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Riccetto y la belleza eterna

La mejor bailarina uruguaya de la historia se retiró de los escenarios el 28 de diciembre del año pasado. Con su despedida también se terminó una etapa del Ballet Nacional del Sodre.

Por Soledad Gago Delfino

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Esta es una historia de coraje. La de una bailarina de un país pequeño y con una compañía de danza en crisis, que a los diecinueve años dejó todo para irse a bailar a un país más grande, donde estaban muchos de los mejores bailarines del mundo, a otro país en donde el ballet clásico era reconocido y admirado.

Esta es una historia de sacrificio. La de una bailarina que estuvo lejos por trece años, pensando siempre en volver, llorando en cada aeropuerto, aguantando todo sólo por bai lar. Porque bailar entre los mejores exige siempre una entrega absoluta. Y convertirse en una de las mejores requiere que el cuerpo, la cabeza y el corazón estén dispuestos a bailar hasta que no exista un final. O hasta que sea eterno.

Esta es una historia de amor. La de una bailarina que volvió a su país pequeño, se puso una compañía de dan za al hombro y se propuso, junto con un maestro, sacarla adelante. E hizo todo por lograrlo. Y en el medio, haciendo, bailando, hablando, saludando por la calle, sacándose fo tos, abrazando y sonriendo, logró que la gente de su país se enamorara de ella y le devolviera un poco de todo el amor que ella le dio. Y en el medio, logró que un país que no sabía de ballet empezara a llenar teatros y a aplaudir de pie y a agradecer la entrega de la bailarina. De su bailarina.

Esta es la historia de una despedida. La de María Noel Riccetto, la mejor bailarina en toda la historia de la danza uruguaya, que el 28 de diciembre de 2019 se sacó las zapatillas, sentada en el escenario del Auditorio Nacional del Sodre, mientras el público la ovacionaba de pie. El mismo público que la elevó hasta transformarla en una figura etérea pero humana, el mismo que siguió sus pasos y celebró el Benois de la Danse ‒el premio más importante del mundo de la danza‒, el mismo que minutos antes había disfrutado de su Manon, el mismo que esa noche la había visto bailar hasta morir.

El 23 de noviembre de 1935, el pianista devenido bailarín clásico Alberto Pouyanne puso en escena la obra Nocturno nativo. Ese espectáculo marcó el inicio del Ballet Nacional del Sodre (BNS) y Pouyanne fue su primer director artístico.

Durante las décadas siguientes la compañía se fue estructurando con bailarines locales y extranjeros que llegaban por distintas circunstancias al país, sobre todo europeos que veían a sus países sucumbir y destrozarse durante la Segunda Guerra Mundial.

En los años sesenta, el BNS era una compañía de primer nivel, con un cuerpo de baile sólido y primeras figuras que se destacaban, con maestros y repositores que llegaban de todas partes y con un repertorio amplio. Había llegado un grupo de bailarines argentinos del Ballet Nacional de La Plata que, con el tiempo, se volvieron referentes para la danza nacional. Entre ellos estaban Eduardo Ramírez, que después fue el director artístico de la compañía, y la mítica Margareth Graham, una de las creadoras de la Escuela Nacional de Danza. Además, algunos bailarines de la compañía empezaban a ser figuras reconocidas y celebradas por el público. Sara Nieto, quizás, era el caso más popular.

El BNS brillaba y lo hacía con toda su fuerza. El público lo agradecía.

El 18 de setiembre de 1971 todo eso se desvaneció, se rompió en pedazos, dejó de existir. Un incendio en el edificio del Estudio Auditorio del Sodre, la casa del ballet y el escenario de muchos de los acontecimientos culturales más importantes del país acabó con todo. El fuego, que empezó en el escenario y se devoró entera la platea, se llevó no sólo el edificio, sino todo lo que el BNS había construido. El ballet se había quedado sin teatro, sin lugar donde tomar clases, sin vestuario y sin público. Y a partir de ese momento empezó a apagarse de a poco, como las llamas del incendio que lo había destrozado. Sin embargo, desde entonces siempre se trató de resistir. Algunos maestros, como Eduardo Ramírez, lo hicieron resistir.

La compañía resistió por casi cuarenta años. En 2010 Julio Bocca, bailarín y maestro argentino, uno de los mejores de la historia, llegó para rescatar al BNS y transformarlo en la mejor compañía de la región. Para lograrlo, primero necesitaba convencer a María Noel Riccetto de que regresara. Hacía trece años que Riccetto bailaba en el American Ballet Theatre, en Estados Unidos. Y el BNS la necesitaba, la quería y la esperaba.

Nació en Montevideo en 1980. Aunque vivió un tiempo en Durazno, en el campo de la familia de su padre, todo empezó en la capital, en un apartamento en Joaquín Requena y Bulevar España, cerca de una academia de danza.

