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CASI UN SIGLO DE TANGO EN MEDELLÍN En Medellín no hubo puerto de ingreso de esclavos africanos. No existió el candombe ni la milonga. No hubo bandoneón hasta bien avanzado el siglo pasado. Tampoco compadritos y cafishos en 1900. Y, sin embargo, el tango se apresta a cumplir el centenario.
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n las primeras décadas del siglo XX, lo lógico hubiera sido el imperio del bolero como disciplinador social, que desde 1929 en Colombia contó con la radiotelefonía, el medio por excelencia para imponer los hábitos de consumo en las sociedades latinoamericanas. Música para escuchar y no para bailar, como forma de infundir ‘‘la recatada separación de los cuerpos al estilo del amor cortés’’, según la investigadora colombiana Carolina Santamaría. La Iglesia Católica, de fuerte influencia en la capital de Antioquia, había logrado, en defensa de su concepción de la moral, que la municipalidad de Medellín gravara impositivamente a los salones de baile. El vino Favorito, usado en las misas católicas, se vendía en farmacias y no se conocía la misa rea, que décadas después evocarían Nolo López, Astor Piazzolla y Horacio Ferrer. Por supuesto que hay versiones contrapuestas sobre la llegada del tango a Medellín, como suele ocurrir siempre
que se viaja a los orígenes de la cultura popular. Pero en un dato hay coincidencia. El tango llegó primero como canción y no como baile. En Medellín lo introdujeron –que no lo popularizaron– Alejandro Willis y Alberto Escobar, dúo de cantores y guitarristas formado en 1913, que regresó de su viaje a Buenos Aires con el novedoso repertorio del tango canción: combinación de versos gauchescos, milongas camperas, poesía lunfarda y –según el periodista nicaragüense y estudioso del tango Danilo Aguirre Solís– reminiscencias de Rubén Darío. Los discos de acetato de 78 revoluciones por minuto, que eran fabricados por Odeón Argentina y distribuidos en Medellín por los hermanos Julio y José Ramírez Johns –el segundo, padre de la destacada pintora y tanguera Dora Ramírez– son la causa de la difusión masiva del tango en Antioquia y su capital, Medellín, a partir de 1929 en que nace la radio en Barranquilla. El primer grande del tango canción que se escuchó en las emisoras La voz de Antioquia (actual Cadena Caracol) y La Voz de Medellín (hoy RCN) fue Agustín Magaldi, ‘‘la voz sentimental de Buenos Aires’’. Incidió la distribución de sus discos que hacía la empresa Camden de Nueva York, competidora de Odeón en el mercado latinoamericano En aquella época RCA Víctor tenía supremacía en la distribución de boleros interpretados por mexicanos y la estrategia de los hermanos Ramírez fue encargarle a cantantes argentinos grabar en Buenos Aires los temas colombianos. Jaime Jaramillo Panesso, presidente honorario de la Academia Nacional del Tango y especialista en el tema, anota que en sus primeras épocas de guitarrista, Edmundo Rivero (1902-1986), también cantaba bambucos y pasillos, géneros típicamente colombianos. Era la manera de darle voz a las letras de los autores de aquí. ‘‘El propio Gardel, cuando viaja a Colombia, integra en su repertorio cinco bambucos’’. Medellín llegaría a ser el emporio nacional e internacional de las casas discográficas: Discos Fuentes, Codiscos, Discos Victoria y Sonolux, cada una de ellas con varios sellos discográficos, sostiene la investigadora Ofelia Peláez. Sucede que Colombia no es un país macrocéfalo como Argentina y Uruguay. Bogotá es la capital, pero Medellín era a mediados del siglo pasado el centro industrial y comercial del país. Y tanto Cali como Barranquilla, eran ciudades con fuertes personalidades. Por consiguiente, no es extraño que en 2009 la exposición internacional con 140 reproducciones de inventos de Leonardo da Vinci, o la de Bodies revealed (Cuerpos revelados), primero se exhibieran en Medellín y después en Bogotá.
Tango en el cementerio
Una de las últimas fotos de Carlos Gardel junto a Alfredo Le Pera en Medellín, 1935.
