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Matinée del domingo, por Carlos Diviesti

Por Carlos Diviesti

Crímenes de familia o la violencia de la miopía burguesa en Argentina

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La bestia en el corazón

Alicia Campos de Arrieta está casada con Ignacio Arrieta y juntos tienen a Daniel, su único hijo. Daniel está preso porque Marcela Sosa, su ex mujer, lo acusa de haber violado la restricción perimetral que se le había impuesto, cuestión que le impide ver, hace ya un tiempo, a su hijo. Daniel es un adicto a las drogas, no tiene trabajo ni avizora otro destino, cuestión que sus padres prefieren ignorar en su justa dimensión. Daniel también está acostumbrado a destratar a las mujeres, a tomarlas por la fuerza, a humillarlas. Esto tampoco sus padres quieren verlo calibrado ecuánimemente: Ignacio antepone toda la plata que le puso encima al pibe para que se encarrilara, y Alicia, definitivamente, prefiere negar los cargos que pesan sobre él, sobre todo cuanto lo tratan de violento o drogadicto.

Así está la familia cuando Gladys, la doméstica con cama adentro, que se crio en el monte y que tiene un hijo vaya a saber de quién, comete uno de esos crímenes desnaturalizados a los que ni siquiera Dios puede perdonar. Para Alicia será de cabal justicia la condena ejemplar que pese sobre su empleada, pero no tolerará que en el juicio que se le sigue a la mujer se le pregunte, se deslice, se intente sugerir desde la defensa, que Gladys cometió un crimen porque Alicia le dijo en algún momento que en su casa no se iba a alimentar una sola boca más. Incluso a las señoras de Recoleta, el reducto burgués por excelencia para los porteños de bien, el mundo se les puede venir abajo cuando descubren que son ellas mismas las responsables, o mejor dicho, las culpables, de no aceptar tener los pies de barro cuando está a punto de arreciar la tormenta.

Crímenes de familia es un thriller cuya mirada política descansa más que en la violencia de género o en las relaciones laborales abusivas, en destacar la miopía burguesa de la capital argentina, quizás sin proponérselo. Como en La historia oficial, ese otro gran thriller sobre la complicidad social y política de los civiles con los dictadores, las protagonistas de ambas películas (que no tan casualmente se llaman Alicia) descubren, tal vez muy tarde, qué las hace cómplices de ese mismo sistema perverso que ellas mismas defendieron con denuedo. Ambas intentan sostener a como dé lugar un status quo imposible de aceptar desde los márgenes (Alicia Marnet de Ibáñez, para alejar cualquier sospecha sobre su marido le propone un viajecito, aunque sea a Bolivia; Alicia Campos de Arrieta, porque los tiempos han cambiado desde los años ochenta, en defender su lugar en la mesa del sushi con las amigas), pero cuando la situación se desmadra ni siquiera cambiando los anteojos las cosas volverán a ser como fueron.

Lo que en los años ochenta era compromiso y denuncia, en 2020 no es más que corrección política; por eso lo que más duele de Crímenes de familia no sea la historia que cuenta (una historia contada con demasiada competencia desde los rubros técnicos y actorales, rubro este último en el que destaca la composición de Yamila Ávila como Gladys, una víctima de su propia inocencia), sino la violencia que subyace en una sociedad que se niega a aceptar su rol en la lucha de clases, y que se desentiende de esos monstruos que mimaron sus propias manos.

Sobre la imagen de Idea Vilariño en dos películas uruguayas

La mirada de los otros

En un breve documental fechado en 1997 y dirigido por Mario Jacob, Idea Vilariño dice, con absoluta parsimonia y un convencimiento tan sólido como una roca: “Onetti estaba acostumbrado a otra clase de amores, a otra clase de mujeres. Siempre le pareció que yo era… muy reticente, demasiado dueña de mí misma, muy orgullosa. Y lo era, realmente. No puede ser de otra manera. Pero él estaba acostumbrado… Necesitaba otra cosa…”.

Porque Idea Vilariño, claro, no fue solo la poetisa amante de Juan Carlos Onetti o la musa de alguna de sus obras, eso es absolutamente secundario. Idea Vilariño fue la dueña de unos ojos tan prístinos como fulminantes, de un fraseo meridiano para ordenar las palabras, de un compromiso insobornable con sus propias convicciones, cuestiones que en los últimos cien años no siempre tuvieron la misma dimensión o un trato equitativo respecto del talento, el género y la naturaleza.

Idea Vilariño es la dueña de uno de los versos más demoledores escritos en lengua castellana, ese que reza “no te veré morir”; sin embargo, la contundencia de ese concepto no debe ser confundida con desgarro espiritual o con arrebato lírico. Lo que hace demoledor al “no te veré morir” del poema ‘Ya no’ es la certeza de su inevitabilidad. Y aunque en el documental Idea no articule estas palabras, son sus ojos grandes, vítreos, los que encajan perfecto con la evidencia poética.

Ya no, de María Angélica Gil.

No me abrazarás nunca como esa noche nunca.