Riccetto tenía seis años cuando María Luisa, su mamá, decidió que tenía que hacer algo además del colegio, al menos hasta que ella saliera de trabajar. Por ese entonces, Hugo, su papá, seguía viajando a Durazno todas las semanas para trabajar en el campo de su familia. Podría haber

María Noel Riccetto junto a Gustavo Carvalho, su partner en el BNS. (Foto: Santiago Barreiro para el BNS).

Riccetto durante la obra Carmen, en la que fue acompañada por Sergio Muzzio. (Foto: Carlos Villamayor para el BNS).

sido patín, vóleibol, costura, piano o hasta fútbol. Pero a María Luisa le gustaba el ballet. Siempre le había gustado. “Es bailarina por María Luisa”, dijo Hugo en una entrevista en 2017 para el programa Ídolos, de Teledoce. “Si hubiera sido por mí, no hubiese sido bailarina. Es bailarina por la madre”.

Riccetto no había pedido para bailar. La suya no es la historia de una pasión que siempre estuvo latente. Es, en todo caso, la de una pasión que la encontró de golpe, la de una pasión que cultivó con trabajo, con esfuerzo, con

Igor Yebra,

director del BNS

María ha pasado a ser un símbolo histórico del BNS, como ya lo son Pouyanne, Ramírez, Graham, Tito Barbón, Bocca, entre muchos otros, personas que han contribuido de una manera muy especial y directa a la historia del BNS, aunque no por eso nos hemos de olvidar de los que en el día a día y de una forma más anónima han estado y están detrás.

Cuando se llega a los niveles de los que estamos hablando, la persona y el bailarín son la misma cosa: María es una persona con un poder de transmisión y de cercanía con la gente que es lo que la convierte en una bailarina y persona especial, aparte de haber estado siempre a disposición de sus compañeros, algo atípico cuando se llega a ciertos niveles.

A partir de ahora la compañía seguirá con mucha pasión, compromiso y trabajo, como hasta ahora lo ha hecho; María no dejará de estar involucrada en el trabajo del BNS desde otro lugar; pero seguirá estando, lo que hará que, de alguna manera, su danza empiece a verse reflejada en otras bailarinas, como es la ley de la vida.

Noelia,

del área de caracterización del Auditorio

Los años de trabajo con ella, sin palabras, una divina persona. Yo aprendí mucho con ella, con su manera de ser. Me refiero a su búsqueda de la perfección. Me enseñó muchísimo y sobre todo agradezco su confianza en mí.

En su última función al principio estaba tranquila, llena de flores y regalos. Con cada regalo se emocionaba. Le realicé el peinado elegante de Manon, que me llevaba aproximadamente cuarenta minutos, y entre rulo y rulo conversábamos como si fuera un día normal. En el intervalo de quince minutos, en el que tengo que desarmar el peinado y poner la peluca, le dije: “Dale, María, que es él ultimo”. Y bueno, ahí se emocionó.

En el día a día de las funciones, ella llegaba bien tempranito, yo la esperaba con su camarín pronto, todo arreglado, organizado por acto lo que iba a utilizar. Lo mismo hacía la compañera que se encargaba del vestuario.

Ella se maquillaba y muchas veces también se peinaba, dependiendo del ballet, y siempre me encargaba la puesta de tocados y cambios rápidos (algo que me encanta). Al terminar la función, muchas veces a modo de agradecimiento, ella nos regalaba su ramo de flores.

Junto a Javier Pérez, compañeros en la Escuela de Danza y amigos.

dedicación, con algunos sacrificios (aunque ella diga que haber podido hacer lo que le gusta no fue sacrificado), con humildad y con talento. Porque la pasión sola no alcanza. Y el talento tampoco.

María Luisa inscribió a su hija en la escuela de Graciela Martínez, la academia del barrio, la que estaba cerca. Fue ella, una ex bailarina del BNS, la que le dijo que María Noel tenía condiciones, que podía llevarla a la prueba de la Escuela Nacional de Danza. Fue ella la que insistió al año siguiente. Riccetto no quería irse a otro lugar: estaba bien ahí, bailando y jugando con sus amigas.

Dos años después, por cansancio o por insistencia, dio la prueba. Cuando los maestros la vieron apoyar las manos sobre la barra supieron que había algo especial. Entró y fue siempre la mejor alumna de su generación.

“María tenía unas condiciones que la hacían resaltar sobre los demás. Yo sabía que mi objetivo era llegar a sus condiciones. Y ella me ayudaba. Porque María siempre fue muy buena compañera y si algo no me salía ella me ayudaba”, dice Marina Sánchez. Ella, Riccetto y Javier Pérez hicieron juntos toda la Escuela Nacional. Aún hoy, cuando los caminos los alejaron, los encontraron y los volvieron a alejar, siguen siendo amigos.

