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THOMAS PIKETTY
Una visión práctica de una sociedad más igualitaria nthony Atkinson ocupa un lugar único entre los economistas. Durante el último medio siglo, yendo en contra de las corrientes en boga, logró ubicar la cuestión de la desigualdad en el centro de su obra y, al mismo tiempo, demostrar que la economía es, en primer lugar y sobre todo, una ciencia social y moral. En su nuevo libro, Desigualdad. ¿Qué podemos hacer? –más personal que sus libros anteriores y completamente enfocado en un plan de acción–, nos proporciona los contornos de un nuevo reformismo radical. En el reformismo de Atkinson hay algo que recuerda al progresista británico William Beveridge, un reformista social. El erudito inglés, legendariamente cauteloso, revela un costado más humano, se zambulle en la polémica y expone una lista de propuestas concretas, innovadoras y persuasivas que intentan mostrar que todavía hay alternativas, que la lucha por el progreso social y la igualdad tiene que reclamar su legitimidad, aquí y ahora. Propone beneficios familiares universales financiados mediante una vuelta a la tributación progresiva; ambos elementos tendrían el objetivo de reducir la desigualdad y la pobreza de Gran Bretaña de los niveles estadounidenses a los europeos. También argumenta a favor de empleos garantizados en el sector público para los desempleados, con un salario mínimo, y de la democratización del acceso a la propiedad mediante un innovador sistema de ahorro público, que garantice beneficios a los depositantes. Habrá herencia para todos, lograda mediante una donación de capital a los dieciocho años, financiada por un impuesto más fuerte al patrimonio; además quiere terminar con el impuesto de capitación inglés (poll tax, un impuesto fijo para los gobiernos locales) y abandonar el thatcherismo.
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Thomas Piketty es doctor en Economía. Es profesor en la École des Hautes Études en Sciences Sociales y en la École d’Économie de París. Es autor del best seller internacional El capital en el siglo XXI (FCE, 2014). Su último libro publicado en español es La crisis del capital en el siglo XXI. Crónicas de los años en que el capitalismo se volvió loco (Anagrama, 2015).
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El efecto es estimulante. Ingenioso, elegante, profundo, este es un libro que hay que leer: nos ofrece la mejor combinación de lo que pueden brindar la economía política y el progresismo británico. Para poder apreciar esta obra y sus propuestas en toda su dimensión, debemos primero ubicarla en el contexto más amplio de la carrera de Atkinson, ya que su producción es en su mayor parte la obra de un erudito riguroso y extremadamente cauteloso. Entre 1966 y 2015, Atkinson publicó unos 50 libros y más de 350 artículos académicos. Estos transformaron en profundidad el campo de los estudios internacionales acerca de la distribución de la riqueza, la desigualdad y la pobreza. Desde los años setenta, también escribió importantes ensayos teóricos, dedicados en especial a la teoría de la tributación óptima, y sólo por esas contribuciones se justificaría que le otorgaran varios premios Nobel. Pero el trabajo más importante y profundo de Atkinson tiene que ver con el análisis histórico y empírico de la desigualdad, llevado a cabo en relación con modelos teóricos que despliega con una maestría impecable y que utiliza con cautela y moderación. Con su enfoque distintivo, que es histórico, empírico y teórico a la vez; con su rigor extremo y su incuestionable honestidad; con su reconciliación ética de los roles de investigador en ciencias sociales y ciudadano de Gran Bretaña, Europa y el mundo, Atkinson ha sido durante décadas un modelo para generaciones de estudiantes y jóvenes investigadores. Junto con Simon Kuznets, generó prácticamente por su cuenta una nueva disciplina dentro de las ciencias sociales y la economía política: el estudio de las tendencias históricas en la distribución del ingreso y la propiedad. Desde luego, la cuestión de la distribución y de las tendencias a largo plazo ya estaba presente en el corazón de la economía política del siglo XIX, en especial en los trabajos de Thomas Malthus, David Ricardo y Karl Marx. Pero estos autores sólo disponían de datos acotados y con frecuencia debían limitarse a la pura especulación teórica. Sólo en la segunda mitad del siglo XXI y gracias a la investigación de Kuznets y Atkinson los análisis de la distribución del ingreso y la propiedad pudieron basarse realmente en fuentes históricas. En su obra maestra de 1953, Shares of Upper Income Groups in Income and Savings [Participación de los grupos de ingresos superiores en el ingreso y los ahorros], Kuznets combinó los primeros registros sistemáticos del ingreso nacional y la
Desigualdad. ¿Qué podemos hacer? de Anthony B. Atkinson, trad. de Ignacio Perrotini Hernández, FCE, 2016, 467 págs.
