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Luciérnaga penitenciar murciana:
Antonio Martínez Cerezo
En las noches de máxima oscuridad , de total y absoluta ausencia de luz, sin luna clara ni rutilantes estrellas en el firmamento, la vista se vuelve obnubilada al suelo al que se siega el pan y donde acaece el naturalmilagrorepetidodelavida.
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Todo duerme en el entorno, salvo los perrosguardianes.
El declinante día trae de la mano al naciente día. A medianoche se formaliza el relevo. Horros de laboreo los bancales, en los humildes costerones de las sendas y carriles, brazales, azarbes y azarbetas de la huerta murciana , el silente y solitario paraje hortense ofrece a la vista, a simple vista, a poco que el mirar se agudice, el singular, mágico y grandioso espectáculo de una procesión luminosa que alegra los iris, altera el pulso, ensanchaelpechoyarrobaelánima.
Las luciérnagas, criaturas de Dios como todo cuanto en este mundo alienta vida, emergen silenciosa y misteriosamente entre las dormidas juncias, el cerriche, el vinagrillo, las macollas, las verdolagas y otras hierbas y matujas, y con sus vientres de traslúcido vidrio, con sus transparentes barriguitas encendidas como mariposas de duelo en los tazones de aceite protagonizan su particular procesión del silencio, una tras otra, en rigurosa sucesión, por loscarrileshuertanos.
De dónde vienen se sabe: de su prudente escondrijo diurno, a salvo de impertinentes. Adonde van también se sabe: en busca de alimento y oportunidad de aparearse, ardientes de vida, de que la vida encienda en ellassuvela.
La mágica estampa de las luciérnagas en las oscuras noches de la huerta murciana, donde tengo casa blanca con plena vista al suelo y al cielo, adquiere una especial relevancia cuando el libro que leo una y otra vez al raso, en una balanceante mecedora que me dejaron por toda herencia mis mayores, es Rayuela, inagotable novela del argentino universal Julio Cortázar. En cuyo fatigado tomo, que me metió de hoz y coz en la hombría cuando hacía la mili en Rabasa, tengo subrayada en fosforito su frase más luminar y deslumbrante: «No me parece que la luciérnaga extraiga mayor suficiencia del hecho incontrovertible de que es una de las maravillas más fenomenales de este circo; y, sin embargo, baste suponerle una conciencia para comprender que cada vez que se le encandila la barriguita el bicho de luz debesentircomounacosquilladeprivilegio».
Claro está que la luciérnaga, la breve, minúscula e insignificante luciérnaga, tiene conciencia de sí, de su ser mágico. Y claro está también, porque Dios lo quiso así, que es a todo efecto una de las maravillas más fenomenales de este circo en permanente sesión de noche y día. Una criatura del cielo, incapaz de despegarse del suelo. Y capaz, sin embargo, de hacer que se le encandile la barriguita para alumbrarse en el incierto camino de la vida y de sentir por ello, por el mágico encandilamiento de la barriguita, unacosquilladeprivilegio.
Hágaselaluz,sediceasumodoyensu lengua la luciérnaga. Y, como en aquel lejano día delGénesisenquelaluzsehizoporprimeravez, la luz, ¡eureka!, se hace en su barriguita, procurándole una interna cosquilla de privilegio.
Algo así, tan natural y prodigioso a la vez , sólo está al alcance de muy pocas criaturas de este vasto circo animal en el que los pretenciosos humanos vamos muy puestos de largo de lo nuestro a lo nuestro, con nuestras muchas ínfulas y menguadas luces, considerándonoslosreyesdelacreación.
La transparente barriguita encandiladadel bicho de luz me admira y retrotrae a mi infancia huertana. El animal que tiernamente acojo en la palma de la mano, para librarlo de un charco infecto es un milagro de la naturaleza, una lección luminiscente. El encendido bichito de luz, luz animal, es un misterio revelado. Sabe, porque tienen conciencia del bien y del mal, quien le quiere bien y quien le quiere mal. Si teme algo, se apaga súbitamente. Si nada teme, súbitamente se enciende. Es la revelación de lo imposible posible.Unmilagroalalcancedelamano.
Cómo no acordar con el novelista Cortázar, mago del idioma, cantor de la inmensa transcendencia que puebla la intranscendencia, que tan humilde y frágil criatura nocturna al encandilásele la barriguita debe sentir en su fuero interno, en sus luminares moléculas, en su prodigioso ser animal, una cosquilla de privilegio, de inmenso y legítimo privilegio, cuando deambula por la senda oscura, a orillas del azarbe cuyas aguas se derraman canoras en elpartidordelaacequia.
