Trigésimo tercer número

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TRIGÉSIMO TERCER NÚMERO | NOVIEMBRE 2015

ASÍ VIVIMOS ASÍ GRITAMOS

OXXXIIO


Revista: Así Vivimos y Así Gritamos

Autores: Carlos Esteban González, Eduardo Gutiérrez Gutiérrez, Ernesto Rodríguez Vicente, Oliver Marcos Fernández. Colaboradores: Jorge Pérez Olmos y Rodrigo Roig Herrero.

Noviembre del 2015 Nº 33

Edición: Carlos Esteban González Portada: Carlos Esteban González. Ceras de colores y bolígrafo sobre folio.

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Índice:

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De la vulgaridad primitiva del hombre medio español (III)............................................. 4 Un coloso sigue en llamas………………………………………………….....…................................... 9 Mi escalera…………………..……….....…………….................................................................... 11 En la prisión hermética……………...............…..…............................................................. 15

Secciones

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Tren de sombras…………………………………………………………………………………………………….... 17 Colaboradores………………………………………………………………………………………………………….. 19 Música........................................................................................................................... 21

Nota del Editor

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Empieza uno el mes expectante mirando hacia el noreste de nuestro país, asistiendo a esta gran obra teatral que llaman vida en la que desde hace unos cinco años la muy vieja y muy querida política se introduce en la vida de todos aquellos que surcan con sus pasos Cataluña. Cuando cada uno levanta la cabeza de lo suyo y piensa y reflexiona a dónde quiere llevarlo y en qué comunidad dejarlo envejecer, esperando un 20D que lento se despereza y se viste con todo el ruido y rumor del que puede llenarse esta democracia casi de productos hecha va y estalla la bomba. Muertos todos son de la misma clase, no solo aquí arriba, esto de pegarse cada día nos deja más vidas. Estrenamos sección, con toda la ilusión de que no sea itinerante. Tren de Sombras, ahí, al final casi. Nos hemos vestido hoy aún más de cultura y ahora acercamos a nuestra vera al cine. Espero que la disfruten y no dejen de extender su mirada crítica también a este noble arte de actores que viven en mundos que los directores crean. Nosotros les daremos nuestra opinión y ya se la quedan. Cojan ustedes la suya y que jueguen juntas, que en este mundo de todos con la opinión de uno no basta para tener una mirada propia y de suelo provista.

Treinta y tres ya, mare, y lo que nos quea; que diría Zenit. Así vivimos y así gritamos.

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DE LA VULGARIDAD PRIMITIVA DEL HOMBRE MEDIO ESPAÑOL (III) por Eduardo Gutiérrez Gutiérrez Hemos visto hasta aquí qué es lo que se entiende -lo que Ortega entiende- por masa o por hombre masa, qué significa que ésta se haya rebelado y cuáles son las consecuencias, inmediatas y futuras, de tal rebelión. El tamaño de la empresa que tenía entre manos me ha obligado a extenderme más de lo debido, aunque no encuentro motivo evidente para tener que arrepentirme de ello. Así, quedé pendiente para el artículo del mes próximo la caracterización particular del hombre masa español y la argumentación del que es para mí uno de los ataques más graves que nuestro hombre medio lanza contra la cultura española; a saber, el ataque a la Universidad, que es equiparable al rechazo que el hombre medio europeo profesa hacia la ciencia. En este preciso momento es cuando podemos hablar con propiedad de La vulgaridad primitiva del hombre medio español, que es el título original de esta saga de artículos que toca a su fin. Lo visto hasta ahora podría recogerse bajo el título de El increíble hombremasa, Las aventuras de las masas europeas o, para darle mayor dramatismo a la lectura y atraer así la curiosidad de los menos lectores, Europa se hunde. He de decir que toda la exposición contenida en este artículo -en su referencia al mal español- se apoya sobre la siguiente convicción personal: España es un pueblo embrutecido, viril y vigorosamente fundado sobre la rebeldía y la fuerza como carácter identitario. Aunque sea cierto que en ciertas zonas de la geografía española, a lo largo de siglos de evolución, ha habido focos de intelectualismo y erudición, son no más la excepción que viene a confirmar la norma del embrutecimiento del rudo pueblo español. El carácter español que sostengo como tesis fundamental de mi argumentación es fundante del orden, institucional y social, material, moral y epistemológico del pueblo a veces conocido como España.

