Š Celina Manuel
DIRECTORIO Director: Manuel Noctis manuelnoctis@gmail.com Subdirector: Marco Ultreras Sindicato Ilustracional: Luis Enrique Anguiano, Cesar Castillo Carrillo, Eliel Vázquez Granados, Pavel Santa Rosa. Colaboradores: José Alfredo Barriga, Daniela Cervantes, Lizbetha López (Tijuana). Corrección de estilo: Jorge Chávez Colmenares Columnistas: Maglutz y Madariaga (Cenotafio) Arte y (anti)Diseño: EseNoctis, Jiki. Fotografía: Celina Manuel, Kumanda Escamilla, Guadalupe Ambriz, Indira Rascon. Contacto y Colaboraciones revistaclarimonda@gmail.com www.clarimonda.mx Facebook.com/Revista.Clarimonda Twitter.com/Reva_Clarimonda www.issuu.com/Revista.Clarimonda
Capitán Oníricus
Lady Obeah
CLARIMONDA –Cultura contraCultura- Revista alternativa y de autogestión editada por Manuel Alejandro Ayala Chávez. Morelia, Michoacán, México. | Registro de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo: 04-2013-051712530300-102 | Edición agostooctubre 2014. Número 35, Año 10 | Víctima: Periodismo Gonzo | Logo oficial: Gustavo Santiago López (Veracruz) | Logo Secundario: Luz Koreysi Ugalde (Guadalajara). Cada texto firmado es responsabilidad de su autor y no en todos los casos responde a las políticas de Clarimonda. Se permite la reproducción total o parcial del material, siempre y cuando se cite la fuente y el autor.
© Lorena Etérea
Autores de portadas:
Columnistas en la web: Marco Ultreras (La Selection de Merde), Luis Enrique Anguiano (El Izcuintle), Martín García López y Arnulfo Valdez (8mm), Oscar Mendoza Mora (Jarra Libre), Alfredo Padilla (El Juguete Rabioso), Martín Fierro, Porfirio Cadena y Mariano Machetes (Puto el que lo vea), Manuel Noctis (La Mascarada), Luis Bernal (Ciudad Bang!), SEMICH (DeEscrituras), Francisco López Ibarra (En Shuffle).
Editorial: 10 años de pura pinche loquera underground. Hace más de nueve años un pequeño cosquilleo en la entrepierna me llevó a rascarme los huevos durante un buen rato. El proyecto de revista que había realizado en la Preparatoria, los bastos textos que tenía escritos (principalmente poesía ano-rmal), los rechazos de publicaciones independientes dizque impulsoras de escritores jóvenes y el desencanto ante una sociedad generalizada absorbente y cada vez más caótica me sacaron del trance en que me había sumergido y me llevaron a sacar viejas publicaciones editoriales que tenía a la mano precisamente para el momento idóneo en que fueran requeridas. El Águila Deskalza (moreliana y en vías de su desaparición) y Generación (defeña que aún persiste y se encuentra en plena vía de remodelación) fueron aquellas férreas publicaciones que tomé entre mis manos y con las cuales me dije: ¡Claro, esto es lo que esta pinche puritana y mierdera ciudad de la cantera rosa necesita! Para ese momento la consabida y estimada revista Revés ya existía en la ciudad, con una buena propuesta tan desfachatada como su editor y séquito de colaboradores, pero aun así creía que algo más tenía que sucederle a esta fucking ciudad donde abundan sus jovenestudiartistoides tan ensimismados y engreídos. Entre estas revistas, suplementos culturales, periódicos y anuncios publicitarios salieron las imágenes (escaneadas) que integrarían las primeras páginas del número 1 de aquel que pretendía ser una onda fanzine (al mero estilo del ‘corta y pega’) y que llevaría el tema de la Noche con dedicatoria al master Edgar Allan Poe. Los textos salieron de varios libros que, en ese entonces, conformaban mi pequeña pero sustanciosa biblioteca, además de unos cuantos propios y la colaboración especial de mi amiga Elizabeth Romero (ERA). *** Remontarme a aquellos años y tratar de recordar la mayoría de los casos no me resulta dificultoso ni mucho menos imposible, pues desde pequeño guardo una memoria lúcida capaz de recordar incluso los rostros de personas que transitaron por breves segundos en mi vida. 10 hojas tamaño carta configuradas en Word, impresas por ambos lados y en fotocopias fue el primer formato de aquella edición fanzineroza de la cual se tiraron alrededor de 50 ejemplares (hoy de colección, ¡afortunado seáis si eres de los poquísimos que guardan una entre sus cosas!). *** Cuando joven solía inventar espacios, recrear lugares y producir pequeños eventos casi familiares, y fue así como el sábado 25 de septiembre del 2004, en mi querido Téjaro (población cercana a Morelia al cual estaba dirigido el fanzine) donde transité los primeros 14 años de mi vida vio aparecer por primera vez a la cortesana Clarimonda (nombre que decidí para el fanzine por aquel personaje del cuento La muerta enamorada de Théophile Gautier, debido al impacto y configuración simbólica que me provocó, y debido a que el nombre primero que pretendía, Carmilla, ya lo tenía un antro dark del DeFe).
En la parte techada del patio de mi casa (que no es particular) coloqué una gran manta negra en la pared, la cual complementé con algunos cuadros que tenía a la mano, y le llamé La Mascarada. Invité a mis amigos cercanos del pueblo y con la intención de hacer una velada vampirezca en la que se presentó el fanzine y además proyectamos la película Nosferatu de M. W. Murnau, acompañados de unas buenas cervezas. *** Ya han pasado 10 años desde aquella ocurrencia y cosquilleo entrepiernacarnal que me llevó a crear esta revista. Han pasado alrededor de 3,650 días ininterrumpidos de chaquetas mentales en pro de la resignificación clarimondiana y aquí seguimos, en la talacha el desmadre desde el subsuelo. Siempre a contracorriente y con el despreció de las autoridades culturales de nuestro estado siempre a cuestas. Pero qué importa, hemos sentado una dimensión editorial si su ayuda, sin su apoyo, sin sus espacios, sin nada, más que lo nuestro y lo que nuestros lectores y colaboradores han optado por compartir. No se malinterprete esto como una queja, sino como una punta de lanza afilada que lanzamos a las nuevas generaciones de editores quienes seguramente ya andan por ahí con ese cosquilleo premeditado. Clarimonda ha sido, es y seguirá siendo una publicación totalmente independiente y rompemadres, aún con todo lo que la palabra “independencia” se contraría. *** Y porque 10 años es un chingo y a la vez nada, por ello decidimos dedicar esta edición al Periodismo Gonzo y su creador Hunter S. Thompson. Porque gonzo ha sido nuestro camino y gonzos nuestros colaboradores (guardando todas las proporciones conceptuales). En esta edición conjuntamos a una serie de amigos escritores y artistas visuales quienes con su trabajo creativo enaltecen nuestra labor y le dan ese sentido de calidad y experiencia que hemos trabajado durante estos diez años. J.M. Servín es uno de nuestros invitados especiales y él, con su pluma filosa, concreta y directa nos pone al tanto sobre el master Thompson y el espíritu salvaje del periodismo gonzo. Tras de él una serie de cronistas y escritores experimentados como Elma Correa, Antonio Monter Rodríguez, Arturo J. Flores, Iván Farías, Daniel Herrera, Rogelio Villarreal, Carlos Velázquez, Susana Iglesias, entre otros, complementan el espacio y espíritu gonzo de la publicación. La segunda parte de la revista trae como elemento principal una entrevista desparpajada que su servilleta le realizó al excelente monero Jis, además de los textos periodísticos de Antonio Aguilera y los sexosos de Nazul Aramayo. *** Sea pues esta una edición que enmarque plena y gozosamente nuestros primeros 10 años de vida. En hora buena por todos los que han pasado por nuestras páginas, eventos y fiestas apocalípticas. Desde acá les decimos: ¡Salud! Manuel Noctis Redacción Edgar Allan Poe. Septiembre, 2014.
© Lorena Etérea
El espíritu salvaje del periodismo gonzo* J. M. Servín Con la publicación en 1970 de El Derby de Kentucky es decadente y depravado (The Kentucky Derby is Decadent and Depraved), para la modesta revista deportiva Scanlan´s Monthly, el periodismo contemporáneo daría un golpe de timón definitivo. La subjetividad, pero sobre todo la introspección delirante, serían elementos recurrentes a una narrativa de la realidad que escritores como Truman Capote habían comenzado a explorar magistralmente con su novela de no ficción A sangre fría, publicada en 1959, paradigma de lo que luego se conoció como Nuevo Periodismo. Hunter S. Thompson, un joven reportero ávido de fama y aventuras, escribió hace ya cuarenta años un peculiar reportaje por encargo sobre carreras de caballos, que de inmediato le daría celebridad y un distintivo único como creador de un género. Eran una voz y un estilo nunca antes vistos. El artículo fue el primero donde Thompson utilizó lo que a lo largo de su trayectoria se encargaría de propagar como creación suya: periodismo Gonzo. Una descripción maniática y subjetiva en primera persona que Thompson tuvo que emplear circunstancialmente, desesperado porque enfrentaba un cierre de edición. A grandes rasgos, su aportación consistió en convertir al reportero en un desquiciado protagonista de los hechos narrados y, como si éste observara su entorno bajo un microscopio, dar preponderancia al ambiente por encima del hecho mismo o del dato duro. Digamos que trasplantó los principios del surrealismo al reportaje, es decir buscaba descubrir una verdad con escrituras automáticas, sin correcciones racionales, utilizando imágenes para expresar sus emociones, pero que nunca seguían un razonamiento lógico. Sin más tiempo para cumplir con el encargo (solía pasar buena parte de su tiempo drogado y borracho), Thompson arrancó las notas de su cuaderno de apuntes y las mandó sin corregir ni revisar por fax a su editor. Thompson estaba seguro de que sería despedido pero
ocurrió todo lo contrario. Lo demás es historia, leyenda y mito alimentado por el mismo Thompson: Lejos de mí la idea de recomendar al lector drogas, alcohol, violencia y demencia. Pero debo confesar que, sin todo esto, yo no sería nada. Hunter Stockton Thompson nació en Lousville, Kentucky, el 18 de julio de 1937 y murió el 20 de febrero de 2005 en su rancho de Woody Creek, Colorado, al
dispararse en la cabeza con una pistola. Es uno de los íconos más populares de la contracultura estadounidense. Durante su juventud fue arrestado por robo después de chocar un camión de la empresa de envíos en la que trabajaba. Se enlistó en la fuerza aérea de su país y durante un tiempo trabajó en el departamento de información de la base militar de Eglin, Florida, donde se convirtió en reportero del periódico de la base. Al mismo tiempo escribió para diarios locales infringiendo el reglamento militar. “A veces, su actitud de superioridad y rebeldía parece contagiarse en otros
miembros de la tropa”, diría de Thompson uno de sus superiores en Eglin. Tras darse de baja se muda a Nueva York y toma cursos de escritura creativa en la Universidad de Columbia. Durante este tiempo trabaja como redactor para la revista Time, y aprovechó el horario laboral para copiar en su máquina de escribir El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald y Adiós a las armas, de Ernest Hemingway, argumentando que quería aprender del estilo de ambos autores. Fue despedido por insubordinación. El “doctor Thompson” declararía a la revista Star en abril de 1979: “He sido un delincuente juvenil, el típico que calzaba tenis blancos, camiseta de la universidad de Oxford y jeans. Me dedicaba a robar cosillas, sobre todo licor, que era por lo que nos pagaban más […] Sé más sobre las cárceles que la mayoría de los convictos del país. De los quince a los dieciocho mi vida transcurrió repartida entre las rejas y las calles”. En 1960 se muda a San Juan, Puerto Rico, para trabajar en una revista deportiva y como freelance en otras publicaciones. Durante ese tiempo escribió dos novelas Prince JellyFish y la muy disfrutable autobiográfica The Rum Diary, escrita en la década de 1960, publicada en 1999, mucho después de que Thompson se hiciera famoso y llevada al cine en 2012 bajo la dirección de Bruce Robinson y Johnny Depp interpretando a Paul Kemp, el narrador de la novela. En ella se leen pasajes como el siguiente: “yo era un aventurero, un culo inquieto, y en ocasiones un buscapleitos estúpido. Jamás me estaba quieto lo suficiente como para poder reflexionar sobre las cosas, pero en cierto modo sentía que mi instinto no se equivocaba […] Al mismo tiempo compartía la oscura sospecha de que la vida que llevábamos era una causa perdida, que éramos todos actores y que no hacíamos sino engañarnos a nosotros mismos en una odisea sin sentido. Y era esta tensión entre ambos polos —un inquieto idealismo, por una parte, y un sentido de inminente perdición, por otra— lo que me mantenía en el camino”.
En 1965 el editor de The Nation, Carey Williams le ofreció escribir sobre su experiencia con la banda de motociclistas Hell Angels. Thompson había pasado un año viviendo con ellos, pero la relación se rompió cuando sospecharon que Thompson ganaba dinero a sus costillas. La banda exigió parte de las regalías y todo terminó con una fuerte golpiza al infiltrado. Una vez que se publicó el artículo aquel mismo año, Thompson recibió varias ofertas para escribir un libro sobre el tema. En 1966 Random House ganaría la exclusiva titulada Hell Angels: la extraña y terrible saga de las bandas forajidas de motociclistas (Hells Angels: A Strange and Terrible Saga). Este escritor representa el espíritu salvaje de una época de incorrección política que tanta falta nos hace ahora. Thompson personificó hasta sus últimas consecuencias el lema “sexo drogas y rocanrol”. Y no es gratuito relacionarlo con otros paradigmas de la contracultura pop: la película Easy rider, dirigida e interpretada en 1969 por el recientemente fallecido Denis Hopper, la literatura Beat (Miedo y asco en las Vegas es una road story mucho más demencial y nihilista que On the road, de Kerouac) y el rock sicodélico. La emblemática revista Rolling Stone publicó mucho de lo mejor del trabajo de Thompson durante la década de 1970. Esta revista fue, además, la impulsora de toda una tradición periodística con el estilo gonzo, que como una de sus características principales, mostraba un marcado desprecio hacia el status quo. En su primer artículo para RS: “Freak power”, Thompson narra su experiencia como candidato a sheriff del condado de Pitkin, Colorado, como miembro del partido Freak Power. Thompson perdió por un estrecho margen de votantes, había prometido la despenalización de las drogas y no así del narcotráfico, al que desaprobaba por completo. Destruir las calles y convertirlas en áreas peatonales empastadas, entre otras descabelladas propuestas, lo convierten en un visionario de las agendas políticas de vanguardia de hoy en día. Además, Thompson, ya como jefe de redacción, fue uno de los pilares en el proceso de expansión de la Rolling Stone para convertirla en algo más que una revista musical especializada en rock. De hecho, jamás publicó un solo artículo sobre el tema. Thompson cargaba a todas partes una de las primeras máquinas de fax y se hizo
famoso por enviar desde ahí sus artículos a última hora, casi ilegibles, a la redacción de la revista en San Francisco, apenas a tiempo para publicarlos sin el tamiz de la corrección. Thompson explicaría alguna vez refiriéndose al término “gonzo”: “un amigo mío en Oakland lo utilizaba, siempre pasadísimo, para referirse a esos sujetos que tienen la mente peor que los locos”. En realidad la autoría del término corresponde a Ed Mcbain, un prolífico escritor policiaco que en uno de los capítulos de su novela The Pusher, publicada en 1956, utiliza el término cuando dos policías interrogan a un drogadicto callejero en busca de la identidad de un díler del barrio: “es un tipo al que llaman Gonzo”, responde el detenido. James Booker fue un genio del piano nacido en Nueva Orleans. Interpretaba Rhythm-and-blues. Obtuvo su mayor éxito discográfico en 1960 con una pieza titulada “Gonzo”, probablemente influido por la película The Pusher, que llegó a las pantallas de cine ese mismo año. Seguramente Thompson tenía conocimiento de ambas obras pero nunca les dio crédito. Pese a que el “doctor Gonzo” escribió varios libros de periodismo político, su valoración entre el gran público reside en Miedo y asco en las vegas (Fear and Loathing in Las Vegas), publicada en 1971 y llevada al cine por Terry Gilliam en 1998. Este híbrido de periodismo y ficción condensa lo mejor del ars narrativa de Thompson. En compañía de su abogado, el “doctor Gonzo” emprende un viaje a bordo de un Chevrolet descapotable hacia las Vegas. El propósito es cubrir una carrera de motos pero circunstancialmente se involucran en un congreso del FBI sobre drogas en esa ciudad. El viaje simboliza la búsqueda del sueño americano, tan idealizado en la literatura Beat, pero llevado a un punto extremo. Drogas, Vietnam, la adicción al juego, violencia y paranoia forman parte de la pesadilla de una cultura tan indulgente como punitiva con los excesos, que Thompson supo explorar a fondo en esta obra emblemática del periodismo contemporáneo. La vida y obra de Thompson fueron una interminable bacanal en pro de las garantías individuales (lo cual incluía drogarse a placer), y una corrosiva burla a las convenciones sociales que marcaron la década de 1970 y posteriores. Nadie podría reprocharle su activismo político sostenido en un ego monstruoso que acabó por dejarlo atrapado en el
personaje que Thompson creó de sí mismo. Thompson fue algo completamente nuevo e innovador en la tradición literaria estadounidense y una enorme influencia para escritores de otros países. Su obra es una vuelta de tuerca a la literatura humorística de Mark Twain. Como bien apunta otro pilar del Nuevo Periodismo, Tom Wolfe, Thompson escribió de una manera que fue en parte periodismo y en parte testimonio personal entremezclado con una inventiva salvaje y poderosa, y una aún más salvaje retórica inspirada en la extravagante exuberancia de una civilización joven. Su discurso era el de un maniático predicador bíblico que pregonaba la inminente destrucción del género humano. Pese a la importancia de la obra de Thompson, el estilo gonzo sigue siendo menospreciado por el canon periodístico y malamente imitado por muchos de sus exégetas. Al día de hoy “gonzo” se ha convertido en un sinónimo de lo estrambótico y desbocado y se aplica a cierta clase de fotografía, televisión y pornografía. El cronista, retomando la figura de Hunter S. Thompson, aficionado a las armas de fuego, es un cazador con una sola bala en su rifle. Sobrevivir al tedio informativo y a la indiferencia de los lectores, depende de su buena puntería aunque en ocasiones, como ocurrió con Thompson, el disparo vaya dirigido contra sí mismo.
Breve Glosario Gonzo Cardoso, Bill. El primer editor que describió como Gonzo una crónica de Hunter S. Thompson. Cardoso describió la aparición del artículo The Kentucky Derby is Decadent and Depraved en 1970 como una iluminación: "Ahora sí, esto es Gonzo puro. Si éste es el principio, que siga llegando". Thompson tomó la palabra de inmediato y, según Ralph Steadman, dijo: "Ok, eso es lo que hago: Gonzo." Gonzo, periodismo: Descripción maniática y subjetiva de un evento, que convierte al reportero, casi siempre, en un desquiciado protagonista de lo hechos narrados. Se da preponderancia al ambiente por encima del hecho mismo o del dato duro. El periodismo gonzo trasplanta los principios del surrealismo al reportaje; es decir, escritura automática sin correcciones racionales, se expresan
emociones y estados de ánimo y nunca se sigue un razonamiento lógico. En realidad, hubo dos personajes que utilizaron la palabra “gonzo” antes que Thompson: Ed MacBain en su novela The pusher (1956), apoda así a un díler callejero; James Booker fue un excéntrico y virtuoso pianista de blues de Nuevo Orleans que grabó su mayor éxito en 1959, cuando sólo tenía veinte años, ¿el título?: Gonzo. De cualquier modo, este peculiar estilo periodístico nace y muere con su creador. Lo demás son meras imitaciones casi siempre de muy pobre nivel literario. Gonzo también es un término que se utiliza para cierta clase de reportajes televisivos a la Jackass y para nombrar al subgénero más popular del porno. Nuevo Periodismo. Término acuñado y popularizado por otra gran maestro del periodismo narrativo: Tom Wolfe. En realidad, el “nuevo periodismo” ya se practicaba en Estados Unidos y Latinoamérica desde principios del siglo XX. El Nuevo Periodismo es literatura pop de muy alto nivel. Algunos de sus máximos representantes son Gay Talese, Truman
Capote y los ya mencionados Thompson y Wolfe. Steadman, Ralph. Genial ilustrador que colaboraría con Thompson en gran cantidad de artículos con dibujos expresionistas a tinta y lápiz. Thompson lo introduciría a las drogas y en adelante, los dibujos de Steadman tomaron otro camino. Delirante dupla que haría toda una época. Thompson, Hunter S. Ícono de la cultura pop y de la contracultura. Nació en Lousville, Kentucky (estado conocido por el bourbon que tanto gustaba a Thompson), el 18 de julio de 1937. Su madre tenía problemas de alcoholismo. Desde muy joven se convirtió en un delincuente de poca monta, arrestado principalmente por robo y peleas en bares. Trabajó para la Revista Time como auxiliar de redacción, ahí aprovechó para copiar a escondidas en su máquina de escribir El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald, y Adiós a las armas de Ernest Hemingway, argumentando que quería aprender sobre los estilos de los autores. Su temperamento
impredecible y broncudo propició que fuera despedido de casi todos sus empleos. Escribió dos novelas: Prince Jellyfish y El diario del ron, publicada en 1998, mucho después de que Thompson se volviera famoso. Impulsó campañas a favor de la despenalización de las drogas y el ecologismo. Entre su abundante producción tiene varios libros de memorables: Hells Angels: la extraña y terrible saga de las bandas forajidas de motociclistas (1966), La gran caza del tiburón (1979), y Miedo y asco en Las Vegas (1971), su obra más conocida y llevada al cine por Terry Gilliam. Un 20 de febrero a los 67 años, se disparó en la cabeza en su recinto fortificado en Woody Creek, Colorado. Sus restos fueron lanzados por un cañón desde lo alto de una torre con el puño de dos pulgares en lo alto, símbolo del periodismo gonzo. En realidad, a Thompson lo mató su ego monstruoso y el personaje destructivo que creó de sí mismo. *(Publicado originalmente en Del duro oficio de vivir, beber y escribir desde el caos. Cal y Arena 2012).
Hunter Deep en “Miedo y asco en Puerto Rico” Ulises Vaca La simbiosis cine-literatura ha sido una constante para contar historias de todo tipo. Terry Gilliam y Bruce Robinson llevaron al celuloide las novelas autobiográficas Miedo y asco en las Vegas (¿vergas?) y Diario de un seductor (¿Kierkegaard?) respectivamente, del hiperatascado que ve murciélagos acechándolo y langostas parlantes, Hunter Stockton Thompson. El periodista gonzo, que participa activamente en la noticia, en el suceso, convirtiéndose también en parte del mismo padeciéndolo, embriagándolo y dándole arponazos de humor negro, nos da una perspectiva subjetiva y nos introduce en el mero ojo del huracán. No nos limitaremos al comparativo del libro frente a la película, puesto que se trata de lenguajes completamente distintos, con técnica particular. El cine trabaja con imágenes-movimiento y la literatura con la palabra escrita.
Ambas cintas nos presentan a un Hunter personificado por Juanito Profundo (tradúzcase al inglés), mismo que más adelante participó en el documental Gonzo: Vida y hazañas del Dr. Hunter S. Thompson (2008).Como muestra de fascinación, amistad y conexión con la obra de Thompson. Escritor y actor se unen para mostrar un estilo narrativo lisérgico, acompañado por unos tragos de ron destilado en alambiques. No es una apología a las drogas, es periodismo en su propia tinta. La película de Gilliam recorre el desierto para entrar en los casinos y la vida insomne de los juerguistas y apostadores de todo el mundo. Con la única intención de ejercer su derecho a expresarse en libre albedrío y criticar sin tapujos y posturas disque objetivas, desde la trinchera del reportaje. Es una crítica(1) a los protagonistas del sistema capitalista, a las noticias diarias que se leen, se escuchan y se miran, pero con el vaho de éter y LSD.
En la segunda historia contextualizada en el Puerto Rico de los años 50´ y 60´s, que luchaba por su independencia de los gabachos, el periodista desarrolla una célula de afinidad con personajes que lo van llevando por aventuras donde el goce y la reflexión acerca de su quehacer periodístico y entorno son constantes. El periódico para el que trabaja se interesa por historias banales, gringos jugando al boliche, la socialité norteamericana. Mientras en el país el clima bélico y represor inundaba las calles. Hunter toma partido y trata de contar y participar en la historia de la Historia a su manera. Se trata de la juventud temprana del escritor. Esta relación íntima entre Hunter y Johnny se convirtió en una orgía psicotrópica. Parecía que el actor hablaba, pensaba y se movía como el escritor, esa obsesión se puede mirar también en Rango, donde el camaleón que deviene cowboy, viste una playera hawaiana similar a la de miedo y asco y se estrella
precisamente en el parabrisas de Thompson en su ruta por el desierto. Mirándose por un instante, se reconocen y ladran un grito despavorido por el mal trip en el que están. Sin duda dos películas que nos acercan al mundo bizarro del creador del gonzoperiodismo, donde Deep se convierte en el portavoz, que viaja desmitificando la tarea del periodismo para llevarlo por nuevas rutas en medio de un Estados unidos lleno siempre de guerras estúpidas. Burlándose del american dream. (1) De las voces griega κρὶνω (krínô), “juicio o discernimiento”, y de κρίνειν (krínei)- “analizar, separar”, la crítica posibilita desmontar cualquier tipo de manifestación o realidad y dar otro punto de vista. El enunciar que las cosas pueden ser de otra manera.
Johnny Depp es Hunter S. Thompson Martín García López Para Arnulfo. Sus cenizas son lanzadas con fuegos artificiales desde una torre que las dispara, suena Mr Tambourine Man de Bob Dylan —su canción favorita—. Johnny Depp ha cumplido la penúltima petición a su amigo; le da un funeral digno de un enfermo mental, de un loco sin remedio que no estaba en el psiquiátrico sólo porque él solito consumía todas las medicinas, las que debía y las que no. Hunter, su amigo el periodista que afirmaba no ser el escritor que quería, se había suicidado de disparo. “Eso le pasa a los que viven entre armas”, dijeron. Johnny Depp sólo recuerda haberlo conocido en 1994 en Aspen, entre tumultos y gritos creados por Hunter, quien salió con una pistola eléctrica a saludar a Johnny Depp. Once años después lo despide mientras Bob Dylan canta: Hey! mr. tambourine man, play a song for me/ i'm not sleepy and there is no place i'm going to. Y se promete, como se prometieron ambos en el sótano de la casa de Hunter, mientras Johnny buscaba objetos con los cuales caracterizarse de Raoul Duke, que ambos llevarían a la pantalla, The rum diary. Me curo una cruda como se debe, con unos chilaquiles y un huevo estrellado y me tomo mi coca-cola de lata. No soy ni la sombra de Hunter S. Thompson, aunque las ojeras y la columna delaten lo contrario.
