Así Vivimos y Así Gritamos Diciembre del 2016 Nº 43 Director
Carlos Esteban González
Autores Artistas gráficos Portada
Carlos Esteban González Eduardo Gutiérrez Gutiérrez Ernesto Rodríguez Vicente Lorenzo K David Álvarez García Unai Rojo Fernández Jorge Pérez Olmos Pablo Vázquez Lobato
Editora gráfica Editor
Ana Nan Carlos Esteban González
Luna, en Inquietudes y poemas abandonados.
Carlos Esteban González y Ana Nan, El Anfitrión, lápiz y pintura digital.
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Índice
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A este lado de la playa.
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Tintas de nuestros carnales.
El lenguaje roto, en dos partes - Hoy os presento al pobre Monolo y sus cuitas. El alter ego o cómo renunciar a tener ran sólo una identidad - Breve estudio
de la obra de Azorín desde los ojos de Ortega y Gasset, resolviendo en una mínima reflexión acerca de la consistencia del ego.
Las lluvia de mayo - Una borrachera primaveral inspirada por la vida en suspenso y una resaca otoñal causada por la caída de la vida
hermosura
cabeza, tres poemas testimoniales y anacreónticos.
hombres y fuente de las más aciagas introspecciones. Pero que no por ello hemos de dejar esta tarea. La búsqueda de la eternidad en el papel es, y siempre será, la más noble de todas las ambiciones.
a la creencia popular.
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España como gran dolor - Tres poemas de España y una reivindicación a la Inquietudes y poemas abandonados - Relato breve dentro de una inquieta
A vosotros, envidia del olvido: - El olvido es nuestro inexorable destino como
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Tren de sombras.
No tienen sexo los ángeles - Breve cuento; breve vuelta de tuerca profana
38 Lágrimas viejas - Poemas de amor y soledad.
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The Young Pope o ¿Cómo ser Papa cuando no se cree en Dios?
Hoy nos sentamos con... Jaime Romero Leo
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Deposite aquí su arte Angy Miró M. Irene Blanco Joamna Pordento Jögrhif Pashingger Ana Nan
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Túsica
Feliz vida a todos, queridos lectores.
El mes anterior llegué a esta playa, etéreo, no corpóreo, poseyendo una consciencia adulta pero huérfano de cualquier cosa similar a una memoria. En tales condiciones, podréis imaginar, es tremendamente complicado apoyar los pies en la arena. Tratando de solucionarlo, me he ido procurando algunas extremidades, para conseguir ganar algo de peso. Torpe de mí, campeón de la inconsciencia, comencé por ellas y no por el torso, así que ahora debajo de mí hay un corro de piernas y brazos desnudos, amontonados unos sobre otros. Acompañado de estas circunstancias, maldiciendo mi falta de suelo, he comprendido bien porqué aún no he recibido a ninguno de vosotros.
Llegáis, uno tras otro, a veces en grupo, admiráis el continente desde fuera, como quien ojea una portada. Luego, algunos cruzáis la playa como un suspiro, perdiéndoos rápido en el bosque, imagino, escalando raudos las grandes cumbres de las regiones conocidas, buscando efectivos los negros ríos de vuestro blanco preferido. Muchos, a vuestra partida, recogéis de la orilla mis cartas; de eso estoy seguro, me lo han dicho las bandadas de palabras. Pero claro, yo me he generado aquí para recibiros, estrecharos la mano con una sonrisa ilusionada y desearos el mejor de los ánimos durante vuestra visita a nuestras tierras. Ahora no que creo que os llame demasiado la
atención, quizá, aunque supierais que estoy ahí delante, no podríais verme, ni siquiera enfocarme. Sí podríais estrecharme la mano, agachados o recogiendo del suelo uno de mis múltiples brazos, pero, aunque esté dentro de mis posibilidades, no puedo permitir un recibimiento tan desmembrado. Lo comprendo y agradezco mucho vuestra consideración al advertir este muestrario de carne desnuda y cuidadosamente mirar para otro lado. Os honra, por eso quiero aprovechar el espacio que generosamente me concedéis para prepararme, para vestir un poco esta vocación anfitriona. Bueno, me pongo un poco un cuerpo, lo visto y aquí espero resuelto a que salgáis de nuevo de entre las sombras del bosque, decidido a escucharos y a agasajaros a partes iguales. No creo que me lleve demasiado, pero tampoco recuerdo ningún caso que pueda servirme de referencia. Mientras tanto, mes a mes, iré contándoos historias de lo que ocurre al otro lado del bosque y también en este, mi lado de la playa. Descripciones fugaces del continente, de lo que en él se alumbra, historias de más allá de la luz, grandes epopeyas de las regiones conocidas, geografías coloridas y fugaces serendipias.
El Anfitrión.
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El lenguaje roto, en dos partes por Unai Rojo (Canto)
Homenage al lenguage, age, age
Del estúpido grito de una grieta Descendían los ojos De unos que aún ni eran: Un pobre ser desnudo Que apestaba a mono tierno Con gafas en la piel De un enigma En su mayor densidad; Descendía entre el mundo Y yo, Entre un objeto y un sustantivo, El gran telón de las palabras; Figurillas mudas Acolchadas al aliento De la abstracción. Era una obra maestra “Era la voz del mono” –dijo un mono de sí-
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(I)
(II) En sí mismos Muestran libremente Las figurillas débiles Del poema anterior Y es posible que Ni mi en sí mismo Ni el tuyo, ni el de tu primo Sepan de qué estamos Hablando -lenguaje en reparación Mono averiado-
(III)
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Lengua de cristal Gafas brillantes de vidrio Que no puedo quitarme de la razón Que como mucho me dejaran ver No más que vidrio, Y en vidrio Hablará Por toda la eternidad En una charla Con la nada En un debate Contra sí
¿Quién repara al mono, Quién al que lo/le/la/Ø repara? ¿Quién, por tanto Repara al mono y a sí mismo?
(IV)
Se escapa del mundo El lenguaje el cual Lo atrapa
(V)
A ver si el mono es al punto todos ellos y se le ha roto el lenguaje
Así, en suma, se van a quedar el mono, el lenguaje roto, la realidad, el regocijo, la amada del yo y el miedo que le da la oscuridad de donde procede.
Poemas del mono (I)
La presentación de Monolo
¿Por qué ese fulgor Tan perfecto luce en Un vaso de esta agua? Igual que al principio: Ni el olvido del olvido, Ya ni de la risa la sombra -la sombra de la risaSólo un combate cuerpo a sueño En el mausoleo del tiempo Contra la estatua que -banana en mano- dice: ¡Soy la voz de la oscuridad!
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El alter ego o cómo renunciar a tener tan sólo una identidad Por Carlos Esteban González
“Somos hechos leves, combustible fósil. Somos contactos en la agenda de algún móvil. Somos historias, derrotas y victorias, personajes con sus filias y sus fobias en esta comedia (…)”
Locus, Duo Kie.
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Pocos o ninguno recuerdan a José Augusto Trinidad, pero, de seguro, muchos o incluso todos, sí a Azorín. Ortega, en El espectador, dedica a un amplio capítulo a Azorín y su obra. El autor madrileño se disponía en 1916 a viajar a Argentina pero antes busca despedirse «(…) de esta España nuestra tan agria, tan paralítica, tan quieta (…)» adentrándose una vez más en El Escorial. Dejando vagar su pensamiento entre aquellas emociones e inquietudes que el país americano le provoca, volviendo para enfrentarlas a su tan sentida patria, hayamos a Ortega cuando le entregan Un publecito; de José Augusto. Nos dice, sin dejar atrás ese vaivén argumental, «Nada más opuesto a América que un libro de Azorín. La palabra América, repercutiendo en las cavidades de nuestra alma, suena a promesas de innovación, de futuro, de más allá. Para los que amamos la obra de Azorín, oír su nombre equivale, en cambio, a recibir una invitación para deslizar la mano una vez más sobre el lomo del pasado como sobre un terciopelo milenario.». Nada más comenzar su meditación, comenta que ese precioso título reúne en sí todo Azorín. De él nos queda un cálido y quieto enternecimiento. Hablamos de algo minúsculo, sencillo, lindo luminoso y lejano. Más por lo mismo, algo débil, pobre, angosto, perdido, lamentable y pretérito. En Azorín, continúa, no hay nada solemne, majestuoso, altisonante. No le interesan las grandes líneas que se desarrollan serenas, simples y magníficas. En su arte, por una genial inversión de la perspectiva, lo minúsculo, lo atómico, ocupa el primer rango en su panorama, y lo grande, lo monumental, queda reducido a breve ornamento. En la obra, en la feria de libros que se reúne por septiembre junto a las frondas otoñales del Jardín Botánico, halla Azorín un libro, publicado en 1791 por don Jacinto Bejarano, cura párroco
de Arévalo. El autor es en la historia literaria un desconocido. Don Jacinto Bejarano escribió su libro mientras servía la parroquia de Riofrío, en Ávila, un pueblecito, casi una aldea. Ortega sigue la línea que traza su sospecha, apostando por encontrar la autobiografía de José Augusto en la biografía de don Jacinto Bejarano que Azorín nos deja. Confiando en el buen criterio del autor madrileño, conocemos ahora de él que es un hombre delicado, fino, inteligente, sensual «-sensual como Montaigne-», que atraviesa desconocido la vida española, tan «ingrata, áspera, elemental y bárbara»; siendo esta última cita de la obra de José Augusto. Apoyando su tesis, y corroborando ahora nosotros el buen tino de Ortega, señala que finalmente, en una de las postreras páginas de Un pueblecito, su autor escribe: «¡Adiós, querido Bejarano Galavis! No creía encontrar aquí, en la aldea, un hombre tan culto y tan delicado. Siento, como si fueran míos, tus dolores.»; como si fueran míos… subraya Azorín. Lo que me pregunto, tomando la anterior como inicial perspectiva, es ¿De qué o de quién predicamos tantas cosas?
Si miramos con cuidado el texto, podemos adivinar tres candidatos a ser depositarios de tan agudos pensamientos: José Augusto, Azorín y su arte. Distinguir entre sí las referencias de estos tres conceptos no es una tarea sencilla, vayamos despacio. José Augusto es el hombre, de carne, hueso y otros vapores; Azorín es el pseudónimo de este; y por último, su arte es su producto, por ello, distinto de él. Desde esta perspectiva, uno podría pensar que tratar de separar completamente estos conceptos es una vana empresa, destinada a obedecer a alguna falacia analítica. El relato, con ellos, es fácilmente construible si comenzamos desde José Augusto, utilizándolo también de hilo conductor. Este primero, siguiendo sus propias razones, dio lugar a para coser en sus extremos su producción literaria, su arte. Entonces, hablar de uno, de otro o de su producto, es siempre referir a una misma cosa. Sin embargo, comprobadlo, he seguido este feliz razonamiento al escribir el primer párrafo de este artículo y es inevitable notar que algo no termina de encajar. Arrojemos ahora, sobre este asunto, algo más de la luz que nos presta Ortega. Si consideramos la obra de arte, en este caso, la obra literaria de José Augusto, como un producto, es decir, como el resultado de la praxis de la producción, la entendemos como el objeto resultante de la transformación que él realizó a aquello que tomó de la naturaleza, de la realidad, de lo que se ve, se oye, se toca, tras la que tiene lugar un nuevo objeto en nuestra esfera, desde sus manos. Ortega, cercano en apariencia a este razonamiento nos dice «El arte no puede consistir nunca en copiar una realidad, si por realidad se entiende lo que se ve, se oye, se toca. Lo sensible es solo el resultado de una complicada labor oculta. Lo visto, lo oído, tiene valor meramente por lo que en ello hay de alusión a ese fermentar
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secreto, a esa latente trayectoria de que lo sensible no es sino un estadio. (…) Por eso, la realidad no puede copiarse, sino que se la sorprende mediante un acierto misterioso que hace al artista coincidir con ella, como el compás de la danza hace coincidir movimientos espontáneos e independientes.». De esta forma, distinguimos con Ortega entre lo que es la mera apariencia de las cosas, «(…) su apariencia fugitiva, la mueca insulsa que nos hacen al pasar por delante de nosotros», y aquello que hace que pertenezcan por propio derecho al mundo de los asuntos humanos, en el que cada objeto es fruto de la transformación hecha por las manos de los hombres. Para Ortega, «Lo importante no es que el artista coincida con la realidad, sino que coincida su obra.». Es decir, lo importante no es que la obra nos presente sólo la mera apariencia de las cosas, sino que traigan ellas mismas bien palpable y visible su genealogía, para que de un golpe percibamos su fisonomía y su génesis. En la obra de Azorín, por ello, no le encontramos a él, más allá de la huella indeleble que sus manos dejan tras el proceso de transformación, ni encontramos la realidad como plasmada en un papel de calco, sino una ventana abierta a las cosas que él recoge, a la hora de su nacimiento; cuando «(…) son las cosas ingenuas y nos entregan sus secretos.». Para ello, Azorín, como señala Ortega, no se ha dejado desorientar ante la muchedumbre de los fenómenos nacionales, sino que ha buscado su secreto general, su génesis común. Ha visto este hecho radical, que los comprende a todos: «España no vive actualmente; la actualidad de España es la perduración del pasado. (…) España no cambia, no varía; nada nuevo comienza, nada viejo caduca por completo. España no se transforma, España se repite, repite lo de ayer hoy, lo de hoy mañana. Vivir aquí es volver a hacer lo mismo. Por eso dice Azorín que, para él, contemplativo, vivir es ver volver. (Las nubes)». Es en esta cuna donde toman origen casi todos los elementos de su arte, no en José Augusto, o en Azorín. Nuestro buscar en su obra no tiene como botín final a su autor; este inevitablemente está presente y vive en ella, pero no representa su génesis, sino más bien el prisma que enfoca nuestra mirada hacia tal realidad. Por todo ello, me temo, hemos de distinguir, hasta donde podamos distinguir estas cosas, a José Augusto y a Azorín de su obra. Este razonamiento, por otra parte, puede ser también aplicable al concepto mismo de Azorín. Este, más que como pseudónimo como alter ego, puede ser considerado también producto del hombre, en este caso, de José Augusto; sin que con ello digamos, necesariamente, que la obra de arte de la que hablamos sea producto de José Augusto y no de Azorín. En la medida en que alguna escuela estética nos permita considerar a Azorín como una obra de arte, en tanto que forma parte del desarrollo de la sensibilidad estética de José Augusto, podemos considerar que la génesis
de Azorín, como cosa principal en el producto que es, no ha de estar tampoco en José Augusto, al menos en su totalidad. Quiero hacer notar que con este razonamiento nos distanciamos finalmente de la valiosa luz orteguiana. Desconozco cuál sería el hecho que José Augusto destacaría en sí mismo como génesis de Azorín, pero ahora sostengo que en su singularidad está implícito que es distinto de la totalidad hechos, pasiones, vapores, que supone su autor. Por ello, considero que podemos afirmar que la referencia de Azorín no es José Augusto, al menos plenamente él. Con ello estamos distinguiendo también a Azorín de José Augusto, por lo menos, nominalmente. Sin embargo, abandonando ahora el terreno estético, tanto José Augusto como Azorín se dan en la misma persona, es decir, en el mismo objeto de nuestra apariencia.