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Sea quizás porque la amo. Sea porque me preocupa sentimental, racional, material, espiritual y existencialmente. Sea, seguramente así lo sea, porque es mi hogar y es donde llevo más de veinte años viviendo. Pero el caso es que detecto que en ningún otro país como en España nos ha conducido el proceso histórico de la rebelión de las masas a una situación tan dramática y extrema. En España como en ninguna otra parte de Europa ha llegado el hombre masa al borde último de sus fuerzas, de sus capacidades como ente destructor del orden moral y social. Hasta tal punto encuentro razones sólidas sobre las que sostener mi idea que considero posible narrar toda la historia del hombre medio, desde su nacimiento y alzamiento hasta su cénit, a partir de la narración de los hechos históricos que se han ido sucediendo en España desde finales del siglo XIX: la caída de la poderosa

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España colonial, la gloriosa etapa de la Segunda República, la tristísima guerra civil que tanto daño nos hace, el franquismo y la consolidación de la democracia en el Estado de Bienestar son resultado -directo o indirecto- y consecuencia de la acción de la masa sobre la realidad de la sociedad española. Véase como muestra de ello el patetismo, el dolor y la desilusión de toda una España que a finales del XVIII se sabía colosalmente grande y besó, torpemente humillada, el suelo. Arrastramos, me temo, ese sentimiento de decadencia durante largos decenios, si es que no nos pesa aún el derrotismo. Y en todas las disciplinas españolas ha dejado el hombre masa su inconfundible huella de mediocridad y despreocupación: en el arte, en la ciencia, en la política. Sobre todo en la política. Y no digo con esto que no haya habido en España ni un solo gran hombre capaz de colocar a su profesión intelectual y con ella a España en lo más alto del panorama internacional, ni mucho menos -en arte disfrutamos de las generaciones del 98, del 14 y del 27, formadas por mentes claras que supieron brillar en varios campos al mismo tiempo y no solamente en campos artísticos, de grandísimos pintores como Dalí, Sorolla o Miró, arquitectos de la talla de Gaudí o Santiago Calatrava y de una innumerable lista de artistas merecidamente reconocidos como tales, como genios "de lo suyo"; en ciencia, infatigables investigadores como Ramón y Cajal, Gregorio Marañón o Severo Ochoa, también entre otros muchos; en filosofía, esa disciplina que los alemanes manejan al dedillo, la maravillosa tríada compuesta por Unamuno, Ortega y Gasset y Zubiri poco que envidiarle tiene a la clásica de Sócrates, Platón y Aristóteles, tantas similitudes guardan entre sí; y para darle un fin a este paréntesis, en política, pese a ser la disciplina en la que menos mentes claras abundan, es quizás aquella en la que con más fuerza brillan: Manuel Azaña o Julio Anguita son los primeros nombres que se me vienen a la cabeza-. Sí, en España ha habido y habrá grandes hombres. Pero sus discursos, si alguna vez han llegado a concienciar a la población, han sido rápidamente apagados por el griterío que la masa monta cada vez que quiere dejar clara su opinión. Por suerte sus mil voces no podrán jamás sonar al unísono, ni su mensaje podrá ser nunca un mensaje claro y distinto porque dentro de la masa no existen ni el acuerdo, ni el debate, ni la crítica. La opinión de la masa no es nunca una opinión única y consensuada; no puede serlo. De ahí provenga quizás la violencia -acción directa lo dice Ortega- con que trata de hacerse valer sobre las certezas y verdades que des-cubren -des-velan, des-ocultan- las minorías. Con la ilusión de convencer a las voces más pertinentes y de gritar más fuerte que las más violentas nació este bello proyecto que lleva el nombre de Así vivimos y así gritamos -en nuestro primer número pueden leer el porqué de esta revista de la pluma de mi buen amigo Carlos Esteban-; tuvimos la ilusión, utópica como todas las ilusiones y por eso tan emocionante, de alzarnos sobre la masa para lanzar un mensaje único y simple: el valor del diálogo y la reflexión crítica. Cada vez más me temo que la enorme masa nos arrastró en el intento. Pero no por ello dejaremos de pelear. Mientras gobierne la masa, y en España parece que tiene para varios años de gobierno, no habrá oportunidad para la democracia, ni para el consenso, ni mucho menos para la sana convivencia, es decir, para la civilización. Y sin civilización, sin vínculos sociales intelectuales y morales, sobre todo-, muy difícilmente habrá progreso.

