso no significara semejante cambio en su vida. En que dejar todo atrás, tan atrás, tal vez, no era tan buena idea. ¿Y si las chicas de la habitación son mala onda? ¿Cómo se soportan dos meses conviviendo en un mismo espacio con dos

15


desconocidas con las que, encima, te llevás mal? Ninguna incomodidad se soporta durante un mes sin colapsar en el intento. Si algo había aprendido tras tres años de noviazgo era eso: no se puede vivir haciendo concesiones. De repente, mientras especulaba las peores hipótesis, algo cayó sobre su falda. —¡Uy, perdón, flaca! –la voz de alguien que bajaba raudamente por las escaleras que tenía detrás, la sorprendió. —No, tranqui, no pasa nada –Ámbar tomó la paloma de papel que había caído del cielo directo hacia ella y se la alcanzó. —Gracias, estoy re cebado con esto del origami. Soy Rodrigo, pero me dicen “Oreja”. Supuestamente porque soy orejón, pero yo creo que es porque soy muy bueno para escuchar a los demás –Ámbar reía mientras le daba un beso en la mejilla. —Hola, yo soy Ámbar. —Qué lindo nombre. ¿De dónde venís? —De La Plata. —Fa… relejos. ¿Y qué onda? ¿Estás contenta o no das más del pánico? –la hizo reír nuevamente. —No, sí, estoy contenta… —¿Y por qué decís “no”? —¡No dije no! —Sí, dijiste “no, sí, estoy contenta”. —Bueeno, ok, sí, estoy contenta –puso énfasis en el “sí”–. ¿Ahí está bien? –le dijo sonriendo. —¡Claro que sí, amiga! —Lo que pasa es que también estoy un poco nerviosa, no te voy a mentir. No sé bien con qué me voy a encontrar. —Mirá, acá vas a conocer gente increíble y gente horrenda. Creo que así son todos los lugares del mundo, nada muy original. Pero, posta, cuanto antes pierdas la timidez y 16


ese susto, antes vas a empezar a disfrutar de “La resi”. Ponele, ahora, en diez, quince minutos, como mucho, va a venir la vieja a darte el sermón de bienvenida. Te va a especificar las reglas de convivencia que, por supuesto nadie respeta. Te va a pintar el lugar como si fuera una cárcel. La verdad es que todo eso lo dice ahora porque sos nueva pero es puro chamuyo. Esto es un quilombo hermoso. De vez en cuando nos agarra en alguna y nos amenaza con echarnos, pero nunca pasa. Así que no te asustes por lo que diga ahora. Vos respondé a todo que sí y fue, cuando se vaya y te presente al resto te vas a sentir como en casa enseguida. —Qué genial todo lo que decís –el chico hablaba mucho y a gran velocidad–. Gracias, eh… perdón, ¿cómo era tu nombre? —Rodrigo, pero decime Oreja. U Ore; Rodrigo es uso exclusivo de mi vieja porque dice que para algo me pusieron un nombre y qué sé yo, pero nadie más. ¡Ah, y también Marta! —¿Marta? —La vieja que te dije que va a venir en breve a darte el sermón de bienvenida. —Bueno… Oreja. ¿De dónde sos? —Permiso, ¿me puedo sentar? –se acomodó en el sillón del lado–. Yo soy de Bahía Blanca. Gabo, otro de los chicos que vive acá también es de allá, íbamos juntos a la escuela. Hace un año que llegué y, te digo la posta, yo ya me siento en mi propia casa. —Qué bueno que me digas eso, me bajás bastante el nivel de ansiedad. —Obvio, Ámbar. Acá lo importante es que sepas elegir tu grupo. Si estás del lado de la gente buena, es imposible que te sientas mal. —¿Y quién es la gente buena? 17