A plena luz de luna llena, entre las tumbas y monumentos del cementerio San Pedro, hasta los años cuarenta del siglo pasado el preferido de las familias pudientes de Medellín, se ha montado un teatro. Dos carpas; una es el escenario; otra, el vestuario. Efectos lumínicos, banda sonora que inunda la noche y aclimata a más de 200 asistentes al musical Aire de tango, inspirado en la novela de uno de los mayores escritores colombianos contemporáneos, Manuel Mejía Vallejo (19231998). Es el inicio de la conmemoración de la muerte de Gardel y estas personas llegaron hasta allí animadas por el mismo sentimiento que hace 75 años movió a quienes lo lloraron y despidieron en el vestíbulo del Teatro Junín, en la iglesia de La Candelaria, y, finalmente, en este cementerio.
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Bar Adi贸s Muchachos, Bar Coba, Casa Cultural Homero Manzi, El Patio del Tango, Bar La Payanca, Bar El Tarky, Sal贸n M谩laga y Bar La Boa.
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La casa gardeliana El mito nació aquí. Si Gardel no hubiese muerto en
Medellín, el tango ya no sería una señal de identidad. Ésta es la segunda poderosa emoción que dio vida al sentimiento, nacido en el Río de la Plata, pero aquí también genuino. Avenida Carlos Gardel, principal de Manrique (el barrio tanguero por excelencia), fue el sitio elegido por el argentino Leonardo Nieto para fundar en 1973 la Casa Gardeliana, y también ubicar el monumento a don Carlos, a unos metros de distancia, casi en el cruce con la calle Cuesta Abajo. En los años sesenta, recuerda Jaime Jaramillo Panesso, cada dos meses esa avenida se transformaba en la peatonal Tango Vía, en la que a lo largo de diez cuadras los boliches disponían mesas en la calle, cada doscientos metros se levantaban tarimas, para artistas e improvisados, y la gente desfilaba por los diferentes bares en que se escuchaba, bailaba y cantaba tango. Los balcones de las casas del barrio, que hubieran inspirado a Héctor Gagliardi (1909-1984), competían por lograr la decoración más tanguera. Casa Gardeliana y don Leonardo Nieto (llegado a Colombia en 1960) están indisolublemente asociados al último medio siglo del tango en Medellín. Hasta 1993 fue la época dorada en que actuaron Troilo, Edmundo Rivero, Hugo del Carril, Agustín Irusta, Alberto Echagüe, Sexteto Tango, Juan C. Godoy, Nelly Vázquez, Tito Lusiardo, Alberto Podestá, Raúl Lavié y muchos otros fenómenos. En ella murió de un infarto Guillermo Lamus, el 24 de junio 1975, tras cantar ‘La última copa’. Declarada Patrimonio Cultural y Monumento Histórico en 2002, hoy también es ámbito de trabajo de la antropóloga Catalina Morales, referente de la fundación cultural en que ha devenido y que aspira a presentar a Bajo Fondo Tango Club en Medellín. Allí se custodian fotografías, libros, el sillón de peluquería en que Gardel se hizo afeitar, el baúl del Mago, dejado en la casa de una amiga bogotana, artículos periodísticos encuadrados, incluido el cruce de opiniones colombianas sobre la nacionalidad de Gardel. En la primavera de 1978, Jorge Luis Borges llegó a este templo del culto arrabalero, a este trocito bonaerense, a intentar escuchar “esos tangos de Arolas y de Greco/ que yo he visto bailar en la vereda”. En otra oportunidad, el ilustre visitante fue Ernesto Sábato. Hacia 1968, Nieto cumplió un sueño: concretar el Primer Festival Internacional del Tango. Llegaron más de setenta artistas en un chárter de la Fuerza Aérea Argentina, que convocaron a doce mil personas en la plaza de toros La Macarena. El undécimo festival, en 1980, fue el último de esa serie, aunque la alcaldía de la ciudad retomó la tradición en 2007. Hace un par de años, el uruguayo Horacio Arturo Ferrer (presidente de la Academia Nacional de Tango Argentina) inauguró el capítulo colombiano de esa institución. Desde entonces, la extraordinaria bandoneonista Carla Algeri llega cada año a dirigir la Orquesta Ciudad de Medellín. La ruta tanguera se completa con los boliches La Payanca, Bar Adiós Muchachos, Homero Manzi, Bar Tarky, La Boa, El Patio del Tango, Bar D’Arienzo, Señor Tango, Isla de Capri, Donde Jesús María Quiroz, Atlenal, El Torrente, El Abrojito, El Viejo Café; varias academias en que se enseña a bailar así como clubes de amigos del tango.
