Trigésimo segundo número

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TRIGÉSIMO SEGUNDO NÚMERO | OCTUBRE 2015

ASÍ VIVIMOS ASÍ GRITAMOS

OXXXIIO


Revista: Así Vivimos y Así Gritamos

Autores: Carlos Esteban González, Eduardo Gutiérrez Gutiérrez, Ernesto Rodríguez Vicente, Oliver Marcos Fernández, Unai Rojo Fernández y Lorenzo Asensio Jambrina.

Octubre del 2015 Nº 32

Edición: Carlos Esteban González Portada: Carlos Esteban González: Lacaraelunai. Ceras de colores sobre folio.

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Índice:

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Cagada de humo………………………………………………………..................................................... 4 De la vulgaridad primitiva del hombre medio español (II)….....…................................... 6 Poema de amor 410015..……….....…………….................................................................... 12 Las personas grandes son así (II)..............…..…............................................................. 16 Canción de amor y muerte………………..…………………………………………………………………….. 21 Segunda parte sin primera………………………………………………………………………………………. 23

Secciones

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Música........................................................................................................................... 24

Nota del Editor

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¡Vaya un septiembre! Venga, dejen que me dirija a los egos por orden descendente: ¿Qué esperaban que pasara en Cataluña? Hablando sólo desde los resultados de las elecciones, ya que toda información desde fuentes periodísticas representa un buen ejercicio práctico de hasta qué punto son cercanas la perspectiva y la alienación ideológica. Lo que sí que parece revelarse es que sería conveniente cambiar el sistema de representación en nuestros gobiernos democráticos si vamos a seguir coronando a todos los grupos como ganadores; quizá haya que dejar atrás los sentidos y comenzar a gobernar, no por izquierdas ni derechas, sino por personas y contextos. ¡Ay madre! empezó el curso y vuelve la rutina, ¡qué bien! yo ya me sentía un ente incorpóreo sin concreto lugar, sólo pensante. Cojan aire y froten sus corazones que el agua viene con frío. Ya sabemos que acabará alcanzando los huesos y que igual que en la calle entra en el calor del hogar puede ser echado. Aun así, quien se sabe con seguridad enterrado al final del día no tiene porqué comenzarlo cubierto de tierra. Corran, luchen y hagan como no existe, ojalá no se equivoquen y del todo nunca les alcance. Treinta y dos ya, ¡mare del cielo! Aquí nos tienen gritando que Vivir parar de seguirle no nos deja.

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CAGADA DE HUMO

por Ernesto Rodríguez Vicente

Crítica a la vana elocuencia de la enseñanza

Desnúdate, maldita sea, desnúdate que de nada sirve ese sombrero para quien camina a la sombra, a la sombra de aquello que somos porque somos más de lo que vemos bajo el ala que oculta la luz del cielo.

Desnúdate, maldita sea, desnúdate, quítate ese vestido de expectativas, que no haya horizonte ni tela con que cubrir tu vergüenza, ni exista peso ni daño con que eludir el engaño.

Desnúdate, maldita sea, desnúdate, da a conocer, no exijas ni sostengas, abre, abre dulce tus tristes piernas que han de llorar para que vuelvas, para que vuelvas a dar paso y tregua.

Desnúdate, maldita sea, desnúdate, ama aquello que vives y sueñas, crea, busca y contempla que nadie nace o se hace si se viste de aquello que ordenan.

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Estás muerto, simplemente estás muerto, caes, recaes y levantas lo mismo, templas y atentas al sueño que te alienta, que te alienta y te gobierna con descaro mientras otros juzgan y asumen la partida.

Injusto, injusto este juego de caótica armonía, nada prevalece, nadie nunca hallará la salida; oscuro laberinto de luz, de luz entre carne y cielo. Mis ojos no ven, no ven detrás de las estrellas el hilo conductor de los átomos que se adaptan, que se adaptan a los cambios de sentido, a los golpes, a la unión y a la deriva, tal como nuestro insano cerebro predica.

Estás muerto, simplemente estás muerto, pero tienes la absurda manía de animarte, la luz te dio solo este instante y qué has de dejar, qué has de dejar a parte, a parte de lo que quieres llevarte.

