arteďŹ cio Azares abril-junio 2020
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arteficio Literatura y artes visuales Azares Num. 5 Abril - Junio de 2020 Ciudad de México México Editor invitado Mariano Mangas Diseño Miguel Ángel Hernández Imagen de portada ‘Ciudad Derruida’ Autor: Venus Hermeneuta
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www.arteficio.blog Arteficio es un proyecto literario sin fines de lucro. Todo el contenido puede ser reproducido bajo licencia Creative Commons citando al autor.
Jude Clark 2
Índice 6
16
La espera
Xul
José Luis González Toledano
7
Las bodas de Ixchel y Ak Kin
20
El aza(ha)r
Eloísa Levina
Carlos Sánchez
8 Artificio
22
El juego de la vida
José Infante
28
La espiritualidad y el equilibrio del collage
de Venus Hermeneuta
36
Vieja Serenata
Valeria Cornú
40
Azaroso camino
Hugo Eugenio Tapia Tapia
44
El caótico bestiario
de Jorge de la Vega
El azar es un ejercicio profano del instante
Marco Carballido
9
No existe el azar
Manuel Hernández Borbolla
10
Poesía bonita, hija de la chingada
José Arreola
11
Por Azar
Luis Eduardo Velázquez
14
Diosa Azteca
Juan Ignacio Ortega
3
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Carta del editor Cuántas veces nos hemos encontrado ante la incertidumbre de salir o no de casa. A veces optamos por dejar al destino que marque la ruta a seguir. Si bien nos va, podremos navegar el día con la suerte de hallar un billete en la calle o que la chica del café por fin nos sonría. Recuerdo que en alguna ocasión decidí asistir a un festival únicamente porque me habían regalado boletos gratis, sin imaginar que en medio de la multitud conocería a una chica fantástica. En otro momento de mi vida, una corazonada me urgía a quedarme en casa, mas al decidir ir contra la advertencia acabé despojado de mi celular y cartera cuando apenas daba la vuelta a la esquina de la cuadra. A veces la fortuna juega a los dados con nuestras líneas vitales. Nos puede beneficiar o perjudicar, pero siempre deja una lección que nos aleja de la ingenuidad y nos azuza a madurar. Esta vuelta del destino llamada azar se manifiesta en prácticamente toda la literatura. ¿Qué sería de los protagonistas sin esos caprichosos giros que el autor va tejiendo hasta enredar el hilo de una historia? Nos aburriríamos por la monotonía. Cada uno de los poemas, relatos e imágenes que configuran este Arteficio habitan el hogar del azar. Así que pase, acomódese en la mesa de juego, lance los dados y disfrute de lo que las palabras del oráculo le deparan.
Mariano Mangas
Oberon Blenner
Fraseo
“Me quito mi apestoso traje de bolsa para el mareo y lo enjuago en el río. Lo lavo y ¡mando todas las toxinas del tinte del Fairmont Hotel Macdonald hasta el lago Winnipeg! Y, desnudo, voy a la deriva en una especie de ensueño”. Nick Cave 5
arteficio
El azar es un ejercicio profano del instante Xul En el sagrado laberinto el noble ronda entre azares los pasadizos buscando Un hilo o un terror Que es el reflejo de su imagen en el minotauro Para matarlo y morir con él Los acontecimientos corren en los meandros del flujo universal Como pasillos del sagrado laberinto. En la lengua del noble Todo es signo, todo es lenguaje, luego todo es causa. Dios no juega a los dados. Hay fuerzas visibles o invisibles Conscientes o inconscientes Que empujan los acontecimientos Por debajo del eterno velo del Caos. La razón dorada ordena el crecimiento natural. Hay números en la naturaleza Y números en la palabra sagrada Los lenguajes de la profundidad nos orientan en la noche En la tiniebla llevadera de la mente cotidiana Sucede el espejismo del azar Como una sorpresa variable Ya lo cantaban los monjes “Oh fortuna, velut luna. Vita detestabilis” Por debajo del eterno velo del Caos suceden serendípias como reconocerte en la imagen encantada del espejo del mundo. El instante es multitud una égloga de causas en el camino de la luz.
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Poesía
Las bodas de Ixchel y Ak Kin Eloísa Levina
Reptan mis dedos por el río plateado, haces de luz, deltas de tu piel. Labios que desembarcan sobre las lagunas rosas al vuelo de flamingos que atardecen donde amamantas a los astros. Murmullos de la selva, luciérnagas abren el sendero de tus humedades; mi lengua bífida repta hasta el corazón del manglar carne penetra carne bebes devoro renazco renaces. Médanos que presagian la gravidez de Ixchel; entre los lienzos de sus muslos tiñe el violáceo amanecer. Llueves para engendrar a la primavera y tu risa, el eco cósmico que eones atrás contempló la creación. Vagando por el universo nuestras almas colapsaron y el polvo estelar se tornó en roca, la sangre en océanos, nuestro aliento en la ventisca. Del barro surgidos, maíz blanco y amarillo, hijos que se consagran al sol para bendecir su tierra y a la luna, guardiana de sus sueños.
7
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Artificio Marco Carballido
Uno no sabe completamente lo que ocurre todo es posible insoportablemente abierto reconciliable otra vez. Dulce eres. Divino azar difĂcilmente alcanzable oh artilugio de la muerte siempre viviente. Justo ahora al levantarse la lĂĄpida del olvido mientras el oprobio arde sin censura. Algunos todavĂa creen borrachos obscenos lo contrario idas las naves absolutas resplandecen agitados artificios. Eres lo importante es que eres. Al cruzar tierras lejanas zagas copiosamente abandonadas al arbitrio resurge el misterio
8
Poesía
No existe el azar Manuel Hernández Borbolla No existe el azar, sólo sincronía. Quien comprende esa gran verdad, es capaz de ver el mundo invisible. Las cosas siempre ocurren por algo. Azar es el nombre profano para aquello que los sabios llaman destino. Lo aleatorio es una parte del orden cósmico, la fuerza universal que se manifiesta y recorre todas las cosas. El caos es la otra forma del equilibrio, y por ello la suerte suele estar reservada para quienes saben cómo regar el jardín de la abundancia. No existe el azar, sólo destellos en el mar, necesaria coincidencia. No existe el azar, sólo trascendencia.
9
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Poesía bonita, hija de la chingada José Arreola Poesía bonita, hija de la chingada ¿Ontás qué no te oigo ladrar? ¿Dónde andan tus metáforas tus encabalgamientos tu métrica perfecta para ayudarnos a no morir de tanto llanto para no convertirnos en cuerpos secos en fosas de lo incierto? Ontás, hija de la chingada Dime que no te llevaron Que no te levantaron en un operativo Que no te atravesó una bala y te quebró el cráneo Que no te confundieron Que no eres parte de las estadísticas de los condenados ¿Ontás, cabrona? Grita, ladra, bufa Clama, llora, ríe ¿Ontás, bonita? No nos mueras en silencio Aviéntate hasta el precipicio de las malas lenguas Di palabras sucias, jodedoras Di todo lo que odias, pero no digas adiós No digas hasta nunca. No te escucho en este suelo torturado de silencio No te siento en este mar de cenizas y de muertas De muertos y de llantos De rezos y quebrantos No nos chingues, cabrona No te vayas sin avisar No nos preocupes No termines en el MP No seas la portada de un periódico de nota roja ¡Pinche poesía! ¿Ontás, cabrona? Dinos que te escondes a propósito,
Que nomás estás jugando para ver si te extrañamos Que andas de parranda y enfiestada Que tuviste ganas de coger y no hubo pedo Que te fuiste de pata de perro a conocer los recovecos del infierno Que tanto olor a cadáver putrefacto te puso hasta la madre y necesitabas un respiro y fuiste por peyote y te diste un toque de nubes De tierra y de alegría No nos abandones, cabrona Recuerda que eres necesaria como el agua Como el sol ¡Pinche poesía! ¿Por qué te escondes? ¿De quién te escondes? Sal y brota otra vez por todas partes, Ármate un desmadre como sólo tú sabes Marcha, manifiéstate, no te calles Toma los medios de producción metafórica y Distribuye la riqueza inagotable del lenguaje Entre todos y cada uno de los parias de esta tierra.
Poesía
Por azar Luis Eduardo Velázquez Por azar empecé a escribir. Acción supera destino, dijo Montenegro. Y trato de convencerme, pero el azar es Arteficio. El azar es casualidad. Hay quienes creemos que puede ser una dualidad. ¿Azar es el recuerdo? ¿Azar es el olvido? ¿Azar es profecía? ¿Azar es advertencia? Un filósofo dijo que azar es caso fortuito. El día a día se vive al azar. El cocinero echó más sal y dijo: “me salió al azar”. Los jerarcas católicos rezan. Más allá del destino piensan que sucede lo que tenía que pasar y oran. ¿Qué es el azar? ¿Es masculinidad? ¿Es feminidad? El azar es eso que me hizo escribir; Eso que te ha hecho leerme. El azar es morir sin miedo a vivir.
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“El Dios sabía lo que hacía: a Lori le parecía que estaba bien que no nos fuera dado frecuentemente el estado de gracia. Si lo fuese, tal vez pasaríamos definitivamente al “otro lado” de la vida, ese otro lado también era real pero nadie nos entendería jamás: perderíamos el lenguaje en común.”. Clarice Lispector
Fraseo
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Diosa azteca Juan Ignacio Ortega
E
n mi cumpleaños veinte, mi papá me regaló una moneda antigua. De un lado, mostraba el escudo de mi país: un águila devorando una serpiente, y del otro, una deidad femenina azteca, destazada y con los senos al aire. Se supone que es la diosa de la Luna, dijo mi papá. Guárdala bien, en un lugar donde nadie la encuentre. Pensé que exageraba, después de todo, eran sólo cincuenta pesos de 1982. La tomé como amuleto y la cargaba a donde fuera. Me ayudaba a tomar decisiones, como la vez que resolví el examen de matemáticas de opción múltiple y saqué un ocho. O la otra ocasión en que me ayudó a escoger qué carrera universitaria estudiar. Uno de esos días, mientras me encontraba esperando el metro en la estación Zócalo, una chica morena, de pequeña estatura, me sonrió entre la multitud. Me sonrojé, pero no le di mucha importancia. Al día siguiente la encontré en el mismo andén. Esta vez, me acerqué y me presenté. Mucho gusto, se limitó a decir. Yo intenté hacerme el interesante y comencé a hablarle de muchas cosas insulsas y ella permanecía en silencio, pero con una mirada que me decía: continúa, te estoy escuchando. Cuando tuve que irme, le pregunté si la encontraría al día siguiente ahí mismo. Ella asintió con la cabeza y me dedicó la más hermosa de las sonrisas. Al tercer día la encontré esperándome debajo del reloj de la estación. La sorprendí con un ramo de rosas y la invité a tomar un café. Sin embargo, me aseguró que tenía poco tiempo. Le pedí que esperara. Saqué mi moneda: águila, te vas; sol, vamos al café. Arrojé la moneda al aire y ella la agarró antes de que la pudiera atrapar. Se quedó muy seria. ¿De dónde sacaste esto? Me preguntó. Por alguna razón me sentí culpable. Retiré mi moneda de su mano despacio y le expliqué Esta es la Coyolxauhqui.
