Capital Intelectual SA Paraguay 1535 CABA. Publicación bimestral. Año I, N° 1
AMARTYA SEN Joyce Carol Oates
Mike Tyson
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Dios, mejor ser un buen impostor que un verdadero don nadie. Mike Tyson
a vida de un campeón de boxeo tras el retiro trae a la memoria la frase de Karl Marx según la cual la historia se repite primero como tragedia, después como farsa. Aun cuando el boxeador logre retirarse sin recibir heridas de gravedad, no es improbable que los golpes reiterados en la cabeza tengan a largo plazo consecuencias neurológicas, y que la agresión acumulada de un entrenamiento arduo y de peleas ganadas con esfuerzo precipite el deterioro natural debido al envejecimiento; y sin duda es probable que el boxeador haya sido testigo de episodios muy desagradables en las vidas de otros boxeadores, o que incluso los haya causado. Como alguna vez dijo Fritzie Zivic, campeón de peso wélter: “Estás boxeando, no estás tocando el piano”. El boxeador ha viajado hacia las profundidades de una experiencia visceral, violenta, de la que la mayoría de nosotros, que observamos desde la distancia, podemos tener apenas un vaguísimo destello de comprensión; ha puesto en riesgo su vida, ha lastimado a otros, como un gladiador al servicio del entretenimiento de masas. Cuando llega la hora del balance, es usual descubrir que, tras haber amasado muchos millones de dólares para él y para otros, ha quedado casi sin un centavo, si no en deuda con el fisco, y tiene que declararse en bancarrota (Joe Louis, Ray Robinson, Leon Spinks, Tommy Hearns, Evander Holyfield, Mike Tyson,1 entre otros). Qué ironía entonces, o tal vez qué inevitable, que la vida del campeón de boxeo tras el retiro replique tantas veces este rol trágico bajo la forma de una farsa: basta recordar a Joe Louis, uno de los grandes pesos pesados de la historia, que terminó su carrera con dos derrotas ignominiosas a manos de boxeadores más jóvenes y con un breve interludio como luchador profesional, para luego actuar de sí mismo como relaciones públicas en un casino de Las Vegas. Quizás el más grande de los campeones en la categoría de los pesos pesados, Muhammad Ali, inigualado en su plenitud por sus espectaculares actuaciones en el ring, también terminó su carrera luego de una sucesión de derrotas en palizas humillantes, explotado por su manager Don King y lleno de deudas. Visiblemente disminuido, afectado por el mal de Parkinson e incapaz de hablar, Ali es exhibido a menudo en eventos públicos, a veces con un atuendo formal, el rostro impasible como una máscara.
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Joyce Carol Oates
TYSON Undisputed Truth
[Verdad indiscutida] de Mike Tyson y Larry Sloman, Blue Rider, 2013, 580 págs.
Joyce Carol Oates ha publicado más de 70 libros, entre los que se incluyen novelas, colecciones de cuentos, poesía y ensayos. Enseña escritura creativa en el Centro Lewis para las Artes de la Universidad de Princeton. Muchas de sus obras se encuentran traducidas al español, entre ellas Del boxeo (Madrid, Alfaguara, 2012) y su última novela, Carthage (Madrid, Alfaguara, 2014). Reuters
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MARZO-ABRIL 2015
Quieren que sólo sea un animal cuando estoy en el ring. MIKE TYSON
ike Tyson, que a los veinte fue el campeón más joven en la categoría de los pesos pesados, y que en los primeros y vertiginosos años de su carrera fue un digno sucesor de Ali, Louis y Jack Johnson, logró reinventarse tras su retiro del boxeo en 2005 (cuando abandonó abruptamente antes del séptimo round de una pelea contra Kevin McBride, un boxeador mediocre). Se convirtió en una réplica extravagante del original Iron Mike, personaje de un videojuego, de dibujos animados y de libros de historietas; en una caricatura de sí mismo alimentada a cocaína en los burdos films de la serie Qué pasó ayer; en estrella de un espectáculo unipersonal en Broadway dirigido por Spike Lee con el título Undisputed Truth [Verdad indiscutida], y de la adaptación cinematográfica que hizo HBO de