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DE LA VULGARIDAD PRIMITIVA DEL HOMBRE MEDIO ESPAÑOL (II) por Eduardo Gutiérrez Gutiérrez Si algo bueno tuviera que rescatar de los nacionalismos sería la manera en que consigue el sentimiento nacionalista penetrar en la psique de cada individuo para hacerles a todos y cada uno de ellos partícipes del proceso histórico de la soberanía nacional: el hombre nacionalista se quiere y se sabe -ya lo he mencionado en otro momento- dentro de la Historia de la humanidad, colaborando activamente en su construcción a través de la acción conjunta de todo un pueblo. Precisamente lo que decíamos más arriba que le falta al hombre masa: la conciencia de sí como animal histórico que forma parte de un pueblo. Decía el sociólogo Georg Simmel a este respecto que uno de los efectos positivos que tiene la guerra -si acaso el único, y depende de la perspectiva desde la que se observe y juzgue tal fenómeno- es la formación, en el seno de una nación, de un todo unido bajo un mismo sentimiento: el sentimiento de identidad, de pertenencia a una comunidad con unos valores, unas costumbres y un pasado comunes. Aquí, como veremos, nación y patria se unen como contenido de representación de una intersubjetividad. Durante la guerra se produce una colectivización del espíritu subjetivo, se configura una dialéctica sujeto-nación en la que, de un modo casi religioso, el espíritu subjetivo se alinea -alinear como encardinar, no como enajenación; o quizás también- con la causa nacional que es característica del espíritu objetivo y que le une al resto de sujetos de la nación. Se origina una recuperación del sentimiento colecto de nación, una socialización primitiva que parecía extinta con las formas sociales modernas. La socialización por la defensa o la socialización identitaria primitiva, distinta de la forma moderna de socialización como individualización. En verdad he de admitir que sanamente envidio a la sociedad catalana. La envidio por esa forma tan suya de unirse en las calles y en las plazas y, así, unidos como pueblo, querer seguir escribiendo la Historia sin permitir que sean otros los que, a sus espaldas, siempre a sus espaldas y al servicio de intereses particulares, la escriban con soporíferas letras que sangran. Envidio el carácter histórico -político- del espíritu del pueblo catalán. Envidio sobre todas las cosas su deseo de país, su anhelo de nación que es lo mismo que anhelo de progreso y de futuro. Mucho tendría España que aprender -y aprehender- de la ciudadanía catalana -no tanto de sus gobiernos y representantes- si de verdad anhela alcanzar algún día una cohesión popular que permita hablar con propiedad de patria española o de nación española. La patria o la nación no son más que la forma última del pueblo que se sabe trascendido en un sentimiento de unidad; la nación es el pueblo que se sabe unido y, desde esa unidad, trabaja para seguir progresando. Hasta que no se dé esa unidad efectiva del pueblo -ésta se pone de manifiesto en momentos de acción conjunta, como por ejemplo cuando el pueblo y el Estado trabajan juntos para la creación o reforma de sus instituciones públicas.

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De aquí extraemos una de las características principales del fenómeno del nacionalismo: Estado y sociedad civil son representados y se sienten representados bajo una misma identidad; conviven y trabajan para el bien y el futuro común-, de nada valdrá hablar de nación o de patria española, porque serán palabras vacías que no están haciendo referencia a ninguna realidad social efectiva. Sólo es retórica, peligrosa e ideológica retórica. Utopía demagógica de los que tienen intereses políticos, económicos y estratégicos en que esa unidad sea real. Me temo que, dejándome arrastrar por la emoción de la identidad nacional -una identidad que, dicho sea de paso, no le es igualmente atribuible al colectivo que al individuo. Frecuentemente simplificamos al extremo la visión que tenemos de un individuo diciendo que es tal o cual cosa; y ese ser, por lo general, no es el ser individuo sino el ser colectivo con el que se le asocia. Vemos al individuo como parte activa de un grupo y rápidamente le atribuimos su misma identidad sin atender a su peculiar personalidad única, a su fluida identidad dinámica. Producto de esta carencia epistemológica de organización en las estructuras de pensamiento son muchos de los problemas sociales de hoy día, como el falso problema de la diversidad: ¡la diversidad un problema!, ¡pero si es una grata bendición!-, he cometido un error al equiparar el concepto de patria al concepto de nación. Un grave error, me temo. Conviene que antes de continuar lo enmiende. En España andamos sobradísimos de patria y peligrosamente escasos de nación. ¿Que cuál es la diferencia? Muy fácil, que no simple: el tiempo al que están haciendo referencia. El concepto de patria es un concepto de identidad que en el proceso de forja de esa identidad mira hacia atrás, hacia el pasado. Cosa que, por cierto, está de puta madre: mirar al pasado es mantener viva la memoria y aprender de ella. Un pueblo sin memoria es un pueblo muerto, anquilosado en un presente estático. Pero el caso es que los patriotas legitiman la unión en sociedad bajo la dirección del Estado español en el pasado común, en la lengua y en las líneas de sangre que caracterizan históricamente a todos y cada uno de los españoles. Y claro, todo intento de heterogeneidad de la sociedad es, a los ojos del patriota, un ataque hacia la España-madre-patria; no comprende el ciudadano ingenuo que la heterogeneidad social no rompe la homogeneidad del grupo, sino que la hace más fuerte. Lo que ocurre por tanto con los Estados patrióticos es que se acaban convirtiendo en Estados militarizados y alarmantemente disciplinarios, es decir, autocráticos. Un Estado autocrático no equivale, necesariamente, a un Estado fascista o dictatorial. Por tanto el mal que padece el hombre patriótico es el de pensar la unidad indentitaria como homogeneidad, sin comprender que en la altura de los tiempos en que vivimos la unidad nacional, étnica y cultural de cada país y de cada continente es unidad-diversa, unidad heterogénea o unidad en la diferencia. No comprende, o no quiere comprenderlo. El concepto de nación sin embargo funda y legitima la unión del colectivo en sociedad en un tiempo futuro: es el deseo de crear un futuro mejor entre todos, no las hazañas heroicas y casi siempre bélicas del pasado, lo que une a un pueblo bajo la idea de la nación y la identidad nacional. El nacionalista reconoce al otro como ciudadano, como igual aunque diferente y por eso como digno de los mismos derechos que él posee y del mismo respeto