Cuenta la leyenda que ella y sus 400 hermanos intentaron matar a su madre, Coatlicue, por embarazarse de un desconocido. De ese embarazo nació Huitzilopochtli, quién al otro día de haber nacido era ya todo un guerrero. Enfrentó a los 400 hermanos, los derrotó y le arrancó la cabeza a Coyolxauhqui y la arrojó al cielo. Así, nacieron las estrellas y la Luna y se dice que el Sol, representado por Huitzilopochtli, sale todos los días a derrotar a la Luna en una batalla eterna. Ella se me quedó mirando. Muy bien, dijo. Arroja la moneda y ya veremos. Impulsé mi amuleto con el pulgar. La moneda golpeó la orilla de la base del reloj de la estación, cayó al andén y rodó hasta caer en las vías. Antes de que pudiera reaccionar, ella saltó. ¿Qué haces? Le grité, pero ella, con toda calma, recogió la moneda y me la pasó. Le ofrecí mi mano para que subiera al andén, pero ella sonrió y comenzó a caminar. No es gracioso, dije. Pedí ayuda a la gente a mi alrededor, pero nadie parecía percatarse de lo que sucedía. Siguió caminando y yo la seguía desde el andén. Hizo una pausa y me dijo: yo aquí vivo. Se dirigió al túnel. ¡Tu nombre! ¡Dime tu nombre! Grité. Ella no volteó, pero escuché como en un susurro: Luna, me llamo Luna. Y se perdió en la oscuridad.
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arteficio
La espera José Luis González Toledano —No llores, hermanito, verás que mami va a volver por nosotros —le decía Gloria al pequeño de tres años, abrazándolo para consolarlo y, a su vez, para llorar juntos. Pero Pablo en su berrinche luchaba por separarse de los brazos de su hermana. —¡Mamá, no! —gritaba desesperado hacia los torniquetes del baño público. Gloria no quería soltar a su hermanito por más que este peleaba y pataleaba. No era tanto la necesidad de protegerlo sino la ansiedad y el miedo de verse sola a sus escasos cinco años. —No hermanito, no se va a tardar. Ya casi sale. La niña se sentía culpable. Y todo porque quiso apropiarse de la lámpara sorda con la que Pablo se estaba entreteniendo cuando se fue la
luz. Jessica estaba molesta porque le dolía la cabeza y ya no tenía cigarros. La atormentaban las ganas de fumar. Había prendido una vela para iluminarse y antes de que los niños se quemaran por intentar jugar, les dio la lámpara sorda pidiéndole a Gloria que la compartiera con su hermano. Jessica pensaba que jugarían a hacer sombras en las paredes como ella lo hacía con sus hermanos cuando era pequeña, pero no; en lugar de eso, Gloria le arrebató el objeto a Pablo provocando el griterío. —¡Ya’stense en paz! —gritó Jessica desde el otro lado del cuarto, donde se había sentado en una silla de madera para mirar ansiosamente por la ventana. Los niños no dejaron de pelear tras el grito de su madre. Gloria se recostó en la cama para alejar la linterna de las manitas de Pablo que se le encimaba 16
Narrativa para alcanzarla. Forcejearon hasta llegar a la orilla en donde Pablo perdió el equilibrio y se desplomó sin poder meter las manos para protegerse. Impactó su cabeza contra el suelo de cemento rústico. Su llanto dio paso al espasmo, parecía dejar de respirar. Cuando alcanzó el punto azuloso, rompió con un lloriqueo de mayor intensidad. Jessica se apartó de la guardia y corrió hacia el pequeño mientras que Gloria, sabiéndose culpable, huyó hacia la otra esquina de la cama. La niña se guareció la más cerca que pudo a la pared. —¡Mamá, mamá, yo no fui! ¡Él se cayó solito! Yo no fui, yo solo quería ver la linterna —gritaba angustiada al tiempo que se cubría las piernitas con las manos adelantándose a tratar de esquivar los golpes que pronto recibiría. Tras comprobar que su hijo estaba entero, que no tenía chipotes en el cráneo, lo sentó de un golpe a la orilla de la cama. —¡De ahí no te muevas, hijo de la chingada! — Jessica lanzó un grito apagado a Pablo. Luego tomó un viejo cable de plancha y se dirigió a Gloria— Ven tu solita, hija de tu pinche madre porque si yo te alcanzo te va a ir peor. —¡No mamá, no me pegues, no me pegues mamita! —el llanto le cerraba la garganta. —Chamaca pendeja —Jessica lanzó un latigazo al azar. El cable silbó al cortar el aire. Gloria lo perdió de vista entre las sombras que la luz de la vela no alcanzaban a eliminar y levantó instintivamente los brazos. Ardiente y repentino dolor que le marcó el bracito derecho y una buena parte del rostro. Trató de cubrirse la cara al estar en el suelo. Jessica hizo una pausa para doblar el cable y terminar el castigo con cinco fuetazos más; menos intensos, aunque igual de efectivos para teñirle de rojo las piernas, las nalgas y parte de la espalda. —Cuando yo hablo se me hace caso, hija de la chingada —dijo Jessica acercando lo más que pudo el rostro a la masa temblorosa que yacía en el suelo. Un dolor intenso y cálido se apoderó de Gloria. Tan grave como el odio hacia su hermano. Creía que Pablo tenía la culpa porque a él siempre le daban todo y ella solo quería jugar tantito con la lámpara sorda. Entre sollozos lo miraba de reojo procurando que su madre no la descubriera. Lo maldecía entre dientes deseando que muriera porque a ella siempre la castigaban por su culpa.
Jessica volvió a su vigilia. El placer del castigo la relajó un poco. Cada uno por su lado, los niños lloraban quedito. Luego de un rato Jessica entró en cuenta de que debía alimentarlos. Pablo se estaba adormilando. —No te duermas, bebé —le dijo a Pablo con una voz enternecedora, muy distante de la que previamente había fustigado y se dirigió a su hija—¿Quieres café, Goyita? Observó el rostro de Gloria marcado por una línea violácea que le corría desde el mentón hasta por debajo del parpado. La línea más pronunciada se situaba en el labio inferior que le sangraba. Al verla así, Jessica abrazó a su hija intentando acallar las acusaciones de su conciencia. —Perdóname, princesa. ¿Pero es que por qué son tan tremendos? Gloria lloraba en silencio prendada a su madre. Necesitaba ese abrazo, el cariño de aquella señora que no la sabía comprender. Tomaron el frío café de olla arropados por la luz de la vela. Compartieron un bolillo. Pablo era de buen comer a pesar de su corta edad y se terminó el vaso de café y le pidió más. —Sí, mi amor, pero ya no hay bolillos ¡eh! —dijo Jessica mientras servía a la mitad del vaso. Gloria cenaba lento. En silencio colocaba el pan en su boca y exageraba algunos gestos de dolor al empinarse el vaso de plástico. Deseaba algunos mimos de su madre. Al concluir la cena, Jessica acostó a los pequeños. Los tapó con la misma colcha. Gloria olvidó la rencilla para abrazar a su hermanito como lo hacía casi todas las noches. Ya no deseaba que se muriera ni siquiera recordaba su delirio de odio. Se dejó llevar por la respiración lenta y profunda de Pablo y el pequeño cuerpo al relajarse se sentía más tibio bajo las sabanas; aquella calidez le contagió el sueño a Gloria. Casi dormitaba cuando escuchó los apresurados pasos de su mamá al separarse de la ventana seguidos del chirriar de los goznes de la puerta. —Teo, necesito hablar contigo —susurró Jessica. Gloria sabía que era el vecino, uno que hace un par de meses les llevaba pan o dulces de la tienda, pero que ahora ya ni los miraba cuando se cruzaban por la calle. La niña aguardó la respiración y azuzó el oído para poder escuchar los murmullos. Cosas que a ella no tenían por qué importarle, según le había dicho su abuela Licha. Por más que lo intentó, 17
arteficio Gloria solo percibió sonidos ininteligibles, no tenían sentido hasta que su madre comenzó a levantar más la voz. —¿Me vas a decir que ya no me quieres, Teo? Tú lo prometiste. —No seas pinche necia. Ya te dije —respondió Teo altivo y déspota —no me voy a separar, si buscas quién te mantengan a los escuincles, anda y ve con el güey que te los hizo. Yo no voy a andar manteniendo leches ajenas. —Por favor, si yo no te pido que dejes a tu vieja ni que me los mantengas, solo que… ¿No entiendes que yo te amo? No me hagas esto. —¡Suéltame que nos van a ver! No quiero seguir contigo, ¡ya entiende! —¡Teo, Teo, no te vayas! El silencio colmó la vivienda. Gloria aguardaba. Entonces Jessica cerró la puerta y caminó hasta la mesa de la cocina. Se sentó y con las manos en el rostro, comenzó a llorar. Tratando de no despertar a Pablo, Gloria se levantó de la cama; tímidamente se asomó por el marco de la puerta. La oscuridad apenas le permitía dibujar la silueta de su madre. Se acercó un poco más, temerosa de que le fueran a pegar de nuevo, pero eran más sus ansias de consolarla. —¿Qué haces despierta? —preguntó Jessica al sentir la pequeña mano de su hija agarrándole la pierna. Gloria no sabía qué responder. Jessica la levantó en vilo para estrecharla con fuerza. Deseaba que los brazos de su hija le purificaran el alma un poco. —Estamos solitas, mi vida, estamos solitas, para nosotras no hay nadie más —susurró Jessica al oído de Gloria. El recuerdo borroso del que creía que era su padre invadió la mente de la niña. Lo quería y le temía por igual. Al principio la había tratado con cariño y ella se sentía protegida, orgullosa, cuando caminaban de la mano por la calle. Luego nació Pablo. —El bebé sí es mi hijo. Si de alguien tengo que hacerme cargo es de él, ¿me entiendes, Jessica? Ni de ti ni de la chamaca —vociferaba el hombre en las discusiones. Un día simplemente no regresó ni por el hijo que sentía de su propiedad. —Ese señor ya no va a vivir con nosotros, se fue porque ya no nos aguantaba —sentenció Jessica. Harta de los recuerdos, Jessica se separó bruscamente de Gloria. Se le inyectaron de coraje los ojos. 18