Me falta una serie de drogas que a él le sobraron. Me falta un Cadillac rojo y un abogado que me aconseje “lo mejor”. Y me falta, como diría Raoul Duke: “dos bolsas de marihuana, setenta y cinco pastillas de mezcalina, cinco ácidos y un salero medio lleno de cocaína, una galaxia multicolor de estimulantes y alucinógenos, un litro de tequila, otro de ron, unas cervezas y medio litro de éter”. Estos fueron los ingredientes elegidos para crear la novela perfecta, pero el Dr. Thompson agregó accidentalmente otro ingrediente a la fórmula: el sueño americano, y así nació Fear and loathing in Las Vegas, novela de 1971 que tiene como protagonistas a dos yonkis que serían catalogados como los héroes americanos. Dos figuras de la política de los años 60, el periodista de la Rolling Stone y arduo enemigo del gobierno de Nixon, Hunter S. Thompson, y el abogado Oscar Zeta Acosta, defensor de los derechos de los latinos en Estados Unidos, con los pseudónimos de Roaul Duke y Dr. Gonzo, quienes en un viaje al puro estilo de Jack Kerouac y Burroughs, toman Las Vegas entre drogas y alcohol. La película protagonizada por Johnny Depp, no fue la primera aparición en el cine del personaje de Roaul Duke, ya en el pasado Bill Murray había protagonizado Where the buffalo roam, película que no encuentro en línea y que Mixup me promete desde hace meses. ¿Pero quién fue este señor Hunter S. Thompson del que tengo una cuartilla hablando? Fue el creador del periodismo “Gonzo”, que en términos más digeribles, era un periodismo lleno de subjetividad y psicodelia —fanático de las drogas y el alcohol— que convierte al reportero en parte de la noticia. No sólo la mira y
escribe respondiendo a las seis preguntas del periodismo, sino que forma parte de la noticia. Su primer acercamiento a este terreno fue cuando escribió su experiencia al vivir un año con los Hells Angels y ser parte de la banda de motociclistas que tenían orgías y violaciones colectivas de las que Hunter fue testigo. Serían años después cuando desesperado por entregar un texto sobre el Derby de Kentucky, arrancaría las hojas de su cuaderno y lo mandaría a su editor pensando que sería su último trabajo, sin saber que en esa prosa perdida y llena de latigazos a la sociedad, se encontraba el principio del periodismo Gonzo. Fue después de que Johnny Depp y Benicio del Toro interpretaran a los héroes americanos de los 70's, que la fama regresó a Hunter, quien siempre dijo que quiso ser escritor, pero que nunca lo logró. Admirador de Hemingway —no sólo por los disparos en el rostro— y de Fitzgerald —no sólo por el gusto al alcohol—, Hunter se quedó con las ganas de escribir la novela americana; sería un texto que rescataría la decadencia y la alzaría, lo pontificaría en el absurdo y vacío de la existencia misma, el capitalismo, el gobierno Estadounidense, las guerras sin sentido y el pensamiento de que los gringos eran la respuesta al mundo como un tema irónico. El último libro que publicó fue The rum diary que fue escrito en 1959 pero publicada hasta el 2002. The rum diary fue adaptada en 2011 y protagonizada por Johnny Depp, quien ahora era Paul Kemp, un joven periodista que era invitado a trabajar en un periódico del caribe. Es ahí donde Paul busca su identidad como autor mientras “lucha” con los poderosos del lugar que explotan a las personas. También son los principios
de su rebeldía como periodista y su sentido del humor negro. Bill Murray le había dicho a Johnny Depp que una vez que “fuera” Hunter, jamás dejaría de serlo. Debe de ser por eso. La amistad y la obsesión de Depp lo llevó a producir The rum diary. La película no fue recibida como se esperaba por la crítica, pero eso no la convierte en una mala cinta, sino lo contrario. Al comparar ambos trabajos, Fear and loathing in Las Vegas y The rum diary, se siente al escritor rebelde y adicto a las drogas, entre caminatas torcidas y sonrisas forzadas, pero el espíritu desenfadado de Hunter es diferente. En la primera, la aventura y la experimentación guían al autor; en la segunda, el compromiso social lo caracteriza, porque deben de saber que en alguna ocasión intentó ser sheriff de Aspen, pero no consiguió el puesto porque era un político “demasiado honesto”. De Hunter S. Tompson queda aún un universo por descubrir. Se encuentran cada tantos cuadernos tachados y rotos donde sus comentarios ácidos inundan las páginas. Como si el fantasma aun siguiera escribiendo. Lo cierto es que su influencia en el periodismo y la literatura norteamericana son notorias. Tal vez no escribió la novela que él quería, pero su talento desmedido es interpretado por actores y editores que aun intentan rescatar lo que quede de él, lo que no se hayan comido las drogas. Por ahora no queda de otra que tomarse una cerveza y fumar marihuana —lo mínimo— para ver Fear and Loathing in Las Vegas y el domingo de resaca sentarse enfrente de la laptop para ver The rum diary. Al final, las ojeras y la columna lastimada de una noche de fiestas nos pueden acercar más al suicida del periodismo Gonzo.
El despertar del gonzo Carlos Velazquez
Todavía no se cumplen diez años del suicidio del llanero solitario del periodismo (que encontró en Óscar Zeta Acosta a su Toro), el complejo monumento a la mala conducta, aficionado a las armas y creador de broncas profesional: Dr. Hunter S. Thompson, y ya ha comenzado la revaloración de su figura. Cuatro obras, tres hasta ahora inéditas en español, ajustan cuentas con sus fans.
EL ÚLTIMO DINOSAURIO (Gallo Nero, 2013) Gonzo en estado puro. Como Chus Neira advierte en el prólogo, esta recopilación de entrevistas, que va de 1966 hasta 2005, debería sumarse al corpus de su obra. Con un vandalismo comparable al de Buck Mulligan en el primer capítulo de Ulises, Hunter S. Thompson hace lo que mejor sabe, claro, después de drogarse y escribir: expresarse. Y lo realiza como si todo el tiempo tuviera el dedo en el gatillo. O una línea de coca en la mano. A lo largo de los dieciocho textos que conforman este libro, destila la suma de sus opiniones en relación a los temas que consigue dominar a pesar de la inverosímil cantidad de sustancias que se ha metido antes y mientras contesta las preguntas: las drogas (la coca es más importante ofrecerla que consumirla; el ácido es el rey de las sustancias psicodélicas), la política y el oficio de escritor. Thompson jamás hizo lo que Norman Mailer en Un arte espectral, un manual para el aspirante a novelista, pero El último dinosaurio puede ser tomado como la guía para el prospecto a periodista. Pese a que su comportamiento revelaba cierta vocación a la autodestrucción, la mente del Dr. Thompson se mantuvo lúcida hasta el final. Y este documento lo comprueba.
EL ESCRITOR GONZO. CARTAS DE APRENDIZAJE Y MADUREZ (Anagrama, 2012) El género epistolar es la expresión más maricona dentro de la literatura... cuando se sucede entre hombres. Y cuando es entre una pareja, como en el caso de Henry Miller y Anaïs Nin, es material para incitar a la masturbación de los adolescentes. Pero si se trata de las cartas que escribió Hunter Thompson entre 1955 y 1976, América no va a llorar, como con la correspondencia entre Ginsberg y Kerouac, encontraremos los orígenes del Nuevo Periodismo y el Periodismo Gonzo. Cartas dirigidas a Nelson Algren, a Ginsberg, Joan Baez, Tom Wolfe o Ken Kesey. Mientras uno emprende la lectura de este fascinante volumen puede imaginar a un Thompson perenemente anciano, cascarrabias, que despotrica, maldice y destila veneno. Existe aquí pólvora suficiente para hacer volar varios puentes. Si la redacción de estas cartas convirtieron a Thompson en escritor, todos deberíamos empezar a mandar misivas indiscriminadamente. Y a capturar El Gran Gatsby también para obtener el verdadero entrenamiento Gonzo. El escritor gonzo es una lectura indispensable.
GONZO. LA HISTORIA GRÁFICA DE HUNTER S. THOMPSON (451 Editores, 2012) Pese a que sólo publicó una novela en sus años dorados, Miedo y asco en Las vegas, Hunter Thompson era un autor prolífico. Pero eso es algo que nunca se detalla a la hora de contar su historia. Y de eso se queja en el prólogo Alan Rinzler, uno de los editores del creador de Raoul Duke, con la siguiente pregunta: “¿Por qué nadie se toma en serio a Hunter S. Thompson?” Y la misma molestia siento yo en relación con esta novela gráfica, no tanto a los dibujos de Anthony Hope-Smith, como al guión de Will Bingley. Cuántas veces más vamos a desaprovechar la oportunidad de reivindicar su estatura. Existe este cómic gracias a la fama de Thompson, pero ese reconocimiento no es gratuito. Su reputación está fundada. Si bien esto no es propiamente una biografía, no había necesidad de apelar tanto al lugar común. Ubica a Thompson en el centro de los grandes acontecimientos de su época, sí, pero comete el mismo error de aquellos que se aproximan a su leyenda, los reflectores sobre su persona opacan la relevancia de su obra. Lo que revela que este no es un proyecto de un dibujante de cómics, sino un trabajo por encargo.
LA GRAN CAZA DEL TIBURÓN (Anagrama, 2012, reimpresión) Esta aglutinación de reportajes se publicó en 1981. Y jamás se reimprimió. Entonces el libro se convirtió, para aquellos que no leen en inglés, en un objeto de culto. Inconseguible, codiciado, veneradísimo. Treintaiún años después sale de imprenta otra vez. Tres décadas tuvieron que transcurrir para que cayera de nuevo en nuestras asquerosas garras. Esta antología cuenta con cinco textos fundamentales de la producción thompsoniana. Dos de ellos imprescindibles para conocer la génesis de su obra más portentosa: “Introducción a Miedo y asco en Las Vegas: un viaje salvaje al corazón del sueño americano” y “Algo está fraguándose en Aztlán”. El primero es un texto que sólo ha sido publicado en este volumen (el título nos dice todo), y el segundo nos permite enterarnos como conoció Thompson a Óscar Zeta Acosta. Lo que más tarde lo llevaría a convertirlo en uno de sus personajes. La vigencia de La caza del tiburón es apabullante. Tal vez Thomspon no supo envejecer como persona, pero su obra sí ha conseguido encajar el paso del tiempo.
Noche con frío y con estrellas Guillermo Jaramillo Hacía un frío abrumador, o tal vez esa sensación nocturna se presentaba entre el público al estar en un sitio al descubierto. El patio central del Museo Metropolitano está abierto, su techo son las estrellas, nosotros los marineros y Celso José Garza Acuña el capitán al mando de un libro: En la piel equivocada, cuya portada nos remite a la cinta Jamón, jamón de Josep Joan Bigas Luna. El trabajo editado por El Salario del Miedo y editorial Almadía. Para Garza Acuña, entre el periodismo, lo cultural y lo gonzo existe un lazo. El periodismo cultural es la parcela del periodismo que más se ha permitido experimentar con las formas. “El periodismo cultural es donde el periodista ha podido experimentar abordajes de la realidad desde el punto de vista de la recopilación de información, y también para la elaboración de materiales. El gonzo es muy sugerente. Hay muchos periodistas culturales en México que han abordado la realidad desde las plataformas del periodismo gonzo. Fernanda Melchor o Gerardo Lammers son ejemplos de esto”, indica Garza Acuña. José Celso señala la importancia de contar en primera persona. Tal vez este ejercicio periodístico humaniza más al medio que se digna a publicarlo. “El periodismo gonzo es un ejercicio periodístico que tiene que ver con la intromisión del reportero en los hechos, que son contados en primera persona”, explica el director de la Dirección de Publicaciones de la UANL. Esta técnica de aproximación a la realidad es realmente legendaria y ha sido utilizada por periodistas y escritores a lo largo de la historia. Ejemplos de este ejercicio hay muchos: está Günter Wallraff, que se transforma en personaje ficticio para lograr el
acceso a ciertos escenarios de los cuales reveló la noticia. En los Estados Unidos, Hunter S. Thompson es un clásico: el Dr. Gonzo con su intromisión personal en los hechos que cubría. Cabe destacar la tarea del editor, J. M. Servín, sentado junto a Garza Acuña, portando su incansable sombrerito, quien observa a los asistentes ansiosos por comer tacos y beber cerveza patrocinada por el municipio de Monterrey. “J. M. Servín es un gran escritor y periodista que ha estimulado este tipo de ejercicio y sobre todo también lo ha subrayado a través de proyectos editoriales publicando tanto revistas como libros”, apunta Garza Acuña. Servín cuenta con un proyecto titulado “El salario del miedo”, consistente en la publicación de trabajos periodísticos en este sentido: crónica, reportajes y relatos. Garza Acuña recibió la invitación del editor para reunir una serie de notas y aquí nos tienen, en medio de un aire gélido, pero atentos a esas experiencias volcadas al papel donde un Eloy Cavazos dedica una corrida de toros a un zapatero, o Carlos Ochoa y Javier Aguirre hablan sobre su experiencia al llegar al balompié español. También hay anécdotas de accidentales golpes de cannabis durante un viaje en autobús a Guadalajara. “Reune siete trabajos elaborados durante casi 20 años de ejercicio y fueron publicados en diversos medios de comunicación. Otros de los trabajos son inéditos. Tienen ese sentido, está la presencia del reportero en los hechos y son contados en primera persona”, señala el autor. El material circula por ahí viviendo una vida desenfrenada, a la espera del lector que le excite la portada pop con un semental colocado como un faro de vigía.
Uno, dos y tres. Samuel Rivero I Sostenía el revólver entre sus dos manos, lo sé. El escritorio sembrado de hojas blancas, tachonadas, garabateadas. Su perro estaba recostado, con las cuatro patas apoyadas, observándolo. No había nadie en la casa excepto él. La duda lo llevó a dejar el revólver sobre sus papeles y salir del estudio. Bajó las escaleras, una a una, con la sensación de que alguien lo observaba en la distancia. Estaba en lo correcto. Me deslicé dentro del estudio,
cerré la puerta procurando hacer el menor ruido posible. Me aproximé a su asiento, tomé el arma. Le quité el seguro, coloqué una bala dentro de ella. Sólo necesitaba una. Metal frío, revólver, reconocí cada una de las marcas de relieve que poseía, reconocí los puntos característicos de un arma tratada de manera adecuada: limpia, sin una mancha, alejada del polvo, un arma dispuesta a realizar su última tarea. La coloqué como él la había dejado. Me incorporé, caminé
Hacia el librero. Pilas, más pilas de libros, algunos mantenían su envoltura original, el precio de la tienda se podía ver en las etiquetas estoicas que aún mantenían sobre ellos. Una foto familiar enmarcada a la antigua usanza, único testigo. Oí pasos en las escaleras, salí de la habitación, me escondí detrás de las cortinas del pasillo, esperando a que entrara en el estudio. Se le veía cansado, agobiado, descanso final. Entró, dejó la puerta entreabierta.
Oí el reclinar de su silla de escritorio, ese necio revolver de las hojas de papel y el sonido de la pluma escribiendo sobre ellas. Quizás alguna nota final, alguna tarea que dejaría pendiente para que sus herederos terminaran lo que él había comenzado, saqué mi libreta del bolsillo superior derecho de mi gabardina a rayas carmesí, esperando el momento adecuado para comenzar a escribir un epitafio. ¿Con qué palabras debo comenzar el relato de toda una vida? Quizás me encontrara frente al sueño de todo periodista: inmunda ópera prima, ese artículo que determinaría el resto de mis años se sustentaría en la muerte de un grande. Esperé, paciente a que llegara el final. No se escuchaba nada, sólo el movimiento oscilatorio del péndulo que colgaba del reloj de pared ubicado a escasos pasos de donde yo me encontraba oculto, esperando, expectante, con el jadeo habitual que me acompaña noche y día, mientras esperaba a que las ideas llegaran a la hoja en blanco. Uno tras otro, una serie de encabezados hacían su desfile en mi cabeza, promoviendo los ardides que me coronarían como un hombre de éxito. Y el tiempo pasaba, las manecillas de mi reloj de mano se acompasaban a las del péndulo del reloj de pared que se encontraba a escasos pasos de donde me encontraba oculto, callado, impaciente, ese deseo de acelerar el proceso del cual era testigo, nada pasaba. Lo único que seguía en movimiento era el mundo exterior, el sol comenzaba a ocultarse, la luz
que entraba por la ventana que se encontraba al lado derecho mío era el continuo recordatorio de la vida que viene y va, que viene y va. Pasos en la escalera, alguien que baja deprisa. La puerta del estudio abierta de par en par. El perro sigue dentro, acostado, observando el lugar vacío de su amo. Me asalta la duda: ¿Una bala es suficiente? ¿Acertará el primer tiro? ¿O quizás dude en el último momento, permitiendo que su mente genere la idea de una posible salvación? Tengo que asegurarme del resultado final. Regreso al estudio, me oculto en el baño que conecta la habitación principal con el estudio. Pisos blancos, un logar por lo demás cuidado y sin rastro de alguna imperfección. Detallistas hasta en los detalles menos vistos, encuentro que el bote de basura está decorado con hojas de papel. Llenas de anotaciones, fechas, datos, nombres, listas de acciones, listas de eventos que pasaron, que pasarán de nuevo. Emparejo la puerta, oigo pasos que suben las escaleras. Entra en el estudio, se sienta, toma una de las hojas que tiene frente a él. Realiza uno que otro garabato cuyo contenido no sabré hasta algunas horas después. Suspira, suspiro. Un segundo péndulo resuena entre las paredes del estudio. Un segundo reloj, colocado al lado del sillón para visitas marca las siete de la noche. La luna está próxima a salir. Se incorpora del asiento, da unos pasos alrededor del escritorio, toma el revólver con ambas manos, le quita el seguro, dispara.
II A la mañana siguiente, en primera plana, se hace mención al desafortunado evento acaecido horas antes, en la residencia de Hunter Thompson. Nos ha abandonado. “Revólver, la luna y Thompson difunto” reza el encabezado del reciente jefe de redacción. Sorprende lo rápido que un reportero de baja reputación y cortas palabras ha logrado conseguir en una sola noche. Ese podrido ejemplo a seguir, eso pregonan los conocedores del mundo periodístico. Él sólo espera. Quizás un premio, quizás la oportunidad de cargar las cenizas de un cuerpo descompuesto, enfermo de vivir. Lo arrojará desde lo más alto, o eso espera él. Sólo espera. Está solo, frente a una máquina de escribir, pensando en un encabezado que lo impulse a lo grande, a un segundo pedestal que desea con fervor. Chasquea los dedos, una vez, dos veces, tres veces seguidas, esperando que con semejante invocación llegue la torpe inspiración. Nada. Absolutamente nada. Abre uno de los cajones que tiene frente a él. Saca una cajetilla a medio acabar, enciende un cigarro. Inhala, exhala, repitiendo el ciclo cada treinta segundos. Le ayuda a concentrarse, o eso cree. Un suspiro largo. Se truena los dedos de la mano derecha, comienza a teclear, frenéticamente, cada una de las teclas. ¿Qué escribe? Sin lugar a dudas algo que no tiene relación con la historia actual. Quizás alguna novelilla, una serie de sonetos dedicados a la vida y la muerte, qué sé yo. Lo importante es
que escribe, escribe y escribe mucho. Enciende otro cigarro, apresura cada bocanada, despidiendo el vapor grisáceo fuera de su cavidad bucal. Lo importante aquí, es que: escribe. Se acaba un paquete de doscientas, tal vez trescientas hojas. Todas en blanco, todas deseosas de impregnarse de tinta. No nos importa el contenido de esas hojas, mucho menos su destino final en el contenedor de basura número cincuenta y dos, perdido entre alguna de las calles bajas de un suburbio común, corriente. Nada de eso es importante. Sólo llena espacio vacío de esta hoja. Alrededor de las diez de la noche abandona su escritorio, toma una gabardina a rayas carmesí, sale por la fuente del frente, camina, en la distancia nocturna, hacia el bar de Tom. Pide lo de siempre, una cerveza clara, un pequeño contenedor de cacahuates y un cenicero limpio. Observa el tarro de cerveza, trata de captar cada una de las gotas que se deslizan sobre la superficie fría y cristalina, que llegan hasta abajo, impregnando la servilleta de un color amarillento, como amarillo de orina humana, manchándolo todo. Apura el
contenido de su cerveza, pide otra. Las horas pasan, él sigue gastando su efectivo, no le importa, hoy está para acabar tirado en la calle, apestando a alcohol y orines, pero será feliz, ha obtenido lo que deseaba desde niño, cuando leía a escondidas los periódicos que su padre abandonaba en la mesa del desayuno. “Seré periodista, así papá estará orgulloso”. Nunca sabría si su padre hubiera llegado a sentirse orgulloso. La muerte lo sorprendió cuando un camión de lácteos le pasó encima, destrozándole el cráneo, llenando de fluidos el pavimento. Esa sí fue una gran noticia, pequeña en extensión pero grande. “Fallece amigo del pueblo, el alcalde decreta luto”. Así terminó su padre, un párrafo humilde entre la sección de deportes y los avisos de ocasión. “¿Estarías feliz, papá? El resumen sobre tu vida no es tan malo”. III No es extraño que un periodista se sumerja en las historias al grado de ser parte de ellas. Sólo somos el reflejo de una realidad peculiar, que a cada paso que da, se extingue dentro de su caparazón.
Ya no son las mismas historias las que encantan a todos, la realidad ha tocado un punto en el que la ficción pelea por sobreponerse a lo horrible, a lo putrefacto que la cotidianidad ha logrado plasmar como ninguna otra. Se rompen límites, se tratan de establecer nuevos, nunca se llega a un acuerdo: el hombre, inconforme, se resigna a buscar un nuevo estatuto, un paradigma que destruya al anterior pero que no adolezca de la misma forma. Buscamos lo inexplicable, alterando la realidad en nuestro favor, olvidando que en realidad es ella la que dicta la pauta que debemos seguir. Ya sea por una pasión terrenal o por el simple deseo de alcanzar la gloria en vida, he sido el responsable de una muerte, del fin de un ciclo hostil, dañino, que terminó por condenarme a una vida de parrandas y copas, de letras perdidas por doquier, sin la capacidad de encontrar la inspiración necesaria para esa raya doble. Despido mi última editorial con un revólver, dos balas y un perro que sabe que no estamos solos: nos observan desde el cuarto de baño.
Dame un arma Susana Iglesias Siempre será mejor morir con un arma en la mano que morir atado en una silla, aceptando la pena de muerte que impone el Estado. Aceptando la muerte social que te dan tus amigos cuando te ven sentado frente a la policía de investigación mientras no pueden hacer nada más que conseguir billetes para sacarte. Me declaré en ceros. Quisiera fumarme un cigarro de la cajetilla que está sobre la mesa, unos Lucky Strike. —No tengo dinero, enciérreme. —Tienes derecho a tomar un abogado de oficio. —Detesto a los abogados, no los creo tontos, tan sólo me molesta que me lean mis derechos, los criminales no tenemos derechos ¿Cierto? ¿De quién va a defenderme? ¿De lo que puedo hacer contra mí? No creo que pueda hacerlo. Nadie ha podido hacerlo. —Todas las personas tenemos derechos.
—Las personas que no tenemos dinero no tenemos derechos. —Tiene derecho a una llamada gratuita. —Tengo derecho a despreciar una llamada, nada es gratis. —Eres una mierda, sigue así, con esa carita y esa pinche seguridad, mamón de mierda, dentro de unas horas, en el cambio de turno, ¡te voy a romper tu puta madre! —No tengo dinero, no lo tomes personal, mi pinche seguridad es tan sólo un estado de ánimo, no es real. —Toma, ¡te ordeno que hagas la llamada! Una casa que pasó a manos del banco, todo el invierno preso entre la nieve, a veces me vuelvo loco contando los días que faltan para poder sentir calor en los huesos. Indios contra vaqueros, Hollywood tan lejos del hambre y el calor insoportable de este sitio en verano tras la
nieve. Veinticinco millas entre el pueblo más cercano y la montaña. En la montaña me convertí en hierro, soy de hierro. ¿Alguna vez has entendido por qué a las mujeres les gustan los hombres desgraciados? Porque en la desgracia personal, de cierta forma, todos somos asertivos, no podemos negar el dolor. La asertividad es la media. Agresión, pasividad, las dos tendencias suicidas que te negarán todas las oportunidades. Es un rasgo criminal, eso no lo saben las personas que te rodean, ellas están esperando siempre que te equivoques para señalarte, están esperando una reacción violenta o sumisa, así que tú debes ser asertivo ante eso. No dudar, no someterse, no agredir: debes estar convencido de lo que dices, de otra forma, cierra el pico. Tratar con personas es inútil, debes saberlo, no resignarte a encontrar en ellas alivio. Siempre será mejor un arma.
—No. — ¡Te estoy ordenando que hagas tu llamada! —No quiero —No es una elección, es una orden. — ¿Cómo puedo obedecerte si tengo mala memoria? No recuerdo ningún número, no uso teléfono celular, no tengo agenda, no recuerdo el número de mi madre, la única persona que podría tener, además ella no va a contestar, hace ocho años que no hablamos. —Vaya, tragedia familiar, vidas destrozadas, un clásico. —No me duele pensar en mi “vida destrozada” Si me ves, podrás darte cuenta de que pese a esto que enfrento, porque no estoy huyendo, estoy enfrentándolo, estoy confeso, negarlo sería decir que me volví loco, que no estoy en mi, que no sé lo que pasó, escúchame: lo hice, lo volvería a hacer. Lo único que necesito es un arma para borrarte esa pinche superioridad sobre los otros que destilas. — ¿Quieres un arma? —Sí. —Así que quieres un arma. —Lo repites como si no lo creyeras. —Lo creo, me sorprende, no voy a negarlo. —Dame un arma, estaremos en igualdad de condiciones. —¿Te crees muy cabrón, no? —No. Con un arma probablemente sí. —Así que si te doy un arma podrías cambiar los papeles, ¿eso me tratas de decir? —No, te estoy diciendo que con un arma podría borrarte a ti y algunos más, no estoy diciendo que se cambiarán los papeles, aunque te matara seguirías en ese papel de muñequita llorona. Un putazo. La sangre. Un arma apuntando. Era terrible, no podía permitirme pensar en que estaban lastimándome, así que pensé en la carretera de aquella majestuosa montaña, en todo momento mientras ese hombre me tenía encañonado, pensé en los tiempos más felices de mi vida. Tuve ganas de hablar, de hablar con todas las personas a las que les hice feliz, me sostuve en eso. Puso su Smith & Wesson, sorprendente y rara joya, ¿qué hace dirty Harry aquí? Quizás más tarde venga Chico González. — ¿Ya estás más tranquilo? Bien. Toma el teléfono —No lo haré. —No puedo creerlo, un pobre diablo a punto de ser aplastado se niega a usar la llamada que puede salvarlo.