Si volviéramos al tiempo de estos hombres y lográramos reunirnos con ellos en algún ambiente común, al preguntar a algún casi extraño si ha visto a Azorín nos señalaría al mismo hombre que nos señalaría alguien más cercano a él, al preguntarle por José Augusto. Como no es de extrañar, para cualquiera de nosotros pensar que en un mismo cuerpo puedan convivir diferentes individuos es una locura o, incluso, el producto de la locura de esa persona. Por ello, imagino, trazamos largos laberintos de aparente coherencia que acaban tranquilizándonos con explicaciones en las que sólo existe una persona, un ego, que ocasionalmente juega a ser otro. Sea esta u otra la forma de esas justificaciones, lo que sí es común a todas ellas es la idea de que hay, o ha de haber, un ego original, con la capacidad de tomar la suficiente distancia con la realidad como para aparecer en ella como otro, pero a la vez incapaz de perder su originalidad, de dejar ser aquello que le hace ser sí mismo y no ningún otro. Una vez enmarcado este camino, hemos de rehusar continuar por él, pues sucede sobre un suelo resbaladizo en el que habríamos de encontrarnos con preguntas de la talla de: ¿Qué es aquello original en cada ego? ¿Qué caracteriza esa originalidad?; relativas todas ellas a materias de las que brotaron ríos de tinta, cuyos surcos aún hoy se llenan y cuyos orígenes se pierden más allá de la tan bien recordada civilización clásica griega. No, no nos ha de preocupar ahora cuál es la naturaleza o el origen de nuestro supuesto objeto de estudio, sigamos considerando cómo es la relación que establecemos con él.
Hemos usado, hasta este punto, la palabra ego como referente a esa entidad distinta de la mera apariencia, que encierra en sí aquello por lo que podemos considerar a cada uno de nosotros un individuo. Enunciemos laxamente lo que ha de reunir el ego como aquello que presenta una voluntad, entendamos, original, que tiene entre sus capacidades expresarla; es decir, que por sí sólo puede ser libre, en este caso, que puede deberse a sí y a sus impulsos. Conti-
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nuando este nuevo camino, para que podamos considerar los demás que aquel es un individuo, habremos de poder reconocer provenientes de él actos o palabras de los que podamos reconocer su autoría, lo que desde su perspectiva exigiría que pudiera tanto reconocerse en ellos como sentirse responsable de los mismos. Habréis de perdonar el burdo e insuficiente tratamiento de estos términos, pero considero que, al margen de precisiones académicas, podemos todos diferenciar a alguien de algo, aunque no podamos nombrar cada una de las normas o intuiciones que en tal reconocimiento empleamos. Dicho esto, cuando hablamos del ego hablamos de aquello que no descansa en la vida de un individuo salvo en casos de inconsciencia o de alteración radical de su estado de consciencia. Hablamos de aquello que esconde con magistral habilidad el actor que consigue hacernos olvidar que se encuentra tras el personaje. De aquello que consideramos pospuesto en ánimos alterados por la ira o la rabia, a lo que apelamos cuando alguien parece enajenado y desafía su propio bienestar. Esa luz de cordura que uno busca cuando se cansa de la broma de un amigo y desea que ese gas que le oculta desaparezca, devolviéndole a su hermano.
Tal y como lo consideramos uno podría afirmar que si despojamos a cualquiera de todo aquello proveniente de la construcción relacional de su identidad, de aquello que absorbe de su ambiente y de sus relaciones, habremos de encontrarlo. Hallaremos despojado de todas sus ropas a aquello que combina lo que aprende, a aquello que decide los pasos de eso con lo que interaccionamos, del individuo que tenemos delante. Entonces, en casos como el de Azorín, ese ego brillante que se encuentra al final de José Augusto se despoja voluntariamente de sus ropas y tras su retiro vuelve, en este caso, a la hoja en blanco, cubierto con todo aquello que hace ser a Azorín, siendo casi imperceptible su original semejanza con José Augusto. Sin embargo, siguiendo nuestro anterior razonamiento, eso no desaparece, es aquello que penetra en tales complementos y los dota de vida. Azorín y José Augusto, entonces, no podrán conversar en los términos en los que entendemos normal una conversación, haciéndose presente una insalvable ruptura entre cada interlocutor, en la que uno no puede saber con certeza del interior del otro, con la salvedad de que este se muestre a sí mismo. No sólo Azorín y José Augusto viven en la misma casa, sino que también son dotados de su vida por el mismo motor, para nada ingenuo. En este punto, hemos de notar que, con tal tratamiento, la etérea perspectiva con la que miramos a Azorín, en contrapunto con la firmeza de la realidad de José Augusto, comienza a igualarse a esa rotunda realidad. Supongo que podremos todos afirmar que José Augusto, si hubiera podido superar esas hondas emociones y esa radical intuición que le hacían volver una y otra vez a su arte, podría haber elegido ser otro José Augusto, así como eligió ser a la vez Azorín.
Incluso, si preferimos las desviaciones externas, cualquiera que sea ahora adulto, podrá reconocer en su pasado momentos en los que cambios sustanciales hubieran devenido en un futuro con un individuo sensiblemente distinto. Desde esta perspectiva, tanto José Augusto como Azorín parecen igualarse, en lo que a lo que son se refiere. Que el ego que ambos encierra elija ser uno u otro, en lugar de cualquier otro, sean esas elecciones conscientes o no, hace que lo único que parezca real e inmutable sea ese ego, no la apariencia que elija.
La apariencia, pese a ser aquello con lo que construimos nuestra realidad, es algo que no se debe a sí mismo, sino, más bien, a un juego de relaciones. Como ya hablamos en nuestra anterior relectura del manifiesto (Cuadragésimo Primer Número, 2016), en tanto que existan sujetos capaces de percibir objetos, podremos predicar de esos objetos que poseen una apariencia. Una vez que despertamos en una realidad que sucede en un universo no consciente de sí mismo, pero en la que sí hay individuos, como nosotros, que sí son conscientes de sí mismos, la mirada ingenua que descubría realidades que suceden independientemente de quien las mire parece una trasnochada ensoñación del pasado. Habremos de seguir en otra ocasión, esta vez sólo busco sembrar la duda respecto a considerar la vestimenta habitual del ego de cada uno como la original, como aquella a la que necesariamente se ha de volver para poder considerar que uno es uno mismo. Si estamos de acuerdo en la continencia tanto de José Augusto como de Azorín, en tanto que él puede ser uno y otro, incluso ambos a la vez, creo que no tenemos motivos suficientes para justificar cierta la afirmación anterior. Desde esta perspectiva, renunciar a ser sólo uno mismo supondría aceptar que uno no es esas cosas, sino que uno elige ser esas cosas. No es necesario, para ello, disponer de un alter ego, sino tan sólo apelar a aquello que se ha mantenido en todo nuestro recorrido. Es por todo ello, finalmente, que creo que si hablamos de la obra de José Augusto, habremos de hablar de Azorín, pues no podemos obviar cómo la produjo, y que aunque igualemos a Azorín y a José Augusto al mismo nivel de incertidumbre, hemos de separar su obra de tal categoría. Y, claro, si no lo habéis hecho ya, os invito a coger y leer una obra de Ortega o de este brillante hombre que hemos traído por todo el texto. .
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Las lluvias de Mayo Por David Álvarez García
-La razón humana tiene el destino singular, en uno de sus campos del conocimiento, de hallarse acosada por cuestiones que no puede rechazar por ser planteadas por la misma naturaleza de la razón, pero a las que tampoco puede responder por sobrepasar todas sus facultades. -
Immanuel Kant
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Jaqueca americana
Me veo en la -sí, por qué no decirlo- obligación de postergar algunos momentos mis pesadillas y hablar sobre aquellos que no dan tregua a su visión: aquellos durmientes de cuerpo que viven abultados y sucios muertos en vida de tantísima esperanza y miedos; que en algún diminuto refugio escondieron su pureza para que no se rieran de ellos sus compañeros de paradoja; y que algunos conservan la llave de su espíritu, pocos, pero algunos y llaman a esa llave bajo distintas denominaciones: amor, riqueza, éxito, caricias, genio... insoportabilidad.
Conversan en callejones que no existen, bajo balcones de estudiantes que dedican su desolación a inventar historias verosímiles e imposibles, a acariciarse espalda contra espalda con tremenda sutileza mientras fuman y fuman y fuman y fuman hasta la asfixia cerebral que no es más que un dolor de cabeza susceptible de curarse con pastillas con alquimia frugal aderezada, eso sí, con especias de fuego y aromas de sangre, con paseos andando o en bici o en coche o corriendo a toda hostia para llegar a algún antro cool remodelado que prostituye la idea misma del arte de cualquier arte, especialmente de la literatura, pero también de la pintura de la arquitectura, de la decoración de interiores, y de ese arte mayor que es la música; e, igualmente a toda hostia salir pitando de esa ratonera de miradas solitarias o de miradas endogámicas, o de miradas súper-drogadas y súper-tranquilas o incluso de miradas anhelantes de una sinceridad tan brutal que resulta finísima; finísima en su falsedad quiero decir, en su morbidez de masoquismo solipsista, en la plena certeza de una existencia social plenamente dominada por su presencia,
en la legitimidad de semejantes pretensiones neo-fascistas, o neo-anarquistas o neo-liberales, o puede que sean solo neo-modernas, es decir, la mierda embolsada de siempre.]