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que hacia él siente profesado, no porque compartan un pasado común, sino por su deseo de compartir un futuro que construir juntos. El hombre nacionalista, al contrario que el hombre patriótico, comprende la diversidad bajo la identidad y la desea, porque como decía Stuart Mill no hay nada mejor para la construcción de un futuro social que la diversidad de talentos y pensamientos que los individuos que la forman. Es por eso que considero el concepto de nación como un concepto más democrático porque la democracia consiste en trabajar para la construcción de un futuro mejor-, político porque histórico, progresista y humano -porque mira hacia el futuro, el tiempo en el que vive auténticamente el hombre- que el de patria. Y es también por eso por lo que envidio los deseos nacionalistas de la sociedad catalana. Pero, igual que el señor Mas insiste en que el problema soberanista catalán es el Estado español y no España -sociedad española-, digo yo que el problema de la soberanía catalana no es la sociedad catalana, sino el Estado catalán que él representa; la Generalitat catalana y el resto de instituciones puestas a su servicio, que han tomado el deseo nacionalista de los muchos ciudadanos catalanes cansados de vivir pasiva e inauténticamente para la satisfacción de sus intereses privados, casi siempre demasiado materiales, económicos. Creo hacer solucionado mi error. Es hora de continuar. Pese a todo, y ante lo que pudiera ser evidente, no pretendo enjuiciar al hombre patriótico y ensalzar en un mismo tiempo al hombre nacionalista; ni el uno es tan malo ni el otro es siempre más bueno. Los hay grandísimos patriotas y los hay también nacionalistas que mejor sería tenerles bien lejos –como me temo sea el caso de Artur Mas, no sé si lo mismo podría decirse de sus aliados soberanistas-. El caso es que puede serse un gran patriota y un gran nacionalista siempre y cuando se conozca y se comprenda –muchas veces conocer una realidad no implica comprenderla- la complejidad de la realidad de la patria o de la nación, que es compleja porque no sólo es realidad social sino también cultural, histórica, económica, política, religiosa… es unidad diversa. Así, conocer y comprender la realidad de la patria o de la nación a la que uno se adhiere y a la que uno ama significa conocer y comprender su realidad como una realidad compleja en la que la diversidad no va enfrentada a la unidad más que en una dialógica en la que se retroalimentan; conocer y comprender la realidad como una realidad multidimensional y multicultural en la que lo diferente forma parte de lo propio de modo que no sea visto como agente destructor de la unidad –una unidad heterogénea; y conocer y comprender la dinámica de cambio y transformación a la que esta realidad está sometida. Siguiendo con la caracterización del hombre medio u hombre masa orteguiano, es masa quien no es hombre grande. La sociedad está formada por una mayoría, muchedumbre o masa no cualificada y democráticamente superior -si tomamos el principio de la mayoría en toda su ingenuidad, es decir, vacío de valores y fundamentos racionales, esto es democráticos-, y unas minorías cualificadas pero que se encuentran sometidas a los intereses, necesidades e ideas de aquélla hasta el punto de ver peligrar su existencia como parte activa de la sociedad. El intelectual -integrante de estas minorías selectas cuya

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importancia histórica se ha visto desde el siglo XIX fuertemente afectada por el triunfo de las masas- se aleja de una muchedumbre cuyos apetitos, intereses y pensamientos no representan sus apetitos, intereses y pensamientos, quedando comprendido dentro de una minoría en grave peligro de extinción. Originariamente eran estas minorías ilustradas y preocupadas por el problema social el motor vivo de las naciones europeas. Con el desarrollo de la democracia liberal y de la técnica, señala Ortega, se experimenta en toda Europa el auge de las masas mediocres que se acaban convirtiendo en el auténtico Gobierno nacional, tomando decisiones e imponiendo -mediocrizándolas- aspiraciones y metas en la vida de cada ciudadano. La masa, sin negarse nunca como masa, ha usurpado los lugares antes frecuentados por las minorías como los cafés o las tertulias, se ha adueñado de sus utensilios e instrumentos -el caso del smartphone me parece el más claro de todos ellos, antes de la exclusiva propiedad de los altos empresarios- y, lo que es peor que todo eso, ha pasado a desempeñar funciones y actividades que deberían quedar estrictamente reservadas para las mentes mejor dotadas, como el arte o la política. Siguiendo la lógica de este fenómeno parece adecuado pensar que, de continuar el proceso de desarrollo de las masas europeas hasta confirmar su total cristalización sobre todo el ancho y el largo de la sociedad civil, se producirá como efecto rebote y como consecuencia inevitable de este auge de la mediocridad la extinción absoluta de la raza de los intelectuales, de los grandes hombres, hombres del intelecto o como se les quiera llamar. Y con ellos desaparecería también una rica diversidad psicológica -de personalidades, de identidades o de particularidades- que hace de las sociedades actuales una fuente de esperanzas para un progreso verdaderamente humano. El resultado de la sustitución del hombre grande o intelectual por el hombre medio como director y administrador de la altura de los tiempos, como cabeza visible de un país o como figura espiritual y moral de toda Europa puede resumirse en dos hechos altamente preocupantes para el futuro del continente, si no del mundo entero: de un lado, el hostigamiento al que los grandes hombres se ven sometidos ante el resentimiento que su superioridad intelectual, moral, técnica y espiritual despierta en la conciencia del hombre masa. Recién llega el hombre masa al poder nacional o internacional invierte, como diría Nietzsche, la escala de valores aristocráticos establecida y hace de aquéllos que premiaban la valentía, la vigorosidad y la voluntad de poder de los grandes hombres pecados mortales que extirpar de las mentes de la población a base de moralina. La masa, señala Ortega, arrolla todo lo diferente, egregio, individual, cualificado y selecto. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo corre riesgo de ser eliminado. [...] Ahora todo el mundo es sólo la masa. La muchedumbre mediocre y agotada de sí misma toma el martillo de la vulgaridad para aplastar las alas de todo aquel que pretenda aspiraciones sobresalientes, de todo aquel que desee metas imposibles de afrontar para el que sólo se preocupa de su propio bienestar y su propia comodidad, de todo aquel que exhiba una forma de pensar y de actuar distinta a la que la propia muchedumbre trata de imponer. Como el perro del hortelano, el hombre masa ni crece ni deja crecer: ni crea ni deja crear.