Cuando estaba en segundo año le dijeron que era momento de comprarse un par de zapatillas de puntas. Y eso, para cualquier niña que sueña con bailar de tutú y girar hasta el cansancio, es un momento mágico, de esos que quedan guardados para siempre. Riccetto las tuvo con anticipación. El primer día le enseñaron a atarlas y a coserlas para que las cintas queden prolijas y no se vean los nudos. En ballet todo tiene que ser perfecto. Desde esa vez cosió cada par de zapatillas que utilizó durante toda su carrera. Fueron más de mil.

A partir de ese momento todo empezó a girar alrededor de la danza. Así siguió siendo por más de treinta años. Durante los ocho años de la Escuela Nacional de Danza, almorzó en el asiento del auto mientras iba del colegio al ballet. Su familia se acomodó para que ella no perdiera las clases. Llegaron incluso a dejar de salir de vacaciones porque ella tenía ensayos y funciones. Todos asumieron un compromiso y lo cumplieron: estar con ella y estar juntos para que pudiera bailar.

A ella no le gusta hablar de sacrificio.

En 1994 llegaron a dar clases a la escuela profesores de la North Carolina School of Art, en Carolina del Norte, Estados Unidos. La vieron bailar y le ofrecieron una beca. Riccetto tenía catorce años y una familia de la que no se despegaba. Dijo que sí y dejó de estudiar en el colegio para poder aprender inglés.

Un mes antes de irse empezó a llorar todas las noches. Lloraba porque no quería quedarse, pero irse era una decisión difícil, de esas que en general sólo les tocan a las personas grandes. Con el llanto venían las conversaciones con María Luisa, con Hugo y con Magdalena, su hermana. Y aunque ella sabía que quería algo más, todavía parecía demasiado pronto. Pero, ¿cómo decir que no cuando se trata de una vocación?

Fue Hugo el que lo decidió. Le dijo que mejor se quedara, que si iba a pasar así de mal cuando se fuera se iba

Junto a Wilson Lema en Cascanueces.

Su carrera se basó en la disciplina, el trabajo y la humildad.

a enfermar y que por más amor que sintiese, no valía la pena si ella no iba a estar feliz.

Un año después entró al BNS. Era 1995 y la compañía todavía estaba resistiendo. Nadie sabía lo que iba a pasar después, pero estar en el BNS no era garantía de ningún futuro. “Era muy diferente a la compañía que la gente conoce ahora”, dijo Riccetto en una charla TEDx en La Pedrera. “El ballet estaba en un momento de mucha decadencia, era muy triste, no llegaban maestros, los directores cambiaban todos los años o cada seis meses. Creo que vivir esa etapa triste del BNS me hizo despertar

María Noel Riccetto aporta al ballet uruguayo y latinoamericano, además de un impecable currículum internacional, la cualidad infrecuente de comunicación espontánea con la gente. Es popular en el estricto sentido de la palabra (quien logra el favor del pueblo), porque con su arte y su naturali dad establece el contacto con el público y con aquellos que no lo son pero que reconocen por su trato directo con ella o a través de los medios de comunicación su calidad per sonal y artística. María Noel ha conseguido en su carrera desencriptar el ballet de su público habitual, convertirlo en un arte asequible para los no entendidos y convertirse ella en un referente social, con igual impacto que una figura del deporte. Esto significa un esfuerzo adicional al de en trenamientos, ensayos y funciones que la estricta disciplina del ballet exige, porque impone la dación de horas libres para la realización de actividades que consiguen esa comu nicación más amplia. Sin duda, un logro invaluable para la difusión de la cultura en todas sus expresiones.

Nelson López,

bailarín uruguayo del BNS

A María la conocí en 2006. Ella vino a bailar como invitada un Cascanueces en el Solís y tomó unos ensayos a los alumnos de los últimos años en la Escuela Nacional de Danza. Yo estaba estudiando todavía. Nos empezamos a conocer cuando ella volvió a Uruguay definitivamente, cuando empezamos a compartir más cosas. Generamos más confianza cuando ella tuvo que reemplazar a otra bailarina en el dúo Estefani, de Zitarrosa en todos, de Marina Sánchez. Fue a último momento y con poco en sayo. Esa fue la primera vez que bailamos juntos, y nos llevamos muy bien. Creo que fue a partir de ahí que nos fuimos haciendo amigos.

María, como persona, es como la ven, es bastante transparente, no se transforma cuando está en público o cuando estamos entre amigos. Es fresca, espontánea, di vertida; es muy responsable con el trabajo, pero siempre ganas de conocer otros lugares, ver otros lugares y tener otras experiencias”.

