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Fisura sónica, por Alexander Laluz. Reseña de discos de Puro Chamuyo, Alejandro Ferradás, y Arlett Fernández

Playlist Doblete

Ver mejor. A comienzos de este nuevo año, Alejandro Ferradás lanzó un nuevo simple, ‘Ver mejor’, de su reciente trabajo, Intemperie–en vivo, que reúne las versiones del repertorio de su último álbum de estudio. Este material fue registrado el 20 de setiembre de 2014 en un concierto en La Trastienda. En ese show, además de la banda que suele apoyar a Ferradás, participaron varios nombres conocidos de la escena local, como Marcelo Fernández, de Buenos Muchachos, que cantó en la canción ‘Y la nave va’; Alejandro Spuntone, que cointerpretó ‘Cualquier día’; y Garo Arakelián, que hizo lo propio en ‘La quema’.

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‘Ver mejor’ es de esas canciones que se adhieren al oído, con un tratamiento clásico del sonido eléctrico de banda pop-rock, sin jugadas riesgosas en el arreglo ni en la composición, pero gozado en el equilibrio tímbrico, lo que resulta eficiente y eficaz para apoyar el sobrio trabajo vocal de Ferradás.

‘Ver mejor’ es, también, una suerte de preparación para el lanzamiento de un nuevo disco de su autor, que, según informó el sello Bizarro, sería en otoño de este año.

Qué voy a hacer sin usted. Intensa, profunda y a la vez leve, brumosa. Así suena la versión de ‘Qué voy a hacer sin usted’, simple que se lanzó de un disco que merece una singular atención por lo musical, por lo humano. Se trata del disco Amalia, lanzado el año pasado como parte de los homenajes al centenario de la gran Amalia de la Vega, y que tiene como protagonista a Arlett Fernández. Una voz de íntima belleza, que tuvo una importante carrera en la canción de este rincón del planeta pero que en 2002 dejó los escenarios, tras un

diagnóstico de Parkinson. Ese año, Arlett fue despedida y homenajeada con un concierto en la Sala Zitarrosa, en el que participaron numerosos artistas locales.

En la noche de ese concierto, al padre del músico Fabián Marquisio se le ocurrió una idea notable y se la planteó a Arlett: re gistrar con esa voz única algunas canciones de Amalia de la Vega. Fabián y Estela Mag none, con oídos atentos, retomaron la idea. En una etapa en la que Arlett se encontraba mejor de su afección, la invitaron al estudio Canaima, y allí Fabián registró nueve versio nes de títulos del repertorio de Amalia de la Vega. Todas en una única toma y sólo con una guitarra guía.

A partir de ese material se fue pariendo el disco Amalia como un acto de amor, un acto artesanal, con la participación de músicos como Julio Cobelli, Bettina Lain y Estela Magnone, entre otros. El resultado no sólo es entrañable, sino que deja testimonio de un temperamento interpretativo notable y profundo.

Por Nelson Díaz

El Rey Lagarto

El 3 de julio de 1971 falleció Jim Morrison en París, dando nacimiento al mito. Unos meses antes fue publicado L.A.: Woman y The Doors entraba en un impasse. En ese momento, Morrison, junto con su mujer, Pamela Courson, decidió mudarse a la capital francesa. ¿El motivo? Alejarse de la imagen de rockstar y dedicarse a escribir poesía. Tenía 27 años al momento de su muerte e ingresó entonces al “Club de los 27”, junto con Brian Jones, Jimi Hendrix y Janis Joplin. Décadas después, se les sumaron Kurt Cobain y Amy Winehouse.

La editorial Capitán Swing acaba de reeditar De aquí nadie sale vivo. La vida de Jim Morrison, de Jerry Hopkins y Danny Sugerman, considerada la biografía definitiva del Rey Lagarto. A los autores les sobran credenciales. Sugerman era un adolescente cuando vio por primera vez en vivo a The Doors. Fue en 1967 y tras aquel acercamiento no dudó en presentarse en la oficina del grupo para ofrecerse a trabajar de lo que fuera. Sorprendido por el entusiasmo del joven Danny, el vocalista lo contrató como auxiliar de administración. El trabajo de Danny era juntar los recortes de prensa de la banda y responder las cartas a los fans. Tras la muerte de Morrison, se convirtió en el representante de los tres supervivientes del grupo: el teclista Ray Manzarek, el baterista John Densmore y el guitarrista Bobby Krieger.

Sugerman, fallecido en 2005, escribió a finales de los setenta, junto con el periodista Jerry Hopkins, colaborador de la revista Rolling Stone, De aquí nadie sale vivo. La vida de Jim Morrison , manuscrito que fue rechazado por más de treinta editoriales hasta que en 1980, cuando por fin consiguió que se lo publciaran, se mantuvo nueve meses en la lista de los más vendidos del periódico The New York Times.

La investigación de Sugerman y Hopkins es exhaustiva y logra armar, como si se tratara de un puzle, la vida de James Douglas Morrison, nacido en Melbourne el 8 de diciembre de 1943. Aborda la relación familiar con sus padres y sus hermanos, así como con sus

amigos en la escuela y en la adolescencia, como es el caso de Tandy Martin Brody, su compinche durante un buen tiempo y centro de algunas de las bromas que solía gastar Jim. La amistad entre ambos terminó cuando la familia de Morrison decidió mudarse a Florida.