El rito comenzó ante la placa que identifica la bóveda en donde por seis meses (junio a diciembre de 1935) reposaron los restos de El Mago, luego del cruce fatal de aquel 24 de junio, cuando el avión Trimotor Ford 31, de la empresa colombo estadounidense Saco, en que don Carlos, procedente de Bogotá viajaba a Cali con escala técnica en Medellín, embistió al Trimotor Ford 11, de la empresa colombo alemana Scadta. Porque la tragedia del aeropuerto Las Playas, hoy Olaya Herrera, no fue aérea, ‘‘fue un accidente vial’’, puntualiza Jaramillo Panesso, enseñándome uno de los dos tomos encuadernados en que guarda el expediente instruido por la Justicia colombiana. La pintora y bailarina Dora Ramírez (1923), pionera del Pop Art colombiano, respetada por Fernando Botero y a quien Marta Traba considerara precursora y revitalizadora del realismo pictórico, es figura honoris causa del elenco. Ella vio a Rodolfo Valentino (1895-1926) bailar tango apache en Los cuatro jinetes del Apocalipsis, y niña todavía, en pareja con un hermanito, ganó un concurso de tango cuyo premio fue ‘‘la caja de acuarelas más grande que haya visto’’. Dieciséis bailarines, entre contemporáneos y tangueros, nueve músicos (bandoneón, guitarra, teclados, violín, contrabajo, bajo, percusiones latinas, trompeta) tres cantantes, Dora Luz Echeverría, hija de Dora y viuda de Mejía Vallejo, Luis Dapena, Isaac Anderson –lírico sopranista– con la voz en off del propio Dapena en el texto que ambienta el musical, toman parte en la obra dirigida por María José, una de las hijas del escritor. Otra de las hijas, Adelaida, entre las mejores bailarinas de tango de Colombia, actualmente estudia danza en la Compañía y Estudio DNI de Buenos Aires. ‘Cambalache’, ‘Muñeca brava’, ‘A un semejante’, ‘Desde el alma’, interpretados por los cantantes, enlazan con reproducciones de textos de la novela, publicada en 1973, que se desarrolla y convoca amores y desamores vividos y sufridos entre los años cuarenta y cincuenta, época dorada del barrio Guayaquil de Medellín, reducto tanguero por excelencia y marco perfecto para encastrar los tangos de Gardel. La novela se construye en el pasaje del país campesino al país industrializado, con gravitante presencia estatal, fuertes movimientos sociopolíticos, el magnicidio del caudillo popular José Eliécer Gaitán (1903-1948), la explosión de violencia del Bogotazo posterior al asesinato; todo confluye en Aire de tango que, ahora como musical, ha conocido ya escenarios bonaerenses, venezolanos y españoles, realzado con música de Piazzolla y excelente nivel de tango bailado en escenario.