ese espectáculo; y ahora, en el autor, con la colaboración de Larry Sloman, del libro de memorias homónimo. Al final de su adolescencia en los años ochenta, Mike Tyson era un boxeador de la vieja escuela, fervientemente dedicado, de un temperamento más afín al de los boxeadores de los cincuenta que al de sus contemporáneos más pulidos. A los cuarenta años, Tyson se mira a sí mismo con el humor absurdo de un Tersites para el cual el odio hacia sí mismo y hacia su público se ha convertido en una rutina amable. Le gustaba mostrarse como un loco peligroso, autoparodiándose a los gritos en las conferencias de prensa:
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¡Soy un violador convicto! ¡Soy un animal! ¡Soy la persona más estúpida del boxeo! ¡Tengo que salir de aquí o voy a matar a alguien! [...] Tomé Zoloft, ¿eh? Pero lo tomo para no matarlos a todos [...]. No quiero tomar Zoloft, pero les preocupa que sea un violento, casi un animal. Y quieren que sólo sea un animal cuando estoy en el ring. lguna vez las peleas profesionales fueron maratones que podían involucrar hasta cien rounds de tres minutos cada uno (el récord es ciento diez rounds en 1893, durante siete horas). Con tanto tiempo por delante, los boxeadores tenían que calcular cómo usar su fuerza, y la pura resistencia física era una alta prioridad. La pelea estilo maratón brindaba tiempo de reflexión a un público embelesado, ya que el equilibrio de poder podía cambiar impredeciblemente de un boxeador a otro, en una serie de acciones oscilantes, como en una obra de teatro prolongada. Las peleas planeadas como maratones que terminaban rápido podían interpretarse como desparejas, y, por tanto, como fraudes. La pelea más notoria en la categoría de los pesos pesados del siglo XX, la de Jack Dempsey contra Luis Ángel Firpo (1923), fue también una de las más cortas
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y terminó con la victoria de Dempsey en el segundo round, después de una sucesión espectacular de caídas de ambos luchadores, e incluso de la caída del ganador a través de las sogas sobre la máquina de escribir de un cronista deportivo. Hoy para nosotros está claro que Dempsey debió haber perdido la pelea; fue el beneficiario de un “conteo largo” del referí (cuatro segundos extras), que le permitió recuperarse tras haber sido devuelto al ring por los periodistas. Ya cuando era un boxeador joven y en ascenso, en mitad de su adolescencia, Mike Tyson llamaba la atención por su estilo de agresión continuo, de disparo a repetición, incluso en torneos de boxeo amateur en los que los puntos se cuentan por golpes, como en la esgrima, sin que importe la potencia del puñetazo. Había sido entrenado –al principio, durante las salidas permitidas de fin de semana en su escuela reformatorio del norte– para combatir como un profesional por Cus D’Amato, un entrenador reverenciado, si bien controvertido y peleador, que había entrenado antes a los campeones Floyd Patterson y José Torres. “Todo el establishment del boxeo amateur me odiaba [...]. Y si yo no les caía bien, por Cus sentían desprecio”. Normalmente, Tyson aterrorizaba a sus oponentes ya con su tamaño y sus modos. En las pruebas olímpicas de 1983, la leyenda Tyson estaba comenzando: “El primer día logré un nocaut en cuarenta y dos segundos. El segundo, le saqué dos dientes frontales de un golpe a mi oponente y lo dejé frío por diez minutos. Después, el tercer día, el que era campeón del torneo abandonó la pelea”. Ver las primeras peleas de Tyson, tanto amateur como profesionales, es ver a jóvenes boxeadores que son acosados, arrinconados y acribillados hasta el sometimiento por un boxeador aún más joven que los persigue por el ring con la ferocidad y la determinación de Dempsey, al que Tyson, con la guía de D’Amato, imitó en el estilo combativo, constante y castigador. Ver estas peleas en una sucesión rápida, la incredulidad compartida de los boxeadores que se encuentran en el ring con un Tyson relativamente bajo, de brazos cortos, el descreimiento y la sorpresa ante la fuerza pura de su oponente a medida que los acorrala, es ser testigo de una suerte de teatro del absurdo; tal vez esta sea la manera más útil de entender el boxeo. Para cuando se convirtió en profesional, en 1985, Tyson ya seguía el modelo de Dempsey de una forma más evidente al adoptar los famosos pantalones negros y las zapatillas también negras, usadas sin medias; entraba a la arena sin bata, sin una sonrisa, truculento, con mirada mortal, para terror de