Otra vez la charla familiar: con su madre, con su padre, con su hermana. Otra vez la posibilidad de irse a estudiar al exterior parecía la mejor opción para alguien que había decidido ser bailarina. Y que además tenía todo para lograr lo que quisiera.

A los diecisiete años la universidad le volvió a dar la beca. El curso duraba un año.

Cuando la beca estaba por terminar, todos sus compañeros empezaron a audicionar en diferentes compañías. Aunque en su cabeza el futuro estaba en Uruguay con su familia, sus amigos y estudiando en la universidad, decidió audicionar, sólo para ver qué se sentía. Lo hizo en el Ame rican Ballet Theatre (ABT) de Nueva York, una de las mejores compañías de danza del mundo. Y quedó. Aunque no lo esperaba, aunque eso cambiaba todos sus planes. Quedó.

Lo que vino después fue una vida que se transformó por completo, y lo dejó todo sólo por una pasión. “Yo sabía que si no entraba al ABT dejaba y me volvía a hacer mi vida”, me dijo alguna vez Riccetto. “Pero quedé y, a partir de ahí, todo se fue dando y me enamoré más y más de lo que hacía, y estaba para eso. En el ABT el bailarín estaba únicamente para bailar, no había factores externos que te sacaran la cabeza de eso. Acá, en la época en la que yo me fui, los bailarines bailaban a pulmón”.

Todos ‒aunque nunca sean válidas las generalizaciones‒ dicen de ella que era una gran bailarina pero que sobre todo es una gran persona. Que siempre fue humilde y estuvo para los demás. Que fue trabajadora. Que siempre estuvo alegre, incluso en los momentos difíciles, que siempre tenía un chiste pronto y una energía que rompía con las estructu ras del ballet clásico: rígido, serio, competitivo. Aun estando en una de las compañías más prestigiosas del mundo, aun bailando con los mejores, aun cuando en Nueva York todo parecía ser más frío, Riccetto nunca perdió la alegría.

Y como se ríe, llora. Casi siempre llora.

Estados Unidos fue otro mundo. Literalmente. En el ABT los bailarines están dedicados exclusivamente a bailar, a tomar sus clases, a mejorar todos los días. En el ABT los bailarines lo tienen todo, desde las zapatillas hasta las horquillas. En el ABT los bailarines se visten de gala para celebrar los estrenos, y brindan y festejan como si siempre fuese el evento más importante del año. Estados Unidos fue otro mundo. Literalmente.

Riccetto llegó con diecinueve años al cuerpo de baile de la compañía. Lloró durante los primeros meses porque extrañaba a su familia, hasta que alguien le hizo ver que a partir de entonces su familia eran ellos, sus compañeros. Ella siguió llorando porque siempre llora, pero sabía que, desde ese momento, si quería seguir bailando y cumpliendo sueños, su vida estaba allí y no acá.

Después dijo que siempre tuvo un pie en cada lado: uno en Montevideo y otro en Nueva York, que nunca terminó de irse cuando un día, después de trece años, ya estaba de vuelta.

En el medio hubo escenarios inimaginables, hubo ballets, hubo clases, maestros, maestras, hubo zapatillas y

En Uruguay se transformó en una estrella de la danza. (Foto: Reinaldo Altamirano).

Durante el espectáculo Zitarrosa en todos, de Marina Sánchez. (Foto: Santiago Barreiro para el BNS).

prefiere, si se puede, hacerlo con una sonrisa y pasarlo bien. Es ordenada, detallista, meticulosa, sin ser obsesi va. Tiene un ángel con la gente, que la adora. Lo mismo que genera en el escenario lo genera abajo; no sé si es su voz, que suena muy clara y amable, si son sus ojos, como sinceros, o su sonrisa, honesta. Tal vez una combinación de todas esas cosas.

Se convirtió en una estrella. Aportaba mucho a la compañía no sólo en el escenario. Se volvió un modelo a seguir y un ejemplo de que no por ser de Uruguay (un país tan chiquito y sin mucha tradición de ballet) hacer un carrerón así fuera imposible. Ella y toda la prensa que arrastró el fenómeno María Riccetto contribuyó muchísi mo a hacer que el ballet estuviera de moda en Uruguay, que se hablara de ballet, que aparezcan zapatillas de pun ta en publicidades. Que la gente identifique la figura de la bailarina como algo nuestro. Que Uruguay no es sólo fútbol y carnaval.

Sebastián Vinet,

bailarín chileno, su partner en la última función

A María la conocía desde antes, he tenido el placer de bailar un par de galas en las que ella también se pre sentó. Si no recuerdo mal, nos conocimos en Chile, pero nunca había bailado con ella.