El caso es que hay que irse sin perder un segundo, atravesar la ciudad en la noche; pero siempre es de noche en la ciudad, al menos en Valladolid: ciudad lunar llena de cráteres,] en las caras de esas personas, de los viejos paseantes de Portugalete con su prole adecentada con ropa de domingo, aunque sea lunes, o martes, aunque llueva o truene. Porque, claro, la reputación es imperecedera, es una cualidad, o atributo del ser, o sustancia inherente al ser-humano,] al ser-alienado-trabajador-alienante, al ser-que-se-propone-fines-y-se-cree-por-ello-Dios, al ser-animal-no-animal-más-que-animal-pero-casi-animal, por los pelos animal; tipejo en calzoncillos analizando el ser-del-ser, el hombre en su relación con el espíritu el hombre en su relación con su pene, y con otro atributos ajenos, femeninos, dulcemente femeninos,] de formas diversas, desde el oblongo óvalo hasta el triángulo a priori o el cuadrado visceral. En el ejercicio crítico del hombre consigo-mismo, en la búsqueda impotente casi siempre del control,] del auto-control en el verso, en el verso libre, que airoso sale de los tiempos de esta historia,] de toda historia, porque es libre, libre siempre libre como decía la canción que hubo de perecer;] en los bares, en los mundos de luces repletos de Frankensteins homicidas y literatos frustrados en un siglo, dos o tres a lo sumo, que vieron la destrucción de un mundo suspendido en el cielo] como ya dijera Max Scheler citando a Giordano Bruno que a su vez citaba a Copérnico; o de miles de siglos, o de un aliento de Dios, del dios sol de los aztecas, Tonatiuh odiado por Ingeborg, la loca, la loca que todo escritor auténtico quisiera amar y ser correspondido por su locura] sin saber cómo es su rostro, su piel, su pelo, su coño y sus tetas, sus ojos alemanes bien lo sabía Archimboldi, seudónimo de Reiter, seudónimo de Bolaño, seudónimo de Belano...] “Y nosotros, que tanto sabemos ¿total para qué?”, el desvarío de un genio, de un amigo, genio como amigo y genio como genio apoyo inescrutable que ni entiendo ni merezco; mentes preclaras sumidas en un mundo arcaico de trabajos y días, prostitutas de Hesíodo vagando por rincones iluminados que absolutamente desconozco: idea para un negocio, para un fracaso, aunque triunfe será para un fracaso, todo lo que es nuestro es un fracaso, nuestra soledad que compartimos en la literatura y, a veces en la vida, es un fracaso
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como literatura y como vida, sobre todo como vida, pero como literatura también, que quede claro.] Como le quedó claro a Fabián que no sabía nada(r), ni en su pueblo ni en Berlín; y como le quedo claro a Fabián que Labude acabó odiando a Lessing sin una buena razón sólo por la broma de un envidioso, de un imbécil de las letras frustrado; ojalá, se hubiera rajado el cuello.] Me deleito en la imagen de la sangre oxidada floreciendo en una garganta justa, ¡¿pero cuál lo es?!] Desde luego la de Don Gorini no, intoxicada como lo está de polución y de acidez por los hongos de cultivo casero,] aunque los consumamos en medio de aquel perdido y amado pueblo, o en medio de una montaña] cuya pertenencia a Soria siempre fue discutida por Logroño, y viceversa, pero Soria va ganando de momento; de hecho, yo voy con Soria, que para eso es Castilla.
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Me veo ahora en la -sí, de nuevo debo decirlo- obligación proporcional de adentrarme en mis pesadillas y abandonar a mi ausente generación que, desde luego, algunos dirán que existe y otros dirán que no. Yo mejor no digo nada, nada más sobre este asunto quiero decir; porque aún puedo observar que el nuevo día se encuentra dormido, aunque canten los gallos tal vez solo para joder a los perros y los gatos pero, ¿quién es gallo y quién es perro y quién es gato? Yo solo soy un símbolo. Si no me creéis preguntádselo a cualquiera, sí, sí, a cualquiera, es sabido por todos, esta mierda está en la calle, y joder, que me aspen si alguien no lo sabe. Pero veo que tú no conoces todos los detalles de esta mierda, “Podría ser mucho más complejo, podría ser, seguramente menos sencillo, ¿entiende?” “Tengo cierta información ¿entiende?, Tío han salido a la luz algunas cosas… de pronto ha surgido esta mierda…”, Pero, en fin, te voy a prescribir un ejercicio práctico de suma utilidad: cierra los ojos, toca tu cuerpo, todo lo que puedas tocar, tócalo; a continuación, abre los ojos y vístete, ponte algo decente, negro, o marrón, pero oscuro; si hace sol, las gafas de sol son imprescindibles, y si no, no te vendrán mal tampoco; sal a la calle, y cierra de nuevo los ojos (ahora ves la utilidad de las gafas); da unos pasos, pocos pasos, y abre los ojos, y entonces, amigo, camina, como un jodido zombi, camina y observa, camina y observa, camina y camina, y observa y observa, luego detente y observa, o anda lentamente y sigue observando... al rato, si sigues cuerdo y atento, verás como tú también eres un símbolo, un ser que lo atraviesa todo: a los viandantes, a los edificios y a todas las ciudades. Entonces, vuelve a mí y háblame sobre lo que quieras: descubrirás que hablas sólo.
Sobre la fuerza de los dioses
Resuelta determinación de ayer ¿quedaste muda por aquellos lares? De entre la sombra te quiero traer y lucharé, si es que te resistes.
No puedo desearte en tu perder ni buscarte en tan lejanos mares ¿No quieres cantarme tu triste volver? ¿Te duelen acaso mis ojos tristes? Conciencia, tú, que a mi vera vives ¿No olvidaremos los feos días del desvanecido querer anterior?
No vendrán, o sí, los instantes verdes de la piedra del tiempo, muertas crías que iluminan del mundo el dolor.
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España como gran dolor Por Eduardo Gutiérrez Gutiérrez
“ya olvidé la dimensión de las cosas, su olor, su aroma; escribo a tientas el mar, el campo, el bosque, digo bosque y he perdido la geometría del árbol.”
Marcos Ana
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Quiero dedicar esta breve reflexión sobre el dolor que la circunstancia que me toca en suerte o desgracia vivir, España, mi España, produce en lo más hondo de mi persona -precisamente en ese lugar originario donde mi yo, aunque no sé todavía muy bien qué significa, toca con España, mi paisaje vital; yo y paisaje no son cosas distintas-, a dos figuras que por motivos varios han sido noticia en las últimas semanas: al director de cine Fernando Trueba, y al poeta comunista Marcos Ana (Fernando Macarro Castillo), recientemente fallecido. En cuanto al primero, quisiera decir algunas palabras. Sabido es por todos que hace escasas semanas el señor Trueba estrenaba una película, La reina de España, no exenta de escándalo. Y no es que la película por sí misma haya generado controversia, cosa normal tratándose de una película que habla de reyes, de una película que habla de reyes en España, sino que el escándalo público y mediático viene provocado por unas declara-
ciones en las que el director afirmaba, aunque poco después aclarase su postura, que no sentía español y que aborrecía de su país -escribo de memoria, no recuerdo las palabras exactas-. Esto hizo que la más rancia de las posturas de derecha que pueblan e infectan nuestra nación, a nivel público e institucional, saltase como un resorte y clamase en favor de un boicot a su película, pensando que sería un boicot a su persona. Nada más lejos de la realidad. No obstante tal boicot, como todos también sabemos, tuvo sus frutos. Pero lo que yo quiero hacer notar a quien me leyere, como el propio Trueba también ha hecho, es advertir de un peligro de radical importancia para todos nos: boicotear una película, más aún una película española, es boicotear la cultura. Y la cultura es patrimonio de todos, es contribución colectiva y fruto de innumerables esfuerzos: es el derivado de una ilusión en la que todos depositamos, o al menos deberíamos depositar, nuestras esperanzas de futuro -el futuro no es sino colectivo-. Boico-
tear una película española, sobre todo atendiendo a la situación de funambulista borracho en que se encuentra la industria del cine en España, es como escupir contra el viento, como lanzar piedras sobre nuestro propio tejado. Déjense ustedes, muy señores míos de la derecha más rancia y anquilosada, de humillar la producción cultural, y ocúpense de los temas que verdaderamente son de preocupación social. Que de chismes y cotilleos, de enfados infantiles y cabreos vengativos, vamos más que servidos. Paro ya, que me enciendo. Más que una reflexión acerca del ‘mal España’ del que, decía Ortega, murió el buen don Miguel de Unamuno, o de la ‘enfermedad española’ que la misma España representa y padece, el objeto principal de este excurso son tres poemas que siento la necesidad de comunicarte, querido lector. Tres poemas que condensan mi pesar ante el ‘problema español’. ¡Cuántas formas distintas para expresar un mismo tema, nuestro Gran Tema, que es España! No sé si los poemas serán o no de tu agrado. Realmente, me importa un pito que lo sean. Si te gustan, maravilloso; si no, mala suerte, habrá que seguir intentándolo. Lo que quiero es que captes el sentido que encierran; el sentimiento vital que me llevó, en diferentes momentos de mi vida, a escribirlos. Estos poemas son un Grito, un grito sordo que se lamenta de no ser escuchado. Y son un Dolor, un tremendo dolor que, temo, no cese jamás. Soy el GRITO y son el DOLOR de un puñado de individuos que, como yo, se
sienten españoles y como españoles sufren la decadencia de su país. Porque lo importante no es que se escriban o no poemas, que se filmen o no películas, que se digan tales o cuales disparates hacia la Corona o hacia el Gobierno; lo importante, muy señor mío, es que hay gentes que tienen un inmenso Dolor y profieren un gravísimo Grito en nombre de una España entera que se nos viene abajo. Si interpretas mofa o ironía en estos poemas, estás ligeramente equivocado. Lo que aquí hay escrito es un pesar que no me abandona. En la poesía tampoco están los límites del humor, pero no quedan muy lejos. Sólo ligeramente equivocado: interpretar ironía es quedarse a medias en la interpretación, haber descendido menos de la mitad de la profundidad requerida para la extracción completa de sentido. Este párrafo de Ortega y Gasset puede ayudarte a divisar el problema que se nos da a los españoles que pensamos España y en España: Madrid, España son todo lo que no debían ser y apenas nada de lo que debían ser. Por eso, porque mi patriotismo no me deja aceptar sino una España mejor, una España ejemplar de cabezas claras y voluntades nobles, procuro vivir al margen de la actual España inerte y mancillada, sin pactar con ella, intacto de ella, exento de honores y de holguras pero, en verdad, también libre de contaminaciones. Y esperando que lleguen tiempos más favorables procuro embozar mi ensueño de patria con un manto invisible de soledad y de melancolía.
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Poemas incluidos en el libro: El loco y las puertas de las percepción, Eduardo Gutierrez, 2016.
El problema es no ver el problema.
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Mariano en El Rocío.
Esta mañana han desvalijado el despacho del presidente, llenándolo todo de plumas de ganso. Nadie hay en estepaís capaz de consolarle. Mariano ha ordenado la decapitación de todo presunto sospechoso; la palabra presunto ha perdido, a día de hoy, el significado que ayer tuvo. El primero (el segundo) en perder la cabeza ha sido el danés enano que trabajaba de jardinero y vivía de las sobras de la familia. El segundo (tercero), un boxeador etíope llamado Genaro, del que decían que estaba algo sonado, y daba clases de matemáticas a la hija pequeña. Escribía, además, deliciosos sonetos. Mariano añora con especial tristeza su traje de sevillana, sus tacones altos y su barra de labios color carmín.
Escucha por favor al rey, que dice que repudia su corona, que lo que realmente quiere es cambiarse de sexo, y llamarse Desirée. De-sirée: de entre todas estas rosas su majestad es-coja.
Elefantes.
Alguien llora desconsolado frente a las ruinas del Palacio. El Poder maquillándose para la Noche. La Droga. El patético desfile de los viejos justo antes de morir.
Poema incluido en el libro: Poemas del manicomio, Eduardo Gutiérrez, 2016.
Vigésimo poema. Poema de La Zarzuela.
En octubre la sangre es azul, decía fingiendo una cojera el loco que se creía don Juan Carlos, antes de abrirse las venas. En octubre la sangre es azul.
