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Habitar Babel

Arturo DIEZ*

LEÓN, GTO.- E scribir una columna de opinión, es comenzar a delinearse un rostro. Sería inocente pensar que quien la escribe, tiene meticulosamente planeado cada hilo y nudo empleado en el bordado, pero cierto control ejerce. En la relectura de sus textos, quien los escribió, podrá hacer un balance sobre si está conforme con el rostro que se ha formado. Asimismo, al hacer esta lectura retrospectiva podrá ocurrir que, en algunos casos, el rostro sea más nítido y delineado que en otros.

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En la lectura de Ää: manifiestos sobre la diversidad lingüística (Almadía, 2020), me parece que el lector se encuentra con una escritora que ha sabido de forma consciente matizar su rostro. El libro presenta una compilación de diferentes textos que Yásnaya Elena A. Gil (Ayutla Mixe, 1981) publicó en la revista Este País entre los años 2011-2015, donde a petición de la revista inició una columna con el tema de la diversidad lingüística.

No importa por dónde empiece el lector, si es uno de los primeros textos publicados en la revista o de los últimos, la unidad que los atraviesa es ejemplar. Desde luego, confiesa la autora en el epílogo, hay cosas que no supo al principio de ese proyecto, pero a partir de esos errores ha logrado labrarse el conocimiento que tiene actualmente. Además, las ideas principales cada vez adquieren una estructura más sólida y diversa sin perder en claridad.

Ää: manifiestos sobre la diversidad lingüística, es un libro que quien lo lea aprenderá más de una cosa con datos muy específicos que la autora aporta y con los cuales desarrolla la importancia de entender la diversidad lingüística en México y cómo se la ha pretendido borrar bajo un proyecto de Estado-nación. Porque para la autora, la lingüística es política.

Entre algunos de los datos que se adhieren, están que antes de la independencia de México el 65% de la población hablaba una lengua indígena, actualmente sólo el 6.5% lo hace; que en México se hablan 69 lenguas nacionales –68 indígenas y el español, además de la lengua de señas mexicana–; que la discriminación genera miedo en las personas bilingües y produce que una abuela hable mixe, su hija mixe y español, y la nieta sólo español; y recomendaciones musicales en diferentes lenguas nacionales. La fuerza del libro radica en que desde un principio la escritora ha tenido claro que más allá de un sentimiento de añoranza, que implicaría una pena ante algo irrecuperable, su escritura es potencia contra el monolingüismo en México, una invitación a habitar Babel.

Donde los diablos son felices:

Carnaval en Zaachila

Es e l martes previo al Miércoles de Ceniza, es martes de carnaval. Estamos en Zaachila. Todo comienza en el Barrio del Niño. Los danzantes de la pluma bailan frente al templo en señal de respeto, se tiene que pedir permiso.

Los diablos se van juntando, son hombres jóvenes, muchachos que han esperado este momento por mucho tiempo. Es hora de salir con rumbo al centro de la población. En este desfile con decenas de diablos, con la banda al frente y los danzantes flanqueando, se alcanzan a ver las liras por encima de las cabezas. Las liras son una especie de estandarte, con pañuelos bordados, adornos y quizás un obsequio que algunos de los diablos llevan para obsequiar a la chica que les gusta o a su novia. Antes, me cuentan, que una chica recibiera una lira por parte de un diablo era señal que aceptaba casarse con él.

El centro es un hervidero de diablos. Llegan de todos los barrios, con sus cuernos bien puestos, sus mascadas y una especie de alas pegadas a sus mangas. Unas largas melenas están amarradas y un pequeño tocado tricolor de plumas, recordándonos ese arte que es tan propio de esta tierra, donde se hacen esos penachos espectaculares de los danzantes.

Algunos llevan una toronja con varios huevos decorados ensartados, esos huevos llevan harina para hacer “maldades”, romperlo en la cabeza de alguien que se descuide; el ambiente es de fiesta. A cambio de la “maldad”, el diablo puede obsequiar una palomita o un huevo decorado a su “víctima.

Ya es hora, las campanas y cencerros suenan, de pronto, salen corriendo, se van a recorrer diversas calles por los barrios de la población, salen como almas poseídas, van eufóricos, corriendo con el impulso de sus años, sonriendo porque son el centro del mundo, al menos entonces, al menos ahí.

En las calles, el ambiente es de alegría; ahí van los niños haciendo travesuras, rompiendo huevos a los distraídos, jugando, disfrutando su martes de carnaval, donde se es libre, donde se pueden transgredir límites que otros días no se permiten, donde los diablos son felices.

Brújula

Zaachila es una población a media hora de distancia de la capital oaxaqueña. Se toma la salida a Xoxo y se continúa adelante. Pasando San Raymundo Jalpan, estarás llegando ya a Zaachila.

@senderosoax www.senderosoaxaca.com

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