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ARTÍCULO
ROL DE LA TECNOLOGÍA EN LA EDUCACIÓN DURANTE Y DESPUÉS DE LA PANDEMIA
POR ISMAEL ZAMORA TOVAR
Doctor en Educación
n el ámbito nacional existe una amplia brecha digital entre las personas con acceso a internet. Esta situación afecta su participación en la emergencia derivada de la pandemia que vivimos. Debido a las medidas de confinamiento dictadas para la población, la educación se realizó a través de medios remotos, con resultados de éxito o fracaso en virtud de las disparidades entre diferentes grupos socioeconómicos en materia de competencias, acceso y uso de las tecnologías, pues menos de la mitad de la población tiene experiencia suficiente en el uso de computadoras y herramientas digitales para realizar tareas básicas.
Por otra parte, durante la pandemia comprobamos de manera directa las consecuencias y el costo de la brecha digital, pues, de hecho, hay zonas de la población en situación realmente crítica, que hicieron visible la profunda desigualdad social que nos aqueja.
Pese a las importantes mejoras en cuanto a acceso a internet y el uso de este medio, persiste la brecha
Edigital entre los hogares según su nivel de ingresos, edad y ubicación geográfica. Por otra parte, no basta con llevar las TIC a las escuelas, pues son necesarios también programas que permitan a estudiantes y docentes adquirir las competencias necesarias. En estas condiciones, el uso adecuado de las nuevas tecnologías abrió la oportunidad a las escuelas de proporcionar soluciones innovadoras y eficientes para hacer frente a la pandemia, y aliviar así los efectos de las medidas de confinamiento y distanciamiento social, al conectar a estudiantes, maestros, directivos y padres de familia. Sin embargo, los sistemas escolares enfrentaron desafíos extraordinarios, tanto en la comunicación con su comunidad y la organización escolar como en la enseñanza y la evaluación del aprendizaje, y en general en la gestión de los procesos que hacen posible la educación. La incertidumbre en los centros escolares con respecto a la duración de la pandemia ocasionó, primero,
la suspensión de las clases; luego, la necesidad de prepararse para concluir el ciclo, y posteriormente, la de continuar la actividad académica mediante un esquema remoto con el uso de plataformas tecnológicas y varias herramientas de comunicación y colaboración. Al mismo tiempo, las actividades económicas y sociales se restringieron, más como una reacción de protección de la salud pública que como parte de un plan estratégico para enfrentar la crisis. Estos momentos condicionaron los enfoques en la gestión educativa, definiendo las actividades de sus actores principales.
La capacitación en el uso de la tecnología y en competencias digitales docentes tuvo un papel central, al principio como respuesta a la necesidad de educación remota, y luego como un proceso articulado para la mejora de la enseñanza y para la innovación.
Los profesores debieron modificar la planeación de sus clases a través de guías que definían los contenidos, las actividades de aprendizaje, los horarios de clase y los criterios de evaluación. Para la enseñanza se recurrió a videoconferencias sincrónicas y asincrónicas, y el seguimiento académico se basó en la revisión de tareas que los educandos debían enviar al profesor, o bien subir a la plataforma. Para tal efecto, profesores y alumnos tuvieron que definir espacios en el hogar para asegurar condiciones propicias para el aprendizaje. Con base en esta planeación, profesores y alumnos asumieron roles muy diferentes a los que estaban acostumbrados.
La colaboración entre profesores y alumnos fue clave para el logro de los resultados de aprendizaje esperados. Las actitudes positivas para enfrentar las condiciones de confinamiento y el cumplimiento de las responsabilidades educativas fueron cruciales.
El uso de la tecnología en la evaluación de los alumnos favoreció el proceso de aprendizaje gracias al feedback en tiempo real, modificando y optimizando patrones de aprendizaje y favoreciendo una educación personalizada. Por otra parte, el uso de información generada por las tecnologías permitió a los directivos tomar decisiones para el establecimiento de un “abecé” en la educación, que aseguró un nivel mínimo aceptable de calidad.
Paralelamente, las empresas de tecnología digital favorecieron el acceso y evolucionaron de manera acelerada para lograr una articulación más adecuada con los procesos de enseñanza-aprendizaje y la gestión escolar. Centraron si atención en hacer aplicaciones digitales más intuitivas, a fin de facilitar su uso a personas de generaciones diferentes. El lenguaje tecnológico fue generalizándose, y con ello el conocimiento de sus herramientas; palabras como Zoom, Teams, LMS y webinar se popularizaron.
La teleeducación y el teletrabajo modificaron la convivencia en el hogar, generando una dinámica que hizo surgir nuevos patrones de comportamiento y una disciplina diferente para cumplir las responsabilidades. En estas circunstancias, las aplicaciones tecnológicas relacionadas con el juego y la diversión fueron vitales para lograr comportamientos positivos.
Durante la pandemia y el confinamiento, el uso adecuado de las nuevas tecnologías generó una “energía académica” de mejoramiento del quehacer docente que no desaparecerá después de la crisis, y que requiere de un liderazgo transformador que la conduzca a generar cambios en la cultura del trabajo docente para mejorar su calidad.
Finalmente, los recursos digitales para la enseñanza son instrumentos de mediación cognitiva del aprendizaje, y lo más importante es el diseño y la operación de actividades didácticas en las que se apliquen estos recursos tecnológicos, para la creación de ambientes educativos que propicien el aprendizaje de conocimientos que sean significativos para los educandos; por ello es indispensable formar a los profesores en este campo de vanguardia.
Seguramente, la conectividad y el equipamiento irán llegando a todas las aulas, pero será más complicado alcanzar un nivel suficiente y generalizado de competencia digital docente si no hay un marco común de referencia que permita su acreditación generalizada y desarrollar un plan de formación coherente, con una propuesta de indicadores evaluables que refuerce la profesionalización de los docentes.
DESPUÉS DE LA PANDEMIA La revolución tecnológica ha transformado la estructura, el contenido y el dinamismo del mercado de trabajo. Progresivamente, las TIC van formando parte del mundo laboral y social. Sin embargo, la integración pedagógica de las TIC a menudo ha sido un proceso complicado, problemático y parcial. Evidentemente, estas tecnologías nos obligan a repensar la enseñanza.
El dinamismo social y del mercado de trabajo constituye un reto para la relevancia y pertinencia de los programas académicos que ofertan las instituciones educativas, y desde luego es una condición que los docentes posean las competencias digitales para su enseñanza, en particular las competencias digitales vinculadas con las apps que utilizarán los egresados en el ámbito de su desempeño.
En este proceso transformador, las competencias digitales se han convertido en un eje transversal de la formación para la vida en una sociedad digitalizada, intercultural y globalizada, así como una exigencia para los egresados de las instituciones de educación, cuyo desempeño transita de manera cotidiana por este tipo de competencias.
Después de la pandemia y el confinamiento por el covid-19, la incorporación y el uso de las tecnologías en la educación y el desarrollo de competencias digitales es un acuerdo generalizado para el logro de una participación social relevante, que dé respuesta a las exigencias de un sector productivo caracterizado por la digitalización, la automatización, la competitividad y la globalidad de los mercados de bienes y servicios. La pandemia y el confinamiento determinaron cuáles son las mejores prácticas para el uso de la tecnología, por lo que es conveniente identificarlas y escuchar a profesores y alumnos para continuar aprovechándolas en un modelo hibrido, on line/off line.
La formación en Competencia Digital (CD) puede generar oportunidades y efectos de desigualdad. Reducir la brecha digital existente entre los ciudadanos es una responsabilidad social de las instituciones de educación, que contribuye al desarrollo inclusivo de una sociedad más justa y democrática. La brecha digital en el acceso a la información genera una brecha cognitiva, porque las personas con competencias digitales son capaces de multiplicar su aprendizaje y, en consecuencia, sus conocimientos. En este sentido, la brecha cognitiva pone de manifiesto el potencial de exclusión cuando los sectores productivos limitan el desarrollo a promover una economía del conocimiento.
Las tecnologías de la información y la comunicación convirtieron a la generación, el procesamiento y la transferencia de la información en los pilares de la productividad y el poder, transformando con ello la estructura de la comunicación, la información y el saber.
El punto es si podemos pensar en lo esencialmente humano en un contexto mediático que se aleja cada vez más de lo natural, y es necesario cuestionarse sobre si más información supone un mayor nivel de conocimiento y de comprensión de la realidad.
En estas circunstancias, el problema del conocimiento y de la relación sujeto-objeto es cada vez más lejano. Los cambios del mundo real convirtieron al ambiente artificial en nuestro nuevo entorno de ac-
ción. Ello ha ensombrecido nuestras posibilidades de conocimiento de la realidad, del ser, de las cosas naturales, con consecuencias para la epistemología y el conocimiento científico, afectando a la cultura; es decir, a nuestras creencias, fines y comportamientos.
En esta circunstancia, se requiere desarrollar competencias mediáticas que permitan al educando enfrentar los problemas de veracidad, intenciones y valores producto de esta revolución tecnológica, impuestos por una tecnocracia que modifica las organizaciones en su naturaleza y racionalidad, al cambiar el modo de ver el mundo y las implicaciones éticas que esto conlleva.
Por otra parte, la incorporación progresiva de las tecnologías a la educación, y con ello la pérdida del rol monopólico asignado históricamente a la educación escolar, enfrenta el surgimiento de nuevas agencias e interlocutores de distribución del conocimiento que, mediante redes, pantallas y datos, no solamente incomodan y desafían a las estructuras escolares tradicionales, sino que, en muchas oportunidades, generan prácticas con mayores niveles de legitimación social.
Ciertamente, la tecnología es una herramienta, y su uso en la educación no debe modificar los fines de esta, pero también es cierto que, en cuanto tecnología, implica un nuevo proceder, y nuestra forma de pensar se transforma al cambiar la tecnología que utilizamos. Por lo tanto, la forma de enseñar a pensar y los mismos contenidos sobre los que reflexionamos en la escuela deben replantearse. Ello implica una revolución cultural, en virtud del uso mediático del conocimiento.
