Clarimonda #36: Zona Roja (12° Aniversario)

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DIRECTORIO Director: Manuel Noctis manuelnoctis@gmail.com Subdirector: Marco Ultreras Consejero Editorial: Oscar Mendoza Mora Sindicato Ilustracional: Luis Enrique Anguiano, Pavel Santa Rosa, Pepe Paranoias. Corrección de estilo: Jorge Chávez Colmenares Columnistas: Luis Fernando Alcántar Romero, Nazul Aramayo. Fotografía: Celina Manuel. Contacto y Colaboraciones revistaclarimonda@gmail.com www.clarimonda.mx Facebook.com/Revista.Clarimonda Twitter.com/Reva_Clarimonda www.issuu.com/Revista.Clarimonda ************ CLARIMONDA –Cultura contraCultura- Revista alternativa y de autogestión editada por Manuel Alejandro Ayala Chávez. Tijuana, Baja California, México. | Registro de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo: 04-2013-051712530300-102 | Edición septiembre 2016. Número 36, Año 12 | Víctima: Zona Roja | Logo oficial: Gustavo Santiago López (Veracruz) | Logo Secundario: Luz Koreysi Ugalde (Guadalajara). Cada texto firmado es responsabilidad de su autor y no en todos los casos responde a las políticas de Clarimonda. Se permite la reproducción total o parcial del material, siempre y cuando se cite la fuente y el autor.

CONTENIDO 2. Las densas noches de Robledo, Héc Alba S. 5. El cuchitril, Baltasar Aguirre 6. Mónica, Luis Fernando Alcántar Romero 8. Rosa de Mexicali, Juan Mendoza 12. Saldar las penas, Samuel Carvajal Rangel 13. Relaciones interpersonales (cómic), Carlos Dzul 14. Mujeres perfectas, R. R. 16. Trayectos, Alejandra Villegas DOSSIERE: Homeless, Joebeth Terriquez 21. Teach me, Constanza Rojas 22. Mediocliente, Juan Pablo Goñi Capurro 24. De cuando Dios nos tiró una esquina, Paco robledo 26. Cocodrilos de la noche, Iván Landázuri 28. The drunk to fuck (cómic), R. G. Guarneros 30. Mi puta, Ariel A. Berretta COLUMNAS Las Malas Semillas: Dios ha muerto, el punk no, Nazul Aramayo Lus blanca/Ruido blanco: Reseña musical, Luis F. Alcantar Romero Borderland: Prima Crush y la música fronteriza en casete, Manuel Noctis

EDITORIAL Dos años después, nos volvemos a encontrar en el impreso, queridos lectores. ¿Qué pasó en todo este tiempo? Pues nos mudamos a Tijuana. Sí, este loco director se lanzó a vivir a la frontera más transitada del mundo y ahora nuestra base de operaciones está aquí, sin dejar de lado nuestra conexión directa con la banda de Morelia que sigue bien activa siempre colaborando con esta humilde revista. Son ya 12 años los que cumplimos y que enmarcamos con esta edición, señores. No está por demás decirles que nos sentimos muy orgullosos y contentos de llegar a este tiempo de manera ininterrumpida, siempre generando contenidos de actualidad y fuera de los estándares comerciales o mainstream que dictan las grandes corporaciones, o el mercado. Es por eso que venimos una vez más a “pervertir mentes vírgenes” con esta edición dedicada a la Zona Roja y todo el submundo que le aglomera. Porque el papel nunca muere y porque la diversidad es nuestra constante. Vivamos el hoy, queridos lectores, y festejemos este aniversario juntos porque, como dice el dicho, el mundo se va a acabar. Disfruten esta edición que se inserta en el mundo de los arrabales, las drogas, la prostitución, la corrupción policiaca y gubernamental, el desenfreno y la sangre. Rólenla, compartan, pero que no se quede nunca en casa. Las ideas tienen que salir y vagar... Quiero agradecer profundamente a Alejandra Villegas, Marco Ultreras, Lilia Barajas y Mauricio Bares de la editorial Nitro/Press, Carlos Dzul, Baltasar Aguirre, Marcial Fonseca y José Andrés Guzmán de la revista Engarse por el apoyo que nos dieron cuando nos vimos necesitados para el soporte de la web. En hora buena a todos carnales. Atte. Manuel Noctis, Tijuana, Baja California.


Ilustraciรณn: Pรกvel Santa Rosa


Las densas noches de Robledo Héc Alba S.

Esta es la zona roja, dijo mi abuela nomás bajamos del camión, un destartalado minibus que escupe gente por la puerta trasera como humo por el ruidoso mofle. Yo, un imberbe de apenas ocho años, ni siquiera entendí a qué se refería con el tal término. Y como si un pinche diablo nos amenazara, que me jala del brazo la madre de mi padre y nos escabullimos por una callejuela repleta de gente viendo el piso mugroso para entrar al espléndido mercado San Juan De Dios. Así, de imprevisto y, como el acto de arrancarse una costra, rápido y sin demora, conocí a esa tierna edad lo que años después reconocí como el sitio donde las pasiones más repulsivas (aceptémoslo, un panzón borracho penetrando por el ano a una prostituta drogada, fuera de sí, en una habitación impregnada de tufos varios y el piso pegajoso, no tiene nada de romántico), tienen lugar. La famosa zona roja. ¿Y por qué les cuento estas mamadas? Pues porque justo le acabo de pagar seiscientos pesos a una chica (ella todo el tiempo estuvo en el asiento del copiloto), mientras de reojo, a pocas puertas de donde estoy estacionado a mitad de la noche protegido por las sombras de un árbol infestado de chinches, veo cómo otra tipa le grita de obscenidades (ella está en la ventana de un cuartucho en una planta alta), con los senos al aire, sin sostén, a un borracho que acaba de devolver lo último que se metiera entre espalda y pecho en el bar de donde saqué a esta puta (y esta serie de eventos me hizo recordar mi fugitivo paso de niño por esta misma calle). ¿Y qué chingados hago yo con una prostituta? La verdad algo muy jodido son las bifurcaciones en los caminos de los hombres, y el destino es un cabrón que se la tiene jurada al mundo entero. Estaba sentado frente al profesor, era el último semestre de periodismo, y me estaba acomodando una pinche regañiza que te vas de hocico. Que si era pendejo o me hacía el pendejo, que si nomás por pura moda me había decidido por esa carrera o qué chingados, y, como si no fuera lo suficientemente humillante el tono de voz, el cincuentón, otrora época editor venido de más a menos de la revista Proceso (ahora un 2 | CLARIMONDA.MX

patético profesor alcohólico en vías recuperación) atacaba el escritorio como un pinche loco a las cucarachas de su cabeza. Cabizbajo, alcancé a notar el enrojecimiento de las palmas de sus manos. Total, el chiste es que la verdad me causaba un gran pavor morir en manos de los delincuentes de cuello blanco por cubrir notas “sensibles”, ser asesinado en un hotelucho barato, degollado en el sur del país por órdenes de algún presidente municipal o simplemente engrosar las cifras de periodistas asesinados en México, además que poco a poco los medios impresos pierden terreno contra la imparable bestia digital y cosas como esa y, más importante todavía, el puto profesor no invitaba a mejorar como estudiante ni como persona, se la pasaba, la verdad, chingando gente (qué otra cosa esperaba él si en lugar de inspirarnos para ser baluartes de la prensa escrita nos daba vergüenza verlo a punto de morir de cirrosis...). Pero me titulé, la tesis no resultó el vómito que él pensaba y, para mayor sorpresa, no tardé mucho en conseguir entrar a las filas del periódico El Informador. Me despertaba todas las mañanas el mostrar la verdad, sacar a relucir la basura de quienes abusan del pueblo y ser portavoz de los oprimidos (qué romántico pensamiento), pero hace mucho de eso y hoy, apabullado por la vida, las pinches subidas y bajadas y la mierda que he visto, me llevaron por derroteros insospechados. Y heme aquí, abrochándome los jeans deslavados, recordando a mi abuela correr desaforada por las calles de esta colonia meada de Guadalajara y sintiendo pena por quienes han terminado aquí ya porque no les queda de otra, porque pensaron que así saldrían de pobres o porque algún gandul, las más de las veces, las obligara. Chingada madre, en un principio la aventura por desentrañar la porquería que rodea, y permite, el negocio de la prostitución no me parecía capaz de tragarme como, a la postre, hará. Y me escupirá, la muy bastarda, como un gargajo de pedo cuarentón y putañero. Un fotoperiodista, Javier, me platicó, mientras tragábamos caballitos de tequila y botaneábamos pretzels en una chupitería de los alrededores de Chapultepec,


que poseía una serie de “fotos que te cagas”. En sus palabras (a él que posee al menos un premio por sus fotoreportajes escribe con las patas, le valen madre los acentos y las comas un chupito de aguardiente): había encontrado “con los pantalones en los tobillos a un cacagrande de la polaca y que si se le antoja lo hunde en la mierda al muy ojete”. No mames, Javier, ¿y por qué no lo haces?, le pregunte, haciendo un gesto al beber José Cuervo como si mi garganta fuera de PVC. ¿Pues por qué crees que no, cabrón? Estamos en la gloria aquí sin comunicadores balaceados como que para un pendejo como yo invite a que la casta política empiece a hacer abuso de sus poderes. Imagínate que me hago de huevos, me armo un reportaje y publico estas chingadas fotos en donde se animen y me paguen mejor: ¡me carga la huesuda, güey!, nomás eso pasaría. Acuérdate de ese cabrón en la Narvarte, pinche Robledo (al Javier le da por llamarnos por el primer apellido). No, si no creas que no me la he pensado, pero por algo tengo todavía esas fotos… Y se calló, no porque no quisiera seguir hablando, sino porque una mesera, con unas piernas dignas de una luchadora de MMA y un generoso escote acababa de arribar a nuestra húmeda mesa con una ronda de Coronitas bien heladas. Lamiéndose los labios, como un niño gordo frente a un heladero, el Javier le dijo que si no le antojaba sentarse en su regazo para que le contara un cuento... Yo nomás me reí para adentro: con

sus cincuenta años encima, su odio (imposible de ocultar) hacia el sexo femenino, el terrible afán de ningunear a medio mundo y su serio problema de halitosis (le apesta lo indecible el hocico), lo menos que podía recibir como respuesta de la hermosísima camarera fue una cachetada y que le derramara la primera cerveza en las pelotas. El dueño del bar, acostumbrado a esas demostraciones de afecto del buen Javier no nos sacó de allí porque siempre paga lo que se chinga. Y vaya si traga mierda ese cabrón. Para mí que es puro argüende, Javier, si las tuvieras algo habrías hecho ya con ellas... Vete a la chingada, Robledo, tú y tu puta madre pueden irse a la chingada, me interrumpió mientras secaba su regazo (donde soñara, segundos antes, agasajarse a la mesera). Si te lo dije fue porque se me subieron las copas, por hocicón me pasa esto. ¡Ahora hasta collón, cabrón, y mentiroso! Mira, Robledo, aunque te suene mamón esto veo que no eres como los demás escuincles agarramicrófonos y cagacámaras: eres objetivo, se te notan las ansias de contar la neta, sin tapujos, y péguele a quien le pegue, te ves con huevitos, Robledo, pa´que me entiendas. Si te invité a pistear no es porque me caigas bien y ya, fue porque la neta me trae frito el asunto ese de las fotos que tengo en la casa y que se hagan de la vista gorda con el pedo de la prostitución. Por mí que no haya sanciones contra las sexoservidoras, total, es la actividad más antigua, CLARIMONDA.MX | 3


y no me dejarás mentir, no hay a quien no le apetezca echarse un palito de vez en cuando pero no tiene con quién y ni modo de meterlo al bote por calenturiento. ¡Meterías a medio pinche mundo, cabrón! Todos le entran, y lo peor es que ya vieron que sí se saca un buen varo con las nalgas... Dando traspiés, cargando una cámara, con su lente y las pilas y el cablerío, salimos de la chupitería, el Javier y yo, rumbo a su casa. A su Sanctosantorum, ni más ni menos. Yo, incitado por la palabrería, que me dejaba anonadado, y él por quitarse un peso de encima y pasarle la bronca a alguien más. Total, me regalaba sus pinches fotos si yo le ponía una historia con fuerza. Y, para callar al pinche profesor, que valdría más de chafirete en el DF, pues yo le dije que le entraba al asunto. No pasaron más de tres semanas desde que viera, sentado en un colchón apestoso, aquellas imágenes donde un par de mujeres complacían a un regordete, una con la boca, la otra tenía un dedo dentro de las carnes del diputado, cuando me vi inmerso en el submundo del sexo. Los peores bares frecuenté, en cuantos moteles entré, hasta con un taxista me asocié y ya tengo en mi lista de contactos, algo que a mi novia le disgustaba, a quince prostitutas, de las cuales diez estoy seguro quieren dejar ese negocio, las demás es muy probable que nomás estén dándome información errónea, falseando evidencia o buscan decirle a sus respectivos chulos que un cabrón anda haciendo preguntas fuera de lugar. Sé que me metí en un pedo desde un principio, pero es tal el sufrimiento de las pobres mujeres, tal la vejación que sufren en manos de la borracha clientela y sus patrones, que preferiría morir en manos de quien las maneja tras haber sacado a la luz la basura, que simplemente darme la media vuelta y callarlo. Algo tengo de ético, de moral, algo de valores, y algo de tonto. Llegaba tarde un día y los otros seis también. Dejaba que entrara el buzón de mi móvil a cada rato y no contestaba mensajes. No podía dejar que se pusieran nerviosas mis informantes si, a las dos de la mañana, contestaba una llamada ni mucho menos. Y esto encabronó demasiado a mi chica. A mi ex. Valiéndole madres mi situación, no andaba de cabrón, bueno, es difícil ponerlo de esta manera si grababas una conversación, o tres, en un cuarto de motel en pleno centro de Guadalajara y llegas a la casa oliendo a crema barata de avon. Yo, con el anillo de compromiso pagado y apalabrada la pedida de mano con su familia, me quedé de a seis cuando se largó para no volver. 4 | CLARIMONDA.MX