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En España, creo que ya lo he dicho en otro momento, no se piensa. El terrible mal de espíritu que atormentaba a Heidegger se extiende por nuestro país sin que ello despierte en la población el menor estremecimiento. En España no se piensa en la problemática España. España necesita pensar, y lo necesita urgentemente. Vive enajenada y necesita del ejercicio del pensamiento, pensar y pensarse, para volver a sí. Sufre España la enfermedad del no-pensar: en España no se piensa el ser España. Y sin pensar el ser no se piensa su verdad. Ahora sin tanta metafísica: en España no se piensan los problemas que verdaderamente dañan sus cimientos. Sí, continuamente, en prensa, en televisión, en radio y en internet se escriben artículos y se organizan debates que tratan de analizar y de sacar algo en claro de la terrible situación que España vive en la actualidad. Pero el análisis que se hace, en un número alarmantemente alto de los casos, es un análisis ingenuo, demasiado superficial como para que sea capaz de dejar al descubierto las vergüenzas más básicas -porque están en la base de todas las demás- de España. Se limitan en estos programas y en estos diarios a rasgar temerosamente la costra de mierda que hay aferrada a nuestra queridísima España, pero no se emprende la búsqueda de aquello que ha generado esa costra. Es un análisis material que se plantea los problemas materiales que afectan al hombre español y se olvida de los problemas de espíritu que son causa de estos. Por eso el hombre español ha de tomar conciencia histórica -es el español un mal histórico, me temo que crónico- de su aquí y ahora como hombre español en el ser España para construir una crítica veraz que permita iniciar un ejercicio de auténtica protesta. La transformación de la realidad española vendrá después sola. Y para eso, como ya he señalado al principio de este laaargo artículo, es necesaria la memoria histórica. En España hace falta emprender una labor de arqueología: hay que excavar las ruinas de España y descubrir qué es eso que hay abajo, bien al fondo de su Historia, y produce este hedor tan espantoso de hoy día. De nuevo me veo obligado a aclarar mi discurso. Que en España no se piense no quiere decir que no haya hombres en España que piensen sobre el ser España -el ser España, por cierto, poco o nada tiene que ver con la marca España que los políticos más avispados tratan de colarnos como valor nacional. El ser España es un tipo de ser vital, existencial y por eso puramente espiritual, mientras que la marca España es un ser material, económico y, lo que es peor, mercantil; una forma de vender, no de vivir; o quizás una forma monetaria de vida, una vida dedicada al consumo y a la superproducción industrial de deficiencias psíquicas. Una existencia como pueblo español que abandona las responsabilidades que se tiene como pueblo para venderse al mejor postor. La marca España es la abstracción de sí misma que la sociedad española hace como sociedad de masas- Los hay, por suerte los hay. Pero su voz no se escucha. Hay demasiados aparatos sonando al mismo tiempo -teléfonos móviles, televisores, tablets, ordenadores portátiles, automóviles caros que te cagas...- como para que se pueda oír la voz de estos españoles españoles de verdad, de los que no quedan, de los enamorados de España hasta los huesos. Ésta suele ser, su voz, digo, suele ser, por su carácter reflexivo, muy tenue y paciente, casi como un susurro; como el hilillo de voz del viejo que sabe que tiene razón pero no trata de imponerla sobre las razones de los otros, tanto ha visto ya en la vida.

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Por supuesto que hay hombres españoles, verdaderos patriotas, que piensan acerca de España, de su hoy, de su ayer y de su misterioso mañana. ¡Empezad a rezar si algún día capitulan! Pero si no hay nadie a su alrededor que los escuche, si su pensamiento no va de un pueblo a otro, de una plaza a otra para que todos lo conozcan y conozcan por fin de España, jamás se convertirá éste en un pensamiento subversivo capaz de provocar un cambio radical en la realidad española. Una de las formas para conseguir que estos hombres se hagan escuchar es, como siempre, la reforma del modelo de educación. Si educamos bestias, bestias tendremos. Si educamos máquinas, pues más máquinas para engordar la gran máquina burocrática. Pero si lo que queremos es educar mentes despiertas muy seriamente tendremos que replantearnos la forma actual de educar a los niños en nuestras aulas. Pero eso es otro tema del que no me quiero ocupar en este artículo. El secreto más oscuro -oscuro porque oculto, encubierto y abstraído; sacralizado en la medida en que está protegido en el interior de un vetusto templo gótico por cuatro fanáticos adoradores que asustan con grotescas maneras y aspavientos- del Ser España es, redoble de tambores por favor, su formalidad, es decir, su vacío en lo que a unicidad identitaria se refiere. ¿O es que acaso podemos definir claramente, sin miedo a equivocarnos y a excluir, qué es aquello que nos une a todos y cada uno de nosotros como españoles? ¡Nada!, ¡no hay nada! España, igual que Francia, que Alemania, que Europa o que los Estados Unidos de América -que ni unidos ni ná, por cierto-, es una realidad histórico-social de una riquísima y antiquísima multiculturalidad. Si con esto y con todo los hay todavía empeñados en hablar de un lazo común fundado sobre y fundador del Ser España, digamos lo siguiente: la identidad española radica en su diversidad, su característica fundamental es la multiculturalidad; lo que nos une como españoles es justamente lo que nos diferencia. Así, quizás, con el tiempo, quizás, comprendamos la complejidad, el dinamismo y la incertidumbre de la realidad española, y busquemos unas estructuras epistemológicas lo suficientemente competentes como para poder gestionar esta realidad tan compleja y tan cambiante con pertinencia. Al hilo del análisis ingenuo de la realidad española que se hace en los medios de comunicación. No puedo quitarme de la cabeza la imagen de determinados programas de tertulia política que ponen todas las mañanas por televisión. Son la más clara prueba de la invasión por parte del hombre medio de las disciplinas y actividades reservadas para los más capaces, para los grandes hombres. Quiere el hombre masa español saber de todo y de todo quiere opinar. Pero ni tiene un adecuado método de análisis, ni una estructura de pensamiento lo suficientemente sólida, ni siquiera opinión propia. Habla, constantemente habla de los problemas que le afectan a España, a todas horas dice de la corrupción, del independentismo catalán, del paro, de la pobreza... pero en realidad no dice nada. Habla vacío. Le echa las pestes al vecino y se queda tan a gusto. Si nada dice es porque sus estructuras epistemológicas, anquilosadas y sujetas por un paradigma cognitivo determinista, estático e impuesto, no son capaces de pensar toda la complejidad de la realidad. El hombre medio español, cuando piensa la realidad, lo hace

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a partir de una abstracción de las circunstancias en las que se desarrolla su pensamiento. Descontextualizado, el pensar es siempre un pensar ingenuo, superficial y unidimensional, incapaz de penetrar en la complejidad de la realidad. Categoriza y conceptualiza -agarra y arranca pedazos de la realidad-, como si lo vivo y dinámico pudiese encerrarse en una caja de zapatos. El gato de Schrödinger, aquí, jamás saldría con vida. Con esta idea llegamos, por fin, al momento de conocer el rasgo diferencial que caracteriza al hombre medio español distinguiéndolo del hombre medio europeo: la cultura de bar que es, quizás, la única seña de identidad verdaderamente española.

