Comité de redacción Dirección Fernando Larraz Coordinación Verónica Enamorado Ainhoa Rodríguez Cristina Somolinos Miradas Biblioteca Clásica Inéditos Diálogo con las Artes De aquí y de allá Alrededores Polifonías Voces Artículos
Alejandro Rivero Patricia Pizarroso Ainhoa Rodríguez Gema Cuesta Cristina Suárez Sofía González Cristina Ruiz Paula Mayo Javier Helgueta
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Colaboran en este número Fran Garcerá, Alejandro Mendicote, Luis Javier Pisonero, Elvira Sastre, María Luisa Suárez Marín.
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Índice Firma invitada 4 Emilio Sola: “De joven veinteañero fui poeta...” Miradas 6 “Alcina: materia épica, sonoridad barroca”, por Verónica Jiménez Moreno Biblioteca Clásica 12 “Patriarcado, capitalismo y sus relaciones: Alexandra Kollontai y El amor de las abejas obreras”, por Cristina Somolinos Molina 16 Inéditos Reseñas 18 Diálogo con las Artes 26 De aquí y de allá 34 Alrededores 48 Polifonías Voces 58 Entrevista a Elvira Sastre: “La poesía es el amor de mi vida”, por Ismael Ruiz Arroyo Artículos 62 Luis Javier Pisonero: “Una patria en el movimiento: un acercamiento a Mi padre, el inmigrante (1945) de Vicente Gerbasi” 75 Raquel López: “Reflexiones sobre el significado del tiempo en El Jarama, de Sánchez Ferlosio”
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Firma invitada ”De joven veinteañero fui poeta...”
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e joven veinteañero fui poeta, y algo de eso me rebrota muy de vez en cuando ahora, ya sesentón avanzado. Por ejemplo, un poema “Europa, la Renegada” surgido al calor de las últimas acciones malvadas de una Europa política despreciable por muchas razones. De algo menos joven fui también novelista, y también de vez en cuando vuelvo sobre ello; mi saga novelística del “paraíso de las islas”, se me reanima en su mensaje clave: o el mundo global se reestructura en intersticios de nomadeo o lugares de encuentro de la gente viajera, como primera y más rentable gran inversión global, o todo esto se va al carajo, por decirlo pronto y mal. Intersticios de nomadeo o lugares de recepción, atención y redireccionamiento de la gente que va y viene por ahí porque no puede hacer otra cosa, y que se parezcan como centros o campamentos provisionales o poblados más a un concierto o festival de música o mercadillo que a una cárcel o a un campo de concentración —tal los CIES actuales…—, o eso, pues, o lo otro —el mundo se va al carajo— y no se me ocurren más palabras para decirlo mejor, y defenderme de la acusación de ideario literario utópico iluso, pues en las circunstancias en las que estamos la gran utopía estúpida e irreal es la democracia que cacarean los mercaderes. En el paraíso de las islas, la gente, además, se lo pasa divinamente a pesar de las desdichas, alguien me dijo un día que era un esfuerzo imaginativo para mostrar cómo se podía ser feliz en este infierno. Pero mi actividad principal está dedicada a la Historia —Historia y Literatura es la cara y cruz de mí mismo— y en concreto al mundo de las fronteras como lugares de encuentro y transformación, de información sobre el otro, y de ahí que mis asuntos principales de trabajo como historiador hayan sido el corsarismo y el espionaje. Corsarios turco-berberiscos, como el gran Barbarroja o el calabrés tiñoso del Quijote, Uchalí, de quien acabo de sacar una biografía de más de quinientas páginas, o la red de espías de Felipe II en Estambul y por todo el Mediterráneo y, sobre todo, la literatura generada por el espionaje, las hermosas “relaciones de cosas que pasan en el mundo”, muertas de risa aún la mayoría en nuestros fondos
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archivísticos históricos europeos, y sobre todo españoles para los siglos xvi-xvii. Creo que me estoy inventando o dando a luz toda una literatura clásica del Siglo de Oro hispánico —hispano-italiano, mejor— absolutamente inédita y maltratada por los mismos historiadores que solamente se acordaron de ella para abastecerse de datos interesados por su parte, dejando pasar lo más bello de su expresión literaria, el ser la gran literatura de aventuras clásica, de donde se abastecieron los mejores escritores de ese Siglo de Oro, como Cervantes mismo. Y mucho más bella literatura que la de los escritores secundarios o malos sin más de ese Siglo de Oro. De todo esto trata mi última dedicación, cada vez más exclusiva, que es la plataforma digital del Archivo de la Frontera, www.archivodelafrontera.com, en donde Historia y Literatura confluyen y lo ocupan todo; y en donde mi ramalazo de poeta ha resurgido al presentar los textos históricos, siempre aburridos en su transcripción académica por bastante dura para la lectura, al actualizarlos y versicularlos —no en versos poéticos sino en versículos por unidades de sentido del texto— para que los puedan leer con placer todos los amantes de la literatura de viajes y de aventuras, y puedan recitarlos en castellano hasta los Erasmus.
Suplemento documental digital: Poesía: Europa, la Renegada: la podéis leer al final de esta conferencia de la Cátedra Alada del Balcón de Detrás del Ascensor: http://www.archivodelafrontera. com/wp-content/uploads/2015/10/2015-SEPT-Discurso-recital-cervantinoc%C3%A1tedra-alada.pdf Novela: la saga del paraíso de las islas: http://www.archivodelafrontera.com/e-libros/ el-paraiso-de-las-islas/ Un cuento en concreto: El Plan Rómulo Castro: http://www.archivodelafrontera. com/wp-content/uploads/2012/06/PLAN-ROMULO-CASTRO.pdf Un aviso de cosas que pasan en el mundo literariamente hermoso: Uchalí y Don Juan frente a frente como señores de la guerra: http://www.archivodelafrontera.com/ archivos/profesionales-de-las-armas-profesionales-de-la-guerra-juan-de-austria-yuchali-frente-a-frente-en-la-memoria-del-calabres/
Emilio Sola
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Miradas Alcina: materia épica, sonoridad barroca
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esde su creación en la Florencia renacentista, la ópera se posiciona como un “arte total”, ya que el término “ópera” —término latino y no italiano— se corresponde con el plural de opus, “obra”, sugiriendo que ópera es “obras” o “conjunto de trabajos”. En ella confluyen la música, la poesía o literatura, el canto, las artes plásticas y/o la danza, que configuran, así, un ambiente único en cualquier espectáculo dramático. Por ello, la escena operística busca entenderse como un cuarto de juegos, en donde cada juego modifica la realidad para adaptarla. Materias como la mitología grecolatina sirvieron para bautizar este género y consagrarlo a lo largo de los siglos xvii y xviii; a su vez, se popularizaron las mitologías germanas o escandinavas como fuentes de libretos, así como se desarrollarían, posteriormente, novelas, obras de teatro de la época o autores determinados como Shakespeare, elemento irrefutable en la obra general de ciertos autores como Verdi. Aunque siempre minoritario, otro de los géneros que se empleó como letra de partitura fue la épica; aun así, no
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hay que confundir los cantares de gesta con la temática medievalista, presente en la ópera a lo largo de la historia. Uno de los autores que sí supo apreciar la materia épica fue Georg Friedrich Händel, quien utilizó el tema heroico en un gran número de sus argumentos. Un ejemplo de ello es la tríada operística de Orlando, Ariodante y Alcina, compuestas a partir del poema épico Orlando furioso de Ludovico Ariosto. A lo largo de la historia, este tipo de óperas ha sido poco representado. No obstante, en los últimos años se observa un empeño por parte de los teatros en recuperar la “estirada” ópera barroca y acercarla así, a través de puestas en escena un tanto sugerentes para la actualidad. Es el caso de Alcina, la cual será puesta en escena en el Teatro Real a finales de este mes bajo la dirección artística de David Alden y dirección musical de Christopher Moulds. Este drama musical de libreto anónimo y dividido en tres actos está basado, a su vez, en la obra L’isola d’Alcina (1728) de Ricardo Broschi a partir de los cantos vi y vii del poema de Ariosto. Alcina cuenta el pasaje desarrollado en
la isla de la hechicera Alcina, en Escocia, bruja y hacer frente a los espejismos donde Ruggiero, heroico caballero, es e ilusiones de la pasión y del amor. El llevado allí por un hipogrifo. Pronto tema general del Orlando no es otro se convierte en el nuevo prisionero que la razón humana enfrentada a las de la hechicera, quien se enamora de pasiones, encantamientos, tentaciones, él; la trama la completa Bradamante, castigos y miserias, guerras y un sinfín de prometida de Ruggiero, que acude para obstáculos que llevan al héroe a la locura, sacarlo de los encantamientos de esta que no es sino el auténtico límite de
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este mundo. La tercera y última edición del poema, fechada en 1532, narra en cuarenta y seis cantos el pasaje histórico y oscuro del intento de Carlomagno por expugnar Zaragoza, intento fallido y por el que tuvo que retroceder hacia los Pirineos. En dicha retirada, el ejército franco fue abatido y derrotado por los vascos en Roncesvalles; posteriormente en las crónicas, apareció el nombre de Hruodlandus entre los nombres de los caballeros francos muertos. Esta historia ocurrida en el 778 d. C. vería su forma escrita literariamente en La Chanson de Roland tres siglos después y de la que surgiría una larga tradición literaria llevada por juglares en toda Europa. En Italia, fueron los trovadores vénetos quienes adaptaron los cantares de lengua francesa a la lengua del Po, y más tarde se empezaría con las traducciones al toscano. Hacia la segunda mitad del siglo xv, la literatura caballeresca se convirtió en deleite para los intelectuales, principalmente en las cortes más refinadas de Italia, los Medici en Florencia y los Este en Ferrara, donde las historias de Orlando y Rinaldo subieron de las plazas a ambientes cultos. En la ciudad de Ferrara, considerada esta como la capital de la poesía épica, se habían compuesto cantares italianos a partir de características del ciclo bretón, muy de moda entre la sociedad ferraresa, y la épica carolingia. Orlando furioso parte de