Mierda, que si porque no trabajaba, que si porque trabajo demasiado. Y me di a la bebida, chingado. Estando en esos ambientes, lo peor que puedes hacer es eso. O meterte drogas duras. Y pues mi ánimo decayó, como los pantalones a los tobillos de aquel cabrón y ni cómo evitar cometer la tarugada. La foto que tengo en mis manos apenas permite ver el perfil del cabrón aquel (pero ni cómo decir que está retocada, y como ese cabrón no hay dos), en el fondo está una camioneta, sin placas, último modelo, con los vidrios entintados, típico vehículo de guardaespaldas. La chica que está agachada, con las manos en las nalgas del satisfecho cliente, es “Dayana”, me costó uno y la mitad del otro mes, dar con ella. Por cinco mil pesos accedió a una entrevista (justo el valor del anillo); la segunda “ni de pinche broma se prestaba a esas pendejadas”, sus palabras. Lo único que me dijo, antes de agarrar un billete sudado de quinientos pesos, fue que no le anduviera haciendo al vergas, que me iban a cargar un muertito, o a meter unos plomazos si andaba metiendo las narices donde no debía. Hoy, un año después de aquel encuentro, no he sabido nada de ninguna de las dos. Dayana me enlistó una buena cantidad de identidades: policías, comandantes (y no es jalada, chiquito, me dijo “Dayana” una densa noche, el mismo jefe de la policía frecuenta estos arrabales). Cobro de piso, mordidas, que si no alcanzaban la cuota se cobraban con cuerpomatic y más bellaquerías escribía en mi desgastada Samsung de diecisiete pulgadas, editaba, quitaba datos, volvía a poner. Total, así es esto del periodismo, a quien no le guste la idea de aparecer en la primera plana que no se ande con chingaderas. La foto, la que me regalara Javier, ahora no recuerdo dónde la puse la última vez, antes de mandar todo a impresión, la veía hasta en pesadillas. Me he vuelto más nervioso, creo que visito más esa callejuela que conociera de niño, que una viejita el templo del santo de su preferencia, y no por buscar satisfacción sexual, sino porque tengo el presentimiento que (una vez la gente vea de primera mano que quienes “atacan” la prostitución son quienes, bajo ese velo siniestro que es la ilegalidad, la fomentan y le dan vida, por abajito del agua), corro menos peligro justo entre los dientes del lobo que, una tétrica noche en plena zona roja, dejó que le metieran la mano. Si ese parásito, a quien tanto escozor causa al buen Javier, quien ya huyó a otras tierras por temor a represalias, ha de matarme, que sea en su propio traspatio.


El cuchitril Baltasar Aguirre Zamora

El pasillo que lleva al Cuchitril huele a orines y mierda, dos hombres altos y gordos custodian la estrecha entrada y dejan pasar a Ernesto sin revisarlo ni cuestionarlo. Adentro el humo del cigarro lo recibe con un piquete en la garganta, inmediatamente el personal lo aproxima a la mesa de siempre y le sirve la única bebida que ofrece el lugar. Le acercan la muchacha de siempre y la música de mal gusto y escandalosa sonoriza el baile de mesa de Angélica. Ernesto le arroja el humo de su cigarro en el clítoris mientras la mira bailar. Los de las otras mesas la observan, pero ella es de Ernesto. -¿Qué me vas a invitar?- le dice Angélica una vez terminado el baile. -¿Sirven alguna otra cosa aquí?- le contesta él. Angélica le susurra algo al oído, y Ernesto solo sonríe. A esas horas de la noche “El cuchitril” huele a vagina, mecos y alcohol, por las paredes escurre algo más que sudor y las bailarinas hacen que el único sentido que se agudice sea el de la vista y el tacto. -¿De qué me vas a disfrazar hoy?-, le susurra Angélica al oído, mientras le agarra la verga con la mano y rosa sus piernas con las de él. Ernesto la esquiva un poco, con un gesto de placer inevitable. -Ya casi me haz disfrazado de todo y la verdad me pone caliente saber de qué será esta noche-, remata metiéndole la lengua al oído.

Ernesto se aparta un poco y le da un trago a la bebida, mientras repasa casi todas las caracterizaciones de Angélica: sirvienta, enfermera, colegiala, maestra, ejecutiva, policía, en fin, esta noche será especial. En “El Cuchitril” la música se va ajustando a cada momento, como en una película de Tarantino. -Es una sorpresa amor, replica Ernesto al oído de su amada, y se levanta para ir al baño. El cagadero tiene mierda embarrada hasta en las paredes, Ernesto solo se voltea a un lado para mear, que importa que no le atine. Intenta lavarse las manos, pero del lavado no sale agua, solo se asoman las antenas de una cucaracha, Ernesto se ve en el espejo manchado, se arregla un poco el copete y sale. Su garganta se ha acostumbrado al picor del humo, le extiende un billete al personal y le pide que ponga una canción de Espinoza Paz, se ajusta la corbata y se abrocha el saco, Ilustración: Pável Santa Rosa camina con seguridad, seguido de sus guaruras que lo han acompañado hasta el cagadero, se acerca a Angélica que lo espera semidesnuda, con el rímel de los ojos expandido por el sudor, musicaliza la escena Espinoza Paz como en una película de Tarantino. Ernesto susurra al oído de Angélica: -hoy te voy a disfrazar de novia-. CLARIMONDA.MX | 5


Foto: Luis F. Alcántar Romero

Mónica Luis Fernando Alcántar Romero

Parece un cristal disuelto en la ciudad. Habitante de un rincón gris apostado en la entrada de un motel de paredes verdes desgastadas. Entre el ruido de transeúntes y vehículos. Viste sus atuendos ceñidos y coloridos (cortos cuando no hace frío) que resaltan sus senos grandes y nalgas prominentes, y unos tacones altos de aguja que sostienen unas piernas morenas torneadas. Y si eso no funciona, pueden hacerlo su negro cabello largo, pupilentes azules, labios pulposos, o sus jadeos fingidos copiados de películas porno para el disfrute ajeno, el acto de estimulación para el que caiga y 6 | CLARIMONDA.MX

quiera pasar un buen rato, según sus palabras. Por lo general, se distrae viendo hacia la calle, bosteza a ratos. Está a la espera de aquél que quiera disfrutar de sus encantos por doscientos pesos (con habitación incluida). Llega a trabajar a las seis de la tarde, y se va a su casa hasta que entra la madrugada, a veces, a las dos o tres, "porque a esa hora llega puro vicioso, borrachos o drogos. Muchos sexoservidores laboran en distintas zonas de León, Guanajuato. Una "zona roja" muy famosa del municipio mencionado se encuentra en la céntrica avenida Miguel Alemán, con sus múltiples moteles


viejos y rincones ocultos. Pero hay otros lugares, algunos cercanos a la Miguel Alemán. El Parque Hidalgo, por ejemplo, rodeado de algunas fachadas descuidadas y rayadas con grafiti (cristales rotos y calles solitarias). Este sitio colinda con el bulevar Adolfo López Mateos, la vialidad principal de León. Motel El Cid, es un edificio viejo de tonos verdes opacos, ubicado en el triángulo urbano conformado por el Parque Hidalgo; el bulevar López Mateos, cerca de la calle Julián de Obregón, localizada, al frente del motel, al costado derecho. Allí hay sexoservidores con apariencia de mujer, desde las seis de la tarde y hasta las dos o tres de la mañana. Algunos de ellos se han realizado cirugías, o han recurrido al uso de hormonas para modificar su cuerpo (o partes de éste). Trabajan de lunes a domingo. Pásate mi amor. Te hago lo que quieras. Ándale, dice Mónica, con su vestimenta entallada, tacones altos; maquillaje recargado y cabellera negra arreglada de forma cuidadosa. Su base de trabajo es la ciudad de León, en el Motel Cid. Pasa sus días entre concreto, desgaste y espera. Se aposta frente a una pared pintada de color verde oscuro, a la entrada, junto a Mónica, están sus compañeras de oficio. Al lado, hay una cantina que se llama "El Pino", de donde los bebedores salen a ver al grupo llamativo de la puerta cercana, sobre una acera que alguna vez fue gris pero ahora tiene manchas de color negro. Cerca de ahí se desliza el flujo indolente de una avenida grande, como una vena que atraviesa el horizonte. Mónica ofrece su cuerpo a hombres por la cantidad de 200 pesos, una tarifa que incluye el costo de la habitación y sexo oral con preservativo obligatorio. Su voz es aguardentosa. Emana una amabilidad practicada hasta el cansancio que contrasta con los cuartos húmedos, oscuros, viejos y llenos de grietas, en donde da placer, y a veces, lo recibe. Vive en un intercambio constante que muchas veces es rudo por el trato con "los clientes", pues el repertorio que asiste al Cid es variado. El protocolo: llega el cliente, el trato es sobre la acera, en el borde de la entrada al motel. Las prestadoras del servicio establecen su tarifa, se ponen de acuerdo. Suben unas escaleras sucias de color blanco, y ascienden a unas habitaciones oscuras, pues a lo mucho, hay dos focos en los pasillos "para ahorrar

energía eléctrica" y si es de día no entra mucha luz, pues las ventanas están cubiertas por cortinas. De los ojos de Mónica escapa una especie de melancolía, que ostenta un brillo tembloroso. Su forma de hablar es apresurada, a ratos. Al parecer, nunca pierde el tono cordial, su forma de hablar a veces llega a una cursilería peculiar que podría resumir su forma de ser, con palabras como "amor", "corazón" o "papito". A los 16 años empecé a vestirme como mujer, a los 8 años sentía una atracción hacia los niños con los que convivía, cuenta Mónica. Sonríe. No me quiere revelar su nombre masculino, mismo que ni ella misma parece querer recordar, o simplemente para efectos de su labor, ya no le es necesario. Dice que su jornada inicia a partir de las seis y media de la tarde y termina a las tres de la mañana. Sólo descansa los martes. Los días restantes se le encuentra ahí, con su semblante frágil pero fuerte a la vez, con sus brazos marcados con músculo, tatuados y unas piernas delgadas pero firmes, enfundadas en dos tipos de medias color carne: unas de nylon y otras de red encima de las primeras. Mientras me cuenta sobre ella, adquiere una postura con una sensualidad que se antoja ensayada. Cruza sus piernas. Mueve su cabeza ligeramente hacia atrás. Toma algunas mechas de su cabello con el índice y el pulgar, en algunos momentos, pasa la punta de su lengua entre sus labios pulposos pintados de color rosa. Está sentada sobre una cama cubierta por una colcha de color beige, y una lámpara de luz amarilla encendida al lado, su bolsa color salmón, un rollo de papel sanitario y un cenicero cuadrado de cristal. Le gusta usar tacones muy altos, con varios colores, motivos, o transparentes. Medias de red, vestidos ajustados y cortos; con escotes pronunciados que dejan ver sus pecho abundante. Dice que la propia policía suele aprovecharse y "pedir servicio". Por eso mejor me meto si veo que se acerca una patrulla. Luego se estacionan y piden servicio, pero amenazan y gritan. Una luz opaca invade el cuarto de paredes verdes que tienen varias grietas y manchas. Cuenta con el apoyo de su familia, menciona que aún vive con ellos a sus treinta y cinco años. Un día piensa retirarse, pero aún no sabe hasta cuándo.