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Inquietudes y poemas abandonados Por Ernesto Rodríguez Vicente
Quizá debería fumar. 26 |
El ruido de cientos de extraños seres paseando sobre el mármol y emitiendo un mar de murmuraciones ensordecedoras me despierta al instante. Aún sigo en el mismo banco de la calle principal desde esta mañana, el tiempo ha pasado sin previo aviso, pero la verdad es que no me siento alterado, podría pasarme el día en este banco lleno de astillas... De hecho creo que lo voy a hacer, me gustaría ver qué sucede en este lugar bajo la atenta mirada del Sol. Quién sabe, tal vez me suceda algo interesante, tal vez alguien se siente a mi lado y me ofrezca algo de comer, algo como el final de una manzana, unas palabras aceitosas o unos labios de frambuesa. ¡Ay! Cómo me gustaría que fueran de frambuesa y no unos labios como una nuez o un callejón sin salida. ¡Oh, vaya! Esa mujer es una estrella diminuta flotando sobre un lago de sombras que se alargan ocupando toda la calle. Es hermosa, quisiera que sus ojos verdiazules se quedaran un rato a hablarme de todo y de nada. Quisiera poder detenerla, tal vez con un gesto
inesperado, una sonrisa o una lágrima que se me caiga al suelo. No sé... Seguramente no se va a dar cuenta de mi presencia, hay demasiada gente como para poder distinguir una sola gota de luz en este océano de indiferencia. ¡Pero qué hago! Ya se ha ido... Y yo sentado en este banco siento que lo único que aquí permanece es este absurdo diálogo conmigo mismo. Pero qué hago yo pensando en lo que a esa mujer le pueden afectar las extravagancias de un loco abandonado a su suerte. Cómo voy a poder detener a alguien con una sonrisa o una lágrima: es absurdo. No sé para qué creo tan hondas metáforas acerca de algo tan simple como es el hecho de que una mujer hermosa pasee por la calle. Debo de ser un obseso, realmente mis metáforas son sólo hechos cotidianos que no guardan ninguna relación verdadera con el espíritu de aquella dama y, si por algún casual la tuvieran, estoy seguro de que jamás podría ser percibida ni, por tanto, expresada. Aunque no sé por qué pienso en estas cosas, seré un vagabundo de hipérboles desesperadas... Ah. ¿Y por qué estaré desesperado? ¿Qué impaciencia me inquieta
a no ser paciente conmigo mismo? ¿Y por qué no amo un ideal? Todo el mundo lo hace, incluso yo, pero yo no los amo como ellos, ellos no son yo... Aunque yo también sé amar como ellos. Me repugno. Ellos no son más que una proyección de mi desesperación, son el lado negativo de la dicotomía cerebral, ellos realmente son “el yo mentiroso”, un engaño tallado por mi propio juicio, un ideal... ¡Vaya! Mira a esos chavales, parece que tienen prisa por llegar a alguna parte. Me gustaría saber qué vida tendrá aquel. Parece el más humilde, pero su mirada esconde un ego profundamente anestesiado o una carencia de amor al deseo. Ah... Quizá debería fumar. Iré al estanco a comprar algo de tabaco... En el estanco un par de niños jugaban con una pelota de goma alrededor de su padre. El estanquero le dio dos paquetes de puros y el padre con la cara arrugada como un cesto de mimbre, advirtió a sus hijos de que la pelota se podía romper si no paraban de apretarla. Cerró la puerta con cuidado y el estanquero atendió al siguiente cliente. Este pidió un paquete de tabaco de liar y unos papeles blancos, pagó y la asistenta de la esquina le regaló un mechero antes de salir. En la puerta unas palomas picoteaban un trozo de pan junto a la pelota de goma de los niños. Una de ellas tropezó al chocarse con otra y cayó sobre la pelota que fue a parar al banco donde se acababa de sentar el último cliente del estanco. ¿Qué es esto? La pelota de los niños ja ja... La guardaré, puede que me recuerde algo algún día. Bueno, la
verdad es que no la quiero: la apoyaré a mi lado. Así me hará compañía ja ja... Me resulta divertido pensar, pensar sobre lo que pienso, alcanzar el siguiente nivel donde se contradicen las ideas y se abren variables cuya infinitud es un vacío en el que sólo cabe una verdad a medias, un eterno contraejemplo. Pero aun así a veces me importa lo que pienso. Como aquella mujer que me sorprendió o aquel chaval del corazón acallado o los niños del estanco, el tabaco y esta pelota de goma... Dicen que quita el estrés ja ja. Pero yo no estoy estresado, estoy desesperanzado, desesperado me dije antes... Pero no: estoy profundamente desesperanzado. Y a veces siento que me esfuerzo demasiado por liberarme de mi aburrida desesperanza y no me va mal. Nada va mal, nunca todo puede ir bien pero todo funciona, todo progresa, todo nos sirve a todos para nada. Mira a ese hombre, seguro que piensa que todo le va bien, pero no sabe que no le sirve para nada ja ja.... Me río de mí. Y también me río conmigo y de vosotros si conmigo no reís cuando digo que la pelota de goma va a servir para encestarla en la bolsa de aquel amigo que viene a acompañarme... ¡Uyy! Fallé, creo que no se ha enterado de que estoy aquí. Vaya, se va... Bueno, Omar siempre tiene algo que hacer, habrá sido mejor para él marchar... Umm, aunque no estaría mal que se hubiera echado un cigarrillo conmigo. Él me enseñó que no debemos simpatizar siempre con las opiniones favorables a nuestros gustos y que si uno se esfuerza demasiado en ésto, se da cuenta de que sus opiniones han sido cambiadas por sus gustos,
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dejando un sabor desagradable en sus recuerdos... Debería escribir esto en un libro, seguro que Omar jamás lo haría, es demasiado inquieto como para dejar de leer y ponerse a escribir, aunque si fuera capaz, doblegaría a todos esos escritores enloquecidos tal y como el granizo revienta los pétalos en estivales tormentas de humo y vapor. Ja ja... Es divertido estar en este banco al lado de todas estas sombras en movimiento y de esta inquieta pelota de goma... ¡Oh! ¿Dónde está la pelota? Ah, claro: la acabo de lanzar... A ver si la veo... Mmmm, bueno. Creo que se ha perdido... Seguramente se halle saltando dentro de esa estampida de bípedos inquietos, tan absortos en sus destinos como si algo importante sucediera cada segundo en el que ellos no están presentes en el lugar al que se dirigen. Creo que será imposible ya encontrarla, quizá ha llegado el momento de marcharme de aquí.... La calle principal abarrotada de gente se fue vaciando a eso de las 23:40. A las 0:58 unos chavales se acercaron a uno de los bancos a tirar unas latas en una de las papeleras. Uno de ellos, el que parecía más callado, se sentó en el banco y otro le lanzó una pelota de goma que había encontrado debajo. Al parecer era una pelota anti-estrés y lo raro era que botaba bastante cuando caía al suelo, se podría decir que era una pelota inquieta. Era la 1:01, el chaval que había sido golpeado cogió la pelota y, sin decir una palabra a sus compañeros que reemprendían la marcha ebrios y entusiasmados, sacó su mechero, prendió la pelota de goma envolviéndola en papel de periódico y la tiró a la papelera.
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Poema de amor desencantado. Cada vez que te miro mi corazón se desboca y ya no sé qué es lo cierto, ni si acierto al morirme en el desierto de tu boca.
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Mi profundo cementerio de sueños renace olvidado tras la ceniza y el polvo inútiles que bajo el llanto de la rosa, quedaron sin consuelo ni estupor. No poseo ya a los muertos cuando dentro, el silencio hace gala de su indiscreción y recibe en su seno las dulcísimas pasiones que antes fueron vivos cadáveres a los ojos de la sinrazón.
No poseo ya dolor ni pena por no sé qué cuerpo fatigado que busca el deseo en mi prisión. Mas mi amor desencantado sufre, necio, su saber ya que no espera ni pretende, ya que no sueña ni desmiente su falsa condición de víctima.
Cada vez que te miro mi corazón se desboca y ya no sé qué es lo cierto, pero si en algo acierto será al vivirme en el desierto de tu boca.
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De luchar con razón o sentimientos.
Hay quien lucha con valor hasta el final de sus días y hay quien lucha con dolor a pesar de su vida. Del primero hallarás orgullo, razón, coraje y movimiento; del segundo humildad, temor, quietud y sentimientos. Mas ninguno de los dos se distingue del otro más que por su inefable y absurda esperanza.
Hacia el mar de la memoria.
Una peonza de cera sobre el mármol candente es igual al beso de plumas que se desploma en la espuma del mar.
Un rotundo segundo de aroma en mi pecho, deshecho de gloria, es el eco de un sueño irreal -un verso perdido en las ramas de un libro otoñal-.
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Las sombras de arcilla se deshacen en el oscuro desierto y el polvo se empapa de una luz inocente, crecen consuelos en los copos iluminados y de dudas se anega el oasis espejismo.
Un náufrago en la bahía de todas las promesas es un pirata encadenado al mástil de su olvido y un barco, acaso de papel y con alas coloridas, es la leve nave que recoge los recuerdos.
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Poema anacreĂłntico.
Sobre escollos invisibles lanzas tu lacrimosa lanza; oh Eros, desvalido e indeciso en la roca de LĂŠucade te hayas, bebamos pues ĂĄvido amigo, airados y profundos, por la calle demencial, sin llegar a enterrar nuestros muslos en la mar ni dejar de contemplar la orilla en el delirio.
A vosotros, envidia del olvido Por Pablo Vázquez Lobato
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La persona ingeniosa difiere de la persona analítica. El ingenio trabaja sobre la imaginación, aprovechando los conocimientos que se poseen y los medios de los que se dispone. El análisis juega también con lo cognitivo, pero realiza un escrutinio más minucioso, más riguroso, accediendo a las capas más profundas y recónditas de nuestro intelecto. Así pues, la persona ingeniosa tiende a ser más social, astuta y elocuente. Juega su baza en público, hace reír y asombra con sus comentarios, con las relaciones tan sutiles que establece, tan trémulas y que tanta admiración provocan. Por otro lado, el individuo analítico es introspectivo. No tiene por qué, necesariamente, ser taciturno, asocial y aversivo. Tampoco tiende a la mayor sociabilidad, como pueda ocurrir en el caso del hombre ingenioso. Los terrenos escabrosos en los que se mueve hacen que pierda la atención en las circunstancias que le rodean. Se mantiene obnubilado en sus entresijos metódicos, en el paroxismo del placer que sus disertaciones le provocan. Es un individuo de costumbres insólitas, o, por lo menos, no compartidas por demasiados amigos. La solemnidad de su porte y de su habla se confunde a veces con petulancia; otras, cuando la apatía le sobrecoge y no desea ostentar su discurso, se tergiversan sus palabras, se malinterpreta su concisión. Pero el hombre analítico no escatima en vehemencia: la pasión en ocasiones se antepone a la medida y a la precisión, sobre todo cuando la materia que trata enardece el espíritu. Sin embargo, no pensemos que ésta es la dicotomía que separa a los hombres, pues también existen los hombres vagos, los hombres necios, los que padecen la más excelsa vanidad, o aquellos que por modestia o vergüenza se empequeñecen y terminan por sucumbir a la más baja mediocridad. Incluso, dentro de esta gradación que establezco, hay subgéneros que, a su vez, se ramifican creando nuevas familias, y podemos seguir categorizando y aumentando esta taxonomía. Pero este escrito no tiene la pretensión de crear una lista de los “tipos de individuos”. Sería demasiado presuntuoso por mi parte querer determinar al hombre de forma tan reduccionista. Comencé hablando del hombre ingenioso y del hombre analítico ¿Por qué? Contestar a esta pregunta nos dejaría sin trabajo. No hay un telos definido, aquello en virtud de lo cual escribiera dicho texto. Existe una idea, un objetivo, que baila en un terreno
inestable. Es aquello que crea la unidad y la coherencia en el texto. Pero no escribo sólo por y para ese fin. Sería como llegar al orgasmo sin sentir la piel desnuda, llegar al éxtasis sin haber besado, sin que ambos cuerpos se retuerzan al unísono, fundiéndose y formando una viperina figura. Nada de eso y, sin embargo, son los detalles que dan fuerza y consuelo. Seguiré hablando, perdiéndome en el escribir y en las sensaciones efímeras, mientras éstas palidecen en nuestra sesera creyendo haberlas expresado con claridad. Pero ese es el trabajo de los hombres, de vosotros, amigos. El mundo de la experiencia que sostiene el intelecto, los conceptos que maneja, las palabras que se buscan para expresarse y dilucidar algo; ese es el martirio del que ambiciona y desea la eternidad. Pues todos somos conscientes de la corruptibilidad de la materia, pero no por ello la rechazamos o evitamos los goces más prosaicos. Disfrutemos, ¡bebamos hasta perder la cordura! No hay que escatimar en vicios legítimos, pues de ellos se aprende a base de tortuosas introspecciones. Y aun en la vanidad de nuestros vicios, buscamos quedar impresos en el tiempo y complacer a nuestra amada razón inconformista, la más excelsa extensión de nuestro ser. Aquél que ostenta sus cualidades, que busca ser autor prolífico, genio e histórico, pierde la verdadera esencia, a la vez fútil y etérea, de complacerse más del “ser escrito” que del ser reconocido. Quédense sus galones, pues no se escribe para ser premiado sino para premiar al lector que, titubeante y dolido, busca un salvoconducto a las vicisitudes existenciales, y que acudiendo a un libro aspira encontrar una forma de redimirse y calmar el flamígero dolor del alma dubitativa. Pues que dolorosas son las preguntas para el alma, como escarnecen las conjeturas, las suposiciones. La insuficiencia place a la razón crédula y conformista; pero los fundamentos que esclarecen el conocimiento son los que fulguran, los que centellean en las mentes curiosas, y que inevitablemente crean una soberbia dependencia ¡Que mayor droga puede haber que el ímpetu y el ansia por el saber! ¡Nada! ¡No quiero drogas que me impidan pensar o me hagan pacer! Pues si me quedo absorto en la observación, pero no siento ni compruebo, ¡que peor científico puede haber que el que mira atentamente pero es ciego! Así son los hombres, que se hunden en la Atlántida, destinada una y otra vez a la guerra y la reforma, la estabilidad y el bienestar y, de nuevo, al desequilibrio y al desajuste social. Pero por encima de todos ellos se levantan los grandes hombres, muchos de ellos desconocidos por la historia. Hablo de vosotros, escritorzuelos vespertinos o de la noche cerrada; vosotros que, aun en el mayor tedio, encontráis una apertura en el techo por la que poder respirar y viajar libres, cavando la fosa y enterrando la desidia. Grandes hombres que poco a poco quedáis extintos. Seguid con vuestro banquete literario que jamás llena vuestro apetito. Enseñad el arte de vivir a los seres flemáticos de este mundo. No os prosternéis ante los falsos ídolos, no les dediquéis un mísero panegírico, pues son los que discretamente promulgan la aversión y la inquina hacia el saber y la cultura que tanto alabáis. Abrazadlas, hablo de las palabras, evanescentes y, muchas, ornamentales. Ellas, gráciles y etéreas, lividecen en las páginas que las absorben y las hacen poco a poco sus esclavas, pues no podréis salir de aquí, pequeñas, una vez la tinta se seque; empero, que seáis recordadas, no por mí, ni por nombres que os recojan. Vosotras mismas, en vuestra naturaleza, seáis de nuevo el resorte de la solem-
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nidad, la sonrisa de los inmortales. Os relego de vuestro ordinario uso, ¡volved a uniros a las augustas musas y que ellas os hagan amadas, perdurando en las historias hasta que el destino incandescente reduzca todo recuerdo a cenizas! Y cuando nada y la realidad del mundo se disipe, cuando vosotros, dueños de las posibilidades, no estéis aquí para nombrarlas, ¡que desperdicio de tiempo, que humanidad tan mundana! La futilidad será moda, la prosa, baladí. Pero qué importa moda o prosa si queda sólo polvo de un planeta sin historia, pululando por un universo que se desconoce a sí mismo. No temáis el cercano olvido, pues el inconmensurable vacío que se cierne no sabe lo que pierde al acabar con su única fuente de reconocimiento. Por eso, luchad y escribid como nunca, aun sabiendo que todo queda destinado al olvido. Aquí quedarán nuestras palabras vehementes, palabras que os recuerdan y seguirán viviendo tras vuestros gritos. Ya no enmudezco callado por el viento. No hay silencio, ya no existe la perpetua noche sin consuelo ¿Mujeres? Si, todavía os anhelo, os deseo, os proveo placer y eterno recreo. Y veo, mientras ahora brotan ideas, cómo se erige el espíritu que necesita aire nuevo. Él, que se abre paso entre la húmeda tierra, se retuerce, limpia sus ojos y grita mientras desgarra su viejo lecho. ¡Heme aquí, renacido y con austera corona! ¡Devuélveme el tiempo de las viejas pausas, que yo ya camino y sigo la noble empresa de aquellos que legaron su imborrable causa!
