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El coronel sÍ tiene quien lo lea

Uriel de Jesús SANTIAGO*

CDMX.- Gabriel García Márquez es un nombre en Latinoamérica que no necesita presentación. Con solo escuchar alguna referencia de “Gabo” o “Macondo”, ya se sabe de quién y de qué se habla. Lo interesante con hombres como él, que poseen la fama más allá del mundo intelectual, es que pocas veces son igual de leídos que como son nombrados. Para ejemplo, Cien años de soledad (1967), conocida por todos, leída completamente por muy pocos.

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Yo mismo he de confesar que aún no la he leído. Lo que sí leí de García Márquez fue El amor en los tiempos de cólera de 1985, Memoria de mis putas tristes de 2004 y El coronel no tiene quien le escriba, publicada originalmente en 1961; intenté leer también Crónica de una muerte anunciada, pero no pude terminarlo y no explico la razón.

En esta edición, quiero comentar la nueva edición de El coronel no tiene quien le escriba (Diana/2023) que destaca por venir en formato tapa dura y estar ilustrado por Luisa Rivera. Con el característico gallo de la historia en la portada y el melancólico sobre en el pico, que anuncia ya las desgracias del coronel.

Esta fue la segunda novela de García Márquez, publicada seis años después de La hojarasca su primera novela, El coronel… continúa con la construcción del universo de los Buendía; Macondo ya aparece desde la primera novela, pero no es más que un escenario mínimo, ni el mismo Gabo pensaba que estaba construyendo el universo literario que le daría el reconocimiento internacional y el Nobel de 1982.

El coronel que él escribió en 1961, es un veterano de la Guerra de los Mil Días en Colombia; su comportamiento es osco e idealista. Espera una pensión que nunca llega y comparte con su vieja esposa la pena por la muerte de su hijo:

«El administrador le entregó la correspondencia. Metió el resto en el saco y lo volvió a cerrar. El médico se dispuso a leer dos cartas personales. Pero antes de romper los sobres miró al coronel. Luego miró al administrador.

—¿Nada para el coronel?

El coronel sintió el terror. El administrador se echó el saco al hombro, bajó al andén y respondió sin volver la cabeza:

—El coronel no tiene quien le escriba.»

Quizá el anterior fragmento sea el pasaje más luminoso y catártico de esta novela corta que apenas supera las 100 páginas y ha volado al por mayor. La trama continúa en que unos amigos del difunto hijo entregan al coronel un gallo de pelea, el matrimonio en medio de su hilvanada de desgracias se ve obligado a cuidar del gallo, sin saber si encontrarán en ese animal, la salida a sus problemas o una soga. Lo cierto es que no tienen nada que perder y el general parece que, por una vez en la vida, está dispuesto a hacer lo que le de su gana.

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