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la inconclusa obra Orlando enamorado de Boiardo, constituyéndose como una superación de este. No obstante, estos dos poemas, junto con Jerusalén liberada de Torquato Tasso, conforman los tres poemas principales del Renacimiento. El poema aquí referido (el furioso) está escrito en octavas, empleadas para alternar el tono sublime y lírico con el prosaico y jocoso. Conformado por historias ramificadas y entrecruzadas, tiene como tema principal el enloquecimiento de Orlando, a su vez, enamorado de Angélica; como consecuencia de ello, los ejércitos cristianos corren el peligro de perder Francia, sin embargo, la razón del loco es encontrada (en un recipiente) por Astolfo y reintroducida en el cuerpo de Orlando. Ariosto transforma el fondo carolingio por el fantástico, a la vez que aporta pinceladas de mitología; esto entra en relación con las fuentes clásicas referenciadas en el poema. Ariosto recoge características de Cicerón, Homero, Virgilio, Ovidio, así como de Dante o Joanot Martorell. Además, los personajes aparecidos tienen su origen en los ciclos artúrico y carolingio, o en la invención de Boiardo. El poema se desarrolla en dos planos: por un lado, el de la fábula caballeresca, y, por otro, el presente político y militar de la sociedad ferraresa, en donde el fundamento de todo valor es la gloria en la guerra. Ariosto juega
aquí con la gesta de sus héroes a través de la ironía, pero sin desestimar las virtudes caballerescas. Se presenta, pues, a Orlando como un personaje central y distante, inmune a las pasiones, haciendo frente a las vicisitudes del destino, motivo que corona al poema como una de las obras italianas más influyente en la historia de la literatura. Como tema de metaliteratura, la locura del Orlando aparecería en la biblioteca del hidalgo más famoso de todos, Don Quijote, quien, a su vez, enloquecería no como producto del amor, sino de los libros, más concretamente, de los libros de caballerías. Italia no solo gestaría las mejores obras literarias del Renacimiento, sino que además, en el siglo xvi se conformaría el producto nacional por excelencia: la ópera. Esta fue llevada por toda Europa a través de la vinculación entre compositores italianos y los propios de cada país. Francia, Alemania, España o Austria verían la llegada de la ópera como un rayo de sol que iluminaría su cultura y de la que desarrollarían su propio estilo operístico, allá por el siglo xvii. En Inglaterra, sin embargo, hubo que esperar a que pasara la Commonwealth para restablecer los espectáculos musicales en público y para escuchar nombres como el de Henry Purcell. Ya en el siglo xviii, un joven germano nacido en Halle llegaría a Inglaterra para allí revelar el secreto de la “ópera seria”,
tan solicitada en Europa. Este joven nació en esta pequeña localidad alemana en 1685, donde sería bautizado como Georg Friedrich Händel. De formación organista, cambió sus intereses litúrgicos por los relacionados a lo dramático. Esto le llevó a Italia, donde durante cuatro años embebió la cultura musical de las grandes capitales de este arte (Roma, Venecia, Nápoles y Florencia). De allí salió con la teoría aprendida y fue quien mejor la puso en práctica, pues superó en italianidad a todos los compositores externos a la nación operística. En 1710, en su llegada a Londres, había madurado su estilo y dominaba las técnicas de la nuevas escrituras musicales; supo darle ligereza y emoción a la declamación de los recitativos, otorgó brillo a las apariciones del coro y recurrió a su arte propio del contraste melódico en las arias da capo. Todo ello queda recogido en la ópera Rinaldo, la primera ópera de Händel compuesta para el público londinense en 1711 y con la que consagro a la metrópoli inglesa en una de las principales capitales musicales. Elementos que aceleraron el éxito de Händel fueron el terreno inhóspito que se encontró en Inglaterra en cuanto al avance operístico y la simpatía que despertó en la monarquía este arte, así como los artistas con los que contó para sus obras. Se puede decir que la música del compositor germano era un atractivo para los castratti y las prime donne de
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la época, pues en ella veían ocasión de lucir sus peculiares posibilidades interpretativas. Alguno de estos castratti fueron Nicolini o Senesino, quienes aumentaron la calidad artística de los espectáculos; tanto los empresarios musicales como el público enloquecían por la presencia de los castrados. Sus voces de agilidad y tesitura femenina y la amplitud de apoyo masculino les permitían abarcar arias vertiginosas a la vez que interpretar papeles masculinos
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o femeninos según la convencionalidad teatral de la época. Pronto las mujeres supieron potenciar sus facultades vocales y elevarse al nivel de los castratti; dos de las prime donne que Händel se atrevió a juntar fueron Francesca Cuzzoni y Faustina Bordoni. El mundo de la divinidad humana irrumpía en la música como diana de crítica social y artística. Händel nunca se dejó de interesar por las inquietudes del público y las aptitudes de sus artistas a la hora de
componer y retocar. En 1728, el estreno de La ópera del mendingo, con libreto en inglés de John Gay y atribución musical para J. C. Pepusch, supuso un duro golpe para Händel; el texto parodiaba toda esas situaciones derivadas del asentamiento de la ópera italiana en la sociedad londinense, a la vez que reivindicaba el espíritu anglosajón en los teatros. La ópera italiana estaba en duda, y Händel tuvo que continuar su carrera sabiendo que ya no era el único rey en aquella forma artística. Óperas como Orlando, Ariodante, Serse o Alcina, llegarían como defensa ante la rivalidad de teatros y compañías que se le presentarían al compositor posteriormente. Con los años, el compositor germano fue alternando cada vez más la ópera con los oratorios; el más conocido de todos, El Mesías, fue dirigió por él todos los años en Pascua hasta el día de su muerte. Händel fallecería en 1759 en un Londres que ya había superado el espíritu italiano en la ópera, no obstante, su música lo despediría entre fuegos artificiales y con la solemnidad y elegancia con la que supo llenar las partituras.
enamore de ella. Queda así convertida la isla lujuriosa de la hechicera, haciendo honor al mundo del teatro y a la nostalgia de este. Todo ello llevado a escena a través de elementos cinematográficos de Hollywood, la revista y la comedia musical. Verónica Jiménez Moreno
Estos días Madrid acoge el mundo de Alcina en forma de teatro abandonado. David Alden nos presenta así a Ruggiero, un joven comprometido con su novia (Bradamante) que huye de la realidad evocándose en un teatro vacío, el cual cobrará vida a partir de que conozca a una cantante (Alcina) y se
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Biblioteca Clásica Patriarcado, capitalismo y sus relaciones: Alexandra Kollontai
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y El amor de las abejas obreras
lexandra Mijáilovna Domontóvich (a.k.a. Alexandra Kollontai) fue pionera en la lucha por los derechos de las mujeres trabajadoras. Tal y como ella misma narra en su Autobiografía de una mujer sexualmente emancipada (1926), nació en el seno de una familia perteneciente a la nobleza rusa y pronto comenzó a tomar consciencia de las desigualdades que existían en la sociedad de la Rusia zarista y se formó como cuadro dentro del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. Posteriormente, se adhirió a la causa bolchevique y desarrolló responsabilidades importantes como miembro del Comité Central del Partido y como Comisaria del Pueblo en materia de Bienestar Social y como embajadora. Su compromiso militante con respecto a la lucha específica de las mujeres y su defensa de una estrategia propia de estas al margen del movimiento sufragista burgués la llevó a participar en la I Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas (1907), a figurar como organizadora del I Círculo de Obreras (1908) y a intervenir el 8 de marzo de 1914
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en el Congreso Internacional de Mujeres Obreras. A esto se unió su participación activa en huelgas y movilizaciones de mujeres trabajadoras. La producción escrita de Kollontai es, sobre todo, de carácter ensayístico, pues se dedicó a analizar las condiciones de vida de las obreras y la relación entre las posibilidades de emancipación de las mujeres en el contexto del socialismo en Los fundamentos sociales de la cuestión femenina (1909), La sociedad y la maternidad (1915) o La nueva moral y la clase obrera (1920). Sin embargo, también mostró preocupación por la escritura literaria y por las representaciones de las mujeres en literatura, tal y como lo expresa en su artículo “La nueva mujer”: “Una nueva sucesión de ‘innombradas’ acompaña a las militantes, a aquellas que figuran en los anales de la historia. Fueron destruidas como abejas de una colmena arrasada. El rocoso sendero del futuro sagrado, deseado y esperado está cubierto de sus cadáveres. Sus huestes crecieron, aumentaron año tras año. Mas los novelistas y los poetas, con los ojos vendados, las pasaron por alto.