No tienen sexo los ángeles
por Lorenzo Ko
Ángel es rotundo en su forma, ralo en la cima y profundo en su altura, es unos calzoncillos viejos y una camiseta interior de tirantes, un elástico de calcetín cedido. Se saca las pantuflas, regalo de cuarenta y siete cumpleaños, y las coloca paralelas entre sí, perpendiculares a la alfombra. Se sienta en el lado izquierdo de la cama, cruje el cuello, se frota los ojos y se tumba. Deshace el embozo y se tapa hasta las orejas con las sábanas rosas, regalo de bodas de su madre. En el otro lado de la cama, casi al mismo tiempo, Ángel termina de ponerse un pijama de patitos. Es un esqueleto en vida, el rostro arado. Se frota la cabeza para terminar de despeinar el níveo, se sienta en la cama y se esmerila pies y rodillas, mira el despertador y refunfuña algo. Se tumba y cubre su cuerpo no más allá de las axilas con las sábanas, regalo de bodas de su suegra. Apoyadas las dos cabezas en una muelle almohada, en una inmuelle situación, los ojos miran al techo. Una luz se apaga en la mesilla izquierda y su homóloga en el otro extremo no tarda en seguirle el juego. —Buenas noches. Que sueñes con los angelitos –Un chiste marca de la casa, tuvo gracia hace muchos muchos años, las primeras veces, cuando aún se estaban conociendo. Ahora es costumbre. —Buenas noches.
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Lágrimas viejas Por Jorge Pérez Olmos
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Ya no tengo alma; desde que no me miras, no me abrazas... No soy nada.
Desde que no me quieres, Vida, vivo como ausente.
Ahora; solo me miento y por mucho que lo intente no consigo ni creerme cómo he llegado a este punto.
Apunte: Por muchos recuerdos que borré, todos recuerdan tu nombre. Y, los colores, tu verde... Y la lluvia en el cristal es como lágrimas por tu cara rosada. La calma de los días es tempestad camuflada...
Y la balada es otra vez la misma, aunque parezca, a veces, que suena distinto...
Confiésome ante ti, pequé constantemente; envidiando ser un santo de tu cielo,
Confesión
una lágrima alegre de tus ojos,
o una lágrima triste
– tan cargada de recuerdos como otras... – Un tópico en tu boca y un dulce en tu paladar... Calor bajo tus sábanas,
mordiscos en tu nuca, o un verso en tu cabeza que no puedas olvidar... Ser la vida de tu sueño,
el centro de tu atención, y, sudor sobre tu piel.
La causa de tus sonrisas; una excusa de esas que usas a menudo.
Y ser aquél...
Aquel por el que escribes a deshora Soledades en papel...
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El día que me quieran amar
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El día que me quieran amar... Estaré tan roto, tan loco de soledad que no sabré dar un beso. El día que me quieran amar... y sea un témpano de carne y duro hueso, una muñeca incapaz...
El día que me quieran amar tendrán que armarse de paciencia, limpiarme el polvo y la tierra y enseñarme amor de nuevo, tan antiguo, tan ambiguo como siempre y tan fugaz. Tan instante, tan profundo... Y te tendré que recordar. Tan distante, tan dormida, tan queriendo (despertar), tan llorosa, tan dolida...
El día que me quieran amar seré solo la sombra de una lágrima seré un mudo latido, un tenue brillo, seré un saco de espinas pidiendo por las esquinas y vagando entre las calles que no huelen a ojalá. El día que me quieran amar tendrán que amamantarme como a un niño, tendrán que recogerme despacito y ayudarme a caminar, darme la mano y esperar mi aliento tímido. El día que me quieran amar... No voy a querer, no lo harán.
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The Young Pope o ¿Cómo ser Papa cuando no se cree en Dios? Por David Álvarez García
Quiero ofrecer en las líneas que siguen un buen comentario sobre la serie de ficción del director italiano Paolo Sorrentino, que oscila entre el realismo y el surrealismo, “The Young Pope” (El Joven Papa), mas está aún por ver si seré capaz. Por tanto, esto no es propiamente una crítica, sino tan solo un ensayo –en el sentido más provisional del término-, aunque sea en tono crítico –en el sentido menos caustico del término-. Primero haré un recorrido breve por la trama a modo de síntesis –sin revelar detalles concretos-, para luego, en el ensayo, emprender una búsqueda de algunos puntos de referencia profundamente personales, movido por la vaga esperanza de conferir a mis persuasiones sobre esta serie cierto matiz de intersubjetividad. Por supuesto este plan será imperfecto por defecto, lo que, en pocas palabras, significa que en el resumen incluiré consideraciones subjetivas, y en el ensayo me remitiré a escenas concretas. Pero es importante tener un esquema, aunque sea tan sólo para poder traicionarlo. Vemos al inicio de la serie la elección del nuevo Papa, Lenny Belardo, su santidad Pío XIII (Jude Law), huérfano
y taciturno, un hombre joven de mirada profunda y clara, rodeado de un halo de misterio que le agracia a la par que parece alejarle de cuanto le rodea. En gran medida la serie es un ir penetrando en las capas de esa esfera que parece rodearle, a través de paroxismos, a veces emocionales, y otras meramente estéticos. Su postura en lo que al rumbo político de la Iglesia se refiere comienza siéndonos desconocida, a nosotros y al resto de los personajes. De hecho, al inicio la serie resulta ser una mezcla de absurdo, simpleza e inexplicable carisma; todo ello emana de la figura de este nuevo Papa, cuya simple presencia nos hace sospechar de un gran plan. Sin embargo, no tardamos en descubrir su postura de conservadurismo radical y oscurantismo. Pretende, de un modo que no parece verosímil en la época actual, revolucionar la Iglesia Romana desde la reacción, volviendo a envolverla en un manto de misterio religioso y prohibicionismo político. Se rechaza la imagen de austeridad y humildad de los últimos papas en favor de la vetusta ostentación en los ropajes y la rigidez de las formas –el Papa, en una de las primeras escenas, se declara
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enemigo de la amistad por considerarla peligrosa y confusa, un tipo de relación que “siempre acaba mal”-. Pero aún es mucho lo que no sabemos de Pío XIII, y lo que él mismo desconoce. Junto a este prometedor Papa, preocupado por la dignidad, la santidad y la autenticidad de la Iglesia, encontramos al cardenal Voiello (Silvio Orlando), secretario de estado de la Ciudad del Vaticano. Él es el principal arquitecto de las intrigas y cotilleos que recorren el vaticano, el político maquiavélico, pero no en un sentido puro, pues descubrimos en él destellos de lealtad y buen consejo cuando es necesario –aún así no está en nada de acuerdo con la visión del Papa, lo que, por otra parte, resulta un elemento necesario en la trama para marcar un contraste realista-. Cabe decir también que, junto a la santísima trinidad de la Iglesia, Voiello, adora al santísimo tridente de su equipo de futbol, el Nápoles (Higuaín, Insigne y Hamšík). Este personaje, junto con el
cardenal Gutiérrez (Javier Cámara), es posiblemente el personaje mejor conseguido en el sentido del “más humano”. Porque el Papa Belardo, aunque es un hombre, está muy lejos de ser humano. Hay otros muchos personajes interesantísimos que merecerían ser destacados (Spencer, Gutiérrez, Dussolier), pero mencionaré sólo a uno más: Sor María (Diane Keaton). Es la monja que se encargaba del orfanato en el que fue abandonado Lenny Belardo de niño. Crió y educó a nuestro joven Papa, y ahora que éste ha alcanzado la más alta cumbre de la Iglesia Romana, Sor María vuelve a su lado como su ayudante personal. Es otro personaje cargado de matices: no exento de humor (juega a baloncesto, se permite gastarle bromas al Papa y a otros altos cargos del vaticano,…), pero igualmente revestido de un aura de amor, belleza y piedad –y también un cierto erotismo natural-. Aunque el argumento de la trama es esencialmente dramático, cargado de
momentos tensos, diálogos sombríos y escenas conmovedoras, el humor es un gusano que repta a lo largo de cada capítulo, llegando incluso a convertirse en protagonista. En cierto modo, supongo, el autor concibe de este modo sus obras –pues sus otras películas comparten este rasgo- para agilizar la acción a través del aspecto conflictivo entre comedia y tragedia. Aunque reconozco que decir esto es decir poco en un sentido objetivo, y mucho en sentido subjetivo. En cualquier caso, lo que parece indudable es que esta trama de intrigas y conspiraciones en los pasillos y pabellones de la ciudad-estado del Vaticano engancha sin mucha dificultad debido a sus múltiples frentes de combate: religioso, político, sentimental, social, estético, etc. El recorrido que Sorrentino nos ofrece, nos presenta la extravagancia de un Papa contradictorio, roto por crisis personales y de fe que chocan con su radicalismo a la vez que lo refuerzan, que fuma como si no hubiera un mañana, más preocupado de sus oscuros proyectos que de la realidad que le rodea, sin reparos morales a la hora de urdir tramas saltándose los principios más básicos del cristianismo y, sin embargo, tan santo como el propio Cristo. Capaz de mover la voluntad de Dios, incluso cuando duda de su existencia hasta el punto de negarla, para conseguir milagros como su propia elección al papado que nadie había previsto, la sanación de enfermos terminales o el castigo divino definitivo a pecadores hipócritas. La pregunta al terminar la serie –cuyo final, por cierto, me ha parecido algo pobre aunque, por otra
parte, muy coherente con el desarrollo psicológico del protagonista- no es sobre Dios, sino sobre el Hombre: ¿es posible la bondad incondicional en el hombre? La respuesta no es milagrosa, sino un simple no. Antes bien, hay que comprender el bien desde la complejidad, es decir, desde el caos, el desorden y el dolor. Una virtud de esta serie es mostrar con imágenes bellísimas, con una estética muy cuidada y singular, repleta de contrastes visuales y sonoros que nos llevan de lo armónico a lo grotesco y de lo delicado a lo violento, que el más diabólico resulta a menudo más justo que los reconocidos defensores de la justicia. Voy a poner un ejemplo, lo que equivale a hablar de una escena en concreto, por lo que debo advertir que en éste párrafo hay “SPOILER” aunque no muy grande. En el segundo capítulo el Papa recibe como regalo un canguro. En vez de mandarle al zoo como le recomiendan sus acólitos, decide dejarlo en libertad por los jardines del palacio papal. Pues bien, el discurso radical del papa acerca del aborto y el divorcio, causa un gran revuelo en la opinión pública. Un grupo de mujeres del FEMEN se aparece ante el Papa mientras éste da un paseo nocturno por su jardín. Cada una lleva en su cuerpo desnudo, pintada con sangre una letra, conformando así la palabra “BASTARD”. Poco después el Papa descubre que han matado al canguro. El grupo FEMEN, pese a su carácter contestatario y subversivo, son reconocidas hoy día por protestar contra abusos de índole sexual y cuestiones de desigualdad de género. Es decir, luchan por un principio de justicia como es la igualdad
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de género. En la realidad que yo sepa no han matado a ningún animal, pues eso iría contra las bases de su postura ética. Sin embargo, en la serie sí lo hacen para agredir y amenazar a un Papa ultraconservador. De este modo, y otros muchos, Sorrentino nos muestra como incluso el más firme y convencido defensor de una causa justa puede llegar a cometer crímenes contra seres inocentes, desatendiendo la justificación de los medios para acelerar la conquista de unos fines particulares. La justicia sin límites no es justicia, podríamos decir. Dejando esto a un lado, no puedo dejar este comentario sin una apreciación estética más detallada. En primer lugar, a nivel interpretativo, los actores realizan un trabajo excelente. A Jude Law le han dado un papel para que se luzca y lo ha hecho con creces. La personalidad del Papa más sui generis que se pueda imaginar no es un reto sencillo, pero Law ha conseguido recrear el “carisma de la verdad” desde su paseo por el opening hasta los incómodos silencios a los que somete a amigos y enemigos por igual. El resto del reparto no se queda atrás, destacando especialmente a Javier Cámara y Silvio Orlando, cuyos personajes además de estar realmente bien logrados a nivel de guión, han sido magníficamente encarnados. Sin ser ducho en estas cuestiones, puedo decir con convicción que cada personaje resulta creíble en sí mismo gracias al trabajo interpretativo y que, así, se encuadra con elegancia un marco general de personajes verosímiles y naturales.