El tímido llamear de la vela le ensombreció el rostro. —¡Ya estoy hasta la madre! Nos vamos ahorita mismo —Jessica se levantó decidida, llena de odio hacia todos aquellos que la habían usado para luego desecharla. Le pidió a su hija que guardara su ropa; solo cinco bolsas de plástico usaron para empacar. —Mamita, ¿dónde vamos? —preguntó Gloria con incertidumbre. —Vamos con mamá Licha, a Puebla. Un dejo de felicidad invadió a Gloria. Disfrutaba de visitar a sus abuelitos y jugar con sus primos. Por un instante dejó de preocuparse. Cargó los dos pequeños bultos de la ropa de ella y de su hermano, mientras su madre rebuscaba entre los cajones el poco dinero que pudiera hallar. Al partir, la niña vestía una chamarra de mezclilla con forro de lana; la madre, el único suéter de estambre color rosa que tenía. Se amarró a Pablo al pecho, cubriéndolo con la única colcha de la cama. Se ajustó dos de las bolsas al cinturón para poder llevar en una mano a Gloria. Atravesaron la oscuridad de la calle como si fueran almas en fuga. Gloria
Narrativa observaba a todos lados, sentía que alguna presencia las acechaba y agarró con fuerza a la mano de su madre. Trataba de acelerar el paso para no ser arrastrada por Jessica. Surcaron las cuadras hasta llegar a la avenida Nezahualcóyotl, donde al menos algunas de las farolas funcionaban y transitaban más automóviles. Se resguardaron bajo las luminarias de una vinatería hasta se acercó una destartalada combi con el letrero en el que se distinguía en letras verde fosforescente: TAPO. —¿A qué hora sale nuestro camión? —preguntó Gloria somnolienta. Se había cansado de los asientos de la terminal. —No sé. No me estés molestando, duérmete otro rato —dijo con fastidio Jessica. —Me duele mi espalda. Tengo hambre. —Acuéstate en el suelo, ponte las bolsas como cojín. Sin dinero, sin boletos, Jessica no sabía qué hacer. La única certeza era no volver atrás. Cuando se alistaba para partir consideró encargar a sus hijos con la vecina. Pero al descubrirse que era ‘la otra de Teo’, todos la empezaron a tachar de puta. Consideró pedir limosna en la entrada de la terminal; quizá al ver a los niños, la gente se apiadaría de ella. No se atrevía a hacerlo porque ya había muchos indigentes haciendo lo mismo y le perecían agresivos. Y qué tal que se la llevaban detenida los policías. Pensó en vender lo último que le quedaba: el cuerpo, al fin y al cabo, ya era la piruja de la cuadra. Fue un error el salir así como así de la casa, sin avisarle a nadie. Luego el orgullo le devolvía las fuerzas. No se iba a dejar pisotear por Teo ni por ningún otro hijo de la re chingada. Gloria tiritaba sobre los bultos de ropa. El único que parecía estar cómodo era Pablo, dormido en el regazo de Jessica. A ratos, las ganas de llorar parecían apoderarse de Jessica, pero qué iba a llorar si ya ni lagrimas le quedaban. Se le antojaba un cigarrillo, pero ni para eso le alcanzaba. ¿Salir corriendo? ¿Con qué? Nadie la miraba. Ni un asomo de empatía o tristeza por aquellos niños. Ella y sus hijos no existían. Así como estaba, atada a esos niños, ni siquiera podría aventarse a las vías del metro. Eran su lastre. Alguna vez imaginó salir adelante, hacerse de un negocio, de una casa, de un guardadito o de un auto. En vez de eso, se fue llenando de soledad. Los niños la necesitaban demasiado.
—Teo me dejo porque no estoy sola. Si no los tuviera, él seguro se habría quedado. Me habría elegido. Los vio como una plaga, un hongo adherido a su piel. Le provocaron repugnancia. —Ni siquiera puedo ir a comprar un cigarro porque los tengo pegados a mí. ¿Quién sino Dios le había mandado esa penitencia? Una burla. En la mitad de su furor Jessica comenzó a buscar algún punto solitario. Quizá una parte de su corazón no quería hallarlo, mas su voluntad estaba liquidada. Pretendió olvidar la posibilidad al apoyarse en la culpa por el simple hecho de considerarlo. En la terminal había espacios que ni los policías vigilaban y las personas alrededor dormitaban. Nadie notó su entrada, mucho menos la verían salir. —Hija, Goyita, despierta. Necesito ir por cigarros y al baño, tengo que hacer pipí —dijo cariñosamente a Gloria acariciándole la mejilla —aquí espérenme, no se vayan a mover. No tardo. Luego de un viaje de casi de catorce horas y de beberse una botella de agua, Amparo Trejo ansiaba llegar al sanitario de la terminal. Viajaba con su hija y su yerno a quienes les pidió que cuidaran las maletas. —Ya no aguanto, me estoy meando —los dejó en la primera butaca vacía que encontró. Era tal su prisa que no parecía reparar en nada ni en nadie, pero Amparo Trejo notó a dos niños que dormitaban en la entrada de los baños; se levantaron ansiosos al escuchar el ruido de los torniquetes. La niña observó con ojos vidriosos, pero retrocedió casi de inmediato al tiempo que el bebé se colocó detrás buscando instintivamente su protección. —Niños, ¿qué hacen aquí solitos? ¿Y su mamá? —preguntó Amparo Trejo sintiendo un repentino nudo en la garganta y perdiendo al instante las ganas de orinar.
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arteficio
El aza(ha)r Carlos Sánchez
J
orge caminaba muy feliz sobre la acera, ajeno a todo el caos que, como todos los días, se desataba sobre aquella calle tan concurrida. Y es que aún no podía creer en la buena fortuna que había tenido. Él a quien nunca le sucedía nada bueno, quien nunca ganaba en las cartas o los dados y quien incluso siempre perdía los volados. De todas las personas, él había ganado el concurso que lo hacía acreedor al más novedoso, moderno y costoso teléfono inteligente que acababa de lanzarse al mercado.
20
Esa misma tarde había ido a recogerlo y no pudo aguantarse la impaciencia. Ya lo había desempaquetado y configurado; entonces, se encaminó feliz con el equipo de regreso a su hogar. En tan venturoso andar se hallaba que no se percató del pequeño pero amenazante bache que se encontraba a un par de pasos delante suyo y con el que inevitablemente tropezó. En su vertiginoso —y para nada planeado— intento de evitar una sonora caída con sus manos,
Narrativa Jorge lanzó su flamante teléfono por los aires y, por unos instantes, el reflejo de la ciudad se observaba en la pantalla, la cual daba vueltas sin fin como un caleidoscopio hacia la desgracia hasta que en la dureza del piso detuvo su baile seca y repentinamente. Jorge, a quien su orgullo le ardía mucho más que los raspones de las manos y las rodillas, corrió a recoger su teléfono nuevo. Con sumo cuidado lo levantó y, desbordado por la zozobra, lo giró sólo para darse cuenta de que el equipo se encontraba tan intacto, incólume e inmaculado como cuando le desprendió la etiqueta de plástico que lo cubría. Percibió una sensación de alivio. Se reincorporó y sacudió el polvo de la ropa. Guardó su teléfono con la convicción de que, si bien su suerte por fin estaba cambiando, lo mejor era no confiarse ni dejárselo todo a ella. Fijó un nuevo rumbo y echó a andar hacia el centro comercial más cercano con la intención de adquirir la funda más resistente y efectiva que pudiera comprar, pues al fin de cuentas el equipo no le había costado nada. Llegó al quiosco y, como si todo el universo hubiera decidido que ese día en particular estaba dedicado por completo a Jorge, se encontró con la grata sorpresa de que, por liquidación, todas las fundas estaban con descuento. Jorge se decidió por una que, si bien era un tanto estorbosa e incómoda, brindaría una mayor protección al teléfono. Pese a que Jorge estaba un poco más calmado con la adquisición de la funda, aún no se sentía del todo tranquilo. Pensó que una bebida caliente seguramente le ayudaría a relajarse, de modo que antes de retomar el camino a casa se dirigió a un pequeño salón de té que se ubicaba en el mismo centro comercial, el cual era bastante famoso por sus múltiples y apacibles mezclas de hojas e infusiones. Después de escuchar las recomendaciones de la encargada y de considerar varias opciones, al fin se decidió por un té de azahar; de acuerdo con quien le atendía, era bastante conocido por sus cualidades para remediar los nervios, el estrés y la presión. A los pocos minutos recibió su bebida, se encaminó hacia una de las múltiples mesas vacías del lugar, colocó su té sobre ella y se sentó en la silla. Pero con la nueva funda del teléfono le resultó un tanto incómodo, así que lo colocó de igual manera sobre la mesa y, ya un poco más tranquilo, se recargó por completo en la silla. Intentó relajarse, despreocuparse; al paso de varios minutos, por fin logró descansar y se desvaneció entre sorbos de té y suspiros.