Los ojos del poeta, como si estuvieran absolutamente orientados por la opinión tradicional acerca de la mujer, no fueron capaces de captar este novum, de apropiárselo y fijarlo en su memoria. La literatura, al perfeccionarse a sí misma […], siguió produciendo tercamente esas criaturas traicionadas, abandonadas y sufrientes”. Esta preocupación por el rumbo de lo literario la llevó a escribir dos colecciones de relatos en el año 1923: La mujer en crisis y El amor de las abejas obreras. De esta última nos ocupamos brevemente en esta Biblioteca Clásica.
El amor de las abejas obreras es una colección de relatos formada por tres narraciones: “El amor de tres generaciones”, “Hermanas” y “Vasílisa Malyguina”, esta última traducida también en España como “La bolchevique enamorada”. Con cierto poso autobiográfico, las protagonistas de los tres relatos son mujeres que ponen en tela de juicio el orden patriarcal por el cual el destino de las mujeres queda abocado al matrimonio y al trabajo servil en el hogar. El acceso al trabajo asalariado, la organización colectiva y el trabajo militante se plantean como
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la alternativa a la moral tradicional pública que las convierte en objeto de y se convierten en herramientas de protesta: “la nueva mujer no solo rechaza emancipación de las mujeres obreras. A las cadenas externas, sino que protesta
ellas se une la construcción de nuevos ‘contra la mismísima presión del amor’, vínculos relacionales en clave de no teme a las cadenas que el amor […] subordinación con sus camaradas y el coloca sobre los amantes”. cuestionamiento de la realización de las
Si en los dos primeros relatos
mujeres a través del amor, lo que otorga a (“El amor de tres generaciones” y las relaciones personales una dimensión “Hermanas”) la narradora recibe los
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testimonios de otras camaradas que se encuentran en una situación conflictiva con respecto a su situación, bien mediante cartas o bien oralmente, en el tercero (“La bolchevique enamorada”) la historia está narrada en tercera persona. Se trata de mujeres que acuden en busca de ayuda y esperan que la narradora les aconseje en relación con las ideas de la nueva moral y de la mujer nueva. En el primero de los relatos, la narradora recibe una carta en la que su antigua amiga Olga Serguéievna le cuenta la encrucijada en la que se encuentra inmersa a causa de los diferentes valores morales y reflexiona acerca de los modos de relación con respecto a su madre y a su hija. En “Hermanas”, una mujer acude a la narradora en busca de ayuda porque se ha quedado en paro y no tiene manera de salir adelante. Al mismo tiempo que se plantea la cuestión de la prostitución como salida para las mujeres que pierden su trabajo, se narra el descubrimiento de la sororidad por parte de una mujer que descubre que su marido tiene relaciones con otra mujer que se ha visto obligada a ejercer la prostitución. La reacción de la protagonista pasa por poner todos sus medios para ayudar a su compañera. En el caso del tercer relato, “La bolchevique enamorada”, se plantea la posibilidad de construir una relación de camaradería que trascienda la institución del matrimonio que sustenta la moral burguesa, y ello va unido a la
crítica de la Nueva Política Económica (NEP) y del nuevo orden social que a consecuencia de estas medidas estaba surgiendo. Vasílisa es un cuadro del partido que se dedica a realizar trabajo militante en su provincia cuando conoce a Vladímir, un camarada que provenía de las filas anarquistas. Ambos entablan una relación de apoyo mutuo, pero, en el marco de la NEP, Vladímir se convierte en director de una empresa y esto provoca un cambio en su relación: la función de Vasílisa se limitará a ser “la mujer del director” y sus tareas se circunscribirán al ámbito doméstico. Vasílisa reacciona contra la nueva clase acomodada que estaba surgiendo de la NEP, contra el rol que le había sido asignado y contra las cadenas que le impone su relación con Vladímir y decide volver a su provincia para trabajar activamente en defensa de las trabajadoras en la construcción de instituciones y estructuras de apoyo. En los tres casos, las mujeres que protagonizan los relatos no conforman caracteres planos, sino que se muestran en sus reacciones con sus diferentes contradicciones y dudas que les provoca asistir a un momento de cambio de paradigma. Kollontai lleva a cabo en sus páginas su propósito de mostrar la realidad de las mujeres obreras en las primeras décadas del siglo xx en toda su crudeza y con todas sus contradicciones. Cristina Somolinos Molina
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Inéditos Madrid no tiene playa Madrid no tiene playa, pero en mi casa guardo olas de lágrimas saladas y adioses que se perdieron en el tiempo como arena entre los dedos. Ella desfila en bragas por el pasillo y los espejos se derriten antes que los hielos del cubata. La cojo de la mano y nos sumergimos en el oleaje de la cama, en la marea de sus caderas. Mojamos las sábanas blancas y las cambiamos por la bandera pirata. El sol empieza a ponerse y nosotros queremos flotar como él,
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porque nos gusta liarnos los papeles después de perderlos. Encendemos el humo acondicionado, le damos caladas y nos sentimos calados hasta los besos, de nubes que bucean en el cielo de nuestras bocas. El segundo baño es en la ducha, donde le quito el salitre y las palabras que arañan como “salir” o “irte”. No tiro la toalla, porque quién quiere tumbarse en la playa si te puedes tumbar con ella. Alejandro Mendicote
Crónica del alquiler El sonido del reloj del horno marca las horas de la noche. Me pregunto qué reza mi vecino para dormir cuando ha herido. El reflejo dorado por la ventana enmarca la soledad de mis libros. A veces me gustaría olvidar que no siempre seré feliz. La luz sobre los nudos del árbol que ahora guarda mi ropa descubre la vida secreta del polvo. Anoche soñé que Marujita Díaz resucitaba el día de mi boda. Llegue a pensar que la suerte era la esperanza dura del trabajo. Pero tengo seis periquitos que viven por encima de sus posibilidades. Nunca me atreví a confesarles que en su primer aniversario tuve que pagarle a la casera con su mijo. Fran Garcerá
#Concupunto Era la chica de la rima asonante en los labios. Los besos que recibía siempre acababan en naufragios. @SrSergioR, finalista del I Concurso de Microcuentos en Twitter
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Diálogo con las Artes Pierre Bonnard. Melancolía y hedonismo
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espués de las magníficas exposiciones que hasta hace unas semanas pudieron verse en el Reina Sofía y el Prado con los fondos del Kunstmuseum de Basilea, parece que el otoño madrileño seguirá dándonos a conocer a algunos de los grandes maestros de la pintura contemporánea. Acaban de inaugurarse las retrospectivas sobre Munch y Kandinsky, a las que ha antecedido la apertura de esta dedicada a uno de los artistas más injustamente olvidados del siglo xx. Al margen del valor intrínseco de su obra artística, Pierre Bonnard (Fontenay-aux-Roses, 1867-Le Cannet, 1947) es una pieza clave para, desde el marbete del Nabis, comprender la transición desde el impresionismo a algunas de las Vanguardias a través de un nuevo simbolismo. Su búsqueda de lenguajes pictóricos nuevos, tan personal, y su consiguiente recorrido están perfectamente representados en esta exposición, que combina intimistas interiores y apoteósicos exteriores. La muestra se inicia con pinturas de claro influjo orientalista ―colores planos, ausencia de perspectiva― acorde
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con los moldes predominantes en el principio de siglo: estampas para biombos impregnadas de estética modernista y gusto burgués, que sirven de antesala para los cuadros más interesantes, esos retratos melancólicos en los que supo captar de manera extraordinaria la soledad del individuo. Los desnudos tienen una importancia central en esta muestra y en la pintura de Bonnard. Entre los más destacables, L’Homme et la Femme y L’Indolente, bellísimas captaciones del momento inmediatamente posterior al acto sexual, recreado no como la apoteosis del amor y del erotismo sino bajo el espeso manto de una soledad desasosegante. La serie de desnudos de su amante Marthe en una bañera, tan cercanos a Degas en la captación del momento y en el misterio que encierra el gesto atormentado en el rostro de la modelo, tienen también un amplio y protagónico espacio en la exposición. Esta predilección por los interiores, de la que Bonnard fue tan consciente que a veces la llevó al título de sus cuadros ―como en Nu dans un interieur―, proporcionan a muchos el simbolismo y el misterio a través de
la densa atmósfera de intimidad de los espacios privados. Los autorretratos de los últimos años de su vida, en los que el pintor aparece enjuto y reducido a lo esencial por efecto de las sombras sobre su rostro, completan esta sección. La segunda parte de la exposición la componen principalmente los grandes cuadros y paneles. No se escapa, en algunos de ellos, el objetivo propagandístico del encargo publicitario que los motivaba o la intención decorativa del encargo burgués, pero en su conjunto destacan por la fascinación por el color y la luz que movieron a Bonnard a dibujar bajo el influjo de una inclinación idealista, arcádica y hedonista que dominó la pintura de sus últimos años. En muchos el uso exagerado del color lo acerca a los Fauve ―Bonnard tuvo una estrecha relación con Matisse― sin llegar nunca a las mismas cotas de arbitrariedad y violencia. En otras ocasiones, está más cercano a la luminosidad de los pintores levantinos españoles, como Rusiñol y Sorolla. Los cuadros provienen de una treintena de colecciones públicas y privadas de Francia, Suiza, Estados Unidos y España. Están ordenados por un doble criterio, cronológico y temático, lo que permite no solo una idea cabal de las distintas facetas del pintor sino una narración coherente y bien ordenada de su trayectoria, en la que lo más agudo es el contraste entre la aspiración mística
de los interiores, donde la enfermedad y la melancolía toman el protagonismo, y un hedonismo insatisfecho en los grandes cuadros de los exteriores. Es de encomiar además, el espíritu explicativo de la exposición, que, a través de cartelas y textos da razón del contexto en el que se produjo la obra del artista y la impronta que tuvieron sus relaciones, como la que lo unió con los mecenas Thadée Natanson y Misia Godebska, recogida en un magnífico retrato de la pareja. Fernando Larraz
Bonnard Fundación Mapfre. Sala de Exposiciones Recoletos (Paseo de Recoletos 23, Madrid) Del 19 de septiembre al 10 de enero Comisarios: Pablo Jiménez Burillo, Guy Cogeval e Isabelle Cahn Entrada gratuita Contrapunto, n.º 24 | 19
La locura de un hombre racional
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rrational Man desarrolla todos los temas de la última filmografía de Woody Allen: el azar como elemento determinante de la realidad, el problema de una moral sin referentes absolutos, intelectuales atrapados en problemas existenciales ―a veces un poco superfluos― y el romance como motor, casi exclusivo, de las acciones de la mayoría de sus personajes. Así, el nuevo filme del director neoyorkino hace eco de algunas de sus películas recientes, como Match Point (2005) o Cassandra’s Dream (2007), y también de algunas no tan recientes, por ejemplo, Crimes and Misdemeanors (1989). Asumiendo una perspectiva más amplia, es inevitable reconocer que estos elementos se han vuelto tópicos de la obra de Allen: cuando hablamos de los filmes de este director, no es difícil reconocer ciertos códigos, temas y motivos que se repiten, con distintos resultados ―a veces muy buenos y a veces decepcionantes―, en todas sus películas.