© Gerardo Leyva —Nadie va a salvarme, a menos que me des un arma. —Es cansado escuchar eso, voy a cerrarte el hocico con un arma. —Hazlo. —¿Cuánto tiempo más vas a sostener ese papel de tipo duro? No lo eres, te va a cargar la chingada, me encargaré de eso —Hazlo. —Lo haré. No tienes que pedírmelo, deseo hacerlo. —Bien. Lo miré, no pudo sostener la mirada. Sonó su teléfono celular, quiso contestarlo, presionó un botón, probablemente marcó el código de desbloqueo, un movimiento nervioso, leyó algo, empezó a contestar un mensaje o quiso contestarlo, dos manos sobre el aparato, el arma sobre la mesa. Asertivo, un movimiento
rápido. —La tengo —Hay cámaras —Me da igual —Suelta el arma —Abre la puerta —Nos están mirando —Lo sé, abre la puerta —No vas a salir con vida —No importa, abre la puerta Hollywood, tan caliente, tan sucio, mi muñeca inflable llamada Natalia. Una llamada o dos serán suficientes. Estaré de vuelta. Un tipo duro luce desconcertado. No más juegos, no más elecciones rotas, no más de lo que no necesito. Necesito algunos millones de dólares para armar un cañón que esparza mis cenizas en Pomona. Tomo los cigarros que están en la mesa, la puerta se abre.
Miedo y asco en Morelia (Tres reportes de mujeres insolentes) Antonio Monter Rodríguez
I. Cerró los ojos, estaba la noche. Virgilio se anticipó al gato y subió a los tendederos desde donde miró el vértigo. La cotidiana oscuridad lo golpeó con un cilindro la cabeza, se sintió adormilado, algo le devolvía la memoria de buscar las entrañas de la ciudad. ¿El lustre de las luces? ¿El charol del cielo? ¿La nada acústica envuelta en acordes de guitarra eléctrica? ¿Las ansias de memoria corporal? Despierta, anda, baja las escaleras y súbete al coche, enciende las luces, arranca, ponte el cinturón y acelera. Cruza la ciudad e incorpórate. ¿No era eso? ¿No acaso buscas las luces pardas para devorar? ¿Para escribir? ¿Acaso no es la historia de Virgilio, el sino, su conjugación, su verbo? El adjetivo es la mujer, su droga, su manifestación de rebeldía. Anda Virgilio, métete en cualquier congal y ráspale la vida a las paredes, alimenta tus páginas en blanco, calma tu síndrome de reportero lúgubre, nocturno, vigorosamente sexual, lisérgico... No es mi sierra la que me cercena el corazón. Es la falta de un cigarro. Es la falta de tus labios envueltos en celofanes y listones. Es tu lengua que recuerdo sorbiéndome el aliento. Salte de mis sueños. Métete a mi cama. Virgilio subió al Cavalier azul repleto de vasos sucios, botellas vacías, periódicos viejos y libros insolados de portadas diabéticas. Se fue por una carretera. Una luz en la oscuridad le indicó el espacio para el auto. Paró. Pagó al cuidador de coches, veinte varos por la seguridad de que nadie se llevará del asiento trasero la poesía de Ginsberg y Pound. Se abrió de piernas y brazos para la revisión de monigote de
© Lorena Etérea
dos metros. —Las únicas navajas que traigo son mis pensamientos... Entró a la luz negra que hacía más blancos sus dientes. —¿Havana con coca? —No, hoy no, una cerveza. El mesero se retiró preocupado y se lo hizo saber al capitán, al barman, al dueño. Ella lo miró desde su adoración al tubo. Virgilio llegó en el número exacto. Siempre. Tenía medido el tiempo. La tenía medida a ella, no sólo en el lenguaje literal de su tacto, sino en la inmaterialidad que algunos llaman esencia, espíritu, alma, fastidiosamente belleza interna. Medido su Yo. Su Ella. Su Él con Ella. Su Él sin ella. Eso le dolió. Escribir sobre la servilleta su Él sin Ella. La hizo trizas y pidió otra cerveza. Apenas un minuto treinta y cinco segundos después de la primera. —¿Un ron? —No, hoy no, una cerveza. Seis minutos después, Virgilio había roto
quince servilletas y bebido seis cervezas. Lola había cumplido con una rola inverosímil, populachera, comercial, cachonda y pegajosa. No apta para el repertorio de Virgilio quien dejó un billete de doscientos en la mesa y salió bajo un letrero de “Salida de Emergencia”,todavía entre los aplausos por la desnudez de Lola que recogía en el escenario su sostén de terciopelo rosa. Virgilio se recargó unos minutos sobre el volante, se tocó las sienes, se dio masaje. Regresó a la ciudad dormida. Un auto delante de él, lujoso, gris, BMW sin capota y sin placas. Una mujer jugaba a caerse del coche, se colgaba de la portezuela, disfrutando el éxtasis que seguro traía encima. La rubia levantaba los brazos al cielo, era hermosa, iluminaba la noche. Tendría apenas unos 16 y mañana seguro mosquita muerta en el colegio de monjas. Virgilio dudó. Se sentía flácido. El recuerdo de la desnudez de Lola. Él sin Ella. Vomitó largamente en el camellón.
Cerró los ojos, estaba la noche. II. La noche se desliza por debajo de las puertas. La noche va a la noche. Esquiva la luz. La noche esquiva busca las intimidades donde se desvelan las hipocresías. No hay simulaciones. Atrae, seduce, alimenta, se traga a los hombres y a las mujeres de piernas abiertas. Aniquila, vacila, hunde, separa, goza, aturde, alcoholiza, bifurca, transparenta, exagera la sensualidad y el ánimo. La noche estraga, araña las paredes y pone chinches en los colchones de Motel. La brevedad intensa. Cerró los ojos, estaba la noche. —¿La seguimos o qué? —preguntó Virgilio con el esplendor rulfiano de una tacha encima y dos rones. Así decía para interesar a la mujer antes de llevarla a la cama, al infierno por el andador paradisiaco de la mariguana (Paradoja Absolutista Sin Remedio), esplendor rulfiano, metáfora indescifrable. —Pero viene un amigo conmigo — contestó Ella, mujer sin nombre a la dos cuarenta y cinco de la incipiente madrugada. No obstante un Sí Quiero con iniciales mayúsculas, inmerso en la mirada implacable, ojos al acecho de mujer capitosa, exagerada en los artilugios del fatalismo nocturno. —Pareces puta —e dijo Virgilio sin temor a la rubicunda desaparición de su mínimo escote de tela elástica o de la gloriosa mentada intra-útero. —Y de las malas, de las que no levanta nadie por desmedida en las maneras —añadió con su pose alcohólica de barriada, alejada del Galán de Balneario o del James Dean noctámbulo. —Imbécil, invítame una cerveza. Virgilio pidió una Victoria y antes de ofrecerla a esa epidermis morena que ya desnudaba con inusitada clarividencia, hundió sus labios en el orificio de la botella, labios agrietados por la deshidratación de tercer grado, labios víctimas de la noche de extremos industriales. —La besé para ti, Eréndira. Eréndira. Virgilio había descalzado su nombre de fatalidad inmersa por la leyenda. Un beso sería incurable en esa madrugada que ofrecía a un hombre cargado de yerba, al lado de una puerta a la buena onda, a la entrega de cuerpo entero, al enjambre de sensaciones lúdicas que liberan fronteras de conciencia. —¿Tú fumas? —le había preguntado
Virgilio, sabedor de las potencialidades de aspirar canabis y se imaginó la primera hinchazón de su miembro, sólido, amoratado. —Sí —dijo ella. Su garganta se adelantó a contestar en positivo a sabiendas de que el siguiente paso después de contener la mariguana en los pulmones sería el motel. Cuántas veces Eréndira había despertado sola, desnuda en el mejor de los casos, rasgada, mutilada del clítoris, anudada entre las sábanas sin moral, sin historia, sin recuerdos inmediatos y sólo el espesor en la saliva y los dolores rabiosos en la entrepierna. Rajada y Aniquilada por Sus Incontenibles Excesos. Le dijo a Virgilio que no estarían solos. Su amigo, allá en la mesa, la compañía, el chaperón, la tabla para no hundirse en el remolino. Así no habría motel ni sábanas blancas ni delirio en felaciones interminables ni cerveza en el vello púbico (recortado en línea continua de los labios gruesos) ni dedos exacerbados ni mariposas en el vientre ni lenguas para besar hasta el cansancio ni humedad fibrosa por la droga ni despedidas ni adioses ni despertares de soledad ni llantos ni arrepentimientos ni moralizar nada porque simplemente nada ocurrirá. —Puedes evitarlo —dijo Virgilio sin modificar la mirada bisturí dentro de la retina de la Mujer Aceptable para Hoy. Eréndira lo besó en la comisura de los labios y adelgazó su piel hasta desvanecerse. El camino lo abrieron sus Intensos Muslos, según fraseología aplicada dependiendo de la situación, el ánimo, la borrachera, el pasón o bien, la propia belleza femenina. Dicen que Virgilio sabe. Tan fácil como seleccionar la carne en el centro comercial. Virgilio forjó la madrugada en un cigarro, aspiró largamente en la azotea de su casa y se tragó el humo, la ciudad a sus pies fue una mancha impresionista hasta el amanecer. III. 1¿Alguna vez has brincado por los tejados como un gato? —Ojos Grandes dijo eso y se amarró todo el tequila a la lengua, con nudo marinero y remaches de limón salado. —Ésta ya trae el motor prendido —pensó Virgilio—, nada más hay que ver si su transmisión es automática o de cinco velocidades. Su reversa es mi medida — musitó entre la socarrona sonrisa que celebró la imagen felina.
—Traigo un Jeep todo terreno—, concilió con él en sus pensamientos automotrices, el contubernio noctámbulo de una cita a ciegas. A ciegas, porque Virgilio asumía siempre la postura del amigo delincuente, al acecho, al descuido de las debilidades femeninas, de las maneras coquetas y las rúbricas inmarcesibles de La Gran Diosa. Sus bailes frenéticamente eróticos i will survive. La música setentera ajustada al escaso cuerpo y a la mirada de rombos centelleantes. —Hilvanar. ¿Te gusta el verbo hilvanar? —No sé —le contestó el Reportero Noctívago—, además no entiendo tus tejidos argumentales. Ella soltó la carcajada. — ¿Tejidos argumentales? Suena rasposo y a la vez encañonadamente intelectual, pedante. Virgilio apuró el segundo Tradicional Libre de Refresco y soltó la pregunta: Cuando vas a la noche ¿dónde anidas? Ojos Claros Turbios por la Nicotina: Soy como los gatos, los machos, las hembras se quedan en su casa y se restriegan los pelos en el cuello de su dueño, beben su buena leche. Yo voy más allá, como deporte extremo, hilvanando la noche a mis distintos referentes... ¿Te queda claro ahora? —Me gusta el verbo, implica enlazar, pespunteas lo lícito con lo ilegal, supongo... —Virgilio cerró la frase con puntos suspensivos, de esos que a Galilea enamoran o bien le pueden desatar la ira por el mal uso. —Los puntos suspensivos son treinta segundos de silencio, como la noche. —¿Y los pespuntes? —reiteró el Entrevistador Cabeza de Tequila. —Mis pespuntes son los mismos siempre: las comas, la fascinación que pregunta y que responde, el deseo que compromete y que responde. Voy, vengo, como el hilván, pero siempre tengo a dónde regresar por si las dudas. I am the passenger, and I ride and I ride and I ride. Iggy Pop. Música de fondo en Bar de Segunda. Yo soy el pasajero de este Tren que tengo enfrente. ¿Me aviento ahora o me parrandeo un poco más, antes de caer al precipicio? Reportero de Noche sintió que la cabalgata cien por ciento agave lo disolvía hacia un viaje de senderos inhabitados y desiertos oscuros. —¿Las drogas? —Por un momento pensó en dejar a la Sirena Sin Asideros. Desnudarla sobre la mesa y obligarla a mostrar los pechos para ofrecerla en sacrificio.
Esa era su noción del periodismo. —Todas. Encuentros y Desencuentros. Dan luz, a veces encienden el motor, esa luminosidad que le falta a la noche. —¿Qué pasa si ya conoces la droga? —La noche te reinventa —fraseó suavemente la Sirena, entre sus labios de gotas albinas destiladas. Virgilio consideró absurda su pregunta hasta que escuchó la respuesta. Reinventar. Reescribir. Recrear. ¡Pelotón! ¡Preparen! ¡Apunten! ¡Fuego!: ¿Reinventar un amante? —Cuando vas en el camión de regreso, cuando los kilómetros son un diluvio de confusiones, cuando tienes que confrontar a ese amante con la realidad. —¿El regreso con el motor apagado? —No, si acaso con el cuerpo y el sexo lastimado. El sexo. El sexo. El sexo. Virgilio era un efluvio de cuestionamientos lujuriosos,
un archivo de preguntas pornográficas. Paradójico, pero más imbuido por la densidad de la charla y el reto que significaba la Provocadora Natural que no escancia lubricidad con alevosía, que por la obstinada erección que lo acompaña a sus entrevistas de alcoholismos mañosos. Un Tequila más y la desbarranco. Se lo invitó. Y con un guiño al mesero exigió uno Doble. —Te va la respuesta sin pregunta, lo que estás pensando: Cuando hago el amor sé lo que soy. La Virgen, que deja que le enseñes. La Tierna, que comparte y vuela contigo. La Puta, que manda y te puede deshacer. Yo soy la Frontera. Tú los Prejuicios. Reportero Sin Pasaporte Actualizado midió el vértigo de continuar por el Río Bravo. Para qué huir de la Migra cuando ya te tienen en la mira. Mejor deportado vivo y no como lloriqueo de noticiario.
¿Cómo robar un beso cuando primero fue la cachetada? Virgilio pagó la cuenta, la suya y el tequila doble que invitó. Los gatos debían regresar por los tejados antes que la lluvia les mojara los bigotes. Salió a la madrugada, entregado a la consideración de si Galilea Ojos de Rombo acaso no era una reinvención de ella misma. Le dio lo mismo. Al fin y al cabo, las reinvenciones también tienen cuerpo y entrepierna. Epílogo: En la alta madrugada, cuatro brazos descargaban la cajuela de un auto color gris, un cadáver... Según el parte policiaco, un niño vestido de mujer, pañoleta al cuello y trece puñaladas, tres en el torso y el resto en los genitales. Virgilio recibiría la orden de cubrir su fuente y dejar de hurgar congales y vaginas indispuestas. Cerró los ojos, estaba la noche.
Gonzo a la brava Pancho Robledo Bizarro
Nunca me gustó escribir a máquina. Todo empezó cuando tenía como diecisiete años. Pasé por cambios culturales y de expresión que atentaron contra mi vida. Aunque desde los doce ya tenía una cultura influenciada por mí hermano mayor, una donde el ska-punk sonaba a madres dentro de la casa de mamá, no había ningún problema con ella, su cultura hippiosa y su huerfanismo a los dieciséis no le caló en nuestro desarrollo social mientras escuchábamos juntos la discografía de Ska-P. La cultura independentista la extraje de las zonas más bravas del barrio y la escuela, que era lo mismo, todo el barrio entraba a la Técnica 28. Ahí los recreos eran ir al jardín a que mis compañeritas inhalaran chemo y nos enseñaran los calzones. Época en la que el “Patillas” y yo éramos los punks de la secu y no usábamos ropa interior, ni aunque anduviéramos con el pantalón roto. Crecí y seguí sin tener una Remington. Tuve lo contrario, la calle, la droga, y unos amigos de la escuela de música que me llevaron a los lindes de la locura. Eran tiempos en los que pasaba por una crisis existencial muy fuerte y el punk zumbaba en mi cabeza como un recuerdo con dolor de cabeza. Estaba buscando la manera de justificar mi existencia en el mundo. Las lecturas que había hecho me ayudaron a forjar un camino. Los
© Antonio Rodríguez
Beats, La Náusea de Sartre, los libros de José Agustín, El Compadre lobo y El Ponche de ácido lisérgico fueron los trampolines de mi cultura escrituraria. Esas musas hediondas y parasitarias me ayudaron a encontrar mi tono, la voz que necesitaba para hacer resucitar lo podrido que un niño punk de doce se siembra en el cuerpo. Eso no bastó. Para escribir había que vivir, andar de aquí para allá buscando las imágenes que satisficieran la narración, cosa que hasta la fecha no he dejado de hacer. Mi primer recurso fue escribir caminando, mientras garabateaba el cuaderno de matemáticas de la prepa. Inspirado no por las musas nalgonas, sino por el perro tuerto o el atropellado, la anciana abandonada al otro lado de la calle, los malandros correteados por la poli o el millón de ruidos a veces difíciles de reconocer. La cuadricula se llenaba con aforismos, versos, algún cuento corto que luego se convertía en algo sumamente atormentador: oraciones vomitivas (en la escuela me distinguí por la manera desagradable de redactar. Unos hablaban de paz, otros sobre derechos y babosadas así, mientras yo me concentraba en que un hijo de puta le rompiera el culo a su madre o una anciana ricachona follara con el joven más suculento, cosas verosímiles). Para llevar a cabo la magia, a veces tomaba la máquina de escribir que mi madre abandonó después de que perdió su trabajo de mecanógrafa. Me fue imposible, no estoy en contra de la máquina de escribir, la culpa es del techo, de las paredes tormentosas que me enclaustran las ideas. Para escribir, además de comodidad, se necesita aire, libertad solitaria, un sitio donde no sientas que te violan el pensamiento. En el milimétrico cuarto donde almaceno mi pellejo, los olores del baño nunca desaparecen, sino es eso, es el del ácido muriático que se expande por toda la casa. No hay duda de que prefiero caminar largo y tendido por las calles alumbradas por la noche, exponiéndome a que algo aterrador me suceda. Tengo que dejar en claro que el degenere que escribo es una monja ursulina en comparación de los periódicos vespertinos. En la plana principal encuentras a un despanzurrado con el encabezado “Le Sumieron toda la cabeza” junto a una morra bien rica y encuerada con el título “Me Llamo Yosmar y me siento sola”, ya sé que no puedo quejarme del buen
gusto que los albañiles tienen por las mujeres deprimidas, ni por esas historias que los malos narradores espulgan para hacer poemarios o novelas. Pero yo, con lo talantes tan sensibles que me cargo, seducido por la chingona (Arte). No puedo más que rechinar los dientes cuando me encuentro con esos diarios llenos de información alterada producto del mal periodismo. Entonces me doy unos encerronas en mi pajarera, enciendo cuantos inciensos sean necesarios para ahuyentar el olor a caca, me doy unos pipazos y me tomo unas caguamas y ahora así, a darle. Cuando termino de escribir me la juego entre alejarme de todo esto, o pulir el texto hasta que de Godzilla termine algo así como miss universo. El camino en las letras es fatigoso y poco remunerado, más cuando eres un desconocido. Empiezas a inmiscuirte y te das cuenta de que la literatura es una putería, porque se revuelca con quien quiera meterse con ella, y es cuando el mundo se indigesta de escritores que la posen y después salen a gritonear a la calle lo que parieron con la puta, poniéndose como presea los nombres de autores que han leído e imitado. Luego ya no se vuelve talento ni voz propia, todo es cuestión de ponerse etiquetas. Se empieza escribiendo para uno y se termina elogiando a otros. Contra eso se lucha en este medio más mafioso que el narco. A veces los escritores de segunda y tercera fila esperamos nos lean, aunque sea por Facebook (patético). Eso antes de andar cazando notas que luego obligan a reducir, dejando el puro chisme a los lectores, en vez de algo serio y de carácter ético. Pagan, eso sí. Lo otro aparenta holgazanería, pero la raza prefiere hacer un texto visceral en el género que la revista independiente lo solicite. Antes de andar de periodista chafo, parafraseando las notas de los diarios importantes del país y decorar la sección de política, espectáculos y cultura, las páginas preferidas de las amas de casa para que las mascotas hagan sus necesidades o los artesanos elaboren sus piñatas. En esos periódicos no existen los periodistas gonzo, mas sí los lectores gonzo. Son ellos quienes
conocen los hechos y mejor que cualquiera que sepa ortografía. Sólo que éstos como los juglares, comunican sus saberes a través de la oralidad: el cotorreo. Son los personajes de sus propias historias, los mejores actores para el realismo sucio. Indudablemente esto significa que el respeto no existe, es un apelativo que se creó pero nunca se llevó a cabo. Si su significado se hubiera logrado no hubiéramos llegado hasta donde hemos llegado como sociedad mundial. Según Thompson eso es inmiscuirte en la realidad de los hechos hasta terminar influenciando: faltar al respeto violentando con la presencia. Pero el Doctor dice que el periodismo gonzo nace de la razón de decir: escribo muy gonzo. Nos da a entender que éste es un método eficaz para escribir. Sobrevivir a la necesidad de existir y comunicarte. Algo que pueda tener en común con el escritor de Miedo y asco en las vegas es el gusto por la droga y por entregar tarde los trabajos. Además de esa manera tan cruda de señalar la vida sin esconder el dedo, apuntalando a quema ropa. Lo que más me agrada de este oficio es que por medio de la palabra, ya no tanto de la presencia, puedes incomodar a los demás, una manera de alterar su entorno y medio de confort. Ahora sólo tengo una expresión: la literatura. Sin ella como único amor, no funciono. Ella es la hembra que puede ser mi macho, que me posee y me embaraza el pensamiento. Me encanta abortar las ideas de otros y otras quedármelas con el celo de que yo nunca las escribiré. Pero a la diosa literatura ni con la puta más buena del congal le soy infiel. A veces hago rollos artísticos y es como si estuviera pretendiendo a otras viejas y, como dice el dicho, el que alaba a dos dioses con uno queda mal. Si mi vieja la literatura se da cuenta estoy frito. No basta con amar a la literatura, pues ella con lo puta que es, si no te ama, de nada servirán los esfuerzos. Lo único que deseo como escribidor es encontrar la oración o verso perfecto que me quite la ganas de escribir más. Será como el balazo que Thompson dejó entrar a su boca, simplemente para acallar la duda.
The Garibaldi Incident Elma Correa Recuerdo el calor. Afuera helaba, pero ahí dentro hacía mucho calor. Todas esas manchas en movimiento. Rozándose, tocándose, acariciándose. Recuerdo el sudor. Espaldas mojadas, brazos mojados, cabellos mojados mezclados con el maquillaje de sus rostros. Yo también sudaba, las pupilas con midriasis y sin poder enfocar. Sin distinguir quién era un hombre y quién era una mujer, o quién era ambos.