Finalmente, el té había logrado su efecto relajante y Jorge estaba tan absorto en su descanso que cuando escuchó que gritaron su nombre no pudo evitar reaccionar desproporcionadamente. Pegó un salto y se giró con violencia, pero —¡claro!— por desgracia el llamado no era para él, ya que desde luego no era el único Jorge en todo el mundo. Reprochándose, volteó de nuevo hacia la mesa sólo para descubrir que su teléfono no se hallaba sobre ella, sino que en su sobresalto lo había golpeado y lanzado hacia el piso. Se inclinó por él, lo levantó con tranquilidad y observó con gran horror cómo el teléfono se encontraba totalmente estrellado, cuarteado y estropeado. En silencio, Jorge lo situó sobre la mesa a un lado de la taza de té; mantenía la mirada perdida y el rostro serio hasta que la encargada lo interrumpió. —¿Gusta más azahar? Jorge no respondió.
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Ashley G
El juego de la vida José Infante
H
oy les contaré una historia de hace mucho tiempo, que no estoy orgulloso de ella, pero que quiero contar porque si no lo hago, se perderá cuando me muera. Así que, escúchenme muy bien, pongan atención. Lo que estoy a punto de contarles lo he vivido y sinceramente se lo deseo a quien lo desee, no porque sean situaciones muy atroces ni muy beneficiadas, sino porque sucedieron por el azar, y eso, el azar, es lo que le deseo a cualquiera, a ustedes también, mis queridos escuchas. El destino, el azar, la causalidad, la fortuna, el infortunio, la suerte, el hado, o como ustedes quieran llamarle, sucede y nos agarra de imprevisto, y en realidad nunca sabremos qué pasará. No sabemos en realidad qué está escrito en la delgada línea del porvenir. Estamos ciegos y caminamos en un flaquísimo hielo 22
que en cualquier momento se puede romper. Solo sabemos que no lo sabemos, y ya está, algo parecido dijo Sócrates. ¿Y qué podemos hacer? Pues nada, solo hacer. Vivamos y punto. Si nos toca, nos toca y ya pasaremos al tiempo donde podremos decir que nos tocó, como en este momento que puedo decir que me tocó, y ahora sí, lo sabemos, nos tocó, pero nunca podremos decir, cien por ciento seguros, que nos tocará, a no ser que hablemos de la muerte, pues eso ya está escrito y sabemos ese trágico, o tal vez maravilloso, final. Bueno, mis queridos oidores, ahora que les pronuncié esta rápida introducción, me parece que ya es momento de cambiar un poco el tono del lenguaje, si ustedes están de acuerdo, y pasaré a uno más literario, como he escuchado que así le llaman popular-
Narrativa mente. Empezaré a relatarles mi historia. Primero que nada, mis estimados visitantes, siento una impresión aguda al recordar cada detalle de mi pasado. En esta historia yo tenía trece años. Era un famélico mortal que apenas sobrevivía en las calles de la ciudad. Seré sincero: me fui de la casa de mis padres por pura y simple idiotez. Ni siquiera recuerdo, ni quiero acordarme, de cuál fue el conflicto por el que salí huyendo, pero seguramente fue una sandez. ¡Claro que me arrepiento! Esa misma noche traté de regresar, pero no pude: no encontré mi casa. No lo podía creer. ¡Cómo no iba a encontrar mi propia casa! Tal vez sea por la oscuridad, pensé en ese momento, aterrado, cagado, surrándome, y no sólo emocionalmente, sino que también mi cuerpo se deshacía. Llevaba horas deambulando por la noche y no me atrevía a defecar en la calle. ¿Por qué no salía de mi casa en las noches si nada ni nadie me lo impedía? ¡Me la pasaba leyendo, escribiendo, comiendo! Y acaso en los días cuando el sol alumbraba con todo su esplendor, ¿por qué nunca salí? Era un niño muy ermitaño y todo se hacía en la casa: los maestros venían, había un proyector en la sala de entretenimiento y no hacía falta ir al cine, un restaurante sólo para nosotros con cocineros y sirvientes. No tenía para qué salir. Eso de caminar realmente lo practiqué hasta ese día. Así que me di por vencido: nunca volví a encontrar mi dichosa morada y pensaba en buscar a alguna autoridad, pero también me daba vergüenza y miedo hablar con un desconocido. ¡Qué tal si me secuestraba! De niño, con los únicos que llegaba a articular dos o tres palabras era con mis libros, ni siquiera con mis padres. Algunas veces, intercambié frases con las señoras que aseaban pero nunca un diálogo completo. Esa noche era mudo y sordo. No escuchaba nada, ni mis propios pasos, hasta que seguí vagando. Trataba de acercarme o alejarme, ¡quién sabe!, de mi casa y llegué creo que al centro de la ciudad porque todo estaba muy pobre, paupérrimo como decía mi padre. Había señores que se parecían a la basura y que me decían niño, niño, ven, acércate, niño. Tenía ganas de llorar. Solo los veía de reojo y lo que alcanzaba a distinguir me perturbaba: algunos se masturbaban agarrando su falo negro y puerco con ambas manos enlodadas y supongo que también enmierdadas porque había un hedor ácido que provocaba que mis ojos me ardieran. ¡Imagínense! Un olor que llegue a un nivel tan impresionante como para que
afecte a los ojos de alguien. ¡Si los ojos ni pueden oler! Sentía que mi nariz se empezaba a pudrir. Había otros tantos que hacían lo mismo, pero utilizaban bolsas de plástico, de esas para la basura, y se las frotaban en todo el miembro bien erecto. Eran enormes, así los veía yo en ese entonces, pues era un niño y el mío era pequeñísimo. Había también mujeres desnudas, algunas muy flacas como yo y otras muy gordas como mi madre. Pero el cuerpo de estas parecía como de algún tipo de mamífero que nunca había visto, como una vaca fusionada con un cerdo y con un hipopótamo y luego con una mujer. Sus patas eran enormes, con toda la grasa moviéndose y agitándose trémulamente cada vez que ellas daban un paso. Aunque estaban desnudas, sus vaginas no se les veían, traían vellos con rastas imposibles de lavar porque tenían incluso cáscaras de plátano colgadas entre toda la selva negra. Había unas embarazadas, con diez o más niños alrededor, que regurgitaban, no sé por qué, sobre las bocas de los chiquillos, creo que trataban de alimentarlos. Los hombres seguían con sus falos, que rebotaban enormes entre sus piernas, caminando sobre las aceras y me gritaban Oye, niño, ven, vente niño, vente, ven con nosotros, acompáñanos. Sus voces, además, sonaban roncas, cada vez que hablaban sacaban flemas y me rociaban. Algunas de estas se metían en mi boca porque yo estaba cansado y respiraba como un perro. Corría y las calles nunca se acababan. Ahora sí lloraba, llegó un punto donde no sabía si lo que resbalaba sobre mis cachetes eran lágrimas o sudor o flemas o fluidos. Sentía también unas ganas insoportables de ir a defecar. Tenía que hacerlo y si no lo hacía, mi estómago se hubiera podrido. Paré en una esquina donde había unos cuantos hombres durmientes sobre el pavimento, sin nada para cubrirse, desnudos. Me puse de cuclillas y no tuve que hacer esfuerzo: el excremento salió espeso y abundante. Al olerlo casi me desmayo. Sentí que me estaba deshaciendo y deshidratando. No recordaba qué había comido en la tarde, fuera lo que fuese, olía putrefacto. Lo peor fue que no paraba de defecar: seguía y seguía expulsando mis desechos. Mi recto rugía tan explosivamente que despertó a todos los hombres. Ellos se acercaban poco a poco, apenas podían ponerse de pie, parecían zombis. Yo me asusté y empecé a pujar con un esfuerzo sobrehumano para que finalmente cesara de defecar, pero no lo lograba: mi excremento era infinito. Los hombres se me 23
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acercaron y yo estaba inmóvil haciendo lo imposible por acabar las labores digestivas. Los hombres me acariciaban la espalda, algunos llegaban a tocarme las nalgas viéndome con unos ojos hambrientos. Al mirarlos, distinguí que sacaban tierra de su boca, regurgitaban. Después empezaron a comer de mi excremento, urgidos de tragarlo y de tenerlo en sus estómagos. Abrían sus bocas de manera desmesurada y se metían los trozos gigantes de mierda; masticaban, tragaban y volvían a hacerlo. Algunos, con mi residuo dentro de sus bocas, gritaban ¡Mierda de rico! ¡Mierda de rico! ¡Qué diferente es esta caca de rico! ¡Sí, muy diferente de la nuestra! Por fin terminé de defecar y me fui corriendo, a no sé dónde, pero después de correr tanto, me desmayé. Lo último que vi fue que estaba en la entrada cerrada de un metro. Zócalo, sí, era el metro Zócalo. Desperté como a las dos horas, todavía era de noche. Las ratas se me encimaban. ¡Estaba repleto de ratas! No aguanté. Me puse a regurgitar pensando en los rostros de los de los hombres que tragaban mis defecaciones y no sé qué vomité porque saqué algo como lodo, así como lo hacían los otros hombres. Y luego me dio un hambre como nunca la había sentido. Es más, era la primera vez que sentía hambre.