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Rosa de Mexicali Juan Mendoza

Me desperté muy temprano con esa clásica depresión postborrachera que se ha instalado con cada cruda que sufro a cien kilómetros (o más) de mi hogar. Aún cuando anoche decidí no salir a buscar pelea en Mexicali debido a la fatídica experiencia que tuve un par de meses atrás, que no fue más la que tardar cerca de 50 minútos en encontrar un taxi vacío que me llevara de regreso al hotel y que me cobró lo equivalente a seis chelas en las barras, terminé por beberme unas siete cervezas en El Lugar (table dance sobre avenida Benito Juárez y Jardín Sur) al lado del hotel One, donde por cierto estaba hospedado. Elegí ese table porque la cerveza es barata y las morras no se te acercan si no las llamas. Mañosamente salí del antro a las 11:55 de la noche sin llamar a ningún alma, para tener la oportunidad de comprar un six en el autoservicio camino del table al hotel y que cierra a la medianoche. Pretendía desmadrugarme escribiendo las pendejadas que llamo Mi Novela Revolucionaria, pero en realidad escribí muy poco ya que olvidé (quizá a propósito) que ya tenía un six en el cuarto y después de doce cervezas más terminé ahogado de ebrio publicando idioteces disfrazadas de posts contestatarios y polémicos en el Facebook y mandando mensajes por Messenger a escritoras que ni me conocen ni las conozco (pero que somos amigos del feis porque tenemos en común 50,000 amigos escritores que tampoco conozco) hasta que caí desmayado de ebrio. Mi desayuno fue frugal y a los diez minutos de haberlo tomado fue a parar directo a la taza del water (junto a un Electrolit de fresa y parte de mi bilis). Ya poco más recuperado me dio cargo de conciencia que de las cuatro visitas a Mexicali nunca he visitado Calexico, ni he ido al Museo Universitario, ni al Zoológico, ni al Rio Hardy, ni al Cañón de Guadalupe, ni he buscado a la escritora Alma Correa, ¡vaya!, ni siquiera he probado la tan mentada comida china. Okei, era hora de arreglar un poco eso, decidí matar el tiempo que me separaba de la hora de mi vuelo de regreso a Chilangolandia en el Centro de Mexicali en un restaurante de comida china. 8 | CLARIMONDA.MX

El Taxista me dejó mero en el lugar dónde meses atrás otro chófer me había recomendado que no deambulara y mucho menos se me ocurriera meterme en lugar alguno, ya que mi indefinido acento chilango/norteño/tijuanense sólo iba a conseguir que me dieran en la madre. Aquella vez le hice caso porque estaba sobrio, y cuando no tengo gota de alcohol en las venas soy muy cobarde. Caminé por Lerdo de Tejada buscando algún restaurante chino en el que no aparentara que sirvieran perro ni rata (lo siento, también soy víctima de la cultura mediática), un travesti me ofreció sus servicios a gritos al otro lado de la calle. Hacia allá me dirigí. Me cobraba 150 pesos por cogérmelo y una mamada, con todo y cuarto, ahí en el hotel donde supuestamente vivía. Me alejé dándole las gracias, de cerca se veía bastante averiad(o)a. Más adelante una chavita que no rebasaría los 19 años me pidió un cigarro. Ella sí estaba buena, por eso me cobraba el doble. Pensé en tomarle la palabra, pero lo más seguro era que yo no funcionaría a esas altura de la miseria y lo equivalente a 20 cervezas no pagaban el verle el culo empinado en un cuarto barato y jalándomela para intentar una ligera erección mientras ella, aburrida, me apuraba y cantaba La Planta. Me negué por segunda vez. El pinche sol de la una de la tarde con sus 43 grados a la sombra me recordó por qué carajos no salgo a estas horas a la calle. El peso de las maletas también comenzaba a joderme, así que olvidé la comida china y dirigí mis pasos a la cantina más cercana que resultó ser el Campesino (Benito Juárez y Jardín Sur) que aunque se veía de mala y segura muerte, al menos estaba climatizada. Me senté en la barra y pedí una caguama, la bar tender me sirvió un poco en un vaso de plástico con cierto recelo. Me alcanzó un recipiente con limones y continuó su charla con el único comensal, quien, según me enteré, tenía que irse a trabajar a la una y que ya llevaba cierto retraso. En la televisión encima de la barra Horatio Cane, con su equipo de investigación forense, intentaban capturar a un asesino misterioso en las caniculares calles de Miami. Dudo


bastante que el clima de Florida llegue a parecerse si quiera un poquito al de Baja California. No al menos al de Mexicali. El cliente tuvo que partir del bar y yo solicité otra caguama. Al fondo, junto a la rockola, noté una mesa de plástico solitaria. Quizá podría ponerme a escribir en lugar de estar sólo bebiendo. La bar tender que entonces yo no sabía, pero era conocida como La Güera llevó otro envase y se alejó lo más que pudo. En unos cuantos minutos algunos vendedores ambulantes abrieron la puerta. Uno de ellos ofrecía tacos de camarón, otro

madres. Antes de sentarse a mi lado izquierdo en la barra, le propinó otros dos bofetadones escandalosos, que no evitaron que se sentara junto a él. Pidió una caguama de Tecate. “No te voy a servir nada, no te voy a atender”, le anunció la Güera con determinación pero él ni la escuchó por seguir diciéndole a su compañera que ya se largara. La escena de violencia urbana me cimbró un momento: quizá tenía que actuar y decirle al muchacho que esa no es manera de tratar a una dama, y si tenía que liarme a golpes por defender el honor de las leidis, lo haría. Aunque ella

chicles y cigarros sueltos y el último ofrecía una boleada o toques. La Güera notó que saqué mi cajetilla de Camel y me pasó un cenicero sin rechistar: Mexicali es otra ciudad que la ley antitabaco olvidó. Me quedaba un poco más de la mitad de la cerveza y estaba deliberando que quizá podría pasar a comprar una torta en el puesto de al lado antes de pedir mi taxi al aeropuerto y que quizá tuve que bolear mis zapatos. De la puerta emergieron dos figuras. Él, con el aspecto de funesto cholo, ella con minifalda color rosa y de tacones. Aún no terminaba de admirar las formas de la dama cuando el cholo le sorrajó un bofetadón bien puesto. Lárgate de aquí, le gritaba, no te voy a dar ni

me estrellara un envase en la cabeza durante la justa por andar madreando a su marido y, entre los dos, terminaran por saquearme los bolsillos y robándose mi pasaporte. También dudé en quedarme, aún cuando la Güera le negó el servicio. El Romeo cholo iba de un lado para otro intentando quitarse de encima a la maltratada Julieta. Opté por poner mi mejor cara de póker y convertirme en parte del mobiliario, fijando los ojos en la pantalla donde Horatio Canre se agarraba a balazos con una pandilla de norteamericanos traficantes. Irónico. “¡Ya te dije que te largues! ¡Me vine a tomar una cerveza con mi amigo!” Supuse que se refería a mí, [por respuesta

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sólo vertí más cerveza en el vaso y volví a clavar los ojos a la pantalla. “Güera, -insistió-, regálame una caguama de… ¡No! ¡Ya te dije que no te voy a atender! ¡Ya vete de aquí! ¿Que pasó Güera? ¿Ya nos llevamos así? ¡Nomás una! ¡Que no! ¿Cómo quieres que te sirva si vienes golpeando a la muchacha? Qué no Güera, ya se va, sírvemela, ándale. Voy a llamar a la patrulla. ¿Ya ves? -dijo la chica- ya va a llamar a la patrulla. ¡Que te saques a la verga! ¿Qué no entiendes? Yo esperaba otro madrazo o que aluno me dijera algo o que el morro buscara consuelo de género o que entre los tres me amagaran. Serví otro vaso. En Miami, Horatio había dado muerte a dos colombianos y al tercero lo esposaba acusado de asesinar a su esposa y a doce prostitutas. En Mexicali, la patrulla llegó en menos de tres minutos (supongo que el patrón de la Güera se cae puntualmente con su cuota “de seguridad”), la Güera puso al tanto de la situación, tomaron al chavo del brazo y lo sacaron. Su partner se acomodó en la barra lista para pedir una cerveza, dando por hecho que era la víctima. ¡A ella también llévensela!, gritó la Güera. Una vez fuera, ella me anunció que cerraría con llave por si acaso intentaban volver. “Es que nomás los van a pasear y a lo mejor regresan enojados, o con su banda me explicó- son clientes y en la noche se llegan a tomar hasta 50 caguamas, pero también son malvados, de ésos malitos que andan vendiendo la droga. Si no se crea –continúo- yo veo que beben y beben y no se les sube, nomás van al baño y regresan como nuevos…”. La Güera se notaba nerviosa y platicando se calmaba un poco. Le pedí la tercera guama. Me recordé que minutos antes encaró al narcomenudista con unos huevos que a muchos les (nos) faltaría (los necesarios para atender una cantina en el Centro de Mexicali, supongo) y cinco minutos después la veía cagada de miedo. Definitivamente me había ganado su confianza. Uno de los tiranos forcejeó la puerta y, una vez dentro, preguntó a la Güera que quería que hicieran con ellos. “Es que se ve que así viven y así les gusta porque la muchacha no quiere ir a levantar ni declaración ni denuncia contra él”. “Lo único que quiero es que se los lleven”. “Okei, Güera, vamos a hacer esto: los subimos a la patrulla, en un rato los dejamos y los amenazamos que si se vuelven a acercar, ahora sí nos los llevamos detenidos”. Entonces lo supe: les darían para exprimirles una lana. Los van a dejar aquí en el parque, joven -me dijo la Güera adivinando mis pensamientos- ojalá no vuelvan. 10 | CLARIMONDA.MX

Imaginé la violenta escena del narcomenudista regresando con sus cuatro mejores amigos del negocio, atascados y ciegos de coca, a balacear a El Campesino nomás porque la Güera no le quiso vender una Tecate, pero más que nada como mensaje para que vean que en la border mandan ellos… En Tijuana, si te ven que saliste muy pedo de una cantina o un table de la Coahuila, los policías te siguen un par de cuadras, te suben a la patrulla y ya te jodiste, vas a ir a caer a los separos después de que te den una vuelta y te bajen toda tu feria, celular y lo que traigas de valor. No es un soborno, es un derecho a que sólo te acusen de disturbio en la vía pública y te quedes 12 horas en los separos, si no traes nada o la haces de a pedo, entonces te siembran algo y puedes pasarte hasta 5 años en el penal como ejemplo al duro golpe al narcotráfico, tu único salvoconducto es que conozcas a alguien del bar en el que estabas, que éste bar pague sus cuotas de seguridad, que le puedas llamar a ésta persona (garrotero, teibolera, fichera, dueño, whatever) y que éste tenga la oportunidad de llamar a la comandancia a decirles que tú no estabas haciendo nada, que te llevaron de okis, entonces puedes correr la suerte de que por radio les avisen a la patrulla y te avienten en la primer calle oscura que encuentren, lejos de donde te recogieron pero eso sí, con tus cosas de regreso. En Torreón la gente está acostumbrada a que en cualquier lugar, en cualquier momento, en el antro, haciendo el súper, cenando tacos, llevando a los hijos a la escuela, estalle la balacera entre grupos antagónicos (policías incluidos, marina en un bando, federales en otro), lo único que hacen es aventarse al suelo y esperar que no les toque una bala perdida. Terminando la sinfonía de truenos, se levantan y continúan con sus tareas. En Coahuila los miembros de la policía municipal reciben dos sobres de nómina, se les advierte que si no reciben el más gordo tendrán que dar aviso a quien lo manda para que carguen contra su familia y conocidos porque ya los tienen bien ubicados, y recibir el sobre es aceptar hacer muchos trabajos, uno más sucio que el otro. En Matamoros corrieron a todo aquel policía municipal que tuvieran algún nexo con el Narco. Por muchos meses el estado se quedó sin policía y entonces los ladrones y secuestradores hicieron lo que les dio su pinche gana, hasta que el narco descuartizó a un par de freelanceros, entones terminó la anarquía. En Sinaloa se sienten seguros de salir a tomarse una cerveza por la noche porque el territorio pertenece a un


solo grupo de malitos, muy fuerte, al que nadie le peleará la plaza. En los pueblos de la frontera de Chihuahua y Sinaloa los dueños de restaurantes y hoteles extrañan la seguridad que proveía el Chapo y ahora están inquietos porque no saben qué pasa mientras esté preso. En Veracruz, La Paz, DF, Estado de México, Guerrero, Oaxaca, Cuernavaca, Hidalgo, Jalisco, Nuevo León, en los 31 estados y la única entidad federativa, el gobierno y los narcos (que es lo mismo) torturan, violan, matan, levantan, desfiguran, decapitan, desmiembran, y dan el tiro de gracia a miles y miles de personas, a quien sea, en el momento que quieran (incluso tienen la oportunidad de equivocarse y cargarse a cualquiera que tenga la desfortuna de estar en el momento equivocado, total, el informe oficial dirá que fue suicidio, crimen pasional o robo). Es de terror, aún más porque nos estamos acostumbrando, porque no decimos nada, porque clavamos la mirada en la televisión arriba de la barra, viendo como el sueño de los gringos es fácil y alcanzable, que nos restriegan en la jeta y nos dan a entender que ellos sí pueden, si quisieran. Que en una hora o menos ellos, gringos, destruyen células de narcotráfico y trata de blancas, mientras nosotros, mexicanos, vemos como le prenden velas a Malverde y la Santa Muerte y volteamos a otro lado… … … “Sabes, Güera, lo que te hace falta es una computadora y una conexión a internet, así podría ponerte en YouTube una canción que se llama

Mexicali Rose. En fin, pediré la última, por favor, que en hora y media sale mi vuelo”. Una chica gordita y escotada entró a toda prisa. Rápido, Güera, regálame una media. Se sentó a dos bancos de mí. Dijo algo que estaba esperando un camión pero que tenía mucha prisa. Como no la escuché bien me incliné un poco, lo que entendió como clara invitación a que se acercara, me sonrió y coqueto un poco, traspasó las dos sillas que nos separaban, por instinto alejé la moneda que tenía lista para la propina. “Noooo, psss no te voy a robar, ya si no confías en mí ya valió madre”. Tomó su bolsa y se salió. “Pérate, no, aunque sea dime cómo te llamas” Se fue sin decir nada ya. “Que bueno que no le hizo caso, joven, esa es de las que se ponen en las calles, seguro nomás quería llevárselo al hotel y ahí le da algo y verá que lo roba, o lo espera adentro su padrote. ¿Si, por qué cree que tenía tanta prisa de esconderse? Hasta la cerveza se tomó de un trago!– ok, entonces estoy bien así.” “Le pido un taxi joven, para que se vaya seguro”. Seguro y medio pedo, me despedí de la Güera prometiendo regresan nomás pusiera un pie en Mexicali. Subí al taxi tambaleándome, esperando que en el filtro no notaran mi borrachera. Siempre me pasa igual, dos caguamas de más y sigo sin probar la comida china, ni ir a Calexico de shopping, ni al zoológico ni al museo ni al río ni buscar a Elma Correa y ya iba a ser mucha pinche mamada que la Gordita aquella se llamará Rosa: La Rosa de Mexicali.

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Saldar las penas Samuel Carvajal Rangel

Una vez más en el umbral del antro sin horas ni caras conocidas. Mejor así. La mirada traspasa humos de cigarro, reflejos de azogues y de almas, prendas escotadas, botellas como las vidas: vacías. No vengo a buscar nada, ni siquiera un lugar mucho menos un cuerpo o un ánima perdida. Tal vez un recuerdo. Y por si así fuera empiezo a reconstruirme el rito: pedir la primera de la veintena antes de apropiarme una mesa abandonada por un baile o por una meada, terminar la cajetilla a medias y prepararme con un par más; las horas me sobran aunque no abundan, las memorias están y aún no me sumerjo. Alzo la vista. Por un momento pensé que eras tú, su porte y estatura, sus gestos a contraluz aunados a ese cadencioso paseo de las manos como si en ello fuera la mitad del discurso. No, no eres tú. Nunca fuiste, creo pensar. La flama de un cerillo. El daño estaba hecho y yo no ayudé. Una peda el pretexto perfecto, el motivo o la razón da igual si no hay continuidad o ni siquiera consecuencias; ese fatuo roce de existencias tan inútil como profundo, tan fugaz como cachondo, tan perverso como yo... A medio six se sienta Adriana, no la recuerdo, ella no me olvida, que cojo como nadie y hablo como pocos, le convido dos, sólo dos, ve que no hay más y se le diluye la noche añorada e irrepetible, finalmente, dice, soy como todos. Qué más quisiera yo. Se me enreda la lengua con el cerebro y decreto que ella sigue tejiendo mesas con su hilo. El tecate me pide un hidalgo, mi vejiga un respiro; tan accesible como soy que no se los puedo negar. Siendo como la tabla del uno nunca niego nada a nadie. El piso mojado de un baño sucio. Orinar, como todos los presentes, de frente a una pared sin más intimidad que la mirada en el techo hace viajar en el tiempo. ¿Por qué siempre se tiene que pretender sentirolerversaborearescuchar lo mismo para intentar recordar a alguien? Con cerrar los ojos y evocar su existir debería bastar. Magdalenas a mí. La ausencia no es la muerte ajena, es la propia. Tantas veces que ya he muerto. Profundamente. Una mano que no me pertenece advierte que hace rato terminé de hacer lo que vine a hacer, aprecio el detalle y mi

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egoísta bragueta agradece el cumplido. Piérdete, niño. De nuevo a la mesa que ya no es mía. Quemaduras de cigarro. Miradas que se cruzan igual que: sonrisas, botellas, manos, silencios, -encuentro- demonios, desvelos, monedas, plexos, sirenas, píldoras, -me siento- piernas, plegarias, albures, rémoras, síncopes, vándalos, billetes, -pido- alientos, apuestas, unicornios, besos, cigarros, -pago- salivas, cábalas, sátiros, madrazos, bebo- cenizas, sexos, virus y condenas. Si no hubieras llegado no hubieras tenido la puta necesidad de largarte concluye la undécima cerveza y asiente la segunda cajetilla. Alguien se ha sentado a mi otra mesa pero, como últimamente pasa en el resto de mi vida, me vale madre. Una luz de neón violeta a punto de fenecer. Dos six después una vez más, entre vapores de alientos dipsomaníacos, se dan los inefables encuentros: el de la llave del cuarto con su correspondiente cerradura, el de las babas con sus respectivas nostalgias, dedos con lugares poco accesibles, labios que aprenden rápido de ese buen ejemplo, suelos que se confunden con sábanas, klinex con seda, lenguas con penes y cogidas con amor. Entre el pardo cielo y las gruesas cortinas escasea la vista pero sobra el tacto, faltará el recuerdo que buscaba pero quedará, tal vez ruego que no, la necesidad de penicilina. Tiempo después, -segundos, minutos, horas, ¿a quién chingados le importa fuera del encargado del hotel y la insaciable compañía?- el necio amanecer se empeña en hacerse notar; reclama, mostrando envases vacíos de tequila, preservativos, chicles y almas, que la noche se ha largado y me invita a hacer lo propio. El bulto bajo las sábanas me da la espalda después de haberme dado casi todo lo demás. No hay gracias ni pagos ni adiós ni besos ni hasta luegos. Si eras tú no lo recuerdo y si no eres ahora me da lo mismo. La cruda y una semana bastarán para saldar mis penas. Otro condón manchado ensucia el piso. El viernes... empezaré a extrañarte.



Mujeres perfectas R. R.

“Primero hechas el cristal dentro de la pipa y con el encendedor le prendes por la parte en donde se puede quemar. Entonces se hace un humo blanco. Le empiezas a jalar poquito y cuando ya se llena la pipa jalas todo el humo bien profundo como para llenar los pulmones a reventar. Después lo sueltas poco a poco”, me decía mi compa. A mí me dio el golpe como a los cinco segundos. Sabía a química sabrosa. Aquella noche Daniela hizo que me acordara de mi primera experiencia con el cristal. Ella solamente traía una tanga blanca que parecía de seda y su brasier blanco Victoria Secret. Su cabello era largo con rayos y le llegaba un poco más abajo de los hombros. Su cuerpo era hermoso. Su piel morena clara y su figura espigada. La neta bien buena y hermosa. Esa noche trae unas zapatillas blancas de tacón alto. Daniela, Vanessa y yo estábamos en una “oficina” improvisada en un privado del bar. Mientras yo me hacía wey en la computadora, Daniela estaba recostada detrás de mí y le daba sus buenos jalones a la pipa. Vanessa estaba viendo por el cristal polarizado hacia la pista de baile. Les platicaba que estaba preparando una transmisión por el Mesenger. El Facebook todavía no era cliente, estaba por llegar. Me tocaba trabajar en la publicidad por Internet de un “Tabledance” en la ciudad de Tijuana, eso ya fue hace mucho tiempo. El tabledance es un lugar en donde puedes sentirte mejor que en todo tu día. ¿Quieres coger? Una Ma donna estará ahí. Y por la razón que sea uno está ahí. Puedes encontrar a la mujer perfecta para platicar y que de verdad te escuche. ¡Claro! Después de que pagues. *** La primera en salir siempre era Cherry. Desde muy joven se había dedicado al espectáculo circense. Después a sus casi treintas se vestía con un traje negro de piel ajustado a su cuerpo. Sus labios rojos y carnosos resaltaban de su rostro blanco. Era una mujer alta con un cuerpo delgado y hermoso. Me gustaba su risa de diablilla y sus ojos azules que te invitaban a decir lo que pensabas. Cuando ella me hablaba riéndose, me gustaba mirar sus dientes perfectos bien alineados. 14 | CLARIMONDA.MX

Me gustaba también su pelo largo, negro y ondulado. En la pista, primero se escuchaba la canción de “Hotel California Unplugged”. Luego, Cherry entraba a paso lento a la pista y lentamente el público era hipnotizado. Su silueta resaltaba sus grandes senos. Recargada y con el tubo entre sus nalgas, lentamente se deslizaba hacia abajo quedando a horcajadas. Después salía Isabel. Siempre esperaba su show. Ella caminaba feliz a la pista. Se agarraba del tubo y empezaba la canción de “Rivers of Babylon” de Boney M. Isabel siempre salía con un vestido rojo. El vestido volaba con tanta vuelta que le daba al tubo, se subía hasta arriba y se dejaba caer abierta de piernas. Siempre que salía a la pista yo dejaba de trabajar y la miraba a través del vidrio. Me hacía feliz. Me alegraba el día. Isabel terminaba su baile quitándose el vestido y sólo quedándose con una mini tanga roja. Tamara continuaba el show. Ella de repente ya estaba trabajando ahí. Casi no bailaba. Pero si platicaba más con los clientes. Tenia como unos 45 años y en ciertas temporadas del año venía a Tijuana a ganar más dinero. Nadie sabía de eso, solamente yo. Ella venía de Chihuahua. Tenía el pelo largo y rizado. Ella era alta y traía un vestido café claro y platicábamos de ves en cuando. Después del baile en cada mesa seguía el gozo del estar con alguien a tu gusto. El capitán de meseros cerraba entonces la puerta del bar porque entraban los de encargados de Reglamentos del Ayuntamiento. A los 5 minutos ya estaban sentados en una mesa rodeados de varias mujeres. Yo me salía del lugar a las cinco de la mañana, directo a mi casa. *** Una de las “Noches Lésbica” dos mujeres perfectas en la pista se besaban mientras agarraban el tubo. Sus manos recorrían sus nalgas. La música era bien porno. La luz de la pista blanca casi roja. La excitación las encendía y en cámara lenta se recostaban en el piso. Una de ellas le levantaba la tanga a la otra y con los dedos la empezaba a masturbar. Su compañera se retorcía de placer. El público con la mente volada. Después la chica dejaba de masturbar a su


compañera y se le subía encima. Las dos a buen ritmo de cadera se masturbaban mutuamente. Yo de repente estaba con ellas tocándolas a placer. Tocándoles la espalda, sus piernas, sus nalgas y su rostro. Todo eso en mi imaginación. Después una de ellas sacó un consolador transparente color morado, largo y doble punta. Las mujeres perfectas se lo metieron en sus vaginas y terminaron el show cuando se vinieron en un orgasmo acompañado de gemidos y besos candentes y cuerpos con olor a sexo. *** Tiempo después dejé de trabajar en el bar, no recuerdo por qué, pero sé que fueron noches bien chingonas. Me acuerdo mucho la primera ocasión que fui. Andaba bien fumado en la calle y entré al bar. El ambiente era rojo y negro. Al fondo una pecera brillaba en la noche. Las mesas estaban llenas. Una mujer bailaba en el tubo vestida con un “short” color azul. Caminé y sentí que entraba a la obscuridad de un mundo rojo. En una mesa una mujer le bailaba a su cliente. Le ponía las nalgas en su cara y él disfrutaba la adrenalina de la calentura por querer tocarle un seno envuelto en corsé y no poder. Ese era el acuerdo: no tocar. En otra mesa una pareja estaba platicando. Otra más se levantó para irse a un privado y los dos pensando en condones. Ella pensaba en cobrar y él esperando todo. Al fondo, el dueño del bar cruzado de brazos observaba el ambiente. Seguí caminando y en una mesa estaba un hombre como de 50 años. Su camisa blanca era posiblemente XXXX. A su lado estaba una mujer. La más delgada de todas. Con tanga y zapatillas rojas, los dos reían felices. No recuerdo más de esa noche y, aunque me costaba decir lo que pienso, en este momento el tiempo me dejó escribir esto en una servilleta:

Ma donna tan perfecta Nalgona, guapa De esas morras morenas y güeras De ella me gustan sus nalgas Me gustan las nalgas

Eso es lo que soy Soy un cinturita

Apriétalas a ti Jálatelas a ti, huélelas Es olor a hembra, a mujer

A huevo, simón Si quieres una mujer perfecta Es una puta creo yo Como dice Lis: son putas Mal pedo, pero son putas Yo digo Mi Ma donnas Linda es perfecta

Cherry es rocanrolera La dura, la preciosa Sonrisa de diabla Su ropa negra De ella me gusta su ella Ésta de rojo La del vestido rojo Me da alegría, me da vida Baila feliz con sus labios rojos de sonrisa roja Ella me hace reír Yo me pondré A ofrecerlas para el que las quiera Trátalas bien, Tócalas con respeto Son mujeres En su mirada Se que no son así Doble vida igual a comida Hijos queridos Otras por vicio Otras igual de locas que las no locas Pero son mujeres Ámalas bien

Conoce a tu Ma donna Están bien ricas Bailan rico, nalgas ricas Y te harán lo que quieres Son Ma donnas Yo te las presento, soy cinturita Trátalas bien son mujeres CLARIMONDA.MX | 15