En esa etapa de su vida, cuando la música aún estaba ausente, se puede descubrir en el adolescente Jim a un lector voraz. De eso dan testimonio algunos de sus profesores y sus primeros intentos por escribir poemas. Leía, con especial atención y admiración, a Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire, Friedrich Nietzsche y a los Beatniks. On the Road, de Jack Kerouac, le abrió la cabeza, según confesó él mismo años después. También leyó a Allen Ginsberg y Gregory Corso. Incluso, en Los Ángeles, en la mítica librería City Light Books, se encontró con Lawrence Ferlinghetti. El adolescente, tímido, le dijo “Hola”. El poeta le devolvió el saludo y Jim se fue corriendo, lleno de vergüenza. El poeta inglés William Blake era otro de sus preferidos. El nombre de la banda proviene de Las puertas de la percepción, de Aldous Huxley, sobre la mescalina, inspirado a su vez en la cita de William Blake: “Si las puertas de la percepción fueran depuradas, todo aparecería ante el hombre tal cual es: infinito”. No es difícil imaginar que la idea de nombrar así a la banda fue de Morrison.

El libro transita por las diferentes etapas de su breve vida (con centenares de testimonios) y apunta especialmente al frontman sexy que hipnotizaba a un público ávido de romper con las reglas sociales en busca de la libertad. Sus movimientos cadenciosos, el manejo de su voz y los climas que creaba sobre el escenario, a veces recitando algunos de sus poemas, lo convirtieron en un mito viviente. Pero el mito estaba cansado. Quería desaparecer y planeó un viaje con su pareja a París. Allí vivieron en un apartamento en Le Marais, lugar donde fue encontrado muerto en la bañera. Los casi tres meses que vivió en la ciudad europea no los pasó bien. Por un tiempo, pareció contento con escribir y explorar París, pero luego volvió al alcohol. Pese a que le decía a su pareja que estaba dejando de beber, lo cierto era que cada día la ingesta de alcohol aumentaba. Se sentía deprimido porque no podía escribir poemas. Jim Morrison –y eso queda claro en la biografía– quería ser reconocido como poeta más que como músico o vocalista de rock. El 16 de junio registró sus últimas grabaciones conocidas, cuando conoció a dos músicos callejeros y los invitó a un estudio. Los resultados fueron estrenados en 1994 en el LP pirata The Lost Paris Tapes.

El 3 de julio fue encontrado muerto en la bañera de su apartamento. La conclusión fue que falleció debido a un ataque al corazón. Pero el hecho de que no se le hiciera autopsia antes de ser enterrado y de que el forense cometiera en su informe oficial la negligencia de describir el cadáver como el de “alguien de más de cincuenta años y 1,90 metros de altura”, alimentó la idea entre sus fans de que no había muerto (como con Elvis Presley, hay gente que todavía cree haberlo visto en una ignota calle de alguna ciudad). Que todo había sido una puesta para liberarse de la fama y poder vivir sin ser reconocido por nadie. Esto también fue alimentado por el propio Morrison, quien, en más de una oportunidad, coqueteó con la vida de Rimbaud, con dejar todo y perderse en África.

Además, Pamela Courson mantuvo el cuerpo de Morrison durante más de cuatro días en el apartamento que compartían, depositando hielo a su alrededor para detener parcialmente el proceso de descomposición. También se dijo que el padre de Jim sacó el cuerpo de su hijo del cementerio para llevarlo a Estados Unidos.

El propio tecladista de The Doors contribuyó a la leyenda urbana. “Si existe un tipo capaz de escenificar su propio fallecimiento –creando un certificado de muerte ridículo y pagándole a un doctor francés –, poner un saco de ciento cincuenta libras dentro del ataúd y desaparecer a alguna parte de este planeta –África, quién sabe–, ese tipo es Jim Morrison. Él sí sería capaz de llevar todo esto a buen puerto”, sostuvo Ray Manzarek.

Tampoco está clara la causa de su muerte. Algunos afirman que fue una sobredosis de heroína. Otros dicen que se trató de una falla cardíaca mientras tomaba un baño. La única testigo fue Pamela Courson, que estaba en el dormitorio del apartamento al momento de la muerte de Morrison. Su entierro, en el cementerio de Père Lachaise, fue privado. Apenas concurrieron cinco personas y en su tumba, lugar de peregrinaje obligado de sus seguidores, se puede leer el epitafio escrito en griego: KATA TON ΔAIMONA EAYTOY, cuya traducción sería “Fiel a su propio espíritu” o “De acuerdo con su propio demonio”.

Courson falleció tres años después, a raíz de una sobredosis de heroína, llevándose el secreto de aquella noche a su tumba. Mientras, miles de seguidores sueñan con encontrarse con el Rey Lagarto en un bar en cualquier parte del mundo.

De aquí nadie sale vivo. La vida de Jim Morrison , de Jerry Hopkins y Danny Sugerman. Capitán Swing, 390 págs. Distribuye Escaramuza.

La casa del sol naciente

Richard Lloyd Parry (Reino Unido, 1969) es uno de los mejores corresponsales extranjeros de Gran Bretaña. De hecho, ha sido el encargado de la corresponsalía de Asia y director de la sede en Tokio del periódico The Times, además de ser autor de varios libros de investigación. Las credenciales vienen al caso, porque en Devoradores de sombras (editado por RBA), Parry indaga en la desaparición de Lucie Blackman, una joven compatriota de 21 años, ex azafata de British Airways, quien se esfumó misteriosamente en Tokio.

La historia es real y tuvo sus ribetes mediáticos a nivel mundial hace dos décadas. Para entender el caso, y la investigación que le demandó diez años a Parry, hay que remon-

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