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Caridad Ros Gonzalo ........................................... Pag
Penitente se es todos los días
egún el diccionario de la Real Aca-
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Sdemia Española, penitente es aquella “persona que hace penitencia”, que para la Iglesia Católica implica el arrepentimiento de los pecados, la reflexión y el propósito de no volver a caer nuevamente en este pecar.
Midiendo los pasos, guardando la distancia con el de enfrente, mirando de reojo al de la fila izquierda para ir a la misma altura. La cabeza duele, el farol pesa, la zona lumbar se resiente de estar tanto de pie. “Cuidado. Escalón”, dice la regidora al pasar por San Bartolomé. “Nazareno, ¿me das un caramelo?” dice un niño que te tira de la manga de la túnica, aunque a esa altura, pocos quedan ya. La túnica de terciopelo pesa aún más sobre los hombros si llueve, como aquel año entrando en Belluga. Desde el anonimato que te aporta la cara cubierta, pues hay que rezar en lo escondido que es donde el Padre te ve, giras la cabeza a “paso”, mirando el mojado y resbaladizo suelo donde las esparteñas de carretero aumentan su volumen por el agua y solo queda rezar, rezar para que no haya ningún tropiezo, ninguna caída, ningún mal gesto que cause daños bajo el pesado “paso”.
Desde bien pequeña, que empecé a salir con mi prima, he tenido por costumbre ser la última de la fila derecha del “Paso” de la Sagrada Flagelación, aquel que era el primer “paso” de la Semana Santa murciana hasta que la figura de un Ángel nos adelantó. Años han pasado e incorporaciones importantes y fieles cada año he tenido conmigo en la fila, aunque, no nos vamos a engañar, triste e incomprensiblemente, es de las filas menos numerosas de la procesión, a pesar de que algunas de sus integrantes luchamos cada año por que no sea así.
Cita ineludible casi desde que recuerdo, cada Viernes de Dolores y apurando cada segundo con la tela del capuz levantado dentro de la Iglesia, ansiaba lo que ahora añoro, la frase que entra por los oídos hasta asentarse en el corazón y la memoria: “¡Procesión a la calle!”. Sube el estandarte y salimos a la plaza de San Nicolás, siempre repleta de gente esperando ver salir cada “Paso”, quizás buscando caras conocidas… quizás esperando ver al primer Cristo flagelado que salió en Murcia con sus manos atadas a la espalda. En silencio y con los ojos bien abiertos, cojo mi farol con la mano derecha para girarme y ver salir a nuestro “Paso”, que pasa tan justo por la puerta. Ver a la mitad de mi familia, a los que ya no están, a los que bien podrían no estar pero que la muerte les ha dado una oportunidad y les permite salir y a los que, año tras año, no faltan a su cita, aunque suponga miles de kilómetros y muchas horas de vuelo. “Vale, ya está fuera, seguimos”. Miro a mi homóloga de la fila izquierda para cerrarla correctamente, gesto que, aunque parezca sencillo, no lo es.
Nadie te conoce y no hace falta (aunque una madre siempre te reconocerá por tu forma de andar). En silencio se va fraguando la penitencia, al igual que a Jesús lo hicieron ir cargando con su cruz hasta el monte donde posteriormente lo crucificaron, con la diferencia de que Él hizo penitencia por obligación sin necesidad de pedir perdón por los pecados que no había cometido y nosotros
no pedimos el suficiente por los nuestros cada día. Porque uno no es penitente solo el Viernes de Dolores, sino cada día del año, aunque se nos olvide con facilidad.
Hace ya dos años el mundo se paró y las aguas de Venecia se limpiaron. Desde hace dos años no puedo ver a la Flagelación girar al lado del Teatro Romea, ni puedo decirle a ningún estante despistado que no me adelante en la fila pues soy la última y no me pude pasar. No veo a mi padre estudiarse la plantilla del “Paso” cada noche ni puedo ir a recoger mi ticket de salida de mi fila derecha. Desde hace dos años pasé a ser regidora de mi paso, puesto que, aunque siempre he querido ejercer, nunca lo hice por no disminuir todavía más nuestra corta e injusta fila y en el que, hasta la fecha, no he podido debutar, aunque no por ello pierdo la esperanza. Como he mencionado, penitente se es todo el año.
Por la profesión que elegí (y que volvería a elegir una y mil veces sin importar el esfuerzo y sacrificio que supone), he podido ver de cerca lo que estos dos años han supuesto y suponen. La incertidumbre, el miedo o la ansiedad; el que un paciente que sabes positivo, empiece a toser mientras tu estas con él y pienses “madre mía”. Pero todo eso da igual porque estamos para ayudar, como hizo Jesús en su corta vida, antes de ser injustamente penitente. Y es que un paciente te dice más cuando lo miras sin que él se percate, como la cara de un niño cuando le das un caramelo sin esperarlo o la de una abuela que recibe una estampa, aunque tú ya lo hayas divisado y decidido desde el principio de la calle. do un incentivo y que suponen, incluso, una tentación para descansar y estirar la espalda. No llevamos peso sobre nuestros hombros, es cierto y es posible que el esfuerzo no se pueda comparar al de un estante, pero ese sacrificio, distinto, es constante, es anónimo, es en lo escondido, pero igual o más válido. Sin quejarnos del dolor de manos, pies, espalda o cabeza vamos dando pasos medidos sin salirnos de nuestra fila… pero, como bien dice el refrán “palos con gusto, no duelen”.
¿Qué pasará este año? Solo Dios lo sabe. ¿Dónde estaremos este Viernes de Dolores? ¿De regidora al servicio de dos, espero, largas filas o cubriéndome de pies a cabeza para ver pacientes? No lo sabemos, pero igual de penitencia será. Solo nos queda rezar y esperar que sea lo primero, que el mundo vuelva a girar como antaño y que volvamos a preparar caramelos y el cíngulo, siempre en el izquierdo y el rosario, siempre en el derecho. Que administremos nuestros nervios, entrenemos nuestra paciencia y que el sueño de dos años esperando oír el “¡Procesión a la calle!”, se convierta en una realidad bien fuerte este año. Porque toda espera tiene su recompensa y porque, en estos tiempos convulsos que vivimos, poder estar es una suerte.
Por los que ya no están.
Caridad Ros Gonzalo
La calle Riquelme se multiplica al atravesarla cerca de media noche, sorteando las sillas que los vendedores colocan esperan-