Esas dos funciones fueron una experiencia que jamás olvidaré. Y un desafío. Cuando subió la cortina en la primera función yo me decía: “En qué me he metido”. Pero al final todo salió como tenía que salir y jamás olvidaré el amor que tiene ese público por la danza y por ella, algo realmente único. Manon no es fácil de hacer, y menos con sólo dos ensayos y sin conocernos como partners, pero la energía del público y el profesionalismo de ambos hizo que saliera lo mejor posible, tanto técnica como artísticamente. Yo estaba muy nervioso ya que nunca había retirado a nadie y me tocó creo que el ballet más difícil, porque es mucho trabajo de partner, por ende, tenía que hacerla verse lo mejor posible para su público. Y para que ella se quedará con el mejor recuerdo de su última función.

Fue muy lindo ser su partner. Hacía mucho tiempo que no me alimentaba artísticamente así, en el escena rio, de mi partner; nos entendimos bien, considerando el corto plazo de ensayos, y tuvimos una muy linda co nexión. Ella es una bailarina muy profesional y con una experiencia y una cancha que se notan y se sienten; aprendí mucho de ella.

María es una artista cien por ciento, el paquete com pleto... Una bailarina relajada, que ama lo que hace, y eso es admirable; una bailarina que ha marcado un pe dazo de historia muy importante para este arte en su país y en América del Sur; una bailarina de las pocas que quedaban, en la que tú disfrutas ver a una actriz antes que a una ejecutante de pasos.

Luiz Santiago,

bailarín brasileño del BNS

Empecé el ballet muy tarde, por eso en los tres años de escuela de danza (que hice en Brasil con Maria Olenewa) consumía muchos videos de ballet. Fue así que conocí a María: yo tenía diecisiete años, más o menos, y ella ya era solista del ABT. Me encantaba su forma de bailar, de tutús y trajes. En el medio hubo Paloma Herrera, Julie Kent y Roberto Bolle. En el medio hubo llamadas a Uruguay y visitas de su familia. Hubo aeropuertos que se hicieron insoportables. Hubo llanto. Hubo aprendizaje, disciplina, estructura y alegría.

“Me doy cuenta cuando vuelvo a Uruguay y todo el mundo comenta lo que me está pasando. Ahí es cuando pongo los pies sobre la tierra y digo: estuve bailando con Paloma Herrera, con José Manuel Carreño. Figuras que yo siempre había visto en video ahora están conmigo y compartimos el día a día”, dijo en una de las primeras entrevistas que dio en uno de sus regresos a Uruguay.

Pasaron tres años desde su llegada al ABT cuando la eligieron para interpretar a Olga, la hermana de Tatiana, en Onegin. En su reparto Tatiana era Julie Kent, una de las más importantes bailarinas en la historia de la compañía. Por ese personaje a Riccetto la ascendieron a bailarina solista.

Una uruguaya era solista del ABT y empezaba a marcar la historia, aunque ella no fuese consciente, aunque no imaginara todo lo que vendría después.

Todavía guarda las zapatillas de Olga. También tiene

Foto: M.Logvinov.

las primeras zapatillas de punta, las que utilizó para bailar el rol de Tatiana por primera vez en el BNS, las de la última función de Manon y las de Romeo y Julieta en 2015, también con el BNS.

Romeo y Julieta, al igual que Manon, fueron dos ballets que se le escaparon mientras estuvo en Estados Unidos. Ensayó a Julieta y ensayó a Manon. Las estudió, escuchó con atención las correcciones que le hacían a sus compañeras, las bailó en los ensayos y las volvió a estudiar, pero nunca pudo bailarlas en el escenario, con el público.

Por eso esos ballets eran tan especiales y por eso los deseó tanto. Con el BNS fue Julieta dos veces. Manon es el final de esta historia.

Julio Bocca había conocido a Riccetto en Estados Unidos. En 2000, el argentino la invitó a bailar en su espectáculo en el hotel Conrad de Punta del Este. Esa fue la primera vez que Riccetto bailó en Uruguay después de haberse ido.

Cuando Bocca tomó la dirección del BNS en 2010, lo tenía todo perfectamente planeado y calculado. Su objetivo era ambicioso, pero para alguien que fue uno de los mejo

Foto: M.Logvinov.

res bailarines del mundo no parece haber nada imposible. Ni siquiera transformar por completo a una compañía que estaba en un pozo en un país que respira fútbol y vive nos tálgico por un pasado que siempre parece haber sido mejor.

El plan del argentino tenía a Riccetto como punta de un iceberg que de a poco, con paciencia y con mucho trabajo, Bocca fue tallando hasta hacerlo brillar.