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UN COLOSO SIGUE EN LLAMAS

por Ollie de Ninfo La sola conciencia tiene el poder de volver las pequeñas cosas camino; y a las grandes destino.

I. Tengo delante una máquina que rompe las bocas de la tierra: les propina puñetazos inesperados El primer golpe les vino cuando éstas apuntaban una frase importantísima al paraíso mientras éste nos mecía y nos tocaba con placer. Pero entonces, éste, se quedo en blanco. Y el reino de los cielos empezó a improvisarse desmedidamente como para captar la atención de un muchedumbre loca. II. Arrastramos todas las trazas después. Era un mosaico descuidado. Las teselas eran una mancha oscura como la sangre resultante del golpe al coloso.

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III. Luego ignorancia miradas que se apartan luego olvido: aunque el coloso permaneciera ardiendo. Justamente una inmensa traición. Vaticinios luego calamidades. Una profunda grieta; luego la custodia de una raza incrédula la esclavitud la mentira por la mentira, la farsa por la diversión, de unos pocos. II II. Cuando nos llegó el momento ningún grito culpable inmutó al coloso enfurecido. Y la naturaleza devastó los cuerpos que antes mimaba a su imagen, que antes, supo valorar en la emoción y la paciencia. A actuar por activar esta conciencia, a no quebrantar o traicionar el principio del ritmo del corazón he venido. Y por eso estoy aquí ante esta masacre. Y por eso grito aquí.

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MI ESCALERA

por Carlos Esteban González -Como abandonar una escalera-

Se fue. Abandona así aquella casa de paredes de ladrillo y techo a muchas aguas. “Ya no quiero estar aquí” se repetía continuamente en la habitación blanca de muebles de madera marrón y amarilla. “Aquella mañana”, contaba su madre los años siguientes a quien preguntara, “no pasó nada anormal, se levantó tarde y no hablamos con él hasta la hora de comer”. Las mañana en aquella casa se sucedían en diferente suerte entre los días que ella trabajaba y los que no. La casa solía estar ocupada aunque quienes la vivían pocas veces se cruzaban en ella. Todo tenía asignado su espacio, incluso los días festivos que ocurrían casi todo ellos en la cama. Echó a andar cargado por el peso de los trastos. Comenzaba su viaje en tren, no le importó que este fuera largo. Ese día vestía pantalón de tela gris apretado con cinturón de piel marrón oscura. La camiseta era verde con rayas muy finas y negras, encima llevaba una sudadera vieja pero caliente y una chaqueta negra. Pensaba en su pasado ahora que viajaba al futuro. Pensó en los días de lluvia que su balcón mojaban, mojando luego las suelas de sus zapatillas y el suelo de la habitación estas. Pensó en las noches largas y en los tediosos días. Pensó en la soledad que encontraba y en como esperaba vivirla con clama y felicidad algún día. Pensó pero ahora actuaba. Recordó la libertad que allí sus manos ansiaban, que sus sueños casi asían. Llevaba ya preparado, volaba fuera por cortos espacios de tiempo, los muchos semanas perdidas, hacía años que no meses enteros. Volaba y corría. Al principio llegaba como desesperado, todo tenía que nacer delante de él y morir de nuevo muy rápido. Ahora ya llegaba desanimado, esperando encontrar en todos los lugares el mismo aunque al pasar de los días se encontraba a sí mismo de nuevo hinchado y esperanzado. Nunca conseguía evitar caerse. De la caída volvía al mundo que le vio valerse. Del tiempo se valía para hacerse más grande, de la gente para hacerse más fuerte. Por un segundo imaginó ser su familia y encontrar el hueco vacío, pensar que estaba fuera y esconder el corazón en la espera, por si vuelve y no se ha huido. Su padre de él ya casi no hablaba, recordaba a un hijo fingido. Un hijo hecho de ilusiones y esperanzas, de juicios y conclusiones profanas. Un hijo que con él no había vivido. Sólo a quien preguntaba le decía que se había ido dejando atrás sus cosas, que pensaba que se habría dicho a sí mismo que esas cosas a otros le ataban y que no eran realmente suyas. En la cocina esa tarde se reunían todos. Unos pocos hablaban de su día, alguien abandonó la sala. Su hermana miró la silla que quedaba, pensaba, “esto no es propio de él, si quisiera irse y que no lo siguieran ninguno de nosotros lo hubiéramos sabido tan pronto ¿quién persigue a quien no se ha ido?”. La tarde en la que se fue era diferente a todas las demás. El olivo giraba en torno a su tronco a causa del viento, el manzano y el laurel se acercaban a las paredes de cemento en busca de aliento.