Ahora me veo en un aprieto, pues no cuento con las palabras ni los conocimientos necesarios para describir y elogiar cómo me gustaría el aspecto más técnico de la grabación y la dirección de la fotografía. Sólo puedo decir una cosa: hay que ver la serie aunque sólo sea por la estética y la concepción artística que Sorrentino viene produciendo desde La Gran Belleza (antes de esta película tiene algunos ensayos interesantes pero no son sino aproximaciones al estilo que culmina con La Gran Belleza). Ya no es sólo una cuestión de buenos planos y buena perspectiva, sino que, a mi parecer, el modo en cómo está producido el rodaje y el montaje es ingenioso y transmite, con ayuda del hilo sonoro y musical, sin necesidad de guión ni elementos deslumbrantes, una tensión propia y densa. Quiero decir que el modo en que está trabajada la imagen en la serie es un aspecto que, en general, llega a tener más peso que la lucidez del guión o el carisma de los personajes. Evidentemente, desligar las complejidades que componen la totalidad de la serie es un ejercicio arriesgado y posiblemente inconveniente. Sin embargo, no es lo que pretendo hacer, sino que, antes bien, intento mostrar cómo se enlazan todos los factores técnicos y artísticos dando como resultado una auténtica obra de arte. Cada ámbito despliega sus virtudes suponiendo de forma simultánea la condición de posibilidad del resto, es decir, creando una estética y una reflexión antropológica coherente y de alta calidad. Además, a todo esto hay que añadir, la radiografía
de las instancias corruptas del clero en el Vaticano. Esto me lleva, por último, al asunto de Dios. ¿Está Dios en Venecia? Tal vez, aunque eso, evidentemente, equivale a decir que no hay más Dios que el hombre, y si se quiere, sus maquinaciones y connivencias. La arriesgada propuesta de la serie, y el elemento del que emana el surrealismo primordial, no es otro que la imagen de un Papa conservador que no cree en Dios. Un Papa que no cree en sí mismo y que recuerda más a un niño enfadado y divertido que a un erudito teólogo, y que, pese a todo, es capaz de obrar auténticos milagros y remover con su palabra los pilares de la Iglesia Romana. ¿Será acaso un guiño al niño-dios de Nietzsche? ¿Es este Papa, consciente del poder que supone su cargo, y poniéndose a sí mismo en lugar de a Dios, un bosquejo de Übermensch? Si le dices a un canguro que salte y salta ¿está ahí Dios? El propio lenguaje de la serie acusa la confluencia en un Papa del cristianismo y el ateísmo: –Dios se ha acabado para ti, Lenny. -¿Qué se me ha acabado? Apenas he empezado con Dios. El eje metafísico de esta serie se incardina en el más grave cuestionar de este tiempo, aunque casi nadie esté dispuesto a dar la cara en este campo de batalla: ahora que ya no importa la demostración racional o sentimental de la existencia o inexistencia de Dios ¿en qué destino singular hay que pensar hoy al hombre? Se habla a menudo del horizonte de la historia, de la toma de
conciencia de la fragilidad de nuestro planeta, de la consideración serena de nuestra condición existencial, en fin, del futuro, igual que se hablaba del futuro cuando Dios importaba. ¿Qué ha cambiado entonces? ¿Acaso es irrealista que un hombre de dios no tenga nada que ver con Dios, salvo para jugar un rol en las confluencias de poder del mundo globalizado, es decir, salvo en el título? Si lo pensamos no es tan descabellado, y se trata tan sólo de atenernos a los hechos. En un mundo en el que ya se ha declarado el acta de defunción del Creador aún hay millones de mujeres, hombres y niños que creen en Él. Y no en una versión lamentable y asquerosa del tipo New Age, sino en el Dios de la tradición con sus categorías y su divina dignidad, mitad amor mitad odio; Cristo y Yahvé. Y, sinceramente, dudo de la desaparición de este culto religioso particular, al menos en un futuro medio. Entonces ¿por qué no aprovecharse? Y no hablo de un uso vulgar, para fines bajos, meramente empíricos, históricos, o incluso existenciales; sino valerse de esa fuerza espiritual tan bien organizada en un cuerpo firme, aunque eso sí, hoy por hoy, debilitado, para buscar la nobleza y la virtud, la esquiva Areté de los héroes que antaño imaginamos que podíamos ser. El Papa Pío XIII, con su ultraconservadurismo primero y con su seriedad infantil después, recorre el heroico camino de la nobleza, enfrentándose cara a cara a Yahvé para dejar su cadáver atrás, y con gran esfuerzo dejar atrás también la culpa del poder recién adquirido con ese crimen. Con
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la madurez de ese poder recuperar la percepción del infante, que sólo quiere ser niño, y que el mundo sonría en armonía con su felicidad y su libertad. Entonces convertirse en el confidente de Cristo antes de que la Iglesia le traicionara. En una palabra: traicionar a la Iglesia para llegar a aquel Cristo que con su sacrificio en un mundo sin Dios, demostraba la universal validez del sacrificio en sí mismo; recuperar a aquel hombre-dios que llevó por nombre Jesús de Nazaret y que fue traicionado y convertido en dios-hombre. ¿Entonces –repito- en que destino singular se halla el pensamiento del hombre de nuestro tiempo? Si nos fijamos en el Papa Pío XIII, aún no hemos bajado del Gólgota y, desde allí, tenemos que alzar nuestra sonrisa al cielo y seguir pidiéndole razones al Silencio que nos dio la vida. Y, efectivamente, aquí nos estamos fijando en él.
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Jaime Romero Leo es graduado en Filosofía por la Universidad de Salamanca, institución en la que también terminó con éxito el Máster en Estudios Avanzados en Filosofía, en la especialización de Estética y Teoría de las Artes, y en la que actualmente realiza los cursos de Doctorado en Filosofía. Actualmente colabora con la revista Eikô, Influencias japonesas y en el programa de radio Ojos de oriental. Nosotros quedamos con él para hablar de la página web que desde hace unos meses regenta: Japocomickismo. Sin embargo, para su sorpresa, nuestro acercamiento inicial no era más que una valiente excusa que disfrazara nuestra real intención, que nos hablara del tema recurrente en su investigación: la cultura y la estética japonesa. Queríamos compartir con vosotros la luz que Jaime, en sus viajes por esta milenaria tradición, ha ido componiendo en el más fiel de los castellanos. Nos citamos con él con motivo de su visita a la pasada exposición Japan Now y gustoso nos recibió para hablar de estas y otras cosas.
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¿Qué es ? ¿De qué se trata el proyecto que llevas a cabo en tu página? Japocomickismo es un proyecto que a día de hoy - he de reconocer- es más grande de lo que puedo abarcar. Es un proyecto a largo plazo, un espacio en el que quiero reflexionar y compartir todo aquello que voy tratando acerca de la estética del Neo-japonismo, pero que va quedando fuera de lo estrictamente académico. Hay también un apartado en el que intento colgar los artículos que publico o referencio a ellos. Como el tema engloba un gran número de artes, podemos encontrar noticias sobre cine, sobre pintura. En ellas pueden sugerirse tebeos, series de animación, artistas contemporáneos, una adaptación de una película basada en un cómic, un corto animado, etc. El nombre del blog nace de un juego de palabras. Japonismo es el nombre con el que se concibe el arte tradicional japonés; la tradición que inspiró a Lautrec, a Van Gogh o a Picasso. Ahora nos encontramos ante otro Japonismo, al cual algunos investigadores, como David Almazán, llaman Neo-japonismo; señalando un cierto sentido de continuidad. El nombre de la página, Japocomickismo, refiere a esta nueva tradición y a su visión a través del tebeo, del cómic. Dentro del Neo-japonismo hay mucho más que lo que es propio del cómic, pero, digamos que sí es la forma estética representativa; todo lo que tiene que ver con el anime, el manga, el videojuego, etc. Sí es cierto que en la página intento darle un poco más de importancia al cómic, porque creo que la seña de identidad de este nueva tradición es la estética del manga. Sin embargo, hemos de ser más concisos, no hay una estéti-
ca del manga, hay muchas estéticas del manga. Cuando, por ejemplo, en filosofía hablamos del romanticismo, somos conscientes de que existen muchos romanticismos, el que estaba ocurriendo en Alemania, el que ocurría en Francia, en este caso ocurre igual. Pero creo que sí, que es el manga lo que define a este nuevo Japonismo contemporáneo. Aparte de eso, considero que el cómic es un medio ideal para adentrarse en la cultura japonesa. Al tomarlo como puerta, accedemos a ella a través de los elementos de su cultura popular y, si lo hacemos de un modo activo, positivo, que nos nutra, habiendo despertado ya nuestro interés, indudablemente vamos a acabar acudiendo a la literatura clásica japonesa. Si te gusta el cómic, vas a encontrarte con adaptaciones de novelas de la tradición clásica japonesa, como Kokoro o Botchan, obras del novelista Natsume Sōseki, lo que te va a llevar a leer más, a leer las obras originales; sobre todo si te gusta el teatro o si te gusta lo relativo al arte samurái. Tenemos manga, sí, pero tenemos también cultura japonesa en general. Dada la relación que tienen los contenidos de tu página con los de tu investigación ¿Hemos de entender Japocomickismo como exclusivamente relativa a tu relato personal, por lo que cambiaría si cambia la orientación de tu trabajo, o como un proyecto autónomo que buscas continuar en un futuro? Sí que me gustaría continuar con él. Mi intención es desarrollarlo muy a largo plazo. Quiero seguir con él, sobre todo, porque el Neo-japonismo aho-
ra tiene una doble cara: por un lado el atractivo que causa en el occidental una cultura tan rica como la japonesa, a través de estos elementos, y, por el otro, lo que ocurre con muchos fenómenos externos a nuestra cultura, lo que nos llega lo hace con una imagen distorsionada. El occidental refleja en esa cultura sus deseos de aventura, sus sueños, y desde esa perspectiva intenta atraerlos, encontrando en ella algo que no se corresponde del todo con la realidad. Sin embargo, a veces los propios japoneses potencian esa imagen para vendérselo al occidental. Es un fenómeno interesante pero creo que hay que tener cuidado, porque puede malinterpretarse y eso nos puede llevar a un cierto nivel de desinformación. Quizá a través de ejercicios como el que
ocurre en esta página, se pueda conseguir también lo contrario. Tenemos una cultura popular muy rica, como lo es la japonesa, que está ya dentro de los hogares occidentales –españoles, europeos, americanos–, todos vemos anime, todos leemos manga, todos comemos sushi, todos conocemos a Akira Kurosawa, etc., entonces, quizá a través de una cultura popular tan rica, como es la del tebeo o la del anime, sí podamos, aquellos que intentamos especializarnos dentro de este mundo, poco a poco redireccionar esa atención hacia la imagen real de la cultura japonesa. De este modo, entramos por la puerta de la cultura popular y una vez dentro podemos darnos cuenta de todo lo que allí se encuentra. Podemos encontrar escritores increíbles, pintores
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increíbles, dramaturgos ¡Hay de todo! Mi intención es continuar con la página en el futuro y espero que pueda servir de espacio para todos los jóvenes que se adentran en la cultura japonesa. Yo, por ejemplo, estudio japonés y en mi academia nadie conoce a Katsushika Hokusai –pintor y grabador japonés, adscrito a la escuela Ukiyo-e del periodo Edo- pero todo el mundo sabe quién es Eiichirō Oda o Takeshi Obata, ambos mangakas famosos. Como digo, la intención es que a través de lo que a cada uno le gusta acabe acercándose a un mundo mucho más rico y complejo. Es curioso, porque, por ejemplo, sabes que tu mangaka favorito utiliza la palabra manga, pero no sabes que quién la acuñó en el siglo XIX fue Katsushika Hokusai, bautizando bajo ese nombre a una serie de sus dibujos. Entonces, diría que sí, que mi intención sería que este blog fuera una puerta a eso, sin ser algo demasiado sesudo, o dejando quizás la parte de investigador al margen, pero sí que me gustaría que se convirtiera en una línea de acceso. ¿De qué estamos hablando cuando nos referimos a una estética del cómic? Hemos, primero, de ir cercando el ámbito del que hablamos. Yo, como hemos hablado, me dedico principalmente a la estética japonesa, mejor dicho a algunas de las estéticas contemporáneas de Japón. Hablar de la estética del cómic puede ser una locura. En mi proyecto de final de carrera, por ejemplo, trabajé el concepto de lo cotidiano en la estética de la Nouvelle Manga. Frèdèric Boilet es un dibujante francés que estu-
vo residiendo durante más de 12 años en Tokio y que desarrolló una estética propia en la que mezclaba elementos del manga y la forma de rodar los planos del cine de la Nouvelle Vague de los años 60. Entonces, claro, volvemos a lo mismo, lo que nos encontramos son diferentes estéticas dependiendo del año, de la zona, del país, dependiendo del dibujante y de los intereses de cada uno. Frèdèric Boilet tenía ese interés hacia lo filmográfico, como también lo pudo tener el padre del manga, Osamu Tezuka, como después ha sido considerado; quien era un apasionado del cine, que luego se dedicó a la animación, quien hizo que en el manga empezase a haber planos, zooms, etc. como en una película; eso no lo había hasta entonces. Luego tenemos a Taiyo Matsumoto, por ejemplo, que tiene un tebeo, Takemitsu Zamurai, en el que principalmente mezcla esa tradición con la forma de hacer arte de Ukiyo-e, produce un comic al uso, con guion al uso, el típico cómic de samuráis, pero todo ello mezclado con una estética que recuerda al arte del s. XIX; con lo que consigue hacer algo totalmente diferente al resto. Luego tenemos la estética Kawaii, esta estética súper mona y súper adorable de pintores como Mr. o Aya Takano. Entonces, cuando hablamos de la Estética del Cómic ¿De qué hablamos? Yo diría que de un ámbito tan amplio y tan rico como puede ser la pintura, el cine, el teatro, etc. Es una región enorme, amplísima, dentro de la cual podemos centrarnos en la forma del dibujo, la forma de rodar los planos, de dibujarlos, esa característica que tiene el cómic de arte secuencial. También habría que mirar ante qué estamos, es decir, el cine
no son solo sucesiones de fotografías; el cómic, por tanto, tampoco es sólo una sucesión de dibujos. Podemos hacer un estudio semiótico, un estudio psicológico de la persona y del personaje, sociológico ¿Por qué triunfa el cómic japonés en Europa cuando es tan japonés y las bromas son japonesas? Yo creo que estamos ante un ámbito entero, una región nueva. Bueno, nueva no. Llevan haciéndose estudios de cómic desde hace ya tiempo, por supuesto, pero sí que es muy rica y está ahora en alza; estamos hablando de que en Japón el 22% de la literatura que se publica es cómic, en Estados Unidos todavía más. Esto se traspasa al mercado del cine. Luego se pueden estudiar cosas tan interesantes como la caída del héroe. Llegamos a la posmodernidad y de repente tenemos Watchmen de Allan Moore, El regreso del Caballero Oscuro, de Frank Miller, héroes cada vez más humanos. Esto te lleva a preguntarte y, rápidamente, piensas en Feuerbach o en el superhombre de Nietzsche, estamos ante un medio del que hacer filosofía, estudiar arte, sociología, psicología... es decir, la Estética del Cómic, como tal, no puedo definirla. Quizá si habláramos de una estética del cómic en particular podríamos empezar a valorar, y poquito a poco ir construyéndola, pero, en el caso anterior no enfrentamos a una variedad de respuestas como las que han ido surgiendo a preguntas como: ¿Qué es el arte? ¿Qué es la pintura? ¿Cuándo podrías fechar el inicio de este proceso, del desarrollo del manga?