la escritura de su nuevo libro, establece una relación con dos mujeres: su alumna estrella, Jill (Emma Stone), y una profesora desesperada por salir de un matrimonio asfixiante, Rita (Parkey Posey). Pero esta nueva circunstancia no cambia la desalentadora situación de Abe. Hasta que un día escucha, junto a su estudiante, a una mujer hablar sobre cómo está atrapada en un juicio que tendrá una resolución injusta, en tanto que el juez es amigo de uno de los abogados. Surge entonces la pregunta: ¿es moralmente correcto asesinar a un hombre injusto? Desde Kant hasta Sartre, teniendo siempre como eje a Dostoievsky, Allen recorre en Irrational Man la filosofía moral que suele abordar en sus filmes, a veces desde un punto de vista paródico, como en Love and Death (1975), y otras desde una perspectiva más seria, como en la ya citada Match Point; esto con el objetivo de dar respuesta a una cuestión de una complejidad indudable. Más allá, lo que subyace es la búsqueda de sentido del individuo, en este caso de un nihilista profesor de filosofía, que se siente abandonado en un mundo absurdo y cuya racionalidad no la ha dado las respuestas que busca y, quizá, necesita.
La trama gira en torno a un enigmático y conflictivo profesor de filosofía, Abe (Joaquin Phoenix), que llega a la universidad de un pequeño pueblo norteamericano. Atrapado El director neoyorkino vuelve en una crisis existencial, impotente sexualmente e incapaz de avanzar en sobre los temas a los que nos tiene
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acostumbrado, las mismas preguntas y búsquedas, personajes que conocemos bien, en tanto que los ha repetido en casi todas sus películas, y que pocas veces nos sorprenden. Es, quizá, una consecuencia necesaria del ritmo que mantiene desde los años setenta: una película anual, a veces más. Pero esta nueva producción tiene algunos factores que juegan a su favor. La actuación de Joaquin Phoenix, por ejemplo. Una narrativa construida a dos voces y que ayuda a mantener el suspenso en torno a la resolución de la historia. Si bien no logra igualar sus mejores trabajos, como Annie Hall (1976) o Husbands and Wifes (1992), por nombrar algunos, se acerca de una manera distinta a una temática que ya ha trabajado y el resultado no decepciona: una historia con tonos trágicos
suavizados por el humor, hasta que, en las escenas finales, la risa desaparece y toda la fuerza dramática cae sobre el espectador. Irrational Man se aleja, por lo tanto, de muchos de los últimos filmes de Allen, cuyos lugares comunes pueden resultar agotadores y que narran historias que rayan con la frivolidad, y que apenas entusiasman a los fans más leales del director. En cambio, se acerca a Blue Jasmine (2013) o a Midnight in Paris (2011), en las cuales recordamos por qué es uno de los directores norteamericanos más importantes y nos mantienen expectantes ante los próximos años que vendrán acompañados, como ya es costumbre, por nuevas producciones de Allen. Javier Ignacio Alarcón
Irrational Man Reparto: Joaquin Phoenix, Emma Stone, Parkey Posey Dirección: Woody Allen Duración: 95 minutos Contrapunto, n.º 24 | 21
Naturalmente Miedo
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espués de una gran pausa en su carrera de seis años, la mayor desde que empezara su carrera como director de largometraje, Alejandro Amenábar (Santiago de Chile, 1972) nos presenta su nuevo largo, Regresión. El director vuelve a los cines y lo hace cultivando, una vez más, su género fetiche, el suspense, del cual solo se ha alejado en su producción como director en dos películas: Ágora (histórica) y Mar Adentro (drama basado en hechos reales), valiéndole esta última el óscar a la mejor película de habla no inglesa. Desde sus inicios, Amenábar ha cultivado este género de manera profusa, aplicándole a las distintas temáticas que ha tratado su sello personal lleno de suspense. Cabe decir que generalmente esta fórmula le ha valido para cosechar éxitos allá donde se han proyectado sus películas. Y es que la producción de Amenábar puede decirse que ha mantenido un nivel de calidad constante desde sus inicios como director de cine. Incluso antes de dar el salto a la gran pantalla y a los largometrajes, Amenábar ya había centrado sus cortos en este género. Viene de antiguo el gusto ya que como él mismo ha confesado siempre fue un niño miedoso que sentía atracción por las películas de terror, que utilizaba como terapia para enfrentarse a sus propios temores. De este modo, él
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configura el género para que nosotros mismos podamos llevar a cabo esta lucha interna contra la irracionalidad del miedo. En esta ocasión Amenábar cuenta con un elenco de actores muy reconocidos por el público en general, como son Emma Watson (Angela Gray) y Ethan Hawke (Bruce Kenner). Se nos traslada a los años 90 en Minnesota, Estados Unidos (muy bien ambientada pese haber sido rodada en Toronto, Canadá). El caso se nos presenta en principio como una violación de un padre (David Dencik, John Gray en la película), sumido en una espiral de autodestrucción, a su hija postadolescente. Sin embargo la concepción del crimen cambia cuando el padre se somete a una terapia de regresión conducida por el profesor Kenneth Raines (David Thewlis). Desde este momento la historia se tornará a dos mundos: uno real y otro fantástico, entre los que nos debatiremos en muchas ocasiones sin saber muy bien quién y qué pertenece a un mundo y a otro. Jugando con nuestra mente nos hará partícipes de la historia, llevándonos a posicionarnos de un lado y otro. Hablando del apartado puramente cinematográfico, Amenábar se ha rodeado de un equipo dotado que ha ayudado a redondear su película
más allá de la trama argumental y la interpretación llevada a cabo por los actores. Una filia de muchos aficionados al cine es la fotografía, y en esta película Daniel Aranyó podría decirse que ha dado un golpe en la mesa, demostrando el porqué de su dilatada carrera como director de fotografía. El color frío de la imagen, la selección cuidada de plano, las luces, las localizaciones; todo ello mejora la atmósfera de los hechos dotando a la película de una estética que recuerda a la obra de David Lynch. En el apartado sonoro ha contado con Roque Baños, compositor de dilatada experiencia que ha trabajado en más de setenta películas entre las que podemos destacar sus tres Premios Goya por Celda 211, Los crímenes de Oxford y Salome.
