Domingo V cuaresma

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¿POR QUÉ CAMBIA DE NOMBRE CUANDO UNO ES ELEGIDO PAPA?

Hasta el año 532 todos los papas conservaron su nombre de pila. Pero ese año salió elegido un tal Mercurio, el nombre del dios romano del comercio. Ello le provocó cambiar su nombre por el de Juan II, pues ya había existido otro Juan I. A partir de ahí se fue imponiendo la costumbre de cambiar de nombre. Otra explicación es la teológica. Dios cambia de nombre a quienes designa para una misión muy especial. Recordamos a Abrán que cambió su nombre por el de Abraham (padre de muchedumbre de pueblos). Sin ir más lejos, Simón era uno de los discípulos de Jesús. En adelante su nombre será Pedro (piedra-base de un edificio). A cada papa el nombramiento lleva consigo una misión nueva y distinta de la que tenía hasta el cónclave: la de ser cabeza visible de la Iglesia. Este cambio de nombre lo aprovecha cada uno para identificar su tarea con alguno de sus predecesores o alguno de los santos que le sirven de inspiración para la realización de su ministerio. Esto es lo que ha querido expresar el cardenal Bertoglio eligiendo el nombre de Francisco: que ve en Francisco de Asís un modelo de humildad, de fraternidad y de desprendimiento de las cosas (austeridad). Los nombres más usados por los Papas han sido Juan (23), Gregorio (16), Benedicto (16), Clemente (14), León (13), Inocencio (13), Pío (12), Esteban (9), Bonifacio (9), Urbano (8), Alejandro (8), Adriano (6), Pablo (6)…..

Nos congratulamos por tener Papa. Nos congratulamos por la rapidez con que ha sido elegido, señal de que no han prevalecido los bloques en el cónclave. Nos congratulamos por el gesto de invitar a los fieles congregados en la plaza de S. Pedro a orar juntos por el Papa emérito Benedicto XVI. Nos congratulamos por “rechazar subirse a la limusina papal e ir en el bus con el resto de cardenales”, tras su elección como Papa. Nos congratulamos por su sentido del humor en la cena que siguió a su elección en la residencia Santa Marta. Cuando los cardenales brindaron por él, éste a su vez brindó diciéndoles. “que Dios os perdone”. Igualmente, cuando dijo bromeando: “También debo pasar por la residencia, tomar mis maletas y pagar la cuenta”. Nos congratulamos cuando, recién salido del “cuarto de las lágrimas” donde se viste de Papa al nuevo elegido, tuvo el detalle de rechazar un trono que le habían preparado como plataforma y pedir una silla como la del resto de los cardenales para saludarles a su mismo nivel. Nos congratulamos por el significado de la elección del nombre con que se le recordará como papa: FRANCISCO, por su vinculación a los pobres con quienes mantenía su relación en su Buenos Aires natal. Nos congratulamos porque, como dijo el cardenal Nolan, tenemos un “buen pastor. “Él es un hombre con los pies en la tierra (…) un hombre de confianza y aplomo, con una hermosa sinceridad y humildad”,


Isaías 43,16-21: “mirad que realizo algo nuevo”. Filipenses 3,8-14 : “.. yo sigo corriendo a ver si lo obtengo (el premio)”. Jn 8,1-11: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”