sus oponentes. Allí estaba Iron Mike, la creación “antisocial” de D’Amato. Incluso llegué a fantasear con la idea de que si realmente mataba a alguien en el ring, sin duda eso intimidaría a todos. A los diecinueve, Tyson comenzó a instalar su imagen en los medios como un avatar del mortífero Dempsey en una entrevista que siguió a su demolición de Jesse Ferguson: “Quería pegarle en la nariz una vez más, para que el hueso le subiera hasta el cerebro”. Con doce peleas ganadas por nocaut en el primer round al inicio de su carrera, algunas en el término de segundos, ningún boxeador escaló con tanta rapidez o de manera más espectacular a través de la categoría de los pesos pesados que Tyson. En duelo por D’Amato, quien murió en 1985, pero determinado a cumplir la profecía del entrenador de que iba a convertirse en el campeón de los pesos pesados más joven de la historia, Tyson ejecutó a los veinte años una de sus impresionantes victorias llenas de estilo, de golpes a repetición, contra el poseedor del título Trevor Berbick, de treinta y tres años, la noche del 22 de noviembre de 1986 y ante una multitud enfervorizada que lo aclamó en Las Vegas. Detenida por el referí después de dos minutos y treinta y cinco segundos del segundo round, cuando se movía con rapidez hacia su desenlace como un ballet perverso, la de Tyson contra Berbick es una pelea que probablemente nadie que haya visto vaya a olvidar; la imagen dominante es la de un hombre golpeado hasta el sometimiento por otro hombre más joven, y que cae pesadamente, logra ponerse de pie con dificultad y después vuelve a caer, impotente, sobre la lona. Hasta el entrenador de Berbick, Angelo Dundee, tuvo que conceder que “este chico” había creado la presión de una pelea frente a la cual su boxeador no pudo reaccionar: “Lanza combinaciones que nunca vi antes. ¿Dónde se vio a un tipo que lance un derechazo al riñón, suba por el medio con un uppercut y después lance un gancho izquierdo? Lanza los golpes... como si gatillara”. Si bien esa noche Tyson ingresó en la historia del deporte, como lo había planeado D’Amato, este es su recuerdo: El día más aterrador de mi vida fue cuando gané el cinturón del campeonato y Cus no estaba ahí. Tenía todo ese dinero y ni idea de cómo comportarme. Y entonces aparecieron los buitres y las sanguijuelas. os capítulos más potentes y conmovedores de Undisputed Truth son los que se ocupan de los orígenes de
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Tyson. Con el lustre que les da una percepción retrospectiva, estas evocaciones de la niñez en Brooklyn junto a su familia biológica y de la infancia en Catskill, Nueva York, junto a su familia “blanca” (Cus D’Amato y su compañera de muchos años, Camille Ewald, con quienes Tyson vivió intermitentemente hasta la muerte del entrenador) tienen un toque de nostalgia y de una suerte de remordimiento agridulce. No sorprende enterarse de que la esporádica carrera delictiva de Tyson comenzó cuando tenía menos de diez años: Andaba con una banda de Rutland Road llamada The Cats [...]