propiedad en Estados Unidos (registros que él mismo había contribuido a crear) y los datos obtenidos del impuesto federal al ingreso (establecido en 1913, luego de una prolongada batalla política), para establecer el primer registro histórico de la distribución del ingreso año por año. Y mientras trabajaba en eso, anunció una buena noticia: había habido un descenso en la desigualdad. En 1978, en Distribution of Personal Wealth in Britain [Distribución de la riqueza personal en Gran Bretaña], un libro fundamental coescrito con Allan Harrison, Atkinson fue más lejos y superó a Kuznets: hizo un uso sistemático de los registros de procesos de herencia británicos entre las décadas de 1910 y 1970 para analizar de forma magistral hasta qué punto diversas fuerzas económicas, sociales y políticas pueden ayudarnos a entender los desarrollos que se observan en la distribución del ingreso, distribución que estuvo bajo escrutinio particular durante este período de turbulencia excepcional. Todo el trabajo posterior sobre las tendencias históricas de la desigualdad del ingreso y la propiedad sigue hasta cierto punto el camino trazado por los revolucionarios estudios de Kuznets y Atkinson. Dejando a un lado sus escritos históricos y pioneros, Atkinson ha sido durante décadas uno de los principales especialistas internacionales en llevar adelante investigaciones comparativas para la medición de la desigualdad y la pobreza en la sociedad contemporánea. Ha sido también el arquitecto incansable de proyectos para la cooperación internacional en estos asuntos. n Desigualdad. ¿Qué podemos hacer?, Atkinson abandona el terreno de la investigación académica y se aventura en el dominio de la acción y la intervención estatal. Al hacerlo, retoma el rol de intelectual público que en realidad nunca abandonó desde el comienzo de su carrera. Antes de su trabajo histórico de 1978 sobre la distribución de la riqueza en Gran Bretaña, ya había escrito otros libros que eran a su modo intervenciones públicas. En especial, podemos mencionar Poverty in Britain and the Reform
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NO SE PUEDE ESPERAR TODO DE LA REDISTRIBUCIÓN FISCAL; NO OBSTANTE, ES POR DONDE HAY QUE EMPEZAR
of Social Security [La pobreza en Gran Bretaña y la reforma de la seguridad social] (1969) y Unequal Shares: Wealth in Britain [Participaciones desiguales: la riqueza en Gran Bretaña] (1972). Con Atkinson, las líneas divisorias entre la historia, la economía y la política nunca fueron estrictas: siempre buscó reconciliar al académico con el ciudadano, por lo general con discreción y en ocasiones, de manera más directa. De todos modos, Desigualdad avanza en esa dirección mucho más que cualquiera de sus libros anteriores. Atkinson se arriesga y expone un plan de acción genuino. En ese plan encontramos su acostumbrada prosa estilizada, su manera distintiva de ofrecer un trato justo a toda opinión y a todo autor presentándolos en sus mejores aspectos, con claridad y simpleza. Pero en este libro Atkinson establece distinciones y toma posición de una manera mucho más drástica de lo que su cautela natural generalmente se lo permite. A pesar de que no escribió un libro divertido, encontramos en él la ironía mordaz que sus estudiantes y colegas conocen tan bien, una ironía que no siempre aparece con tanta claridad en sus publicaciones más académicas. Uno de esos casos de ironía es la sección en la que evoca los hechos de 1988, cuando Nigel Lawson, ministro de Hacienda de Margaret Thatcher, lideró la votación del Parlamento británico para reducir el tope del impuesto a los ingresos (la tasa máxima) a un 40% (la tasa era del 83% cuando la Dama de Hierro llegó al poder en 1979). Un miembro conservador del Parlamento se emocionó tanto que, según cuentan, exclamó que “no tenía suficientes ceros en la calculadora” para medir la dimensión del recorte en sus propios impuestos que había ayudado a aprobar. Fue un momento nefasto y merece totalmente el uso de las afiladas garras de Atkinson. Esta ruptura con medio siglo de políticas impositivas progresivas en Gran Bretaña fue un logro distintivo del thatcherismo (así como la Ley de Reforma Impositiva [Tax Reform Act] de 1986, que recortó la tasa superior de impuesto a las rentas en Estados Unidos al 28%, fue el logro distintivo del reaganismo). Nunca fue puesto realmente en cuestión por el Nuevo Laborismo durante los años de Tony Blair (por quien Atkinson no siente un aprecio particular), como tampoco lo fueron los recortes impositivos de Reagan por los demócratas durante los años de Bill Clinton o Barack Obama. No podemos esperar tampoco que la tasa sea puesta en cuestión bajo el actual gobierno tory.
