pájaro Kiwi cumplió años
El día que , la mamá hizo torta de alpiste y semillas de girasol. Gorrión, Gaviota y Colibrí fueron invitados a la fiesta en el nido de la familia Kiwi, que no era como todos los nidos, porque no estaba en la rama de un árbol sino debajo de la tierra.
Kiwi tampoco era como todos los pájaros: sus plumas parecían pelos y sus alas casi invisibles no le servían para volar ni a centímetros del suelo. Era algo que había heredado de su familia: ni sus papás ni sus abuelos volaban, aunque a ninguno parecía molestarle.
Así son las cosas
— –decía la mamá cuando pájaro Kiwi preguntaba por qué nunca habían salido de la isla en que vivían.
Así somos los Kiwi –decía el papá.
—
Así fue siempre, y así será –decía el abuelo.
—
Kiwi quería cambiar las cosas. Por eso, cuando sopló las velitas pidió un deseo: —Quiero volar para conocer el cielo de París. —Pero el cielo es igual en todas partes –dijo Gorrión. —Para mí, no –respondió Kiwi–. Los cielos son como los ves. Y no todos vemos las cosas de la misma manera.
Yo puedo llevarte a París
— –dijo Gaviota–. Te agarrás fuerte de mis patas, y volamos. Como cuando te invito a jugar a mi nido. A pájaro Kiwi la esperanza le hizo cosquillas. Cuando paseaba por el aire con su amiga, se dejaba llevar, despeinado y feliz, como un pompón de lana.
París queda muy lejos
— –explicó la mamá–. Es imposible que llegues colgado de las patas de Gaviota. ¿No querés mejor una patineta para jugar cerquita del nido?
Pero pájaro Kiwi no quería ruedas, quería alas. Se guardó el deseo en el corazón y sopló las velitas lo más fuerte que pudo.
Esa noche, mirĂł el pedacito de cielo desde su cama y le pareciĂł chico, aburrido, el mismo de siempre. Entonces se hizo una promesa en voz baja pero firme:
Voy a encontrar la forma de volar.
—