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Cuando se despertó aquel día ya había decidido que no lo iba a pasar en la casa. Muy despierto aun, aunque de soñar casi acababa, llegó con su mano al pomo de la puerta y al segundo siguiente la cruzaba y la cerraba. Vestido sin la chaqueta pero sí con la sudadera también negra bajaba la escalera. Agudizó el oído para oír quién estaba cerca. Hoy era mañana de trabajo, en el salón sonaba la abuela. Tres mujeres ocupaban la casa, a las tres las saludaba siempre al verlas. Entonaba sus nombres como si en el aire las dibujara. Sentía al acabar de decirlos como si ellas se desvanecieran. “Hola abuela”; “Hola hijo, estaba aquí viendo el parte”. La puerta del salón ya se cierra. Continuó por el pasillo hasta la cocina y sonrió al perro de al otro lado de la puerta. Abrió la nevera esperando encontrar algo que su vientre buscara y la cerró demorando la espera. Se giró y miró al reloj que el tiempo guiaba y lo ignoró como si él no pasara. Se oyó un hasta luego que quedó vibrando en la entrada, que se apagó con el ruido corto que hace la puerta. Recorrió despacio aquella calle que en ningún sitio acaba, cerró los ojos al sol que ahora le ciega. Una gota de rocío que se formó en la barriga de la biga que cubre su balcón llegó al suelo. Dentro de su habitación, en su funda apoyada en la esquina, de la guitarra sola se rompía una cuerda. Él volvió para comer. Llegó a la casa tarde. En la cocina estaban las mujeres, que se encontraban a la hora de la comida. La más joven acababa de llegar desde la escalera. La mayor y su hija cocinaban la comida. El padre ocupaba el salón, aunque eso sólo lo suponía. Cerro la puerta con un “Hola”, dejó las llaves colgando en la esquina. Nadie siguió a ese hola y de nuevo cruzó el pasillo hasta la cocina. Un nuevo “hola” quedó vibrando en medio de una conversación concurrida. Un “a poner la mesa” llegó para él dirigido. Colocó sus manos debajo del frutero de cristal y volvió a ocupar el pasillo. Con una mano abrió la puerta, con la otra entraba primero la fruta en el salón. Su padre allí no estaba. El silencio recogía la sala. Posó el frutero despacio y se fue camino a su habitación. Rodeó la chaqueta sus hombros, recogió del suelo la mochila. Anduvo con pies firmes y continuos. Cruzó de nuevo a la calle. El viento apretó el nudo de la chaqueta. La capucha contuvo los mechones que su cara golpean. Continuó hacia abajo, a donde la gente no llega. Giró al llegar a la derecha, descendiendo una suave cuesta. Subió de nuevo a la derecha, esperando encontrar la ancha calle desierta. La hora de la mesa le amparaba, tenía el reloj la cuenta resuelta. Vibró en su habitación el teléfono. Esperó en vano su plato en la mesa. Camina ahora resuelto por la carretera. De esperar y andar casi ya llega.

-Como bajar una escaleraAún en la habitación podemos hacer ruido. Aunque sea ruido igualmente, está situado, por lo que no causará alarma. Abrir la puerta debe ser un gesto calculado. Es aconsejable esconder el pestillo dentro del hueco que la cerradura le deja. Todos los pomos hacen ruido, tanto si se aprietan como si se sueltan. Las primeras veces es