desempleo para la población de bajos recursos.2 Atkinson presenta una serie de variantes de estas medidas y escenarios para la reforma, al tiempo que defiende aquellas medidas que hacen posible volver a una política de redes de protección social universales (es decir, abiertas para todos), en oposición a las transferencias de recursos condicionadas. Si se adoptaran estas propuestas, fundamentadas en estadísticas y financiadas en su totalidad mediante impuestos, habría un descenso importante en los niveles británicos de desigualdad y pobreza. Según las simulaciones hechas por Atkinson y Sutherland, estos caerían de sus niveles actuales cuasiestadounidenses a un punto cercano a los promedios de Europa y de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Ese es el objetivo primordial del primer conjunto de propuestas de Atkinson: no se puede esperar todo de la redistribución fiscal; no obstante, es por donde hay que empezar. l plan de acción de Atkinson no termina ahí. En el corazón de su programa hay una serie de propuestas que apuntan a transformar el propio funcionamiento de los mercados de trabajo y de capitales introduciendo nuevos derechos para quienes hoy tienen muy pocos. Sus propuestas incluyen empleo público garantizado con salario mínimo para los desempleados, nuevos derechos para el trabajo organizado, regulación pública del cambio tecnológico y democratización del acceso al capital. Esto es sólo una muestra de las muchas reformas que recomienda. En lugar de entrar en detalles con respecto a estas propuestas, me gustaría hacer foco particularmente en la cuestión de un mayor acceso al capital y a la propiedad. En este punto, Atkinson hace dos propuestas especialmente innovadoras. Por un lado, llama a establecer un programa de ahorro nacional que permita a cada depositante recibir un beneficio asegurado por su capital (por debajo de un cierto umbral de capital individual). Considerando la desigualdad drástica en el acceso a beneficios financieros justos, particularmente como consecuencia de la escala de la inversión con que uno comienza (una situación que con toda probabilidad se ha agravado por la desregulación financiera de las últimas décadas), esta propuesta me parece especialmente sensata. Según la opinión de Atkinson, está muy ligada a la cuestión más amplia de un nuevo enfoque sobre la propiedad pública y al posible desarrollo de un nuevo tipo de fondo soberano de inversión. La autoridad pública no puede tan sólo
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Contrastes en Piccadilly Circus, Londres (PjrTravel/Alamy/Latinstock).
Otra historia reveladora, que puede sorprender a muchos de sus estudiantes y colegas: en ocasión del histórico voto de 1988, Atkinson en persona estaba en la Cámara de los Comunes, trabajando laboriosamente con su PC y su microsimulador de impuestos en el despacho del Gabinete en la Sombra.1 Con la ayuda de su colega Holly Sutherland, logró terminar de calcular el presupuesto sugerido antes de que el ministro de Hacienda finalizara su discurso: una evidencia irónica de que la investigación científica y los códigos informáticos pueden dar lugar a nuevas formas de democracia participativa. a idea de volver a una estructura tributaria más progresiva es uno de los componentes principales del plan de acción que presenta Atkinson. El economista no deja duda alguna al respecto: la baja espectacular en los topes del impuesto a los ingresos ha contribuido marcadamente al aumento de la
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desigualdad desde la década de 1980, sin haber aportado como contrapartida suficientes beneficios a la sociedad en su conjunto. Por lo tanto, debemos desechar de inmediato el mandato tabú según el cual los topes nunca deben subir por encima del 50%. Atkinson propone una reforma de largo alcance del impuesto a la renta en Gran Bretaña, con un incremento de las tasas máximas a un 55% para ingresos anuales superiores a las cien mil libras y de 65% para ingresos anuales por encima de las doscientas mil, así como un aumento del límite para las contribuciones a la seguridad social. Todo esto permitiría financiar una expansión significativa de la seguridad social y del sistema de redistribución de ingresos en Gran Bretaña, particularmente con un fuerte incremento de los beneficios familiares (que se duplican e incluso cuadriplican en una de las variantes propuestas), y también un aumento de los beneficios jubilatorios y de
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LA NECESIDAD DE UN SISTEMA MÁS PROGRESIVO SE SIENTE POR ENCIMA DE LAS AFILIACIONES PARTIDARIAS