Volvió por lo mismo que siempre quiso volver: su familia. María Luisa había fallecido cuando ella estaba en Estados Unidos y su hermana estaba embarazada de Antonia, su primera sobrina. De pronto se dio cuenta de que el tiempo pasaba rápido y de que quizás su vida personal era más importante que mantener una carrera tan exigente en una compañía tan exigente como el ABT.

Volvió. Era 2012. El BNS estaba empezando a recorrer un camino que lo llevaría lejos, alto, profundo, pero recién era el inicio.

Durante sus primeros años en la compañía bailó con Ciro Tamayo como partner, el bailarín español que había llegado para que el público uruguayo lo viera bailar y nunca más lo olvidara. Juntos bailaron Bayadera, Quijote, Hamlet

expresar algo más que pasos o condiciones, siempre me gustaron su arte y la manera como iluminaba el escenario. Tenía algunos DVD en los que había cosas de ella, como Grand pas de deux, de Talismán, partes del El lago de los cisnes y si, no me equivoco, Corsario.

Fueron siete años trabajando con ella en el BNS. Al principio, me costaba mucho comunicarme por el idioma y por la timidez, y más todavía con una persona a la que tenía como ídolo. Yo no podía creer que estaba en el mismo salón que la chica de mis DVD. En aquel entonces no sabía que María era uruguaya, cuando llegué al Sodre y vi a alguien con un buzo del ABT y la reconocí fue una locura, quería salir rápido de ahí, sentía miedo de estar pasando vergüenza en la clase. Hasta que, después de un tiempo, fui familiarizándome con el idioma. Ella siempre hacía chistes y preguntaba a los bailarines nuevos cómo estábamos, cómo nos trataba el país, la compañía, y empezamos a hablar un poco más. En agosto de 2013, perdí a mi madre y ella (así como toda la compañía) me dio un soporte sin igual. Me acuerdo de que me invitó a su camarín y hablamos pila, me hizo ver que esas cosas pasaban y que nosotros como artistas somos más sensibles y podemos agarrar el dolor para usarlo como fuerza. Me dijo también que había aprendido en el ABT, con una maestra, que el salón era para trabajar, pero que si quería llorar podía hacerlo en la ducha, que nunca dejara de llorar si me parecía necesario. Son palabras que me marcaron mucho, y creo que desde ese momento empecé a verla como una amiga, un ejemplo y una fuerza que estaba siempre ahí. Al final del año me tocó un ensayo con ella, en Hamlet ruso: empezábamos el ballet con ella sentada sobre mis piernas, esperando para que la cortina abriera. En esa espera, en la que me consumía de nervios, mis piernas no paraban de temblar y ella dijo: “Tranquilo, somos compañeros de trabajo, acá no hay ídolo y fan, acá hay dos bailarines profesionales que traba jan juntos y tienen que bailar juntos. Además, mis pies no tocan el piso porque sos muy alto y van a quedar temblando junto con tus piernas si seguís así. Basta de temblores, te lo pido por favor”. Me acuerdo de que nos reímos mucho. Creo que fueron esas cosas, esos diálogos, los que me hicieron admirar cada día más el trabajo y el carácter de María.

ruso, El lago de los cisnes. Juntos empezaron a mostrarle a la gente que bailar no era sólo mover el cuerpo. Que bailar se trataba, también, de vivir la historia y de hacer que quien la mire la sienta. Que bailar se trataba de sentir.

Después llegó Gustavo Carvalho, bailarín brasileño que con su técnica perfecta ayudó a Riccetto a seguir brillando y se transformó en su gran compañero. Bailaron juntos por primera vez en 2015. Con él, Riccetto bailó los ballets que más deseaba en su carrera: Romeo y Julieta y las primeras funciones de Manon. Con él bailó en el Teatro Bolshoi de Rusia, la cuna de la danza, el teatro más emblemático del ballet. Con él recorrió escenarios del mundo y a él se entregó por completo en cada espectáculo. Cuando bailaban juntos, dicen, podían hacerlo de ojos cerrados y todo iba a salir bien.

“Dentro de lo que es la danza nacional, creo que sobre todo desde que María decide instalarse acá, aporta una nueva forma de bailar y de tratar a la danza, de relacionarse con la danza. Cuando vuelve todos, pero todos, destacan que no solamente bailaba divino, sino que con ella viene una nueva forma de trabajo, una conducta, una disciplina, una forma de tomar las correcciones, una forma de relacio narse con los maestros, de tratar a los colegas y a sus coreógrafos”, dice Lucía Chilibroste, historiadora de la danza. “Con eso el público y todos los que vemos de afuera gana mos la oportunidad de ver otra forma de bailar, otra calidad de movimiento, otra calidad interpretativa. Por cómo ella trabajaba, creo que hizo que la compañía creciera mucho, porque ella, queriéndolo o sin quererlo, enseñaba: jamás llegaba tarde a un ensayo, jamás estaba desatenta, era un ejemplo que me parece clave para la compañía” .

