Domingo 13 Noviembre

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……  a partir del 1 de enero la eucaristía de la tarde podrá aplicarse por más de un difunto o más de una familia si hubiere personas interesadas.  el próximo sábado, día 19, a las 19,30, un grupo de jóvenes de la parroquia recibirá el sacramento de la Confirmación.

Domingo XXXIII del T.O. Ciclo A. 13-11-2011 Algunos datos de la Iglesia en

Asturias Oviedo cuenta con 455 sacerdotes. Residentes en la diócesis: 391; residentes en otras diócesis: 29; residentes en el extranjero: 22. La edad media del clero asturiano se sitúa en torno a los 65 años. En el año 76 era de 50 años. Una veintena de sacerdotes asturianos prestan servicios en otras diócesis. La diócesis cuenta con 250 misioneros asturianos en 50 países del mundo. Los laicos en misión apenas alcanzan una docena. Su incorporación presenta dificultades, tanto por su preparación específica como por el tiempo que han de dedicar e incluso por la reinserción de los mismos a su regreso. La Iglesia diocesana de Asturias tiene 2 centros misioneros: uno en Benín (África) y otro en Ecuador (América). Ellos no agotan ni suplantan otras manifestaciones misioneras de la misma. Cáritas, en nombre de la comunidad cristiana, atiende a los excluidos de la sociedad. La ayuda que presta es fundamental ante situaciones de pobreza. La diócesis tiene 76 centros sociales y unas 933 Cáritas parroquiales. Se han atendido a más de 198.700 personas, y se han destinado a estos fines más de cinco millones de euros. Para la labor misionera, la diócesis ha destinado cerca de 540.000 €. Y para ayuda en el exterior, a través de Manos Unidas, cerca de 1.500.000. La diócesis tiene 76 centros sociales y unas 933 Cáritas parroquiales. La colaboración periódica, con una cuota familiar o personal, abonada a través de domiciliación bancaria, es el mejor sistema para contribuir al sostenimiento económico de la Iglesia.

“Día de la Iglesia diocesana”

“En esta casa especial cabemos todos los que quieren entrar y permanecer en ella. No es un club de selectos, ni una sociedad para iniciados, sino el lugar en donde nuestras búsquedas hallan la dirección justa, nuestras preguntas son acogidas por las respuestas que más corresponden, nuestras heridas son vendadas y curadas y nuestras soledades son acompañadas debidamente. Esta Iglesia abre sus puertas, y descubrimos que es una casa encendida por la Luz que no engaña, esa que alumbra discreta sin deslumbrarnos hasta dejarnos ciegos. Y es sobre todo una casa habitada: en ella está Dios, que como Padre nos espera a que volvamos de tantos devaneos pródigos por esos mundos de extravío, o espera a que, si nunca nos alejamos de ella, finalmente nos demos cuenta de quién es quién la llena de sentido, de afecto y ternura, hasta convertir la casa en un verdadero hogar de familia. Contigo y con todos, conmigo y con todo aquel que necesite esa casa que enciende mi penumbra, y ese hogar que disipe mis soledades. Ahí está el Señor, ahí está la Madre buena, ahí están los santos y tanta gente, aparentemente anónima, cuyos nombres Dios mismo quiso tatuarse en sus manos. Si no hemos descubierto todavía la Iglesia como hogar de los hijos de Dios, quiere decirse que aún representa tan solo una vaga referencia para determinados momentos de la vida que nace, que se casa, que enferma o que muere. Pero sería reducir esta casa encendida y habitada a un frío departamento de servicios sociales”. (De la carta de nuestro Sr. Obispo con motivo del Día de la Iglesia diocesana”.