Sin duda creo que Amenábar ha logrado su objetivo de hacer una película de terror pero sin caer en los tópicos que se tienen del género. Nos encontramos ante una obra en la que arañando podemos encontrar otros de los rasgos del cine de Amenábar, la crítica hacia las doctrinas establecidas (tradición eclesiástica) y la concepción del miedo como algo natural y propio de la realidad y no de lo espiritual o lo fantasmagórico. No es su mejor obra, pero sin duda es un buen espectáculo audiovisual acompañado por una buena historia que peca de un final algo atropellado y predecible. Quizás los más aficionados a su cine encuentren desierta la parte más hiperbólica de la narración. Víctor Manuel Rodríguez Padilla
Regresión Reparto: Ethan Hawke, Emma Watson, Aaron Ashmore, David Dencik y David Thewlis Dirección: Alejandro Amenábar Guion: Alejandro Amenábar Duración: 106 minutos Contrapunto, n.º 24 | 23
Un Robinson marciano
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llí estaba yo, condicionado por mi particular apego hacia el cineasta de origen inglés Ridley Scott (South Shields, 1937). Una sensación conocida me invadía cuando me dirigía hacia el cine, esa que te provoca la expectación del día de Reyes cuando todavía eres un crío, provocado porque, bajo mi punto de vista, la prolífica obra de Scott es referente del cine “moderno”. Quizás no sea el director más poético o el más hiperbólico en sus relatos, aunque podemos destacar en este aspecto obras como Blade Runner (1982) o la aclamada Gladiator (2000). Pero si de algo estoy seguro es de que su estilo de cine es algo que funciona entre el público general. Además, nos encontramos ante un caso especial en The Martian, adaptada de la novela escrita por el ingeniero informático Andy Weir puesto que estamos ante el género considerado fetiche por el autor, dados los resultados que siempre obtiene en sus ejecuciones, y es que parecen alinearse los planetas cuando se lanza a la space opera. Cierto es que no se trata de una película del calado ideológico de Blade Runner, que por curiosidad añadiré que existen siete versiones proyectadas y que podría decirse que es todavía una obra inconclusa por parte del director;
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o que cuente con un apartado de diseño artístico como el llevado a cabo por el fallecido Hans Rudolf Giger (Suiza, 1940) para la saga Alien (1979-1997). En esta ocasión, nos regala un trabajo más homogéneo en todos los aspectos, destacando la documentación científica (ampliamente descrita ya en la novela) en colaboración con la agencia espacial europea (ESA) y con su homóloga americana (NASA). Durante esta space opera, Scott ha conseguido mantener un equilibrio entre la veracidad científica, haciéndola accesible a aquellos que no dominan la materia (al contrario de lo ocurrido con la “compleja” física de Interestelar, dirigida por Christoper Nolan), y la tensa soledad del náufrago espacial sin llegar al punto del agobio como ocurrió en la galardonada Gravity dirigida por Alfonso Cuarón. Durante el film se nos presenta un Marte en un futuro próximo colonizado por los empleados de la agencia espacial americana (NASA). El grupo de colonos espaciales se encuentra en su superficie analizando las condiciones del planeta. En un primer instante se introduce un apacible entorno, con un clima de distensión reinante. Rápidamente esa sensación pasará a una despedregada huida ante una repentina y densa tormenta que los obligará a abandonar
la superficie del Rojo antes de lo pactado para su misión. Un desafortunado golpe del destino provocará que el astronauta Mark Watney (Matt Damon) sea abandonado por el resto de la tripulación rumbo a la tierra. Sin embargo, Watney ha sobrevivido convirtiéndose en un Robinson Crusoe marciano, que tendrá que recurrir al ingenio y al instinto para sobrevivir en la superficie del planeta. Nos encontramos ante una producción cinematográfica muy estudiada desde un principio gracias a los numerosos recursos de gran calidad con los que se ha contado para cada uno de los aspectos: basada en un best seller, con la producción de Scott Free, dirigida por Ridley Scott, con la colaboración de Fox y con la propia NASA ayudando en el proyecto más allá del apartado científico
publicando notas en múltiples redes sociales. A priori idílico, pero no exento de cierto escepticismo ante la posibilidad de que los egos y compromisos de cada uno de estos elementos acabara causando un desequilibrio irremediable. Por suerte, la sensación es la de haber creado un entorno de trabajo excelente y de que todos los miembros del equipo han trabajado a un ritmo coral que coincide con lo visto durante la proyección. En el apartado fotográfico nos encontramos con un estrecho colaborador de las últimas películas de Scott, Dariusz Wolski, exprimiendo las posibilidades de los tonos rojizos del planeta (recreado en esta ocasión en Jordania) y dotando a la película de un aspecto visual perfecto. Otro punto fuerte es la elección de Harry Greyson-Williams a la hora de realizar la banda sonora, a su vez acompañada de una selección más que afortunada de música disco. Por último el montaje a cargo de otro habitual en las obras de Scott, Pietro Scala, que resulta ágil y facilita el entendimiento entre el desfase de tiempo Marte-Tierra y las elipsis de varios meses en la vida del astronauta, huele a tercer óscar. Víctor Manuel Rodríguez Padilla
Marte (The Martian) Reparto: Matt Damon, Jessica Chastain, Kristen Wiig Dirección: Ridley Scott Duración: 144 minutos Contrapunto, n.º 24 | 25
De aquí y de allá Recuerdos tormentosos
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uerto escondido invita a sus lectores a recordar ese lugar del pasado en el que no existían los problemas ni las preocupaciones, ese pequeño paraíso particular al que uno desea volver cuando la tempestad irrumpe la calma. Abogada de profesión, María Oruña (Vigo, 1976) plantea en su nueva novela la necesidad del ser humano de conocer su pasado para poder comprender su presente. Tras la publicación de su primera obra, La mano del arquero (2013), que se centraba en un caso de acoso laboral, su autora se decanta ahora por el género negro y policial. El joven inglés Oliver Gordon viaja hasta Suances (Cantabria) para remodelar Villa Marina, la propiedad que acaba de heredar, y reconvertirla en un pequeño hotel. Sin embargo, lo que parecía ser un aburrido verano entre escombros resulta ser el escenario de un hallazgo macabro: el cadáver de un bebé envuelto junto a una figurita maya. El despliegue de policías y forenses al caserón es inminente. De entre todos los profesionales que visitan el lugar destaca la teniente Valentina Redondo,
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cuyo incesante trabajo sin descanso contribuirá, seguro, a desenredar los hilos invisibles que conectan al cuerpo sin vida del bebé con la actualidad. Cuando todas las flechas apuntan a un crimen aislado, y ya prescrito, comienzan a sucederse una serie de asesinatos que, extrañamente, guardan algún tipo de relación tanto con el bebé fallecido hace casi sesenta años como con el joven inglés que se ha instalado en la costa cántabra. Así pues, la historia que se presenta en Puerto escondido se encuentra repleta de secretos sumergidos profundamente en el pasado, como lo hacen los objetos pesados que se arrojan al mar desde un acantilado. De hecho, en esta obra se van entrelazando dos líneas argumentales de forma paralela: la del pasado, representada gracias al diario de un narrador que conoce todo lo sucedido, y la del presente, cuyo protagonista es, sin haberlo pretendido, Oliver Gordon. De este modo, el misterioso diario, situado inicialmente en la Guerra Civil y con un estilo mucho más elaborado que el de la narración del presente, se convertirá en una pieza clave para resolver los diversos crímenes que
asolan los pueblos cántabros en los que se desarrolla la obra, como son Suances, Comillas, Santillana del Mar, Hinojedo o Ubiarco. Es importante señalar que los hechos tienen lugar en una localización fiel a la realidad, incluidos algunos de los comercios de la zona, las casonas coloniales, las fachadas de los edificios y las inscripciones y escudos que se hallan en ellas, etc. A pesar de que la trama se ubica en un caserón del norte, localización muy recurrente para crear ambientes de misterio, la escritora prescinde, acertadamente, de la climatología adversa para describir los acontecimientos; de hecho, estos tienen lugar en plena estación estival.
