13 minute read

El arte en tiempos de pandemia

DE LA PESTE A LA RESURRECCIÓN

Enseñanzas del arte para sobrellevar estos tiempos

Advertisement

Por Inés Olmedo

Las pandemias y su huella en el arte aparecen desde el Antiguo Egipto como una señal venida desde lo que el arte occidental considera su cuna. Pero la última pandemia en atacar esta parte del mundo fue el sida, en los años ochenta, asociada a comportamientos sexuales promiscuos, a la homosexualidad y a compartir jeringas. O sea, si éramos castos y teníamos la suerte de no necesitar una transfusión de sangre, podíamos tener la esperanza de no contagiarnos.

Lejos está en la memoria, incluso de las generaciones mayores, la otra pandemia que asoló al mundo en 1918. Se la llamó (injustamente) gripe española y se expandió por todos los continentes de la mano de la Gran Guerra, la Primera, poniendo fin a millones de vidas y al “siglo largo”, como llamó Hobsbawm al XIX. Nacida en las trincheras y alimentada por la falta de condiciones sanitarias, la gripe mortal se expandió junto con el movimiento de los ejércitos, primero por Europa y luego por Asia, África y América. La padecieron por igual los ejércitos franceses y los alemanes, y –por supuesto– sus aliados, pero ninguno quiso reconocer al enemigo que tenía en sus propias filas. Solo España, que fue neutral en esta guerra, habló de esta forma nueva de gripe y sus efectos, ganándose el sospechoso honor de que quedara bautizada como gripe española.

Sin reconocer fronteras ni talentos, la pandemia se llevó entre otros millones, a tres artistas claves de la modernidad: Gustav Klimt, Egon Shiele y Amedeo Modigliani. Perdonó a Edvard Munch y permitió al autor del ‘Grito’ pintar su ‘Autorretrato convaleciente de la gripe española’, mirando al espectador desde sus ojos enormes en una cara demacrada, sosteniendo sobre sus rodillas una manta colorida. Munch conocía de cerca la otra pandemia, la de la tuberculosis, que se llevó a su hermana cuando él tenía quince años, haciéndole experimentar ese dolor desgarrador de la impotencia ante la enfermedad, cuya expresión más famosa es justamente la serie del ‘Grito’.

Caso diferente es el de la muerte durante otra peste, la del venerable Tiziano, en Venecia. El gran pintor tenía casi noventa años, una edad poco frecuente de alcanzar en esa época. Había dejado varios años antes sus asuntos en orden y una obra al respecto: ‘La prudencia’. Es una obra con un alto contenido simbólico, donde se autorretrata de perfil, a su hijo de frente y a un joven, posiblemente un aprendiz al que trataba como de la familia, también de perfil. Las tres cabezas están unidas en una sola forma. Abajo, la del viejo tiene un lobo, que simboliza el tiempo pasado que intenta atraparnos; la del hombre maduro, una cabeza de león rugiente, símbolo de las luchas que impone navegar las decisiones de nuestra vida presente; y la del joven, un perro que simboliza al amigable futuro, ese que nos llama desde lo que aún no existe y nos hace fiestas. Tiziano no escapó de la peste, pero sí del entierro apresurado y anónimo que se reservaba a los apestados. En una excepción al más ilustre de sus pintores, se le enterró con ritos y honores de tiempos sin peste.

La huida

Pero sabemos, desde tiempo muy antiguo, que justamente la característica más aterradora de una pandemia es que no distingue entre venerables y deleznables, entre ricos y pobres, entre poderosos y comunes, entre los que han vivido respetando las reglas divinas y las humanas, y los que se han saltado todas. La peste se llevó a Pericles en Atenas y esa es una advertencia que la pintura clásica puso en imágenes aterradoras, por ejemplo, en los pinceles de Poussin; o Tintoretto, que inauguró un tema melodramático que otros pintores, incluso nuestro Blanes, recogieron: la del bebé que intenta alimentarse del pecho de su madre muerta.