Hay que entender que el cómic en Japón está integrado de una manera distinta a como ocurre en el resto del mundo. La mayoría de estudiosos sitúan el origen del cómic japonés moderno a partir de la posguerra con Osamu Tezuka, en este sentido la influencia del cómic norteamericano es obvia. Pero si seguimos retrocediendo el tiempo, tenemos una obra importantísima de Brigitte Koyama-Richard que se llama Mil Años de Manga, ella sitúa el origen en los rollos ilustrados del siglo XII, rollos que se plegaban y en los que había un arte secuencial. No estaban divididos en viñetas pero si en partes entre las que la acción transcurría, y en las que el dibujo muchas veces ya remite a diseños que recuerdan al manga contemporáneo. Tenemos a Katsushika Hokusai posteriormente en el s. XIX, creando su famosa serie Manga, una serie de dibujos de las que se veía a unas caricaturas en una serie de posiciones. Entonces, a la pregunta cuándo empieza la respuesta es prácticamente cuándo no empieza; en Japón es algo que está totalmente interiorizado. Quizás es en la posguerra cuando ya comienza el mercado del cómic, al principio son libros que se prestan en librerías de bajo coste, en las que puedes alquilarlos, y digamos que ahí es donde va a empezar a expandirse. En ese tiempo, comienza a haber autores que digan: queremos que este género madure, no queremos que sea visto algo únicamente para niños, como había pasado hasta los años 30-40-50. Comienza a haber autores que publican dentro de la estética Gekiga, que realizan cómics totalmente oscuros donde se relata la angustia que se vivió la posguerra, etc. Obviamente,
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justo después de la posguerra, Japón quería escapar de aquel horror, quería algo de diversión. Pero poco a poco se empezaron a plantear más cosas. Lo que hay que destacar es que el género en Japón madura muy pronto. Muy pronto empiezan a plantearse nueva formas de contar lo que pasó. Estas cosas también pasaron en Estados Unidos o en Europa, nuestro continente tambiñen va a tener su época underground, también se va a oscurecer en algunos casos, a madurar en otros. Pero sí parece que es Japón, al tener dentro de su cultura ese gen histórico del dibujo, de lo pictórico, quien empieza a pulirlo, quien empieza a sacar del tebeo y dónde se empieza a ver que aquello es un mundo y que, igual que está el mundo de la literatura, está el mundo del manga. Quizás, si hubiera que poner una fecha a la hora de decir cuando empieza el peso fuerte de esto, podríamos coincidir en que es con posguerra japonesa. Pero, como digo, es inseparable de la propia historia de Japón y del arte japonés, es algo inseparable. Háblanos de cómo llego a adoptarse la idea occidental de Estética en la cultura japonesa. Estoy investigando sobre ello, para nada soy un experto en el asunto. Si es cierto que hay algunas partes que me fascinaron mucho cuando comencé mis estudios de estética oriental, sobre todo la japonesa; la idea misma de estética o bigaku (美学),formado por el kanji de belleza (美) el kanji de aprender (学), es decir, el estudio de la belleza. Fue una palabra que establecieron conforme a los preceptos occidentales. Estamos hablando de un país donde no existía la
palabra estética. Esto es un experimento sociológico interesantísimo, ya que estamos hablando de un país que durante tres siglos es hermético, bajo la Ley Sakoku. Nos encontramos en un periodo de guerras civiles, cuyo líder o jefe militar, el Shogun, cerca las fronteras. El único punto de acceso era el puerto de Nagasaki, y las únicas relaciones fueron con Holanda. Durante esos años, occidente era Holanda, los únicos que comerciaban con ellos. El Comodoro Matthew Calbraith Perry llega en 1853 con una flota americana a Japón, obligando al gobierno a establecer contactos económicos con Estados Unidos y con el resto de potencias. Es la época del colonialismo, no se le permite continuar cerrada. En ese momento Japón se abre, se le caen los muros. Es interesante, porque Japón nunca ha sido colonizado, pero ha estado en una zona de alto nivel colonialista, rodeado de grandes potencias coloniales como China e Inglaterra. Vivió de cerca el colonialismo, lo que produjo que Japón se armara militarmente para defenderse de las potencias económicas, lo que finalmente desembocaría en el expansionismo y militarismo de Japón. Japón necesitaba formar un ejército, tanto militarmente como en el plano conceptual, tenía que equipararse al poder de occidente. Con la llegada de la armada americana comienza el declive del Soghunato ante la consciencia de su atraso frente al desarrollo de las potencias exteriores. Palabras como democracia o libertad, no existían en aquella época. Nishi Amane, filósofo japonés de la época de la posabertura, dedicó su vida a intentar transcribir estos conceptos occidentales. A través de kanjis y palabras
que estaban en desuso, buscaba dar un sentido a estos conceptos. Tetsugaku (哲 学), que significa filosofía, remitía mucho a la tradición confuciana, pero tampoco es en sí mismo un concepto que remita a la idea que tenemos sobre nuestra filosofía. Esto ocurrió en todos los ámbitos, también en el de la estética. Bigaku, como hemos visto, significa el estudio de la belleza, entonces, se deduce el arte es lo bello. Pero, ¿qué es el arte? Si le preguntamos a Kant, por ejemplo, lo encontramos referido a la contemplación desinteresada de lo bello. Entonces, nuestra vasija es bella, pero a su vez la utilizamos para guardar agua ,o también te gusta mucho esta taza de té, obviamente en ella hay una carga estética, a parte de una utilidad. Para ellos no hay una separación entre lo práctico y lo otro. Se movían en una especie de relación entre el culto sacro y el concepto de lo bello o estético. Por ejemplo el kanji de belleza, bi (美), viene de China, y representa la cabeza de un carnero sacrificado, lo que nos da una cierta idea de la proximidad que tiene en su cultura lo bello y lo sacro. Es decir, no hay una separación entre los objetos sacros y la utilidad de estos. No se veta su utilidad. Nosotros, en nuestra tradición, vemos como con el romanticismo llega una visión del arte nueva, con la que se da lugar a las instituciones del museo o la biblioteca, con lo que comenzamos a darle un valor de uso distinto a la obra de arte. Existen dos palabras que encierran el sentido del arte: Geijutsu, que refiere a un arte manufacturado, digamos, como la tekné griega o el ars romano, y Bijutsu que refiere a las bellas artes; este segundo concepto no existía como tal antes.
Aquí vemos a Jaime con Punpun, uno de los personajes más conocidos del famoso mangaka Inio Asano.
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Jaime Romero os invita a todos a acudir a Japocomickismo, en ella podéis encontrar un apartado de contacto en el que estará encantado de recibir cualquier pregunta, comentario o invitación a debate sobre cualquiera de estos temas.
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Además, es algo que hemos de tener en cuenta cuando nos dedicamos al estudio del manga. Las obras, por ejemplo, de Takashi Murakami, podrían considerarse que no son arte puesto que en su expresión utiliza el manga; hablando siempre dentro de los códigos occidentales. Pero, ¿cómo que es arte o no es arte? Es arte manufacturado, como lo era antes. El arte Ukiyo-e, un género de grabados producidos en Japón entre los s. XVII y XX, eran estampas, de las cuales se hacían miles, por lo que no había un original. Eran de uso lúdico, de entretenimiento, y cuando se rompía, se finalizaba su uso, se conseguía otro. De La Gran Ola de Kanagawa no hay un original, como sí ocurre con La Gioconda. Con el manga se pueden hacer relaciones interesantes, por ejemplo, con el tebeo, también con la forma actual de usarlo. Una de las pinturas de Mr. Dob, de Murakami, And then rainbow, And then black y And then Ichimatsu Pattern, es una copia flagrante de Warhol: vemos en ella tres retratos idénticos de Mr. Dob, entre los que Murakami cambia los colores. En el manga ocurre lo mismo: tenemos mil tomos, como las estampas Ukiyo-e. Nos movemos en conceptos distintos, diferentes a lo que nosotros comprendemos como la historia del arte. Todo está muy occidentalizado, los propios pintores lo saben, juegan con ello. Pero sí es muy interesante tener en cuenta que cuando trabajamos con estética, con arte, en territorios distintos a Europa y América los códigos no son los mismos; podemos encontrarnos reflexiones interesantes, o quizá dar respuesta al por qué de las reflexiones artísticas de estos pintores comprendiéndolas como el fruto de una
tradición distinta. No es un tema sobre el que pueda disertar mucho, sobre la entrada de la estética en oriente, pero me parece interesantísimo y me encantaría que mi investigación fuese por ahí.
¿Cuándo comienza esta revolución cultural, conceptual y social? A finales de 1867 comienza la Restauración Meiji, que va a ser un proceso que va a durar muy pocos años. El Emperador Meiji llega al poder y con él comienza un proceso de modernización absoluto. Empiezan a darse becas, a Natsume Sōseki, volviendo a él, lo enviaron a Inglaterra –que, por cierto, salió de allí traumatizado, no le gustó aquello nada-, a Ōgai Mori, también escritor, lo enviaron a Alemania, lo mismo ocurrió con ingenieros y otros científicos. El proceso de modernización también alcanzó el aspecto militar. En 1894 comienza la guerra chino-japonesa, en 1904 ocurre la guerra contra Rusia. Sin embargo, el aparato conceptual y la revolución cultural suceden de forma inmediata. Con la apertura de puertas, tras la llegada del Comodoro Perri, comienzan a entrar en Japón conceptos nuevos, como ya hemos visto. Estamos hablando de un proceso que comienza unos tres siglos antes de nuestro momento actual. Japón se esforzó mucho con occidente, interesándose mucho por su cultura, intentando comprenderla, buscando asimilarla cuanto antes; por su propia supervivencia. Esta asimilación ocurrió en muy poco tiempo, después de una tradición milenaria hermética, en la que todo se conservaba prácticamente intacto. Este cambio de sentido se vio
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fuertemente reforzado con la derrota de Japón frente a América en 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial. Ahora, tras estos procesos, si vas por Japón y te diriges a Akihabara, el barrio de la luz, de la electricidad, donde está toda la tecnología, y luego vas a Kioto, la antigua capital, encuentras tras ese alarde de modernidad a las Geishas paseando por las calles. Eso es lo que vuelve locos, muchas veces, a los occidentales, que entran en contradicciones. A lo mejor alguien que sepa mucho de Japón piensa de ellos: ¡Ay! ¡Me encanta la tradición! A mí me gusta mucho el zen –parece que todo es zen-, pero luego, de repente, alguien les comenta: ¿Sabes que Japón está a la vanguardia de la robótica? ¿Conoces sus innovaciones en automovilismo o en la industria de los videojuegos? A mucha gente este fuerte contraste le rompe mucho los esquemas, lo que se debe a que este cambio sucedió en apenas tres siglos y llegó como un tsunami trataron de dominar, adaptar y utilizar a su favor, pero que también les condicionó de forma irreversible. Todo ello ha dado lugar a un campo de cultivo interesantísimo pero desconcertante.
