BAUTIZADOS. SEPTIEMBRE Noé González Ionut Ciocian Aslhey Victorero Emilio Rafael Ocampo
Funeral comunitario, día 28 Difuntos del mes. Mª Jesús de la Fuente Manuel Vega Varela Juan Rodríguez Mª Jesús González Manuela Muñiz Friera El pasado domingo, día del DOMUND, tuvimos la celebración del “ENVÍO”. Debajo, dos momentos de dichas celebraciones
…. Los americanos gastan más en comida de perro que de bebé. Un periodista preguntó a una pareja muy mayor: ¿Cómo se las arreglan para estar juntos 65 años? Y ella contestó: “Nacimos en un tiempo en que, si algo se rompía, se arreglaba, no se tiraba a la basura”.
CABECERO HOJA DOMINGO XXX T.O. Ciclo C. 27.10.13 FARISEOS DE HOY “Teniéndose por justos... despreciaban a los demás”
Hoy nadie quiere ser llamado fariseo, y con razón. Pero esto no prueba, por desgracia, que los fariseos hayan desaparecido. Al contrario, si la parábola del fariseo y el publicano fue dirigida a «quienes teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás», tal vez nos encontremos con que tal auditorio ha crecido en número. El fariseo de ayer y de hoy es esencialmente el mismo. Un hombre satisfecho de sí mismo y seguro de su valer. Un hombre que se cree siempre con la razón. Posee en exclusiva la verdad, y se sirve de ella para juzgar y condenar a los demás. El fariseo juzga, condena, clasifica. El siempre está entre los que poseen la verdad y tienen las manos limpias. El fariseo no cambia, no se arrepiente de nada, no se corrige. No se siente cómplice de ninguna injusticia. Por eso, exige siempre a los demás cambiar, renovarse y ser más justos. Quizás sea éste uno de los males más graves de nuestra sociedad. Queremos cambiar las cosas. Lograr una sociedad más humana y más habitable. Transformar la historia de los hombres y hacerla mejor. Pero, ilusos de nosotros, pensamos cambiar la sociedad sin cambiar ninguno de nosotros. Así, sin percatarnos, vamos engrosando la cofradía de los satisfechos, de los justos a los que se tienen que acomodar y dar la razón cuantos nos rodean.. Hay que ver, veintiún siglos después y la “especie farisaica” sigue creciendo desmesuradamente…
“…porque no soy como los demás” Eclesiástico 35,12-14.16-18 “El Señor…escucha las súplicas del oprimido, no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja….”
2Timeo 4,6-8.16-18 “Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la Fe…”
Lucas 18,9-14 “El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sólo se golpeaba el pecho diciendo: “Oh Dios, ten compasión de este pecador”
Jesús rechaza toda forma de desprecio. Las palabras del fariseo, interpretadas con la dureza con que lo hemos hecho, vienen a ser un aviso: No podemos ser jueces de los demás, no podemos considerarnos tan distintos de aquellos a los que criticamos, necesitamos una delicadeza exquisita en nuestros juicios y valoraciones. Y no es fácil. Tendemos a emitir juicios generales sobre los grupos de personas, sobre los procedentes de ciertos países, los pertenecientes a tales etnias, los participantes en tales asociaciones o movimientos… Lucas nos lo transmite con seriedad: juzgar a los demás nos sitúa fuera de la órbita de Dios, porque queremos sustituir su comprensión por nuestra condena. Por otra parte, el desprecio «genérico», casi siempre acaba concretándose en personas que quizá no tengan ninguna culpa. El fariseo no se resiste a señalar con el dedo al publicano y a declararlo pecador sin saber nada de él. Además, si miramos de cerca las cualidades que creemos poseer y que nos hacen ser «distintos», ser «mejores», no ser «de los malos»…, nos damos cuenta de que la cosa no es para tanto. Hacemos hincapié en aspectos más o menos superficiales que no afectan a los valores auténticos: los del fondo del corazón; igual que el fariseo que valoraba sus ayunos y limosnas, pero olvidaba el amor a Dios y al prójimo. A veces parece que estemos obligados a «no ser como los demás», a distinguirnos, a ser «originales»; no podemos «mezclarnos» con estos o aquellos por si alguien nos ve, por si acaso nos juzgan, por si nos etiquetan… Quien intenta ver con la mirada de Dios descubre que sí es como los demás, que todos formamos parte de una enorme fraternidad, la de los hombres y mujeres del mundo que somos a la vez justos y pecadores, originales y «del montón», únicos y prescindibles. La mirada de Dios penetra en el corazón humano y trata de sanarlo, no de condenarlo. Acercarse a Dios es acercarse a la luz, “yo soy la luz del mundo”, Con ella quedan en evidencia nuestros fallos, y gracias a ella, podemos empezar a corregirlos. Afortunadamente, la mirada de Dios va mucho más allá del pecado y se fija en las luces y cualidades que hay, donde nosotros tan sólo vemos un paisaje de males. Y es que este Dios nuestro es capaz de entrever atisbos de vida, de verdor, y conversión donde otros sólo vemos muerte y debilidad. Jesús dijo esta parábola para aquellos que «despreciaban a los demás», y eran incapaces de mirar a los demás con la ternura que los miraba Dios.