Del movimiento al sentimiento En la danza el proceso fue al revés. Del tango en escenario se pasó al tango de salón, sostiene Viviana Jaramillo, directora ejecutiva de la compañía A Puro Tango e integrante del elenco. Bailarina desde niña y tanguera desde 2001, cuando, faltándole una materia para recibirse de economista industrial, la atrapó el dos por cuatro. Claro que a su abuelo, ex empleado del hotel Intercontinental de Medellín, siempre le vio bailar tango y no solamente en fiestas familiares. Es que el señor, que hoy cuenta 87, hace cuarenta años aprendía a bailar en el emblemático hotel de la capital de Antioquia. Para Viviana, como para centenares de jóvenes uruguayos, la llave no fue la poesía de Manzi o de Cátulo Castillo, y menos el mito gardeliano. Ella era instantánea para la danza. Un profesor de tango le regaló el disco Forever Tango y los
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compases de Mariano Mores le descubrieron la magia de los firuletes, ganchos, rulos, barridas, ochos cortados, el sanguchito; todos adornos y dibujos sobre el escenario que no le dejaron tiempo para nada más. ‘‘El tango de salón es más difícil que de escenario, desde que es más intuitivo, hay que tener mayor rapidez en los pies, estar pendiente de lo que proponga la pareja, prestar más atención a la música e importa mucho qué orquesta sea la que ejecute la pieza’’. Viviana afirma que el tango en escenario hace más énfasis en la coreografía, y, si se aprenden los pasos y se memoriza el cuadro, es más fácil. Sin saberlo, repite reflexiones de uno de los grandes de la milonga porteña, Carlos Gavito (1942-2005), visitante de esta ciudad junto a su pareja, Myrtha, durante el primer Festival Internacional de Tango de Medellín (1968), quien bailaba desde el sentimiento y no desde el movimiento y –decía– que no hacía pasos, sino que bailaba lo que sentía, libre, sin atarse a la memoria, huyéndole a la computadora. Viviana y su pareja de baile, Sebastián Avendaño, tuvieron su consagración en 2007, cuando fueron especialmente invitados a cerrar el III Festival Internacional de Tango de Justo Daract, San Luís, Argentina. En su rubro, compartieron escenario con Juan Carlos Copes y Johana Copes, pero se entreveraron
con Mariano Mores, Enrique Dumas, Gardelito, Rubén Juárez, Alberto Podestá, el Sexteto Tango, la orquesta de Leopoldo Federico y Adriana Varela. El mismo público que ovacionaba a las figuras argentinas los aplaudió a rabiar y exigió otra pieza. Ellos vivían un sueño compartido con sus familiares y amigos, que desde Medellín seguían en vivo las actuaciones a través del canal cable Solo Tango. A Puro Tango fue en 2009 destacada como una de las mejores compañías de tango del continente en la Octava Cumbre Mundial del Tango, realizada en Bariloche. Sus otras creaciones, Tango fusión y Shakespeare Tango (Romeo y Julieta en dos por cuatro) también presentan en escena doce bailarines, un quinteto de tango, y dos cantantes.
Los adelantados Fueron Carlos Arias y Eliana Alméziga, quienes en 2001 llegaron a Buenos Aires y regresaron a las academias de tango de Medellín, que no a las milongas, con la buena nueva del tango de salón. Para desplazar lo que quedaba del ‘tango apache’ francés y compartir pistas con el tango de escenario. La dupla viaja a Japón donde reside durante dos años y regresa
Natalia Restrepo y Mauricio Londoño, docentes de tango.
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con un título de campeones mundiales de tango de salón 2005, logrado en el certamen anual que organizan aquellos orientales. Otra pareja de Medellín ya había participado como semifinalista en el Primer Concurso Mundial de Tango organizado en 2003 por el gobierno de Buenos Aires; y en 2004, Edwin Chica y Lina María Valencia, directores de la escuela de danza Tango Vivo, de Cali, ocuparon el tercer puesto en el campeonato mundial porteño. Los caleños Carlos Paredes y Diana Giraldo, luego de tomar clases en la academia El Firulete de Medellín, alcanzaron el primer lugar en la categoría tango en escenario del Campeonato Mundial de Tango 2006, de Buenos Aires, donde también triunfan y claudican milongueras pretensiones de argentinos, chilenos, españoles, franceses, griegos, italianos, japoneses, uruguayos y venezolanos. Puede entenderse entonces, que cuando llegan turistas a los más importantes hoteles de Medellín, los viajeros solicitan tomar clases de tango. En algunos casos, como meta, o en otros como etapa hacia su destino: Buenos Aires. De El Firulete, años atrás, partieron 24 profesores de tango a Dubai. Allá viven, enseñando cortes y quebradas a los árabes.