Me paré como pude y empecé a vagar por las calles tropezándome a cada rato porque no veía nada, no había luz. Después de un rato, escuché un sonido como de vidrios que se rompen. Me volví hacia el ruido que persistía, pero no distinguí nada. Poco a poco me acercaba hasta que choqué con una vieja, sí, una anciana viejísima, que arrojaba envases de cerveza. Supe que era una vieja porque alcancé a tocar sus senos caídos que casi llegaban hasta mis rodillas y también sentí la piel arrugada de sus brazos. Por un momento pensé que era mi abuelita, pero no. Escuché su vetusta voz que apenas podía emitir sonidos. ¿Quién es usted? Me preguntó. Iba a correr otra vez, pero mis piernas ya no me respondían. Entonces, por fin decidí hablar. Soy Arturo, mentí, no sé por qué, pero me daba mala espina la vieja esa. ¿Quiere un poco de beber, Arturito? Yo no sabía qué responder, pero, sediento, dije que sí. Tome, échese esto, Arturito. Me lo empecé a beber. ¡Bendita suerte que sí era agua! Por un momento había pensado que era cerveza o alguna cosa así, pero no, ¡era agua! Sabía riquísima, me la acabé. ¿Tiene más? Y ella me dijo Sí, sí, claro que sí, Arturito, toda la que quiera. Me dio como quince botellas, me las acabé todas y luego me
Narrativa dieron ganas de orinar. Ella se dio cuenta y me dijo Arturito, véngase, orine aquí. Yo obedecí, pero en realidad no veía nada. Solamente oriné, ¡quién sabe dónde! Escuchaba que mi orina caía en una superficie de plástico. La vieja me decía Eso es, Arturito, muy bien, sí que tenía usted mucha pis ahí dentro. Yo en realidad no veía nada y sólo escuchaba la gruesa voz de la vieja y el sonido de mi orina. Acabé y me dijo ¿Ya terminó, Arturito? Veo que ya no sale nada, muy bien, Arturito. ¿Quiere algo de comer? Afirmé sin pensar. Espéreme aquí, no me tardo, Arturito. Se fue no sé a dónde y yo me quedé sentado en una banqueta. Después de un rato bastante largo, no me acuerdo cuánto, regresó la vieja. Yo escuchaba sus pasos que se arrastraban y que apenas podían caminar. Arturito, le traje de dos sopas, ¿cuál prefiere? ¿Esta o esta? Yo no sabía qué contestar, pues no veía nada, aún todo estaba bien oscuro, negérrimo. Elegí una pensando que daba igual y que maldita cosa del azar. Aquí tiene, Arturito, yo me comeré la otra, provechito, Arturito. Me dio algo suave y húmedo envuelto como en periódico. Olía bastante bien, como a pasta. Tal vez sea lasaña, pensaba, o tal vez fetuccini como el de mi madre, pero no fue así. Lo empecé a comer y eran frijoles. ¡Riquísimos frijoles! Estaban tibios y solo eran viles frijoles en caldo, pero me saciaron tanto el hambre que hasta comí el papel mojado con el caldo. Buena elección y qué buena suerte, me dije. Al terminar de comer, solo escuchaba el masticar de la vieja y cuando tragaba. ¿Qué come usted? Pregunté. Una pata de cerdo, Arturito, ¡muy buena y muy rica! ¿Pata de cerdo? Le pregunté. Sí, pata de cerdo, ¿gusta probar? Arturito. Negué y ella siguió comiendo. Después de un rato me empezó a gruñir el estómago otra vez. ¿Todavía tiene más comida? Pregunté. Sí, Arturito, sí, tengo estas dos patas de cerdo todavía, ¿quiere una? Asentí. Hay esta y esta otra, Arturito, ¿cuál prefiere? ¡Otra vez el méndigo juego de azar! Elegí una pata de cerdo envuelta en papel periódico. Olía a vinagre. La mordí y estaba durísima, era como un chicle pero con sabor a carne. Seguro estaba cruda, a pesar de eso me la comí. Después de un rato me dolía el estómago. Todavía seguía escuchando las masticadas de la vieja. ¿Qué tanto comerá? El dolor se acrecentaba cada vez más. Llegó un punto donde ya no aguantaba y empecé a llorar. ¿Por qué llora, Arturito? Preguntó. Me duele el estómago, le dije. Ay, Arturito, mire, le voy a dar una medicina de esas que dicen que sirven para curar el
estómago. ¿Prefiere tableta o gotas? Gotas, dije yo. De tanto dolor casi no podía hablar ni pensar. A ver, Arturito, aquí tiene, póngaselas en los ojos. ¿En los ojos? Pregunté. Sí, en los ojos, Arturito. En los ojos. Yo dije ¿por qué en los ojos? A lo que me respondió porque ahí se ponen las gotas, Arturito, ni modo que se las coma. De tanto dolor accedí y le dije ¿me las puede poner usted? Yo no veo nada. Sí, Arturito, sí. Yo se las pongo, a ver póngase boca arriba, acuéstese. Aunque yo abría los ojos lo más que podía, las gotas nunca entraron y se metieron en mi boca, en mi nariz y no sé ni cómo hasta en mis orejas. No le dije nada. Por supuesto que el dolor no cesaba hasta que poco a poco empezaron a proyectarse las luces del amanecer. Cuando por fin se podía ver algo, la vieja me dijo Bueno, Arturito, ya me voy a acostar, ojalá te recuperes pronto y ojalá también que nos veamos pronto. Pero por más que trataba de mirarla, nunca pude ver su rostro. Solo vi que estaba completamente desnuda y su cuerpo negro, bien negro y moreno y todo caído como cualquier cuerpo viejo, parecía una bolsa de huesos. Me di cuenta que agarró una cubeta de plástico y se alejaba lentamente. Me decía Gracias por el refresquito, Arturito, gracias por el refresquito. Yo le alcancé a gritar, al mismo tiempo que miraba sus nalgas alargadas y estiradas que se arrastraban en el suelo al caminar, ¿Cuál refresquito? Ella vociferó carcajeándose sin volverse y agitando la cubeta. ¡Este refresquito! Me vendrá muy bien pa’la sed, Arturito. Mis refrescos favoritos son las pises de los jovencitos como usted. Yo me quedé serio mirando nada más a la vieja alejarse. Cuando ya no la veía, me levanté. Sentía un débil dolor de estómago. Caminé como lo hacen los andariegos, sin detenerme hasta que descubrí un restaurante que apenas abría. Entré y encontré a unos gemelos, creo que eran los dueños o los gerentes. Lo supe después y sí eran los dueños y los gerentes. Les pregunté si me dejaban utilizar el teléfono para encontrar a mis padres, que estaba perdido. Eran idénticos los dos: chaparros, casi enanos, con las miradas desviadas, la calva reluciente, bien pulcra y tan brillante que me reflejaba en ella. Me pidieron dinero los dos carbones y yo no traía. Después de tanta charlatanería, que más bien era de ellos porque yo casi ni hablé, impusieron la condición de que si yo encontraba a mis padres, estos vendrían y pagarían por lo menos lo de diez comensales y yo tenía que lavar los trastes. Me dejaron usar el teléfono, pero yo era tan es25
arteficio túpido que ni el número me sabía. Tantas veces mi madre me decía Apréndete el número, a ver, repite después de mí, cincuenta y cinco, setenta y nueve, ochenta y nueve… Y ya. Hasta ahí me acuerdo de las palabras de mi santa madre. Marcaba los seis dígitos y después… Órale, otra vez el maldito juego del azar. Marcaba cualquier combinación de números para completar las ocho piezas del teléfono de mi casa. Cuando alguien me contestaba yo decía Mamá, papá, soy yo. Estoy perdido, vengan por mí. Al otro lado del teléfono me decían Chinga tú madre, cabrón o Ajá, sí, voy para allá hijito. Colgaban. Nunca venían. Ya deja de estar bromeando que te vamos a acusar con tu esposa. Bueno, para qué decirles más. Lo cierto es que todas esas voces no se parecían en absoluto a las de mis padres. Una sí, una era idéntica a la de mi madre, creo que era de ella, aunque no estoy completamente seguro. Esa voz taciturna, suave, dócil, tenue y blanda me dijo O vienes antes de que anochezca, cabroncito, o no llegas y tu padre y yo nos ponemos a hacer otro hijo porque tú nos saliste bien manco. ¡Manco! Así me llamó. De alguna manera sentí cómo aquella voz endeble y tierna apuñalaba la frágil corteza de mi corazón. Pero bueno, nunca la quise tanto como para afligirme y menos a mi padre. Estaba ahí solo en este gran juego porque sí es un juego y a quien no esté de acuerdo, lo veo en la salida de este gran restaurante para ponernos en la lucha de argumentos, de la vida: El juego de la vida. Qué aburrido nombre. El juego de la vida. Bien se podría llamar así una novela o un cuento o un relato, para los escritores flojos, o una película o una pintura o una insólita obra cualquiera. Pero bueno, dejémonos de palabrerías. Yo me seguía diciendo, sentado en el banco de la cocina, frente al teléfono que estaba a punto de colgar, con unas palabras que no son exactamente las que diré ahora ya que solo recuerdo una que otra Pues ahora estoy solo, perdido en El juego de la vida, en una pequeña esquina de la cocina, solo, abandonado y extraviado en el rompecabezas telúrico. Durante todo ese día, aún con algunas lágrimas en mi rostro y no sé cómo también en mi garganta, hice más llamadas de las debidas. Me enfrenté al misterio de las infinitas voces que sonaban en el altavoz. Nunca volví a ver a mis padres y, aunque me ponga sentimental, me interesa mucho saber qué les habrá pasado. Tal vez, sin saberlo, yo tenga hermanos o primos o ¡tal vez hasta ya soy tío! Me queda la nos-
talgia de lo que alguna vez pude tener, ¡no el amor de mis padres, eso no!, sino la casa. ¡Hubiera podido heredar la casa! No se imaginan, de verdad, el tremendo caserón que tenían mis padres, no se imaginan. Pero bueno, ya me estoy escuchando hablar muy mal, muy aprovechado tal vez, o muy avaricioso. Sin embargo, mi vida no fue mala ni buena, sino que estuvo viva. Así es. Estuve vivo, sigo vivo y de pie en El juego de la vida. Los gemelos calvos y con las miradas desviadas me adoptaron, no como un hijo, sino como su pinche y también como su pinche criado. Así fue, mis queridos oyentes, ellos nunca me educaron, sino que me ordenaron. Viví todos estos años bajo voces imperativas. Al final valió la pena porque un día cambió mi suerte. También cambió la suerte de los gemelos calvos con miradas desviadas, pues murieron envenenados. ¡Así como lo escuchan! ¿Que si fue planeado el envenenamiento? ¿Que si lo hicieron a propósito? ¿Que si fue por azar? ¡Quién sabe! No tengo idea, solo sé que fueron unos hongos venenosos. Y en menos de lo que canta un gallo, ¡muchísimo menos!, fue que llegaron veintitrés muchachones casi idénticos a los gemelos. ¡Veintitrés! Sin embargo, no consiguieron nada. Sorprendentemente o tal vez por la amable decisión de los gemelos o tal vez por suerte o por el bendito azar, yo aparecí como el único heredero. Esa vez casi me muero, no de emoción ni tampoco de la sorpresa ni mucho menos por la felicidad. ¿Acaso es alguien capaz de morirse por la felicidad? Sino casi muero porque en realidad los malditos muchachones me querían matar. ¡Esos desgraciados! Y salí vivo y ellos también, todo se solucionó por las ambiguas decisiones del azar. Es esta suerte lo que hace que yo les cuente todo esto. Porque tardó tanto tiempo en llegar la buena suerte que pensé que en realidad nunca la gozaría. Con esto me despido, mis queridos visitantes, y les deseo muy buen provecho en este fabuloso y mejorado restaurante que heredé, no sin antes pronúnciales unas palabras para finalizar. Les deseo mucha suerte en lo que les resta por vivir en El juego de la vida. Mucha suerte, sí, porque la necesitarán en estos vaivenes del azar. Y hablando de la suerte, quiero decir que la suerte es como una frase, no mía por supuesto, que escuché o que tal vez leí y que la perfeccioné: nadie nunca sabe cuándo la suerte se presentará, pues sus ausencias suelen ser prolongadas y sus apariciones imprevistas.
