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Como flotar en albercas vacías // Guillermo Lozano Flores
(Reseña para intentar la vigencia de una PELÍCULA que NUNCA quiso ser de terror)
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- Juan Villoro
Cualquier artista, investigador, deportista o soñador que deje de ser exitoso, o que jamás alcance los estratosféricos niveles de éxito que ha impuesto la sociedad de consumo idolátrico y desechable en la que vivimos, corre el riesgo de ser juzgado loco, como le pasa a Ned Merrill, el personaje principal de la película El Nadador (Frank Perry, Sidney Pollak, 1968), quien por seguir el sueño infinito de estar bajo el agua y creerse aún con una misión (otra vez, la del éxito), ha perdido la noción de realidad — esa absurda realidad bienpensante, o la que genera la hipócrita idolatría— en nuestra sociedad mercantilista y que está muy bien representada por la indolente clase alta en dicho film.
Pero, ¿cuántos artistas se sumergen al imperativo de la vida artificial mientras siguen sus sueños? Esa vida artificial que, de pronto, ya no distingue entre el sueño de crear o transmitir la pasión por algo y el hecho de cumplir un contrato que no los deja volver a casa; a una vida simple. Como la tormenta más despiadada, el héroe trágico —el trabajador viajero, el baterista, el deportista, el migrante— pierde su camino, todos le juzgan y ya nadie le espera. Vuelve a un hogar solitario, a su propia vacuidad, a saberse el único creyente. La pregunta que queda en el aire —y la más triste y común épica que tiene que sufrir no sólo quien es distinto, sino quien se ve forzado a viajar— es si habrá amor; si habrá alguien que lo espera al volver del viaje. ¿Hay peor terror sicológico?
Muchos hombres y mujeres solos atacan la verdad encerrando perros y gatos del otro lado de la puerta, pero aún tienen llave para al menos encontrar hediondez, cacas y comida regadas; para ser más irracionales que las mascotas y regañarlas por el desastre que hacen cuando los tragi-cómicos héroes de la fatalidad y sin hijos, regresan a casa. Las mascotas representan lo más parecido al amor para el solitario, para quien de pronto se descubre como el único soñador, el workaholico que cree tener un ideal superior. Entre tanto único mástil que nos aferra a la tierra, “Ned”, aquel nadador que sin querer fue el más perfecto thriller de sí mismo —que puede ser el científico, el artista, el emprendedor a quien hace mucho abandonó su familia (y su o sus parejas)— sólo vuelve a casa para quedarse afuera del mundo; para darse cuenta que la realidad lo disoció hace mucho cuando se creía admirado, respetado, amado. Acude a la muerte del arquetípico Narciso; a la imposibilidad de regresar a nuestra primer alberca, que es la placenta.
En definitiva, no será suficiente comprar peceras pequeñas o casitas para mascotas de todo tipo: prósperas casas para millonarios, si éstas están vacías de amor. Cualquier actividad que realicemos pierde sentido si lo único que importa es el reconocimiento, esa nada de ser usados por el mundo, de ser nada-dores.
Índice de ilustración
Pág. 68 El nadador 1. Tomado de Greenhouse Relesing
Pág. 69 Espinosa, Ma. de Jesús / El País (Octubre 2015) Tomado del artículo Nadar se escribe con el cuerpo.