sospechoso hasta el final de la narración, momento en el que se dará respuesta a, prácticamente, todas las cuestiones planteadas a lo largo de la misma. Mientras que Oliver Gordon aporta un toque de humor a esta novela negra, gracias a su naturaleza de gentleman inglés, el equipo de la Guardia Civil, la policía judicial y el grupo de forenses representan la profesionalidad y el trabajo bien hecho que tanta presencia tienen en la novela policiaca. Además, Oruña hace un guiño a una de sus escritoras más admiradas, Dolores Redondo, poniéndole su apellido a la teniente que dirige el caso de Villa Marina. Asimismo, la aparición de otros personajes, como los maquis de las montañas, las criadas En lo que respecta a los personajes, de las casonas o los señoritos de las cabe destacar que ninguno deja de ser mismas, resultará clave para el desenlace de la obra. No obstante, la autora deja la puerta abierta a una continuación de la novela, que contará con los mismos personajes que Puerto escondido y que tal vez resuelva el único cabo suelto de la misma: el paradero desconocido de uno de sus personajes. En esta primera incursión en el género negro, Oruña ha logrado conjugar con éxito elementos como el miedo, la pasión o la locura, además de hacer un homenaje a ese puerto escondido, a ese refugio seguro, en el que poder descansar cuando la tormenta arrecia. Cristina Suárez
María Oruña, Puerto escondido Barcelona, Destino 432 páginas, 18,50 euros Contrapunto, n.º 24 | 27
Prueba de vida
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referiría que esto lo estuviera escribiendo otro, pero ustedes no tienen tanta suerte. Me llamo Daniel Ortiz, tengo 32 años y hasta la fecha mi mayor logro había sido demostrar que la Milan Factis gorda podía durar toda la EGB. ¿Qué quiero decir con esto? Que lo que van a leer es todo lo trepidante que puede resultar la desgracia de un sujeto que fue el único niño al que la goma de borrar se le desgastó por el uso, no por pintarrajearla, morderla, chuparla o propulsarla a pellizcos usando un boli a modo de cerbatana”. Así comienza El crimen del vendedor de tricotosas, escrita por Javier Gómez Santander (Santander, 1983), obra a partir de la cual se estrena como novelista. Este escritor es un periodista que ha trabajado en la Cadena SER y, desde 2006, en La Sexta. Empezando como hombre del tiempo, se refugió, más tarde, en la información política, pasando en 2011 a formar parte del programa Al rojo vivo, la tertulia de la cadena. Un año después creó La sexta columna, un programa de reportajes que, al principio, él mismo dirigió. Al igual que el protagonista de su obra, el autor también se define como un hombre tremendamente aburrido. Sin embargo, a él no le cambiará la vida
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de la misma manera que a su personaje. Daniel Ortiz es un hombre de Santander de 32 años al que nunca le ha ocurrido nada interesante. De hecho, puede decirse que su vida es monótona y sin sustancia alguna: es un simple comercial encargado de vender tricotosas en el País Vasco. Sin embargo, su destino cambia cuando Juan, su jefe, le manda a Madrid para ampliar así su cuota de mercado. Asustado y no muy decidido, llega a la gran ciudad y, pese a lo que parecía que iba a ser una gran oportunidad de ventas, resulta ser un callejón sin salida. Tras un malentendido con una bandera republicana pintada en su coche, se ve envuelto en un mundo de dinero, drogas y, sobre todo, muertes. Después de asesinar por error a un ultra que quería ajustar cuentas con él, Daniel pasa de ser un simple vendedor a un asesino perseguido por los nazis. Todo ello, además, mientras se extiende la teoría de una invasión zombi, idea que el mismo Daniel y Celestino Ortiz, su padre, crean y propagan con tal de salvar sus vidas. Para ello, y así no ser descubiertos, Daniel se hace pasar, al principio, por un muerto viviente, como regresado de otra vida. A su vez, su padre se hace amigo de los nazis que quieren matar a su hijo para acercarse lo más posible a ellos y terminar con el problema.
Para salir victoriosos de esta batalla, ambos echarán mano de toda la imaginación posible haciendo todo lo que esté al alcance de sus manos. Así comienza la extensión del virus zombi y la preocupación por no ser capturados por los nazis que los persiguen. Daniel Ortiz pasa, entonces, de ser un hombre aburrido y triste, a ser una persona capaz de cualquier cosa con tal de salvar a sus familiares y amigos. Poco a poco se va poniendo a prueba, lo que le permite darse cuenta de las cosas que es capaz de hacer, como amenazar, robar o, incluso, matar, dejando atrás a ese ser gris que siempre ha sido para, ahora, dar paso a un hombre aventurero, espontáneo y maquinador, un hombre dominado por sus sentidos y capacidades más escondidas y oscuras.
Gómez Santander nos ofrece en El crimen del vendedor de tricotosas una historia de humor, de casualidades, de horror y, en ocasiones, de brutalidad. A pesar de ser su primera novela, es capaz de arrancar sonrisas desde la primera página, de mantener atento al lector y de que este se interese por la historia hasta la línea final. Esta novela negra cuyos ingredientes principales son el misterio y la intriga, hacen que Gómez Santander sea una buena opción dentro del panorama de las letras españolas, pues es capaz de mezclar dos mundos tan distintos como son la realidad y la ficción, para dar como resultado una entretenida historia en la que el lector se verá, sin duda alguna, sumergido. Noelia Izquierdo
Javier Gómez Santander, El crimen del vendedor de tricotosas Barcelona, Planeta 288 páginas, 17,90 euros Contrapunto, n.º 24 | 29
Fabián: la vida en los márgenes
M
ás que una novela sobre Cuba, Fabián y el Caos, de Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas, 1950), es una novela sobre la vida de los marginados. Sus dos protagonistas, aunque disímiles, coinciden en su incapacidad de adaptarse a la sociedad en la que viven. El autor retoma, en este sentido, la temática que lo hizo famoso en su Trilogía sucia de La Habana (1998), recuperando también el tono crudo, directo y visceral que lo caracteriza. No solo esto, sino que nos trae de vuelta al sórdido mundo que hemos recorrido en sus otros textos: si bien la anécdota no ocurre en La Habana, el universo sigue siendo el mismo, igual de turbio y grotesco, pero siempre desbordando vida. La novela es un contrapunto entre dos voces, cada una encargada de narrar la perspectiva de uno de sus protagonistas. Fabián, un pianista introvertido y homosexual, descendiente de una familia española que vivió sus mejores días antes de la revolución; y Pedro Juan, personaje homónimo al autor que nos ubica en el terreno de la autoficción, a quien ya hemos conocido en otros textos de Gutiérrez: atlético, mujeriego y vitalista, viene a ser el exacto contrario de su amigo. Estos personajes se esbozan
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como opuestos, poseen personalidades completamente disímiles y esto se hace evidente en los encuentros que tienen a lo largo de sus vidas. Sin embargo, existe un punto en común entre Pedro Juan y Fabián, son anormales dentro de una sociedad que exige la normalidad. Este cuadro se complica cuando tomamos en cuenta que la trama de Fabián y el caos se desarrolla durante los sesenta, primera década de la revolución cubana, y que la vida de todos los personajes de la novela está afectada por un complejo contexto político y social en el que cualquier forma de disidencia resulta amenazadora para un gobierno que pone todas sus energías por igualar una sociedad tan heterogénea como la cubana. La historia que se nos narra es la del artista incomprendido. Pero no la del genio que eventualmente, quizá de manera póstuma, recibirá el reconocimiento que se merece, sino la del olvidado, la del individuo cuya existencia queda truncada por un mundo que no le da la posibilidad de surgir. La genialidad de Fabián es reconocida por varios personajes y desde el principio es uno de los ejes centrales de la trama, pero su vida, sus padres, su forma de ser —su homosexualidad en una sociedad tan cerrada como la Cuba de los años sesenta—, todos son elementos que
contribuyen a que su potencialidad nunca llegue a concretarse. En consecuencia, un tono desolador y con ciertos matices trágicos recorre toda la novela, en la cual somos testigos de la historia del artista que nunca será conocido, el que no fue capaz de sobrevivir a su propia vida, mucho menos a su muerte. Pedro Juan, cuya carrera de escritor —la cual hemos conocido, por ejemplo, en La trilogía sucia de La Habana— es meramente sugerida, nos sirve como testigo empático de Fabián: él también, a su manera, es un marginal, pero su vitalismo y voluntad le permiten sobrevivir al agresivo mundo que habita.