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Venus Hermeneuta: la espiritualidad y el equilibrio del collage Mariano Mangas
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ún existe espacio para el arte genuino en medio de un mundo donde se valora más a una caja de zapatos pintada de laca dorada y colocada en medio de una galería. Solo basta adentrarse en las obras de artistas que desde la independencia pugnan por un trabajo que tenga un fondo definido y que luchan porque la técnica trascienda más allá de fútil. En la diseñadora y artista plástica Venus Hermeneuta habitan tanto la ensoñación como la técnica, a la par de un discurso en torno a la feminidad como detonante del empoderamiento. Aunque fue bautizada por allá de 1991 con el nombre de Elena, esta chica originaria de la Ciudad de México, reconstruye su esencia a partir del tri-
buto al planeta Venus, al mismo tiempo al amor y la figura femenina; además busca re interpretar los materiales provenientes de la cultura pop: revistas de moda, diseños textiles, fotografías, acuarelas. Deconstruye en pequeñas piezas de un rompecabezas que más tarde sublima en una nueva pieza. Nace el collage. Los límites estéticos de Venus Hermeneuta no se hallan únicamente en la técnica, sino en la experimentación con el azar porque el artista también debe jugar con lo inesperado para expresar lo mejor de sí mismo. Su trabajo está íntimamente ligado a lo hecho por la alemana Hannah Höch; a esta influencia le agrega la cosmovisión de esa paleta de colores que es la cultura mexicana. El receptáculo de su creatividad incluye lienzo, cartón, madera, vi 29
Entrevista arteficio Aún existe espacio para el arte genuino en medio de un mundo donde se valora más a una caja de zapatos pintada de laca dorada y colocada en medio de una galería. Solo basta adentrarse en las obras de artistas que desde la independencia pugnan por un trabajo que tenga un fondo definido y que luchan porque la técnica trascienda más allá de fútil. En la diseñadora y artista plástica Venus Hermeneuta habitan tanto la ensoñación como la técnica, a la par de un discurso en torno a la feminidad como detonante del empoderamiento. Aunque fue bautizada por allá de 1991 con el nombre de Elena, esta chica originaria de la Ciudad de México, reconstruye su esencia a partir del tributo al planeta Venus, al mismo tiempo al amor y la figura femenina; además busca re interpretar los materiales provenientes de la cultura pop: revistas de moda, diseños textiles, fotografías, acuarelas. Deconstruye en pequeñas piezas de un rompecabezas que más tarde sublima en una nueva pieza. Nace el collage. Los límites estéticos de Venus Hermeneuta no se hallan únicamente en la técnica, sino en la experimentación con el azar porque el artista también debe jugar con lo inesperado para expresar lo mejor de sí mismo. Su trabajo está íntimamente ligado a lo hecho por la alemana Hannah Höch; a esta influencia le agrega la cosmovisión de esa paleta de colores que es la cultura mexicana. El receptáculo de su creatividad incluye lienzo, cartón, madera, vidrio, tela y formatos digitales. Desde el Carnaval de Bahidorá hasta galerías en Estados Unidos y exposiciones en el Museo Franz Mayer, Venus Hermeneuta se ha ido abriendo de a poco un lugar entre los collagistas más representativos de su generación, la de los noventas, esa que apenas había nacido cuando murió el grunge. En esta edición de la revista Arteficio, nuestra portada corre a cargo de esta artista mexicana con el collage Ciudad Derruida (2019). Charlamos con Venus Hermeneuta sobre su postura respecto al arte, la importancia de tener un discurso y el azar que influye en la creatividad. ¿Cuándo descubriste que el arte era lo que tú querías hacer? Desde que estaba estudiando en la universidad, en 2010, siempre me llamó la atención el arte y tenía amigos que se dedicaban al grabado. En ese mo-
mento a mí también me llamaba mucho la atención poder hacer arte de alguna manera pero como no tenía tantas habilidades, empecé a hacer collage y desde ahí como por el 2013, que terminé la carrera, empecé a buscar la manera de expandir mi creatividad a través del collage.
“Mi proyecto es un poco como la representación de un planeta y en ese planeta hay habitantes que están conectados con la naturaleza y consigo mismos” ¿Por qué elegiste al collage como tu forma de expresión? Principalmente fue porque yo no tenía como tal tanta habilidad para el dibujo y siempre quise hacer realismo, pero de alguna manera estaba limitada por mi capacidad y en ese momento quería hacerlo. Decidí que fuera a través del collage, aunque siempre me han llamado la atención otras variantes de la imagen como la fotografía, la pintura, el video. Considero que un artista puede explorar otras técnicas, aunque de preferencia sería mejor que un artista siempre tuviera más amplitud en sus técnicas. ¿Qué artistas son los que más te han influido? Me he visto influenciada por diversos artistas tanto plásticos como audiovisuales. Entre los que más admiro en cuanto a arte está Hannah Höch que es una collagista alemana que participó en la primera exposición Dadá en Berlín, en 1919, y estuvo muy involucrada con el movimiento de los dadaístas. También me gusta mucho Salvador Dalí, Remedios Varo; en cuanto artistas mexicanos admiro el trabajo de Teresa Margolles, Felipe Ehrenberg que él fue un artista multifacético que hacía performance, libros. De artistas también me gusta mucho lo que hace en el cine David Lynch y David Byrne de cómo es vivir como músico.
arteficio Por la fotografía también estoy muy influenciada. Por la fotografía de moda actual es lo que ahorita más me interesa y el arte naif que hace pintura no tan realista pero es un poco más expresiva. Vincent Van Gogh también me gusta mucho. La escena alternativa. Pues esas son algunas de mis influencias en cuanto arte plástico. ¿Cuáles son las temáticas que te gusta abordar? Mis temáticas son principalmente la feminidad pues mi proyecto es un poco como la representación de un planeta y en ese planeta hay habitantes que están conectados con la naturaleza y consigo mismos. Principalmente me gusta abordar la espiritualidad, la idea de que somos seres conectados con algo más allá y esos son mis principales temas. Me gusta fusionar la fotografía con la pintura, la acuarela y así. ¿Por qué predominan los personajes femeninos en tu obra? Creo que es mucho por la cuestión de la elasticidad de la figura femenina, además que yo misma me he dado cuenta que es una especie de sublimación en dónde yo empodero a la mujer y al mismo tiempo yo misma me estoy empoderando como mujer. De alguna manera siempre he vivido rodeada de mujeres con mucho carácter; entonces siempre, inconscientemente, reproduzco esa imagen en mi trabajo. Actualmente estoy intentando cambiar mis paradigmas; sin embargo, creo que es algo muy frecuente porque soy una mujer y siento que debo darme ese valor a través de mi arte. ¿Dónde has expuesto? He expuesto nacionalmente e internacionalmente. Tuve la oportunidad de participar en 2019 con dos exposiciones; una en Austin, Texas, en la Galería Insomnio y la segunda exposición fue en Washington en la Galería Colapse gracias a mi amigo Jay Barrones qué es un artista proveniente de Austin. Él llevo mi trabajo a estas galerías. He expuesto en el Museo Franz Mayer en una exposición colectiva y en algunos centros culturales independientes de la Ciudad de México y esas han sido mis exposiciones más destacada
¿Hasta donde quieres llegar con tu obra? Me gustaría mucho exponer en otros países además de Estados Unidos, pero también como que me gustaría un poco cambiar mi paradigma de que la artista solamente es una sola persona. En algún momento me gustaría incentivar a que otras personas lo hagan. Tengo la idea de más adelante estudiar algo que tenga que ver con la psicología y el arte. Me gustaría que más allá de que mi trabajo plástico trascendiera en el tiempo, ayudar a otras personas a que encuentren también su camino hacia el arte. De tus trabajos ¿cuál es tu obra favorita? Creo que particularmente la de Isla de Encanta (2015) ha sido la obra que más me ha representado porque esa obra habla de una utopía y en esa utopía está plasmado un edificio antiguo como de un estilo Barroco. En esa isla habitan las aves y está en una montaña. A su vez hay humanos y en esa pieza existe una mujer que se está liberando y un hombre que está a su lado. Al final de cuentas, como que esa obra habla mucho de la idea de buscar un mundo más equitativo, donde todos estemos todos en armonía en la justa medida: la naturaleza, el hombre, la mujer, las matemáticas, el conocimiento… que todo estuviera en un equilibrio. Obviamente eso es utópico pero es un poco como la idea de un paraíso en donde todo fuera armónico y esa es la obra que más me gusta.
“La de Isla de Encanta (2015) ha sido la obra que más me ha representado porque esa obra habla de una utopía y en esa utopía está plasmado un edificio antiguo como de un estilo Barroco”
Entrevista arteficio ¿Y cuál es la obra que más te ha costado trabajar? La verdad es que los últimos meses he estado intentando introducirme en la pintura y creo que las últimas piezas que he hecho son más con experimentación con el acrílico. Han sido las que más me han costado trabajo porque la pintura es un lenguaje más complejo; entonces, ahí tienes que manejar luces, sombras, volúmenes y de pronto puedes dejar de lado el collage para entrar en otra dimensión. Me ha costado más que nada por la cuestión temática para de lo que quiero decir con mi trabajo porque siento que un artista también debe de hablar de lo que le acontece. Ha sido una etapa un poco más difícil, pero a su vez con nuevos y emocionantes retos. ¿Qué opinas del hamparte? Como con toda la globalización, nos lleva a que el arte es un mercado. Entonces, el hamparte o lo que son los artistas que pertenecen a un mercado son respaldados por las instituciones, por las galerías, por las escuelas y por los museos. Particularmente, el hamparte se supone que es como más un discurso filosófico, un concepto el que se está desarrollando; no es tanto como una virtud de un artista que tardó quizá bastantes años en crear una obra, una serie. Contrario a eso, este es un discurso más filosófico. Lamentablemente somos una sociedad a la que nos falta mucho leer para comprender ese arte que es a veces difícil en cierta medida. También siento que estos artistas solamente están buscando cotizarse en las galerías. Entre más críptico, entre más le metan este discurso, pues menos entendible va a ser para las personas comunes. Obviamente van a empezar a ser ese gran artista porque están planteando un concepto que no logramos comprender.