resignarse a seguir acumulando deuda y a privatizar eternamente todo lo que posee. Por otro lado, junto con este programa nacional de ahorro garantizado y asegurado, Atkinson propone establecer un programa de “herencia para todos”. Esto tomaría la forma de una donación de capital asignada a cada joven ciudadano en el momento en que él o ella lleguen a la adultez, a los dieciocho años. Todas estas donaciones estarían financiadas por impuestos sobre el patrimonio y una estructura tributaria más progresiva. En términos concretos, Atkinson estima que, con los ingresos actuales del impuesto británico sobre el patrimonio, sería posible financiar una donación de capital de un poco más de cinco mil libras por cada adulto joven. Reclama una reforma de largo alcance del sistema de tributación de la herencia y, en especial, una mayor progresividad en relación con los patrimonios mayores. (Propone una tasa máxima del 65%, igual que en el impuesto a las rentas). Estas reformas permitirían financiar una donación de capital del orden de las diez mil libras por cada joven adulto. En lo personal, debo decir que siempre he tenido reservas acerca de la idea de una donación financiera individual. En general, he preferido poner el foco en el acceso garantizado a ciertos bienes fundamentales, entre ellos educación, salud y cultura. Pero cualquiera sea el enfoque que se prefiera, la idea de relacionar directamente el impuesto sobre el patrimonio con la asignación de derechos que estarían respaldados por ese impuesto me parece sumamente pertinente. La inmensa ventaja de la solución planteada por Atkinson es que hace posible expresar claramente la noción de que el propósito del impuesto sobre el patrimonio es garantizar una “herencia para todos”. Al vincular de manera directa la suma entregada a cada persona con las tasas del impuesto sobre el patrimonio, quizá podamos aspirar a cambiar los términos del debate democrático sobre este asunto. na de las secciones más interesantes del libro se enfoca en el debate británico sobre el impuesto de capitación (poll tax). Se trata de un impuesto notoriamente preestablecido o de suma fija, como dicen los economistas: sea rico o pobre, uno paga la misma cantidad en libras esterlinas. Fue creado por Margaret Thatcher en 1989-1990 en lugar del antiguo impuesto proporcional basado en la propiedad: la suma a pagar se incrementaba en una proporción aproximada al valor de la vivienda de cada persona. El impuesto de capitación resultó, por lo
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Anthony B. Atkinson.
tanto, en una pronunciada suba impositiva para los contribuyentes más pobres, y a la vez en una caída drástica para los más ricos. Decir que esta reforma fue impopular es plantearlo en términos suaves: hubo disturbios callejeros y una revuelta en el Parlamento, y la Dama de Hierro resistió con obstinación hasta que finalmente los conservadores votaron su alejamiento del poder en noviembre de 1990 y fue rápidamente reemplazada por John Major, quien abolió el impuesto con celeridad. Fue sin duda una reforma inaceptable. Lo que se conoce menos es que el nuevo “impuesto municipal” (council tax) local, que reemplazó al impuesto de capitación en 1993 y sigue vigente en la actualidad, es casi tan regresivo como el poll tax. Los datos recolectados en este punto por Atkinson son especialmente impactantes. Individuos cuyas propiedades inmuebles están valuadas en alrededor de cien mil libras pagan en promedio un impuesto municipal de mil, mientras que aquellos cuya propiedad está valuada en alrededor de un millón de libras pagan entre dos mil y dos mil quinientas. Si bien este es a las claras un sistema menos regresivo que el que había ideado Thatcher, sigue siendo sumamente regresivo. De hecho, la tasa impositiva baja del 1% para los contribuyentes más pobres al 0,2-0,25% para los más ricos, con una tasa promedio del 0,54% para Gran Bretaña en su totalidad durante 2014-2015. En la mayoría de los países europeos, así como en Estados Unidos, los impuestos locales son por lo general proporcionales al valor de la propiedad inmueble. De manera razonable, Atkinson propone que se utilice el mismo enfoque en Gran Bretaña. Tal reforma, si se llevara a cabo consistentemente, podría ser un primer paso para establecer un impuesto progresivo sobre los bienes raíces e incluso, finalmente, para un impuesto