En el lejano día del Génesis en que nació todo lo nacido, el bichito de luz recibió del cielo el privilegio de hacer brotar luz de su transparente barriguita, de hacerse luz en lo oscuro e iluminar los cornijales. Entre naranjos y limoneros en flor, otro milagro de la naturaleza, el botó del azahar en el que ya despunta virginalmente el fruto, me retrotrae, una y otra vez, al pasaje que tengo subrayado en laversiónfrancesadellibroenfosforito,uncolor industrial que remeda el encandilado ser del bichito de la luz, su barriguita encendida. Y siempre que lo hago, desde los años sesenta del siglo pasado, cuando de caqui me vistió la patria, me viene instantáneamente al recuerdo, por mágica e instantánea asociación de ideas, la murciana Procesión del Silencio, el cortejo místico que en Jueves Santo, en plena noche, con calles, plazas, tiendas y farolas disciplinadamente apagadas, saca de su embeleso a la populosa ciudad de Murcia y la cautiva con su estremecedor recogimiento y singular fervor religioso. Tan seria y solemne procesión,conlaquecompartoaños,ochentaya, siempre la he considerado, y ahora lo reitero con octogenaria madurez, una 'luciénaga penitencial'.
Amedianocheensuetapainicialyalas diez de la noche actualmente, la Procesión del Silencio impone a cuantos en ella participan el penitente Voto del Silencio. El cual se cumple por tradición, promesa y tener voluntad. A conciencia. El principio del silencio, la mudez voluntariamente asumida, el silencio sepulcral, lo impone a los cofrades el severo capuz de raso morado, la severidad morada, el rojo de la sangre sacrificial pasado por el azul del cielo hasta dar casi en negro, el color artificial que imita la tonalidad natural de las moras. Otro milagro vegetal, el fruto de la morera, que tiñe las sendas y carriles de la huerta murciana, mientrasloshacendososbichitosdelaseda,otro magistral milagro de la naturaleza, también sienten en sus barriguitas , en sus barriguitas hiladoras, una inmensa cosquilla de privilegio. Cuyo resultado es el finísimamente hilado capullo de seda, la seda, el filamento más hermosamente animal, el hilo natural por excelencia.
De raso negro la túnica y de raso morado el capuz, el mudo penitente de la Cofradía del Refugio, de la Procesión del Silencio, simboliza la penitencia andante, la penitente penitencia penitencial, la penitencia cargando en cuerpo y alma con la autoimpuesta penitencia como Cristo con la cruz, camino del Calvario.
Bajo el capuz de raso morado, los penitentes del Silencio se sienten como las mágicas criaturas que habitan dentro del espejo en que un día se contemplaron, otro misterio, al otro lado del sellado vidrio, entre el cristal y el azogue. Desde el mismo momento en que el devoto penitente del Silencio baja el capuz de raso morado sobre su faz, cubriéndose enteramente el rostro, se impone en él, en su aquiescente ser, la volitiva einquebrantable ley del silencio. Silencio pleno. Absoluto. Autoimpuesta mudez voluntaria. Plena. Ni el más mínimo pensamiento puede elevarse a condición oral, ni una sola palabra puede ser pronunciada en voz alta, ni siquiera bisbiseada. El penitente disciplinadamente se autoimpone ofrecer al cielo ese sacrificio momentáneo, pasajero, frugal, que abona el nombre mismo de laprocesió,laProcesiódelSilencio.
Sólo en circunstancia imprevistas, a los más que los penitentes osan llegar es a manifestarse y entenderse por gestos, por señas, por mínimas indicaciones. Todo penitente sabe y tiene asumido cuál es su lugar exacto en la procesión, el puesto que necesariamentehadeocuparenlacarrera.Ante la única imagen que procesiona en la severa oscuridad de la noche. Sólo un trono. Sólo un paso. Un paso solo. Un trono solo. El trono de los tronos para los cofrades del Cristo del Refugio . El paso de los pasos de la Procesión del Silencio. Llevándolo, acompañándolo, alumbrádolo con temblorosa llama, candescente la pálida y caediza cera, inestable el pábilo, la mecha de velas y velones en la piadosa mano de los fieles alumbrantes, no pocos de los cuales caminan ignotos, rezando para sí el rosarioolaoracióndesuparticulardevoción.