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aconsejable hacer estas tareas muy despacio y con especial atención, para así presentarnos a este gran abanico de sonidos que es la orquesta de ruidos de una puerta. Si las bisagras también se lamentan quizá haya que plantearse la retirada. Si esa retirada no tiene lugar debemos encontrar la velocidad adecuada en cada etapa del ángulo y considerar cuál es el que necesitamos para cruzarla. Que salga luz por el marco al pasillo oscuro no es algo que deba preocuparnos. La luz no hace ruido. Pero si el mismo ruido alerta la luz puede delatarnos por lo que debemos aprender a descender la escalera tal y como nos la encontramos. Con la oscuridad como aliada uno puede no saber si tiene los ojos cerrados u abiertos. Nuestra vista ha de ser el tacto, la memoria y después el oído. El oído ha de permanecer siempre alerta. He de decir que los ruidos que uno mismo produce pueden parecer todos excesivos. Esto en gran medida se debe a que uno está muy cerca de sí. Es aconsejable cerciorarse de cuánto realmente se escuchan tales ruidos desde la posición y estado de aquellos a quienes se les ocultan. Saber cuál es el margen real del que uno dispone le permite ocupar todo el rango de posibilidades que se le brindan. Si el suelo suena suele deberse a razones propiamente físicas. Suele sonar más lejos de las paredes y más cerca de aquellos lugares en los que se fragmenta. Es preciso pisar con toda la planta. Que el peso se reparta por la mayor superficie posible nos evitará los crujidos innecesarios. Es imposible evitar los chasquidos de nuestras articulaciones; aun calentando anteriormente. Sí podemos evitar el rozar de la ropa seleccionando ésta antes o separando las piernas. El paso debe darse sin deslizar la suela, apoyando primero el talón quieto rodando la suela hasta apoyar por completo la planta. Han de darse pasos cortos sin subir y bajar el cuerpo, buscando continuar en altura la línea que la cadera deja. Si los movimientos de las articulaciones no son holgados y rápidos podremos evitar el número de chasquidos de las mismas. Cuando lleguemos a la escalera hemos de buscar con la parte posterior del talón que tenemos más adelantado la arista final del plano superior, en su pared horizontal, del primer escalón. Una vez palpada esta con el talón, suavemente, habremos de descender el pie cuidando el tipo de paso hasta la superficie del escalón inmediatamente inferior. Sobre todo las primeras veces, hemos de bajar el pie que atrás queda a la misma superficie que ocupa el pie que ya baja. Si seguimos este método no habremos de tener problemas en descender sea como sea la escalera. Al preocuparnos del movimiento de los pies y las piernas es habitual olvidarse del control de la cadera. Las salidas de la misma de la línea del centro de gravedad son previsibles y hemos de contar con que estos fallos de equilibrio pueden llevarnos a acciones desesperadas, por la urgencia que aparece con el riesgo de caída, normalmente causantes de gran estruendo. Para evitarlo hemos de buscar con la palma de la mano una superficie con la que mantener un contacto continuado que nos permita descansar parte del peso en los brazos. Hemos de recordar que no podemos rozar ninguna superficie, por el ruido que el roce ocasiona. Salvando esto, además hemos de buscar una superficie que no manifieste queja ninguna ante tal repartición de peso. En este caso nuestro aliado es la

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pared, si la hubiera. En caso de que la mejor opción sea el pasamano es aconsejable proceder como con la puerta y el pomo y conocer los ruidos que en él encierra. Tanto la pared como el pasamano nos irán informando del recorrido que alberga la escalera. Hemos de tener en cuenta que en las curvas, por cuestión de espacio, el escalón cambia y se deforma. Es común encontrar uno más pequeño, o que se estrecha según al centro de la curva se acerca. De igual modo podemos toparnos con uno doble, seguido a estos que en triángulos se tornan. No hemos de dejarnos sorprender por estos cambios, podemos caernos o sentir el vacío que un falso escalón deja. Sólo al subir es precioso asustarse con un último escalón que no existe, por la emoción característica y el vuelco al estómago que esta experiencia deja. Guiados por nuestro talón, si no se conoce de antemano la escalera, podemos dibujar en nuestra mente la imagen del escalón, aunque este cambie y se revele. Si hemos bajado un buen trecho podemos incluso resbalar la menor cantidad de planta posible por el escalón, avanzando hacia el que creemos que es su final con intención de encontrarlo. Aunque lo he dicho anteriormente, estas operaciones es aconsejable realizarlas con delicadeza y sin prisa ninguna. Una vez de nuevo encaminados en la línea recta debemos enfrentarnos a un nuevo enemigo. Cierto es que cada vez estamos más cerca del final y más lejos de aquellos a los que el ruido puede desvelar, pero no podemos dejarnos llevar por la emoción, hemos de continuar el sigilo. El último de los pasos debe ser el más suave, por el cambio de suelo presumible. Para ello habremos de depositar en los brazos y en la pared o en el pasamano la mayor cantidad de peso posible; si nos encontramos afianzados al último ha de considerarse que un mayor peso nos puede llevar a un nuevo ruido. Con el cuerpo flexionado hemos de ir estirando las extremidades que soportan el peso llevando todo este de la manera más gradual posible a la planta del pie que está fuera. El último pie debe posarse sin soltar las manos, quienes serán la últimas en abandonar la escalera. Si la escalera no fuera de azulejo o de algún tipo de piedra y fuera toda ella de madera debemos posar los pies allá donde mayor equilibrio de fuerzas haya, allá donde el escalón desde el centro del corazón de la escalera empieza. Si carecemos aún de destreza y nuestro equilibrio representa un serio problema, podemos hacerlo cerca de la pared y buscar asilo y consuelo en ésta. Felicidades, es usted conocedor del método para bajar una escalera.