humana, Pedro Juan Gutiérrez nos presenta, como ya es costumbre en sus textos, un cosmos sórdido y agresivo. Su retrato de la Cuba de los años sesenta, al igual que su representación de La Habana en sus obras previas, no se reduce a una crítica social y política, sino que desvela la humanidad de quienes vivieron la primera década, y comienzos de la segunda, de la revolución cubana: agresiva, decadente y de una violencia abrumadora. Pedro Juan, el narrador, sobrevive a este mundo gracias a su voluntad vitalista, que acepta la decadencia, dialoga con ella. En cambio, Fabián, un individuo mucho más delicado, queda atrapado Entre vitalista y pesimista, en entre los engranajes del cambio, castrado un mundo en el que entran todas las por una sociedad que no está dispuesta a posibilidades de realización y decadencia aceptarlo. Javier Ignacio Alarcón
Pedro Juan Gutiérrez, Fabián y el caos Madrid, Anagrama 240 páginas, 16,90 euros Contrapunto, n.º 24 | 31
Entre lobos
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ue a Ginés Sánchez (Murcia, 1967) le interesan como materia narrativa, sobre todo, los individuos situados al margen del orden burgués y de los usufructos del trabajo honrado, las historias de violencia, los ambientes suburbiales y las relaciones amorosas discordantes con los tópicos románticos es algo que perciben inmediatamente quienes hayan leído sus dos primeras novelas, Lobisón y Los gatospardos, y esta tercera, Entre los vivos. Efectivamente, la historia que urde esta última es la de Gusanito, un perdedor abocado a formar junto a las víctimas de un ordenamiento social degenerado y que para salir del agujero se ve obligado a ignorar las normas —morales, legales, familiares—. Para ello, Sánchez toma como escenario, nuevamente, el entorno murciano, que no ha sido ajeno a la decadencia económica, al subempleo y a la violencia psicológica y física. Entre los vivos se enmarca en la desesperación profunda que la crisis económica y el caos social que la siguió causan a un desgraciado que solo aspira a sobrevivir. La novela sabe escapar del excesivo documentalismo y del determinismo psicológico. Ello pese a que Gusanito, sus acciones y sus motivaciones lo centran todo a través de la voz de un narrador cuya omnisciencia es tan indiscutible como su
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omnipotencia para estilizar el discurso de los personajes, siempre en estilo directo libre. Sánchez ha optado por introducir acontecimientos y personajes si no inverosímiles, sí plenamente literarios, a modo de licencia que saque a la narración de este personaje mediocre de cauces puramente testimoniales. El personaje enigmático y brillante de Janislyn, su relación con Gusanito y la resolución de la misma es quizá el ejemplo más claro. Por el contrario, la peluquera Raquel, que sirve de contrapunto, resulta tópica en sus discursos, reacciones y actitudes. Sobre ellas emerge Gusanito, mérito fundamental de la novela, en quien, como se ha dicho, se centra esta historia de outsiders sin atributos. Su parasitismo, su inacción, su poquedad, su cuestionable idealismo contrastan con ramalazos de brillantez y, sobre todo, con un rabioso individualismo que lo hace sumamente atractivo. La picaresca de esta novela no es festiva: la explotación laboral, la humillación burocrática, el desamor de los familiares… despiertan el ingenio de supervivencia de Gusanito, pero el paisaje humano dibujado por Sánchez resulta desolador y las trapacerías, palizas y deshonras no causan la risa, ni siquiera la seca risa del sarcasmo, ni tampoco un sentimiento de solidaridad, sino más bien producen un raro desasosiego y un sentimiento de impotencia que
introducen aire fresco a la intención de atisbos de lucidez, es incapaz de hacerse crítica social de la novela. una composición completa de su mundo y de trazar un plan para su vida. A veces Sánchez es un autor preocupado se tiene la sensación de que la novela por hallar una retórica adecuada a sus tiende a la excesiva acumulación (de historias. Esta, contada sin retoricismos, acciones, de personajes, de tramas directa desde la primera página, está en secundarias…) con el encubierto interés cambio dotada de cierto ritmo que a veces de explicar a través del acopio qué es el es cansino como el discurrir de los días capitalismo, cuáles son sus requisitos y del protagonista —y de ahí la repetición quiénes somos sus víctimas. Con ello se anafórica del “Y que…” al inicio de pierde una cierta coherencia y quedan sin muchas de sus frases, que conforma justificar algunos personajes. La falta de un idiolecto que el narrador otorga a síntesis, sin embargo, no es enteramente su personaje cuando quiere acumular negativa. Al contrario, el relato resulta argumentos, fracasos o agravios— y cabal y verosímil en su extremosidad. que otras veces es inusualmente rápido, Cuestionamos también la oportunidad con elipsis magníficas. Oraciones cortas de iniciar cada sección del libro con —o más bien cortantes— con las que una narración del videojuego del el personaje fragmenta su experiencia protagonista, algo artificioso y efectista y que demuestran que, a pesar de los cuyo sentido no termina de verse, aunque parece querer contrastar la épica vikinga con la atonía vital del protagonista. Todo ello, sin embargo, no opaca en absoluto los méritos de una novela sobresaliente cuya lectura se hace necesaria por su originalidad, por su voluntad de estilo y por la lograda intención de dar una explicación existencial a las anomalías sociales. Fernando Larraz
Ginés Sánchez, Entre los vivos Barcelona, Tusquets 282 páginas, 18 euros Contrapunto, n.º 24 | 33
Alrededores Las apariencias engañan y la mujer burguesa, también
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s una verdad universalmente reconocida que las novelas que muestran cuál es la esencia de la burguesía rural británica de los siglos xix y xx han conquistado a muchos lectores a lo largo de los últimos años. Tras la publicación de las célebres novelas escritas por Jane Austen, creadas en el periodo de la regencia de Jorge iv en los primeros años del siglo xix, muchos autores trataron de continuar con este tipo de historias. E. F. Benson (Berkshire, 1867), escritor victoriano de algunas de las historias de fantasmas más importantes para el género durante este periodo, también se atrevió a ironizar sobre la burguesía rural gracias a una famosa serie de novelas protagonizadas por Elizabeth Mapp y Emmeline “Lucía” Lucas. Escrita ya en su época de vejez, esta serie de seis novelas es considerada como “uno de los ejemplos más notables de comedia social inglesa de la primera parte del siglo xx”. En esta ocasión, Lucía en Londres, publicada por primera vez en 1927, se centra en el personaje de Lucía y en una herencia que recibe su marido Pepino. Gracias a esta, ambos pueden salir de Riseholme y mudarse
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a Londres, lo que la astuta protagonista va a aprovechar para inmiscuirse en la estirada sociedad londinense. En la novela se muestra, con gran acierto, una clase social orgullosa, soberbia y que solo tiene ansias de adquirir más poder. Sin embargo, la gran crítica de Benson es presentar unos personajes que solo existen en los ojos de los demás, siendo en su interior completamente frívolos e insulsos. Son los personajes femeninos quienes adquieren un gran protagonismo en la novela. Lucía es una mujer que, pese a la muerte de un familiar, disfruta al conocer que gracias a una herencia va a poder formar parte del selecto círculo de mujeres burguesas de la gran ciudad de Londres. Por su parte, su vecina Daisy Quantock encuentra en la desaparición de Lucía una gran oportunidad para convertirse en la más querida de Riseholme, algo que no había conseguido ni siquiera recurriendo a espíritus sobrenaturales en anteriores novelas de Benson. La mujer burguesa se caracteriza por visitar a sus vecinas y tener algunos conocimientos generales
sobre arte y música que la ayudan en su difícil tarea de conseguir un mayor prestigio social. Sin embargo, los hombres de la novela, excepto un amigo soltero de Lucía, llamado Georgie Pilson, prácticamente no tienen voz y se mantienen en un segundo plano durante todo su desarrollo. Gracias a que la historia se crea principalmente a partir de diálogos en estilo directo, el lector de Lucía en Londres puede conocer de primera mano a unas mujeres insustanciales y que, aunque no son conscientes, viven unas vidas que siempre se proyectan hacia el exterior de una sociedad cruel, prejuiciosa y vengativa. Por otra parte, Benson consigue crear con pocas descripciones unos ambientes y unas situaciones que plasman cuál era el día a día de estas mujeres. Las horas
que dedican a ensayar piezas de Mozart al piano o las opiniones que les suscita la obra de Stravinski llenan de color a una novela que, al centrarse solo en la frivolidad de la mujer burguesa, podría ser algo monótona en ciertos capítulos. Lucía en Londres se construye gracias a una ironía que encierra una brutal crítica a la burguesía rural de la época. Sin embargo, esta no consigue llegar a convertirse en la ironía sutil de Austen, quien supo distinguir matices dentro de una escala social que también encerraba otros comportamientos y otras realidades. Benson construye unos personajes tan frívolos que cuesta creer que todas las mujeres burguesas pudiesen ser tan insustanciales. Esta es una novela que disfrutarán todos los lectores que deseen conocer una perspectiva más crítica de la burguesía inglesa y que disfruten de unos personajes que solo saben mirar hacia fuera. Porque, por desgracia, Lucía se termina convirtiendo en una insulsa fachada dentro de un mundo de falsas apariencias. Paula Mayo
E. F. Benson, Lucía en Londres Traducción de Julia Osuna Madrid, Impedimenta 336 páginas, 22,50 euros Contrapunto, n.º 24 | 35
El demonio del hielo no olvida a los que convoca
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a denominada reina de la novela negra europea, Fred Vargas (seudónimo de Frédérique Audoin-Rouzeau, París, 1957), vuelve a la escena literaria con Tiempos de hielo, la nueva novela de la serie del comisario Adamsberg, en la que exprime al máximo las posibilidades que ofrece un género tan cultivado en la actualidad y que obliga a los autores que se desenvuelven en este tipo de historias a aportar un grado de ingenio lo suficientemente elevado como para que el lector se encuentre ante una historia fresca y atractiva que consiga captar su atención (objetivo cada vez más lejano en una sociedad acostumbrada a estar rodeada de historias de “policías ladrones”). Vargas, con esta nueva novela, otorga al lector de género policiaco una experiencia que, sin duda, cumplirá con sus expectativas. La muerte de Alice Gauthier, una profesora de matemáticas ya retirada, será la premisa inicial que obligará al irreverente Adamsberg a sumergirse en un caso en el que una densa red de muertes, personajes, localizaciones, organizaciones y otras circunstancias pondrá contra las cuerdas al protagonista (siempre siguiendo un inusual método de investigación que lo pondrá, en más de una ocasión, en el punto de mira