Salón Málaga No existe un sitio así en Uruguay. Fundado en 1958 por Gustavo Arteaga, actual propietario de una colección de siete mil discos de pasta, algunos de cartón, que prueba la hipótesis inicial: una placa encargada a Buenos Aires, en que se grabó una cumbia, un bambuco o un pasillo, ofrece del otro lado un tango interpretado por Libertad Lamarque, o ‘La cumparsita’, no con la letra inicial de Matos Rodríguez, sino la versión de Alberto Gómez con letra de Pascual Contursi y Enrique Maroni. No menos de 500 fotografías, todas prolijamente encuadradas, tapizan las paredes frontales del local. En la de la izquierda, se alinea la barra enfrentada al estrado de madera adosado a la pared del lateral derecho. Desde esa tarima, donde se exhibe una colección de receptores de radio y vitrolas originales, cada sábado el maestro de ceremonias anima el tango cantado y bailado. Siete rockolas ofrecen al copisolo –neologismo de Mejía Vallejo para designar al parroquiano que escucha tangos y toma copas en soledad– el deleite de elegir ese disco. Al fondo del largo salón que llega hasta la mitad de la manzana, los correspondientes billares. A media mañana, la planta principal está parcialmente
llena de parroquianos, y en el subsuelo aguarda una pista para tango de salón, envidia de cualquier milonga montevideana. Café para tomarse un tinto, como se le dice aquí al pocillo exprés, un perico (nuestro cortado), una de aguardiente antioqueño (muy parecido al anís) o de ron añejo. Café donde leer el periódico, intercambiar saberes, discos de colección o, simplemente, hacer la pausa de la jornada. Café que haría punta en el merengue de los boliches rioplantenses, si en vez de estar en la Carrera 51 Bolívar, a media cuadra de la estación San Antonio del Metro de Medellín, abriera sus puertas en la calle Buenos Aires, esquina Montevideo, al decir de Raúl Castro (‘Tinta Brava’). La peripecia del mundo tanguero de Medellín tiene en Salón Málaga su versión particular, reiterada con variaciones en muchos otros boliches de tango de la ciudad. Proceso bien estudiado por la antropóloga Natalia Quinceno Toro en Tango, memoria y patrimonio (2008). En 1988, Salón Málaga dejó de ser boliche grappero y refugio nostálgico de veteranos. César Arteaga, hijo del dueño, egresado universitario con visión de gestor cultural, inició el viaje hacia la memoria enfocado como patrimonio cultural de Medellín y consciente de la necesaria renovación de la clientela. Hoy es visita obligada para quienes quieran conocer el aire de tango que se vivió y se vive en Medellín. La semana tiene su agenda. Milonga los sábados de 17 a 22 horas, porque aquí el sol se oculta de golpe y los atardeceres no ofrecen sombras largas. Los lunes, el maestro Chano, en un piano adquirido por la casa, pasa revista a los aspirantes a cantores, futuros animadores de la noche. Tertulias, los segundos miércoles de cada mes con el aporte de artistas que refrenden la disertación. Clases de baile, martes, jueves y los domingos, desde media mañana hasta la tarde, con Johana Palacios y Edisson Vanegas, 14 y 28 años de bailar, respectivamente.
Alumnos Zharik, cinco años, es la alumna más pequeña. Un señor de 85 podría ser el mayor de la clase. Domingo 28 de marzo. Mañana de domingo: espléndida, clima adecuado para gozarse a cielo abierto o asistir con ingreso libre a uno de los numerosos escenarios en que se disputan –están en pleno desarrollo– los IX Juegos Sudamericanos. Sin embargo, unas cincuenta personas se ejercitan en el inmenso salón de baile que ofrece su pared de espejos donde mirar y mirarse, al compás de los tangos, preferentemente instrumentales, que dispone Vanegas, director de Fantasía Argentina Tango, academia dedicada exclusivamente a la enseñanza y a la exhibición. Es que el mundo de la danza es extremadamente competitivo –¿dónde no?– y participar en certámenes o concursos, genera recelos que Vanegas y Palacios prefieren eludir. Como en todo aprendizaje hay aventajados y de los otros. Pero todos, seguramente, cuando termine la clase habrán beneficiado su circulación sanguínea, ejercitado los reflejos, respirado mejor, tendrán mayor coordinación, flexibilidad y –por qué no– mejor relacionamiento social. D
Hugo Machín. Periodista. Fue docente de periodismo en Universidad ORT de Montevideo. Reside en Medellín, Colombia.
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