De a poco empezaron a reconocer a Riccetto fuera del escenario, fuera del Auditorio. De a poco sus funciones em pezaron a agotarse. De a poco la gente que nunca había visto ballet supo que había una bailarina a la que todos querían ver bailar. Que era como los futbolistas (porque en este país todo tiene una metáfora futbolera): se formó acá, se fue, bailó en las grandes ligas y volvió para poder bailar para su gente antes de retirarse. De a poco empezaron a pedirle fotos y autógrafos, y más y más entrevistas, y más fotos y otro autógrafo. Y ella decía que sí. A cada entrevis ta, a cada foto y a cada autógrafo, Riccetto decía que sí con una sonrisa. Porque ella no había vuelto sólo para bailar. Ella había vuelto para transformarse en la gran estrella de la danza uruguaya y además para ser la imagen de una compañía que después de cuarenta años volvía a brillar, a ser lo que alguna vez había sido. Y eso era un honor, pero también una responsabilidad: había que mostrar a los uruguayos (a todos y en cada rincón) lo que era el ballet.

En 2016 bailó Onegin, el ballet que la había convertido en solista en el ABT. Esta vez hizo el rol principal, el de Tatiana. Bailó junto a Ciro Mansilla, bailarín argentino que actualmente baila en Alemania. Un año después, por ese papel ganó el Benois de la Danse, el premio internacional más importante de la disciplina. Por primera vez una bailarina uruguaya estuvo en lo más alto del ballet mundial. Además, se transformó, junto con la argentina Ludmila Pagliero, con quien compartió el galardón, en la primera latinoamericana en recibirlo.

Y entonces, lo que había empezado a ser fue: desde ese momento y para siempre, Riccetto se transformó en la máxima figura en la historia de la danza nacional. Todos la conocieron, todos la quisieron, todos la celebraron, todos le escribieron por las redes sociales lo orgullosos que estaban de ella. Y ella respondió a cada mensaje con un “gracias” o con un corazón.

Desde entonces supimos que la mejor bailarina del mundo (aunque ella siempre puso entre comillas esa denominación diciendo que fue “suerte”) era nuestra y la abrazamos como abrazamos cada logro de cualquier uruguayo que se anime a salir al mundo con la bandera puesta para dejarla en alto, para demostrarnos que se puede, que eso de que somos chiquitos es sólo un artilugio que nos inventamos.

“This is not only for me, its for my country” (esto no es sólo para mí, es para mi país), dijo cuando recibió el premio. Y entonces fuimos tres millones que bailamos en el Bolshoi de Rusia, la cuna de la danza. Foto: Santiago Barreiro para el BNS.

Manon se mueve como un cuerpo que no tiene peso. Baila con lo último que tiene para dar, se quiebra, tambalea,

En el BNS bailó dos veces Romeo y Julieta.

Lucía Chilibroste,

historiadora de la danza

María es una persona que la gente siente cercana, y eso es bien diferente a la forma como se ve a las figuras de ballet, que generalmente son seres lejanos. Así como habla con un periodista, lo hace con un señor que se le acerca, con una niña. Está todo el tiempo en todos lados, y eso hace que la gente se sienta más identificada con ella y, al menos por curiosidad, quiera verla bailar. Creo que ella es la punta del iceberg de este nuevo proceso de apertura del ballet, de salida. María hizo que la gente hablara de ballet, que se agotaran las entradas, que haya programas de televisión en los que hay bailarines invitados. Siempre recuerdo una entrevista con Mariel Odera, una primera bailarina importante del BNS, que decía que si dio cinco entrevistas en toda su vida era mucho. Eso te muestra que el ballet no le importaba a nadie: no eran personajes. Y ella logra, con ayuda de la prensa, del teatro y de una compañía, salir de acá y mostrar. Además, es muy responsable en eso.

da dos pasos, se cae. Des Grieux la sostiene como si fuese una muñeca de trapo que sacude para mantener despierta. La sostiene porque Manon es el amor y porque siempre es injusto que el amor se termine. La sostiene y la levanta y la hace volar por el aire. La sostiene para que no se vaya. La sostiene aun cuando sabe que todo se va a terminar.

Como Manon, el final de Riccetto también era inminente. Ya había bailado todo lo que quiso, ya había brillado con toda la intensidad, ya había cumplido la misión de enseñarnos a todos que el ballet no es sólo dar saltos y girar en las puntas de los pies, que el ballet es un arte complejo que a veces se trata de bailar hasta morir.