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Se produce entonces una hiperdemocracia o gobierno tiránico de la masa que amenaza con convertirse en el hecho histórico que marque el inicio de la decadencia occidental, lo que sería también el inicio de la decadencia mundial. Lejos de ser una decadencia económica, como se solía pensar hace algunos años, sería la europea una decadencia cultural, provocada por la desaparición de los grandes hombres capaces de iluminar con su luz -el intelectual es el filósofo que sale de la caverna platónica dispuesto a vivir en la intemperie pero no se queda ahí afuera para gozar de las gracias del pensamiento, sino que regresa de nuevo a la oscuridad de la cueva primitiva armado de una pequeña antorcha con la que orientar a los suyos en el camino hacia la Luz de la sabiduría. Dos fases de la liberación humana: la teórica y la práctica- a toda la humanidad, garantizando su progreso. Y visto desde otro prisma este hostigamiento se traduce en la indocilidad de las masas ante las minorías y ante fuerzas e instancias superiores como el Gobierno o la Justicia, que ahora manejan a placer. Esa es la verdadera rebelión de las masas. El ideal democrático que nace en la sociedad del siglo de la Ilustración pretendía que el hombre medio fuese señor, que se supiese soberano muy a pesar de su manifiesta incapacidad para la política o para la jurisprudencia. Pero dotando al hombre de a pie del gobierno de sí y dándole la capacidad y posibilidad de decidir sobre la cosa pública se ha convertido también al hombre grande en esclavo. La liberación de las masas es el sometimiento de las mentes brillantes; el guillotinazo del pensamiento. Las masas se han rebelado, se han negado a seguir siendo dominadas -enfrentándose según Ortega a su destino como masa: la masa no cuenta con las habilidades que se requieren para poder ser dueña y señora de sí misma. No es capaz, como ya hemos visto, de pensar por sí misma, por lo que necesita de otros que ostenten el poder y el mando para que la digan qué es lo que tiene que pensar, cuál es la opinión imperante en ese momento histórico en esa nación. Cuando un hombre, un pueblo o un grupo manda sobre una sociedad, cuando tiene sobre sí el poder de una nación que es el poder de la opinión pública, impone su espíritu, su opinión y su sistema de ideas, que es la imagen que se tiene del mundo, el conjunto de conceptos en el que se trata de apresar el saber y el pensar acerca del mundo, a toda la sociedad- y se han proclamado, sirviéndose de la democracia que comenzaba a nacer, único poder legítimo. Pero sucede que durante un proceso de revolución o de rebelión política, es decir, durante un proceso de desplazamiento del poder, el espíritu, el sistema de ideas que era la imagen del mundo pensada por aquellos que entonces gobernaban y que se tomaba como opinión válida y generalizada, también se ve desplazada por el espíritu de los rebelados. A la vista de lo expuesto en el párrafo anterior creo pertinente introducir aquí una comparación bastante fiel entre el concepto de masa orteguiano y el concepto nietzscheano de rebaño. Y es que según Nietzsche es rebaño el que decide no decidir, el que atemorizado ante el oscuro abismo que abre el nihilismo -como pérdida del sentido de la vida-, lejos de coger a la vida por los cuernos -¡qué frase tan trágica porque española, o tan española porque trágica!- y construir su propio sentido, decide que sean otros los que decidan por él: los predicadores de la muerte, los moralistas de la moralina, los sacerdotes y los ministros del Cristo. La masa es rebaño en la medida en que necesita ser

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mandado y organizado por otros y pese a ello aspira a ser gobernador de si mismo. Por eso se frustra. Se sigue de aquí el mayor problema al que se enfrenta Europa con el triunfo de la rebelión de las masas: Los pueblos-masa [de la misma forma que un solo hombre puede ser masa, también un pueblo que se comporte de manera tan vulgar, hipócrita y primitiva merece el calificativo de pueblo-masa] han resuelto dar por caducado aquel sistema de normas que es la civilización europea, pero como son incapaces de crear otro, no saben qué hacer, y para llenar el tiempo se entregan a la cabriola. La Europa ilustrada de las minorías intelectuales ha caído ante la poderosa fuerza de las masas sociales. Parecía que el triunfo del pueblo sería el triunfo de los ciudadanos. Resulto sin embargo que sólo era el triunfo de la masa estúpida que impone vulgaridad a todo lo espiritualmente superior, ya sea colectivo, hombre o institución. Y para colmo: la Europa ilustrada fue durante varios siglos la nurse del mundo entero, el modelo de civilización que toda nación emergente trataba de imitar implantando en su seno los principios, ideas y valores que Europa dictaba como verdaderos y buenos. Entonces, con el proceso de rebelión del hombre medio, la nurse Europa comienza a perder el mando y hegemonía mundial del que antes presumir podía. O lo que es peor, comienza a dudar de sí misma como poder espiritual y moral imperante en el mundo. De este modo, ante la ausencia de modelo de organización -espiritual y material- y autoridad suprema, dado que la masa no sabe otra cosa que obedecer, se muestra ésta como perdida y aturdida, no pudiendo hacer otra cosa que la cabriola, como la clase de párvulos que estalla en burdas gesticulaciones y estruendosa algarabía justo en el momento en el que se ausenta el profesor. Rota la norma dictada por Europa, sólo queda el caos. Y el caos del mundo moderno, abarrotado de pueblos-masa que se han quedado sin referencia, culmina con la proclamación y exacerbada manifestación de los nacionalismos de los países sometidos; la consecuencia lógica -histórica- de tanto nacionalismo ingenuo -no es patriotismo porque surge de la necesidad de avanzar sin voz de mando supranacional pero tampoco es nacionalismo porque no reconoce la singularidad individual- que nace como protesta -entendida aquí la protesta como protesta carente de reflexión crítica previa, sólo fruto del odio y del resentimiento- y nunca sobre fundamentos sólidos, son los fascismos, el cruel destino de Europa.