‘La prudencia’, de Tiziano.

Quizás hoy volvemos a ver con otros ojos el ‘Triunfo de la Muerte’, de Pieter Brueghel el Viejo, porque nos actualiza la marcha triunfante pero miserable de la muerte, con su cortejo de esqueletos burlones que van saqueando y sembrando pánico a su paso. Lo que Brueghel nos enseña es que la peste todo lo iguala y que de nada vale atarnos a nuestras riquezas, porque ellas son apenas piedras y pedazos de metal, inútiles para devolvernos la vida. Eso parece ignorarlo el ladronzuelo, que aprovecha para llevarse una bolsa con dinero, o el valiente caballero que desenvaina la espada. En el extremo derecho, abajo, muestra a una bella pareja de enamorados que en medio del desastre permanecen juntos, mirándose a los ojos y haciendo música. Por supuesto, están ajenos al esqueleto que los acecha tocando también un instrumento. Dentro de tanta miseria, la pareja pone un toque de luz en la escena, aunque no esté a salvo. En esta obra maravillosa y aterradora, Brueghel retrata también los momentos que todos atravesamos cuando llega una peste, aunque vivamos, como nosotros, en un momento histórico de recursos preventivos o paliativos, de cuidados médicos más o menos generalizados, de respiradores y estadísticas en tiempo real. La primera reacción es la misma que si estuviéramos en la Edad Media: el pánico. Pánico del otro, pánico por nuestras familias,

pánico provocado por la incertidumbre de no saber nada a ciencia cierta, salvo que de pronto nos damos cuenta de que lo más importante es mantenernos sanos.

El pánico al contagio fue quizás la primera arma química: durante los sitios se volvió una práctica corriente que si se declaraba una peste en el ejército sitiador se tiraran por sobre las murallas los cadáveres apestados. El pánico es nuestra primera reacción natural y la sigue la huida. Dice Boccaccio que, ante la peste, hay quienes abandonan los cultivos y los cuidados de los animales, como si no hubiera un mañana para el cual trabajar, y se dedican a todos los placeres de la carne: el sexo, la bebida, la comida. Huyen hacia el prostíbulo tanto reyes como altas dignidades de la Iglesia, porque la huida los hace olvidar toda obligación hacia sus rebaños civiles o espirituales.

La huida tiene un rol estratégico conocido desde la Edad Media: se llama cuarentena, aunque pueda durar menos o más de cuarenta días, y es una forma de paréntesis en la vida social y comercial que intenta frenar el contagio. Dio lugar a la actividad creativa de Newton, de Mary Shelley, del mismo Boccaccio, cuyo Decamerón inauguró un género de relatos agrupados que Passolini llevó al cine y hasta hoy inspira películas corales maravillosas. En el Decamerón de Passolini, uno de los relatos tiene por protagonistas justamente a Giotto, interpretado por el mismo director, y a un discípulo, muchacho vulgar y nada parecido a nuestra idealización del artista. El artista popular y el genio capaz de innovar y fundar una nueva manera de representación de alguna forma son la metáfora de un fenómeno cultural que nació en la Toscana en tiempos de peste: el Renacimiento. Es el “resurgimiento” no solo de la tradición grecolatina, sino también el nacimiento de una nueva forma de experimentar la realidad, comparable quizás a los años veinte del siglo pasado, esos que se llamaron los “años locos”, que fueron los del triunfo de la juventud, de la libertad y del arte moderno.

Vivir el día

Fueron los jóvenes que sobrevivieron a la peste negra o a la gripe española, como los que eran niños durante la Gran Guerra, los que fueron a apoyar con sus fortunas heredadas a los nuevos artistas, como Giotto, Boticelli o Picasso. Esos jóvenes se habían criado en tiempos heroicos, pero

estaban hartos de catástrofes. Si algo habían aprendido es a honrar el presente, carpe diem, y todas las manifestaciones de la vida. En este sentido, el arte sale de las pestes con mensajes nuevos: la adhesión a la vida y a todas sus bellas manifestaciones.