. Normalmente no usábamos armas, pero estos eran nuestros amigos, así que robamos un montón de porquerías: algunas pistolas, una Magnum 357 y un rifle largo M1 con bayoneta de la Primera Guerra Mundial. Uno nunca sabía con qué se podía encontrar cuando entraba a la fuerza en las casas de la gente. Pero será una novedad para muchos que las actividades criminales y el trato con las drogas continuaron durante la adolescencia de Tyson, cuando ya vivía en el norte y era entrenado por D’Amato. Nacido en Fort Greene, Brooklyn, en 1966, Tyson llegaría a decir algún día que no conocía demasiado su historia familiar. Su madre, que cuando él nació era guardia en el Centro de Detención de Mujeres de Manhattan, había nacido en Virginia; por razones poco claras, posiblemente relacionadas con el alcoholismo y las drogas, Lorna Mae Tyson pronto perdió su puesto en la prisión, fue desalojada de su departamento y se mudó a Brownsville, un barrio más difícil: “Cada vez que nos mudábamos, las condiciones empeoraban: de ser pobres a ser muy pobres y de ahí, a ser pobres hechos mierda”. Las amigas de su madre eran ahora en su mayoría prostitutas y sus amantes tenían inclinación por la violencia, aunque Tyson cuenta cómo una vez su madre arrojó agua hirviendo a uno de sus amigos: “Ese es el tipo de vida en que crecí. Enamorados rompiéndose la cabeza y sangrando como perros. Gente que se quiere pero se apuñala. Mierda, le tenía un miedo tremendo a mi familia...”. Le dijeron que su padre biológico, que no participó de su vida, era un cafisho, pero también que era el diácono de una iglesia. Cuesta creer que Mike Tyson, que llegaría a pesar noventa kilos a los trece años, fuera alguna vez “muy tímido, casi afeminado, y ceceaba. Los chicos solían llamarme mariquita”. A los siete años un chico más grande lo introduce en el mundo del robo menor; le enseñan a forzar cerraduras y a robar casas; su primer arresto por hurto de tarjeta de crédito se produce a los diez años; a los once comienzan las
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Peleábamos para lastimar; no peleábamos sólo para ganar. MIKE TYSON
peleas callejeras. Pero recibe golpes de su madre con más frecuencia que en la calle: “Eso fue una mierda que me traumatizó”. Que el recitado de la infancia indigente de Tyson se haya convertido en algo un poco repetido no disminuye su patetismo: “Yo era un chico que buscaba amor y aceptación, y los encontré en las calles”. En continuos problemas con la policía, Tyson es remitido al Centro de Detención Juvenil de y es tratado con torazina, el primero de los incontables medicamentos que le prescribieron a lo largo de décadas. Según su testimonio, parece haber estado emocionalmente perturbado y ser proclive a la violencia y al comportamiento irreflexivo, pero en , donde también están presos muchos de sus amigos, se siente como en su casa. Un día, Muhammad Ali va a hablar con los muchachos y produce una fuerte impresión en Tyson: “Ahí fue cuando decidí que quería ser un grande”. A los trece años, incorregible, Tyson es enviado finalmente a la Escuela de Varones de Tryon, cerca de Catskill, al norte de Nueva York, donde conoce a Cus D’Amato en un programa de boxeo para jóvenes reclusos. Dice Tyson: “Yo era este negro inútil y dopado con torazina al que habían diagnosticado como retardado, y este viejo blanco me toma y me da un ego”. Es parte del saber popular del boxeo que después del primer encuentro entre D’Amato y Tyson en el gimnasio de Catskill, en marzo de 1980, Cus llamó a su amigo y socio Jimmy Jacobs, que estaba en Manhattan, para decirle: “Acabo de ver al próximo campeón mundial de los pesos pesados”. sí comienza la metamorfosis de un adolescente torpe y con sobrepeso, que siempre pensó que “era una mierda”, en uno de los más disciplinados y consumados atletas del siglo XX. Se ha escrito mucho sobre la dedicación apasionada de D’Amato al entrenamiento de boxeadores jóvenes, y en particular sobre el que le dio a Mike Tyson durante prácticamente cinco años seguidos en su gimnasio de Catskill, un entrenamiento que es tanto, o más, psicológico que físico. D’Amato le enseña a Tyson que el boxeador es un guerrero: “Mi trabajo es quitar las capas y capas de daños que inhiben tu verdadera capacidad de crecer y realizar tu potencial”. Tyson se convierte en el aprendiz dispuesto a agotarse en el esfuerzo por obedecer a su maestro:
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Cus quería obtener el luchador más malvado que Dios haya creado, alguien que asustara mortalmente a las personas desde antes de entrar en el ring. Me entrenó para ser totalmente feroz, dentro y fuera del ring.