En este sentido, la función cultural de la escuela arraigada en la comunidad se ve sustituida por un enfoque global, que puede ser compatible o no con la identidad de la comunidad a la que pertenece la escuela, en términos de los valores que profesan.
En esta línea, vale la pena indagar hacia dónde apuntan los próximos pasos para la teoría y la práctica escolar. ¿Es posible pensar en una educación a prueba de futuro? ¿Cuáles serían los beneficios o los perjuicios
de futuros escenarios en términos de igualdad de oportunidades educacionales, de desarrollo económico, de cohesión social o de mercantilización de la educación, por solo mencionar algunas dimensiones posibles para el análisis?
En este sentido, para asegurar que los beneficios de la transformación digital se aprovechen en el hogar y en el trabajo, es necesario impulsar las competencias adecuadas en las primeras etapas de la vida y durante el desarrollo vital de las personas.
Las tecnologías digitales pueden contribuir a mejorar la productividad, mitigar el cambio climático, fomentar la inclusión y transformar las instituciones públicas, pero solo lo harán si ciudadanos y empresas pueden beneficiarse de una transformación digital promovida mediante un planteamiento centrado en las personas.
La transformación digital no impulsará automáticamente el desarrollo de las escuelas, sino que requiere la adopción de un marco de referencia que oriente la capacitación y el desarrollo del profesorado.
Algunos peligros potenciales son la certificación de los títulos educativos a través de la red Blockchain, que podría cuestionar el papel de los organismos públicos que actualmente cumplen un rol activo en la acreditación de instituciones educativas y de sus egresados. Esto abre la oportunidad de pensar en un “mercado abierto” educativo que rompe la noción de un currículo escolar unificado, y podría entrar en conflicto con el monopolio estatal de la certificación. Para finalizar, la educación escolar es una interfaz entre pasado y presente, pero al mismo tiempo se encuentra en una tensión permanente entre el presente y un futuro en transformación, entre conflictos entre inclusión y exclusión. En este sentido ¿es posible otra educación? ¿Cómo hacer para que estos debates no se agoten solamente en ideas? ¿Cómo hacer para que los más vulnerables reciban una educación a la altura de sus necesidades y anhelos? ¿Serán las tecnologías (y el modelo que traen consigo) la causa o la solución de estos desafíos?
ALMA MATER 40
Por Martha Ivette Flores A. Gerontóloga psicoanalítica
EMOCIONES EN LA POSPANDEMIA
El inicio de la pandemia significó un golpe de realidad, un cambio de rutina, de hábitos. Implicó también un alejamiento social; se nos pidió mantener la distancia, quedarnos en casa. El hecho de que el “enemigo” fuera invisible asustaba, y fue complicado saber cómo actuar, cómo cuidarnos.
En este proceso ha sido importante poner nombre a las emociones, identificar sensaciones, hacernos preguntas: ¿cómo se siente? ¿Dónde se siente? ¿Qué me hace pensar? ¿Me deja pensar?
Y ahora hay otro movimiento: volver a salir, regresar a trabajar de manera presencial, volver a ver a los compañeros que hacía tiempo no veíamos, y más. Esto significa volver, adaptarnos a una rutina, convivir con más gente de nuevo y seguir cuidándonos.
Los cambios son complicados para muchos. Los cambios son movimiento y a veces asustan. Es entonces cuando recurrimos a la ya famosa resiliencia, que es la capacidad de adaptarse al cambio y a la adversidad, que brinda la posibilidad de sobrellevar de manera “funcional” las situaciones difíciles y afrontar las emociones que esto conlleva.
Lo nuevo de este “regreso” es algo desconocido para todos, y lo estamos viviendo; es de gran importancia ir pensando y preguntarse: ¿qué significa para mí? ¿Qué me asusta? ¿Cómo me imagino que será? ¿Qué herramientas tengo para adaptarme?
Ser positivo, ver las cosas de manera positiva, no significa negar que existen las cosas negativas o las que no nos gustan tanto.
Adaptarse y readaptarse implica ser observadores de uno mismo, conocernos, identificar nuestras emociones y aprender a lidiar con ellas; ser pacientes cuando aún no lo logramos; tomar decisiones y entender que la vida es un riesgo, que no hay certezas absolutas, que la vida está llena de preguntas y cambios, pero que también está llena de sorpresas y momentos felices, que merece vivirse.
Nosotros podemos esperar, sentarnos a ver pasar los cambios, tratar de evadirlos, escondernos, o verlos de frente y seguir caminando, pedir ayuda y tomar a nuestras personas queridas de la mano cuando sea necesario; festejar el logro, llorar la frustración, gozar la compañía, reflexionar con la soledad, sabernos seres humanos que la pasan bien y que también sufren, que a veces tienen bien claro su camino, y que a veces dudan y se pierden por un rato.