“El hamparte se supone que es como más un discurso filosófico, un concepto el que se está desarrollando; no es tanto como una virtud de un artista que tardó quizá bastantes años en crear una obra, una serie.” Si Zona Maco y algunas otras ferias de arte han respaldado a estos artistas es porque al final son un mercado y hay gente que paga por esos objetos. No sabemos hasta qué punto existe una maña en la presentación de estos objetos, como lo que sucedió con Avelina Lesper que apenas se acercó, rompió esa pieza de Gabriel Rico y después por información que pude leer, se estaba buscando cotizar más caro a ese artista. Entonces, ¿hasta qué punto el arte de hoy en día se ha vuelto un espectáculo y se ha perdido de vista como esta noción de la virtud, del concepto de la creación, del esfuerzo por generar? Es algo que a final de cuentas forma parte de una globalización. Hay un mercado, sin embargo, de artistas que siguen haciendo cosas que valen la pena: artistas gráficos, grabadores. Pero la globalización ha hecho que incluso el mismo el mercado compre a estos artistas. El artista tiene la necesidad de comer y no le queda de otra más que a veces venderse a marcas grandes. Siento que los artistas deberíamos siempre buscar un discurso propio y no solamente tratar de venderlo a un mercado o una marca, sino buscar transmitir lo que creemos como artistas. ¿Qué tanto juega el azar en el arte?
Obras: 1. Isla de Encanta. Técnica mixta collage análogo y digital. 2015. (p.28)
2. Cubismo.
Técnica mixta collage análogo y digital. 2018. Serie Ciudades (p.31)
3. Azar.
Técnica mixta collage análogo y digital. 2020. Serie Ciudades (p.34)
4. Viaje en carro.
Técnica collage con serigrafía. 2014. Serie Ciudades (p.35)
Es súper necesario el azar porque una vida monótona, una vida como muy alineada, puede hacer que las personas pierdan la creatividad o esta capacidad de sorprenderse. El azar nos lleva siempre como a una constante de nuevas experiencias, nuevas imágenes. Inclusive el hecho de salir a caminar y tomar una calle diferente es parte de transformar la vida misma. Nunca 33
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vamos a saber hasta que punto poseemos algo. No podemos controlarlo todo y para un artista el hecho de no controlarlo todo, el no dejarse llevar por su tirano que le dice tienes que ser perfecto, pues hace que el artista sea más genuino. En momentos donde la tecnología, el algoritmo, nos controla es el azar el que está fuera de ese de ese lugar. Uno puede decidir tomar una ruta o ir a la deriva y esa experiencia de tomar la iniciativa de dejarse llevar por el azar, puede hacer que despiertes a una conciencia diferente. Un artista debe de tener una conciencia más elevada y muchas veces, el hecho de no tener todo determinado o controlado hace del artista algo más genuino. El azar es parte de esa idea. Obviamente un artista debe de tener la técnica, pero al mismo tiempo tiene que apostar por esa parte del juego con el azar. Es como jugar.
“Un artista debe de tener una conciencia más elevada y muchas veces, el hecho de no tener todo determinado o controlado hace del artista algo más genuino.” Silvia Elena Mangas González
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Vieja Serenata Valeria Cornu
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ugar dominó con sus nietos era una costumbre que Octavio disfrutaba. —Abuelo, ¿por qué tú eres el único de tu familia que no vive en Estados Unidos? —preguntó la nieta de diez años al poner la mula de seises al centro de la mesa. —Porque tu abuela encendió la luz. 36
—¿Cuál luz? —La luz de su recámara. —¿Estaban a oscuras en la recámara? —No hija —rió el abuelo— encendió la luz cuando le llevé serenata. —¿Y nada más por eso no te fuiste con tus hermanos?
Narrativa —Sí, nada más por eso. —Ay, abuelo, te la hubieras llevado y ya. —No quiso. —¿Y si no hubiera prendido la luz te hubieras ido? —Son demasiados hubieras. Hay que hacer lo que uno siente y ya; porque uno nunca acaba con los hubieras. Vamos tira —ordenó Octavio mientras miraba sus fichas y de pronto, resucitó en su memoria la imagen de aquel día. —Te va abuelo, ya no lo pienses tanto —dijo la niña para despertarlo de su distracción— ¿Cuántos años tenías? —¿Cuándo hija? —Pues cuando le llevaste serenata. —Como dieciocho o diecinueve. —¿Y? Solo esa diminuta sílaba bastó para que el hombre de ochenta y cinco años dejara correr la vieja historia una vez más, pero con la ilusión de que la recibirían oídos nuevos. —Cuando vi a tu abuelita por primera vez, ella iba saliendo de la escuela. Todas las muchachas estaban uniformadas; con ver solo a una ya habías visto a todas. En ese tiempo yo trabajaba de auxiliar veterinario y muchas veces iba a vacunar perros o pollos a las casas de la colonia donde vivían tus bisabuelos. —¿Vacunaban pollos? ¿A poco la gente tenía pollos en sus casas? —Sí, antes algunos tenían puercos o pollos en los patios de las casonas. —¡Qué raro! ¿No, abuelo? El hombre asintió y calló al pensar que la conversación había terminado. Sabía que no hay que decir ni una palabra más cuando ya no hay nadie que escuche. —Bueno, ibas a vacunar pollos y entonces ¿qué pasó? El abuelo sonrió ante el interés de la niña; robó dos fichas y colocó una más en la serpiente blanca de puntos negros que adornaba la mesa de cuero. —Pues no sé el porqué, pero ese día, cuando iba saliendo el montón de muchachas, la vi; era diferente a las demás, caminaba derechita, parecía de la realeza. Las estudiantes miraban coquetas a los que venían de la secundaria cuatro a recoger a sus novias o a sus hermanas. Pero tu abuela se creía el centro del mundo y dejaba que la miraran, pero ella no regalaba ni una ojeadita siquiera. Por eso me gustó. Ese mismo día la seguí. Iban cinco: tu abuela, la tía Mar-
tha y tres amigas que vivían una cuadra antes. Todas voltearon a verme dos o tres veces, pero tu abuela seguía su paso, elegante, altanera, segura. Al llegar al portón, apenas y tocó la campana, cuando Herminia, su nana, ya estaba abriendo la puerta. —¡Te gané, abuelo! —gritó la nieta al tirar su última ficha. Entonces contaron los puntos de Octavio y la niña los apuntó en la libreta. Voltearon las piezas de marfil para hacer la sopa y sus manos chocaban en medio de la mesa al revolverlas. Las manos tiernas y blancas se estrellaban amorosamente con las arrugas y las pecas de las octogenarias. Después de un pequeño baile de palmas y dedos cada quien formó su juego. —Síguele, abuelo. —Sacas hija, tú ganaste. —No, sígueme contando. ¿No te volteó a ver para nada? —No. Entonces me quedé en la esquina por si volvía a salir, pero no, nunca salió. Y al día siguiente volví a la misma hora a la escuela y tu abuela ni se inmutaba. Yo veía que sus amigas y la tía Martha me miraban de reojo y tu abuela, como estatua. Así me estuve toda la semana. Las seguía hasta su casa y me quedaba en la esquina y nada. Ya para la siguiente semana el grupito me saludaba de lejos, pero ella no. Un día, me miró un segundo y después me dio la espalda. Al ver esos ojos recios, como los tuyos, supe que quería que me mirara toda la vida. —Pero si era tan grosera ¿por qué la seguías? —Porque en esa época un universitario con trabajo no era tan mal visto y había muchachas que me coqueteaban. Pero tu abuela no era ni para voltearme a ver; entonces, pensé que tenía que conquistarla, bajarle lo orgullosa, enamorarla pues. Porque lo que más trabajo cuesta, al final, es lo que más se aprecia hija. —¿Pero hasta cuándo te hizo caso abuelo? —Un día me acerqué a ellas y les dije Les invito un chicharrón y tu abuela contestó bien enojada Ni lo mande Dios, hombre. Cuando yo quiera, yo me lo compro. Y la tía Martha le dijo Victoria, no seas grosera, yo sí se lo acepto joven y las demás también quisieron. Hasta allí supe que se llamaba Victoria. Yo sabía que se le estaba haciendo agua la boca mientras el chicharronero exprimía los limones y espolvoreaba el chile piquín. Cuando las acompañé a su casa, iba bien enojada. Desde ese día se hizo costumbre: yo les disparaba jícamas, raspados o chicharrón 37
arteficio a cambio de poder acompañarlas hasta su casa. —¿Y nunca dejó que le compraras nada? —Bueno, sí. Un día me aceptó un helado, esa fue mi primera victoria. La segunda fue una tarde que salió a la botica y me permitió acompañarla. Así, de victoria en victoria fui conquistando a mi Victoria. Me pasé más de un año cortejándola y cuando ya sentía que iba a caer, mis papás empezaron con la idea de irse al Norte con mi tío Pedro que le estaba yendo muy bien. Pero yo ya estaba en tercer año en la universidad y tu abuela ¡me traía loco! Me pidieron que lo decidiera pronto. Junté mis ahorros y me fui a la Plaza Garibaldi por el mejor mariachi. Me alcanzó para cinco canciones porque eran como quince. Imagínate, llenaron dos camionetas. Traían trompetas, violines, guitarrón y hasta un arpa. Para entonces sabía cuál era su ventana y tenía un balcón, parecido al que tenemos ahora. Las luces estaban apagadas; entonces, les pedí a los mariachis que empezaran con la de “Despierta”, que era la que se usaba para iniciar las serenatas en aquella época. Y luego siguieron otra y otra y nada. Ni una luz. Sólo el ladrido del perro. —¿Y qué quería decir la luz? —Pues mira, cuando la luz se encendía significaba que la serenata fue bien recibida y si además la mujer salía al balcón que eras bien correspondido. —O sea que te quería. —Pues sí, más o menos. —¿Y entonces cuándo prendió la luz? —Mira, iba ya la última canción y como que vi que se movieron las cortinas. Pero cuando acabó, la luz seguía apagada. Les pedí una de pilón y no quisieron, así que tuve que darles mi reloj a cambio de la de “Amorcito corazón”, que estaba muy de moda. Volví a ver las cortinas moverse pero nada más. Y de pronto, en el último verso, cuando ya me hacía de camino a los Estados Unidos, la luz se encendió. El juego transcurría lentamente al calor de la plática. —¿Y salió al balcón? —No. Nada más se asomaban las narices por las cortinas entre sombras, pero eso fue suficiente. Porque la luz era una esperanza y de joven, una esperanza es lo único que necesitas. Por eso me quedé. —¿Te imaginas qué hubiera pasado si no hubieras traído reloj? —Ay, hija, tú y tus hubieras... Lo único que sé es lo que pasó y créeme, no cambiaría nada —dijo el viejo tirando una ficha sin pensar. 38
—¡Abuelo! ¡Ya lo cerraste! Mira con todas las que me quedé —gritó la niña fingiendo enfadarse mientras volteaba todas las piezas que le sobraron. Mientras el abuelo contaba sus puntos, su nieta lo miraba tratando de imaginarlo joven, con pelo, sin canas en el bigote, con todos sus dientes y quiso que la historia continuara. —¿Y tú crees, abuelo, que si hoy le traes serenata, mi abuelita va a prender la luz? —Ay, niña, pues yo creo que sí. Pero ya estamos muy viejos para esas cosas. —Pues si yo fuera tú, le traería una para no quedarme con la duda. El anciano se quedó pensativo. El color se le subió a las mejillas con solo considerar el consejo de su nieta. —Acuérdate que quien lo cierra le toca hacer solo la sopa —interrumpió la pequeña los pensamientos que comenzaban a agobiar a su contrincante. —Tal vez para el día de las madres... —¡Ay, abuelo, si no es tu mamá! Yo creo que sería más sorpresa si se lo traes hoy —dijo la soñadora entusiasmada—. Te da cosa ¿verdad? —¿Qué hija? —Pues que no prenda la luz. —¡Me canso que la prende! Esa noche, la calle de Tonalá en la colonia Roma se llenó de acordes. Con el tiempo y un ganchito ha de resecarse el mar. Violines, guitarras y trompetas despertaron a los vecinos y sus recuerdos. Las luces de las casas iluminaron la manzana entera. Todos querían saber quién era la afortunada. En su recámara, la abuela miraba hacia la ventana recordando también. Con el tiempo, con el tiempo... Entonces, Don Octavio gritó: —Victoria, Victoria —y siguió cantando— de mí te has de enamorar. La enamorada saltó de la cama con la agilidad de una quinceañera, tomó su bata y, esa noche, no sólo encendió la luz, sino que salió al balcón llena de vida.