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POEMA DE AMOR 410015

por Ollie de Ninfo La sangre es el ritmo de este cuento

I. Esta lejos el vendaval caliente. Siento el corazón del húmedo madero cabe luna, ciénaga de sueños. Soy tú me refiero a tu cuerpo, hay un delirio pero es de mutuo acuerdo Espero agazapado entre noche y tundra a ver como salen de sus escondites los cierzos. Hoy seré bruma que se agarra con el amanecer y el recuerdo. Hoy no me concibo, de nadie soy amigo ni soy enemigo. Hoy la gente está por debajo en la escala evolutiva. He bajado hasta la bahía a llover la playa y a la tarde me hice uno con el mar, y después me despejé y me deje recordar. Hoy te eche de menos te eche de menos por todas aquellas veces que no te quise a mi lado.

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Hoy te sentí lejos te sentí más lejos que cuando tu me sentías a mi lejano. Hoy estoy frío mas helado que cuando el hogar me lo daba tu espalda al volver de caminar solo en la noche. II. Estoy en ayunas. Me conformo con una manzana. Ya estoy en otoño y el tiempo vuelve a ser, y estoy en una calle que no conozco, corriendo, sudando como un niño. Llego a casa, me noto que me escuece. Tengo sabañones detrás de las orejas. Como cuando niño los días de nevada. ¡Pero que me pasa! ¡si los perros no sudan! El tiempo vuelve a ser. La senda es la misma, solo algún camin cambia. Qué vida más verdadera siendo guaje y siendo perro. Qué vida más perra tuve de niño y tengo sin beso. Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhh!

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II II. Esquivando como salvas del veneno espiro. Esquivar esta buenu, es como caer. Cuesta solo una vez más, levantarse, si sales de relevo. Aprendo que no es el Testigo sin anhelo. Debo darlo bien llevado aun no siendo perdonado V. Mira he estado esperando tanto tiempo que si la gente hoy me ve aquí, en este punto, alucina; porque aun ahora si tus ojos veo me hago pipï en caliente, ¡me haga pipî encima! He estado esperando y ahora te tengo enfrente y con el gayumbo calao Y no es por estar -delante de tanta gente-. no por ser un desencuentro la realidad: el sustento es nada, yo hoy no he comido nada, ¡no he vivido nada! Y a lo mejor no es por ti ¿sabes? ni tampoco soy Yo ahora; sí, y esto solo son palabras, pero no lo que siento. No sé lo que siento Pero por ti romperé con las olas.

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Si hay mañana sin fuerza yo seré fusión del núcleo, si hay un peldaño roto follaremos en él, si quedan dardos que me los den que nos los voy a inyectar todos en el corazón y el pecho y el culo. Y viviremos todo lo que queda juntos. Con un fruto de por medio…

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LAS PERSONAS GRANDES SON ASÍ (II) _ por Carlos Esteban González “Quimoterapia. Quimo, con cada uno de sus libros, lleva ya muchos años demostrándonos que los niños son los depositarios de la sabiduría. Lo malo para el mundo es que a medida que crecen van perdiendo el uso de la razón, se les olvida en la escuela lo que sabían al nacer, se casa sin amor, trabajan por dinero, se cepillan los dientes, se cortan las uñas, y al final –convertidos en adultos miserables- no se ahogan en un vaso de agua sino en un plato de sopa. (…)” Antología de Quino. Gabriel García Márquez

¿Qué es aquello que diferencia a las personas grandes de las personas pequeñas? Para enfrentar esta pregunta creo necesario realizar primero una reformulación de la misma. Como señalaba en el anterior artículo –Trigésimo Número- acerca de las personas grandes, la distinción entre estos tipos de personas no es una distinción clara que nos permita hablar de dos clases diferentes de personas. Debemos parir del hechos de que toda persona grande fue, hasta algún momento de su vida, una persona pequeña y, de igual forma, toda persona pequeña está un posición de y tiende a ser una persona grande.

Por ello podemos reformular la pregunta inicial desde dos perspectivas complementarias: ¿Qué es aquello que pierde una persona pequeña cuando comienza a ser una persona grande? y ¿qué es aquello que favorece o produce el cambio ocurrido desde la persona pequeña hasta la persona grande? En tanto a la primera reformulación, el cambio del verbo pierde al verbo gana es desestimado en favor del trato beligerante a las personas grande que ya he iniciado. Con la segunda pregunta podemos ver que gracias a esta reformulación se descubre la búsqueda del factor o factores, ya sean internos, externos o, incluso, de ambos ámbitos, que propician tal trasformación. Empecemos desde la primera reformulación.

