Domingo 12 de mayo

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La ciencia no tiene conciencia. La economía no tiene compasión. El sistema neoliberal no tiene humanismo.

“Si Cristo es el alma de nuestra religión, María es su perfume”.- Palacio Valdés.

Tú eres el cambio que deseas ver en el mundo. (Gandhi)

"Si fuéramos a sentarnos cerca de Jesús y le mirásemos a los ojos tendríamos una oportunidad más grande de ser salvados que leyendo sus palabras". (Thich Nhat Hahn , Maestro budista vietnamita)

¿Sabes por qué el parabrisas del coche es tan grande y el espejo retrovisor tan pequeño? Porque nuestro pasado no es tan importante como nuestro futuro. Mira hacia adelante y sigue en movimiento.

Jesús era realista. Sabía que no podía transformar de un día para otro aquella sociedad donde veía sufrir a tanta gente. No tenía poder político ni religioso para provocar un cambio revolucionario. Sólo tenía su palabra, sus gestos y su fe grande en el Dios de los que sufren. Por eso le gusta tanto hacer gestos de bondad. «Abraza» a los niños de la calle para que no se sientan huérfanos. «Toca» a los leprosos para que no se vean excluidos de las aldeas. «Acoge» amistosamente a su mesa a pecadores e indeseables para que no se sientan despreciados. No son gestos convencionales. Le salen desde su voluntad de hacer un mundo más amable y solidario en el que las personas se ayuden y se cuiden mutuamente. No importa que sean gestos pequeños. Dios tiene en cuenta hasta el «vaso de agua» que damos a quien tiene sed. A Jesús le gusta, más que otra cosa, «bendecir». Bendice a los pequeños y bendice sobre todo a los enfermos y desgraciados. Su gesto está cargado de fe y de amor. Desea envolver a los que más sufren con la compasión, la protección y la bendición de Dios. Nada extraño que Lucas nos describa su despedida de este mundo con su último gesto: bendiciendo a sus discípulos. (J.A.P.)


EN TU PALABRA ACOGEMOS TU PRESENCIA “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál es la riqueza de gloria que da a los santos”.

“Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido”

“Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse”.

“Vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo”

“Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante Él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”. “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos… hasta los confines del mundo”

¿Qué sentido tiene la «Ascensión» de Jesús al cielo en una época en que ningún hombre lúcido se imagina ya a Dios viviendo por encima de las nubes? Pero, sobre todo, ¿qué puede significar para nosotros un Salvador que ha desaparecido lejos de nosotros, cuando lo que importa, de verdad, es la solución de los problemas de nuestro mundo cada vez más graves y amenazadores? Una cosa está clara: la progresiva explotación del mundo no parece ofrecernos toda la felicidad deseada, sino la posibilidad de un final catastrófico de la historia y no su consumación feliz. Por eso, necesitamos asimilar, más que nunca, el mensaje optimista que se encierra en esta fiesta de la Ascensión del Señor. Creer en la Ascensión de Jesús es creer que la humanidad de Cristo ha entrado en la vida íntima de Dios de un modo nuevo y definitivo. Jesús se ha ocultado en Dios pero no para ausentarse de nosotros sino para vivir desde ese Dios una cercanía nueva e insuperable, e impulsar la vida de los hombres hacia su destino último. Esto significa que el hombre ha encontrado en Dios un lugar para siempre. "El cielo no es un lugar que está por encima de las estrellas, es algo mucho más importante: es el lugar que el hombre tiene junto a Dios". Jesús mismo es eso que nosotros llamamos cielo, pues el cielo, en realidad, no es ningún lugar sino una persona, la persona de Jesucristo en quien Dios y la humanidad se encuentran inseparablemente unidos para siempre. Esto quiere decir que nos dirigimos al cielo, entramos en el cielo, en la medida en que dirigimos nuestra vida hacia Jesús y vamos adentrándonos en él. Dios tiene para los hombres un espacio de felicidad definitiva que Cristo nos ha abierto para siempre. Una patria última de reconciliación y paz para la humanidad. Esto que algunos leerán con sonrisa escéptica es, para el creyente, la realidad que sustenta al mundo y da sentido a la apasionante historia de la humanidad. Y cuando se desvanece esta esperanza última, el mundo no se enriquece sino que se vacía de sentido y queda privado de su verdadero horizonte. Los creyentes somos seres extraños en un mundo racionalizado, Pero somos seres gozosamente extraños que llevamos en nosotros una fe que nos ofrece razones para vivir y esperanza para morir.


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