Sólo le faltaba una obra. Una que había mirado en VHS con su mamá en Montevideo, una que había ensayado, aprendido y disfrutado, pero que nunca había podido bailar en Nueva York. Una que estaba esperando desde el inicio de la gestión de Julio Bocca y que el argentino le prometió que iba a traer. Era una que nunca se había bailado en Uruguay y que Igor Yebra, director de la compañía desde comienzos de 2018, tuvo el desafío de montar un año después. Era Manon, el ballet que Kenneth MacMillan estrenó con el Royal Ballet de Londres en 1974 y cambió la forma de entender un clásico. MacMillan, por entonces director de la compañía británica, creó una obra cruda, cruel, despojada de los príncipes y las hadas de los ballets tradicionales. La suya, basada en la novela de Abate Prévost, era una historia de amor que dejaba al aire las miserias humanas más profundas y que además las representaba de forma explícita y descarnada.

Foto: Santiago Barreiro para el BNS.

Paloma Herrera,

directora del Ballet del Teatro Colón, compañeras en ABT

María tuvo mucha identidad en la compañía por cómo se relacionaba con todos desde el primer día que llegó. Ella fue siempre muy relajada, fresca y descontracturada en espíritu; creo que fue su sello. Nuestra amistad durante esos años fue hermosa, porque compartimos muchísimas experiencias maravillosas. Me pone feliz ver que su carrera siguió creciendo y creciendo después de sus divinos años con el ABT. Le deseo lo mejor en esta nueva etapa.

Se despidió del público uruguayo con Manon, acompañada por Sebastián Vinnet. (Foto: Santiago Barreiro para el BNS).

Foto: Diego García Dajas.

Es la mayor figura de la danza nacional y su legado es eterno.

Manon fue la última temporada del BNS en 2019. También fue la última vez que Riccetto se puso las puntas y bailó para el público, el suyo, el que había agotado la función del 28 de diciembre con cuatro meses de anticipación, el que la había aplaudido desde la primera vez que la vio bailar, el que la había transformado en un ídolo y referente de todos, el que la había acompañado en cada paso, el que cantó con ella “ay, celeste, regalame un sol”, el que le prometió amor eterno.

Manon baila hasta caer rendida en el suelo. Está rota, sucia, harapienta, desahuciada. Des Grieux se acuesta a su lado, le pide que resista, quiere mantenerla despierta, pone su cuerpo debajo del de ella, la sostiene con la nuca como en un intento animal de salvarla, a ella, a su historia, al amor. Porque, antes que nada, todo esto se trata de salvar el amor. O de despedirlo.

Manon muere, Des Grieux llora. El telón se baja lento. Riccetto también llora. Sebastián Vinet, bailarín chileno que llegó para acompañarla en sus dos últimas funciones, la abraza, se arrodilla ante ella, le besa las manos y la empuja hacia el frente del escenario, como entregándola a su público.

Es 28 de diciembre de 2019 y el Auditorio Nacional del Sodre contiene el aliento, aprieta los labios, aguanta la res piración. Finalmente explota, como si se hubiese estado guardando ese aplauso, el más fuerte, el más intenso, el más largo, durante tanto tiempo, que cuando sale llena cada rincón de la sala. Y con el aplauso las lágrimas, los gritos de bravo. Y con el aplauso el telón que se abre, las flores. Y con el aplauso todo el BNS y todas las personas que trabajan en el Auditorio. Y con el aplauso Igor Yebra, el abrazo, Julio Bocca, el abrazo, el brindis. Y con el aplauso Magdalena, su hermana, que está como siempre estuvo. Y con el aplauso las autoridades, los amigos, las amigas.

Manon muere y con ella se termina la carrera de María Noel Riccetto, la mejor bailarina de la historia, la que se fue y volvió para enamorarnos, la que vino a enseñarnos que el ballet es un arte complejo que a veces se trata de bailar hasta morir. De bailar para ser eterna.

Ese fue el final. Después vinieron otros desafíos: es la directora de la División Ballet de la Escuela Nacional de Danza, es parte del jurado del programa Got Talent, de Canal 10, y además tiene su propia escuela, María Riccetto Studio.

“¿Cómo fue esa última función?”, le preguntamos. “Fue mágica, de verdad. Nunca me imaginé esa última función. Lo que sí tenía claro era que la quería pasar con gente querida y sintiendo la energía del público. Lo único que me importaba era que fuera un disfrute para todos los que estuviésemos ahí”, nos responde.

Hay quienes diferencian lo lindo de lo bello diciendo que la belleza no tiene que ver sólo con lo bonito, que la belleza lo trasciende todo y provoca un estado de placer sensorial y espiritual en quien la contempla. La belleza tiene que ver con la elevación. Esa noche no fue sólo un disfrute. Esa noche, rota, sucia, harapienta y desahuciada, Manon nos elevó. Y con Manon, ella. Su danza no era bonita. Su danza era la definición más certera de la belleza. D

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