Supongo que desde este primer marco hemos de atender a las emociones. Las capacidades cognitivas que están en desarrollo constante en el ser humano creo que no determinan tal cambio, ya que el mundo al que ambos tipos de personas se enfrentan es el mismo y ambos tipos lo conciben igual; en tanto que aquello de lo que obtienen información y el cómo obtienen esa información es común a ambos tipos. Lo que aquí trato de evidenciar es que ambos tipos no se vuelcan en el mundo desde el mismo prisma, es decir, no se comportan igual –tanto como de forma externa como consigo mismosante idénticas situaciones porque se presentan a sí mismos las cosas desde diferentes

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perspectivas. El problema del astrólogo en El Principito no hubiera sido tal si hubiera expuesto sus descubrimientos ante personas pequeñas por la razón, supongo, de que estas personas no hubieran necesitado de ver vestido al astrólogo a la europea para permitirse dar crédito y prestar atención a su descubrimiento. Por ello creo que debemos atender a aquellos factores que determinan de forma más poderosa la perspectiva desde la que uno se vierte al mundo, su empuje y sentido, sus emociones.

No es conveniente pensar si las personas grandes son más tristes o más felices, ya que realmente pueden estar -tanto ellas como las pequeñas- más tristes o más felices, aunque continúen siendo grandes o pequeñas. Aquello que comúnmente se nos dice es que las personas grandes han perdido la inocencia, pero ¿qué es esto de la inocencia? Aunque sin afán de recoger lo que ahora voy a exponer bajo el título conjunto de inocencia, si creo que se podría definir en el conjunto de aquello que pierde la persona pequeña al comenzar a dejar de serlo. Primero de todo: la confianza. Puede ser que haya quien considere que la confianza en alguien o en algo tiene un fuerte factor racional, pero espero que me permita rebatirle tal afirmación: si se apoya en la experiencia he de decirle que el inductivismo no es un buen método para hacer ciencia, ya que aunque alguien o algo se haya demostrado como merecedor de su confianza en todas las anteriores ocasiones –suponiendo que el juicio que da lugar a la conclusión merecedor de confianza sea en algún caso objetivo y no solamente subjetivo- ello no es motivo suficiente para confiar en ello y se apoya en su capacidad de juicio sobre en qué o en quién ha de confiar, ya sea por la probable falibilidad de ese juicio como por la característica propia de la acción humana, puede descubrir, por suerte, que las personas son impredecibles; acerca de si las cosas que pasan se puede predecir no soy quién para aportar ninguna luz, pregúntele a la ciencia, que se jacta de servir, entre otras cosas igual de valiosas, para ello.

Creo y afirmo que la confianza tiene base principal en la emoción; al menos en lo meramente subjetivo. Uno puede decidir o sentir que confía en nosotros con independencia de nuestros actos, incluso de nuestras características. Las personas pequeñas confían en los otros, digamos, por defecto, a no ser que las circunstancias en las que estos otros se les presenten, sobre todo en un primer contacto, les hagan sentir manifiestamente incómodos; de lo que podríamos extraer que confían siempre que su estado natural, en tanto que habitual y preferido, no se vea alterado. Esto, mucho temo, tienen una razón socio-cultural. Con ello no quiero decir que la psique humana es este

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momento histórico no permita que esto sea así, sino sólo que el factor que determina que esto sea así y no de otra manera es socio-cultural. Al principio de toda persona, cuando se es un bebé, por sus capacidades uno debe lo más valioso que conserva, su vida, al cuidado de los otros. Para responder a esa necesidad ahí está su madre -¡ya ven, somos mamíferos!- y su padre; y sus hermanos; y sus tíos; y sus primos y primas; y la enfermera o el enfermero; y el médico o la médica; y aquella señora que jugó con él o ella en el parque y le hizo sentirse tan bien; y casi todos los demás seres humanos de su entorno; e incluso muchos de los otros animales. Pero esto podría no ser así y si el bebé sobreviviera podría personalizar uno de estos raros casos en los que uno es completamente desconfiado, individual y marcado por una serie de traumas emocionales que le hagan muy poco apto para la vida social; en el más oscuro de los casos.

La pasión, aunque es tentador utilizarla como reproche a las personas grandes, el incluirla en esta categorización de aquello que las personas pequeñas pierden para ser personas grandes resulta muy ingenuo y supondría un problema para esta investigación. Hay muchas personas grandes apasionadas, la pasión no siempre es algo beneficioso para quien la siente ya que este motor emocional nos lleva a un estado enajenado y exaltado en el que uno puede tratar de autodestruirse; o incluso conseguirlo. La ingenuidad es propia –o al menos cercana a- de la falta de conocimiento general del espacio físico y social en el que uno se encuentra y no, sostengo, nos es útil para la diferenciación que enfrentamos.