Calle al fondo, se percibe la aparición del paso, la llegada del paso, el paso del paso al paso. Al acorde de un monótono golpe de tambor y un severo toque de campana. La única procesión murciana en la que se oye el deslizamiento de los pasos de los penitentes en el suelo. El frufrús de las sandalias o las óseas plantas desnudas de los pies descalzos. Acompasado, muy acompasado, el paso de los pasos. El paso de Jesús crucificado, el Cristo del Refugio. En la solemnísima procesión del Silencio,primeraensugéneroenlaciudad.
Un estremecedor golpe de campana marca el inicio de la procesión. El mazo de madera de naranjo sobre la campana de metal impone las programadas paradas y arrancadas durante tan singular carrera. En las afueras de lasIglesiadeSanLorenzo,lasalmassefundeny confunden en una, la expectación crece, la fe parece contagiar a todos. No cabe una persona más en la calle, en las breves aceras. La muchedumbre acrece por instantes. Todo el mundo pugna por no perderse la salida de la procesión, Cristo en la cruz, el crucificado en el madero, entre tantísima gente, tras tantos cuerpos, caderas, espaldas, hombros cabezas. Todas las almas semejan respirar con un mismo pulmón, comunalmente. Todo el pueblo, en ese instante, es un alma sola, una sola alma. Un alma de luto, enlutada. De riguroso luto occidental, que es negro, del oscuro color de la nocheoscuraydelmisteriodelcampodesolado. Por doquiera discurre la silente carrera, la oscurecida procesión, todos los pensamientos conformanunsoloyúnicopensamiento.
Llegado el momento, el solemne momento, de cumplir las promesas hechas a lo largo del año nadie, absolutamente nadie, falta al compromiso internamente asumido. Las mudas oraciones y plegarias van por aquellos que se fueron al lugar de donde no se vuelve, mayormente por éstos, los difuntos. Y, también, por quienes, sufren algún tipo de mal o enfermedad de los calificados como incurables. Y no falta silenciosos votos, peticiones, caritativos ruegos implorando el favor del cielo para quienes nada propio tienen, para que los más desfavorecidos por la esquiva fortuna tengan techo bajo el que guarecerse, lecho en el que yacer, agua para calmar la sed y pan que llevarsealabocaparamitigarelhambre.
Sólo buenos deseos, los mejores buenos deseos imaginables, pueden nutrir el pensamiento de los entes de buena voluntad cuando pasa, solo en su soledad, el Cristo del Refugio, el Señor del Silencio en su silencio . Sin queimporte,entansublimemomento,dilucidar si el inspirado anónimo tallista medieval, representó a Cristo clavado en el madero agonizante (inánime o exangüe) o ya extinto. Iconográficamente, el Cristo del Refugio es la representación vertical de Cristo en la cruz del Calvario,enredentoraascensiónalcielo.
El eco de la frase del perdón resuena en la noche más luctuosa del año, en la severa noche en vela. Toda la ciudad de Murcia es un velatorio comunal en el que el eco de la frase del perdón, las últimas siete palabras de Cristo en la cruz, que en realidad son ocho, aún no se ha extinguido del velante panorama urbano. Esas siete u ocho palabras, la oración que conforman en la versión evangélica (Luc. 23:34), no se extinguirán nunca, porque así está escrito y lo escrito permanece eternamente en la olvidadiza memoria de la gente. En sombras, ante el umbral de una iglesia, un grupo coral entona unaoraciónsolemne,deextremasolemnidad.
Los presentes escuchan con los ojos entornados, que es como se escucha mejor y más profundo , y con los ojos vueltos al cielo, en implorante súplica. Acaba el coro su ofrenda tónica y en la silenciosa noche oscura, resuena y se propaga mudamente audible, en el consabido latínevangélico:
Pater, dimitte illis; non enim sciunt quidfaciunt
Y en la versión española del catecismo aprendidodememoria:
—Padre,perdónalos;porquenosaben loquehacen.
Desde el cielo, al que verticalmente asciende clavado en el tosco madero, el Cristo del Refugio, Dios hecho hombre, según las enseñanzas,contemplalapiadosaprocesiónque, en la ciudad de Murcia, en Jueves Santo, de todo corazón se le dedica: la solemnísima Procesión delSilencio.
Luminaria en la oscura y silenciosa noche. Una luciérnaga penitencial que este año de gracia de dos mil veintitrés cumple ochenta años. Lo que para Murcia y su Semana Santa suponeuninmensocosquilleodeprivilegio.