¡CENA DEL HAMBRE! El viernes, día 8 de febrero, tendremos la cena del hambre a favor de un proyecto de Manos Unidas. Lugar: Polideportivo del colegio Hora: las 8 de la tarde. Precio: niños y jóvenes 3 €. Adultos 5 €. Entradas: retirarlas en sacristía o despacho.
Un hombre llegó a mi clínica para curarse una herida en la mano. Tenía prisa. Me explicó que iba a desayunar con su mujer que padecía un Alzheimer muy avanzado. Mientras le vendaba la herida le pregunté si su mujer se alarmaría en caso de que llegara tarde ese día.. -No, me dijo-. Ella no me reconoce desde hace cinco años. Entonces, ¿por qué esa prisa y esa necesidad de desayunar con ella todas las mañanas?, -le dije-. Me sonrió y dándome una palmadita en la mano me dijo: “Ella no sabe quién son yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella”. Tuve que contenerme las lágrimas mientras se iba. Me quedé pensando: “Esa es la clase de amor que quiero para mi vida. Ése es el verdadero amor. No se reduce a lo físico ni a lo romántico. Sencillamente, piensa en el otro. Acepta lo que el otro ES, lo que HA SIDO, -incluyendo lo que ya no es-, y lo que SERÁ”.
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“El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es maleducado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites; aguanta sin límites. El amor no pasa nunca”. 1Cor 13,4-7:
AÑO DE LA FE 15. Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que «buscara la fe» (cf. 2 Tm 2, 22) con la misma constancia de cuando era niño (cf. 2 Tm 3, 15). Escuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se vuelva perezoso en la fe. Ella es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.
Cuando yo tenía pocos años, mi padre conoció a un extraño, recién llegado a nuestra pequeña población. De inmediato quedó fascinado por él, y enseguida lo invitó a vivir con nuestra familia. Mientras yo crecía, nunca me pregunté por su lugar en ella. En mi mente joven ya tenía un lugar muy especial. Mis padres eran educadores secundarios: Mi mamá me enseñaba lo que era bueno y lo que era malo y mi papá a obedecer. Pero el visitante nos mantenía hechizados con aventuras, misterios y comedias. Tenía respuestas para nuestras curiosidades y cada día estábamos más dependientes de él. Llevó a mi familia al primer partido de fútbol. Me hacía reír y llorar. Curioso, el visitante se pasaba todo el día hablando, pero a mi padre no le importaba. A veces, mi mamá se levantaba temprano. El resto nos poníamos a escuchar al “visitante extraño”. Ella se iba a la cocina para tener paz y tranquilidad tal vez deseando que el extraño se fuera para poder hablar. Mi padre dirigió nuestro hogar con algunas convicciones morales que el extraño no respetaba. Las blasfemias, las palabrotas y groserías no se permitían en nuestra casa… Sin embargo, nuestro visitante de largo plazo, utilizaba, sin problemas un lenguaje inapropiado que a veces quemaba mis oídos haciendo que papá se retorciera de risa y mi madre se ruborizara. Curioso. Mi papá nunca nos dio permiso para tomar alcohol, pero el extraño nos animaba constantemente a intentarlo y a hacerlo regularmente. Hablaba libremente (quizás demasiado) sobre sexo. Sus comentarios eran, a veces evidentes, otras sugestivos, y generalmente vergonzosos. Ahora sé la influencia tan negativa que ellos tuvieron sobre mi manera de entender las relaciones, tanto que mi adolescencia había quedado fuertemente marcada por el extraño. Repetidas veces lo criticaron, pero nunca se le negó la palabra ni se le echó de casa a pesar de ir en contra de los valores de mis padres. Han pasado más de cincuenta años desde que llegó aquel extraño a nuestro hogar. Y, si aceptas pasarte por él, lo encontrarás en una esquina de la guarida de mis padres esperando su turno para seguir impartiendo su “enseñanza”. ¿Su nombre? Nosotros lo llamamos Televisor...