Cuando estuvo por responder apareció Marta, una señora de, aproximadamente, sesenta años, vestida íntegramente de negro. Solo llevaba una enorme cadena con un dije rojo intenso que cortaba la monocromía, una piedra refulgente que debía pesar demasiado como para llevarla todo el día colgando del cuello, pensó Ámbar. Marta era muy seria, muy fría, le recordaba a una tía abuela que solía frecuentar de niña (una señora a la que, a pesar de que hacía años que no veía, no había olvidado por el terror que sentía cada vez que sus padres la llevaban de visita a su casa. La recordaba claramente a ella y su gesto de rabia inmutable, cada vez que abría la puerta. Los miedos y las alegrías de la infancia son imposibles de olvidar). A su lado estaba Ignacio, el hijo de Marta. Ambos eran los dueños y encargados del lugar. Mientras Marta le daba la bienvenida y mencionaba algo referido a las reglas de convivencia, tal como le había adelantado Oreja, Ignacio fue a convocar al resto de los residentes para que bajaran al living y le dieran la bienvenida a la nueva compañera. Oreja no se movió del sillón y Ámbar se lo agradeció en silencio. Su presencia la hizo sentirse menos sola y menos “la nueva”. Los residentes comenzaron a llegar, poco a poco. —Quiero que le den la bienvenida a Ámbar. Ella va a estar en la habitación triple junto a Sofía y Azul. Quiero pedirle a Gabriel que, por favor, haga un repaso de las cinco reglas de convivencia, no solo para que Ámbar las conozca, sino para aprovechar y que todos las recordemos. Gabriel, ¿puede ser? —Eh… yo, encantado, pasa que no me las acuerdo, Marta. —¡Está muy mal que no las recuerdes porque son las cinco razones por las cuales yo puedo echarte a patadas de acá! –respondió Marta, enfurecida. —Bueno, bueno, calma –intervino Ignacio–. Ana Clara, ¿te animás a recordarlas vos? 18


—Sí, claro, Nacho. “Primero: luego de las doce de la noche hombres y mujeres no pueden coincidir en los espacios comunes. Mujeres arriba, hombres, abajo. Segundo: está prohibido que los residentes ingresen a habitaciones que no son las que les pertenecen. Tercero: no puede ingresar a las habitaciones ninguna persona ajena a la residencia. Cuarto: prohibido el ingreso de alcohol y drogas. Quinto: eeeh… ah, sí, sí. No se permiten las parejas dentro de la residencia. En el caso de que eso ocurra, una de las dos personas deberá abandonar la casa”. —Es una onda Gran hermano, pero más ortiva –bromeó Oreja e hizo reír a todo el grupo, menos a Marta, Ignacio y Ana Clara. —Las relaciones entre chicos con chicos y chicas con chicas, sí se admiten. Es muy gayfriendly esta resi –se sumó al sarcasmo Leo, otro de los chicos. —No se hagan los graciosos, que estamos hablando en serio –Ignacio intentaba generar un clima de solemnidad, pero no lo lograba. —Bien, tal como repasó Ana Clara, esas son las cinco reglas fundamentales de convivencia. El incumplimiento de alguna de ellas implica la inmediata cancelación del contrato de alquiler –dijo Marta con su tono siempre amenazante–. ¿Alguna duda, Ámbar? —No, ninguna –respondió con gesto de temor, mientras Oreja le hacía otro de “despreocupate”. —Muy bien, entonces Lili te va a acompañar a la habitación que, por un tiempo, vas a compartir junto a Sofía y Azul. Ninguna de ellas se encuentra en la residencia en este momento, pero llegarán a lo largo del día para que las conozcas. Los demás pueden presentarse, conversar con Ámbar y darle la bienvenida. 19