beber todo, esnifar todo, fumar todo. Y continuar. Continuar incluso cuando el maldito dealer no responde nuestras llamadas. Porque los dealers de la Ciudad de México tienen horarios. Como los oficinistas. Los imagino abriéndose paso en el metro a las 7:00 a.m., vistiendo un traje barato de Milano y zapatos de suela gastada llevando un maletín lleno de drogas. Cocaína, piedra, marihuana, ice. A las 5:00 p.m. pasan su tarjeta por el checa-
Sisi me habla. Ella también suda, ella también se esfuerza por distinguir. Por discriminar, quién sí, quién no. ¡Un mesero! Alzamos los brazos, gritamos, silbamos. Desde la pista los híbridos nos devuelven lo que creen que es un ademán festivo. Se acerca un tipo. Pantalón negro, camisa blanca, coleta en la nuca, pestañas postizas y labial rojo. Un mesero. Pedimos dos tragos y preguntamos por coca, por piedra. Lo que sea. Dice que sí, creemos que dice que sí, queremos entender que dice sí. Le damos dinero, no sabemos cuánto. Para los tragos, para la piedra. Lo vemos alejarse, se despide de otros meseros, da nalgadas a un par de clientes. Lleva su mochila cuando sale del bar. Bebemos nuestra cerveza y hacemos muecas. En nuestros cerebros derretidos estamos sonriendo, pero los que pasan cerca parecen asustados. Tres días de fiesta, todos fueron cayendo como bichos. Nadie nos aguanta el ritmo. Sisi y yo contra el mundo. Podemos
dor y termina la jornada. Apagan sus teléfonos. Los hijos de la gran puta apagan sus teléfonos. Necesitamos beber otro par de cervezas en silencio, cada una ensimismada en el bajón que viene, mareadas, abrumadas por el sonido que nos taladra los tímpanos, para entender que nos estafaron. Que el cabrón se largó con nuestro dinero y que de cualquier modo, si volviera, no podríamos reconocerlo. Avanzamos entre el gentío. Ahora sí, jotos cabrones; ábrete, mayate de mierda; tú, vestida culera, no me estorbes o te despeluco y te dejo sin cuero cabelludo. Salimos a Eje Central y la madrugada nos recibe con puñetazos de frío que mandarían a su casa a cualquiera. Pero estamos aferradas. Caminamos a Garibaldi, seguras de encontrar ahí lo que buscamos. Como niñas huérfanas que piden para un taco. Vamos de mariachi en mariachi preguntando por coca. “¿Me da pa’ un pase?” Parece que mendigamos que nos vuelvan a ver la cara. Pero nos sacan la
vuelta. Mariachis famélicos, adormilados, de trajes raídos y guitarrones miserables, se apretujan para protegerse del viento. Nos ignoran, nos dicen que no, se burlan de nosotras. Creo que le preguntamos a un policía y tampoco nos hizo caso. No puedo imaginar en qué estado nos encontrábamos que nadie nos tomaba en serio. Pongan atención, aquí como nos ven, así de destruidas, somos un par de adictas profesionales. Se van a enterar. Llevamos tres días de fiesta, sin dormir, sin comer, queremos seguir, podemos pagar. Entramos al Tapanco. Un agujero de desventurados que huele a cloaca del averno. Hay tanta luz, puede alguien apagar la luz, por favor. Es un bar. Los bares deben ser oscuros, nadie tendría por qué verse la cara. O la boca. No puedo dejar de ver los dientes de esa mujer. Su ausencia. Ríe como si algo de verdad fuera gracioso. La quijada se le abre tanto, que me recuerda la mía. Desencajada, preguntando por coca, por piedra. Como un mantra. Y todos responden que no. Sisi se pierde. Es tan pequeñita, podría estar en cualquier parte. Ahí, debajo de esa silla. Allá, en el espacio que queda entre las barrigas de esos dos que bailan una cumbia. Pero está en la plaza, habla por teléfono. Sam acaba de aterrizar en DF. Tiembla, Ciudad Capital. Sisi y yo nos mirábamos resignadas, sin hablar. Derrotadas. Sabiendo que cuando Sam y René aparecieran, sería el fin. Pero mi Sam traía una borrachera que empezó en Tijuana y mantuvo en el avión. René era el más sobrio. Tal vez el ánimo de Sam me dio energía, no sé, recuerdo poco. Recuerdo que nos largamos. Paramos un taxi. Y todos dicen que fui yo. Siempre soy yo. Dicen que pregunté por la conecta. Sam y Sisi corearon mi solicitud, y sólo René fue un eco lejano, muy poco convencido. La única voz de la razón en ese coche. El taxista nos llevó a la colonia Morelos. Al famoso barrio bravo de Tepito. Ahora sé que nos llevó a Casa Blanca, una vecindad llena de delincuentes conocidos por su relación con la Familia Michoacana, dedicados al narcomenudeo, asalto, secuestro, extorsión, piratería,
proxenetismo y un largo y continuado etcétera. Pero a esa hora, en el limbo de la caída, agarrados con las uñas al precipicio de la malilla, absolutamente ajenos al sitio en el que estábamos, juntamos seiscientos pesos y se los dimos para una grapa de coca. Entró a la vecindad y se perdió el tiempo suficiente para que Sam intentara llevarse el taxi. No sabe conducir pero tenía un plan. René se encargaría de la palanca de los cambios, ella y Sisi, chiquitas como son, cabrían perfecto entre los pedales para accionar el embrague, el freno y el acelerador, yo era la designada para manejar el volante. Nos cobraríamos todas las afrentas. La estafa del maldito mesero en el Infierno 14, la humillación en la plaza Garibaldi, la espera interminable por esa grapa que al final, atascados como somos, resultaría en una pinche línea para cada quien. Robar el taxi era un gran plan. Hasta que el taxista apareció. Se subió al asiento del piloto y nos dijo que debíamos esperar un poco más. Una avalancha de ladridos lo arrasó y trató de contenernos diciendo que valdría la pena. Pasó unrato más. Cantaban los pájaros y la Ciudad de México despertaba. Lo presionamos tanto como a nosotros nos presionaba la resaca y el malestar. Puso un pie
Levantado Jorge A. Amaral Yo ya sabía que lo habían levantado y le habían dado una madriza, aunque no sabía cómo, si a patadas, con tabla, con chicote o cómo, pues los narcos suelen ser bastante creativos en eso de torturar gente. Tampoco sabía por qué lo habían levantado ni mucho menos por qué seguía vivo. El caso es que ahí estaba, en el velorio de don Aurelio, a donde fui por amistad con su hijo y en honor a las decenas de cervezas que hemos bebido juntos en un ambiente de, como él dice, “majaderías e improperios”. Pero ésto no se trata del hijo del muerto, sino de el “Flaco”, cuyo sobrenombre cambió para preservar su identidad. El “Flaco”, miembro de esa familia conocida por sus tropelías, no es una joya, es
en la entrada de la vecindad para regresar mentando madres lo más rápido que le daban las piernas rechonchas. Encendió el motor y arrancó su armatoste como si fuera un Michael Schumacher versión mexica, cabeza olmeca, con sobrepeso, diabetes, gota y un grave problema de retención de líquido en los tobillos. Y apenas pudimos ver a los dos encapuchados con armas largas que le impidieron el paso en el umbral de Casa Blanca. Cuando llegamos a la Roma era de día. Maldecimos todo el recorrido y exigimos nuestro dinero, pero el taxista se excusaba diciendo que también él había perdido, que no era culpa suya, que trataba de hacernos un favor. Cuando se detuvo nos bajamos listos para dormir la mona de dos días en casa de Sisi, y el atrevido nos suelta: “El taxímetro marca 350 pesos”. No puedo asegurar quién dijo qué cosa, pero sé que las liosas éramos Sisi, Sam y yo, y que René, con su tranquilidad habitual, digna de un tratamiento de 2 mg de clonazepam tres veces al día, trataba de calmarnos a todos. Lo ocurrido se parece mucho a ésto. —Cóbrate de los seiscientos, pendejo. —Ah, ¿no me van a pagar? —¿Pagarte qué? ¿La pinche pérdida de tiempo?
—Son 350, yo también estoy perdiendo, a mí también me la hicieron. —Pues es tu puta culpa por no saber a dónde chingados te vas a meter, cabrón. —Son 350 pesos. —Si no tenía conecta pa’ qué andaba de aprontón. —Sisi, ¿traes tus llaves a la mano? —No se detengan, al edificio no se puede meter. —Hijas de la chingada, me van a pagar o no. —Está sacando algo de la cajuela. Corran. —No, mejor hay que darle su varo. —Que se vaya a la verga. No es su varo. No se ganó nada. —Nos quiso chamaquear. —Ahí ha de traer nuestro dinero. —¿Es un bat? ¿Piensa que nos frikea? —Somos de la Baja, idiota. —De Tijuana y de Chicali, nos la pelas. —Pinche René, no chavalees. —Pinche René, ya estamos adentro. —Sam trae una botella de los viñedos. —Culeras, denme mis 350. —Púdrete, marrano. —No vayas, René. —Asustas a tu puta madre, imbécil. —¡René! Y René le pagó y nos fuimos a dormir.
© Lorena Etérea
un auténtico fistol del Diablo pues ha estado en el CERESO y en centros de rehabilitación y sigue siendo exactamente el mismo, sólo que ahora es más propenso a ser arrastrado por una fuerte ventisca debido a esa delgadez extrema de quienes toman mucho, se drogan mucho y comen poco. Hace años se ausentó por un buen tiempo, sus primos decían que estaba en Estados Unidos pero yo creo que más bien lo tenían en un centro para adictos, el caso es que al regresar al pueblo, hubo quienes lo vieron borracho, sin camisa y en plena calle gritando “¿dónde está “La Familia” para partirles su madre?”, después se supo que lo habían levantado pero que tenía como dos semanas sin salir de su casa. Llegué al velorio acompañado por mi hermano, quien de inmediato se apostó con una retahíla de payasos pagados de sí mismos, y como soy alérgico a ese tipo de imbéciles, busqué sitio en otro lado. A penas me vio, gritó “¡Buch!” (Buch > George Bush > Jorge > yo > un cigarro gratis). Fui a sentarme junto a él, le ofrecí un cigarro y lo tomó; mientras lo encendía, le pregunté así, sin más miramientos pero en voz baja para que nadie más escuchara: “¿Qué, “Flaco”?, ¿que te levantaron los güeyes esos?”. —¿Quién te dijo? —Ya ves. —Sí pues, pero gracias a mi Santo Entierrito que tovía’stoy aquí, yo dije ‘ya me mataron estos putos’, sólo quería que juera de volada ese, pa’ no sentir tan culero. —Pero ¿por qué o cómo estuvo?
—Ps yo nomás iba pa’ la casa y que se para una pinche trocota, se bajaron dos güeyes y me dijeron “ya te cargó tu chingada madre”, a puro putazo me subieron a la troca, también llevaban a EQUIS porque les debía una feria pa’ que no le dieran baje con la Navigueitor que trajo del otro lao. Los llevaron a un predio muy escondido, pues está entre un cerro y la autopista, pero como esa carretera está mucho más arriba, en realidad no hay forma de ver lo que ocurre en ese sitio cuya ubicación no puedo revelar, a donde regularmente son llevados los levantados para interrogarlos y torturarlos. Supe de ese sitio por el testimonio de una persona que vive en un rancho aledaño, quien dice que iba rumbo a su casa cuando vio que entraban a ese rincón dos camionetas, se acercó entre la espesa vegetación y vio cómo tundían a patadas a mi entrevistado y al otro individuo, quien tuvo que entregar una camioneta de carga para que no le quitaran una Cadillac que había traído de Estados Unidos. —Pero ¿por qué te llevaron? —Dijeron esos putos que por hocicón, pero son más ellos porque si se me dejaran venir de uno por uno y a mano limpia, les parto la madre a todos, pero se dejan venir en bola y con sus pinches pistolas, ¿ps así cómo? Ya estando en ese lugar y después de una serie de patadas, lo hicieron hincarse y, me contó, estuvieron a punto de cortarle una oreja, pues según se la mandarían a su familia después de matarlo. Fue entonces que el que al parecer estaba a
cargo intervino, diciendo, según palabras de el “Flaco”: “Este güey no vale madre, con eso tiene. Mejor échenme andar al otro, que hay más que quitarle”. Al otro se lo llevaron, posiblemente a una casa de seguridad, y a mi entrevistado lo dejaron ahí, donde lo despertó la luz del sol que ya le daba con todo su calor en el rostro. Como pudo se incorporó, se quitó la playera para darle vuelta pues la tenía toda bañada de sangre. Intentó escupir pero no pudo, no tenía saliva, sólo ese sabor a fierro que queda después de que te rompen la madre. Sabía dónde estaba pero no se arriesgó a tomar el camino pues temía ser visto por los mismos sicarios al caminar sobre la carretera, así que, prácticamente a campo traviesa, se fue hasta el pueblo, al cual todavía rodeó hasta llegar a su casa. Ahí se encerró durante dos semanas hasta que se sintió a salvo. Hoy sigue siendo jinete, borracho y adicto a la marihuana, pero aprendió a ser menos pendenciero y a no hablar de quienes no hay que hablar y menos si es para decir que se les va a poner en la madre. Para cuando terminó de contarme la anécdota ya nos habíamos terminado una cajetilla y nos habíamos tomado una botella de tequila. Y es que cada que alguien se acercaba teníamos que interrumpir y cambiar de tema. El caso es que al final yo me despedí y me fui a mi casa un poco ebrio; él posiblemente ahí amaneció porque el muerto era su padrino y tenía que acompañarlo hasta lo último.
Política y marihuana: la pérdida y la búsqueda del conecte. Tláloc Humberto Mata Zamora
I hate to advocate drugs, alcohol, violence, or insanity to anyone, but they’ve always worked for me. Hunter S. Thompson La lucha contra la droga es un pretexto para reforzar la represión social: no sólo como represión policiaca, sino al mismo tiempo como una exaltación del hombre normal, racional, consciente y adaptado. Se mantiene la idea del terror, de lo criminal y se enarbola la amenaza de lo monstruoso para reforzar la ideología del bien y del mal que la enseñanza de hoy no osa transmitir con la misma confianza de antes. Michel Foucault. Como simples ciudadanos no tenemos acceso al oscuro (¿)sentido(?) de las relaciones de poder político que se dan en las altas esferas de nuestro circo-gobierno. Pero algo sí es seguro: la actuación de esos payasos influye en la vida cotidiana de nosotros, espectadores de esta trágica comedia mexicana. Sus juegos y payasadas afectan, aun con nuestras dudas, desde lo que vemos en televisión y próximamente en Internet, hasta nuestros propios placeres individuales, como el gusto de fumar un poco de marihuana. Se puede pensar que la marihuana, al ser un producto ilegal cuyos manejos se dan en el mercado negro, nada tiene que ver con la legalidad que caracteriza a nuestro gobierno. Pero lo que ha acontecido en los últimos meses y la experiencia histórica del narco en México, demuestran que el mercado de las drogas ilegales comenzó funcionando con el amparo del gobierno para terminar ahora en una identificación entre narcotraficantes y gobernantes. Pero dejemos de señalar obviedades y pasemos a la particularidad del asunto que tiene comienzo a finales de mayo de este 2014. Mi amigo D. me comunica que nuestro conecte de mota le había dicho que se retiraría tres semanas. Por supuesto el asunto me preocupó, puesto que en los
últimos meses (desde que se puede hablar del “fin” del imperio templario) nuestro dealer había tenido yerba muy buena y a un muy buen precio, como ya era costumbre. Con conocimiento de causa no se me ocurrió más que comprar otros cien pesos, que yo calculaba me durarían hasta su regreso. De manera despreocupada pasaron rápidamente las tres semanas, el problema fue la respuesta del vendedor cuando D. le marcó el día previsto para su regreso: no iba a vender ganja hasta el 29 de junio. Entre tanto nos enteramos de que otro vendedor también se había retirado, prometiendo volver el 29 del mismo mes. Esto en un ambiente de inestabilidad política que aquí en Michoacán venimos sufriendo desde hace rato. ¿Qué relación hay entre el “descanso” de nuestros
fieles vendedores y los cambios políticos en nuestro estado? No quisiera abusar de mi sentido paranoico, pero es innegable que entre el final del mes de mayo y el mes de junio las aguas políticas del estado se agitaron. Se fue el “gobernador”, quien fácilmente puede ser calificado como el payaso que da menos risa, llegó el rector a la gobernatura a tratar de hacer quién sabe qué y en las calles pareciera que también se vive un reacomodo del mercado negro. Y con el reacomodo, también era necesario que nosotros nos empezáramos a mover y sacar los conectes. Cosa impostergable pero cuyos resultados fueron nefastos, ya que todo lo que conseguimos fue mota muy mala, curioso porque Morelia bien podría ser la capital pacheca de México y el mundo, pero que
debido al pinche narco, nos tenemos que conformar con la ilegalidad y la baja calidad del producto. Pasó el 29, el 30 y nada de nada, otra vez la misma mota vieja que venden unos estudiantes de la facu de psicología. El primero de julio con el fracaso de la llamada esperada y con la noticia de que ya se había acabado la marihuana de los de psicología, era hora de volver a las andadas, regresar a las calles y con toda la ansiedad del mundo empezar a conectar otra vez. Esa tarde invite a D. y a L. a mi casa a fumar un poco de la mota vieja que había comprado el sábado, aunque el motivo de la reunión era pensar donde podríamos caminar el via crucis de lo que en las calles se conoce como “ir a armar”. Entre el silencio y la zozobra les recordé a mis colegas grifos que nuestro amigo M., quien no fuma porque le da un buen ataque de paranoia, podría conseguirnos ese místico incienso, ya que su supervisor es locochón también. L. sin dudarlo le llama y logra obtener información esperanzadora: hay mota buena, “de a cien pa’rriba” en una colonia popular a quince minutos de la nuestra, sólo había que esperar 40 minutos para que M. saliera del trabajo. Cuando M. llegó nos dijo que tendría que ir él en su moto, porque el dealer era muy desconfiado. D., L. y yo no creímos conveniente dejarlo ir solo y decidimos subirnos a la camioneta de L. e ir todos juntos bajo la premisa de que “si nos agarran que nos agarren a todos”. En el camino, entre la música de Bob y el desmadre de la ciudad, poco a poco nos fuimos adentrando entre subidas, bajadas y las fachadas de ladrillo a la colonia en cuestión. El punto, una base del transporte colectivo de Morelia. Nos quedamos en la camioneta a unos metros de la base, mientras M. nos hacía ese gran favor. Después de 20 minutos de espera y el avistamiento de una patrulla, regresa M. y nos dice que no le han llevado las latas al “vato de las combis” pero que ya sabe cómo llegar a las bolsitas de cien pesos. Subimos varias cuadras y llegamos a la casa, en la acera de enfrente una camioneta pick-up con dos hombres y un chavo no nos quitan la mirada de encima, cuando M. se baja a tocar, el chavo se acerca y le dice que no hay nadie, decepcionados regresamos a la base. M. plática con el supuesto conecte, que no resultó ser más que un intermediario y éste le dice que su
proveedor esta muy desconfiado y que no nos quiso vender nada, pero que cerca hay otras dos posibilidades: un vendedor callejero y la casa del G. muy cerca de la base. El vendedor callejero nos dice que “no estaba el chido” y que él andaba también bien erizo pero que no nos podía ayudar. Ya había pasado más de una hora y aquí el tiempo es un factor de estrés, por un lado no encuentras mota y por el otro tu cabeza comienza a jugar con la posibilidad de que después de comprar la marihuana, puedas caer en las manos de la policía. Finalmente en casa del G. compramos una bolsa de cien. Cuando M. se subió a la camioneta nos emocionó diciendo que era sin semilla pero la medecina no estaba tan bien como prometían. Si bien no eran las porquerías prensadas que luego encuentras, las flores tenían un fuerte olor a humedad, aun con eso decidimos comprar otros doscientos pesos, más por la confusión del momento que porque nos hubiera convencido ese sucio material. M. sube con los otros doscientos, le entrega una bolsa de regalo al intermediario y nos embarcamos de regreso. D. comienza a ponchar un toque mientras M. nos dice que el conecte original se espantó al ver unos desconocidos llegar en un carro a comprarle mota y que ni con todas las señas que llevábamos se quiso arriesgar a vendernos la motita. Ahora teníamos una gran cantidad de una yerba con un fuerte olor a humedad de clóset, con un sabor mediocre y con un efecto casi imperceptible, pero ya saben lo que dice el Manifiesto Pacheco: “no hay peor mota que la que no se
fuma”. Entre tanto M., L. y D. platicaban sobre la posibilidad de regresar a buscar el conecte de la base de las combis o con el G. que prometió un mejor material que le traerían de la sierra uno de estos días; yo, mientras fumaba y los escuchaba, me empezaba a cuestionar como lo hace el poeta infrarrealista Ramón Méndez en la Canción del Macizo: Y me pregunto, la mera neta me pregunto cuándo, hasta cuándo, en una noche joven de la ciudad, podré abordar a una linda muchacha por la calle para decirle, con toda naturalidad: Disculpe, ¿podría indicarme dónde encuentro un expendio de marihuana abierto a estas horas, por favor? ¿Hasta cuándo? Seguramente varios pachecos nos seguimos preguntando eso, mientras somos testigos de una política prohibicionista hipócrita que solo ha logrado la corrupción y la identificación de los criminales con las instituciones del Estado, ha mermado la calidad, en este caso de la preciosa yerba y por supuesto ha contribuido a la crisis político-social como la que vive el país y particularmente este narco-estado llamado Michoacán. Mientras tanto los hijos de los políticos escapan de este desmadre viviendo á l’europe, los hijos de los capos fuman marihuana de alta calidad y legal en algún lugar de los Estados Unidos; aquí la ilegalidad moviéndose oscuramente a la par de la legalidad y uno perdido en la política y la marihuana, perdiendo y encontrando los conectes.
Apuntes de un profesor agotado Daniel Herrera Comencé a dar clases porque estudié esa pendejada que se llama Comunicación. Aunque algunos lo llaman “Ciencias de la comunicación”, no sabía que aprender poquito y mal de todo sin método ni sistema podría llamarse ciencia. Es quizá la carrera más inútil. Probablemente es más inútil que estudiar Letras. Creo, incluso, que un vigilante nocturno de cualquier Sanborns del país es más necesario que un comunicólogo. Lo que me sorprende es que tenga tanto éxito y cada año cientos de universidades nacionales expulsen a las filas del desempleo a miles de estudiantes de Comunicación que pronto venderán casas, manejarán taxis o serán cajeros de Soriana. En mi caso, caí en la docencia porque en el periodismo no había lugar y en la radio no pagaban. Así que fui al único lugar donde recibiría dinero a la primera quincena. No perdí tiempo, antes de terminar la carrerucha esa, redacté un currículum tan desnutrido que en realidad exclamaba piedad y compasión por un futuro desempleado. A pesar de que todas las probabilidades
eran casi debajo de cero, conseguí trabajo. Así es, alguien consiguió trabajo en este maldito país. Lo festejé bastante, pero piensen que tenía 20 años y no sabía que me dedicaría a la docencia, por lo menos 13 años más y contando. Si en ese momento alguien se hubiera parado frente a mí para decirme que era un imbécil, no le habría creído. Seguro ese alguien tendría que golpearme una y otra vez para entrar en razón y mantener alejado el mundo laboral lo más que pudiera. En fin, mi primera vez dando clases fue tal experiencia que decidí nunca más acercarme a los adolescentes de 14 años. Me aventaron al ruedo enfrentando tarados de segundo de secundaria. Yo era un imbécil también, porque quería hablares de literatura y de grandes autores y ellos sólo querían hacer desmadre y seguro los hombres se la cascaban durísimo durante la noche pensando en lo que harían el día en que una chica estuviera dispuesta y las mujeres tenían esos cambios radicales llenos de emociones contradictorias que
tiene cualquier adolescente y nadie tenía interés en aprender sobre los conceptos de cuento, novela, ensayo y poesía, porque todo está de hueva, por supuesto. Y no se equivocaban, pero yo tenía un trabajo por realizar, así que apliqué todas las estrategias erróneas que se me ocurrían. Lo que sucedió después era tan obvio que no sé cómo no vi venir el tren del desempleo a toda velocidad dispuesto a arrollarme como lo ha hecho varias veces en mi vida. Apenas duré cuatro meses trabajando en aquella escuela jesuita (por cierto, trabajar para los jesuitas es una de las experiencias más desagradables e inolvidables que he tenido en mi vida). De esa misma escuela jesuita me volvieron a correr pero después de que di clases a alumnos de bachillerato. Estoy pensando en volver por una tercera vez, porque nunca está de más experimentar la mierda de vez en cuando para darse cuenta de la vida insípida de profesor en una escuela relativamente estable y un poco aburrida no es algo para tirarse a la basura. Putos jesuitas.
Poetry is dead Luis Topete El Mustang del ochenta y cuatro se acercaba cada vez más a nuestro destino rugiendo pobremente y vibrando de todos los sitios imaginables. Era una bestia anciana reducida a fungir como transporte de cinco culos que contribuían únicamente a que golpeara los topes con mayor facilidad y a que el combustible siempre en alza se le terminara más pronto. Gibran, conductor y dueño, se había resignado desde hacía tiempo a hacerlas de taxista para su, a veces, detestable círculo de amigos. Era el único con vehículo propio y licencia de manejo, por lo que en las juergas y diversas salidas con sus compinches no le quedaba de otra sino ofrecerse como transportista. De cualquier modo a cualquiera de los otros nunca se nos olvidaba dispararle unas cervezas o aportarle de tanto en tanto para la gasolina. Aquel sábado era yo el presunto culpable de que transitáramos las calles tapatías y jugáramos arrancones exprés contra otros conductores ociosos en las avenidas. Un concurso de poesía al que había decidido ingresar me esperaba puntualmente a las cuatro de la tarde y, como siempre, iba con varios minutos de retraso. Gibran, José, Natalia y María habían accedido a formar parte del público en el evento y a acompañarme en la derrota. En mi vida había asistido a cualquier evento literario y la verdad es que, pese a ser un pedante y presumido —¿qué persona que pretende ser poeta no lo es?—, me sudaban las manos y la nuca. De la boca de mis compañeros brotaban palabras de apoyo, cosas como “tú puedes güey” y “de mi te acuerdas que vas a ganar”. La verdad es que no me permitía hacerles caso. sólo hace falta ver el panorama literario mexicano para saber que cualquier cosa que no guste a los académicos tiene nulas oportunidades de recibir siquiera una mentada de madre. Y si hablamos de poemas, la cosa se pone más nauseabunda. No se necesitan pruebas demasiado complicadas, ni vivirlo en carne propia, basta con pasearse por la sección de “Poesía” de las grandes librerías para ver un paisaje tan desolador como los pueblos fantasmas michoacanos o Chernóbil.