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EN LA PRISIÓN HERMÉTICA

por Ernesto Rodríguez Vicente

Diario de un misántropo. Mi nombre es Hermes y soy un hombre libre, jamás he visto otra luz que la que se proyecta desde el pequeño agujero del techo, jamás he salido de este lugar. ¿Creen que estoy loco? En esta habitación tengo todo lo que necesito, mi biblioteca ocupa el tiempo que otros malgastan en alienarse con vicios y teatros, me alimento de todo cuanto vive en el centro de mi casa; ratas y gusanos se deslizan por mis tripas y un hermoso cerezo embriaga mi alma de dulces pasiones. Me dedico a soñar, a dormir profundamente y a escribir mis pesadillas; no sufro por amor, solo tengo miedo al insmonio y a las estrellas que inflaman mis ojos en los libros y en las noches en vela. ¿Deseos? Tan solo ansío disfrutar de lo que tengo, la soledad eleva mi pensamiento y mi intimidad se sacia con las voces del pasado; apenas hablo, mi padre es la única persona que conozco. En ocasiones, me observa desde el techo y yo le dirijo felizmente mis cuestiones literarias. Él no suele responderme, aunque siempre me anima a seguir preguntando; según dice, si mis dudas dejan algún día de iluminarle, cerrará el orificio para que yo pueda vivir descansado. Creo que si pudiera salir de este profundo espacio, los demás me harían tan jovial como desdichado; sé de los hombre por mis libros: son bestias sedientas de carne, bellos e ignorantes guerreros que exaltan y ocultan su suerte. No tengo nada contra ellos, pero sus inquietudes me ultrajan y su incesante parloteo a veces me resulta confuso y molesto. Nada me divierte más que el silencio, el ligero rumor de los ecos del ambiente es la brisa indescifrable que suaviza mis sentidos. ¡Música! La música es como el silencio, solo que es más joven y despierta, y llega siempre desde arriba, aunque, al contrario que el silencio, se alcanza desde abajo. Recuerdo el día que conocí la música, aquella mañana un pájaro entró en mi agujero y, mientras picoteaba las cerezas, silbaba dulcemente una asombrosa melodía. Yo no cabía dentro de mí, aquel trino majestuoso me afectaba sobremanera, creí que la emoción se apoderaba de mi estado y el pájaro lo advirtió. Dejó de cantar, y agitando la cabeza con curiosidad se acercó a mí y me habló del amor. – La música es también como el amor, al compartir su sonido los corazones se llenan de esperanza y se deleitan hallando sus latidos reflejados en la melodía – sentenció el animal. Después alzó la cabeza y mirando hacia arriba me dijo: – Ningún hombre ha llegado a comprenderlo del todo, y para experimentarlo hay que aceptar las vitudes y los defectos de cada uno, descubrir el rostro verdadero y ahondar en el Sentido Común, como ahonda tu cerezo en la tierra en su búsqueda luminosa. – Los hombres son demasiado disntintos para tener un Sentido Común – le rebatí. Y él me contestó señalándome con su hermoso pico: – El amor no entiende de diferencias y son las propias distinciones las que evitan que tu amor se sotenga.

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Cabreado con aquel dichoso pájaro que creía conocerme mejor que yo mismo, cogí el libro que más me interesaba entonces y comencé a leer una serie de páginas sobre la influencia de la música en cada clase de autor, y cómo ésta les había llevado, de un modo u otro, a la locura. Al mismo tiempo, el alegre pájaro se comió la última cereza de mi árbol y se marchó volando con su canción. En aquel momento pensé que yo no estaba hecho para el amor.

... Con lentitud y sigilo me descubro sujeto al frágil rumor del movimiento y con curiosidad y afán reconstruyo fútiles futuros del pasado inmerso. Y es quizás por esto por lo que me figuro más lejos cada vez de mi hondo recuerdo; y es que cuando recuerdo siempre procuro olvidarme de aquello que llevo dentro, pues, al recordar, el llanto me acompaña sin saber si cae de risa o sufrimiento en las yermas cavidades del mañana. Y así me discuto en busca de palabras con las que paliar el tiempo que no asumo, mientras me pregunto sin entrañar nada.

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TREN DE SOMBRAS

por R. Roig Herrero

IRRATIONAL MAN: SOBRE KIERKEGAARD Y DEMÁS GÉNERO: Comedia, Drama DIRECTOR: Woody Allen REPARTO: Emma Stone, Joaquin Phoenix, Meredith Hagner, Parker Posey, etc. GUIÓN: Woody Allen PAIS: Estados Unidos DURACIÓN: 96 DISTRIBUIDORA: Eone ESTRENO: 25 de Septiembre de 2015 El existencialismo, la corriente que se convirtió en el sustento estético de toda una generación de cineastas, ha encontrado en Woody Allen un mal sueño. El director americano ha convertido su obra en una constante búsqueda del sentido de la vida. Tengámoslo claro queridos viajeros: Las pelis de Allen no van de follar, sino de que follar valga para algo. Algo parecido tenemos en Irrational Man. Joaquin Phoenix, en pleno estado de gracia, interpreta a un profesor de filosofía con una crisis existencial que encuentra el sentido de la vida al planear un asesinato. No podemos dejar de pensar en Match Point –en mi opinión, la gran obra de Allen junto a Manhattan- y en la condición que el crimen otorga en ella. Debido a esta perspectiva, el papel de la moral adquiere aquí una condición tremendamente ambigua; posmoderna, si queremos. En ningún film de Allen encontraremos valores absolutos –si quieres ver al Capitán América, tienes El Francotirador de Eastwood-, pero esa compleja mezcla entre el deseo, la ambición y la búsqueda constante posee en la película que ahora tratamos un matiz mucho más “simple”; entendiendo esta palabra dentro del complicado mundo del neoyorquino. A través de esta historia de crimen y castigo –nunca mejor dicho-, Allen ha creado un universo que resulta propio de su estilo; su propia manera de filmar se adapta a una historia que aúna humor negro, triángulos amorosos y pedantería a partes iguales. Lograr captar la atención del público nunca ha sido un problema para Woody Allen, a pesar de las referencias culturales que sus películas incluyen. Le interesa el problema individual, personal, y es eso precisamente Irrational Man. ¿Cómo hallar el sentido de la vida? Además desde un filósofo, que también ha sido un vividor, y que podría encontrar en todas sus experiencias y conocimientos la razón del ser, el “para qué” que hemos dicho antes. El cinéfilo encontrará muchas conexiones con aquellas películas donde el existencialismo había servido de base estética para la creación de la obra cinematográfica: Fellini y sus amplios mares, la “pequeña burguesía” intelectual de la Nouvelle Vague… Si conocemos la filmografía de Allen, veremos relaciones con sus propios trabajos, algo que no debería sorprendernos teniendo en cuenta que el autor trabaja determinados temas, aunque desde distintas perspectivas. Y a pesar de las comparaciones que hemos hechos a lo largo del artículo, Irrational Man se postula como una descafeinada obra que nos recuerda a las que hemos visto anteriormente. ¿Por qué? Un tipo busca sentido de la vida y lo encuentra a través de acciones injustificables para la sociedad en la que el desenvuelve, es decir, la clase alta americana, culta, etc., pero también deseosa de encontrar un sentido a la vida: una estudiante de matrícula, que