Cuando San Francisco dice “Mirad los lirios del campo, ellos no se afanan ni trabajan” está haciendo una fuerte crítica al sistema acumulador de riquezas basado en el trabajo y el comercio, que impide al hombre honrar debidamente los milagros ofrecidos por Dios a través de la naturaleza. Volver a la naturaleza, aun en sus manifestaciones más humildes y pequeñas, dio lugar a obras maestras como la ‘Mata de hierba’, de Durero, amorosa y detallada representación, en la que el gran maestro puso todo su talento y dedicación al servicio de la belleza de un humilde yuyo.

Fueron los jóvenes príncipes quienes abrazaron con entusiasmo la poesía y el pensamiento humanista, y encargaron el ‘Nacimiento de Venus’ o la ‘Consagración de la Primavera’ a Boticelli. Fueron los jóvenes los que corrieron desbocados en las parades parisinas, bailaron al ritmo del jazz y aplaudieron los gestos surrealistas de Dalí y Buñuel, o elevaron los precios del arte moderno y lo llevaron del viejo al nuevo mundo, convirtiendo a Nueva York en el nuevo centro del arte. Será allí donde recalarían ‘Las Señoritas de Aviñón’ y el ‘Guernica’ en custodia, donde se establecieron los grandes museos de arte moderno y contemporáneo.

Allí fueron a refugiarse los artistas europeos, los diseñadores de la Bauhaus y llegaron los muralistas mexicanos. Allí donde nacieron los artistas que signarían la segunda parte del siglo XX con el expresionismo abstracto y el pop art. Hasta que en los años ochenta, una nueva pandemia, la del sida, abrió la década y se llevó a artistas venidos del grafiti, como Keith Haring, pero nos dejó el arte conceptual como instrumento de denuncia y sensibilización.

Desde Justiniano, que construyó Santa Sofía como agradecimiento por haber sobrevivido a la peste, a San Carlos Borromeo en Viena, que celebró la liberación de la ciudad de la peste, la arquitectura fue una manera de agradecer la gracia divina en formas innovadoras de los estilos precedentes. Lo mismo podría decirse de la pintura encargada por ciudades diezmadas por varios empujes de la peste, como Venecia, que permitió a Tintoretto experimentar con nuevos formatos compositivos. Hay otro tipo de arquitectura que se desarrolló en la primera mitad del siglo XX y que tiene que ver con otra pandemia, la de la tuberculosis, enfermedad contagiosa cuya cura y prevención se generalizaron recién en los años cincuenta. Antes, requería largos tratamientos, con exposiciones al aire libre y la necesidad de aislar a los enfermos, lo cual exigió edificios diseñados especialmente. Es el ejemplo del hospital de Alvar Aalto, de 1933, en Finlandia, un bello ejemplo de arquitectura que hoy se encuentra en desuso y a la venta.

Y después…

¿Cómo saldrá el arte a elaborar esta pandemia del siglo XXI? Tal vez sea demasiado pronto para sacar conclusiones, porque aún la estamos atravesando. Hemos pasado del pánico a la huida, de ahí a la búsqueda de culpables, y estamos recién intentando elaborar conocimiento a partir de esta experiencia inédita.

En el terreno del arte, los museos fueron de reacción rápida: salieron a ofrecernos sus tesoros en la red, abiertos las veinticuatro horas, sin colas y sin pagar entrada. Los primeros días todos compartíamos de forma entusiasta los enlaces de actividades culturales al alcance de un clic. Nuestras agendas se llenaron de eventos a los que podíamos acceder desde cualquier lugar y en pijama. Hasta que necesitamos de nuevo sentir que estábamos compartiendo espacio y tiempo en comunidad, y vinieron las propuestas más locales, esas donde una voz con nuestro acento nos habló de arte, y surgieron clases y tertulias, entrevistas, donde parte del placer es encontrarnos con amigos y conocidos.