—Yo no puedo, Marta –dijo Ana Clara mientras se levantaba del sillón–, tengo que irme a cursar. Lo lamento, hasta luego. —Nosotros tampoco –se sumó Eugenia, incluyendo a Sebastián. Eran los mejores amigos de Ana Clara. Ambos se fueron con ella sin siquiera saludar a Ámbar. —¿Te acordás, morocha, que hoy me preguntaste quiénes eran “los buenos”? Bue, somos los que quedamos cuando estos tres se van –dijo Oreja sin esperar que se fueran, para asegurarse de que lo escucharan. —Los buenos para nada son ustedes, ridículo –le contestó Eugenia mientras se alejaba. —Ya fue, gente, que haya paz. No perdamos energía en estos tres y presentémonos con la chica, ¿no? Soy Gabo. Él es Leo; él, Vladi y, bueno, Oreja, que ya se presentó. Faltan Sofía y Azul, que ni idea dónde están. —No necesito presentador yo –se rieron–. Hola, soy Vladimir. —¿Qué te hacés el eslavo burgués? ¡Sos El Vladi! –dijo Gabo, muerto de risa. —¡No dice “El Vladi” en mi documento, gil! —¡Ni DNI tenés vos, sos un indocumentado! Ja, ja, ja. —Por Dios, cállense y dejen de querer acaparar el momento. Tan típico de hombre cis –les dijo Leo, bromeando como siempre, mientras se incorporaba para saludar a Ámbar–. ¿De dónde sos, bella? —De La Plata. —Qué ciudad divina, La Plata. Tuve un novio que era de allá, hace un tiempo, pero mejor ni recordarlo –dijo Leo, mientras le ofrecía un mate amargo. —Sí, es hermosa, y la gente también lo es, pero la verdad es que necesitaba un cambio. Además, siempre fue mi 20


sueño estudiar Letras acá, en FILO. Era una locura pensar en ir y venir todos los días desde allá. —¿Te gusta leer? –le preguntó Gabo, que estaba todo despatarrado en el sillón, con sus enormes auriculares colgando del cuello y la gorra a medio salírsele. —Sí, me encanta. También me gusta escribir. ¿A vos? —Leer no tanto, pero escribo. Bah, canciones. —Qué lindo, ¿tocás la guitarra? —Algo, pero lo que más me gusta es el trap. Compongo, cada tanto. —Qué genial. Me encantaría leer y escuchar algo. ¿Tenés canal en YouTube o compartís en alguna red? —Nah, ni a palos, no me animo. Como te dije, cada tanto compongo algo. Estudio música en el IMS, pero ni siquiera sé si es lo mío. —Bueno, en realidad creo que “lo de uno” es lo que nos apasiona, ¿no? —Sí, a full. ¿Y vos? ¿Subís lo que escribís a algún lado? —Tengo una cuenta en Wattpad, se llama AMBARVACA. —Qué nombre gracioso. Voy a entrar, obvio. —Bueno, hasta hace muy poco tiempo mi cuenta era anónima. De hecho, tuve que hacerla pública a la fuerza, un poco por lo que me decías recién. Me daba mucha vergüenza. —¿Cómo “a la fuerza”? —Larga historia, ya te contaré. —Es nomal que dé un poquito de vergüenza exponer algo tan privado –acotó Leo. —Sí, además, nunca sabés qué bobo puede estar viendo lo que subís y eso, ¿no? Pueden desde bardearte hasta afanarte. Es complicado el tema de la exposición –agregó Vladi. —Sí, sí, ya sabemos todos el tema ese de la intimidad y la exposición, pero a mí no me importa y quiero subir una 21


foto a mi historia. ¡Sonrían! –dijo Leo al tiempo que ubicaba el celular para sacar una selfie. —Qué denso que sos con las fotos –Vladi se tapó la cara. —Bueno, no salgas si no querés, Vladimir. —Uuh, cuando Leo te llama por tu nombre completo, estás al horno.

Les habló sobre su cuenta de Wattpad y, a grandes rasgos, sobre sus amigas y su vida en La Plata. Vladi no despegaba su mirada de ella; estaba encantado. Gabo le contó sobre su amor por el trap, mientras Leo cebaba mates y subía historias a Instagram. En algún momento, Oreja se quedó dormido en el sillón individual. Eran todos completamente distintos, pero todos le caían bien. Ámbar observaba sus movimientos, sus latiguillos, sus modos. El común denominador entre ellos era el humor, cada uno con su estilo. Se percibía la confianza y el cariño que se tenían. Eran como cuatro hermanos, de distintas partes del mapa, que convivían en aquel lugar desde hacía un año o dos. Eran una familia. Cuando Leo se disponía a contarle sobre él y Goya, su pueblo natal, se abrió la puerta y entraron dos chicas. Una de ellas, alta, con el pelo teñido de rosa, ropa muy colorida, zapatos con taco y una pila de apuntes en sus manos. La otra, una rubia de flequillo cortísimo, la cara repleta de pecas y una sonrisa que llegó antes que ella y que invadió la sala de estar donde Ámbar, Gabo, Leo y Vladi charlaban y Oreja dormía con la boca abierta y babeando el sillón. —Ey, ¡se agrandó la familia! –dijo la chica alta, al tiempo que apoyaba la pila de apuntes sobre la mesa y le daba un cariñoso beso y abrazo a Ámbar–. ¡Al fin llegó “la chica nueva”! 22