TIRANDO A DAR Tan viejo como la humanidad. “Tirar piedras” ha sido un deporte demasiado pegado del gusto y de las inclinaciones más bajas del ser humano. David se convirtió en héroe popular tras matar a Goliat con un certero lanzamiento de piedra con honda. Sólo le faltó la medalla de oro en una disciplina que todavía no existía como olímpica: la del “tiro con honda”. Desgraciadamente, lo de Goliat ha sobrepasado toda expectativa. En todos los estamentos sociales se practica el “tiro a dar”: en la oficina, en la familia, en la Iglesia, en las tertulias televisivas, en la política, entre los hinchas futboleros. Casi todos parecemos seguidores de Goliat. Sacamos la honda de nuestra lengua y, sin pensárnoslo dos veces, apuntamos al objetivo y disparamos. ¿A quién? No hace falta discurrir mucho. Basta examinarnos un pelín: la persona que no nos cae bien, los que eclipsan nuestras conquistas, los que nos privan del éxtasis del triunfo de los colores de nuestro equipo, el competidor o competidora que ensombrece nuestro protagonismo…. ¿Para qué más? En medio de este sombrío panorama aparece Jesús. El evangelio de hoy nos lo presenta rodeado por una turba sedienta de escarmiento. Frente a ella, una pobre mujer sorprendida en adulterio. Los intransigentes, yijaidistas de la moral, claman por la aplicación de la ley. Y, en medio del alboroto, Jesús que propugna una nueva disciplina: la de examinarse uno antes de tirar la primera piedra. Y yo, abandonando la escena me pregunto: ¿Qué sería de nosotros si Jesús aplicara la ley de la lapidación a cuantos adulteramos su religión? ¿Cuántos quedaríamos en pie?

Hace años vi en la ciudad de Nursia un altar dedicado al papa Celestino V. Siempre me había impresionado ver en su renuncia al papado “la aventura de un pobre cristiano”, como la calificaba Ignacio Silone en el mejor de sus libros. En lo alto del retablo una frase latina nos recordaba que no había tenido un precedente ni un seguidor. Pues ya ha tenido un seguidor. Hace años me habían “profetizado” que Benedicto XVI renunciaría a la sede de Pedro, pero la decisión me sorprendió como a casi todo el mundo. Hubiera deseado que concluyera el itinerario del Año de la Fe que él había convocado. Y seguramente habría aparecido la encíclica sobre la fe que muchos esperábamos de él. Pero he respetado y admirado sinceramente su decisión. “Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol… y un camino virgen Dios”. En los versos de León Felipe se proclama el hecho y el derecho de cada persona a seguir un camino único. Juan Pablo II nos dio ejemplo de la virtud de la fortaleza. Y enseñó al mundo a valorar la vida, aun la más decrépita y dependiente. Benedicto XVI nos ha dado ejemplo de la virtud de la humildad. Y ha enseñado al mundo la libertad de quien no se aferra a la honra y al poder. De todas formas, no dejan de resonar en mi interior las palabras del salmo 95: “Ojalá escuchéis hoy su voz: No endurezcáis el corazón”. Dios nos habla cada día a través de los signos de los tiempos, como ya nos recordaba Juan XXIII. Pero con necia terquedad nos hacemos sordos a la voz y ciegos a los signos. Ante la imagen de un Papa que se retira, preferimos refugiarnos en la frivolidad. Vivimos bajo “el imperio de lo efímero”, como ha escrito Lipovetsky. Seguramente es justificable la curiosidad humana ante un hecho insólito. Pero no podemos quedarnos en preguntar por el color de los zapatos del papa emérito. Al renunciar al supremo pontificado, Benedicto XVI se retira a orar. Como tantas veces nos dijo, lo más importante es la cuestión de Dios. Pero esa cuestión es tabú para el mundo moderno. La retirada a la contemplación es provocadora. La profundidad de lo religioso nos da vértigo. Por eso tratamos de cubrirla con el ramaje del cotilleo o las ortigas de la conspiración. Dicen que Benedicto XVI se retira porque ha fracasado en su proyecto de recristianizar este mundo secular. Pero, en realidad, somos nosotros quienes fracasamos al no aceptar a Dios. Ese Dios-amor al que él dedicó su primera encíclica como programa de su pontificado. Decididamente nos molesta Dios. Y no toleramos fácilmente que alguien nos recuerde su presencia. Ni con su palabra ni con su silencio. Sin embargo, la presencia misericordiosa de Dios se impone a nuestra terquedad. Siempre habrá profetas que den cuenta de Él. Benedicto XVI seguirá siendo para nosotros, con su presencia silenciosa y orante y con su palabra de fe, una llamada a la conversión y a la esperanza. (José-Román Flecha)


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