Avenida Chapultepec estaba tan concurrida como cualquier sábado por la tarde. La misma fauna de siempre cubriéndose del brillante sol y llenando poco a poco los antrillos vanguardistas y los bares a lo europeo. Poca gente se interesa por un local si no tiene arreglos vistosos y temáticas atractivas. La modesta decoración e inmobiliario no tiene cabida en uno de los principales centros de la vida nocturna en esta ciudad. Pareciera que las mujeres en tacones y los hombres de peinados idiotas repitieran un mismo mantra, algo como: “Si no es extranjero y cosa fina, es una vil y vulgar cantina”. Los cafés de índole cultural llenan las calles aledañas dejando la avenida para los supuestos pubs y demás elitismo previsible y barato. Y es justamente en uno de esos cafés a donde me dirigía luego de que Gibran me bajara del coche y se pusiera a buscar estacionamiento. Llegué a las puertas del Rojo Café con varios minutos de retraso pero a nadie parecía importarle. Me recibieron los organizadores y, luego de apuntarme en una lista con otros nombres, me invitaron a que pasara. “Estoy esperando a unos amigos, pero gracias”. Sucedía que el evento tenía un costo de $20 pesos por persona y, viendo la precariedad económica de mis acompañantes y su enorme entusiasmo por asistir, no reparé en pagarles el ingreso. Al fin y al cabo, me dije, en sitios como éste te quedas sin dinero de todas formas. Cinco minutos más tarde ya estaban los cuatro compinches subiendo por las escaleras del local. Pagué la tarifa —con la mirada acusadora de uno de los organizadores, como si estuviera yo comprando un partido en el mismísimo Mundial de la FIFA— y sin otra excusa posible pasamos todos al recinto. Nos sentamos en una de las diez mesas todavía sin ocupar y otro de los organizadores se acercó para indicarme que los participantes estaban tras el escenario, ergo, que moviera mis nalgas de la silla y me dirigiera a conocer a mis nuevos compañeros y contrincantes. La sala era pequeña y contaba con varios sillones, sillas, y un cuarto para cambiarse de vestuario. Me encontré con seis personajes muy variados y me pregunté si
me vería tan raro como ellos, con sus cuadernos y hojas y camisas bien planchadas. Éramos, en total, tres hombres y cuatro mujeres. El concurso constaba de dos miserables puntos: llevar un poema de no más de mil palabras y que la frase “listón rojo” figurara de cualquier forma en el mismo. El ganador sería elegido por un jurado de dos poetas publicados según la fluidez, la expresión y el apoyo del público. De cierta manera me tranquilizaba que la cosa fuera tan informal. Tenía oportunidad de que mi falta de talento quedara opacada por los gritos simiescos de Gibran, José, Natalia y María. Saludé a los demás participantes y ocupé una silla de plástico sucia. Las sonrisas y gestos de complicidad me recordaban a los de una mesa de diálogo bipartidista. Lo que realmente queríamos todos era burlarnos de las pendejadas del otro y aplastarnos unos a otros como moscas. “¿Y de qué es tu poema?”. Una de las mujeres me miraba y con voz dulzona y pegajosa me cuestionaba el contenido de mi carpeta azul. Busqué las palabras adecuadas para explicarme y lo único que atiné en decir es que era un manifiesto. “Diablos”, dijo uno de los participantes —sí, realmente dijo “diablos”—, “el mío también lo es”. La cosa superaba mi capacidad de comprensión. ¿Eran así todos los poetas? ¿Mentecatos bobalicones que inventaban excusas para sus leperadas? ¿Dónde estaban los mártires con complejo de Bukowski que suelen ser más divertidos aunque predecibles? Los organizadores llegaron en el momento preciso. Todos hablaban sobre cómo hacer un haikú y sus risas y comentarios aseguraban que ni por asomo se habían emborrachado una sola vez en su vida, ni por accidente. Nos anunciaron que el lugar estaba lleno y que nos preparáramos para salir. Acordamos el orden en que cada quien presentaría sus textos y para mi suerte me dejaron al final. Indudablemente, es mejor dejar que los demás expongan sus tonterías antes de añadirle una más a la cuenta. La gente estará tan cansada que ni siquiera te pondrán atención. Por algún motivo se nos permitió a los participantes sentarnos con nuestras supuestas porras y
compañías. Cuando entré a la sala de espectadores el lugar estaba obscuro y repleto. Quise sentarme con mis amigos pero ya no quedaban sillas disponibles y me fui hasta una mesa alejada y próxima a una ventana. Los organizadores salieron a presentar el evento y a agradecer al dueño de Rojo Café que permitieran realizar eventos con fines artísticos en el foro. Los jueces se presentaron y volvieron a repasar los términos con los que debían de cumplir los poemas. Los aplausos no se hicieron esperar y el concurso comenzó. Le pedí a una mesera de tez blanca y de estatura pequeña un calimocho y me dispuse a observar al primer participante, el mismo que hacía unos minutos había corrompido su lenguaje con un brutal “Diablos”. Fornido y de raíces sudamericanas, se presentó con un seudónimo raro y con un guante en la mano derecha igual que el que utiliza cierto mago de la literatura y el cine infantil, con una cicatriz en la frente. Yo lo escuchaba reacio a entender lo que estaba diciendo por el micrófono. Carajo, ¿de verdad había dicho la palabra “duendecillo”? Sus palabras eran las de un grandulón indispuesto a manchar su imagen humanista y sensible. La gente miraba atenta y en el rostro del güey se notaba el nerviosismo y la humildad un tanto ensayada. Terminó
por fin y los aplausos fueron guangos pero unísonos. Los siguientes participantes desfilaban por el escenario y cada poema me hacía pensar que probablemente no estaba tan perdido. En mi texto la palabra “semen” aparecía al menos dos veces y eso me garantizaba el estupor de alguno que otro lector de Neruda. La cosa se ponía peor. “Este poema se titula 'Viernes'”, “Se llama 'Desencuentro'”, una mujer de vestido negro y botas de tacón que parecía ser atropellada mientras en medio de una odiosa y supuestamente quebrada voz recitaba un encuentro erótico entre dos mujeres “escuchando The Mars Volta y fumando marihuana” que llevaba a dos intérpretes —violinista y guitarrista— como acompañamiento, las palabras “amor, besos, labios, corazón, pasión, soledad”, una detrás de otra y en cada uno de los poemas… Seis participantes que detestaba en medio de mi delirio de grandeza y el tufo etílico de un calimocho en un estómago vacío. Una de las participantes asombró a los presentes: “Pinches, pinches, pinches poetas…”, gritó al momento de recitar. Era la primer cosa interesante que ocurría en todo el evento. Por supuesto que se llevó los aplausos más fuertes hasta aquél momento. Entonces subí yo. “Buenas tardes, soy Javier Topete y este
es mi poema. Creo que es algo así como un manifiesto”. Y comencé. En ningún momento miré hacia el público. Quería evitarme la mirada escrutadora de los acompañantes propios y ajenos. Terminé y agradecí sin despegar la vista del suelo. Estoy acabado, pensé, la cagué, todo se fue al carajo. Nos dejaron charlando diez minutos en lo que los jueces acordaban el veredicto. En la mirada de todos se notaba el recelo y el temor. Los concursos literarios suelen albergar a montones de faltos de talento, pero tanto desperdicio en un solo lugar no nos permitía darnos el lujo de perder frente al otro. Al fin nos llamaron a todos al escenario. Dieron su compasivo discurso sobre lo difícil que fue nombrar al ganador y agradecieron a los asistentes por su apoyo hacia las “nuevas generaciones de poetas”. Antes de que nombraran al ganador, expresaron su admiración por la chica de los “pinches”. Y después escuché mi nombre. ¡Había ganado, carajo! Supongo que haber leído el “Aullido” de Ginsberg y haber querido copiarlo escribiendo las metáforas más estúpidas y rebuscadas que se me pudieron ocurrir mientras escuchaba a John Coltrane había sido la combinación más producente. Aquel sábado en el Rojo Café, las cosas habían quedado bastante claras: Los poetas no nacen. Los crédulos los hacen.
El OVNI, la playa y los muertos* Fernanda Melchor A principios de la década de los noventa, Playa del Muerto era apenas una franja de arena grisácea, ubicada en la cabecera de Boca del Río, municipio gemelo de Veracruz. Sus dunas ardientes estaban repletas de matorrales llenos de espinas en los que quedaban atrapados troncos secos y botellas de cloro que el río arrojaba durante la temporada de huracanes. No era una playa muy concurrida ni particularmente hermosa (si es que alguna playa en Veracruz lo es realmente): había veces en que la playa desaparecía especialmente durante la pleamar o los temporales— y ni siquiera las escolleras impedían que las olas invadieran la carretera que unía a las dos ciudades.
Los locales la evitaban: decenas de valientes, chilangos sobre todo, hallaban cada año la muerte en sus aguas traicioneras. “Prohibido nadar” decían carteles colocados a pocos metros del agua; “Peligro Ay Posas”, podía leerse debajo de una burda calavera pintada a mano. La poderosa resaca que empujaba el caudal de la ría hacia la punta de Antón Lizardo hogar de la Heroica Escuela Naval Militar sembraba las escolleras de Playa del Muerto de pozas en donde era fácil ahogarse. Yo tenía nueve años cuando vi las luces, brillantes como cocuyos contra el lienzo negro de la playa. El otro testigo fue Julio, mi hermano, a quien le faltaban seis
meses para cumplir los siete. Destruíamos el hogar de una jaiba celeste, hurgando en la arena con un palo, cuando un breve resplandor nos hizo mirar hacia el cielo: Cinco luces brillantes parecieron salir del mar, flotaron unos segundos sobre nuestras cabezas y después huyeron tierra dentro, hacia el estuario. — ¿Vistes? —inquirió Julio, apuntando al horizonte. — Claro que sí. No estoy ciega. — Pero, ¿qué es? — Es una nave extraterrestre —le dije. Pero ninguno de los adultos nos hizo caso cuando regresamos corriendo hacia la fogata, ni siquiera nuestros padres. Alejados de la fogata, del resto de la gente,
nos mandaron lejos antes siquiera de escucharnos. El OVNI Nadie recordaba la guerra del desierto, aquel jueves 11 de julio, mucho menos los escombros del muro de Berlín. Muy lejos estaban la lumbre y la metralla que partían Europa del Este hasta volverla un racimo de llagas. ¿El Sendero Luminoso atacaba de nuevo? ¿Los campesinos morían de tifoidea y dengue al sur del país? Nada de eso resultaba importante: los ojos de México estaban fijos en el firmamento, esperando el milagro que convertiría al sol en un aro de fuego y a la luna en una mancha. No había otra cosa en la televisión que no fueran tomas del cielo, de las multitudes que esperaban el momento del eclipse total, de pie sobre las azoteas, cuidando de no mirar directamente al sol, como prevenían en los noticieros. En la ciudad de México, al sur del Periférico, Guillermo Arreguín filmaba el cielo desde su balcón. No le interesaba tanto el clímax del eclipse sino los planetas y estrellas que, según había leído, brillarían con más esplendor gracias al crepúsculo forzado. Cuando la oscuridad fue absoluta, Arreguín hizo un paneo hacia la derecha de su balcón. Ahí fue donde filmó “el objeto brillante”.
El video llegó al noticiero 24 horas esa misma noche. Para el sábado 13, en un artículo de La Prensa, se hablaba ya de “un objeto sólido”, “metálico”, rodeado de “anillos de plata”. Pero la palabra “extraterrestre” no haría su triunfante aparición antes del viernes 19, en una emisión del programa Y usted… ¿qué opina? dedicada a debatir la supuesta presencia de alienígenas en la Tierra (con una duración récord de 11 horas y diez minutos en vivo). En ella, un ufólogo (así se hacía llamar) de apellido Maussán afirmó haber recolectado 15 grabaciones adicionales, todas realizadas por personas distintas el mismo día del eclipse. Aseguraba que los videos habían sido sometidos a pruebas que demostraban que el “objeto” en ellos registrado era, en efecto, una nave. Así comenzó la Oleada OVNI en México. Ese verano aprendí todo lo que había que saber sobre el tema: las “abducciones”, los complots, la construcción de la Gran Pirámide, los círculos de trigo sobre campos de Inglaterra. Todo aquel fascinante conocimiento se me reveló de dos fuentes: la tele (o más bien, los videos de “Luces en el cielo” del señor Maussán) y los kilos de cómics y tebeos que devoraba cada semana. En cuestión de comics era ñoña hasta lo insufrible: me gustaban
Archie, La pequeña Lulú, Las aventuras de Rico McPato y Condorito, y de ahí no salía. Pero la publicación que más me atraía de todo el puesto de periódico era el Semanario de lo Insólito, esa antología de la morbilidad humana, ese devocionario del espanto, esa enciclopedia acrítica de la foto trucada. Aún ahora recuerdo algunos “reportajes” entrañables: la mantarraya antropófaga-voladora-gigante de las islas Fidgi; la maestra de primaria con un tercer ojo en la base del cráneo, con el que espiaba las travesuras de sus alumnos; la sombra de Judas ahorcado dentro de uno de los ojos de la Virgen pintada en el ayate; y, claro, la autopsia de un cadáver extraterrestre realizada en el pueblo gringo de Roswell. Gracias a estas edificantes lecturas había podido comprender, a la tierna edad de nueve años, que la extraña luz que había visto en Playa del Muerto en compañía de mi hermano no podía ser otra cosa que una nave interplanetaria, tripulada por pequeños, grises y sapientísimos seres que habían logrado desafiar las leyes del espacio. Posiblemente venían a advertirnos sobre algún próximo cataclismo que destruiría la tierra, ahora que el fin del milenio estaba a la vuelta y la gente seguía enfrascada en guerras estúpidas que mataban gente y chorreaban de petróleo a los pobre pelícanos. Quizás buscaban a una persona que pudiera comprenderlos, alguien a quién legarle su ciencia y sus secretos. Quizás se sentían solos, deambulando por el cosmos en sus naves de plasma y de silicio, buscando, siempre buscando un planeta más amable, otros mundos, otros hogares, nuevos amigos en galaxias distantes. La playa Después del evento que presenciamos en la playa, Julio y yo tomamos la decisión de vigilar el cielo. Quizás nos tomarían más en serio si grabábamos las pruebas. Lo malo es que papá se negaba a prestarnos su cámara —¿Cómo pueden ser tan pendejos y creer en eso? —decía al vernos con la nariz pegada a la pantalla de la tele, tratando de descifrar los misteriosos signos que dejaban los platos voladores sobre los campos de trigo ingleses. Papá no soportaba a Maussán. No podía verlo ni en pintura; mucho menos escucharlo repetir sus historias por quincuagésima
vez consecutiva. Nos amenazaba con esconder la videocasetera. —¿No ven la cara de mariguano que tiene? Pobre papá, no podía comprender. Lo compadecíamos. Pero mamá era diferente. Ella y una amiga suya nos llevaron una noche de vuelta a Playa del Muerto, para que viéramos al OVNI. Había luna llena y el agua, ahí donde se bañaba el reflejo argentino del astro, parecía un enorme espejo. Pero todo había cambiado desde la última vez que estuvimos allí, a mediados de julio: la playa estaba llena de coches y de gente. Decenas de cuerpos adolescentes cubrían las piedras de las escolleras y se apiñaban en torno a fogatas encendidas con los matorrales secos. Sus autos abarrotaban la plaza de arena, tan cerca de la orilla que el agua salada mojaba las llantas. Los eructos, los bocinazos, los acordes de Soda Estéreo ahogaban el murmullo del viento. Los enamorados, amartelados sobre los toldos de los coches, ocultaban sus rostros de los resplandores de las cámaras. Vi a un hombre de una televisora instalando tripies de acero para filmar el cielo. Vi mujeres gordas destruyendo las dunas a tropezones. Vi chamacos sangrones señalar el cielo con dedos pringados de helado, preguntando en voz alta: “Mami, ¿a qué horas sale el OVNI?”. —¡Qué chafa! —exclamó Julio. Sin ofrecer explicaciones corrió a jugar al stop nocturno con otros chicos y yo pensé que no había una manera más cobarde de claudicar a una causa. Después de unas horas, moría de sueño. Regresé a donde estaba mi madre y me hice ovillo sobre sus piernas. Su aliento olía a vino, sus dedos a tabaco. Hablaba con su amiga del OVNI; al parecer unas luces blancas y rojas podían verse a lo lejos, pero yo ya no tuve fuerzas para abrir los ojos. —Tanto desmadre por una avioneta de narcos— dijo mamá. —Al menos es pretexto pa’ la pachanga— brindó su amiga. Los muertos Los primeros reportes de actividad aeronáutica irregular detectada sobre los municipios del Sotavento (Veracruz, Boca del Río, Alvarado y Tlalixcoyan, entre otros) datan de 1989. Los habitantes de este paisaje agreste, ganaderos y campesinos, estaban ya habituados a la presencia de las luces nocturnas. Los más viejos las
llamaban “brujas”; los otros, avionetas. Incluso conocían el nombre de la brecha en donde las naves descendían, un nido de matorrales y alimañas constantemente vigilado por el Ejército: el ejido La Víbora. Era una planicie bordeada de esteros, una pista de aterrizaje natural. Para los habitantes de Tlalixcoyan, era común la presencia de soldados en el terreno: la pista era usada por el ejército para realizar maniobras especiales. Por ello a nadie le extrañó que, a finales de octubre de 1991, llegaran cuadrillas a tusar la maleza baja del llano a golpes de machete. Una semana después, la mañana del 7 de noviembre de ese mismo año de 1991, el Ejército, la Policía Judicial Federal y una avioneta Cessna de origen colombiano se vieron envueltos en un sangriento escándalo que apenas logró burlar el apretado cerco de censura del gobierno: integrantes del 13º Batallón de Infantería abrieron fuego contra un grupo de siete agentes federales que perseguía, a bordo de un King Air, a la Cessna detectada en las costas de Nicaragua por el Servicio de Aduanas estadounidense. La avioneta, supuestamente tripulada por traficantes, aterrizó sobre el llano La Víbora a las 6:50 de la mañana, seguida del avión la PJF. Los traficantes, hombre y mujer, abandonaron la avioneta con 355 kilos de cocaína en costales y huyeron hacia el monte, mientras soldados, apostados en dos columnas, abrían fuego contra los federales hasta neutralizarlos. De aquel suceso recuerdo dos fotos que aparecieron en el periódico local, el Notiver: en una de ellas, siete hombres yacían en hilera sobre el pasto, bocabajo. Eran los agentes acribillados aquel jueves 7 de noviembre por elementos del ejército. Cinco de ellos vestían de oscuro; los otros dos iban de paisano, aunque portaban chamarras negras, sucias de tierra y zacate. Todos habían perdido los zapatos.La segunda fotografía mostraba a un sujeto sentado en el suelo, con el cañón de un fusil muy cerca de su cara. El hombre, que portaba las siglas de la PGR en el pecho, miraba directo hacia la lente. Su lengua parecía hinchada; sus labios, congelados a mitad de un espasmo: era el único sobreviviente de la masacre. Era diciembre, o quizás enero o febrero, cuando vi aquellas fotos, en el periódico viejo que extendí en el suelo del patio para envolver las hojas secas que junté con la escoba. Y digo que debió haber
sido en estas fechas cuando el viento del norte deja desnudas las copas de los almendros porque a mí me tocaba la ingrata (por diaria) tarea de recoger las condenadas hojas del patio. Recuerdo haber visto las imágenes, recuerdo haber leído un par de entradas más de aquella sección policíaca extendida en el suelo (recuerdo haberle preguntado a mi madre que quería decir “violación” aquella misma noche) pero tuvieron que pasar más de diez años para que pudiera unir esas dos fotografías con el OVNI que vi en la playa, con aquella nave que no transportaba seres extraterrestres sino cocaína. El gobierno municipal prohibió las visitas nocturnas a las playas durante algunos meses después de la masacre. Así que no pude volver a Playa del Muerto sino hasta finales de 1992. El sitio, para entonces, había perdido todo su encanto. Nuevas escolleras habían ganado terreno al mar y aquello era un hervidero de vendedores ambulantes y turistas; incluso habían retirado los escabrosos letreros con calaveras. Años después, incluso, la rebautizaron: Playa Los Arcos. Creo que jamás en la vida volví a creer en algo con tanta fe como creí en los OVNIS. Ni siquiera en el Ratón de los Dientes, o en el Hombre sin cabeza (del que mi padre contaba que todas las noche se aparecía en el Playón de Hornos buscando en el agua su testa arrancada por un cañonazo), o la mantarraya gigante voladora de las Islas Fidji, y mucho menos en Santa Clos o en Dios. Todos eran los papás. Todos eran inventos de los grandes. Dicen los actuales habitantes de la zona que, cuando la luna está ausente, extrañas luces de colores atraviesan la noche hasta llegar al llano. Pero yo ya no tengo ánimos para buscar extraterrestres. Aquella pequeña y regordeta vigilante intergaláctica ya no existe, como tampoco existe Playa del Muerto, ni los valientes idiotas que ahí se ahogaron. ____________ *Esta crónica forma parte del libro Aquí no es Miami (2013), el cual recopila relatos periodísticos sobre sucesos sangrientos en Veracruz. Aquí no es Miami es el primer libro de Fernanda Melchor y el segundo de la colección de periodismo gonzo del sello independiente El Salario del Miedo, en coedición con las editoriales Almadía y la Universidad Autónoma de Nuevo León.
En Irlanda del Norte, 1996 Rogelio Villarreal En la desolada frontera entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte se encuentra una torreta militar rodeada por láminas como las que se encuentran en la línea que divide Tijuana de San Diego. No hay ningún soldado a la vista pero de seguro nos observan desde el interior de la árida instalación. En la carretera hacia Belfast han desaparecido los anuncios bilingües —en inglés e irlandés—, pero el paisaje sigue siendo intensamente verde. Durante los primeros años de la invasión los británicos cambiaron arbitrariamente nombres de pueblos y lugares, así, Béal Feirste, dos palabras que describen la boca de un río subterráneo, pasó a ser Belfast, y Doire, un bosque de robles, devino Derry, aunque los ingleses se empecinan en llamarla Londonderry. El oeste de Belfast es predominantemente católico. Ahí se encuentra el barrio de Springhill, mejor conocido como Springhell, uno de los pocos bastiones del Ejército Republicano Irlandés. De los postes aún penden banderolas verdeanaranjadas con milicianos de cartón con fusil y pasamontañas e insignias con las iniciales del IRA, testimonios de un festival político-musical que se realizó apenas dos días antes. Estoy hospedado en la pequeña casa de Jane y Ciaran, una pareja de jóvenes universitarios que encuentra delicioso pero fuerte el tequila “Chamuco” que les obsequié. Como la mayoría de los jóvenes de su generación, proceden de familias católicas pero ellos han dejado de ser religiosos: su nuevo credo es la independencia del norte de Irlanda, la reunificación con el país y, eventualmente, la instauración de una democracia socialista. Después de la cena Jane y Ciaran toman un poco de tequila y preparan para mí una bebida caliente a base de whisky, clavo y limón, un eficaz remedio contra la gripe. Les cuento de dónde proviene el tequila y del pueblo jalisciense con ese nombre —y que el tequila también es bueno para los resfriados. Ciaran, a cambio, explica que tanto el whisky como la palabra —oische— son de origen irlandés, y que antiguamente la región que hoy conocemos como Escocia llegó a ser parte de un gran país llamado Irlanda. De
haber llegado un par de días antes, dicen, habría podido disfrutar del festival, al que llegaron grupos musicales y delegaciones de varios países. Les digo que me sorprendió ver las insignias del ERI colgadas de los postes, como si nada, como si se tratara de avisos o de anuncios... pero todo el oeste de Belfast se distingue por su apoyo a la resistencia civil o armada contra los ocupantes británicos y sus aliados, quienes han hecho del norte irlandés prácticamente un estado policiaco, con leyes y reglamentos absurdos y desventajosos para la población católica. Tener materiales en casa como pilas eléctricas, alambre, masking tape y cutters puede ser suficiente para acusar de sospechosos de terrorismo a toda una familia y detenerla sin más averiguaciones. La policía norirlandesa —la Royal Ulster Constabulary— está compuesta en su mayoría por elementos protestantes que actúan a discreción y que no pocas veces son cómplices de los temibles grupos paramilitares leales al Imperio británico. Nunca, desde la matanza del Domingo Sangriento en Derry, en enero de 1972, ningún policía ha sido detenido o procesado por abusos, torturas o incluso la muerte de civiles irlandeses inocentes, en tanto que en las cárceles del Ulster y de Inglaterra permanecen aún cerca de 500 presos políticos acusados de terrorismo o de subversión. A mis preguntas sobre los objetivos del Ejército Republicano Irlandés responden que éstos casi siempre han sido instalaciones militares o policiacas, pero que a veces ha sido imposible contener a los elementos más radicales. Muchos de éstos se escindirían más tarde del ERI para formar el ERI Auténtico y expresar su desacuerdo con las pláticas de paz. Los salvajes atentados del ERI Auténtico contra objetivos civiles hablan más de odio y enceguecimiento que de una tradición de resistencia y de una voluntad independentista. En la otra cara de la moneda está la violencia de la Fuerza de Voluntarios del Ulster, uno de los organismos paramilitares que se ha distinguido por la fiereza de sus actos terroristas y los asesinatos de ciudadanos católicos comunes y
corrientes, casi siempre obreros o choferes de taxi muertos de un tiro en la nuca. A la mañana siguiente, antes de salir a trabajar, Jane y Ciaran me dicen cómo puedo llegar al centro y me recomiendan que evite caminar por las aceras cuyos bordes están pintados de azul y rojo, los colores de la Gran Bretaña, ya que son zonas protestantes. Las zonas católicas están delimitadas por aceras de colores verde y naranja. Desciendo hacia la calle principal y me encamino hacia el centro. Unas calles adelante se encuentran las oficinas del Sinn Féin, en una esquina protegida por grandes rocas para evitar las colisiones de los coches-bomba lanzados por los paramilitares protestantes. Hay estaciones policiacas cada cinco o seis calles, y casi siempre junto a escuelas, iglesias o centros comunitarios, en un intento por desanimar a los militantes del ERI a cometer atentados. La policía y el ejército en el norte de Irlanda son quizá los mejores pertrechados del mundo, con los últimos adelantos de la tecnología bélica. En las siniestras torres de vigilancia los vigías disponen de telescopios equipados con potentes micrófonos que permiten ver y escuchar a cientos de metros de distancia. En zonas como Springhill es común ver un helicóptero suspendido durante horas en el cielo, como un gigantesco mosquito al acecho. Una opinión común entre los republicanos es que la obstinación inglesa por permanecer en Irlanda del Norte responde a motivos militares: a falta de otras colonias en el mundo, los británicos tienen en esta parte de las islas un campo para ensayar nuevos armamentos y tácticas represivas. En el minúsculo territorio de Irlanda del Norte se han concentrado, en ocasiones, hasta 30 mil soldados del ejército inglés. Una larga barda de ladrillos separa el barrio de Springhill de otro protestante. Por suerte, en el centro nadie sabe quién es quién y las aceras sólo lucen el color del cemento. No hay nada en los rostros de la gente que compra y se detiene frente a los aparadores que hable de religiones o de ideologías, ningún gesto de odio o desprecio. No sé si la hermosa mesera que me atiende en un café es protestante
o católica, leal o republicana, al igual que el niño que maneja una máquina de videojuegos. Tierra de nadie o zona de todos, en el centro de Belfast parece no existir el grave conflicto que ha costado ya miles de vidas. Me pregunto hacia dónde estarán el mar y los grandes astilleros donde se construyó el malhadado Titanic, tragado por las heladas aguas del Atlántico norte junto con cientos de obreros y campesinos irlandeses que huían del hambre, la pobreza y el desempleo, tratando de olvidar los interminables años de opresión y sufrimiento, la vista y la esperanza fijas en las costas americanas. Llamo por teléfono a Rory, un amigo que conocí en la exposición de Distant Relations y que ahora está en Belfast para visitar a sus abuelos. Su madre, Rita, quien vive en Dublín, no puede viajar al norte porque es buscada por la justicia inglesa: hace años, para defenderse de
una agresión militar, se vio obligada a atacar a un soldado, hiriéndolo gravemente. Una de cal, pensé cuando me contaron el suceso. Rita estuvo una vez en la prisión de Armagh, donde las condiciones llegaron a ser infrahumanas, con un trato siempre degradante y frecuentes torturas físicas y psicológicas para doblegar y amansar a los presos de espíritu más rebelde. Las humillantes condiciones higiénicas de la cárcel orillaron a las mujeres a urdir una protesta extrema: embadurnar las paredes de las celdas con su propia sangre menstrual y con sus excrementos. La voz de Rory se oye un tanto nerviosa cuando me da las indicaciones para llegar al barrio donde viven Bill y Maureen — poco después advertiría cierto nerviosismo también en la voz de la telefonista del sitio de taxis, cuando llamé para solicitar uno que me llevara a la estación de autobuses. Debo caminar hacia una terminal
de taxis colectivos —preciosos autos negros, de los años cincuenta— y abordar uno que diga Glen Road y bajarme en Norfolk Drive. En el taxi la gente me mira con curiosidad y una niña, al ver mi cámara, me pregunta si soy “americano”. Sí, le contesto, y añado que México es parte de América del Norte. Ella también se baja en la misma calle y me lleva a la puerta de la casa de los abuelos de Rory. En la casa de al lado, me enteran después, vive Gerry Adams, el presidente del Sinn Féin. Bill y Maureen, él protestante y ella católica, han vivido ahí por más de cincuenta años. Durante los bombardeos alemanes en la Segunda Guerra corrieron a buscar refugio en las colinas que se alzan a cien metros de distancia. Aunque existen algunos matrimonios mixtos éstos cada vez son más raros, ya que muchas parejas han sufrido agresiones fatales de uno y otro bando. El helicóptero sigue zumbando allá arriba. Al día siguiente Tom Bradley, viejo militante del Sinn Féin, nos lleva a Trisha y a mí al cementerio de West Belfast, donde yacen los restos de cientos de víctimas de la represión inglesa. Justo a un lado de la entrada se levanta una torre de la policía. Entre las tumbas rematadas con cruces gaélicas destaca la de Giuseppe Conlon, cuya historia y la de su familia injustamente acusada de terrorismo y encarcelada durante catorce años fue llevada al cine: En el nombre del padre, se llama la película. De regreso a Springhill me desoriento un poco y pregunto a una pareja por la dirección de Jane y Ciaran. Quiere una extraña coincidencia que el hombre sea el mismo que tres años antes —en 1993— pintara un mural al alimón con Rubén Ortiz. El mural, en una esquina del mismo barrio, tiene las imágenes de Zapata y un voluntario del ERI. Ya Rubén me había hablado de Gerard Kelly, alias el Mo’hara —nunca supe por qué—, y me lo había descrito como un bombardero loco y acelerado. Cuando supo que era mexicano sonrió y me habló con entusiasmo del mural y de Rubén, su “amigo de México”. Le pregunté si había participado en el festival y me dijo que había pintado varias mantas y carteles. Parecía llevar prisa, así que nos despedimos. Abrazó a su mujer y se fue en sentido contrario al mío. —Fragmento de una crónica más extensa publicada en El dilema de Bukowski, México: Ediciones Sin Nombre, 2000.
