Domingo 30 de diciembre

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QUE EL AÑO QUE NACE... Que el año que nace..., Señor, demos la espalda a los miedos y abordemos de frente las dificultades; abramos el corazón a la ternura y despejemos la mente de problemas; sepamos desprendernos de lo innecesario para no cansarnos en nuestro caminar diario; y que, a pesar de nuestras diferencias, mantengamos el respeto y la flexibilidad, y el cuerpo y el espíritu gráciles. Que el año que nace..., Señor, busquemos con paso firme y mucho equilibrio el camino de la felicidad y de tu reino, y la felicidad que hay en el camino; que la descubramos y mantengamos, y que nada nos haga perder tesoro tan preciado. Que lo aceptemos con respeto y humor, y nos relajemos un poco más de lo habitual aunque sigamos con la perenne crisis que se ha instalado en nuestro mundo y corazón. Que el año que nace..., Señor, sea, para todos sorprendente y feliz, y el mejor regalo de tu corazón de Padre. Florentino Ulibarri

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA NAVIDAD: EL TIEMPO DE LA TERNURA

“Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre…”. Una ternura palpable cuando Dios mismo se vuelve niño débil y pobre para compartir nuestra vida. Y esta ternura de Dios se hace ternura humana. La hemos visto en María e Isabel, las dos mujeres embarazadas que contemplamos el domingo pasado compartiendo la alegría que esperan. Y en los pastores acercándose sorprendidos a aquel niño que los ángeles les han anunciado. Y naturalmente, sobre todo, en María y José mirando a su hijo en el pesebre… El tiempo de la ternura. Y este año, este tiempo nos llega en medio de una de las situaciones vitales más duras que recordamos. Con mucha gente sufriendo con toda la dureza y crueldad los efectos de esta crisis que otros han provocado, y con todos sumergidos en el desconcierto y el miedo de no saber qué puede acabar pasando. Por eso, este año, más que nunca, será necesario que, esta ternura de Dios sobresalga como un mensaje básico de nuestra fe cristiana, y a la vez se haga realidad en la ternura humana que todos, de una manera u otra, seamos capaces de ofrecer.


Eclesiástico 3,2-6.12-14 Colosenses 3,12-21 Lucas 2,41-52

Bendito seas Señor, porque en tu Amor nos reuniste para formar nuestra familia. Te damos gracias por vivir juntos. Te pedimos que protejas y conserves nuestro hogar. Que sus puertas estén siempre abiertas para los que quieran entrar en él y compartir nuestra alegría y amistad. Enséñanos a aceptarnos como somos, con nuestras cualidades y defectos; a presentarte nuestros planes y sueños; a pedir tu ayuda; a ofrecerte nuestras alegrías y nuestras penas; a recomenzar después de cada caída. Te pedimos que como miembros de tu Iglesia, sepamos llevar tu mensaje de amor a todos los que nos rodean. Que tu amor nos conserve siempre unidos y en paz. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Los expertos no se ponen de acuerdo sobre la capacidad de la familia actual en la socialización de las nuevas generaciones. Mientras algunos (José Antonio Marina) ponen todo el peso en la educación escolar, otros (Luis Rojos Marcos, Javier Elzo) insisten en el papel esencial de la familia. Este último se expresaba recientemente en los siguientes términos: «En mi opinión, el asunto de fondo es que todavía no nos hemos tomado en serio la importancia de la familia como agente primero de socialización y educación. La familia fue, es y será muy probablemente, en el futuro inmediato, el primer agente de socialización de los niños y preadolescentes. Otra cosa es que los padres lo hagan más o menos bien, sean más o menos conscientes de su insustituible papel, estén más o menos capacitados para llevar a cabo su labor, o que la sociedad, en fin, reconozca esa labor..»1 Si se piensa en la socialización de la fe, el panorama aparece, sin embargo, bastante sombrío. La actual crisis religiosa ha afectado, como es natural, a la familia, verdadera «caja de resonancia» de cuanto ocurre en la sociedad. Ya no se puede decir que la familia es una «escuela de fe». Por lo general, lo que se transmite en muchos hogares no es fe, sino indiferencia y silencio religioso. Quiero darle a estas líneas un tono positivo y práctico. Estoy convencido de que, entre nosotros, la familia es el espacio en el que se está jugando, en buena parte, la fe o la increencia de las nuevas generaciones.

“A todos os digo: respetad y proteged vuestra familia y vuestra vida familiar, porque la familia constituye el principal terreno de acción cristiana para los laicos, el lugar donde se ejercita principalmente vuestro sacerdocio real” (Juan Pablo II). “Transmitir la fe a los hijos, con la ayuda de otras personas e instituciones como la parroquia, la escuela o las asociaciones católicas, es una responsabilidad que los padres no pueden olvidar, descuidar o delegar totalmente (…) El futuro de la humanidad pasa a través de la familia”. (Benedicto XVI).


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