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Y también: “Peleábamos para lastimar; no peleábamos sólo para ganar”. El tiempo que Tyson no está en el gimnasio lo pasa hablando con avidez sobre boxeo y mirando películas y grabaciones de peleas: Cuando empecé a estudiar las vidas de los grandes boxeadores del pasado, vi mucha similitud con lo que Cus aconsejaba. Eran todos unos hijos de puta malvados. Dempsey, Mickey Walker, hasta Joe Louis era malo, aunque era introvertido. Yo me entrené para ser malvado [...]. En el fondo, sabía que tenía que ser así porque si fallaba, Cus me iba a echar y yo iba a morirme de hambre. Tyson percibe que, por intermedio de su joven y feroz boxeador, D’Amato se está cobrando revancha por ofensas reales o imaginarias que ha recibido, pero nunca lo juzga con dureza: Estaba loco de amor por Cus. Era el primer tipo blanco que no sólo no me juzgaba, sino que estaba dispuesto a moler a palos al que dijera algo irrespetuoso sobre mí [...]. Si me hubiera dicho que matara a alguien, lo habría hecho [...]. Estaba feliz de ser el soldado de Cus; me daba un propósito en la vida. Aunque la muerte de Cus D’Amato iba a ser devastadora para Tyson, el joven boxeador continuaría con la sucesión de victorias por varios años más, con oponentes como James “Bonecrusher” Smith (1987) –tan aterrorizado que tomó al joven campeón en un clinch y se aferró a él con todas sus fuerzas, para perder cada uno de los doce rounds de quizás la única pelea aburrida que haya habido en la carrera de Tyson–; Pinklon Thomas (1987), noqueado en seis rounds; Tony Tucker (1987) y Tyrell Biggs (1987), sobre quien Tyson dijo que podría haberlo liquidado en el tercer round de la pelea en Atlantic City, pero eligió hacerlo lentamente para que “lo recordara por un largo tiempo”. En 1988 les ganó por nocaut a Larry Holmes, Tony Tubbs y Michael Spinks, al último en noventa y un segundos, y así derrotó al ex campeón de los semipesados que nunca antes había sido noqueado. En retrospectiva, la pelea contra Spinks iba a ser considerada la más espectacular de la carrera de Tyson, junto con su combate contra Trevor Berbick. Es posible que la trayectoria deslumbrante de Tyson comenzara poco después a desmoronarse, dada la evidencia que presenta Undisputed Truth del comportamiento autodestructivo del joven boxeador entre peleas y de sus dudas sobre sí mismo ya en 1987. La verdad es que [...] estaba harto de pelear en el ring. Me llegó el estrés
l título Undisputed Truth es un juego de palabras a partir de una expresión usual en el boxeo, “campeón indiscutido”, tal como se la utiliza en la frase “Mike Tyson, campeón mundial indiscutido de la categoría peso pesado”, proclamada por la voz estridente del locutor del ring y muy oída a fines de los años ochenta y principios de los noventa. Pero un título más apropiado para esta animada mezcla en forma de libro de memorias sería Disputed Truth [Verdad discutida]. Estos recuerdos de la vida tumultuosa de Tyson empezaron como un espectáculo unipersonal en Las Vegas en el Casino MGM. Les dio forma narrativa un escritor profesional más conocido por su trabajo como colaborador del “cómico de shock” Howard Stern, y el libro apunta a escandalizar, entusiasmar, divertir y entretener, dado que mucho de lo que se dice en él es salvajemente surrealista e incomprobable. (Por ejemplo, esta declaración: “Soy un monstruo. Llevé a la mafia rumana a la cocaína”, o su afirmación de que fue invitado al club Billionaire de Cerdeña, “donde una botella de champaña cuesta unos cien mil dólares”). En su mayor parte, Undisputed Truth es un libro de memorias con un alarde infatigable de nombres conocidos y relatos interminables de “juergas”; hay una foto de Tyson con Maya Angelou, que fue a visitarlo a Indiana cuando estuvo preso por violación; nos enteramos de que en prisión Tyson se convirtió al islam (“Ese fue mi primer encuentro con el amor y el perdón verdaderos”), pero apenas fue liberado, volvió a su antigua vida disoluta y se hundió de inmediato en deudas:
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de ser el campeón del mundo y tener que ponerme a prueba una y otra vez. Había estado haciendo esa mierda desde los trece años. Pero en 1988, con la muerte inesperada de su manager Jimmy Jacobs, que había sido amigo y socio de Cus D’Amato de toda la vida y parte de su “familia blanca”, Tyson quedó nuevamente devastado y sin consejeros cercanos en quienes pudiera confiar. “Con la muerte de Jim los buitres empezaron a revolotear en busca de carne fresca: la mía”. Para entonces Tyson se ha casado con la actriz de TV Robin Givens porque le han dicho que está embarazada; en uno de los dos peores errores de su juventud, Tyson le da a su nueva esposa, con la que iba a permanecer casado apenas un año, un poder notarial. (Poco después del matrimonio, Givens sufrió un “aborto espontáneo”). El otro error desastroso de Tyson es firmar contratos con el controvertido promotor de boxeo Don King, un criminal convicto que había cumplido una condena en la prisión de Ohio por homicidio y de cuyo trato hacia Muhammad Ali, entre otros luchadores, Tyson debería haber estado al tanto. Para los puristas del boxeo, la pérdida vergonzosa del título de los pesos pesados en 1990 ante James “Buster” Douglas, con las apuestas 42-1 a favor, marca el final de la era Tyson. Nadie que haya visto esta pelea, una de las mayores derrotas sorpresivas en la historia del boxeo, podrá olvidar la imagen de Tyson en la lona, noqueado por Douglas en el décimo round, tanteando con desesperación en busca de su protector bucal para volver a ajustárselo en la boca, un gesto inútil. Sobre esta pelea, Tyson dirá despreocupado que no la tomó en serio, que apenas se había entrenado, que tenía trece kilos de más y que había estado “de juerga” prácticamente todo el tiempo (en Tokio, donde tuvo lugar la pelea), pero el hecho parece ser que el reinado de Iron Mike Tyson había terminado.
Tenía que ser dueño de una mansión en la Costa Este [...] así que fui y compré la casa más grande del estado de Connecticut. Tenía más de cuatro mil quinientos metros cuadrados, trece cocinas y diecinueve dormitorios[...]. En los seis años en que la tuve, se pueden contar con los dedos de las manos las veces en que realmente estuve ahí. Esta propiedad palaciega es sólo una de las cuatro lujosas mansiones que Tyson compra en la misma etapa maníaca, junto con animales salvajes exóticos (un león, cachorros de tigre blanco) y automóviles caros, “Vipers, Spyders, Ferraris y Lamborghinis”. Leemos acerca de la fiesta de cumpleaños número treinta de Tyson en su finca de Connecticut, con una lista de invitados que incluye a Oprah, Donald Trump, Jay Z y “cafishos de la calle con sus prostis”. En línea con la fe musulmana que acaba de adquirir, Tyson coloca fuera de la casa a “cuarenta guardaespaldas de Fruto del Islam”. Aparte de generar ingresos para Tyson, la principal intención de Undisputed Truth parecería ser saldar cuentas con
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le llueve dinero que gasta con el abandono vertiginoso de un atleta nouveau riche
personas que le caen mal, en particular su primera esposa Robin Givens y su omnipresente madre Ruth (“No había nada que no hicieran por dinero, nada. Se cogerían a una rata”), y el infame Don King, a quien Tyson demandó por haberlo estafado en muchos millones de dólares: Ese otro pedazo de mierda, Don King. Don es un viscoso y miserable reptil hijo de puta. Se suponía que iba a ser mi hermano negro, pero sólo resultó un mal tipo. [...] Pensé que podía manejar a alguien como King, pero fue más astuto que yo. Estaba totalmente sobrepasado por ese tipo. Cuando se le mostraron pruebas de que había cobrado doce millones de dólares por su pelea contra Michael Spinks en 1988, Tyson no pudo recordar que le hubieran pagado ni “qué hice con el dinero”. Agrega: Ni siquiera tenía un contador propio en esa época, usaba el de Don. No tenía a nadie que me dijera cómo protegerme. Todos mis amigos dependían de mí. Tenía los amigos más perdedores de la historia de los amigos perdedores. Tyson tampoco se priva de usar Undisputed Truth para revisar su juicio por violación de 1992 en Indiana, ni de hablar otra vez con mordacidad sobre Desiree Washington, una participante en el concurso Miss Black America de dieciocho años por cuya violación fue condenado: Le pedí que usara ropa suelta y me sorprendió cuando entró en el auto, tenía puesto un top suelto y los pantalones cortos de su pijama. Parecía lista para la acción. i Tyson tiene un tono predominante en Undisputed Truth, es el de un cómico de stand-up de Las Vegas, que por momentos es autodespectivo y por momentos hace autoalarde, a veces gracioso, a veces meramente crudo:
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Nadie en toda la historia del boxeo había hecho tanto dinero en un plazo tan corto como yo [...]. Yo era como esa tipa realmente linda y sexy a la que todos se querían coger, ¿entienden?. En defensa de su amigo Michael Jackson contra las acusaciones de pedofilia: Era raro, todos decía que en ese entonces abusaba de niños, pero cuando fui había ahí unos chiquitos que eran como pequeños matones. Estos no eran niñitos traviesos, esos tipos le hubieran pateado el culo si intentaba algo sucio. Por un tiempo le llueve dinero que gasta con el abandono vertiginoso de un atleta nouveau riche hasta quedar casi en
bancarrota: “Llegué a ser tan pobre que un tipo que me había robado la tarjeta de crédito se quejó en Internet de que yo estaba a tal punto quebrado que no podía pagar con ella ni una cena”. Los admiradores de la carrera temprana de Tyson en el boxeo se sorprenderán, o quedarán desconcertados, al enterarse de que aun mientras permanecía invicto como campeón de los pesos pesados –incluso cuando de adolescente entrenaba con Cus D’Amato en los años ochenta– solía beber mucho, como su madre, y consumía drogas, entre las que prefería la cocaína: “Empecé a comprar y aspirar cocaína cuando tenía once, pero bebo alcohol desde que era un bebé. Provengo de una larga línea de borrachos”. Generalmente se cree que la espiral descendente de Tyson comenzó en la época de la debacle de Buster Douglas, pero en estas memorias queda claro, como admite en innumerables ocasiones, que era un adicto a la cocaína más o menos permanente. En un punto su adicción es tan extrema que parece haber “infectado” a su esposa Kiki, a quien el oficial de libertad condicional le detecta cocaína en el cuerpo como consecuencia de haber recibido un beso de Tyson antes de que ella se hiciera el test de drogas. “Estoy hablando de un tarro de merca”, escribe. “Metí la lengua en el tarro y toqué cocaína pura. Había tanta que ya ni siquiera podía sentir la lengua”. Hay un relato cómico sobre un ataque de furia de Tyson en la ruta, en el que ataca a un conductor cuyo auto tocó accidentalmente la parte trasera del suyo: Alguien había llamado a la policía y nos hicieron detener el auto a unos kilómetros de la escena. Yo estaba colocadísimo y empecé a quejarme de un dolor en el pecho y después les dije que era víctima de discriminación racial. Después de la condena por agresión sexual, Tyson es sentenciado a dos años de prisión en Maryland (“con un año en suspenso”); su visitante más llamativo es John F. Kennedy Jr., quien extrañamente le asegura: “el único motivo por el que
estás aquí es por ser negro”. Tyson alienta a John Jr. para “que se presente como candidato”, una idea que, en su relato, le resulta a aquel evidentemente nueva y sorprendente. Tyson la desarrolla para el heredero de Kennedy: No, viejo, tenés que hacer esta mierda [...]. Es para lo que naciste. Los sueños de la gente están sobre tus hombros, viejo. Es una carga pesada, pero no deberías haber tenido esa madre y ese padre que tuviste. Con una clarividencia admirable, Tyson le dice a John Jr. que está “realmente loco” por pilotear su avión privado. Aunque Tyson ha subrayado su humildad en la prisión, no puede evitar alardear de que “poco después de que John-John estuviera allí, bum, salí de la cárcel”. Como si fuera una reprimenda por tales arranques de autoexaltación, cada pocas páginas hay una suerte de autorregaño superficial, como un tic: “Puede ser que no haya sido una basura, pero fui un cabrón arrogante”. Sobre la ocasión en que adquirió el tatuaje tribal