El plan perfecto Oscar Mendoza Mora
Que te apunten con un rifle de alto poder, justo entre ceja y ceja y desde la oscuridad debería de ser un logro. Algo digno de contarse en la fogata o al calor de las cervezas. Desafortunadamente en Michoacán, quien vive esa experiencia aparece al día siguiente a ocho columnas y anunciado por los voceadores. La mayoría de las veces quien es apuntado con un arma no vive para contarlo y menos para escribirlo así que supongo soy parte de un reducido grupo de personas que no se sintieron siquiera amenazados. El tener mi vida dependiendo del pulso ajeno fue más un gesto de reconocimiento, de despido, que de hostilidad y guerra. Algunos seres humanos son tan distraídos que olvidan prepararse para lo básico: el tiempo y otros seres humanos. En este caso mi amigo “el periodista” y yo subestimamos la capacidad de sospecha y nos confiamos a los rumores. Decidimos sin invitación alguna, previa cita o confirmación telefónica, asistir al magno aniversario del levantamiento popular en la comunidad indígena de Cherán. Ubicada en la meseta purépecha, dicha comunidad organizó y gestionó un movimiento de autonomía realizado por sus habitantes en respuesta a la violencia y el saqueo del que eran víctimas. El frente enemigo era tan peligroso y parasitario que unió, por así decirlo, las diferencias entre comuneros, señoras de la casa, purépechas natos e indígenas modernizados. El impulso trágico necesario fue la emboscada que sufrió un grupo de comuneros, quienes murieron entre los árboles que defendían del narcotráfico. Este, como cualquier empresa capitalista, había infectado a la comunidad dividiéndola entre sí, esparciéndose como peste a través de la economía, los puestos políticos y las aspiraciones clasistas. Pronto sembró la idea de
distinción entre hermanos de la misma sangre y color de piel. Les hizo creer que unos eran más que otros y fundó el derecho de reclamar esa diferencia a balazos. Mi compañero “el periodista” y yo crecimos y trabajamos en el clima de violencia y legitimación del miedo. Aprendimos a callar cuando otros compañeros de pro-
fesión desaparecían y a los tres días decidía no volver a escribir el reportaje en el que habían trabajado con tanto entusiasmo. Cuando decidimos ir al aniversario del levantamiento en Cherán teníamos en cuenta los muchos relatos de levantados, de presiones, amenazas de censura y los cuantiosos riesgos de denunciar cualquier hecho parecido. Lo peor no era morir después de haber publicado una crónica alentando a la revolución o mostrar las redes de corrupción entre narcos y políticos. Lo reprobable, lo no admisible y horroroso era no haber pedido permiso, no haber avisado en la casa o el
periódico, ir “así nomás” y por el puro gusto. Salimos después de comer. Yo fingí que tomaba el colectivo al periódico y llegué a la plaza desde la que parte el transporte que va hacia la meseta. Mi compañero llegó unos minutos después, fumamos un cigarro compartido y abordamos el autobús. Pagamos hasta el municipio de Paracho, ya que por aquellos tiempos era imposible que cualquier línea de transporte llegara directo a Cherán. Hoy, a más de 3 años de aquel suceso los autobuses ya paran en la plaza de aquel lugar. Ya se puede abordar el autobús “Purépechas” o cualquier otro guajolotero, pero en aquellos tiempos de enfrentamientos reales y anunciados y paranoia mediática era imposible llegar sin invitación. Y eso fue lo que comprobamos. Después de unos minutos de viaje donde preparamos nuestra labor llegamos a Paracho, la capital de la guitarra y el frío que cala en los huesos. Antes de tomar un taxi, único transporte que nos podía dejar a las afueras de Cherán, hicimos una última comprobación de nuestro plan. Nos habíamos enterado de la fiesta en donde unos cantantes se entrevistarían en la radio para culminar la noche mostrando su apoyo y solidaridad con el pueblo de Cherán. Nuestro objetivo era interceptar a dichos cantantes, obtener una entrevista exclusiva, fotografiarlos entre la gente, comiendo tortillas recién hechas, cargando leños para la fogata y lo más importante: anunciando su compromiso y su denuncia, certera y directa, hacía la política mexicana y su lógica competitiva y demagógica. Para elaborar aquel plan teníamos lo necesario: cámara, grabadora y la fiel libreta con su respectiva pluma. Nuestra tarea era sencilla, entrar a
Cherán antes de la magna celebración, localizar a dichas personalidades, salir y escribir para anticipar a todos los medios. Para cumplir con el plan pagamos 15 pesos cada uno para que un taxi con sobrecupo y olor a gasolina derramándose nos dejara en la entrada a Cherán. O en una de sus tantas entradas. Fue en ése momento en que sentimos por primera y espero, única vez, el miedo que transmite un rifle. Dos AR-15, de uso exclusivo del ejército y quien pueda comprarlo. Cada uno apuntando a la cabeza. El primero a mí, el más distante a mi compañero. A los gritos de “¿QUÉ QUIEREN Y QUIÉNES SON?” gritamos algo que bien pudieron ser nuestros nombres y oficios. De pronto los rifles dejaron de apuntar y un individuo con paliacate y sombrero se nos acercó llevándonos con amabilidad pero firmeza al puesto de seguridad. Ya en aquel lugar, compuesto por un montón de costales, palos, una campana y más compañeros suyos, igualmente enmascarados o cubiertos se nos hicieron las preguntas que habrían de darnos el pase a Cherán. Le contamos a los enmascarados nuestro plan periodístico. Y a cambio recibimos risas, un café y una larga explicación. Mi compañero y yo habíamos precipitado tanto el plan y la exclusiva que la queríamos llevar a cabo con 24 horas de anticipación. Según nos explicó el enmascarado que se quitó el paliacate y dijo llamarse “Beto”, los cantantes Rocco de la Maldita Vecindad, su esposa Moyenei, Rubén Albarrán, de Café Tacuba y Héctor Guerra, un chileno enamorado de Michoacán, no arribarían a Cherán hasta el día siguiente. Nuestro plan era tan perfecto
que era imposible, habíamos planeado todo con tanta anticipación que por lógica debimos haber llevado una casa de campaña y esperar con paciencia toda la noche. Entre la burla y la ternura, los guardias de aquella entrada (que ahí supimos, era exclusiva de los cheranenses) nos llevaron a la entrada común. Ahí, realicé una llamada para que una amiga originaria de Cherán les comunicara que me conocía y nos dejaran entrar al pueblo. El radio confirmó la invitación y mi amiga dijo que me esperaría en la plaza. Caminamos en silencio con mi compañero. Repasando lo sucedido y observando a nuestros alrededores. Vimos las ruinas de la batalla, chatarra quemada, una escuela cerrada, troncos derribados, la presidencia municipal con la bandera purépecha y la vida normal y tranquila. Habíamos imaginado un estado de guerra, una comunidad hostil y un ambiente de decena trágica. En cambio recibimos saludos, miradas curiosas y amabilidad cuando compramos atole de grano y pan. Al arribar a la plaza comprobamos que se estaba limpiando para el festejo que se venía. En el edificio que había servido para la presidencia municipal nos topamos con un conocido que estaba impartiendo un taller de radio. Él nos confirmó que los cantantes llegarían al día siguiente y que podíamos acampar si queríamos. Afuera mi amiga se burló de nuestra distracción de 24 horas y se ofreció a darnos hospedaje. En ambos casos rechazamos las invitaciones, decidimos volver a Uruapan para asimilar cada quien en su cama el hecho de haber sido apuntados, recibidos y reinvitados al festejo del día
siguiente. El día siguiente transcurrió como transcurren las celebraciones magnas. Fuimos de nuevo a Cherán, solo que ahora con un coche prestado. Nos dieron la bienvenida y se nos llevó a la rueda de prensa donde ya no éramos el único medio. Escuchamos el programa de radio de la comunidad, la entrevista colectiva que ofreció Rocco y lamentamos la ausencia de Rubén. También tomamos fotografías durante el concierto y nos alimentamos y escuchamos con atención los relatos que ofrecieron las mujeres de la comunidad quienes demostraron su papel fundamental en la nueva autonomía que venía naciendo. Mi último recuerdo de aquel evento fue otra vez la mira láser de los rifles. Al salir ya no iba con quienes llegué. Decidí irme en otro coche cuyas personas no habían sido invitadas. Me apuntaron desde la oscuridad directo al pecho. Di mi nombre, relaté que había sido invitado desde hacía un día y recibí un “vuelva pronto compañero” de respuesta. Aquella segunda vez no fue una amenaza, comprendí que la próxima vez que decidiera visitar Cherán ya no sería interrogado. La autonomía purépecha se estaba consolidando, era tiempo de decirle adiós a los rifles y darles la bienvenida a los viejos invitados. Nunca escribimos la crónica, las fotografías aparecieron como anécdotas en redes sociales y de la entrevista y el reportaje guardamos los borradores y con mi compañero decidimos guardar aquella visita tan anticipada y caótica. La veracidad e importancia de una noticia, a veces, está sobrevalorada.
El pornshow debe continuar Arturo J. Flores Me dijo que era una pregunta y después se corrigió: “más bien es una propuesta”. Lo que tecleó enseguida es lo que cualquier hombre hubiera querido leer de una mujer tan hermosa como Yolanda. Escribió que quería que le hiciera un favor. Yo sabía, porque ambos nos conocíamos de un par de años atrás, que ella y su marido tenían una relación muy abierta, que habían hecho tríos con otros
hombres y mujeres y hasta habían participado en intercambios de pareja. Por eso no me sorprendió que me propusiera irnos —ella y yo— a un hotel esa misma tarde, con el permiso de su esposo, para grabar un video erótico. De hecho la idea había sido de él. Yolanda me lo propuso a mí porque, aunque nunca nos vimos antes en persona, decenas de veces habíamos platicado por Facebook, como
en esta ocasión, e intercambiado fotografías (las mías, superfluas; las de ella, de las que su esposo le hacía en posiciones sugerentes) sin importancia. “Me das confianza”, escribió. Y quería que esa noche le diera algo más. ****** Nos vimos por primera vez en persona a las 8 en punto de esa noche, afuera del metro Balderas. La reconocí de
inmediato. Cómo no si me había masturbado con varias de sus imágenes. Yolanda tan bella como en las imágenes que me había enviado por e-mail: morena clara, con el cabello negro, suelto a los lados del rostro, delgada aunque con el pecho en su lugar (a pesar de haber tenido dos hijas) y las nalgas redondas y levantadas hacia el Señor, funcionando como auténticos imanes de miradas y generadoras nucleares de malos pensamientos. Subió al coche, me besó en la mejilla y como si fuéramos a tomar un café, me indicó que me pusiera en marcha. Me metí al primer hotel que encontré sobre Avenida Chapultepec y una vez dentro de la habitación, Yolanda se metió al baño para “ponerse cómoda”, ese eufemismo tan femenino utilizado cuando quieren cambiarse la ropa interior. Yo me quedé tumbado sobre la cama examinando la cámara de video que su esposo le había dado para que nos grabáramos, e intentando descifrar sus secretos. ****** El marido de Yolanda también me escribió por Facebook esa tarde: “graba una hora y aprovecha la segunda. Compra Sico, cabrón, para que no se rompan. Me la cuidas”. En su papel de Steven Spielberg del porno amateur, me extendió pormenorizadas descripciones de lo que su mujer y yo debíamos realizar delante de la cámara: besos en la boca, sexo oral, perrito, misionero y, el gran final, eyaculación encima de los senos. No debía derramar una sola gota de semen dentro de ella. Se trataba de su fantasía, quería que un desconocido se cogiera a la mujer con la que se había casado desde los días de la prepa y que el hecho quedara registrado en una memoria USB, la única que nunca olvida. Sólo pedí una cosa a cambio: que no se viera mi cara. Y ahí estuve yo esa misma noche, entrando y saliendo de aquella chica a la que sólo había visto en fotografías de Facebook. Mi propia camiseta anudada en la cabeza hizo las veces de capucha. Más casero no podría ser ni el flan. ****** Antes de esa vez, sólo una de mis novias accedió a que nos filmáramos mientras cogíamos. Nallely y yo siempre veíamos la película una vez y enseguida la borrábamos. Aunque hoy día lo agradezco, mientras perduró aquella relación lamentaba que las mejores tomas se hubieran perdido para siempre porque
ella no quería conservarlas. Aunque por aquellos días descuidé bastante mi apariencia y me molestaba verme la panza en cada secuencia, mi entonces novia poseía un cuerpo de diez. Además, empinada lucía sencillamente espectacular. Me gustaba meterle el dedo por el ano mientras la penetraba por la vagina igual que lo hice con Yolanda un par de años después para que lo pudiera ver su marido. Incluso llegué a chuparlo delante de la cámara que yo mismo manipulé. ****** Borré una escena en la que Yolanda me la chupaba porque, debido a que los hoteles de paso están tapizados de espejos, se alcanzó a ver mi rostro. Hubiera querido venirme dentro de ella, pero al final respeté las órdenes de mi “director” y descargué encima de sus tetas, incluso y sin querer, algunas gotas le llegaron hasta el mentón. Desde el momento en que Yolanda me hizo la propuesta, me puse tan caliente que me costó mucho trabajo disimular mi erección para poder levantarme a comer. Una vez leí que la plenitud sexual de las mujeres se alcanza a los 27 años y algo debe haber de razón, porque el clítoris de Yolanda, a sus 27 inviernos, sabe mucho mejor de lo que me imaginaba. Sólo su marido sabe si a los 20 era tan dulce y tan suave, igual que un ácido colocado debajo de la lengua. Lo que no cabe duda es que resulta tan adictivo y alucinante como una droga.
Eso pienso una hora después, cuando le doy un aventón al metro a mi ciberamiga y se despide de mí, ahora sí, de beso en la boca. “¿Estará alguna vez nuestro video exhibido en esos puestos de pornografía callejera?”, pienso cuando la miro marcharse. El culo de Yolanda, que hace minutos se comió mi verga hasta la base, me dice adiós con su feliz bamboleo. ****** ¿Por qué nos gusta grabar y ser grabados? Porque algo tenemos de voyeristas y exhibicionistas, porque somos una sociedad visual que se conmueve y se excita a través de la imagen. Porque aunque algunas mujeres lo nieguen y el grueso de los hombres lo reconozcamos, tenemos la fantasía de ser actores porno. Incluso los verdaderos histriones juegan de vez en cuando a traspasar la frontera de las Tres equis. A Paris Hilton, Noelia, Hulk Hogan, Lindsay Lohan, Michelle Vieth y un larguísimo etcétera les consta, muy a su pesar, porque sus supuestos videos sexuales caseros se han filtrado a través de Internet. “Mi marido quedó muy contento”, me escribió Yolanda al otro día. “Llegué a la casa y vimos el video”. Después, estoy seguro, le puso una cogida brutal. Amor de Facebook, felices los tres. Yo sólo espero que el Señor Director se anime a que alguna vez rodemos la segunda parte de su obra maestra.
Uno de los diez más buscados Iván Farías
Cuando atravesé el pasillo, una de las empleadas del penal me indicó que me estaban esperando en el salón. Dentro, una veintena de mujeres vestidas de azul sentadas en pupitres veían cómo su maestra de redacción recogía sus cosas y luego, muy enojada, borraba el pizarrón. La encargada de Educación le había pedido que se retirara antes porque yo había llegado con media hora de anticipación. Hizo evidente su molestia. Se fue poco después de que me presentara. El sol de
reclusorios del DF dentro de un programa implementado por el INBA que se llama “Visitando a los lectores”. Lo cual me ha permitido entrar con apoyo institucional y facilidades; porque los reclusorios son un mundo muy difícil, cerrado, literal y metafóricamente hablando. A pesar del pomposo nombre: Centro de Readaptación Social, son lugares donde se recluye a los molestos, ya sea criminales o no, para que no estorben. La diferencia entre Tepepan y digamos, el
tonterías. Luego, cuando tuvimos confianza, me dijo que le regalará un poco de mariguana. Le dije que no la consumía y que menos la llevaba. No me creyó y siguió viéndome a los ojos. “A ustedes les dejan pasar cosas. Nada más quiero una ‘bachita’, por favor.” El encargado de los programas sociales se dio cuenta y se llevó al insistente sujeto. Las mujeres utilizan otras formas. Se acercan a ti y te coquetean. Te ofrecen llamarte e incluirte en la lista de visita
la tarde se metía por los ventanales enrejados y hacía que los rostros de las internas se hicieran más tristes. En el Reclusorio Femenil de Tepepan la mayoría de las internas tiene más de 40 años y son abandonadas por sus familiares. A diferencia de los hombres, que las madres, hermanas y amantes van a visitarlos para llevarles dinero, comida y regalos; las reclusas son abandonadas a su suerte. Desde que comencé a escribir me he acercado a diferentes instituciones como escuelas, mercados, cárceles y demás para ir a leerle a la gente. Mi razonamiento es que, si conocen a un escritor y este les explica que la lectura es gozo y no imposición, se acercarán a los libros con menos suspicacia. Así he ido a diferentes
Reclusorio Femenil Oriente, es abismal. Las internas del oriente reciben más visitas y por lo tanto pueden pagar por lujos, porque sus familiares les llevan dinero, cigarros, dulces y demás. Pueden pagar por colchones nuevos o por tener joyas. Dentro se paga por todo, por eso los reclusos ven a un externo como una manera de allegarse cosas del exterior. Los hombres por lo regular te piden cigarros, una moneda, llamar a algún familiar, o en casos extremos droga. En alguna ocasión llevaba los ojos muy irritados, debido a una conjuntivitis producida por mi alergia a los gatos. Mientras un grupo de teatro experimental brindaba su función, uno de los internos se me acercó para decirme algunas
conyugal si les das tu teléfono y una tarjeta o dinero para llamarte. Muchos caen y ven perdida su tarjeta y su dinero. No es tampoco extraño que muchos maestros que dan clases al interior al poco tiempo renuncian para regresar como parejas de las reclusas. Debido a este abandono del que hablaba antes, muchas mujeres prefieren tener un amante que les traiga cosas a vivir en la pobreza y la soledad. La primera vez que visité un penal fue en Tlaxcala, hace unos diez años. La revisión esa vez me pareció excesiva; ni botas con casquillo ni pantalón caqui ni cargo o camisas negras. La razón es simple: los presos visten de marrón y los custodios de negro. Quieren evitar en lo posible
que te puedan utilizar para escapar. Ni celulares, ni relojes, ni monedas, nada que pueda servir como arma punzo cortante. Solo libros y hojas. El encargado de trabajo social me dio la bienvenida y de inmediato me catalogó como pedagogo. “Pase por aquí pedagogo”, decía mientras abría rejas y me explicaba qué podía y qué no podía hacer. Reglas que se repetirían en el resto de los penales: no darles mi número telefónico, ni mi correo electrónico, no hacer evidente su reclusión, no verlos con misericordia, ni como animales en zoológico. Atravesamos las celdas preventivas (los separos), luego el patio principal, donde algunos internos, cómo en las películas, hacen ejercicio. Finalmente me metieron a un salón con cuarenta reos, con la cara curtida por el tiempo y cerraron por fuera. El funcionario y el custodio me advirtieron, antes de poner el candado, “venimos en una hora, pedagogo”. Hablé y hablé como nunca. No paré de hablar de los nervios. Todo se desarrolló con tranquilidad. Saben las implicaciones que tendría si algo le llegara a pasar a un visitante. En los penales, tener un cuerpo musculoso es una obsesión. Dentro, es un distintivo de poder. Más entre los internos jóvenes; a determinada edad el tener un “cuerpo completo”, lleno de tatuajes, deja de ser importante. Los viejos se olvidan de eso. Es por eso que las Comunidades Juveniles, el nombre oficial con los que son llamados los tutelares para menores, están plagado de adolescentes machos alfas, que saldrán para volver a ser recluidos en poco tiempo.
La gente puede estudiar dentro. En el Distrito Federal la Universidad de la Ciudad de México ofrece varias carreras en el formato a distancia, con asesorías cada semana. La UNAM con su sistema abierto ofrece estudios a todos. Los CECATIS brindan cursos de capacitación para el trabajo y todos, al finalizar los estudios obtienen un certificado sin ninguna diferencia a los que tendrían si lo hubieran hecho en libertad. Pero la vida dentro del penal es muy dura. Muchos prefieren hacerse de un grupo, tonificar su cuerpo y seguir en el crimen para evitar el acoso, la corrupción y la violencia, que son cosa de todos los días. Uno se acostumbra a los rostros de esperanza que se convierte en dolor cuando su proceso se empantana o es adversa una resolución. Uno sabe cuándo están a punto de salir en libertad condicional o cuando están sentenciados por 40 o 50 años. Las actitudes cambian, los ojos están vivos o muertos, según sea el caso. Una de las lecturas más memorables que he tenido fue en el reclusorio sur. En la pequeña biblioteca del lugar, se reunieron varios internos. Casi todos indígenas, ancianos o discapacitados. Les leí un par de cuentos y vinieron las preguntas. Fueron casi dos horas de estar ahí discutiendo sobre el ron jarocho y lo difícil que era conseguir libros dentro del penal. Al final, luego de que les regalaran unas revistas, se me acercó un reo con los ojos encendidos, el cabello cano y las venas saltadas de sus temblorosas manos. “Yo también salgo en los periódicos –dijo-; en el 2006 fui uno de los diez más buscados de aquí,
del DF.” Bien, respondí. Hay comunidades vulnerables, como son llamadas en la jerga de los Ceresos: los indígenas, los discapacitados y los homosexuales. La gente que trabaja dentro se ha tenido que hacer inmune a muchas de las desgracias humanas. “Todos dicen que son inocentes, me dijo uno de mis guías. Pero no, son cabrones.” Los homosexuales y transexuales, en su mayoría hombres, que se atreven a mostrar su condición llevan la peor parte. Constituyen el diez por ciento de la población y son muchas veces vejados. Por lo que son separados en dormitorios especiales. Sin embargo, el comercio sexual al interior involucra a homosexuales declarados y musculosos y tatuados internos. Una vez a la oficina donde trabajaba llegó un hombre que me saludó llamándome pedagogo. Levanté la vista y reconocí ese rostro cincuentón y de sonrisa fácil. Se trataba de uno de los primeros reclusos que había conocido. Era poeta y no paraba de hablar nunca. Muy ufano me dijo que había salido bajo palabra y que no solo eso, sino que había ganado el segundo lugar en el premio de poesía “Salvador Díaz Mirón”, que es exclusivo para internos. Le di un abrazo mientras intentaba acostumbrarme a verlo fuera y sin el uniforme. Poco después presentamos su libro en el instituto donde laboraba. Ese día no se aguantó las lágrimas cuando comenzó a leer. La gente le ofreció un aplauso y él lloraba con emoción. La literatura hace eso y más, ablanda hasta al más cabrón.
