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El empleo y la inteligencia artificial

Yago Mateos

En los últimos años, ha habido una creciente preocupación en torno al impacto de la inteligencia artificial en el mercado laboral, recientemente intensificada debido al desarrollo de potentes modelos de lenguaje como ChatGPT, una inteligencia artificial capaz de mantener conversaciones y ofrecer apoyo en tareas complejas que requieran la utilización de lenguaje natural. Influyentes voces, tales como la de Elon Musk, se han alzado contra el desarrollo de estas tecnologías, lanzando una carta abierta en la que demandan la intervención de los gobiernos para imponer una moratoria en el desarrollo de los modelos de Inteligencia Artificial, alegando que los mismos suponen una potencial amenaza para la sociedad, puesto que amenazan el empleo e incluso “el control de nuestra civilización”.

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Es importante recordar que estas preocupaciones no son nuevas. De hecho, las opiniones de aquellos que temen la tecnología son similares a las de los antiguos luditas, quienes se opusieron a la industrialización y a la maquinaria en el siglo XIX, y si bien pueden parecer inofensivas, son una importante amenaza para la libertad y el progreso económico.

Hace ya más de 75 años, en su célebre obra La economía en una lección, Henry Hazlitt dedicó un capítulo completo a esta cuestión. Como bien explicó Mises, la economía debe ser una ciencia deductiva y a priori, es decir, sus leyes no deben derivar de la observación del mundo, sino del análisis lógico-deductivo a partir de axiomas irreductibles. Por este motivo, los argumentos de Hazlitt siguen de total actualidad, siendo irrelevante para nuestro análisis las características concretas con que las nuevas tecnologías de inteligencia artificial nos sorprendan.

En esencia, el punto de vista de que las nuevas tecnologías (la IA, en nuestro caso) amenazan el empleo, se basan en la falacia de la ventana rota, que implica ver solo los efectos visibles de una acción, y no tener en cuenta sus efectos escondidos. Así, es razonable que algunos empleos desaparezcan. Esto, sin embargo, no implica que el desempleo deba aumentar en términos generales, pues los trabajadores sustituidos pasarán a ser empleados en nuevas ocupaciones que quizás ni siquiera se habían concebido anteriormente, o que en el pasado se consideraban submarginales. Esto se debe a varios motivos.

En primer lugar, los trabajadores son un factor escaso y por lo general el más limitante a la hora de producir en la mayoría de industrias, lo que explica que a pesar de la abundancia de recursos existentes, los seres humanos no vean satisfechas todas sus necesidades. Liberar a los trabajadores de sus ocupaciones actuales permite que los mismos sean asignados a nuevas labores para satisfacer necesidades sociales previamente desaten- didas. Esto, por supuesto, depende de que los gobiernos faciliten una legislación laboral flexible, que permita una transferencia fluida de trabajadores entre las antiguas y las nuevas industrias. No debemos caer en el error de pensar que solo los trabajadores capaces de programar las nuevas inteligencias artificiales serán aquellos que conserven un empleo en el futuro, pues la liberación de factores productivos abre un mundo completo de posibilidades para los nuevos trabajadores que ni siquiera somos capaces de concebir en el presente. Es más, es muy probable que la existencia de las nuevas IAs facilite la adaptación de los trabajadores a nuevos puestos radicalmente distintos, al proporcionar herramientas que permitan superar más rápidamente la barrera que supone la falta de conocimiento técnico en la incorporación a las modernas ocupaciones.

Por otro lado, el desarrollo de IAs no es más que otro ejemplo de los alargamientos de las cadenas productivas que se producen continuamente en las economías capitalistas. Según la teoría austríaca del capital, los empresarios sólo invertirán en procesos productivos más largos (en nuestro caso, el desarrollo de IA) si esperan que el resultado sea una mayor productividad futura, lo que se traducirá en una mayor rentabilidad. Es decir, sólo si creen que el uso de más recursos y tiempo para producir un bien determinado permitirá obtener una producción más eficiente o mejores bienes de consumo, invertirán en procesos productivos más largos. Las nuevas inteligencias artificiales son, por tanto, bienes de capital que en las economías capitalistas serán puestos a disposición de los trabajadores por parte de los empresarios capitalistas, aumentando su productividad marginal y produciendo una fuerte tendencia al alza generalizada de los salarios, dando lugar a una sociedad más próspera y una clase trabajadora cada vez más enriquecida.

Ahora bien, la teoría austríaca del capital nos advierte también sobre las consecuencias de dedicar recursos al alargamiento de los procesos productivos cuando no se ha producido un verdadero ahorro por parte de la sociedad que permita liberar factores de producción, lo cual deriva en situaciones de falso auge y posterior recesión, dilapidación de recursos, y altas tasas de desempleo. En este sentido, debemos ser muy vigilantes con la concesión generalizada de créditos para la digitalización y la inversión en estas tecnologías de los últimos años, en un contexto de tipos de interés artificialmente bajos facilitados por las inyecciones monetarias de los bancos centrales, la banca de reserva fraccionaria, y entidades como el ICO, con un gran potencial distorsionador de la estructura productiva. Así, es posible que nos encontremos ante la formación de una burbuja en el campo de las nuevas inteligencias artificiales facilitada por el crédito fácil que fluye en dirección a estas industrias, que cuando explote deberán reajustarse, en un doloroso proceso de recesión, quiebra de empresas que no son verdaderamente rentables, y posterior desempleo. Este desempleo, sin embargo, no será consecuencia de la IA, sino de las malas in- versiones inducidas por prácticas bancarias y gubernamentales perversas. En conclusión, no debemos ver el desarrollo de la IA como una amenaza al empleo, sino como una oportunidad para el progreso y el desarrollo económico que inevitablemente beneficiará a toda la sociedad, y en especial a los más vulnerables, siempre y cuando los gobiernos faciliten la necesaria flexibilidad laboral y un entorno favorable a la inversión y creatividad empresarial que permita reorientar a los trabajadores hacia la satisfacción de necesidades previamente desatendidas. Sin embargo, debemos asegurarnos de que este crecimiento se produzca de forma sostenible, lo que conlleva exigir a las entidades financieras y monetarias la necesaria disciplina en la concesión de crédito y financiación de nuevos proyectos con cargo a reserva fraccionaria o creación de nuevo dinero.

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