Pero a propósito del arte que se produce en esta coyuntura, ¿qué podemos pronosticar? Esto no es la peste negra en la Edad Media ni tiene la carga moral del sida. Es menos romántico que la tuberculosis, pero también menos letal que el ébola. Nos obliga a la distancia social y al confinamiento por un tiempo indeterminado, que podemos calcular entre quince días y unos años. Todos repiten que el mundo no será el mismo cuando salgamos de esto, aunque “esto” mata menos que otros males que tampoco hemos resuelto como humanidad. Sin embargo, el mundo se paró de golpe y más o menos voluntariamente, una gran parte de la población pasó a vivir confinada por plazos inciertos. Pienso que si estamos viviendo con una planificación de dos semanas, no es de esperar que se pro-

Sanatorio de Paimio, de Alvar Aalto.

duzcan grandes gestos estéticos, sino una serie de ellos. Las primeras respuestas circularon en forma de memes y ejercicios de apropiación caseros, como es de esperar en una cultura en la que el acceso a la creación de imágenes y su difusión es fácil, accesible y veloz. Cientos de cineastas elaboran sus diarios de cuarentena en todo el mundo, algunos incluso hacen ficción dentro de su entorno doméstico. Otros artistas, liberados de sus trabajos en el mundo de las ocho horas, crean y postean sus procesos en tiempo real. Los hay que han descubierto vocación pedagógica e imparten talleres gratuitos en línea, como el diseñador argentino Martín Churba.

La reclusión domiciliaria, que acorta nuestros horizontes a las paredes de nuestras casas, ¿condicionará el alcance de nuestras miradas? ¿Nos volveremos hacia el pasado, la memoria, la imaginación para atravesar el estrecho límite de nuestros espacios domésticos? Nada de eso sabemos. Hay algo de diseño aplicado, desde trajes a manicuras, pero ¿será necesario que el diseño se ocupe de crear nuevos espacios públicos, nuevas telas, nuevos accesorios?

Por ahora, la fabricación de mascarillas reutilizables parece la necesidad más cercana, y poco a poco se va estableciendo un código estético respecto a colores, materiales, estampados. Las de crochet no son para abuelitas, sino para hombres jóvenes de aire hippie, las abuelitas confían en las de la farmacia. Las chicas jóvenes evitan las blancas o negras y llevan estampados florales. Los señores cincuentones optan por el negro, liso, o por discretos tonos de gris. Las damas elegantes las combinan con su ropa. Desde las redes diseñadores de distinto estilo nos proponen divertidas opciones con mostachos, bocas sexys, frases ingeniosas. Confieso que me tienta usar una que diga “Solo el arte salva”. Creo firmemente en el poder del arte para devolvernos un poco de cordura, aunque no haya funcionado con el pobre Nietzsche.

También en estos días he comenzado a creer que debemos anticipar la vuelta al mundo real y propiciarlo. No sé cuándo, pero por las dudas planté en macetas unos pastitos y hierbas de esas que crecen rápido. Las tengo en mi balcón y las riego amorosamente hace ocho días. Se van a quemar con los primeros fríos y entonces las tiraré al mar. Ese rito de los Jardines de Adonis es mi preferido entre los muchos que celebran las resurrecciones. Es un rito femenino, doméstico, que viene de la antigua Grecia, se celebraba al final del verano y refiere al triunfo cíclico de la vida y el amor sobre el invierno y las fuerzas oscuras del Hades. D

Inés Olmedo. Directora de arte, artista visual y docente. Ha realizado dirección de arte de películas (El baño del papa, entre otras). Trabaja en cine publicitario en Uruguay y en el exterior, ha realizado escenografías para televisión y espectáculos. En paralelo, ha desarrollado su actividad como artista visual e ilustradora. Desde hace quince años ejerce la docencia en su especialidad en Uruguay, Brasil y en la EICTV (Cuba).

This article is from: