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No ser útil de nadie // José Luis Cisneros Arellano

Cuestiones invisibles

Todo cuando hacemos en la vida, según relatan aquellas personas que conocen el devenir del ser humano, es decir, la historia, nos permite albergar un conocimiento tan básico que solemos olvidar que lo poseemos al momento de tomar decisiones.

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Me refiero al tipo de conocimiento que hace posible pensar más allá de las evidencias que la vista, el oído, el tacto o el gusto proporcionan. Algunos casos pueden ilustrar el punto: al ver una pequeña planta cuyas hojas reconocemos como propias de algún árbol –por ejemplo un naranjo– nos hace pensar en las naranjas que algún día podría dar; o saber que hemos reconocido en alguna piedra encontrada en el campo la posibilidad de sentarnos sólo porque tiene forma de banquillo –aunque sin patas ni respaldo–; incluso cuando escuchamos el discurso de alguien y sospechamos en él una doble intención. En todas estas circunstancias un elemento en común está presente: el solo acto de “ver” o “escuchar” no proporciona toda la información necesaria para comprender el hecho o la realidad en la que estamos. Hace falta, siempre, pensar un poco más allá de lo evidente, de lo cotidiano. Cuando descubrimos figuras –podríamos decir geométricas– en diferentes cosas, imaginamos causas o efectos propios de algunos fenómenos y deducimos razones ocultas en situaciones aparentemente inexplicables. En otras palabras, todos los días pensamos, y ello implica ir más allá de lo que nuestros sentidos nos muestran.

Estará de acuerdo el lector en que interactuamos con cosas o situaciones que son posibles gracias a la presencia de aquello que no vemos a simple vista. Algunas preguntas pueden ayudar a enfocar este planteamiento que deseo acentuar. Quizá alguien se haya preguntado en alguna ocasión al menos una de las siguientes cuestiones: ¿Por qué un avión puede volar? ¿Por qué la luna muestra siempre la misma cara? ¿Cómo es que un puente puede soportar un tren que pasa sobre él? ¿Cómo es posible que un edificio pueda alcanzar más de 800 metros de altura? Varias respuestas a estas interrogantes pueden ser traducidas con sencillez, pero llevan consigo la carga teórica de muchos años de contemplación detallada sobre la naturaleza; asimismo, todas ellas involucran afirmaciones abstractas – aquellas que solo se pueden pensar pero no mostrar–, lo que sugiere que el ser humano es capaz de transformar su entorno a partir del acto de pensar. Desde cosas tan elementales como lo puede ser un hueso de fémur para golpear, hasta una nave espacial –imagen tan bien lograda en la película 2001: Odisea del espacio, de Stanley Kubrick–, el ser humano debe ser capaz de “ver” con su inteligencia o “escuchar” con su pensamiento si es que quiere obtener lo que ahora nos parece tan normal: vestido, muebles, transporte, medios de comunicación, entre otros muchos más.

Todo ello, sin embargo, representa solo una porción de la diversidad de “cosas” que nos rodean y conforman. Quizá al mismo tiempo, pero con un poco más de probabilidad, las formas de organizarnos y de convivencia aparecieron antes que los objetos hechos artificialmente. Costumbres, tradiciones, valores y formas de organización comunitaria son parte de nuestra forma de ver el mundo, de afrontarlo, de transformarlo. Suele suceder que los seres humanos nos apoyamos sobre pilares construidos por nuestra cultura, reafirmados por cada uno de nosotros en algunos momentos de reflexión. Toda la diversidad de mundos que cada uno de nosotros forja son compartidos día a día y hacen de la mente su hogar, y se afianzan a la creencia y a la esperanza con tanta firmeza que resulta casi imposible deshacerse de ellos. Al respecto, afirma Edgar Morin, pensador francés de la actualidad, que los seres humanos somos capaces de vivir, matar y dejarnos matar por una idea. ¿Por qué?

Todas las comodidades y las tecnologías que el ser humano ha logrado producir, se encuentran a su vez determinadas por ideas que se convirtieron en creencias. Un sillón deja de ser importante como medio para sentarse para pasar a ser una viva imagen del descanso, entendido como creencia que se ajusta cual tuerca y tornillo, dentro de una visión del mundo que aceptamos como única y verdadera. Transformadas –o transmitidas– como creencias, las ideas que se apoderan de la mente dejan de ser analizadas o confrontadas con los casos “extraños” o inexplicables de la realidad, y rápidamente propician el prejuicio y la catalogación apresurada. A veces se comportan como parásitos que se alimentan de nosotros… Todos los días nos enfrentamos a gente que vive conforme a creencias y no a ideas bien reflexionadas. ¿De qué sirve una idea si el hambre o el frío son padecimientos de primer orden? De mucho, pues son las ideas las que conducirán a cada uno a resolver el problema del hambre o del frío. En ese sentido, las ideas (y también las creencias) son más peligrosas que un arma, pues son ellas las que conducen a la persona a apretar el botón o el gatillo que detona el arma.

Diversidades

El problema anterior no acaba ahí, ya que una mirada rápida a la realidad que nos rodea deja en claro que no existe un solo y único mundo para todas las personas que existen; no se presenta un solo y único tipo de ser humano y por consiguiente, hay más de una manera de convivir o de afrontar los retos. La gran diversidad humana es uno de sus rasgos más evidentes y distintivos; por tal, motivo habrá muchos mundos, muchas creencias e ideas que formarán a su vez variados valores, costumbres, culturas. ¿Quiere eso decir que existen muchas cosas más allá de lo evidente? Sí. ¿Implica ello que las expresiones “cada cabeza es un mundo” y “el ser humano es la medida de todas las cosas”, nos arrojan a un panorama de relatividad en donde cualquier cosa es cierta o falsa? No. Pensar que existe una diversidad de cosas que pueden mostrarnos los sentidos (vista, oído, gusto) o bien los instrumentos científicos de medición, nos permiten aceptar dos cosas. Primero, que no hay un mundo de mundos, es decir, un mundo o recipiente que logre albergar a todos los demás mundos y, con ello, un único tipo de mundo verdadero, sino muchos mundos que interactúan entre sí haciendo posible la complejidad o múltiple organización que enriquece la realidad. Esto se manifiesta en expresiones distintas de belleza, de política, de valores, de costumbres, de religiones, de caminos posibles de recorrer. Segundo, que todo ese abanico es posible gracias a que en el fondo más profundo y fundador que existe, no hay límites preestablecidos.

Esto último da una idea de magnitudes enormes. Entender que la realidad nace sin forma establecida es quizá la mejor explicación posible que justifica la multiplicidad de la misma realidad. ¿Por qué existe una diversidad de cosas y no más bien un solo tipo de cosas? O con un poco más de cotidianidad podría uno preguntarse: ¿por qué existe una diversidad de sociedades, culturas y esquemas morales, y no más bien un solo tipo? En realidad, la mayoría de la gente no se pregunta esto de forma explícita, es decir, no lo hace cada día antes de tomar una decisión. Por sí solas, estas interrogantes parecen no responder satisfactoriamente a las necesidades cotidianas. Sin embargo, el hecho de que exista la posibilidad de muchos caminos en lugar de uno solo nos permite concebir la libertad, e incluso el pensamiento. En efecto, el ser humano no podría pensar si solo existiera una sola forma de mundo, de realidad, de hacer las tareas, de entender lo que nos rodea. Poder comparar, distinguir, elegir, eso es lo que nos otorga la realidad en su más profunda significación y naturaleza, es decir, en su esencia, en su ser.

Poder corregir el camino, poder ser algo o alguien en particular, poder alcanzar una meta, poder ser distinto a como se es hoy, son condiciones que no todo el tiempo valoramos y, por tanto, defendemos. Decía el filósofo y humanista Giovanni Pico della Mirandola, por allá en el siglo XVI, que el ser humano no tiene una forma definida que se le imponga desde su nacimiento y que ello le otorga libertad y, por ende, diversidad. He ahí un fundamento filosófico para los derechos humanos en cuanto defensa de la libertad, del respeto riguroso a la diversidad en todos sus ámbitos y, con ello, de políticas públicas dignas para el ser humano. Sin embargo, ¿en algún momento las sometemos al análisis lógico e histórico las ideas y costumbres que tanto defienden hoy las personas del poder económico y político?

Poder ser…

¿Cuántas veces al día actuamos y pensamos según nuestro propio criterio? Al parecer vivimos bajo esquemas y visiones del mundo que otras personas pensaron. Nos dejamos llevar por destinos trazados por otros y en ese sendero desempeñamos papeles escritos por alguien más. ¿Acaso nos hemos vuelto útiles para el sistema, las instituciones e intereses de gente en concreto que se han perdido en la historia? Ella, la historia, se ha encargado de señalar la existencia de ciclos, de circunstancias repetidas… y seguimos dejándonos llevar por ellas. Somos quizá tuercas en una gran maquinaria imperfecta, sujetos a cadenas invisibles hechas con los elementos de las ideas (pensadas por otros) y las creencias. No es de extrañar, por tanto, que todo el tiempo estemos soñando con mejores horizontes, luchando quizá inconscientemente por obtener poder. Un poder que nos libere de los criterios impuestos por otros. Pero lamentablemente hemos buscado únicamente poder, y en ello radica el problema. ¿Poder? En efecto, el poder no se puede entender sin un acompañante llamado “ser”. Los seres humanos buscamos constantemente “poder ser algo en particular”; el problema es que no sabemos con claridad “lo que somos” y “lo que podemos llegar a ser”.