Trayectos Alejandra Villegas

Te estaba esperando en el kilómetro 129 en la autopista de las afueras de Saltillo, la que va hacia el sur, y cuando llegaste me alegré de no tener que besar a otro de los conductores de los tráileres que reparten a tiendas pequeñas, pues me pagan apenas con unos kilómetros al sur y yo lo que quiero es estar pronto de vuelta allá. Como te dije el sábado por la mañana, sólo vine a buscar dinero. Odio este trabajo, en estas condiciones, el escote me jode la piel y el sol me arruga la cara, me la tizna. Escuché de muchas voces que aquí yo iba a ganar el doble de lo que pagan en una jornada laboral cavilada dentro de las leyes y no fue así. Me propinaron dos cachetadas y otras veces me encontré sin dinero y sin zapatos. Hasta pareciera que a ellos les gustan llenas de grasa y senos abultados, son las que más veo por acá. A mí me dicen flaca, sin carne, o huesito, y de veras pensaría una que por tener este rostro y estos ojos podría sacar más provecho, pero no es así. Me gritan desde sus autos, desde sus camionetas, desde sus camiones que me regrese al bar de donde salí porque soy hermosa y no quieren pagar por eso. La verdad yo no los entiendo. Pero te digo, ya estás aquí y ya hasta dejó de punzarme el talón y las tetas se me enaltecieron. Déjame en Matehuala nada más y te puedo dar el triple de lo que te di la última vez. Sólo déjame conservar esta sonrisa y no me rompas los dedos de la mano derecha, son los buenos y no sabría cómo aprender a escribir con la mano izquierda. Si me dejas en el potosino te puedo decir te quiero, porque eso me han contado por ahí, nosotras no queremos decirlo o reservamos esas palabras porque la clientela no es para enamorarse. A ti ni te ha de importar, cuanto llevas manejando, dos días sin cerrar los ojos ¿no? Yo ayer me quedé dormida en uno de esos paraderos que llevaba por nombre “Café Juliana”. Había unas regaderas con un piso medio decente y sin muchas cucarachas, me bañé rapidito antes que vinieran a espiar. La señora me vio y me dio algo de comer a cambio de llevarme a su esposo y callarlo por un rato mientras ella se quedaba con Agustino, así me dijo que se llamaba el que llevaba la carga de leche a Monclova. Nos fuimos detrás de unas

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casas donde venden piel de víbora y al pobre señor como que le salía un resoplido fuerte del pecho, me asusté al principio porque pensé tenia asma o algo parecido, sin embargo, ya cuando estaba viendo al cielo con románticos ojos, porque las estrellas iluminaban todos los alrededores y el dio un resoplido medio de perro muerto, me percaté de que estaba gimiendo. Y una qué hace, yo también gritaba para no avergonzarle con su chamba del placer. ¿Por qué no te detienes aquí para comer algo? Esas ojeras no te dejaran andar un poco más. No te he preguntado, ¿por qué quieres ir al sur? Allá no hay nada, hombres también, quizá, pero no andamos en tacones a la orilla de la carretera y menos con un sol quemante. El sur no te dará lo que quieres porque lo que buscas no es una mujer, sino a la mujer. Allá no está la mujer, unas cuantas gordas más escondidas, pero están. También se sentarán a hablar de precios contigo, no en una caseta de cobro sino en una ventana de mensajería rápida en línea, por eso vas al café. En la misma colonia, en el 305, ahí en el centro hay un muchacho amable atendiendo otro café internet, él te da información. Aunque no hay nada, unas cuantas jovencitas buscando pagar la universidad, con descripciones nada acertadas de lo que te pueden llegar a hacer. Una imagen y su respectiva descripción “cachorrita perversa…”. Perras perversas aquí hay más de una y el hambre las hace salir de kilómetros adentro porque no hay bondad en la tierra y las cosechas se pudren en sequías. La autopista te da más que un viaje, la dulzura de una verga y el pago extra para llevarle leche a los que tienes en casa. Yo por eso quiero ir al sur, no trabajaré y pondré mi anuncio al lado del de la Candy, mejor que la limosna, mejor que el diezmo… en las piernas de alguno de los que van a galerías a buscar a una esposa “como si el sexo fuese una dulce chapa que te da más dinero por menos trayecto”. Los dedos de la mano derecha no los maltrates y esa parte de ahí donde encaja el tacón quítala y bájame en el siguiente kilómetro, a lo mejor en unos años podré tener las formas adecuadas para decirles a otros por qué alguna vez quise ir al sur.


“¿Porque le tomas fotos a los indigentes?”. Me caga esa pregunta que muy a menudo me hacen, la mayoría de las veces no contesto y solo me río. No hay una respuesta definitiva, podre decir que es una manera de marcar el contraste de la ciudad en la que vivimos y darle propósito a la gente que ignoramos día con día, que viven en la calle y que pretendo darles una voz con la imagen. Pero no. Cuando voy caminando me la paso observando a la gente, sus rutinas, sus prisas, sus angustias que van hablando en voz alta sin darse cuenta, su coraje que demuestran al empujara alguien y demás. En ese andar me he dado cuenta que la gente mas tranquila que he visto son aquellos que llamamos "indigentes", ellos no tienen esas prisas ni esos quehaceres laborales que los tienen envueltos en un coraje innecesario. Ellos son, como yo veo y siento, los últimos humanos reales. La soledad es algo terrible que a nadie le gusta enfrentar y no sabe superar. Si a alguien hoy en día lo desconectas de las redes sociales, le quitas su computadora y el acceso a la televisión, o cualquier medio de entretenimiento, y encima de eso nadie le habla a pesar de caminar junto a centenares de personas diario, probablemente caiga en una depresión absoluta e intente quitarse la vida. Si, así de inútil y dependiente se a vuelto la sociedad. Ahora, cuando veo a los indigentes caminando siendo ignorados y la gente apartándose de ellos me causa una fascinación seguirlos y ver sus rutinas. Me he topado con un sin fin de gente cariñosa, apasionante, realmente hermosa al igual con sus contra partes, que por lo regular tiene que ver con algún vicio y aun así he tenido la oportunidad de convivir con ellos de una manera respetuosa. Juzgar a la gente solo por como vive es algo muy absurdo en verdad. El humanismo que demuestra la gente que vulgarmente se dice que esta en situación de calle, es uno que jamás podremos manifestar aquellos que vivimos en nuestra comodidad. Esa que en muchas ocasiones termina en una serie de incoherencias que su podemos titular como vulgar; gente que ni siquiera puede caminar 15 metros de distancia por flojera. Gente que no puede entablar una conversación por 10 minutos sin revisar su móvil. Gente que tira la comida a la basura porque no la prepararon a su "gusto". Por eso me caga que me pregunten: “¿Porque le tomas fotos a los indigentes?”. Porque soy un pseudo fotógrafo cliché amateur que no sabe tomar fotos y busca lo mas fácil para experimentar e imitar lo que todos hacen. Para poder subirlo a mis redes sociales y le den like. No soy defensor de nadie ni nada. Soy un hombre que vive cómodo y me la paso conectado todo el día. No pongo ejemplos y tampoco los sigo. Todo es porque es y ya. ****************** Joebeth Terriquez es originario de Tijuana, Baja California y tiene 32 años (aunque le han dicho que puede pasar como un vato de 22, si apagas la luz y no usas lentes). Su alter ego es Joe Black. Estudió la carrera en Medios Audiovisuales con especialización en Realización de Cine Digital, equivalente a un doctorado en Hípster. Trabaja como reportero gráfico, camarógrafo, productor y fotógrafo. Un tiempo estuvo como “Susana” en una esquina que no quiere mencionar, aunque alega que no es puto, ni le gusta el América ni las Chivas. Se considera nihilista y considera que Proust fue el pedo y Coelho es un vividor.





Teach me Constanza Rojas Caballero

Son las diez y no llega. —Oiga, y usted, ¿a dónde sale los sábados? —Pues un rato al "Mambos", al dos por uno. —Yo también voy. —¿Te dejan entrar sin pedirte la credencial de elector? No va a venir, qué mala suerte. Ahí va la Mary. Está re buena. Nunca me hace caso, se cree mucho; pero no importa, de todas formas está re buena. Ya llegó. ¡Se ve tan buena! Es que está re buena, aunque se pinte el pelo de güera. —Hola, Jaime. ¡Qué milagro! —¿Cómo está? ¿Ya ve? Le dije que yo venía muy seguido. —Sí, ya veo que pudiste entrar. ¿Vienes solo? —No, va a venir un compita mío, pero no ha llegado. —Pues mientras que viene ven, quédate conmigo. Estoy esperando a una amiga. Qué bien, me invitó a estar con ella. Ésta es mi noche de suerte. —Tenga una cerveza. Es que es el dos por uno y a mí se me va a enfriar. —Gracias. Me gusta cómo se mueve, baila muy bien, me encanta verla vestida de rojo, y hoy viene de rojo: pantalón rojo y blusa roja, labios rojos. ¿De dónde está rucona? A mí así me gusta. Chale, ya se va acabar su chela, tengo que apurarme para traerle la otra. —Una para usted y otra para mí —No me hables de usted, me hace sentir vieja y no lo estoy, tengo veintinueve. Tiene más años mi carnal. Me lleva diez años y me dio clases. No, lo que pasa es que entró de seguro muy morrita a dar clases. —Pues se ve más joven; digo, te ves. —Sí, ¿verdad? Todo mundo me lo dice. Y yo les dijo: en el mar una no se hace vieja. Ya sé está acabando la chela y yo no voy ni a mitad y no sé cuánta lana me queda, sí que toma rápido. —¿Otra, maestra? —No me llames maestra, dime Karina. —Órale. —¿No tienes novia? —No, no tengo.

—¿Y eso? —Pues no se ha dado. —Pero si eres muy guapo. Ya me tocó las orejas con la puntita de sus uñas largas y tan rojas, uf. —¿Otra "Pacífico"? —Sí, claro, con este calor. ¿Por qué no vamos a dar una vuelta en mi coche para que nos pegue la brisa? —Bueno. Esta noche es mi noche. Pero, ¿qué le digo? ¿Que están bonitos sus ojos o que me gustó todo el semestre y me la jalo diario pensando en ella? —¿Qué 'música te gusta? —El rock, me gusta el rock. —¿Cómo qué? —Me gusta Maná. —No traigo a Maná. Pero traigo el nuevo de Arjona ¿Te gusta? —Sí, me gusta. Ya estacionó el coche. ¿Qué voy a hacer? ¿Qué le voy a decir? —Qué bonitos labios tienes. ¿Qué hago? Me está tocando los labios con la orillita de su uña. Mmm, qué rico besa. —¿Nunca te han besado? —No. —Mira, fíjate bien cómo se hace. Tienes que cerrar los ojos, mover la trompa y sacar y meter la lengua, dando círculos. —¿Así? —No, así no. Fíjate bien cómo lo hago yo sin besarte. Qué bien se ve, cerrando los ojos y sacando la lengua y moviendo hacia adentro y afuera. —Vamos a ver si ya aprendiste. Creo que lo estoy haciendo bien, tengo que mover la lengua y sacarla. Está poniendo su mano ahí, se siente muy bien, lo está recorriendo, me está desabrochando, yo no sé qué hacer, no aguanto, no, no aguanto, tengo que aguantar. —Pásame los kleenex para que te limpies. —Dame uno para limpiarme la mano y poder manejar. —Lo siento. —Creo que voy a renunciar. CLARIMONDA.MX | 21


Mediocliente Juan Pablo Goñi Capurro

¿Cómo no iba a aparecer Mediocliente si la noche era una mierda? Llovía, como si el frío no bastara. El hijo de puta tenía un imán para las horas muertas. Hubiera pensado que vivía en alguno de los edificios del otro lado del parque y nos espiaba para escoger el momento adecuado para venir con sus propuestas mezquinas, de no ser por la vez que se le cayó el pasaje del colectivo de un bolsillo. Ni siquiera en taxi gastaba. Las chicas –ellas lo bautizaron Mediocliente– se reían cuando lo veían aparecer, porque venía conmigo, con nadie más. Fiel era, eso sí. De todos los babosos de la zona roja justo vine a tenerlo a él como fan. Esa noche no hubo risas ni burlas; éramos sólo tres las valientes –o desesperadas– que afrontábamos el clima, y las otras dos estaban apretadas bajo el toldo del quiosco. No lo vieron venir. Supersticiosas, temían que les cayera un rayo si se quedaban como yo, al lado de la vereda, bajo la copa del jacarandá. Supersticiosas y estúpidas, ¿cómo les iba a caer un rayo sino había tormenta eléctrica? Allá ellas, que tenían que correr cuando venía un coche y chamuyar bajo el chaparrón; yo no me movía de mi lugar, las ramas del jacarandá invadían la calle. Igual, poco corrieron esa noche. Ni ganas de pasear tenían los hombres con semejante aguacero. Lo vi acercarse con la cabeza agachada y las manos hundidas en los bolsillos de su campera impermeable. Avanzaba por tramos. Se guarecía bajo un alero, un techo de garaje o un árbol; se detenía para recobrar el aire, observaba su nuevo punto de detención y corría hacia él, para renovar la operación. Como cada vez que lo detectaba, repetí que esa vez no aceptaría sus humillantes rebajas. También maldije haberme lavado tan bien el culo para un tío que se merecía sacarlo lleno de mierda; nunca me engañé, sabía que accedería, que acabaría tomando los pesos que ofreciera. Peor era volver con la cartera vacía, con la piel de gallina y chorreando agua. Hasta me vendría bien para calentarme, me dije dándome ánimos, cuando estaba ya en la esquina, dispuesto a cruzar cuando cambiara el semáforo. Las tres taconeábamos tanto que parecíamos estar dando clases de tap. Dejé la