Crónica de una entrevista fallida Los Rucos de la Terraza (Tomando en cuenta que son varias las entrevistas que nos han cancelado, Los Rucos de la Terraza hemos decidido relatar qué es lo que sucede cuando los medios nos mandan a la verga. Esta es una de esas historias). Eran las 4:30 de la tarde del 25 de noviembre. Los Rucos de la Terraza nos dirigíamos al hotel Nueva Galicia, ubicado en una de las zonas más sórdidas de Guadalajara, cerca de la Calzada Independencia,
donde abundan los bares y bules de mala muerte. Seríamos entrevistados por Reyna Sánchez, para "A la Fuga", revista on line. Desde hace tiempo Los Rucos de la Terraza hemos recurrido a los medios independientes de internet, pues la prensa escrita y la radio comercial han decidido mandarnos a la verga de manera rotunda. Ese día dos de los integrantes de Los Rucos decidieron faltar a su trabajo para acudir a la entrevista. Llegamos vestidos
de civil a las inmediaciones del hotel y nos estacionamos frente a unas bodegas abandonadas. El hotel estaba rodeado de patrullas de la Policía Federal y bajo la mirada de un montón de cuicos comenzamos con la rutina de siempre: quitarse la ropa, pintarse de puta, vestirse de mujer, pintarse de payaso... "hoy le pedí esta falda a mi mamá" dijo el bajista. El vestuario olía a puerco y sangre... todo dentro de la normalidad. Los vestidos de mujer te permiten sentir la brisa en los
güevos, el pito también se siente más libre. Nos sentíamos en casa. Cruzamos la acera para dirigirnos al lobby del hotel y los chiflidos no se hicieron esperar. De un camión nos aventaros dos pesos y nos gritaron "¡mamacitas!". Los cuicos murmuraban. Alguien dijo "yo sí le daba a la barbona". El olor a camarón invadía el ambiente. En el lobby del hotel esperamos más de una hora. Los clientes nos miraban con sorpresa y subían al elevador cagándose de la risa. Algunas señoras movían la cabeza de lado a lado, mostrándose inconformes con nuestra presencia, "pinches payasos" dijo una de ellas. Los cuicos entraban y salían del hotel a mirarnos: nos habíamos convertido en atracción de zoológico. Todo lo soportamos mientras nos tomábamos una cagüama clandestinamente. Entonces, los güevos del vocalista dejaron una marca de sudor en el sillón y nos dimos cuenta que ya era tarde. Por fin llegó una mujer. Pensamos que era la reportera, escondimos la cagüama y nos incorporamos para decir obscenidades, pero antes de que pudiéramos mencionar algo nos dijo: -"¿Ustedes son Los Rucos?, dijo Reyna que ya les había avisado que la entrevista se cambiaría de fecha..." -"Reyna nos avisó más que pura verga", contestamos cortésmente. Nos levantamos molestos y salimos del hotel con cara de pendejos: nos habían dejado vestidas y alborotadas. Nueva rechifla al cruzar la acera, nuevos gritos, miradas de cuicos. Dos policías se frotaban el pito mientras pasábamos. La brisa fría en los güevos calaba más que nunca y nos dimos cuenta que las erecciones son difíciles de disimular cuando se trae falda. Nos desvestimos en la calle mientras una mujer nos observaba desde el comedor del hotel. Subimos al coche aún con maquillaje en el rostro y alguien dijo "ni la maquillada...", a lo que el puto del bajista contestó "así es la vida del payaso, esto no es cosa de un día". Parecía un profeta de la postmodernidad... aunque lo cierto es que andaba marigüano. La nueva cita para la entrevista se acordó una semana después a la misma hora. Llegamos 15 minutos tarde. Nuevamente dos de nuestros integrantes habían faltado a su trabajo. Ahora nos estacionamos frente a una construcción donde
trabajaban un putero de albañiles; los miramos desde abajo, estaban a contraluz entre las varillas y el concreto. Sabíamos que nos gritarían chingaderas. Esta vez nos vestimos más rápido: misma rutina, mismo vestuario. Tuvimos la misma sensación de frescura en los tanates, nuestro escroto había sido nuevamente liberado y el sudor de los güevos comenzó a evaporarse rápidamente. En eso, unos veinte albañiles nos gritaron desde las alturas. Uno de ellos simuló masturbar a una varilla y el vocalista le mandó besos con la gracia de un puto niño teletón. Entre los gritos de la gente cruzamos la acera y el pendejo del vocalista seguía
terioridad que los medios independientes que se jactan de difundir las propuestas del underground tapatío se reserven el derecho de admisión. Las radios por internet y las revistas en línea están adquiriendo un patrón cada vez más elitista y mocho. Son varios los espacios alternativos que no quieren involucrarse con Los Rucos de la Terraza. Decenas de entrevistas canceladas en los últimos seis meses. Finalmente salimos del hotel y vestidos de putas decidimos recorrer el barrio. Saludamos a los albañiles y les enseñamos las nalgas (peludas y largas), nos tomamos fotos con unos lavacoches que se atizaban un churrote en la calle, fuimos acosados sexualmente por un bolero
mandándole besos a los albañiles. Llevábamos medio litro de pulque para empedarnos en el hotel sin hacer placa. Otra vez las patrullas de la Policía Federal, otra vez los cuicos murmurando, otra vez los pendejos del lobby, otra vez los pinches clientes, otra vez los güevos dejando una marca de sudor en el plástico de los sillones. Habían pasado 45 minutos y llegó la misma mujer de la ocasión anterior. No dijimos nada. Nos miró con vergüenza y dijo con tono de lástima "...que dijo Reyna que ella ya les había avisado que siempre no se iba a hacer la entrevista...". Nadie mencionó media palabra, pero todos pensamos lo mismo "...pinche pendeja". Nos levantamos en silencio y le dimos las gracias a los empleados del hotel. Reyna no nos dijo nada. Ni siquiera preguntamos la razón de la negativa a entrevistarnos. Ya nos había sucedido con an
bien cachondo que no dejaba de agarrarse el bulto y entramos a un bar de mala muerte porque afuera había un letrero que decía "se solicitan meseras". En cuanto entramos el dueño del congal nos dijo "¡bienvenidas puchachas!". En el transcurso de la tarde nos abrasaron un chingo de borrachos, gritamos las canciones de la rocola, bailamos en un tubo improvisado y auténticas putas aplaudían nuestras mamadas. Una señora desbordante con vestido rabón nos dijo mientras nos servía las últimas cervezas "no estén tristes ni melancólicos muchachos... el problema se llama juventud". Pensamos que era una gran filósofa, pero lo cierto es que ya andábamos bien pedos. Salimos de ahí cuando ya había anochecido, seguros de que esa era la verdadera escena subterránea y no mamadas de pinches revistas on line de mierda.
Diez consejos para ser un periodista gonzo (por Hunter S. Thompson)* 1. Nada es off the record. La actitud es: martillo y tenazas, y que Dios se apiade del que se ponga en tu camino. 2. Algunas cosas tienen que ser off the record. Si eres un chismoso indiscreto nadie te va a contar nada. 3. La única hora para llamar a un político es bien entrada la noche, muy tarde. Si quieres respuestas, pregúntales cuando estén muy cansados, borrachos o sin fuerzas. 4. Mientras no les debas nada, serás peligroso. Recuerda que una vez que seas parte del club, ya te tienen. 5. Llevar una insignia de la policía en la cartera ayuda mucho. 6. Nunca dudes en utilizar la fuerza. La fuerza resuelve problemas e influye en la gente. 7. Ser periodista es un buen trabajo, te permite beber con periodistas y no hay que levantarse por la mañana. 8. Nunca des marcha atrás y reescribas mientras estás trabajando. Sigue como si fuera definitivo. 9. Si no hay ninguna historia y quieres ir en la puta portada ¡será mejor que te las apañes para conseguir esa historia! Ya sabes: “no hubo disturbios hasta que provocamos uno”. 10. Hay que sentirse un poco agobiado para empezar a escribir. Se escribe mejor con la presión de un plazo de entrega demencial. La única verdad es que no hay artículo a menos que lo escribas.
*Decálogo como propuesta de Chus Neira tomado del libro El último dinosaurio, el cual fue editado por Gallo Nero Ediciones (Marzo, 2013), a quienes agradecemos el gesto de habernos obsequiado un ejemplar.
Š Adriana P. Rosas
Me fascina el ámbito de lo cotidiano como tema de mi trabajo: Jis Manuel Noctis No tenemos teléfono en la oficina clarimondiana como para pensar en una comunicación fluida y directa con nuestros invitados y entrevistados, pero tenemos una computadora Lentium en la que diariamente vemos y tenemos la posibilidad de estar al tanto del acontecer de los creadores. Fue así como nos surgió la idea de entrevistar al master Jis –¿Quién a estas alturas de la vida no lo conoce?- monero tapatío que diariamente comparte en sus redes sociales sus trabajos, mismos que realiza para periódicos como Milenio. Pero no solo eso, también hemos visto con basta frecuencia que este engendro del dibujo y los monos también documenta casi de manera desenfrenada su acontecer cotidiano, lo cual nos llevó a tener esta charla con él, y lo que a continuación les mostramos, es lo que vía mail amable y divertidamente nos comentó. —En tu cuenta de FB podemos ver muchos de los monos que haces continuamente. A parte de los que haces por trabajo, ¿documentas toda tu vida diariamente en monos como se puede apreciar en algunas de tus fotos? Si es así, ¿desde cuándo lo haces? El diario personal, cuaderno de notas o bitácora es la base de lo que hago. Todo el tiempo traigo una libretita en la bolsa de la camisa por si quiero anotar alguna cosa que según yo fue relevante o curiosa. O nomás por rayar un rato. Pero no tengo la disciplina para estar anotando las tantísimas cosas que todo el tiempo están sucediendo: pequeños momentos significativos o graciosos, imágenes, ocurrencias, frases oídas al vuelo, posibles símbolos, etc. —¿Por qué decidiste hacer de tu cotidiano la orden de tus monos? ¿Qué has encontrado en la experiencia de ello? Me fascina el ámbito de lo cotidiano como tema de mi trabajo. Creo que es un campo amplísimo, que abarca desde las cosas más típicas del día a día (las rutinas, las dinámicas en la familia, la pareja, el trabajo, los placeres, etc), hasta el fantasmagórico mundo interior (las ensoñaciones, los deseos, miedos, y delirios privados). —Cuando uno observa todo ello en tu perfil se da cuenta de la exasperada manera con que compartes muchos de tus monos, y uno piensa: “Éste cabrón de Jis es maniático-compulsivo a la hora de dibujar”. ¿Lo eres? ¿Qué te motiva a estar haciendo monos en todo momento? ¿Cuando vas al baño a defecar también aprovechas para dibujar? Me gustaría dibujar más (pero no en el escusado; ese momento tan importante hay que dejarlo así, sin multitasking). Lo que más hago son notas para posibles dibujos en el futuro. Debería aprovechar más el tiempo, pero me distraigo fácilmente, caigo en el ocio. Entonces me consuelo pensando que todo ese tiempo papando moscas es proceso de germinado inconsciente de la inspiración. —¿Todo los monos que realizas, que no son por encargo, los piensas algún día compilar en algún libro o es un simple patrimonio histórico que dejarás para tu hijo como prueba de tu existencia? Me encantaría en algún momento hacer un libro lleno de miscelánea: recortes, fotos familiares, bocetos, alucines, chistes, experimentos, frases sueltas, etc. Lo que más hago es precisamente lo que no es por encargo, y entonces me angustia que son cosas que valoro mucho pero que no tienen un objetivo o fin claro y se quedan en el cajón, arrumbadas... esperando.
—¿Llevas la cuenta de cuántos monos has hecho hasta la fecha (hasta el momento justo de contestar esta entrevista)? Son un chingo, de eso estoy seguro. Son algo más de treinta años de estarme dedicando a esto, así que ya se imaginarán el montón de cosas. Expuse hace como año y medio en el museo MAZ, de aquí de Zapopan y fue una expo enorme, abarcando trabajo desde mis orígenes hasta la actualidad… treinta años… ¡Ufff! —¿Qué tanto han servido e influido las redes sociales para acercar un poco más a la gente con lo que haces? La red social, y específicamente Facebook, ha sido un espacio sensacional de convivencia, diálogo, colaboración, exposición y disfrute. Yo soy de antes del Internet, así que todavía no me la acabo. Sigo fascinado con la posibilidad maravillosa de retroalimentación al trabajo que ofrece la red. Pero es mucho más que eso, como ya dije: es taller, escaparate, plaza pública, cuarto de juegos, cantina, museo, noticiero, album famiiliar, etc. Etc. —¿Qué te parece esa idea de que las redes sociales son producto de un nuevo orden mundial con el cual pretenden maniatarnos y manipularnos a su antojo? Yo no comulgo mucho con las “teorías de conspiración”. Se me hacen muy interesantes, para tomarse en cuenta, pero siento que son una fuente de paranoia durísima. Hay que relajarse. No somos tan importantes. No tenemos información perrísima que nos están chupando las corporaciones. Y en caso de que sí, prefiero no andar en la histeria y ocultándome. —A ti y a Trino los llegaron a acusar de misóginos, pervertidos y hasta groseros por hacer el tipo de monos que hacen, en ese sentido, ¿dónde crees tú que comienza y termina el humor –si es que se puede considerar de esa manera- o, cómo concibes ese hecho? El humor tiene muchos aspectos, y uno es la capacidad de provocar. El humor puede estar tocando puntos oscuros de la gente, aspectos vergonzosos o ridículos y entonces es obvio que puede resultar muy molesto. Y muchas veces uno se engolosina y se
queda en plan provocador, o usando de manera facilista los recursos de la grosería, la peladez o los temas escabrosos. Así que, no sabría qué decir. Espero estar balanceando estos aspectos, digamos, pesados o pasados de lanza, con buenas ideas y celebración estrambótica y simpática. —Después de tantos años trabajando juntos, de conocerse y convivir con Trino, ¿cómo le hacen para aguantarse mutuamente? Ahora sí que, ¿cómo le hacen para soportarse el humor y el genio entre ambos? Ya somos como un viejo matrimonio, de esos que resisten los embates del tiempo. Dormimos en habitaciones separadas, nos tratamos con educación y ya sabemos qué cosa puede poner muy necio o molesto al otro, y evitamos irnos por ahí. Lo mejor es que más que colegas (y somos grandes colegas), somos verdaderos camaradas. Es neta, ¿eh? Es rara la vez que hago enojar a don Camacho y vaya que es energúmeno. —Seguramente ya lo has comentado infinidad de veces, pero, ¿por qué nunca incursionaste en el cartón político? ¿Qué diferencia hay de ello a lo que tú haces? No me interesa la política. No es mi campo. Creo que exagero un poco en mi carácter apolítico, pero ¿qué se le va a hacer? Ya soy un señor de cincuenta años, con mis mañas y mis fobias muy establecidas. Y le tengo fobia a la política. Además, hay muy buenos caricaturistas políticos en México. No hacen falta más. En mi opinión falta rescatar más los otros usos de la caricatura. La caricatura como diversión pura, como indagación existencial, como experimento formal, gráfico, La caricatura como celebración y placer loco. —En muchas ocasiones, el cartón político se torna tan predecible por aquello de estar sujeto a la “agenda política” de México y el mundo entero. En tu caso, enfrascarte en lo cotidiano hace que cada día tus monos se vuelvan una aventura impredecible, ¿consideras que eso ha sido precisamente la base del éxito de tu trabajo? No sé qué tanto éxito ha tenido mi trabajo, pero me gusta mucho eso: no tenerme que sujetar a la actualidad política. No tener que ser de alguna manera “rehén” de las actividades de los políticos. —Con esta manera de hacer y llevar a cabo tus monos rompieron la tradición (desde hace mucho tiempo) de dirigirse y optar por el camino que todos seguían hacia el cartón político y la militancia partidista, lo cual les acarreo fuertes críticas y señalamientos no solamente del público, sino incluso de personalidades del ámbito cultural como el propio Monsiváis o Magú, en ese caso, ¿cómo vislumbras los pasos que has dado en este campo has el aquí y ahora, y qué tan complicado ha resultado todo ello? De entrada se me hacen curiosos los ejemplos que mencionas, porque precisamente Magú y Monsiváis fueron dos personajes que nos apoyaron mucho. Nos abrieron espacios y disfrutaron lo que hicimos. Para mí el problema es que la política sigue siendo la reina en los periódicos y los que no nos dedicamos al analisis o comentario (o cartón) político, caemos en una categoría menor. Los imprescindibles son los que se dedican a la política. Los demás somos ahí relleno de entretenimiento cultural, si bien nos va. Es muy triste. —El editor Rogelio Villarreal dice que los 11 números que salieron de la revista el Galimatías, en la que comenzaron a publicar ustedes, deberían ser reeditados masivamente por el gobierno del país “en una colección que alcance a todos los morros de secundaria”, ya que no hay mejor opción, que la revista, “para
inocularlos contra la estulticia arrasadora de La Academia, Bailando por un Sueño y otros productos de la tele nacional, ponderando así la importancia que él encuentra en esa publicación, pero, ¿para ti qué significó hacer y publicar en aquella revista? Pues ya fue hace tanto. Eran los ochentas. Significó comenzar a descubrir mi vocación. Significó conectar con otros camaradas con ideas similares acerca de la vida y el placer. Fue comenzar a averiguar qué tipo de cosas nos interesaba hacer. Fue un primer vislumbre. Y además fue darnos cuenta que había un público receptivo con ganas de recibir este tipo de vulgaridades, alucines, pachequeces, críticas, etc. —De aquellos años del Galimatías a la fecha, ¿qué tanto se ha ido modificando la mochéz de la sociedad? Da la impresión que la sociedad se ha hecho más permisiva y abierta en general. Pero son cosas difíciles de medir. —¿Qué tal estuvo la experiencia mundialista de narrar tuits? ¿Cómo calificarías el ingenio y sentido del humor de las personas que estuvieron participando? Fue muy divertido y cansado: la vida de merolico no es cualquier cosa. Eso de andar echando desmadre todos los días, haciendo show, ufff. Lo bueno es que ya traíamos entrenamiento por nuestro programa de radio (La Chora Interminable). La gente respondió pocamadre y estuvo cotorreando y mandando tuits y memes y gifs sin parar. Hay mucha banda muy ingeniosa y ocurrente. Además es fascinante observar (y participar) en esta forma de “pensamiento colectivo” que es la red social. Es una creatividad a base de colaboraciones rápidas, préstamos y remixes de ideas, repeticiones y variaciones de los temas. Sale muy buen material. —Tomando en cuenta el tema de esta edición (Periodismo Gonzo), ¿consideras que tú serías una especie de cartonista gonzo? Je, je… podría ser. Un reportero de mi pedo. —Ya hiciste, junto a Trino, una tira cómica demasiado exitosa como “El Santos y la Tetona Mendoza”, además de “La Chora Interminable”, tus monos están a la orden del día, hiciste una revista que significó un parteaguas en el país, sigues haciendo radio, has publicado varios libros, hiciste una película, ¿qué más te falta por hacer? ¿Te veremos algún día como actor en alguna telenovela o una película? Ug… me falta de verdad sentirme fuera de las angustias económicas y no lo he logrado. No he podido hacer aunque sea un pequeño negocio con mi trabajo. Pero me he divertido y he podido expresarme. Un campo de acción que veo cercano (ojalá) es el del arte, porque mucho de lo que hago no se ajusta muchas veces a las características que las publicaciones piden de las caricaturas. Hago muchas cosas que son más experimentación gráfica o de indagación en algunos aspectos de este género tan curioso que es el híbrido de lo gráfico y lo verbal. Me gustan algunos coqueteos conceptualoides que ya no califican como chistes para periódico o revista. —Finalmente, ¿estás al tanto de las nuevas generaciones de moneros del país? ¿Hay alguno en particular que te agrade mucho, te resulte interesante y/o pudieras recomendarnos? Últimamente he estado descubriendo o redescubriendo a muchos maestrazos en el terreno de la ilustración, el dibujo o el cómic más cercano a la novela gráfica. Clément, Peláez, Bef, Quintero, Betteo, Apolo, Cacho, Alejandro Magallanes, Santiago Solís y muchos que aún no ubico bien por nombre que he estado viendo en publicaciones tipo Picnic. Hay muchísimo talento, hasta se asusta uno. Esperemos todavía tener lugar en este tren.
Š Adriana P. Rosas
Karl Kraus: el periodismo y el alimento de las miserias Antonio Aguilera El Lenguaje era una puta insolente A quien le devolví la virginidad. K. Kraus Aforismos “Si el objetivo de la prensa escrita fuese informar los acontecimientos más significativos de su comunidad, no pocas veces el periodismo se encontraría en la paradójica tarea de investigar el origen espurio de sus propios titulares”. Sin concesiones, el escritor austriaco de origen judío Karl Kraus desnudaba al periodismo que estaba a las órdenes del imperio de los Habsburgo, hace exactamente 100 años. Hijo de un comerciante exitoso, que fundó una empresa de Ultramarinos a finales del S.XXI y que hasta la fecha sigue operando en Viena, Kraus no tenía que preocuparse por corretear la chuleta, como lo tenemos que hacer los freelanceros de hoy en día, por ello y tras titularse en el estudio acucioso del idioma Alemán, Kraus fundó en 1899 la revista Die Fackel (La Antorcha) en la que se ocupó exhaustivamente (entre otros fenómenos modernos) del análisis y la denuncia de las consecuencias nocivas del negocio de fabricar noticias. Se trata de una publicación satírica, sórdidamente crítica y que rayaba en el “periodismo negro”, que enarbola una crítica sin tapujos y directa a las imposturas culturales, intelectuales, literarias y periodísticas de la última época del imperio austrohúngaro. Por las hojas de disección de Kraus, les pasó el bisturí a Sigmund Freud; al padre del sionismo Theodor Herzl, al periódico pro imperialista por excelencia, el Die Neue Frei Presse; al anciano emperador Francisco José y su claudicante corte; a las publicaciones antisemitas que influyeron a Hitler y un largo etcétera. Más de 70 años antes del surgimiento de Hunter S. Thompson, de Bukowski, la revista Rolling Stone o de los autores Lester Bangs y P.J. O'Rourke. Kraus practicaba una variante del periodismo Gonzo, adentrándose a la vida social de las clases altas y medios de la Viena en periodo de descomposición, donde desnudaba sus vicios, exponía sus miserias y evidenciaba su moralidad. En abril de 1899 apareció el primer número de Die Fackel y en su editorial Kraus le advertía a la sociedad vienesa sus evidentes intenciones: “nada extraordinario lo que publicamos; pero sincero el ánimo con que asesinamos”. La “Antorcha” rabiosa de Kraus se publicó 34 años seguidos, con una aparición trimestral. En todo ese tiempo Kraus jamás abandonó su estilo y su convicción: “soy un escritor satírico y me alimento de miserias y contrastes. No importa lo que yo piense sobre el compromiso (Ausgleich) austrohúngaro. A los lectores les interesa lo que yo pienso sobre las personas que se interesan sobre el compromiso austrohúngaro”.
Karl Kraus vio en el periodismo de su época al cómplice y responsable de los peores males de su época, desde la corrupción del lenguaje (evidenciada en la proliferación de la “frase hecha” y la desaparición de la fantasía) hasta la exaltación de la guerra. Die Fackel narró las grandes contradicciones del inicio del S. XX, el colapso del imperio austrohúngaro y los más de 600 años de la dinastía Habsburgo, la caída de la Belle Époquey la decadencia de la burguesía, la aparición por un lado del Sionismo judío y por otro lado del antisemitismo, el surgimiento del fascismo austriaco –del que mamó Hitler- y del comunismo intelectual, el decantamiento de las corrientes artísticas del expresionismo vienes y alemán, el surgimiento del Psicoanálisis y del llamado círculo de Viena, la ciencia pura. Kraus escribía por entonces: “En esta época, en la que ocurre precisamente lo que uno no podía imaginarse, y en la que ha de ocurrir lo que uno ya no puede imaginarse, y si se pudiera hacerlo, no ocurriría; en esta época seria, que se ha muerto de risa ante la posibilidad de que la cosa vaya en serio; que sorprendida por su aspecto trágico, anhela diversión, y encontrándose a sí misma con las manos en la masa, busca palabras; en esta época ruidosa, que retumba con la escalofriante sinfonía de hechos que provocan noticias y de noticias que tienen la culpa de los hechos: en una época así, de mí no es-peren ni una sola palabra propia. Ninguna salvo ésta, que aún protege al silencio del malentendido”. El periodismo fundado por Kraus hace 100 se hace tan necesario en estos días donde la información se mimetiza, se volatiliza, se mercadea, se sobaja, donde la información se transforma en escándalo, donde sirve para maquillar proyectos políticos o justificar evidentes saqueos. En algún momento de su historia, cuando Die Fackel era la publicación más famosa de Viena y cuando su autor sufría el mayor acoso mediático y político, con sagacidad publicó un poema en la portada de la revista, que resumía la actualidad de esta pluma aguda, lúcida y sarcástica: YO No leo manuscritos ni impresos, No necesito de agencias periodísticas, No me intereso por ninguna revista, No deseo libros gratis ni obsequio los propios, No escribo reseñas, sino las arrojo al basurero, No apruebo ni promuevo talentos, Toda joven promesa me parece un imbécil, No doy autógrafos, No quiero ser reseñado, ni nombrado No voy a exposiciones de pintura, ni a conciertos, No frecuento los teatros de Viena, ni lecturas públicas No doy consejos, ni acepto ninguno, No escribo cartas, ni quiero leer ajenas, No recibo intrusos….
Š Adriana P. Rosas
El escritor Getzemaní González Castro Intranquilidad. Inconsciencia. Bocados de humo que ennegrecen los pulmones de miedo. Angustia. Acaso olvido. Horas martillando un pedazo de roca. Una idea fija como bólido hacia la nada. El puto escozor de sentirse vivo. La patria en la lumbre de las sonrisas. Hígados retorcidos en etílicos suspiros y muertes gangrenadas en las huellas digitales, en los callos de los reos. Estupor por el hocico, ya no eran humanos, se sabían monstruos, animales diferentes. El pico en la piedra como la muerte en la vida, un impacto, dos, tres, cuatro, hasta que se rompe. No hay tiempo para Dios, si había tiempo para imaginar un Dios bajo un cielo de cuarenta grados, era un hombre negro con un pico, sonriendo, cantando góspel. Cada impacto una vida menos. Ahí va el abogado, el contador, el presidente, el hombre de negocios, el narcotraficante, el maestro, el vagabundo, la ama de casa, el policía, el zapatero, el vieneviene. La comida es la religión del que tiene hambre. Agradecer a la sombra, a la gran sombra, por un pedazo duro de pan y unas bolas indeterminadas que en otro tiempo pudo ser arroz. Nadie piensa nada. Todos lo saben todo. ¿Qué pensar, por qué insistir, cuando se contempla a los ojos la muerte? En las bañeras, tras las rejas, en el comedor, en el desierto. Picando rocas, dices los actores de las cadenas más famosas de televisión. Dicen que ellos pican rocas y así llegan a ser estrellas famosas con auto nuevo, casa y una esposa con tremendas siliconas. Pasan las horas, los minutos, la rabia aumenta hasta ponerse de color morado y luego negro. Un hígado picado. Un vaso reventado. La rabia es el refugio de los afligidos, la última señal de que, pese a todo, son seres vivos. Y ahí está Dios, con su pico, llevándose a un contador más, uno que defraudó a su empresa como muchos otros, pero los otros no, ellos están libres. El contador fue el único acusado, el recién graduado. Lo mató un zapatero que le habló golpeado a un soldado y éste, en venganza, le puso dos kilos de cocaína en su vocho que no tenía, ni siquiera, ventanas. Un vocho con dos ventanas de hule. Mata como diciendo, estoy vivo. Mata como diciendo, Soy un ser que respira. Mata como diciendo, Apestamos igual vivos que muertos. Y Dios con su pico sigue cantando, góspel, es negro. Es un cliché de película. ¿Qué más hay atrás de estas paredes de la existencia? Clichés y malos ratos. Lobos que son el humano de los lobos. Aullando bajo la lluvia ácida, Shining on the rain mientras la cara se les cae a pedazos. Los espejos: el horror. ¿Quién se reconoce en un espejo cuando es un esqueleto descarnado? ¿Quién carajos va a saber que es quien es, cuando todos los órganos dan un golpe de Estado a la memoria? Sólo así se entiende el absurdo de ponerle a una película La vida es bella, cuando un soldado le mete una bala entre los ojos a un hombre inocente. Allá, en la celda seis. Un hombre cavila y ésta, señores, es una antinomia. Prohibido, eso lo mismo afuera que adentro. Prohibido pensar, prohibido hacerte dueño de tu vida. Un abogado piensa en Kafka, un abogado piensa en El Proceso. Una novela, ¡qué horror!, se atreve. Piensa en todos los libros que leyó, incluyendo el de procesos jurídicos, incluso aquel libro de masajes eróticos que robó a sus padres cuando tenía catorce años. Por el puro y humano placer de pensar. Piensa en las chicas que ha besado, no muchas pero bastantes. Una es bastante, piensa, el beso es el bálsamo para redimir la vida. Sabe que miente, sabe
que se miente. Ocupa las mentiras, por eso piensa en lo leído, piensa en lo que dejó de leer, los libros pendientes. El seguro médico de sus hijas pequeñas. Los pañales, el aborto no planeado. El cuarto sin estrenar. Piensa en la casucha en que ahora viven. Piensa en todo y en todos, piensa que todo es una farsa, lo que él piensa y lo que yo escribo. ¡Chingada madre! ¡Todo es una puta farsa! Y se cuelga sin más, dejando libre, aunque sea unos instantes su espíritu. Sus hijas: desastrosos accidentes. Su esposa: una mala jugada de las endorfinas. Mueve las patitas que se hacen diminutas, como las de un insecto, como las de un escarabajo. Se sabe muerto pero no lo puede evitar. Como el cuerpo de las gallinas a las que mató que, después de cortarles la cabeza con un machete, seguían moviendo su cuerpo por mero reflejo del líquido de los huesos. Y ahí quedan las patitas, del insecto kafkiano, colgando. Un abogado que no supo defender a la gente correcta. Y Dios, ni superior ni inferior a él, le clava su pico en el cuello: uno más. Canta una canción de góspel, Dios, y se enorgullece que sus hijos se parezcan tanto a él en lo estúpido y cobarde. Cansancio. Las tripas devorándose unas a otras: ¿no es canibalismo? Puritanos, ¿no es canibalismo? Tripas humanas devorando tripas humanas. El sol que estampa los cabellos contra el rostro, el sudor resbalando por la parte inferior de las orejas. Uno cae, otro más. Insolación. Malditos sean todos esos poetas mierderos que le cantan al sol sus alabanzas, nunca han tenido un pico en las manos, nunca han trabajado bajo un sol de cuarenta grados. Malditos esos hipócritas de mierda. El metal contra la piedra en un vil salto de fe: que el metal sea más fuerte que la piedra, que el metal rompa la piedra. Que la piedra sea blanda, Satanás, por favor. Cantan y braman. De consuelo la sodomía y el rencor. Escuchen, puritanos, que un hombre no sabe si es sodomita hasta que ha pisado las duchas de la cárcel o un seminario de católicos. El sexo abocado en la más salvaje de las sublimaciones, el espíritu del gozo danzando sobre la mierda de los cadáveres, y la lengua podrida en la boca del que se atreve a contarlo. En el desierto no hay rosas, y en los rosales no hay verdad, ¿qué eligen ustedes? En la noche insomne, si uno pone atención, se escucha el murmullo de un río, atrás del clamor de ese que ha enloquecido. ¡Ay mis hijos! Gime. Los hijos son un pretexto de las mujeres que no se atreven a irse, que contemplan la nada desnuda, contemplan la verdad de las cosas y se ponen a gemir por lo irremediable. Las mujeres son capaces, ¡qué abominación!, de hacerse inmortales en pos de los hijos. Ese simulacro de sentido es tan sólo un onanismo que salió mal. Todos somos deshechos y Dios con su pico está listo para probarlo, no sabe, el pobrecito, que tampoco él existe, que en este proceso es un engrane más. Para la nada, Dios es más inservible que el esperma de los ahorcados, que el pene de los impotentes. La noche insomne, el escritor escupe sus palabras en el papel que al día siguiente le quemarán. Todos los días le queman sus escritos. Pero detrás de los aullidos enloquecidos de los nuevos, el escritor alcanza a oír el fluir del río, eso le basta, esa sosa ilusión le basta, para pensar que todo está fluyendo, que nada se detiene. Él tampoco. Recuerda a Bukowski, esa es su terapia, y aquella carta en la que dice que un escritor es el que se sabe acompañado sólo por gusanos, pero aun así se pone a escribir en la arena de una isla desierta. Escribe y escribe toda la madrugada, Cosas buenas, se dice, que mañana la hoguera sea más alta.