Podríamos estar hablando, incluso, de que la globalización supone un proceso de expansión y conquista, que hace que todo se vuelva occidental, pero, desde el lado japonés estaríamos hablando de una colonización más tranquila, más sutil, que va introduciendo los modos y costumbres japoneses a través de recursos amables, como puede ser el manga. Has dado en uno de los temas que a mí me interesa mucho. Hay un concepto
que desarrolla Johnson Nye: el soft power; el poder blando. ¿Cuál es el poder blando? Es el atractivo que ejerce una cultura sobre otra. Hemos de diferenciar el poder duro, el hard power, del soft power y del smart power [poder inteligente]. Hemos de considerar el smart power como una mezcla entre los dos anteriores, con el hard power referimos a la fuerza militar de una sociedad. Nye dice que éste último es necesario, disponer de un ejército potente, pero que el más importante es el poder blando, es decir, cómo resultas atractivo al extranjero. Si pensamos en Estados Unidos, por ejemplo, podemos ver como hoy en día su poder blando está resquebrajándose, cada vez está siendo menos sinónimo de democracia y de libertad que de opresión. Hubo una época en la que Estados Unidos, a través de su movimiento cultural, de su movimiento pop, llamaba a las masas. Todo el mundo quería estar en un concierto de Elvis, todos querían ser americanos. El poder blando de Japón, en la actualidad, es muy interesante, Japón, en estos momentos, no tiene poder duro. Tuvo un poder duro, que fue el del imperialismo, un momento histórico en el que sólo tenía esa clase de poder; iba a machacar. Eso devino en largos conflictos y resentimientos con otras culturas, hay muchos resquemores en China, en Corea, todavía continúan algunos crímenes de guerra en el aire. Pero claro, hoy por hoy Japón ha de tirar de su influencia, del atractivo de su cultura popular. Creo que es uno de los países que mejor ha sabido gestionar el poder blando a través de sus medios culturales. La globalización lo engulle todo, sí, obviamente, pero Japón consigue mor-
derla, un poco, tragársela y regurgitarla, escupiéndola un poco japoneisizada; la japonesiza. ¿Qué significa esto de japonesizar? Veámoslo con un ejemplo, hay una bebida japonesa, [marca], es un té verde, que se comercializa en los Estados Unidos. Tenía un cierto tirón, pero cuando realmente despega, y comienzan a comprarla todos los estadounidenses, es cuando deciden poner toda la etiqueta en japonés. La gente lo ve y se pregunta ¿Qué es esto? ¿Qué estoy comprando? Esto es… ¡ala!, ¡té verde japonés! ¡Qué exótico! ¡Qué japonés! Y acaban comprándolo por aquello que lo rodea y refiere directamente a esa cultura. A eso me refiero, es muy interesante porque saben defenderse a través de esos medios, saben muy bien como dirigirlos. Como ejemplo también tenemos la marca Cool Japan, es decir, Japón es cool, que retrata el país como algo fresco, que incita a visitarlo mostrándolo como el país joven, el país del anime, del manga, el país del color, de la luz, de la tecnología. Saben explotarlo muy bien, en parte, considero, debido a que su medio principal de expansión es el soft power. El gobierno conoce bien esta situación, e incentiva las actividades de marcas como la que acabamos de comentar con numerosas ayudas económicas. Por ejemplo, hace unos meses, en el final de los pasados Juegos Olímpicos, durante el intercambio de la antorcha olímpica realizan los brasileños su baile, con una gran puesta en escena, y Shinzō Abe, el primer ministro japonés, hace ver que se mete disfrazado de Super Mario en una tubería en Japón, para aparecer después por su otro extremo en Río de Janeiro. Entonces, uno piensa, este señor no se
está disfrazando de samurái, este señor se está disfrazando de Super Mario. ¿Qué va a pasar en el 2020 en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos japoneses? ¿Van a juntarse todos los japoneses y desde el cielo va a verse La gran Ola de Kanagawa, de Katsushika Hokusai, o va a verse la cara de Goku? Ahora mismo ya están comercializando los eslóganes olímpicos junto a las grandes figuras del anime japonés; gambatte kudasai, esfuérzate y persiste, y son figuras de anime diciéndoselo, Goku, Naruto, Lucy, el de One piece, diciendo nippon, nippon -Japón, Japón- con los juegos olímpicos. Pero claro, todos lo conocen, todo el mundo sabe quién es Lucy, todo el mundo conoce a Goku, todo el mundo conoce a Naruto. A mí me parece una forma de juego inverso muy efectiva, además no es algo nuevo, llevan haciéndolo ya muchas décadas. El Japonismo consistía precisamente en esto. Se dieron cuenta que a ciertos pintores occidentales les estaba interesando su arte de una manera descomunal, entonces decidieron potenciarlo. Hubo un momento en Japón, durante el s. XIX, en el que la tónica era copiar el arte occidental, porque suponían que era el más alto. Pero, de repente, hubo un momento en el que cambiaron el chip, coincidiendo con el nacimiento del arte Nihoga. Es curioso, porque quien les dijo a los propios japoneses que su arte tenía mucho valor fue un occidental, Ernest Fenollosa, un profesor que fue de Europa a enseñar a Japón. Es increíble que fuera este hombre quien comenzase el impulso por reivindicar lo propiamente japonés. Sin embargo, ellos se subieron rápidamente al carro, dijeron: ¿Os gusta
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lo nuestro? Pues vamos a dároslo. No eran, tampoco, ajenos a su delicada situación, obviamente eran conscientes del proceso externo de colonización, de que los occidentales venían hasta ellos para conquistarlos. Lo que vemos en la exposición Japan Now, en las obras de artistas como Takashi Murakami o Yoshitomo Nara, es arte pop, que nace en los Estados Unidos, pero ahí está el resquicio. Lo mezclaron con su cultura otaku, buscando siempre utilizar los recursos propios de su tradición nacional, recordando aquello que llamó la atención de los occidentales, como las geishas o los samuráis, al igual que hicieron llegar hasta él las influencias del manga o el anime. Creo que es una manera de resistencia, de aprovecharse de las fuerzas de los otros utilizándolas a su favor, consiguiendo dar la vuelta al juego, realmente magnífica. Me parece muy interesante, por el hecho, incluso, de que estamos hablando de un país. La cultura española es muy famosa en todo el mundo, a los japoneses, por ejemplo, les encanta, pero es que Japón manifiesta su presencia de una forma espectacular. Ahora mismo, seguro que si vamos avanzando dentro de un par de calles nos encontramos un restaurante de sushi y, probablemente, ahora en el cine estrenen una película de anime, en Barcelona se va a celebrar el salón del manga, y ya se han vendido todas las entradas para los dos primeros días… Nos están haciendo la llave, nos están dejando KO, KO, KO, desde hace mucho. Desde luego es un fenómeno interesante, al menos, para investigarlo.
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Ítaca
Por Angy Miró M.
Y cuando por fin has llegado a Ítaca, te das cuenta de que todo lo pasado ha sido solo el principio de la aventura. Adviertes que las sirenas de falsos cantos y los monstruos te estaban preparando. Que el loto que te hizo olvidar tenía fecha de caducidad y que, hasta la más brava de las olas que te mandó Poseidón no te hundían. Te hacían fuerte. Impermeable. Y llegas a eso que llaman vida como la buena novata vital que eres y aprendes. Y aprehendes. Y te das cuenta de que no es que no encajases en el mundo, es que estabas en el puzle equivocado. Como si tu rinconcito de este balón chato te estuviese esperando con una manta y un abrazo de árbol para hacerte saber que lo has conseguido; que has llegado a Ítaca. Como si tuviera que tener una velita preparada para que cuando llegues te ilumine el camino hacia todas esas aventuras que están por descubrir. Y a Ítaca llegan otros barcos. Otros náufragos vitales que, empapados, te saludan y reciben con una sonrisa. Esas otras piezas de tu puzle que tampoco encajaban. Las hay amarillas, verdes, rojas y azules; grandes y pequeñas; redondas, cuadradas, triangulares,… Entonces Zeus hace que la chispa aparezca y que todas esas piezas que no encajaban, que tenían frío y que se ahogaban en el mar de piezas corrientes, se unan. Y encajan. Encajan mucho. Muy bien. Y no se pueden separar, porque han llegado a Ítaca.
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Origen
Por Irene Blanco
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Paso a paso repaso las sombras del pasado, con este odio sin mesura hacia uno mismo convierto tus acciones en herida. Tiempo atrás, viniste a interrumpir el sueño eterno, e infinito es el dolor que llevas dentro, Pero, ¿Quién soy yo, sino tú? Luego vuelvo a recaer, no consigo levantarme, tú hiciste de mí una sombra envuelta en carne. Sentada en la cama o dando vueltas sin parar, esperando tu presencia sin esencia que consume mi inocencia. Cada paso hacia la muerte, es alivio en mi memoria, más ¡por fin!, no encontraré un sin fin de duros golpes. Cansada, a oscuras, con miedo, recorro el recuerdo para que no vuelva. Y yo clamo a los dioses, que este mal que llevo dentro, es más viejo que el pasado. Sin vivir, sobrevivo, con dolor que es casi físico, lacerando mi conciencia, en plena guerra contra mis creencias. Como un pájaro enjaulado con el corazón dañado, tratando de encontrar libertad en tu reinado.
Hay momentos…
En la noche carcelera Que lucho con este demonio Que se ve Se hace de notar. Pero rehúso Darle la mano, Mientras escapo A aquel abrazo Que en la distancia Me hace recordar, Y desear, Tu presencia plena En mis retinas.
Por Joamna Pordento
En este cuarto vacío, hace frío cuando pienso en ti y la droga deja de saberme bien. Aunque esté sudando. Aunque sonría como un tonto adormecido y mirando al infinito. Todo
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se queda en un segundo plano en ese cuarto vacío. Menos el frío. Menos la cara de tonto. Menos el cuarto vacío.
Menos cuarto vacío
Y ahora hace calor, y ya no tengo droga para no pensar en ti. Y ya no tengo horarios en este cuarto vacío... Y no quiero palabras para no pensar en ti Y pienso más en ti, pero menos en el cuarto. Y pienso menos cuarto vacío.
Por Jögrhif Pashingger
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¿De qué lomo marrón de qué caballo sin montura salvaje te has caído?
¿En qué nube nublada cabalgabas, enmudeciendo al ruido? ¿Qué chispa te encendió? ¿Qué ceniza has usado para borrar el pasado y el camino?
Volver a
Por Ana Nan
Sobre un lugar otro momento más; éste reír éste llorar.
Superponer lo vivido con la posibilidad de ser, de estar.
Compartir el intento sin alcanzar el roce vacío con la realidad.
No respetamos la línea oblicua de la vida si no que tachamos rayamos tapamos repintamos las paredes de esta casa vacía que llamamos vida. Sobre un momento otro lugar. Traspasamos sobre un reír otro llorar.
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Lou Reed – The bed. “This is the place where she lay her head when she went to bed at night And this is the place our children were conceived candles lit the room brightly at night” Jimi Hendrix – Little Wing “Seguid batiendo vuestras alas, pues hay mucho cielo que surcar. No temáis el cercano olvido, amigos, pues el inconmensurable vacío que se cierne, no sabe lo que pierde al acabar con su única fuente de reconocimiento, de todos sus cimientos. Take anything you want from me. Anything. Fly on the little wing, yeah yeah yeah yeah...” Glen Hansard – Leave “Cuando decimos siempre decimos más de lo que decimos y menos de lo que quisiéramos.”
Afrika Bambaataa & Soulsonic Force – Planet Rook “Party people Party people Can y’all get funky? Casi han pasado 35 años de un tema que lo mismo sirve para revolucionar el Hip Hop que para revolucionar cualquier cocina” Piezas & Jayder – Holden Caufield “De mi sequía emocional hice Venecia” Angella Stewart - Hurting me boy “Ras Ras Rasputín, Ras Ras Rasputín.” Rafael Lechowski - Acto I: La traición. “¡Ahora, horrorizado, las cenizas contemplo y es otro fuego nuevo el que arde en mi interior!”
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