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protección de las ramas y me metí en la calzada, buscando un par de luces que me dieran una excusa para cuanto menos subirle un poco el precio. Las únicas luces eran las del alumbrado, que confirmaban que el agua que caía era mucha. Me tocó el culo antes de decirme hola. Le sonreí, le di las tarifas, sintiéndome la peor de las boludas cuando arreglaríamos por menos de la mitad. Tenía aliento a alcohol barato, como cada vez que me visitaba. Nunca supe si necesitaba unos tragos para enfrentarme o para superar la vergüenza de ofrecer migajas, aprovechándose de mis malos ratos. Traté de no pensar en lo que me costaría el taxi de vuelta a la pensión; creo que algo le dije, porque una de sus primeras frases fue: “al menos no vas a trabajar a pérdida esta noche”. Hijo de puta, sabía que no ganaba un peso con lo que me daba y sin embargo no aumentaba la oferta. Más idiota me sentí cuando repetimos el diálogo de tantos levantes, como actores diciendo su parte al alzarse el telón. Ridículo, los dos conocíamos el final. Lo disfrutaba, supongo; era el cliente, tenía el poder, podía habernos ahorrado todo ese rato al frío diciendo: “no te voy a dar más, ya lo sabés, no perdamos tiempo”. Quizá creía que me estaba conquistando, vaya a saber cómo funcionaba su psiquis. En cuanto a mí, no sé tampoco por qué no le decía que sí de entrada, conociendo el paño. Ese diálogo duró lo suficiente para que mis colegas dieran unos pasos y lo vieran; se burlaron a gritos, las travestis no somos muy sutiles. No lo precisamos, ¿qué vamos a mentir? Eché un último vistazo a la calle solitaria y lo tomé del brazo, llevándolo hacia la pensión del peruano donde el cuarto valía la mitad que en el motel de Senzo. Ni loca hubiera llevado a un cliente que valiera la pena a ese tugurio de sábanas duras de mugre y cucarachas valientes. A él no le importaba, le bastaba con montarme y dar unas pocas sacudidas hasta acabar. Ya saltaba en la vereda, dando pasitos alegres como un nene, o un cachorro. Quizá veinte como él, esperando en fila en el pasillo, me harían rendir la noche. Boludeces aparte, cuando el peruano, sonriendo con su boca de tres dientes, manoteó los cien pesos por los quince minutos de


techo, pensé que el miserable merecía una lección. Lamenté que mi anatomía me impidiera decirle que estaba indispuesta, la primera estupidez que se me ocurrió. Me hizo subir a los saltos a mí también, todo el rato metiéndome la mano entre las nalgas. Se me ocurrió decirle que esa noche sólo podía dar, y dejarle ese culo peludo hecho un túnel subfluvial. Lo descarté, mientras maniobraba con la llave sobre la cerradura fallada. No merecía un esfuerzo de mi parte. Así que lo hicimos como siempre y me guardé la lección para otra oportunidad, para ese algún día que nunca llega. Me corrí la bombacha, él se desnudó, hizo que lo mire y me montó. Gritaba como un poseso, ni que fuera un potro salvaje. Me tapé la nariz con la almohada raída –preferible al aroma a meo concentrado que emergía del baño--– y lo soporté sin hacer un movimiento. Aproveché el baño para hacer mi

propio pis, añadiendo mi contribución a esa escultura maciza en que se convertía el orín acumulado por años. Al volver, ya había dejado la habitación, todo rápido hacía el señor. Las dos de la mañana, no tenía sentido volver a la lluvia. Saqué pantalones y suéter de la cartera y me vestí, con idea de pedirle al peruano que me llamara un taxi. No lo hice, es obvio para cualquiera que haya visto la patética figura de mi cliente atravesada en la puerta, su cabeza aplastada por la vetusta marquesina del peruano. Los policías me tuvieron hasta el mediodía; me fui puteando, con los gemelos doliendo como garrones, convencida de una cosa: odiaría a Mediocliente por el resto de mi vida. Sin embargo, en noches como la de hoy, que somos veinte para pelear por cada auto que se detiene al ritmo de tres a la hora, confieso que lo extraño. Un poco. Menos de la mitad de lo que extrañaría a un cliente completo.

Foto: Luis Fernando Alcántar Romero CLARIMONDA.MX | 23


De cuando Dios nos tiró una esquina Paco Robledo

Estamos con caguamas en la cochera de mi casa. Nunca falta el que pasa y se peina dónde podemos seguir el coto. Terminamos de trágalas y hasta donde la fiesta es, nos vamos caminando. Arrumbamos las patinetas en el jonke parqueado afuera del cantón, contamos el tesoro; cien pesos entre cinco. ¡Fuga! lo suficiente para la noche. Desde que tengo quince años he sido de constante debraye y borrachera con los skaters del barrio. La música que escuchamos sale de los videos que miramos antes de salir a patinar ¿por qué? Nos prende la loquera de los putos del Beaker 3, los amos del Piss Drunx. Los tenis, rotos de patinar, greñudos, aterrados y pedos de alcohol con tapa azul, para las heridas internas. Así nos conoce la banda. Llegamos a la fiesta desconocida. Dimos el roll para ver a quién nos topamos y con madre, anda el Pino con el Jackass y Panchito; los bakers. La chocamos pero antes nos damos un buche de guama. Sacaron el tonaya y fue cuando el Chino ya estaba tirado, junto a un lavabo, parecía acababan de apuñalarle. El pelucas se desafanó, todo por su pelo de Pocahontas. A las nenas les gusta eso de que lleve la gresca hasta las nalgas. La fiesta sigue: bullicio ensordecedor, humo de mota, chakas fumando piedra en el baño, los grafiteros con el espuk y los fresas cerca de la puerta, como si eso les fuera a salvar de la catástrofe que puede ocurrir en cualquier momento. Acá en el rancho siempre te topas a las diferentes tribus en el mitote. Andábamos bien prendidos, con una hora en la madrugada extraviada en el cielo y nuestro baile a paso de ruido haciendo que en vez de hablar, gritemos. Unos tipos entran corriendo, dando aviso de que algo ocurre afuera. Cierran el portón de la cochera, a penas cerrado y el seguro puesto, se escuchó por fuera el pataleo en la lámina. La banda se inquietó y valió madres. Nos subimos a la barda, del otro lado varias patrullas llenando la cuadra con la luz de sus torretas. Varios antimotines encapuchados y uno con cámara de video, grabando. Le grité al filme ¡Cerdos! Un puto me apuntó con un arma y me dejé caer. “Ya valió verga”, dije y todos escucharon.

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Nos fuimos al patio, brincamos la barda. Nos acercamos a la esquina, ya habían reventado el lugar. Nos fuimos en sentido contrario de ellos, no tardó en aparecer una luz blanca a nuestras espaldas, como abducción. Corrimos. Nos siguieron. Terminamos la colonia, zapateando el suelo con violencia. Entramos a unos campos de futbol arenoso. Metieron las camionetas al campo. Llegamos frente al tren, que empezaba a moverse. Nos trepamos y saltamos al otro lado. Se escuchó el relinche de los frenos de las patrullas. Las ruedas machacando las vías, la máquina bufa, la bestia corre. En el camino nos levanta un loco que dice nos vio en la fiesta. Todos, sardina en el auto, carcajeábamos rememorando lo sucedido. El chofer dice que se limitó a esconderse en un closet, se llevaron a todos, menos a las mujeres y a él. “¿A dónde vamos? dicen los cuerpos amorfos de apretados. “A la sopa”. Nunca había estado ahí. Llegamos a una zona empedrada a las afueras de la ciudad. Parecía una colonia de esas de ricos, con una barda de unos tres metros que le rodeaba, pero al contrario de allá, acá tiene un mural en toda la extensión donde alcances a verle, con grafitis bien culeros, peor que el Pollock. Antes de entrar, unos polis nos basculearon. Todos enseñaron su credencial, yo di veinte pesos. En efecto, adentro se parecía a lo colonia Chichimeca, nada pavimentado, con las putas en las aceras y los borrachos tambaleándose por donde veas. Nos metimos a la Pachanguita. Todo oscuro, solo las cosas blancas florecían con la luz neón. Nos sentamos a la orilla de la pista. El aroma del lugar; cigarro y sudor. Las gordas son comunes con sus tangas ocultas en el lonjerío, con los pechos recargados en la panza y aun así existan. Eso y saber a quién te puedes encontrar en el tugurio; una vecina; un vecino, o a cualquiera de la familia. A penas y cada uno nos compramos una cerveza. Una voz provenía de ningún lado y se escuchaba en todo el antro. Para pronto estábamos viendo un duelo de putas en la pista. Se daban la reta en el tubo, dejándole una cascada de sudor. Los tipos cual zombis a la orilla estiraban la mano y gritaban serrucho, mientras hacían la


forma de este para tocarles la entrepierna. Un cholo, constante, le sobaba las nalgas a la menos gorda y esta, ya bien encabronada, le arrebató la cerveza para enseguida vaciarla en su cabeza con todo y espuma. El gañan se río muy divertido. La mujer terminó estrellándole el envase en los pies. El loco río más. La voz omnipresente de Dios invitó a pasar a un par de varones a que bailaran. El cholo ni se secó la cerveza y ya estaba arriba, esperando al contrincante mientras se sostenía de un tubo y giraba en él con picaresca. Por allá se ve a un bato abrazando a la morra que fue sobada. El malandro la hace a un lado y sube a la pista. Mira retador. La vos de Dios deja soltar la pista, la Cumbia de satanás, rebajada. La banda se prende y en la pista los locos empiezan a danzar uno contra otro; gallos de pelea que se tiraban picotazos con la mirada. La onda se puso candente cuando el chorreado de cheve se desnudó. Así, con la pilinga de fuera seguía en el dance. El otro loco no se quedó atrás y también de desprendó. Seguían en la jerga del baile cuando de pronto ya estaban trenzados, dándose en toda la madre. A partir de ahí empezó la voladera de botellas. A mi carnal el Jackass le dieron en su madre. Vi con claridad como una botella estalló en su melena. No hice más que agacharme e ir tras una bocina, donde yacían dos

putas arrinconadas. Me hice espacio. La música hora eran botellas reventándose. Parecía que llovía con granizo. Todo se tranquilizó cuando la policía estaba sacando a todos. Me fui con la pandilla y se nos dejaron ir los cuicos. Una hija de putas gritó, “¡llévense a los emos, llévenselos!” sentí ganas de rebanarle los labios a esa culera con el vidrio que pisaba en ese momento. Ya íbamos para fuera, amagados por los puercos cuando un tipo de playera hawaiana apareció frente a nosotros. “No se lleven a los rockeros, esos locos no tuvieron nada que ver con el pedo”. “¿Quién eres?”. “Soy el dueño y voceador”. Entonces supe que Dios se presentaba para defendernos. Se parece tanto al Dr. Gonzo y dije a mis adentros musgosos “Dios”. Nos miró y dijo “Pásenla bien chavos, no hay pedo”. Agradecimos y nos fuimos a sentar. Fue cuando la felicidad se convirtió en el doble de porción al descubrir que debajo de la pista, metidas, había cubetas con cerveza. La neta, las levantamos sin pena y cada uno ahora en vez de tener un cheve, teníamos 5 cubetas al menos con la mitad de cheves. Miré hacía la parte de donde salió Dios y este feliz nos miraba. Me levantó el pulgar y despareció detrás de un cortinaje. Al instante apareció su voz en toda la Pachanguita. “María, a la pista”. Volví a mis adentros con un amén prolongado como el trago que me daba. CLARIMONDA.MX | 25


Cocodrilos de la noche Iván Landázuri

“…Fue hallado el cuerpo sin vida de una mujer de aproximadamente 20 años, presenta los mismos signos de tortura que las anteriores en esta ola de asesinatos en la ciudad. Fuentes extraoficiales informan que podría tratarse de la quinta víctima en siete meses del asesino bautizado como el “Cocodrilo” por la manera en que deja rastros de mordedura en el cuerpo de las mujeres. Se presume que al igual que las víctimas anteriores, la mujer aun no identificada se dedicaba a la prostitución…” ¡Está cabrón así! Deberíamos subirle a la cuota, dice Astrid con su acento norteado, doblando el recorte del periódico que posteriormente guarda en su bolsa apenas más grande que su falda, de donde se desprenden dos gruesas y blancas piernas ensalzadas por zapatillas desgastadas, pero pulidas claramente con esmero y profesionalidad. Las demás reímos nerviosamente, ninguna conocía a esas cinco chicas, pero la muerte no nos resulta ajena. Ya sea por alguna enfermedad que erosiona silenciosamente o en los puños del padrote que siempre puede hallar un remplazo más joven y dócil. ¡Ese hijo de puta, nos ve como carne de cañón! Exclama Astrid con energía ¡Todos los hombres lo hacen! No reconocen que somos indispensables para sostener matrimonios, la economía, y hasta el país! ¿Qué sería de México sin putas? No querida, ¡somos heroínas ignoradas por la historia! Estamos a punto de levantarla en hombros y caminar por las calles gritando consignas cuando un auto alenta su marcha hasta quedar inmóvil frente a Patty, quien se acerca a la ventanilla y tras unos minutos consigue un acuerdo. Le es fácil, sus rasgos que recuerdan a las de las mujeres orientales resultan un buen incentivo. La promesa de un placer oriental. Se sube al auto y se pierden al doblar la esquina. Fernanda es la encargada de anotar la placa y señas del auto a discreción. Es una noche templada, rutinaria. Los ruidos de de los perros a la distancia, el bullicio de adolecentes ebrios que no bajan de los coches, las sirenas de cuando en