Soy Sofía, pero me dicen “Soso”. Ella es Azul, mi amiga, mi hermana. —¿Dónde estaban metidas? Hace como una hora que llegó Ámbar y todavía no conoce su habitación –las interpeló Leo, que siempre estaba atento a todo. —¿No subiste todavía? –preguntó Azul. —¡No! Estábamos acá charlando y pasó el tiempo… —¿Ya te dieron el sermón de bienvenida? ¿Te fumaste las reglas de convivencia y todo eso? –preguntó Soso mientras se acomodaba en el sillón al lado de Gabo y apoyaba las piernas sobre su regazo. —Sí, ya sé que no puedo chapar con nadie, ni entrar droga, ni estar acá sentada después de las doce de la noche. —Nadie, jamás en la vida respetó ni respetará esas reglas. Tranqui, tenemos, mínimo, una docena de estrategias evasivas. Che, Leito, ¿por qué no arreglás el mate? —Claro, mi reina, lo que usted mande. —Qué tonto. —Te estoy cargando, estaba a punto de hacerlo. —Che, ¿y ustedes por qué no llevan a Ámbar a conocer la habitación? –sugirió Gabo. —Dale, de paso me cambio, que no soporto más estos zapatos. Es lo peor de estudiar Derecho. No puedo ir a la facu vestida hippie como va Azu. —¿Qué estudiás, Azul? –le preguntó Ámbar. —Edición. ¿Vos? —Yo arranco Letras. —¡Vas a cursar en FILO! Igual que yo. Soso y Azul acompañaron a Ámbar hasta la habitación 123, la del primer piso, la del balcón enorme y la alfombra verde musgo. La que estaba justo arriba de la de Ana Clara y 23


Eugenia, “la triple”, aquella que sería su nuevo hogar por los siguientes meses. Se sentía rara, pero no era una sensación desagradable. Mientras Soso y Azul le mostraban el cuarto y le explicaban algunas cosas, Ámbar miraba para todos lados, centrando su atención en cada detalle. Observaba el empapelado amarillo pastel, las luces tenues que salían como de adentro de las paredes, el enorme balcón que daba al –más enorme aun– jardín. Veía las mesas de luz de sus compañeras, las cabeceras de cada una de sus camas repletas de fotos, cartas y recuerdos de sus familias, amores y amigas. Su pared y su mesita estaban vacías, por supuesto, listas para que se apropiara de ellas, para que las hiciera suyas. Dejó su valija junto a la cama, que quedaba justo entre la de Azul y Soso. Las tres recostadas boca arriba tuvieron su primera charla “de quince minutitos, mientras Leo arregla el mate”, que duró dos horas. O más.

24


Capítulo 2

Extranarte Una calle estrecha y oscura 40 K

1.3 K

8

Extrañarte es una calle estrecha y oscura. Pensarte es un rinconcito donde mis palabras se mezclan con las palabras del aire, de la gente, de la naturaleza. En una mezcla furiosa de versos y figuras, debajo de la luna que a vos te dice “buen día” y a mí, “hasta mañana”. La tristeza de tantear mi alrededor y no tocarte es un juez que decide y divide cada hora del día. El recuerdo de tu risa en mute me alegra y duele en los ojos como el frío de antes del amanecer. Hay una pausa, un instante de viento que se rompe ante mí para darme, en la cara, una caricia y, en el alma, todo el sol. Vuelvo una y otra vez a la última noche que nos besamos. Hay que esperar, tengo que esperar. Para mirarte, para tocarte, para decirte, para preguntarte. 25



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.