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encuentra el amor en su profesor de filosofía, que a su vez mantiene un tórrido romance con otra profesora de dicha universidad, a la que solo puede complacer una vez que éste llega al “estado estético” de su vida, en el que encuentra el sentido de la vida cometiendo un crimen, considerándolo como un deber… La historia de un hombre que si bien se postula como irracional, se convierte en un frío y calculador asesino, con lo que la hipocresía de este micromundo fílmico queda retratada, profundizando precisamente en este aspecto: la hipocresía y sus protagonistas que se convierten en el tema central del film. Esta es la historia a la que Woody Allen nos tiene acostumbrados, y es quizá eso lo que al espectador eche atrás desde el primer momento. Puede que ya hayamos visto este film, este humor tan negro, estos personajes perdidos, este tipo tan irracional que trata de encontrarse a pesar de los demás, fuera de toda actitud moral… tanto, que tengamos la sensación de que el neoyorquino nos lo ha contado ya. Precisamente, por esa condición amoral del protagonista, los personajes parecen más planos de lo que en verdad pueden ser. Dado que podemos encontrarnos en esta obra una particular historia de hipocresía, Allen vuelve a manejar –en mi opinión, lo más acertado del film- una red de hilos, quizá de manera menos compleja que en Match Point o Balas sobre Broadway, pero realmente efectiva, con lo que toda la carga dramática recae sobre las brillantes interpretaciones, que dotan de tremenda humanidad a todo el conjunto filosófico que propone la cinta. Quedan para el recuerdo también grandes composiciones en pantalla, planos mágicos que incluso en los menores trabajos de este director aparecen para determinar su estilo tan particular, que si bien ha variado a lo largo de los años, extrae de cada secuencia una belleza realmente conmovedora.

No es un trabajo menor… es otro trabajo de la propia desesperación. Un film quizá prescindible en su filmografía, pero seguro que entretendrá tanto a fans acérrimos como espectadores ocasionales.

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COLABORADORES

_ Jorge Pérez Olmos

I (Para volver a sonreír): Si Tristeza viene a verte da recuerdos de mi parte. A-parte-sé que está mejor sin mí, igual que yo sin ella. Dila que ya descubrí como no hacerle ni caso y después despídete; dila que no vuelva nunca, dile que le vaya bien, que no voy a serle fiel, que yo voy a ser feliz... Y vente si quieres, que te invito a vivir cuesta-abajo y sin frenos. Salvémonos amando unos a otros. Solo dame la mano, quiero que me enseñes cómo; jamás supe aprenderlo quizás pasó de largo... pero hoy vamos tirando poco a poco a mejor según mis cálculos. Buscando algo distinto que nos llene este vacío.

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II (Para volver a sonreír): Ya no se hace extraño soportar el desafío... Sonrío por inercia porque esta existencia es seria como un juego de críos. Mediocre como otoños que cayeron al olvido... Hoy, creo que me siento un marinero pensativo desatando los cabos de su engaño retorcido mirando desde popa hacia la azul inmensidad a las alas de gaviotas que hartas ya de volar, van a parar al mar... Para aclararme el karma no hizo falta nada más que centrarme en respirar y levantar el ancla. A medida que avances a menudo olvidarás, pero ya no hay marcha-atrás, y la salida será para todos la misma...

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MÚSICA

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Miguel Campello – Camina "(…) no te des la vuelta que aquí no se estila." Frank t – Mañana “(…) ¿por qué avanzar significa destruir todo y arrasar?, quiero envejecer, tener arrugas y más canas, hacer algo bueno hoy por los que vivan el mañana.”

Sharif - El callejón de los milagros. "Yo siempre quise ser un delincuente para escaparme de la ley de la gravedad." Barricada - La hora del carnaval "No importa dejar tu huella"

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