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cuando y el golpeteo de las zapatillas en espera del siguiente tipo para cumplir la cuota. Un auto plateado se detiene cerca de mí. Es mi color favorito. Me gusta pensar que tengo algo en común con el sujeto que en unos minutos me penetrara sin saber mi nombre. Me pregunta “cuánto”. Voltea a ver a la demás preguntándose si por ese precio podría estar con alguien “mejor”. –No te arrepentirás, te voy a consentir– le digo, él sonríe; me mira de nuevo con interés, me inclino casi restregando mis senos en el vidrio de la ventanilla. Huele a tabaco y alcohol. El interior se ve moderadamente limpio. Él sonríe y me pregunta ¿Y ahora qué? Le digo que el hotel está a tres calles, pero él me dice que desea pasar la noche entera conmigo en su casa. –A domicilio no voy papi–, él insiste cortésmente. –Te va a costar caro–. Dice no tener inconveniente. Voy muy atrás y acepto. Volteo a ver a Fernanda, me mueve la cabeza en señal que ha cumplido su tarea. Me ofrece un cigarrillo. Declino su ofrecimiento, le explico que llevo mes y medio sin fumar. Se disculpa y arroja el suyo por la ventanilla. Me parece un gesto lindo. Me pregunta mi nombre mientras esperamos que el semáforo de la avenida indique el siga. –Rubí–. Se ríe. –¿Qué?–, pregunto irritada. Tu verdadero nombre, me dice con una sonrisa. No le respondo, en su lugar cambio la estación de la radio hasta hallar una cumbia. Me pregunta si me gusta bailar. –Todas las putas son bailarinas frustradas–. Se ríe, su risa me recuerda a la de un tío que murió atropellado. Resulta un trayecto de quince minutos. Es un fraccionamiento residencial. Irrumpimos en la quietud de la zona. Las casas en estructura igual, se diferencian por pequeños rasgos. La de él tiene cortinas naranjas que no combinan con el exterior opaco de la fachada. – Me gustaría vivir en un lugar así–. Porqué no te mudas, responde juguetón. –Tal vez lo haga, así presumirías que te cogiste a la vecina más buena–. Sería muy popular por aquí, responde colgando su abrigo en el respaldo de una silla. Su hogar es muy pulcro. Infiero que una mujer arregla el sitio. Esa idea me pone nerviosa.


Me ofrece algo de beber. No acepto. –Me debo ir a las cinco–. Son las dos y media. Me toma de la mano y me lleva un piso arriba hasta la habitación donde están las cortinas naranjas. Algo en el cambia. Se sienta sobre la cama y se disculpa. La experiencia me advierte que algo puede ocurrir. Me viene a la mente la nota. Pero él solo se queda ahí. Guardo la distancia. Él no me mira, fija su atención en algún punto neutro de la habitación. Hace siete meses tuve un accidente que me cambio la vida, dice como susurrando un secreto. Me coloco en un punto donde pueda salir rápidamente por la puerta. Mi mente me hace buscar objetos que pueda utilizar en caso de un exabrupto. Hay una lámpara de lava en un buró. Jamás he roto una de ellas en la cabeza de un tipo. Entonces en ese momento de mis cavilaciones él se levanta parte del pantalón y deja al descubierto una prótesis. No he estado con nadie desde entonces, me dice y el alma me

regresa al cuerpo. Le acaricio la nuca. Lo desvisto dulcemente, tiembla ligeramente cuando le retiro el pantalón. –Me llamo Guadalupe–, le digo acariciando su pierna falsa. Vuelve a sonreír, y yo sonrió con él. Le pago al taxista, me desea un buen día y me mira las piernas por última vez antes de bajar. No me molesta, estoy de buen humor. Atravieso la calle. Doña Lupe está afuera junto con sus hijos. Es señal que algo no anda bien. Me empujan a dentro de forma brusca pero se quedan afuera de la casa. Me tranquiliza saber que no es a mí a quien esperan. Adentro todas están calladas y serias. Quizá las reprendieron por la baja cuota, me digo. Se escuchan azotes y un llanto ahogado, en una de las habitaciones al fondo. Observo a Bere sentada en los brazos del sillón, tiene corrido el maquillaje. Antes de preguntarle ella me responde: Es a Fernanda, Patty no regresó.

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Mi puta Ariel A. Berretta

¿Quién piensa bien de las putas? Nadie. Porque no existe persona alguna que realmente se adentre en la vida de alguna de ellas, para darse cuenta de que tienen alma, sangre, corazón. Siempre las vi cuál mercancía, algo que compras y pagas para divertirte, para sentirte hombre, para evitar la vergonzosa puñeta a escondidas. Al final es lo mismo, te sientes igual de relajado con una manualidad, que con una rendija sucia pagada. Después la vida te muestra cosas, el mundo te presenta personas diferentes. Una te pregunta por ahí, ¿qué diferencia hay entre una mujer puta y el hombre que la monta? ¿Qué en realidad no disfrutan lo mismo? ¿Por qué el hombre es más hombre por coger putas, y la mujer es más puta por dejarse coger por dinero? No entiendo a veces la vida, lo rápido que juzgamos, lo lento que investigamos. Un libro cae en mis manos, me interesa el tema, habla de los tratantes de blancas; esa gente maldita que no sabe que la esclavitud terminó hace años y rapta, engaña, engancha a muchachas, hasta muchachos a veces, para rentarlos como quién renta una máquina de venta de sodas; métale la moneda y disfrute. Lo terminé dos días después. Decidí darme una vuelta por la zona roja de mi ciudad, que obvio tiene, como todas. Un lugar alejado de la “gente bien”, que profesa buenas costumbres y se purifica el alma cada domingo en la iglesia, después de criticar la gorda, la de los zapatos de siempre, la que le pone el cuerno al marido y otras lindezas propias de una misa. Llegué de noche, como se debe llegar para pasar inadvertido. Me sorprendió ver salir del sitio al cura párroco, con sus dos manos metidas cruzadas, en las anchas mangas de su hábito. Lo miré al pasar a mi lado, sonrió. ---Ellas también necesitan ser escuchadas---susurró al paso. La mujer estaba parada fuera del lugar, unos diez metros a la derecha de la entrada. Sonrió al verme, solo su boca, los ojos permanecieron fríos, impersonales. Dejó el pie pegado a la pared, que mostraba un muslo ancho y blanco, debajo de una falda corta, oscura. ---¿Qué buscas hermoso, que yo no te pueda dar?

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Su seguridad me puso nervioso. Bajé la vista al suelo, para ver algunas docenas de colillas de cigarros baratos. Un olor rancio a orines de borracho, me inundó. No tenía más de veinticinco seguramente, aunque sus arrugas hablaban de más kilómetros recorridos. Sus pechos, tan besados, mordidos, babeados y maltratados, lucían tersos sobre un corpiño muy pequeño para ellos. No podía creer que así se viera una chica, que seguramente había sido montada una veintena de veces durante ese día. No tenía nada de diferente a cualquiera que encontrara en la plaza riendo con una mascota. Sentí la boca seca al contestar. ---No sé qué busco, ¿algo nuevo bajo el sol? Supo que había picado, dejó su pasividad y se acercó. Su cabello olía a humo, el perfume, barato por necesidad, se mezclaba con el sudor propio y ajeno, logrando algo parecido a un olor a combustible. No olía a alcohol ni a cigarro en su boca, eso no lo tolero. ---Bajo el sol no sé, bajo mis sábanas podrías dejarte sorprender. De alguna manera logró excitarme. A mis veinticinco apenas pasados, no acostumbro andar pagando, tengo un par de amigas que me ayudan a mantener mi macho satisfecho. Sin embargo su mente tenía una agilidad especial, me atrajo. La seguí, viendo su culo bien formado moverse con algo de exageración, “si no enseñas no vendes”, pensé. Cerró la puerta detrás de mí. La luz sobre el pequeño mueble a la izquierda de la cama, tenía alrededor del foco, una especie de hule o algo parecido, que daba un aire de penumbra al lugar. El colchón mostraba signos de batallas acumuladas, el olor era indefinido; semen, alcohol, perfume, orines, todo mezclado en el piso cuarteado de mosaicos café claro. Me senté en una silla que reclamó enojada mi peso. Remaba a diario, no tenía grasa pero cien kilos eran cien kilos. ---¿Te vas a sentar a charlar o qué pedo? ---¿Cuánto cobras? ---Doscientos dólares. Por adela papi. Saqué el dinero y estiré mi mano para pagar. Creo estaba acostumbrada a que se lo tiraran sobre la cama o hasta en el piso, porque se sorprendió y sonrió


ante el gesto. Lo guardó en un cajón de la vieja cómoda. Puso sus brazos en jarra, me miró. ---Me caes bien, pero no tengo tu tiempo. O coges o charlas, el reloj empezó a marcar. ---Soy periodista. Como picada por una víbora, se abrochó la blusa otra vez. ---¿Trabajas para la policía? ---No, independiente. Un periódico de poca importancia. He leído de la trata, no pienso en putas, sino en mujeres usadas, vendidas, prostituidas contra su voluntad. El suspiro absorbió todo el aire del pequeño cuarto. Se sentó en la cama y cruzó sus piernas. Me miró dos minutos. Luego se puso de pie y se paró ante mí. ---Tengo siete años aquí, llegué de veintitrés. Vine a bailar, terminé bailada. No tengo ahorros, tengo arrugas, me han roto el culo algunas veces, golpeado otras. Es mi infierno, pero una se acostumbra a todo con tal de sobrevivir; siempre está la esperanza, siempre. Aunque sabemos que después de los treinta cualquier día es bueno para morir, ya seré una vieja para

ellos. ---¿No hay salida? ---No, salvo quieras mandar tu familia al matadero. O ser burra para traficar droga. ---¿Te amenazan con eso? ---Amenazan… y cumplen. Siempre. Sus ojos brillaban. Sus pechos subían y bajaban. Mi boca estaba seca, la chica no olía tan mal ahora. Tomé sus manos sobre la cintura y me paré apoyándome en ellas. Mi rostro quedó a la altura del suyo, gracias a sus zapatos de tacón alto. No se movió. Le di un corto beso en los labios, no parpadeó siquiera. Mi sexo me robó sangre de la cabeza, sentí cómo el control de mis actos cambiaba de lugar. La puta tomó mi rostro en sus manos, me mordió el labio superior. Levanté su falda y acaricié sus nalgas, duras aún, blancas. Caminando a pasos cortos, sin soltarnos, caímos en la cama. Me desnudó sin dejar de mirarme, luego dejó caer su ropa en el piso; no me apuraba ya, no importaba el tiempo. Tal vez jamás alguien me había hecho sentir lo que ella me hizo sentir esa noche. Esa forma de disfrutar

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mi falo, cuando me dio vuelta y metió su lengua entre mis nalgas sentí morirme. Me cabalgó, me violó literalmente. No dejó que disfrutara su cuerpo con mi lengua. ---Tú no, otra vez, cuando esté limpia te dejaré. Y te sentiré. Solo a ti. Cuando salí del lugar, casi una hora después, mi mundo había cambiado. Las putas, todas, habían muerto esa noche. Hay mujeres y hombres, que son etiquetados bajos ciertas circunstancias sin ver antecedentes, preguntar razones o eliminar prejuicios. Esa noche, en la zona roja de mi ciudad maté todas las putas del mundo. Sufrí por esas chicas robadas, usadas, vejadas, matadas. Seguí yendo con ella, mi puta que se bañaba para mí. Era una noche fría, la recuerdo aún. El padre salía del cuarto de enfrente al de nosotros. Me miró abriendo mucho sus ojos. Carraspeó un poco y saludó. ---Hola, otra vez aquí, apoyando. ---Vi su apoyo. También vi como mendigaba el precio del apoyo. ---No me falte el respeto, soy hombre de Dios. ---Hombre de dios, si yo cuento a la ciudad como se le para la verga cuando le meten el dedo en el culo, seguramente va a necesitar algo más que mi respeto. ---¡Usted miente! No puede creer en lo que dicen las putas. Lo abracé por los hombros mientras se hacía un poco hacia atrás, asustado. ---Lo que dicen las putas, espera uno que casi siempre sea mentira; cosa que no se espera de un sacerdote. No se asuste, no lo contaré; por cierto, nadie me lo contó. A través de esa rendija, yo vi cómo la chica enterraba su dedo ensalivado para que se le pare su pequeña lagartija. ---¡Maldita sea, la denunciaré!