Ya no, el cortometraje que María Angélica Gil filmó en 2016 y que se exhibió en el Festival de Cannes, respeta, escrupulosamente, la escansión de cada verso de ‘Ya no’, y expresa ese respeto en la construcción de sus imágenes. ¿Cómo pueden filmarse versos como Ya no soy más que yo / para siempre y tú / ya / no serás para mí / más que tú si no es a través de fragmentos de rostros, espacios vacíos, la observación definida de dos cuerpos que se pegan de a poco, y que quizás ni siquiera estén juntos aun en la misma cópula?

Este cortometraje, en apariencia, no tiene el verso final del poema, pero la tiene completa a Idea Vilariño. María Angélica Gil, como Idea Vilariño, escamotea la imagen del hombre para reafirmar la posición definitiva de una mujer, una mujer que no rehúsa enfrentarse al dolor fatal de lo que ya no es. El cuerpo del Juan de esta ficción intenta seducir a una Idea que ya sabe que no se irá de allí porque quiere quedarse, y luego si apenas podemos entreverlo reflejado en el espejo del auto.

De Idea, en la ficción, lo primero que se ve en pantalla son los ojos, los ojos grandes, líquidos, convencidos, de Elisa Fernández; después vemos su rostro completo. Ese plano, extraño a lo mejor, solo puede surgir de la comprensión cabal de los textos de Idea Vilariño, un plano que también imbrica otros versos, otros poemas, otras sensaciones, como si en ese plano se reconociera el perfume que despierta algún recuerdo. Eso es todo. El amor / dónde estuvo / cómo era / por qué entre tantas noches no hubo nunca / una noche un amor / un amor / una noche de amor / una palabra.

Al cerrar Poemas de amor uno puede imaginarse la totalidad de Idea Vilariño, pero jamás podrá ver esa totalidad de manera acabada, acorde, coincidente o unívoca. Y al terminar los dieciséis minutos de Ya no uno sabrá, como en ese verso rotundo y final, que la certeza siempre estará mirándonos de frente, y que al momento de tener la certidumbre de lo inevitable, ni siquiera un parpadeo nos impedirá mantener los ojos abiertos.

Om det oändliga, estupenda mirada de Roy Andersson sobre lo perpetuo de la existencia

Nosotros, los vivos

A los cuarenta y nueve minutos de Om det oändliga (Sobre lo infinito, 2019, Suecia-Alemania-Noruega-Francia), un muchacho le afirma a su novia, libro en mano, que el primer principio de la termodinámica indica que todo es energía y que la energía no puede ser destruida porque siempre se transforma en otra cosa. Luego el muchacho sostiene que dentro de cientos de años nuestra energía actual quizás vuelva a encontrarse a través de una papa o de un tomate, a lo que su novia le responde que ella, en todo caso, preferiría ser un tomate. Qué otra cosa es nuestra vida más que un cruce de situaciones arbitrarias, tan arbitrarias como la imaginación cuando se entrevera con el sueño. Porque es muy probable que cuando se nos caiga una papa de la bolsa reparemos en las escaleras por las que subimos para volver a casa, ahí donde nos topamos con Svelker Ohlsson que pasa a nuestro lado y no nos saluda, y aunque no sepamos nada de su vida desde que dejamos el liceo, estemos convencidos de que él llegó a ser doctor en algo y nosotros no hayamos terminado la carrera de nada. O tal vez nos sorprenda que ya sea setiembre cuando una bandada de cigüeñas viaja hacia el sur al mismo tiempo que se le descompone el auto a un hombre, y el hombre no atine a descifrar qué es lo que le pasa al motor de su Renault 12.

Así son las cosas. Podemos ir al dentista justo ese día en el que está de mal humor y prefiera tomarse un trago de parado en el bar, justo cuando un hombre en el bar pregunta en voz alta si no es fantástico todo, en general, mientras afuera nieva mansamente. Afuera nieva como cuando los soldados derrotados van a los campos de prisioneros a través de Siberia, y el día se ha puesto gris como las nubes que rodean a una pareja de enamorados que vuela sobre una vieja ciudad, una ciudad que fue hermosa antes de que la guerra la atacara y la pusiera gris. Tan gris el cielo como se ponen también grises las ciudades cuando llueve como en el día del diluvio, mientras un padre le ata los cordones de los zapatos a su hija de camino a un cumpleaños.

¿Se puede perder la fe cuando vivimos en días así? ¿Podemos disfrutar del champán de todas formas, aunque sepamos cómo nos atacó la Historia? Roy Andersson no nos da respuesta alguna; simplemente nos transforma en una especie de Shahriar encantado por el relato de lo que ha visto Sherezade, mientras observamos, apenas por encima de la altura de los ojos, sus viñetas existencialistas cargadas de ironía y de pesar, aunque la esperanza corre al fondo del cuadro y aparece a la carrera por donde uno ni siquiera ha reparado. El estilo de Roy Andersson, cuyos actores impávidos recuerdan a esos seres inexpresivos de las esculturas hiperrealistas de Ron Mueck, sin embargo no tiene nada de caprichoso: es como una paloma sentada en una rama y que reflexiona sobre la presencia del hombre en el decurso del tiempo. No sabemos si las palomas reflexionan, claro, mucho menos si reflexionan sobre los hombres, pero nosotros, que sí reflexionamos, quizás debiéramos pensar un poco más en cuál es la marca del tiempo a nuestro alrededor, así de quietos como una paloma, para tratar de aprender algo aún cuando el mundo sigue su curso.

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