progresivo sobre la riqueza neta (que incluya los activos financieros y las deudas). En este sentido, es impactante observar que el impuesto a las transacciones de bienes raíces en Gran Bretaña (el “impuesto de sellos”) es ya bastante progresivo y que su progresividad se ha incrementado a lo largo de los últimos años. La tasa que se paga por una transacción si el valor de la propiedad es inferior a 125.000 libras es del 0%; entre 125.000 y 250.000 libras, del 1%; entre 250.000 y 500.000 libras, del 3%; entre 500.000 y un millón, del 4%; del 5% si es entre uno y dos millones de libras (una tasa nueva implementada en 2011) y del 7% para propiedades que valgan más de dos millones de libras (introducido en 2012). Es importante destacar que la tasa del 5%, implementada por un gobierno laborista, fue inicialmente muy criticada por los conservadores, quienes sin embargo, una vez que llegaron al poder, implementaron la tasa del 7%. Esto deja en claro que en un marco nacional de desigualdad creciente, y en especial de una concentración ascendente de la riqueza, y ante los duros desafíos que enfrentan las generaciones más jóvenes para acceder a la propiedad, la necesidad de un sistema más progresivo de gravamen a la riqueza se siente por encima y más allá de las afiliaciones partidarias. Asimismo, apunta a la necesidad, defendida por Atkinson, de repensar todo el sistema de impuestos a la propiedad de una manera coherente: es difícil entender por qué el impuesto a las transacciones debería ser tan progresivo si el impuesto anual sobre la propiedad va a ser regresivo. a única crítica que se le puede hacer al plan de acción de Atkinson es su excesivo foco en Gran Bretaña. Todas sus propuestas sociales, fiscales y presupuestarias están pensadas para el gobierno británico y el espacio dedicado a los asuntos internacionales es relativamente limitado. Por ejemplo, Atkinson plantea brevemente la idea de un impuesto mínimo a las empresas multinacionales, pero la posibilidad de un tributo tal entra en la categoría de “ideas para investigar”, no en la de propuestas sólidas. En vista del papel central que tuvo Gran Bretaña en la competencia impositiva europea, así como en el mapa global de los paraísos fiscales, se podría esperar un mayor tratamiento de propuestas para establecer una tributación común sobre las ganancias, o el desarrollo de un registro de alcance mundial –o al menos que alcance a Estados Unidos y Europa– de títulos financieros. Atkinson alude claramente a tales asuntos y también a la creación de una “autoridad mundial impositiva” y al posible incremento de
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la ayuda internacional a un 1% del PIB. Pero les presta menos atención que a las propuestas estrictamente británicas. Esta crítica, de todas formas, es al mismo tiempo la mayor fortaleza del libro. Básicamente, Atkinson nos está diciendo que los gobiernos timoratos no tienen verdaderas excusas para la inacción, ya que todavía es posible actuar en el nivel nacional. El núcleo del plan de acción que presenta Atkinson podría implementarse en Gran Bretaña sin preocuparse por esperar promesas esquivas de la cooperación internacional. Eso significa que también podría adaptarse y aplicarse en otros países. Sin duda, si leemos entre líneas, podemos vislumbrar cierto desencanto por parte de Atkinson respecto a la Unión Europea, a pesar de que nos recuerda que ha apoyado a esa institución desde siempre, en especial cuando Gran Bretaña se unió en 1973. En ese momento –rememora–, muchos Estados miembros cuestionaban el financiamiento del Estado de Bienestar británico (en particular, del servicio nacional de salud) mediante impuestos. Los países en los que el costo del Estado de Bienestar dependía de los empleadores lo veían como una forma de competencia inaceptable. Una porción considerable de la izquierda británica de la época veía en Europa y en su obsesión por la competencia “pura y perfecta” una fuerza hostil hacia la justicia social y las políticas de igualdad. “En ese momento, las sospechas eran injustificadas”, sostiene Atkinson. Parece querer añadir que quizá hoy lo sean menos, pero no llega tan lejos porque quiere mantener viva la llama de la esperanza en la Unión Europea. Este es un libro escrito por un optimista y un ciudadano de Gran Bretaña, Europa y el mundo: el sentido amplio que transmite acerca de una economía más justa es una de sus muchas cualidades atractivas. Permanecerá como un modelo, sea cual fuere el resultado de una u otra elección. n 1. En el sistema británico, gabinete paralelo al oficial, formado por miembros de la oposición. El jefe es el líder de la bancada opositora. [N. del T.] 2. Los beneficios familiares para el primogénito se incrementarían de veinte libras semanales a cuarenta, e incluso a noventa en una de las variantes; al mismo tiempo, estos beneficios serían gravables.
Una versión en inglés de este artículo se publicó en The New York Review of Books, 25 de junio de 2015. Se reproduce con la autorización del autor.
Traducción: Ignacio Barbeito
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