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Azaroso camino Hugo Eugenio Tapia
C
uando despertó, descubrió que había ganado el avión presidencial. No fue necesario levantarse a revisar el cachito, apenas abrió los ojos se vio rodeada en su cama por el padre, el hijo y el espíritu santo. Lázaro, Andrés y el perro respectivamente la veían con ojos de sorpresa y admiración, supo que algo raro estaba pasando. Toda su parentela la miraba como hace mucho tiempo no lo hacían. Para confirmar sus sospechas, Manuelita se paró rápidamente preguntando qué pasaba, mientras buscaba el control de la tele para bajar el volumen; estaba tan alto que no podía oír sus pensamientos. —¿Qué pasó? ¿Están sordos? Papá dime algo, ¿estás bien? Nunca te paras del sillón y ahora vienes hasta mi recámara. —Andresito tiene algo que decirte. —¡Ganamos el avión, mamá! En la tele dijeron tu nombre. Manuelita se detuvo a pensar como sabían su nombre si no era requisito para comprar el billete. Sus dudas se dispersaron tan rápido como el espíritu santo salió corriendo del cuarto. Por todo el pasillo del departamento, de adelante hacia atrás 40
rechinando sus patitas contagiado por la emoción, ladrando cada vez que rebotaba contra la puerta de acceso. Repentinamente sonó el videoportero. Claudia la vecina palmeaba la puerta gritando, como era su costumbre, mientras anunciaba a unos reporteros que buscaban a Manuelita para hacerle una entrevista. Nuevamente no fue necesario contestar, la información siempre llegaba más rápido por los gritos que por el timbre. Manuelita respiró profundo pensando que, aunque la vecina era desesperante, siempre había sido amable al ayudar a cuidar a Andresito cada vez que se necesitaba, sin pedir nada a cambio. Se sentía correspondida con intercambiar los chismes sobre los vecinos del edificio. Desde que Enrique se fue y los dejó por otra mujer, casi se convirtió en su abuela postiza. Cuando abrió la puerta dos hombres morenos con aspecto misterioso y traje reglamentario solicitaron confirmar su nombre. Manuelita apenas estaba afirmando con la cabeza cuando uno de ellos sacó de su bolsillo un escáner de retina, apuntando a su ojo. Le advirtieron que no se moviera. Afuera, una horda de reporteros llenaba las escaleras y sacaba fotos. Al-
Narrativa canzó a ver, con el ojo libre, como algunos se cayeron tres pisos y se volvieron a levantar solo con la intención de subir nuevamente para obtener la primicia que sin duda era la nota del día. La escena le recordó la película de zombis que tanto le gustaba. Una nube de drones impedía la entrada del sol al viejo departamento. Cada una de las ventanas tenía un enjambre de estos aparatos con sus focos parpadeantes que no perdían detalle de los movimientos al interior. Esa tarde, Manuelita se puso los calzones mojados porque no se pudo secar la ropa. Afortunadamente los dos hombres se quedaron cuidando la puerta, no sabía sus nombres, pero los identificaba por los rigurosos trajes color 7420. No hay rango más alto, a estos hombres no se les cuestiona, se les obedece. No era necesario preguntar, Manuelita sabía que él vendría. Además de cuidar la puerta, se limitaron a indicar que se prepararan para salir cuando el avión llegara. El avión descendió lentamente al lado del edificio, tuvo que permanecer flotando un rato en lo que la vecina movía el suyo, tantos años permaneció el cajón de estacionamiento vacío que nadie se percató que estaba ocupado por dos viejas pipas de combustible. Los productores de los noticiarios aprovecharon para hacer con los drones un collage de tomas épicas. Mientras el avión permanecía suspendido en primer plano frente al edificio, con las tres ventanas del departamento al fondo, en una mostraban el rostro iluminado de Andresito y el perro. No todos los días se estaciona un avión en tu ventana. En la otra ventana era captado el abuelo Lázaro y en la última, Manuelita atrapando la ropa que salía volando del tendedero por el aire del avión. Con la ropa seca y hecha la maleta, todos bajaron al estacionamiento con sus trajes puestos y los cascos en la mano. Manuelita traía colgando de su cuello la vieja tarjeta madre de comandos de cuando se graduó de piloto. El navegante que aterrizó la aeronave aviso por el intercomunicador del traje que se disponía a bajar para hacer la entrega. De la nada aparecieron los dos custodios a un lado de la puerta de abordaje. Una densa neblina emanó de la puerta por la despresurización de la cabina y se disipó rápidamente para dejar ver que era el mismísimo M. Alpha 01, como todos lo conocían por su nombre clave. Si el líder mismo de las colonias fue a hacer la entrega, solo podía significar una cosa: que toda la humanidad ya contaba con una aeronave para poder dejar
la tierra y partir a nuevos mundos a la conquista del espacio profundo. Esa era realmente la noticia. Los años de espera que tuvieron que pasar para que cada familia de la colonia recibiera su vehículo de transporte había terminado. Manuelita sabía exactamente lo que tenía que hacer. —Papá asegura a Andresito y al perro, nos vamos de inmediato. Manuelita tomó la tarjeta que llevaba en el cuello y la insertó en la consola central del avión para disponerse a partir. Rápidamente se sentó y abrochó su cinturón de seguridad mientras los sistemas electrónicos hacían la revisión automática. Una alarma advierte intermitente un fallo en la computadora, mientras la nave se sacude de forma violenta. En la pantalla de navegación parpadea la advertencia de falta de potencia en propulsores. Ella no puede más que sentir una angustia que le genera un sudor frio y rabia por no poder salir de ahí en su nuevo avión. Desesperada empieza a golpear el tablero de la nave. De repente del fondo de la cabina aparece M. Alpha 01, para intentar calmarla. Sosteniéndola firmemente del brazo, se acerca. —Despierta. Muchacha, ya llegamos, despierta — dijo el taxista. —¿Aquí es? ¿Cuánto te debo? —Te dije por teléfono en cuánto salía el viaje de sitio, a lo mejor no me escuchaste por estar apresurada. Me colgaste muy rápido porque se te hacía tarde. —Lo que se me olvidó fue el monedero, no traigo el pasaje completo —contestó Manuelita buscando con los dedos nuevamente en la bolsa de su pantalón. El taxista miró fijamente la tarjeta que traía colgada en su cuello. —Eso es un cachito del sorteo del avión, ¿no? Dámelo y quedamos a mano. Manuelita tiene que decidir tan rápido como se aproximan al semáforo, en un movimiento se arranca la tarjeta del cuello y se la entrega. —Buena suerte —le grita apresurada mientras se baja. —Cuando quieras. También acepto boletos para el beis… Ella no responde, sonríe y saca su tarjeta para entrar al subterráneo. Espera llegar a tiempo, aunque sabe que aún tiene un azaroso camino por recorrer para llegar a metro Aeropuerto.
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Fraseo arteficio
“Era una noche espléndida como sólo en ciertos lugares del trópico, y específicamente en Cuba, suelen observarse. De la tierra y el mar brotaba una pálida fosforescencia. Cada árbol parecía sobrecogerse sobre su propia aureola. El cielo, en aquel pequeño pueblo donde aún se desconocía la electricidad, resplandecía con la potencia de un insólito candelabro. Allí estaban todas las constelaciones, las más lejanas estrellas, lanzando una señal, un mensaje tal vez complicado, tal vez simple, pero que ya ellos no podrían descifrar jamás.”
Reynaldo Arenas
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El caรณtico bestiario de Jorge de la Vega
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