A PROPÓSITO DEL EVANGELIO DE LOS TALENTOS Situamos esta reflexión en el contexto de cambio impulsado por el Vaticano II . La renovación cristiana, para que sea auténtica, debe beber en las fuentes genuinas y afirmarse desde su vitalidad interior, también en lo económico. ¿Cuál es el modelo que acredita nuestro ser cristiano? La comunión basada en el COMPARTIR. Tenemos ante nosotros la misión de liberar a nuestra sociedad con caridad cristiana de la tecnificación y deshumanización que le afectan. Ello una purificación para una Iglesia emplazada a la periferia social consistente en la búsqueda de su identidad más profunda. Buscando esta "vuelta a los orígenes" en el campo de la economía eclesial, no podemos menos de volver al relato de los Hechos de los Apóstoles. Ahí encontramos las claves de estos cambios que entre todo debemos intentar realizar. Estamos muy lejos de llevar a la práctica en plenitud la manera en que vivieron los primeros cristianos: "Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común..“. (Hch. 2, 44-45). Aquí tenemos nuestro referente más profundo. Las comunidades eclesiales no serán verdaderas comunidades cristianas hasta que no alcancen este compartir radical de bienes espirituales y materiales. Desde aquí aparece una nueva manera de entender la economía de la Iglesia y su financiación que necesita un cambio profundo de mentalidad en los creyentes y en el clero. Pasar de considerar a la Iglesia como institución de servicios a financiar, a entender y vivir nuestra pertenencia más profunda a ella mediante el compromiso de una fe vivida en comunión con los demás creyentes nuestros hermanos. Hay que ir más allá de ese discurso de "ayudar a la Iglesia en sus necesidades", al criterio evangélico de compartir necesidades y misión. Es así como las personas de nuestro tiempo podrán encontrarse con el Dios de Jesucristo y llegar, por la fe, a amar a la Iglesia y sentirse "piedras vivas" de la misma. En nuestras familias no hacen falta campañas de sensibilización. La dinámica del compartir surge con agrado y naturalidad de quien se siente padre, madre, hijo o hermano. Esta es la dinámica que debemos retomar en nuestras comunidades. Pero esto es difícil. Requiere un profundo cambio de mentalidad que lleve a este sentido de pertenencia. Y requiere, también, por parte de laicos y clero poner en marcha los mecanismos que faciliten la participación activa de todos en los ámbitos donde se distribuyen los bienes. Si queremos que tenga credibilidad el mensaje de solidaridad de la Iglesia, tenemos que hacerlo vida en nuestras comunidades. Empezando por la diócesis, que es el ámbito donde se concreta la Iglesia de manera más visible. (Extraído de un artículo de Mª Rosa Sánchez Naranjo)

La fe no es algo que se guarde en una caja fuerte para protegerla, sino que es vida que se expresa en amor y en entrega al otro. La parábola de los talentos es una llamada a la responsabilidad personal a plantear y protagonizar la vida en términos de fecundidad. Una vida enterrada y una vida encerrada en mí mismo es un fracaso total. Como dice el obispo claretiano Mons. Casaldáliga: “Al final de la vida me preguntarás qué he hecho. Y yo abriré mis manos vacías y mi corazón lleno de nombres”. (Casaldáliga) Otro aspecto clamoroso de esta parábola es la crítica al conservadurismo, la del miedo al riesgo. Ambos a dos provocan una parálisis en el crecimiento de la fe y una declaración implícita de cobardía o pereza. Son nuestros pecados de omisión. La vida se desperdicia cuando no hacemos que suceda algo, que cambie algo, que brote nueva vida, que luzca una nueva esperanza.. La salvación está en seguir teniendo cuentas pendientes con el amor. “Moneda que está en la mano / quizá la puedas guardar; la moneda del alma / se pierde si no se da. (A. Machado) El criado «holgazán» es precisamente el que finge vivir. «Aquí tienes tu vida, Señor... Te la devuelvo casi intacta. No me he atrevido a vivir. Demasiado miedo a equivocarme. ...Aquí tienes tu libertad. La he arrinconado. Casi nunca me he servido de ella. Demasiado compromiso. ...Aquí tienes el corazón que me has dado. Lo he empleado pocas veces, con mucha cautela, con juicio. Demasiado peligro. ...Aquí tienes tu fantasía. Quizás ha sido un regalo superfluo, no sólo peligroso. Nunca la he dejado en libertad. Quién sabe adónde me habría llevado...». …Aquí tienes mis devociones, mis prácticas enterradas en el intimismo, sin contacto alguno con la caridad, con la lucha por la justicia, con el respeto a los demás, con la decisión de compartir. Lo equivalente al talento ocultado es una palabra sofocada, medida, que no es ya un grito, una llamada, un interrogante, incapaz de despertar, que no provoca ninguna respuesta precisamente porque tiene la presunción de dar todas las respuestas.


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