maorí que hoy cubre casi la mitad de su rostro: “Odiaba mi cara y literalmente quería desfigurarme”. os chistes más graciosos de Undisputed Truth sacan provecho de los estereotipos raciales. Tyson habla de haber sido abordado por un multimillonario judío llamado Greene que había amasado “miles de millones de dólares jugando en el mercado de bienes raíces” mientras que “yo era un boxeador musulmán que había gastado casi mil millones en mujeres, autos y honorarios legales”. Greene invita a Tyson a cenar durante Rosh Hashanah: “Mierda, incluso llegué a leer del Libro durante el Seder de Pascuas”. Esta es la introducción de Tyson a lo que llama el “júbilo judío”. Otro chiste que hubiera provocado una risa admirada en Las Vegas:
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Estaba en el yate de otro tipo judío rico y lo veo fijarse en este otro judío que estaba en un bote que había amarrado cerca. Se miraban el uno al otro, como lo hacen los negros, saben cómo nos miramos, ¿no? Entonces uno de los tipos dice: “¿Harvard 79?” “Sí. ¿No estudiaste Macroeconomía?” [...] Así que estoy en este bote y veo a un tipo grande negro. Es el guardaespaldas de un traficante internacional de armas muy conocido. Y lo miro y miro y no puedo ubicarlo. Se acerca hasta donde estoy. “¿ 78?”, pregunta. “Mierda, negro, nos conocimos adentro”, recordé. Uno de los incidentes más escabrosos en la vida de Tyson luego del retiro es el escándalo de la mordida en la oreja
durante su pelea contra Evander Holyfield en 1997. Incitado por los cabezazos de su contrincante, que le abrieron tajos en la frente (algo que, incomprensiblemente, el referí Mills Lane consideró “un accidente”), Tyson perdió el control y mordió una de las orejas de Holyfield; después, cuando se reanudó la pelea, Holyfield embistió otra vez contra la frente de Tyson y este le mordió la otra oreja. “Quería matarlo. Cualquiera que estuviera mirando podía ver que los cabezazos eran evidentes. Estaba furioso, era un soldado indisciplinado y perdí la compostura”. El referí detuvo la pelea y Holyfield fue declarado ganador. Si bien el comportamiento de Tyson fue condenado abiertamente por su falta de espíritu deportivo, un examen del video muestra a las claras que el referí se comportó con una indulgencia injustificada hacia Holyfield y con prejuicio contra Tyson. (Irónicamente, en una oportunidad el propio Holyfield había mordido a un oponente en un torneo de Golden Gloves). Sobre él y Holyfield, Tyson tuvo algo para decir en una entrevista reciente en la Biblioteca Pública de Nueva York: Evander todavía está peleando, todavía está intentando ajustar cuentas. Yo no estoy intentando ajustar cuentas. Me estoy moviendo a otros lugares, que posiblemente son oscuros, y lugares en los que nunca estuve antes, pero no temo ir, no temo perder en la vida. No le temo a nada que tenga que hacer [...]. No haría nada a menos que tuviera la posibilidad de ser humillado. Si no puedo resultar humillado en caso de fallar, no quiero hacerlo, porque sólo de esa forma alcanzaré mi más alto potencial. Undisputed Truth termina con un Tyson de humor sombrío, incluso elegíaco, reflexionando sobre su fe musulmana y sobre los “luchadores de los viejos tiempos” como Harry Greb, Mickey Walker, Benny Leonard, John L. Sullivan. Su tono aquí es nostálgico, arrepentido: “Ahora soy totalmente compasivo [...]. Llegué de verdad a un lugar de perdón”. Pero “a veces sólo fantaseo con volarle los sesos a alguien así puedo ir a prisión por el resto de mi vida”. Tyson escribe que ha vuelto a AA y que su sobriedad es un asunto precario, como su matrimonio. Después de los excesos jocosos de Undisputed Truth, resulta poco convincente terminar con una nota tan incierta y apagada: “Un día a la vez”. n 1. En 2003, después de haber ganado entre 300 y 400 millones de dólares, Mike Tyson se declaró en bancarrota con una deuda de 23 millones de dólares y 17 millones adeudados por impuestos atrasados. © 2013 The New York Review of Books Distribuido por The New York Times Syndicate
Traducción: Leonel Livchits
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