Sin embargo, sí que somos certeros con la ilusión. Ésta, creo, es la emoción central de aquellas que reúno: es la que determina la manera en la que las personas pequeñas se enfrentan al mundo. La ilusión depende en grado muy alto de la confianza. El mundo en el que uno vive es como es en gran medida por las personas que lo pueblan y el mundo de uno, en tanto que me refiero al mundo en sí pero solamente desde su perspectiva, se conforma tanto en su cabeza como en su experiencia por la interacción con los demás seres con los que se cruza. La ilusión ejerce como motor de la vida y de los proyectos de uno en tanto que éste confía que todo –o gran parte de ese todo- vaya bien. Un motor vital, según lo contemplo, es aquella emoción que empuja a uno a continuar haciendo algo; o a iniciarlo, en el caso previo. Al contrario que en lo ocurrente en la depresión, uno no duda, no se cansa y convierte la sucesión del intento y el error en una mezcla homogénea llamada continuidad. Con la ilusión el motor se traduce y se impulsa en la

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confianza en un porvenir favorecedor para un mismo. Muy diferente de la esperanza, la cual tiene una parte muy importante de resignación respecto de la situación presente. La ilusión permite una visión del mundo que favorece la consecución del hecho que se espera ya que la forma de enfrentarnos a las circunstancias que ocurren en la sucesión de presentes que es la vida de una persona se define por la atención a las nuevas oportunidades y el empuje necesario para saltar al vacío que normalmente representa tratar de aprovecharlas para uno mismo.

La ilusión de las personas pequeñas es muy característica. No quiero decir que las personas grandes no sientan ilusión, ni que confunda su esperanza con ella, sino que no la sienten de la misma manera. Las personas pequeñas sienten ilusión de una forma continuada y general, en tanto que se extiende a todos los aspectos de su vida; a todo lo que les pasa y esperan que les pase. Este grado y modo de sentir ilusión les aboca irremediablemente a la sorpresa y a la desilusión; lo que desvela uno de los caminos que podremos seguir respecto de la segunda reformulación.

Tanto la confianza como la ilusión son emociones que se dan en el estado natural y habitual de las personas pequeñas. Este estado, respecto de las personas grandes –la gran mayoría de mis presumibles lectores-, de exaltación continúa. Uno de los factores a los que se enfrentan la mayor parte del tiempo es la novedad pero ésta es afrontada, no desde la sensación de incomodidad y desasosiego que provoca la inestabilidad, sino desde la calma y la comodidad que motivan la confianza y la ilusión. El miedo existe, claro, e incluso su presencia es mayor y más condicionante pero aparece, digamos, en su forma más pura, con lo que quiero señalar que el miedo que sienten las personas pequeñas no está guiado ni contaminado por experiencias negativas anteriores por lo que se manifiesta sólo como mecanismo de autoconservación y no como sustento de las fobias. Así este miedo, hasta la presencia de experiencias negativas, aunque sea completamente irracional es el racionalmente más preferible, ya que sólo se muestra cuando realmente es pertinente; esto si confiamos en la necesidad y característica de pureza de nuestros instintos. Un bebé no es que se permita confiar con ilusión en las cosas nuevas, adquiriendo la perspectiva más preferible en el caso de que realmente estas cosas sean merecedoras de su confianza y propicias para aquello que espera, es que si está cómodo y en su estado natural –no alterado- no responderá de una manera distinta.

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El bebé no es el estadio de la vida de los humanos que recoja el conjunto de las personas pequeñas, pero sí es este estadio donde no hay lugar para las personas grandes, por este hecho encamino mi investigación desde él, no porque sólo los bebés sean personas pequeñas, sino porque en todos los demás estadios de la vida de una persona si puede ser ésta una persona grande. La persona pequeña ve y accede a un mundo hinchado, colorido, brillante y chillón, lleno de curiosidades y sorpresas, aderezado con amor, felicidad y una comodidad que se extiende a todo, tanto respecto de lo interior como de lo exterior, sólo abrupta y deformada por el relieve ocasional de las nuevas emociones. Y esto, sostengo, se debe a cómo recibe el mundo desde un punto de vista emocional. La confianza y la ilusión favorecen y producen las condiciones necesarias para que este estado y el mundo que encuentran como resultado de la influencia del estado del observador en lo recibido desde su facultad de observación se produzcan.

Por todo ello puedo afirmar que principalmente lo que pierde una persona pequeña cuando comienza a ser una persona grande es la confianza y la ilusión en sí mismo, en el mundo que puebla y en las cosas que en él ocurren. Para la siguiente reformulación de la preguntan que nos ha llevado aquí -¿Qué es aquello que diferencia a las personas grandes de las personas pequeñas?- mucho me temo que voy a necesitar un nuevo artículo, así que no desesperen, mediten lo propuesto y buen mes tengan ustedes.

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PONLE UN TÍTULO

por Lorenzo Ko · A UN DELICADO ERROR DEDICADO ·

“Tan valiente y tan cobarde mi canción, que siempre llega tarde para pedirte perdón, con esta pobre y vana pretensión de pagarte con palabras las deudas del corazón.” Sharif el Increíble