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---Padre, tranquilícese. ¿A quién? ¿A la policía que cuida que no se fuguen? ¿Al padrote que seguro la matará si hace usted un escándalo? ¿Al político que recibe sin ver? Entienda señor, sin personas como usted esto no existiría. ---¿Cómo yo? ¿Qué me dice de usted amigo? ---Tiene razón, cómo nosotros. Solo una condición le pondré para no regar sus vicios. No regatee el precio, que al cabo sale de las limosnas de las beatas señoras de ésta ciudad, mismas algunas, que participan libremente en fiestas swingers. Otra cosa, no me llame amigo; me gusta elegirlos a mí. Temblando, el cura se perdió en la noche. Mi puta me miraba sonriendo, acodada en el marco de la puerta. Me acerqué a ella, que puso sus brazos sobre mi cuello. Le mordí la oreja mientras le susurraba en su oído. ---¿Si hubiese una esperanza de huir con seguridad, lo harías? Me alejó sin soltarme, clavó sus ojos miel en los míos, mientras se cubrían de brillo húmedo. ---Solo si estás incluido en el paquete. Al otro día la noticia sorprendía a la ciudad. “Un periodista de un pequeño diario de barrio, había sido atropellado y muerto por un ebrio, que se dio a la fuga. Las autoridades investigaban” Nadie dijo nada del cuerpo de la joven que se encontró tirada; muerta seguramente por sobredosis de barbitúricos. La gente bien no da importancia a las putas, consideradas seres de segunda. Incluso algunas familias no las aceptan de regreso en casa, cuando logran soltarse de las garras de ese monstruo. El cura del pueblo sonreía, siempre se enteraba de todo, alguien bien informado era poderoso; la limosna por servicios especiales era buena. Al cabo… quién investigaba la vida de las putas.


Ilustraciรณn: Emilio Suรกrez Trejo


Las malas semillas Nazul Aramayo

Dios ha muerto, el punk no ¿Cómo narrar la historia del punk? Resultaría paradójico intentar ponerle un corsé a un movimiento que desafía los puntos de vista autoritarios. Por eso John Lydon (Londres, 1956), mejor conocido como Johnny Rotten, el explosivo vocalista y líder de los Sex Pistols, escribe contra la biografía del reconocido periodista Jon Savage. Rotten reaccionó con La ira es energía. Memorias sin censura y contó su historia sin concesiones, su infancia, adolescencia, su paso por uno de los grupos más influyentes de la música y la cultura pop pese a su corta trayectoria, su banda Public Image Ltd., sus proyectos de solista y sus incursiones en cine, televisión y teatro. La autobiografía funciona como una radiografía de la época: la del inicio del punk. Es decir, de una generación inglesa nacida en la posguerra: la vida en el barrio donde había fábricas abandonadas y edificios destruidos donde los niños jugaban, los problemas de la clase obrera, la pasión por el futbol, la rigidez de un sistema educativo alejado del pulso vital de los jóvenes. “Teníamos la clara sensación de que nos estaban desperdiciando, de que éramos una generación cuyo potencial se estaba echando a perder, se estaba ignorando. Y aguantarlo era duro y deprimente, pero también teníamos que todos estábamos en el mismo barco. Y lo malo es que parecía que no podíamos hacer nada. Ése es el carburante de lo que con el tiempo se convertiría en el movimiento punk”. Pero John Lydon no es un académico que pretenda desentrañar los orígenes sociológicos del punk. Cuenta su vida con humor y honestidad; desafía y provoca. En las memorias aparecen las personas que participaron en los Sex Pistols, PiL y otros proyectos. A todos les toca su dosis de veneno o de generosidad. Lydon no se anda con tibiezas. Afirma que trabajar con él significa problemas. Y, como en el barrio, hay que ser directos. De tal forma comenta su antipatía por The Clash a cuyo líder, Joe Strummer, no baja de burgués que tenía que ver las noticias para poder escribir canciones contra el sistema. Y “los Ramones, no podíamos creer lo viejos que eran y lo forrados que estaban. Podían permitirse cosas que nosotros deseábamos con toda el alma, pero ellos no tenían gusto y tenían una pinta horrible… no llegué a conocer a ningún estadounidense que no llegara con la cartera repleta”. Porque Lydon es barrio y no reniega de sus orígenes en Finsbury Park, una zona obrera donde, por la migración, se escuchaban diversos géneros musicales. Esta mezcla de sonidos o búsqueda incansable por llegar a los extremos musicales, la retomó con su banda PiL (cuenta Lydon que cuando los Sex Pistols se reunieron para una gira mundial, aunque los conciertos fueron de una energía increíble, se dio cuenta que ya no quería escribir canciones nuevas para los Pistols; eso ya se había agotado). Un episodio que marcó la vida del cantante fue la meningitis que lo dejó en coma durante meses en su niñez. Regresar al mundo le costó un trabajo inmenso, cuenta Lydon, fue como

volver a aprenderlo todo porque ni siquiera reconocía a sus hermanos y a sus padres. “Después de la meningitis, conseguí recuperar la memoria gracias a la ira”, escribe a propósito de los maltratos que sufría en la escuela católica. Otro momento entrañable de su juventud es la amistad que tiene con John Simon Ritchie a quien Lydon apodó como Sid Vicious. “Era un John más de la colección. Supongo que después de la guerra a la gente no se le ocurría otro nombre: ‘Llámalo John, seguro que se morirá’” cuenta Rotten tratando de explicar porqué Sid se cambiaba el nombre. De esta relación Lydon describe la desobediencia de ambos, el gusto por la moda (Lydon escribe de la necesidad de Sid por vestirse bien y parecerse a David Bowie), la extraña relación con la mamá (que le regalaba heroína a Sid en su cumpleaños) y la tormentosa y fatal relación con Nancy Spungen. Con la desintegración de los Sex Pistols y la formación de PiL, las compañías discográficas exigían a Lydon un Nevermind the bollocks 2 o al menos un sencillo que pegara. Pero siempre a contracorriente el cantante buscó un sonido ecléctico y sin estructuras ni ataduras. “El punk no acepta puntos de vista autoritarios”. Aunque tampoco el público comprendía la nueva propuesta de Lydon a quien tildaban de vendido al mercado porque además su ropa ya no era punk. A esto, él responde “Cualquier cosa que YO me ponga es punk”. A juicio de Johnny “en eso se estaba convirtiendo el punk; en la voz de la ignorancia. Su auténtico mensaje y contenido estaba siendo dinamitado y era una pena” ¿Qué es el punk? ¿Cómo atrapar la fuerza vital del punk en una estructura sociológica o antropológica sin opacar la verdadera naturaleza del movimiento? ¿Cómo escribir sobre punk sin sermonear? Aunque Lydon no lo plantea de esa manera, se nota el esfuerzo por mostrarse totalmente honesto, porque eso es punk, ¿no?, vivir sin traicionarse. Los Sex Pistols fueron los heraldos de la fatalidad de una época pero también ofrecían esperanza: “Si escribes una canción como ‘Anarchy’, tienes que entender que no es una canción para unos pocos elegidos, es para todo el mundo. Hay que ser magnánimo y compartir el mensaje” Lyndon, John. La ira es energía. Memorias sin censura. Malpaso. Barcelona, 2015.


Luz blanca / Ruido blanco Luis Fernando Alcántar Romero

Emily's D+ Evolution (2016) - Esperanza Spalding Este es un álbum en donde su autora, Esperanza Spalding (bajista y cantante de jazz), juega con las estructuras y los límites entre géneros, con elementos de funk y rock experimental que recuerdan a artistas como Janelle Monae y Prince, aderezado con pinceladas de riffs disonantes de guitarras ruidosas y la voz dislocada de Esperanza, que resulta en un sonido atrevido, con atmósfera teatral, con nervio para el ingenio y que tiene una frescura especial.

Early Hendrix (1983) Esto es una curiosidad para los fans y los que quieran asomarse al gérmen incendiario de la música de Jimi Hendrix. Aquí hay una buena muestra de sus primeras colaboraciones con The Isley Brothers y Curtis Knight. Las coordenadas sonoras aquí señalan una orientación entre el funk y el R&B instrumental, aunque ya está la chispa del sonido Hendrix. Lo cierto es que, la calidad no es la más óptima, pero es un álbum introductorio que da cuenta de la determinación y el genio de este gran guitarrista, influencia y maestro de muchas generaciones.

Fallen Angels (2016) - Bob Dylan Un ejercicio musical fino, auspiciado por el espíritu del viejo e inagotable Tin Pan Alley, y que incluye sus respectivos brochazos de jazz de altos vuelos. Un camino iniciado en su disco anterior Shadows in the Night (con su homenaje a Sinatra), en donde Bob vuelve a ponerse en la piel de un crooner, e interpreta en esta ocasión canciones conectadas con la obra de compositores como Cole Porter, George e Ira Gershwin o Irving Berlin. Muy disfrutable.

Sarah Vaughan with Clifford Brown (1955) Música vibrante y viva en este disco grandioso lleno de matices y melancolía, el cual es considerado uno de los mejores en la categoría de jazz vocal que se han grabado. Fue el producto de una colaboración especial entre dos pesos pesados de la música: Sarah Vaughan, una de las cantantes mejor dotadas vocalmente en la historia del jazz, y Clifford Brown, recordado como un trompetista muy expresivo en este género. En su grabación también intervinieron el pianista Jimmy Jones, Roy Haynes (batería), Paul Quinichette (saxofón tenor, discípulo avanzado de Lester Young) y Herbie Mann (flauta).


Borderland Manuel Noctis

Prima Crush y la música fronteriza en casete Prima Crush, es una productora independiente tijuanense que desde el 2011 produce casetes con los que se aventaron al rudo para posicionar la escena musical de la región Tijuana-San Diego, entre su catálogo ya cuentan con siete bandas que le andan pegando duro en los géneros del funk, el pop, el punk, la electrónica, el ruidosón y las ondas sonoras oscuras. Gabriel Duprat y David Bravo son los cabecillas de este proyecto. Ellos son músicos, aunque digan que no son profesionales, y tienen una banda que se llama Ibi Ego, un proyecto que cuando dio sus primeros pasos causó mucha sensación. Gabriel dice que no sabe exactamente qué fue lo que le inspiró exactamente para hacer este proyecto. Algo que influyó fue que tenían ya varios años tocando en Tijuana siendo parte de una escena fronteriza y se dio de manera muy natural con la idea de hacer una disquera para que, además de sacar su propio material, editara también a las bandas chingonas de sus amigos. Todo en un formato en casete. Lo que sí recuerda detalladamente Gabriel fue que esta onda se dio porque vieron que acá ya nadie compraba cedes o no era muy interesante adquirirlos. Además que vieron que el casete es muy económico y práctico, y que con eso podían hacer tirajes pequeños que fueran accesibles para la bandas. Sobre todo para las que no tienen el alcance para hacer viniles. Ellos saben que cuando empezaron el proyecto no estaban descubriendo el hilo negro. Pero no había esto similar en

Tijuana por esos tiempos, por lo que quisieron volver a lo físico como una sensación de añoranza y nostalgia por lo que provoca el material cuando lo tienes en las manos. David dice que es muy interesante ver ya todo cuando el producto queda terminado. El color y el diseño llaman mucho la atención y aparte de que puedes escucharlos si tienes casetera en tu cantón, también puedes descargar la música digitalmente. Ellos también manejan lo análogo y eso lo hace todavía más chingón al proyecto. En su catálogo cuentan con seis proyectos tijuanenses: Late Nite Howl, Dani Shivers, Dancing Strangers, María y José, Ibi Ego, Eric Curiel, y una de San Diego: Voice Actor. Todos proyectos que se vienen posicionando entre el público fronterizo y que han compartido algunos de los festivales de música más fancy de la región. La línea musical que manejan no es estricta en cuanto a géneros y eso lo hace aún más ecléctico al proyecto. Prima Crush maneja músicos de folk, ruidosón, punk y otros géneros. Eso se debe a que aunque al principio sí pensaban darle un solo sentido, la realidad es que la escena de Tijuana no se enclava en un sólo género. Es una escena de muchas cosas raras y a ellos les gusta eso. Así que se decidieron por una línea simplemente de proyectar a la región y que represente a Tijuana. Por el momento Prima Crush está trabajando en una producción más de una banda de San Diego que se está integrando con músicos de algunas bandas que ya produjeron. Dicen que se viene algo bien chingón que va a detonar la frontera. Lo tienen bien claro y pretenden hacer crecer la marca. Más allá de tener más casetes o más bandas lo que a David y Gabriel les interesa es impulsar el proyecto y que mucha gente los conozca. Que conecte el proyecto con el público y que una banda les lleve a conocer otra para seguir produciendo. Y eso es todavía más interesante y chingón. Las producciones en casete de Prima Crush se distribuyen principalmente a través de su sitio en Internet: www.primacrush.com, en Guadalajara y próximamente en la Ciudad de México. Además se pueden encontrar en los eventos que realizan o en los que participan las bandas que producen.


12 ANIVERSARIO DE CLARIMONDA

A la memoria de quien fuera nuestro gran amigo, el poeta Infrarrealista Ramón Méndez Estrada.



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