© Adriana P. Rosas Estos son realmente los pensamientos de todos los hombres en toda época y país, / no son originales míos,/ si no son vuestros tanto como míos nada o casi nada son,/ si no son el enigma y la solución del enigma nada son,/ si no están tan cercanos como remotos, nada son. Walt Whitman, “Canto de mí mismo”. Tomo las palabras de Whitman puesto que claramente describe lo que el collage genera en mí. Yo sólo corto y pego. Si lo vemos crudamente, “si no son el enigma y la solución del enigma nada son". He nacido bastas veces en Morelia y ahora en el Distrito Federal. El collage ha sido un juego desde siempre. Los animales, la naturaleza, el cuerpo humano y la tecnología son los elementos encontrados entre ellos mismos. Adriana P. Rosas @aCollageMx
© Blanca Villalpando “Blanche”
Eros díler Nazul Aramayo 12 Los recuerdos me excitaron. Di un toque para bajar la candela. Caminé por la Morelos con mis latas en la mano. Palmeras inmóviles, sin despeinarse, aire quieto y espeso. En una esquina un par de locas me llamaron. Una operada, tetas enormes salían de su escote, short diminuto y nalgas abultadas; la otra una flaca alta y cara cacariza y angelical, melena azabache y rizada, piernas largas asfixiadas por una licra blanca resplandeciente. Les ofrecí un trago. —Vamos a pasear. —Ay, hermana, pero qué fácil eres. —Cállate, prostituta, es mi hombre, no te metas, mira ahí te hablan. Una troca se detuvo y la loca tetona se empinó sobre la ventanilla del copiloto. Su culo florecía más grande y redondo que la luna llena. La troca encendió las luces y se largó gritando insultos. —Seguro creyeron que era mujer. —Dame otro trago, estúpida. Vete pues, me espantas a los clientes. La loca alta me tomó de la mano y se despidió de su amiga. —Vete con cuidado, me la cuidas mucho, papacito. Regresas, eh. Caminamos hacia la plazuela Juárez —¿Cómo te llamas, papi? —Cleti ¿y tú? —Qué raro nombre ese, yo me llamo Alondra. —Qué hermoso. Nos sentamos en una banca, sus manos largas y huesudas manosearon mi verga húmeda. —Ay, papi, me excitas, quiero chupártelo. —Chúpamelo. Di un trago profundo mientras ella sacaba mi verga y se la tragaba con ansiedad, con sus manos apretaba mis muslos. —Qué ricas piernas, papi, me gustas. Saqué el churro y le di un toque sabroso. Arriba la luna chorreaba, enorme, llena, se desparramaba sobre la melena impoluta de Alondra. Acaricié su espalda que brillaba como el lomo oscuro de una pantera, sensual y felina, mamaba toda la leche. —¿Te gusta, papito? ¿Quieres más? Dime, ¿te gusto? —¿Cuánto cuestas? —Cuatrocientos cincuenta más el hotel. Traía cincuenta pesos en el pantalón. Volteé hacia el cielo y cerré los ojos. Alondra chupaba, bajo los párpados se iluminaba el horizonte. Le agarré las nalgas y los muslos. —-No te vayas a enojar, papito, pero traigo un poco de relleno. Su culo duro de espuma me despertó. Le di otro toque al churro. —Vámonos.
—Tú te lo pierdes, papi, deberías ver cómo muevo las caderas, ¿no quieres metérmela? Le ofrecí otro trago y regresamos a la esquina. Su amiga seguía ahí. —¿Tan rápido, hermana? —Te tengo una sorpresa, amiga, te presento a Cleti, es mi novio. Alondra tomó mi mano. La chichona sonrió y volteó a ver el carro que le echaba las luces altas. —Dense un beso, a ver si son novios. Humedeció sus labios, tomó mi cara entre sus manos gigantescas. —¿Me das un beso, papito? Somos novios, ¿verdad? Me acerqué a ella, bajo la luna su bigote brillaba. Cerré los ojos y nos besamos, nuestras lenguas en duelo, penetrando, reventando los labios. —¡Ay, prostituta, eres una facilota! —¡Cállate, hermana, es mi novio! Volví a ofrecerles las últimas cervezas. Alondra se acercó a mí. —¿Te gusta mi amiga? Tiene todo natural, nada de relleno. —¿Natural? —Está operada, pues, pero aquí casi no hay operadas, son contadas. —¿Cómo se llama? —Ámbar. Jugo de los dioses, rocío de plantas vírgenes del Edén. Ámbar, como una diosa, sin tocar el suelo, se movía con tacones altos sobre la tierra. —¿Entonces no vas a querer nada, papito? —No traigo dinero, te veo mañana mejor. ¿Estás aquí todas las noches? —Sí, papi, todos los días de nueve a tres. Ámbar caminó hacia nosotros. —Era un taxi, quería que los acompañara a los dos pero están pendejos, yo no hago esas cosas. —¿Por qué no? —La otra vez salí con uno y me asaltó, me dijo que era sicario y que me iba a matar. —Ay, hermana, a mí también me ha pasado. Nos despedimos. Alondra me besó. Ámbar se acercó a mí y frotó su culo gigantesco entre mis piernas. Cerré los ojos y apreté sus caderas. —Adiós, papi, ven cuando quieras. Abrí los ojos y me fui con las manos en metidas en los bolsillos. No encontré el billete de cincuenta. Suspiré. Volteé a ver a las locas. Alondra estaba empinada con un cliente, su culo de espuma estallaba, se metió a la troca. Ámbar orinaba, de pie, un árbol. (Fragmento de novela editada por JUS: 2012)
© Blanca Villalpando “Blanche”
Deseos Julián Mitre
Estaba cansado de recorrer tienta tras tienda, cargando media docena de cajas, y escuchando los berrinches de mi novia porque en esta ciudad no existe un solo lugar con ropa de alta costura. Giramos en una esquina para buscar una boutique que le recomendaron y nos topamos con un bar. Logré distinguir, mezclado con la música norteña que salía del sitio, el chocar de las botellas, las risas, las pláticas y las discusiones que se dan entre borrachos. Dominado por el deseo de unirme a todo eso, y la necesidad de librarme un rato del martirio a que mi pareja me tenía sometido desde hacía ya tres horas, le sugerí que entráramos. Ella se negó argumentando que la música era horrible. Para convencerla dije conocer muy bien el lugar, que le iba a gustar y que la comida que servían ahí a la hora de la botana era la mejor de la zona. Apenas entramos comenzó a quejarse del olor a orines. Fingiendo no escucharla, caminé con dirección a la mesa más cercana al equipo de sonido, esperando así no oírla en verdad. Dejé las cosas en el piso, me senté y sonriendo le señalé la silla al otro extremo de la mesa. Ella, de píe, continuó pidiendo que nos marcháramos. Contesté que tenía hambre y sed, que llevábamos horas haciendo lo que ella deseaba. Le exigí treinta minutos de ese maldito fin de semana y que tomara asiento. Lo hizo, pero sin dejar de protestar. Ignorándola, miré a mi derecha para buscar quién nos atendiera. Fue cuando la vi, con su metro sesenta y seguramente más de ciento veinte kilos de peso, dándome la espalda, un poco inclinada para servir el tequila a los tres ancianos sentados en la mesa de junto. Esa posición dejaba ver, por encima del pantalón entallado que llevaba, una parte de su tanga. Su atuendo se completaba con una blusa ombliguera que permitía admirar sus lonjas. No podía ver su estómago, pero lo imaginé prominente y cubierto de enormes estrías. Lo imaginé... e imaginé más cosas: me vi de rodillas frente a ella, acariciando las cicatrices de su vientre, besándolas, recorriéndolas con mi lengua. Quitándole la ropa con violencia, dejándole esa diminuta tanga como única prenda que, oculta entre los pliegues de su estómago y sus muslos, se volvía invisible. Yo la buscaba en su entrepierna, abriéndome paso a través de ese mar de piel y grasa que hacían olas al chocar contra mis manos. Luego de un rato la encontraba y la arrancaba con mis dientes, y tras morder y chupar su pubis la giraba para saciar mis deseos en su trasero y penetrarla una y otra y otra y otra vez. Regresé a la realidad gracias a la cachetada propinada por mi novia. Estaba roja de ira. Le dirigí una mirada de falso desconcierto. Observé sus pestañas largas y negras, sus ojos claros, su nariz respingada y sus gruesos labios que no paraban de moverse reclamándome por haber mirado a otra mujer. Le dije que se equivocaba y juré ser incapaz de hacer algo así. Mientras intentaba calmarla, me fijé en la piel descubierta de su cuello y hombros, de un tono perfecto, como si el sol no se atreviera a tocarla, y bajé la vista para toparme con ese enorme par de tetas que se inflaban al ritmo de su respiración. Recordé su abdomen plano, sus nalgas firmes y sus piernas torneadas, y se me antojó tan artificial que sólo pude sentir desprecio por ella y por su cuerpo formado a base de bisturí. No lo soporté más y desvié la mirada.
En una mesa cercana a la entrada, otra mujer tomaba la orden a dos tipos con aspecto de albañiles. Usaba una minifalda que exponía sin descaro sus escuálidas piernas, y una blusa con más de cuatro botones desabrochados. Era demasiado delgada. Otra vez la imaginación se adueñó de mí, poniéndome frente a esa joven hecha de hueso forrado apenas por una delgada capa de piel. Yo apretaba sus pechos, semejantes a un par de limones podridos, mientras mis manos recorrían su espalda deteniéndose en cada uno de los bordes causados por su columna vertebral. Manteniendo esa imagen en mi mente, la llamé para pedirle un par de cervezas, teniendo la esperanza de ver por debajo de su ropa algo de ese busto plano. Cuando estuvo en nuestra mesa, eché un vistazo a su escote, lo bastante rápido para que ni ella ni mi novia lo notaran, pero no tanto como para dejar de darme cuenta de que no usaba sostén y llevaba piercings en los pezones. Al ver aquello, mi pulso se aceleró y la sangre se amontonó en mi entrepierna, tanto, que decidí ir al baño a masturbarme. Cerré la puerta, bajé la tapa del excusado y me senté en ella. No podía dejar de pensar en cuánto placer me daría morder esos pezones y pasear mi lengua por sus argollas. Luego recordé a la primera mesera y en un instante me vi formando un trio. Comencé a frotar mi pene, imaginando que la delgada lo chupaba ansiosa, mientras la otra me restregaba la cara contra sus enormes tetas; y que mis manos se entretenían acariciando y apretando su trasero flácido, soltándolo de vez en cuando para juguetear con los piercings de la flaca y después penetrar a una y luego a la otra. Minutos más tarde me encontraba limpiando la mancha de semen en mi pantalón. Al salir descubrí a mi novia intentando marcharse. Me causó gracia verla levantar las cajas con dificultad, y sin ser capaz de sostenerlas ni treinta segundos. Como yo no quería irme seguí de pie junto a la entrada del baño. Cada vez que sus cosas terminaban en el suelo mi humor mejoraba. De pronto, los dos albañiles se levantaron de sus lugares y le ofrecieron ayuda. Ella puso cara de asco y los rechazó. Los hombres insistieron. Volvió a negarse. Entonces el más joven le dijo algo al oído mientras me señalaba. En los ojos de mi novia noté su enojo, pensé que correría hacía mí y me daría cachetadas hasta cansarse, pero en lugar de eso, les sonrió a los albañiles y les permitió cargar sus cosas. Luego los tres se dirigieron a la salida. El albañil más joven le rodeó con la mano izquierda la cintura, el mayor se conformaba con verle el trasero. Esperé a que salieran para regresar a la mesa. La chica delgada llegó con las cervezas que le había pedido antes. Me preguntó si la dama era mi novia, contesté que sí, luego quiso saber si no estaba molesto. La mesera se había abotonado la blusa hasta el cuello y no pude ver sus perforaciones. La miré a los ojos y le dije que sí, que nunca me había enojado tanto. Pagué la cuenta y me fui de ahí con la firme intención de encontrar a la prostituta más flaca, o la más gorda, o con más perforaciones de la ciudad.
© Blanca Villalpando “Blanche”
Clarimonda X Oscar Mendoza Mora
En la novela “Los Detectives Salvajes” del chileno mexicanizado Roberto Bolaño aparece un peculiar grupo de jóvenes poetas que se hacen llamar los real visceralistas. Dicho grupo tiene como pretexto la poesía para hacer lo que hacen otros grupos literarios: juntarse, beber café, alcohol, tener sexo entre ellos, pelearse entre ellos y finalmente mandarse a la chingada entre ellos. No es fortuito que el realismo visceral termine siendo un chiste de un movimiento real como el infrarrealismo y no fue mera coincidencia que más de algún poeta jamás haya escrito un verso o que su dichosa revista nunca haya sido concretada. De igual forma, en otro ejemplo como “Rayuela”, la multi citadaodiada-amada y vendida novela del escritor argentino afrancesado Julio Cortázar, existe un grupo de personas que, si bien no todas son allegadas a la literatura, en su mayoría tienen en común a esta. En este caso “El club de la serpiente” se reúne ya sea para escuchar blues y jazz o discutir la filosofía existencialista o a su autor favorito: Morelli. Los del club de la serpiente o morellistas, al igual que los real visceralistas, mantienen relaciones entre sí, se odian, se defienden y finalmente se desintegran. En ambos casos (quizá más extenso y preciso en el asunto de Bolaño) la lección es simple: los grupos literarios, de intelectuales, locos, poetas, idealistas etc. etc. nacen, se reproducen y mueren. Son un reflejo de los procesos culturales, de las instituciones y finalmente del devenir del arte mismo. Yo también –aunque no soy ni un Bolaño o Cortázar- tuve mi pequeño club de real visceralistas serpentinos y añadidos. Nos hacíamos llamar los vecinos y de hecho hasta una revista logramos sacar. Dos números bastaron para que se desplomara nuestra ofensiva contra los clásicos talleres literarios y recitales llenos de señoras pudientes y caballeros de la buena palabra. De aquella etapa me quedan los buenos recuerdos, el sabor del tabaco mojada y las botellas de William Lawson adulteradas del OXXO (o la charanda en los tiempos difíciles), el café La Lucha quemado, la vecindad derruida donde nos reuníamos y las interminables discusiones sobre cualquier tema. Solo tres veces fuimos invitados como grupo a un evento literario: un encuentro de escritores independientes, en donde solo las mujeres leyeron poemas, una mesa de debate instalada en la feria de libro, donde solamente un compañero y yo no declinamos la invitación, y un recital en Oaxaca al que solo fue nuestra profesora. Fuera de ahí, presentar la revista, una improvisada literaria y contadas intervenciones públicas. El grupo se diluyó y entre nuestra informalidad y los desvaríos personales no nos hemos vuelto a ver. Claro, jamás fuimos poetas como los real visceralistas o vivimos en París como el club de la serpiente. Ni si quiera nos codeamos con grandes escritores o intentamos sacar una antología, lo único que demuestra que existimos es una revista de dos números. Se puede enumerar un sinfín de ejemplos de grupos de idealistas que encontraron gustos afines, consiguieron una casa, un café o un aula y un día ya eran un movimiento. Ejemplos existen, en la ficción y en la realidad. Clubs de señoras que beben té y platican a su autora favorita. Ebrios que toman al cine de pretexto para cooperarse y armar la peda. Bravucones que organizan encuentros de escritores nomas para justificar un presupuesto oficial. Estudiantes que, hartos de sus profesores cuadrados y anacrónicos, fundan una revista escolar que dura hasta terminar la carrera. Como digo, ejemplos sobran. De ellos tenemos constancia por las novelas que los muestran, las obras de teatro que los satirizan o las revistas que
recopilan sus ideas, las imprimen y las guardan en bibliotecas, puestos de revistas y coleccionistas de curiosidades. Las revistas literarias, para nuestro moderno asombro, sobreviven al tiempo. Quedan como fotografías grupales, como testimonios escritos de anécdotas, de personas y de tiempos que si bien no podemos asegurar de haber sido mejores, fueron ellos los que nos tienen en el presente. Recuerdo todo esto del real visceralismo, del club de la serpiente, de los vecinos (y cuantos ejemplos de grupos se me ocurren) debido a los diez años que cumple nuestra santa patrona Clarimonda. Que yo sepa una revista sin financiamiento oficial, sin instituciones que la respalden o publicidad partidista, no dura más de 1 año. “Lengua Azul”, la hija de nuestro extinto grupo, tuvo buen funcionamiento en la publicidad y ni eso la salvó de la extinción. Creo que nadie fuera de Uruapan la conoce, para poner un ejemplo. Tampoco a Clarimonda la conocen mucho en Morelia, pero eso es enigmático problema de escritores que no leen más allá de sus amigos y sus libros. Pero cumplir una década es un logro (a como chingados no). Diez años entre el fanzie, las fotocopias, los números extintos y las presentaciones logradas, las que no tuvieron público y las que acabaron en after del after. Viene a mi memoria el día que conocí a Manuel Noctis y su debraye allá por el 2007 en el poblado de Erongarícuaro. Yo todavía era un estudiante de prepa y había asistido a un festival de culturas alternas en dicho pueblo. Allí Noctis leyó unos fragmentos de su entonces fanzie, impresa en blanco y negro y engrapada a mano. No le tome mucha importancia esa vez, para mí eran fotocopias y ya. Unos siete años después, la revista sigue siendo muy parecida a la leída en Erongarícuaro, fotocopias engrapadas y Noctis siendo su eterno promotor. A él se han sumado una decena de colaboradores entre editores, diseñadores, fotógrafas (porque hasta eso que no hay ni un solo fotógrafo hombre), columnistas en la web, recurrentes participantes y hasta invitados de lujo. Clarimonda sigue siendo igual, con más
páginas, con más distribución, con una página web y con la buena o mala fama que dan los años. De aquel pelón güero vestido de cholo que leía en la plaza de Erongarícuaro a la actualidad solo han cambiado los números, la constancia y el tiempo. La revista ha sido siempre la que es, un proyecto que para mí es un hecho y no meras ideas. Del idealismo de tantos grupos literarios a las acciones hay un paso, hacerlo y hacerlo en serio. Muy underground, subalterna y contracultural y lo que sea pero hay que trabajar, esa es la lección que se saca de estar inmiscuido en esto. Los personajes que hemos pasado por Clarimonda. Los que ya han pasado y los que pasarán pertenecen a un sinfín de geografías. Desde el DF, Guadalajara, Guanajuato, la propia Morelia, municipios de Michoacán como Uruapan, Pátzcuaro, Sahuayo y Zamora por mencionar algunos. También hay quienes pertenecen a corrientes ya establecidas, a movimientos emergentes y quienes no pertenecen a ningún pinche movimiento porque eso es del siglo pasado. La Revista Clarimonda no refleja un grupo específico, en ella han aparecido escritores ya muertos o moribundos, escritores que ahora niegan haber aparecido en sus números, amigos y enemigos por igual.
Desde estudiantes hasta anti-universitarios autodidactas. Quizá le hubiera servido al club de la serpiente publicar sus peleas en las páginas de la revista o a los real visceralistas fumar menos marihuana y dar a conocer sus dichosos poemas. A los extraviados vecinos solo puedo decirles algo: cuando quieran y gusten, aquí tienen a un clarimondiano a su servicio. Celebro a la Revista Clarimonda por sus diez años. La celebro en nombre de los autores, los heterónimos y seudónimos que se han refugiado en sus páginas. Los eventos mencionados, las portadas firmadas por sus creadores, los poemas dedicados y los cuentos que detrás de la ficción hablan de las vidas de sus creadores. Festejemos diez años de poemas, cuentos, ensayos, pornografía, ebrios, drogos, putas y putos, mamones y yunkies, de gonzos y resacas. Una década de escritos llenos de furia, narraciones incomprendidas, cuentos olvidados, recuperados para antologías, re-escritos por su autor o publicados después en otras revistas, quizá con menos vergüenza o con más culpa. Felicidades Revista Clarimonda, sea tuya la dicha de sobrevivir a nuestra fiesta y tener la ventaja de ser inmune a la resaca.
Una década no pasa en vano Jonathan Ávila
No quiero perder la oportunidad de demostrar un agradecimiento siempre implícito desde que conocí la Revista Clarimonda, aunado a un rencor contra aquellos opinólogos liberalistas que le dan poca importancia a las alternativas fuera del establishment. En este sentido, hoy les quiero compartir dos cosas, la primera, es que una década no pasa en vano y que a pesar de que muchas encuestas nos dicen que somos unos incultos no lectores que representan un mínimo porcentaje sobre la lectura consumida, Clarimonda ha persistido en la búsqueda incesante por la originalidad, la frescura y la irreverencia. Sin duda ha tenido polémicas en sus plumas, que mejor porque eso demuestra un alto porcentaje de lectores, así como un compartimiento de conocimiento y gusto que nos demuestra que los jóvenes no somos masas amorfas que solo piensan en función de las cervezas o sustancias y plantas que consuman sino también tenemos un pensamiento propio y algo que decir sobre este mundo que habitamos.
beneficia a unos cuantos, de esa forma yo diría que también la presidencia lo es, pero no por ello pedimos que se desaparezca, o lo sugerimos, como si lo hizo el señor Zuckermann. Un tema importante dentro de la polémica y que entra en la importancia de la Revista Clarimonda para sus lectores, es que, si bien es cierto, hoy vivimos un auge de las revistas independientes aunado al fácil acceso de plataformas que nos permiten compartirlas, las editoriales independientes y en ese mismo aspecto, las ediciones independientes sufren un rezago en su existir, el mercado comercial es un tornado que devora lo mal cimentado y por tal motivo desarrolla el crecimiento de consorcios editoriales, esos sí, elitistas y caros que benefician no a los lectores, sino a sus inversionistas. Por tal motivo, como la existencia del FCE, la existencia de revistas independientes como la Revista Clarimonda, responden a una necesidad humana de buscar aquello que no caiga en las repetitivas funciones de un consorcio editorial grande que sirve a los cánones culturales imperantes.
Repito, diez años no pasan en vano cuando parece que ya todo está supeditado a las leyes de la inmediatez, cuando todos los textos se resumen a un pequeño número de caracteres y vivimos el auge de lo multimedia. Sin embargo, Clarimonda nos da muestra que se puede hacer una revista, tal vez no de la vieja escuela, pero si una revista que fusione lo bueno de las nuevas tecnologías y lo rescatable de aquellas viejas usanzas que se difuminan, eso lo digo no solo como un colaborador agüevonado (poco frecuente) sino como un lector asiduo de los textos que de las mentes jóvenes, como la mía, emergen.
Me despido regalándoles una F a cada uno de mis temas: Fuck you Zuckerman y Felicidades Clarimonda, porque una década no pasa en vano y tus ediciones han trascendido a lo local para convertirse en un, tal vez pequeño, referente contra cultural que no solo se disfruta en el "lindo Michoacán", sino en otros lados de nuestro país, en este caso, la temible Guadalajara.
Por tal motivo me gustaría traer a colación un tema que desde hace mucho me mueve las viseras y me pide salir a como dé lugar. Y es que recientemente el famoso pensador mexicano, del afamado Excélsior, Leo Zuckermann salió a decirnos que si hace medio siglo el Fondo de Cultura Económica era necesario para la producción de libros en México, hoy es una institución inservible y elitista que
#10AñosdeClarimonda
Š Amoral