Aunque no me creas, no necesito follar y que me falle el fuelle de mi pecho, en falla desde hace tiempo. O, si lo entiendes mejor así: necesito un chocho que me escuche, me achuche con toda fuerza, una foto con hoja de lechuga entre los labios que me alegre la vida cuando supuro limo verde. La marta solo cabe en este texto como el mustélido que se ha comido mis posibilidades, y es que no merece más espacio que el rincón gris de dos tristes versos. Cometí un error al decir la palabra «perfecta» y ahora no sé repararlo con otras palabras. Aunque no me creas, No quiero lo perfecto, lo ‘hecho hasta el final’; prefiero la complejidad de lo complejo, ‘lo enlazado por completo’, perderme en el complicado nudo de los nudos de un pecho desnudo, y no en un hermetismo orquestado que solo se abra al desconcierto. No quiero una media naranja que sea jugo ácido en mi herida; y tú, ¿cuántos príncipes azules vas a besar para que no te salgan rana? Podría ser Neruda (quien dice Neruda, dice un cualquiera) y hablar de tus ojos como de dos faros, esta vez sin susurros, que guían esta balandra en tormenta de sentimientos. Pero yo no soy eso, yo no soy así, a mí NO me gusta cuando callas, porque estás como ausente. Porque tus ojos son dos ojos, que son tiernos cuando tornan a un lado, tímidos, que son bonitos cuando ríes y ellos ríen, que son tristes cuando trasteo en mis cicatrices, que dan miedo en medio de una discusión, etcétera. Aunque no lo creas así, podría usar mil y una metáforas porque sé, pero no diría nada, prefiero ser real y demostrar lo que siento en actos tontos, como escribir mi primer poema de amor y hacerlo mal porque no sé.

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· AL VERANO · Diría una verdad de cielo abierto y, en el mármol, luz cálida reflejada; una verdad de flores vitales aunque marchitas y flores mezquinas aunque frescas. Pero es en el silencio muerto de la guardia de cipreses, en otro día del sauce, en la rutina de la pala, donde encuentro el descanso. El aire se mueve y está hecho de almas; largos vestidos de viento arremolinan las hojas caídas cuando fríos pies etéreos se deslizan por el piso. La luz de los faroles alumbra un mundo infantil, entre lo real y lo imaginario, que juega al escondite con las sombras si es que sombras son. Me tumbo, no en mi tumba, y descanso. Aún queda para el eterno, le digo a un ángel que llora lágrimas tristegrises de tiempo pasado. Espero, sin esperanza, a una chica de carne y hueso, que valga su peso en alma, pero nada; mi ánima está desanimada. Además, este lugar está muerto.

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SEGUNDA PARTE SIN PRIMERA

por U. Rojo (Canto)

Segunda parte sin primera:

El sueño era el elegido, el elegido era el sueño; y así le era el otro al uno como el uno al otro. Fumando un lirio escogido en el campo hasta que abusamos de ello. El sueño era el elegido. Era la hora de ir a dormir al mágico lugar, a poder ser a bordo de un coche de choque. Yo conduzco, pero a mi pesar ella no viene conmigo. ¿Y cuál es la senda de los coches? Me preguntaba yo a menudo… Si el cielo tuviera un color entre morado y gris, la senda iría hacia el camino empedrado, y donde la piedra perdía su nombre, de repente todo era arena y pronto la arena se hacía montaña o duna más bien. El sueño era el elegido, y las ganas trepaban por subir, y a medida que subían, se iba apareciendo lo que sería el sol de este “un planeta”. Subía y subía mochila a cuestas, pero los guantes se caían por la ladera y rodaban medio camuflándose entre las arenas. Pero mi afán por no perderlos, y por si mi madre me riñera al llegar a casa, me hacía intentar cogerlos una y otra vez. Arriba ya, toda la grey intentaba descansar en la vereda mientras eran vigilados por seres de un color blanco y también a partes de un dorado bastante hortera, de metal diría yo, de mentira quizá. Aquéllos paseaban por allí, y en sus cuerpos, una pantalla bien grande en la que cada uno llevaba una palabra diferente escrita; sólo tres alcancé a leer: pueblo, tiempo, democracia. Todo el mundo se aposentaba en su lugar, pareciera que iba a llegar la hora –y sabía que sí, que la hora iba a llegar, puesto que el sueño era el elegido-. Y cuando los seres hacían su función de no hacer nada, para la cual fueron hechos fehacientemente, se llegaba ya la hora de dormir (mientras tanto, se me volvió a caer una camiseta por la ladera en lo que cogía mi sitio, y la muy jodida, manga por pata, corría que se las pelaba). Otros seres más grandes, pero no de diferente color, marcaban la hora de irse a dormir. Y estos en lugar de pantallas que mirar tenían miras que miraban, y destruían, y barrían del mapa a los anteriores sin dejar rastro de ellos; no hicieron prisioneros. Así nos enseñaron que era la hora de dormir y que todo se acababa. Y lo que parecía ser un sueño elegido, resultó ser la segunda parte de un primero que nunca ocurrió. El elegido pareció ser sueño, pero a este pobre diablo nunca le preguntaron: “¿Qué sueño quieres elegir?”

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MÚSICA

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Nirvana – Where did you sleep last night “…” León Benavente - Ser brigada. "Y ocurrió así: llegaron nuevas ideas que no eran nuevas, sino recicladas. La gente moderna ya no era moderna, sino anticuada. ¿Para qué?, ¿para qué volver?, ¿para qué si aquí hay mucho más de lo que siempre que quisimos tener?" Triana – En el lago “…” Nach Scratch – El demonio camuflado en el asfalto “Notas la mentira como respira, sientes como la ira fijamente te mira, observas la codicia que gira en torno a tu generación mientras en un rincón te pones ciego de ron, es el demonio aunque sé que no me crees El demonio camuflado en el asfalto ¿no lo ves? el demonio camuflado en el asfalto ¿no lo ves?” Joe Satriani – Satch boogie “…” Iván Ferreiro – Canción de amor y muerte “Marchita y cansada, besarte infectada fue mi decisión. No hay dolor.”

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