Hoy, quienes han pensado en las metas a seguir amenazan con hacerlas invisibles a los ojos de la mayoría; si antes se distinguían con claridad algunas de ellas, como ser un religioso devoto, un militar efectivo, o un granjero productivo, ahora se rechazan los grandes discursos que explican el lugar del ser humano en el cosmos y se privilegian los destinos inciertos, las metas ambiguas, sin dejar de lado las fórmulas y estrategias pensadas por otros. ¿Por qué buscamos desesperadamente poder, así, sin el complemento “…ser”? Lo más cercano al poder puro es el dinero, la fama y la política, porque por sí solas suelen representar la posibilidad de “…ser algo en particular”. Pero he aquí que el dinero, la fama y la política en sí mismas, es decir, consideradas como metas, no representan ser algo en particular, sino el poder puro, como penumbra que pierde, luz absoluta que ciega, selva con muchos frutos pero sin camino posible. Y terminamos andando el camino construyéndolo con las herramientas que nos han heredado. Nos han subestimado creyéndonos incapaces de pensar, material útil qué manipular, y no es que existan mentes malvadas que busquen dominar el mundo, no es eso. Sobre el particular, el asunto que quiero transmitir consiste en señalar que las ideas y creencias que existen antes de que aparezcamos en el mundo, han sido forjadas con el fin de servir como motivos para actuar, como pensamientos débiles y respuestas simples entre quienes no se atreven a pensar, pues una vez que las aceptamos las emitimos como actos mecánicos que facilitan la vida en sociedad. Por sí mismas no son despreciables, pero son las únicas que nos atrevemos a aceptar. ¿Por qué? Esa pregunta, lector o lectora, la dejo de tarea.

La autonomía

Entonces ¿qué hacer? Frente a estos panoramas se ha propuesto, desde hace dos mil quinientos años –y quizá desde hace más tiempo– un tipo de pensamiento que es capaz de ir más allá de lo evidente, más allá de lo que proporcionan los sentidos; incluso ha sido capaz de ir más allá de lo abstracto, de los conceptos, de las ideas, y que bucea entre las profundidades del ser de cada cosa, de cada circunstancia, de cada situación. Ese tipo de pensamiento propone caminos de exploración que hacen posible más caminos; sobre todo, que nos permite ser conscientes de que la esencia de la realidad hace posible cualquier cosa. Sin duda, quienes cultivan de forma seria y comprometida este tipo de pensamiento, buscan transmitir sus conocimientos respetando el único principio cierto, casi absoluto, que podemos alcanzar: no podemos enseñar algo que es y no es al mismo tiempo y mientras lo hacemos pretender ser claros y serios en nuestro intento. Cuando el pensamiento es capaz de encontrar las razones que hacen posible cada una de las ideas que nos influyen, cada una de las creencias que nos gobiernan, entonces ese pensamiento se vuelve liberador y nos coloca en una posición de total autonomía: ser capaces de analizar nuestras ideas y crear nuestras propias costumbres. Es entonces cuando nos volvemos independientes.

¿De qué tipo de pensamiento hablo? Del filosófico, estimado lector. El pensamiento filosófico quizá no tenga una utilidad tan palpable como lo pueda tener un pensamiento sobre las leyes jurídicas, la ingeniería o la medicina. Pero sí tiene una ventaja insuperable: pensar con filosofía nuestro lugar en la existencia, nuestras ideas y nuestra visión del mundo, nos permite alcanzar, quizá temprano quizá tarde, la condición más interesante de todas: no ser útil… de nadie. ¿A qué acudimos todos los días? Al alimento, la salud y la seguridad, sin duda. Esta idea –no ser útil de nadie– sugerida alguna vez por el Dr. Motta, y que he analizado al grado de convencerme de que no está alejada de la realidad, señala otra consideración: el ser humano se sirve todos los días de ideas y de costumbres; cuando éstas no han sido analizadas o creadas por uno mismo, se convierten en condicionantes para ser personas dentro del ámbito de “ser útiles”.

La idea que defiendo, entonces, es que lo más práctico que tiene el pensamiento filosófico es que él mismo, ¡es el pensamiento más práctico de todos! Porque en virtud de sus premisas, de sus análisis, de sus postulados y preguntas frecuentes que van a la médula del asunto, se pone en práctica la propia autonomía, la libertad en pleno ejercicio, las propias ideas, o bien, las ideas analizadas y convertidas en propias. ¿Hay algo más práctico que eso? Recuerda, estimado (a) lector (a), eres tú quien usa la herramienta, eres tú el práctico y no la herramienta. Todo parece indicar, cuando no examinamos con detalle lo que sucede a nuestro alrededor, que lo importante es lo útil, es decir, aquello que satisface nuestras necesidades. Sin embargo, ¿has considerado, lector (a), que un martillo, por ejemplo, es útil en la medida en que alguien lo sabe usar? En ese sentido, son las ideas bien analizadas las que determinan la utilidad de las cosas, pero, sobre todo, las que nos evitan ser útiles de nada ni de nadie. Sólo cuando logremos eso, estaremos en condiciones de explorar las preguntas más desafiantes de toda nuestra vida cotidiana: ¿por qué existimos?, ¿qué podemos ser? y ¿cómo afrontaré mi final?

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