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de gran parte de su propia brigada policial). En todo momento saldrán a la palestra una serie de ideas que dotan a la narración de un suspense que no hace más que complicar el caso a nuestro comisario y, a la vez, mantener al lector expectante durante el desarrollo de la trama: la trágica historia de un grupo de excursionistas en una desierta y fantasmagórica isla de Islandia y la aparición de una tétrica asociación de admiradores de Maximilien Robespierre, el prominente líder francés conocido por gobernar durante el periodo conocido como “El Terror”. Mediante estas sugerentes ideas, Vargas pone en juego toda una serie de elementos extraídos de la mitología nórdica, por un lado, y del periodo de la Revolución Francesa en el que la guillotina (idea persistente durante gran parte de la novela) se convirtió en el símbolo de una convulsa y estremecedora etapa de la historia francesa. El estilo de la novelista parisina en esta obra es sobrio y adecuado a cada uno de los contextos y registros que se nos presentan en el desarrollo de la narración, sin innecesarios intentos de complicar la lectura mediante el artificio lingüístico ni cualquier otro procedimiento poco ortodoxo. El empleo de un narrador externo en tercera persona y en un tiempo presente al desarrollo temporal de la propia
novela pone de manifiesto el objetivo de Vargas con esta novela: enfrentar al lector a un caso policial en el que se necesitará atención y memoria para seguir el ritmo al incansable comisario que nos acompañará en todo momento. Cabe destacar que el desarrollo no estará siempre al mismo nivel: encontraremos momentos en los que la novela no nos conseguirá atrapar del todo. Ejemplo de esta realidad es el comienzo de la obra. No nos sentiremos atrapados en el ejercicio de lectura hasta la aparición del club de admiradores de Robespierre, que obliga tanto a la brigada como al lector a rastrear a una serie de personalidades y anécdotas históricas que habrá que comprender con claridad para saber qué es lo que Adamsberg y sus compañeros están pensando a la hora de actuar. Aun
así, es importante tener en cuenta que el rompecabezas que se crea durante el desarrollo de la novela no quedará sin explicación en los compases finales, por lo que el lector tendrá la oportunidad de contrastar sus hipótesis y sensaciones con las del protagonista. Tiempos de hielo se convierte en una novela policiaca en la que se fija un estándar de calidad dentro de un género en el que parece prácticamente imposible volver a hacer estremecerse al lector con una historia en la que elementos mágicos (demoníacos incluso) e históricos aportan personalidad a una historia en la que los rencores, la venganza, las pistas falsas y personajes de todo tipo crean una atmósfera en la que la sospecha se convertirá en nuestra compañera de viaje. Eduardo Montoza
Fred Vargas, Tiempos de hielo Traducción de Anne-Hélène Suárez Girard Madrid, Siruela 343 páginas, 19 euros Contrapunto, n.º 24 | 37
Mujeres en pie de guerra
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aird Hunt (Singapur, 1968) ha escrito una novela sobre la guerra desde el punto de vista de una mujer valiente. La historia siempre puede sorprender y Neverhome indaga en un tema poco conocido e incluso ocultado por la historia oficial, ya que nos adentra en la Guerra de Secesión estadounidense desde el bando de los unionistas pero en esta historia es Constance, la esposa, la que va a la guerra y no su marido, Bartholomew, que se queda a cargo de la granja en Indiana. Constance se convierte en el soldado Ash Thompson no sin antes consultar a su madre muerta qué le parece que vaya a la guerra y de que ella le responda que vaya y compruebe de qué es capaz. Más tarde sabremos que su madre era una mujer especial que le enseñó a no poner la otra mejilla, a ser fuerte, a cambiar los finales de los cuentos, a que fuera la princesa la que mataba al dragón. Fue una mujer que luchó por los derechos de los negros enfrentándose a su comunidad y también sabemos que su abuela se ponía pantalones porque sabía que con ellos todo era más fácil. Con estos antecedentes Constance se pone unos pantalones y decide probar cómo es poderse mover como los hombres y luchar por los ideales abolicionistas. Y no será la única mujer en vestirse de hombre: a lo largo de la novela, Ash
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se encuentra con otras mujeres que reconocen lo que ella es y viceversa, mujeres negras huidas de la esclavitud que combaten como hombres contra los confederados, mujeres blancas que luchan por unos ideales tanto feministas como humanistas, mujeres en casa esperando al marido sin saber si está muerto, o en la retaguardia, como Neva, una enfermera que cura a Ash y consigue que no le amputen el brazo, cuidándola en su casa y estableciéndose así una relación inquietante entre las dos mujeres que desembocará en una tragedia para Constance, ya que tiene que soportar que duden de su estabilidad mental simplemente por haber combatido como una auténtica heroína. Neverhome evoca intensamente el antibelicismo de La roja insignia del valor, la novela clásica de Stephen Crane. Hunt también describe la granja antes de la partida a la guerra, la duda entre permanecer junto al ser querido o entrar en combate y la necesidad de saber si se es valiente. Como el protagonista del libro de Crane, Henry Fleming, Constance se une a los unionistas para probar hasta dónde es capaz de aguantar. Pero mientras él descubre de manera vergonzante que no es el héroe que imaginaba desde su granja, “ella era más fuerte”, como reza el subtítulo
de la novela. Efectivamente, Galante Ash nunca retrocede en el combate y se enfrenta a todo y es que el coraje, si se posee, no es consustancial al hombre sino al ser humano igual que el miedo. Con esa manera de percibir el mundo casi infantil y por lo mismo tan limpia, seguimos a Constance en esta aventura llena de pasión por la vida en la que se enfrenta a la muerte en una atmósfera infernal, hedionda, con fantasmas que se mezclan con los vivos. En su viaje delirante y casi onírico no sabe cómo asimilar el horror ni el miedo que siente a ser descubierta, ni el miedo a la muerte, a no volver a su casa, a no saber si podrá seguir durmiendo o si despertará algún día de la descomunal pesadilla que es la guerra y que Hunt plasma de un modo tan descarnadamente realista.
El intercambio epistolar pone de manifiesto la bella relación que mantiene con su marido, y retrotrae a Ash a un mundo lleno de lirismo a pesar de encontrarse inmersa en la batalla. La muerte aviva sus sentidos, hace que aprecie la vida con mayor intensidad y la protagonista esté dispuesta a apurarla hasta el final. Y así, Constance va dibujando un panorama desolador de los hombres que ha conocido: ruines, violadores, desalmados, vulgares, cobardes. Y este conocimiento la lleva a un final tan sanguinario y devastador como todo el libro.
María Luisa Suárez Marín
Laird Hunt, Neverhome (Ella era más fuerte) Traducción de Isabel Ferrer y Carlos Milla Barcelona, Blackie Books 188 páginas, 19 euros Contrapunto, n.º 24 | 39
La alienación de lo cotidiano
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ars Berge (Västerbotten, Suecia, 1974) estudió Periodismo en Gotemburgo, graduándose en 1999. Una vez acabados sus estudios universitarios fundó Naiv.org, una de las primeras revistas online del país nórdico, y desde 2004 dispuso de una columna en el prestigioso periódico Svenka Dagbladet. En dicha publicación pronto destacó por su sentido del humor y sus polémicas ideas, expresadas de forma mordaz. Finalmente, en 2011 fue despedido, momento elegido para empezar a escribir su primera novela: La oficina, publicada en 2013. Dicho título induce al lector a pensar que se encuentra ante una ambientación conocida, un lugar común, inmensamente desarrollado en las series de ficción americanas. Pero la anunciada procacidad del autor nos pone sobre aviso, pues no se trata de una novela de relaciones de oficina, valga la redundancia, sino mucho más.
del mapa, huir de esa cotidianeidad que carece de sentido para él. Y encuentra el lugar idóneo en un almacén de la oficina en la que se desarrolla su jornada laboral, sobreviviendo a base de tuppers olvidados y grandes dosis de café de máquina. A partir de ese momento entran en juego una serie de personajes, entre los que se destaca un extraño superhéroe que le acabará enseñando una idea extraordinaria. Además, gracias a su escondite privilegiado ve sin ser visto a los trabajadores de la empresa, tan cercanos y a la vez unos completos desconocidos. De este modo, se van sucediendo acontecimientos, encuentros con otros personajes en la sombra y desencuentros entre sus compañeros, que muestran la cara y la cruz del trabajo de oficina, tan arraigado en el mundo occidental. Todo ello, narrado en un estilo fresco y simple en apariencia, que absorbe al lector desde los primeros compases y no le suelta La narración da comienzo con hasta el final, donde se desencadenan la “desaparición” premeditada de Jens una serie de sucesos que culminan en un Jansen, un anodino trabajador de una final trepidante. empresa que fabrica cascos de ciclista. La decisión que toma no parece lógica, Así pues, la novela se adentra en pues su vida es normal, la que cualquiera la cotidianeidad, bebe en ella, la estira y de nosotros podría llevar, la que muchos explica y acaba por enrarecerla. Por eso europeos aspiran a llevar. No muestra mismo, una narración aparentemente estrecheces económicas o grandes intrascendente, digerible para todo dilemas morales, tan solo quiere borrarse tipo de público, con un estilo directo y
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grandes dosis de humor negro esconde un mensaje revolucionario. El día a día de los trabajadores de la empresa y la propia huida del protagonista son fiel reflejo del proceso de deshumanización que se esconde en una sociedad que se sustenta en la producción a gran escala. Los oficinistas, encerrados durante horas en un lugar anodino y rodeados de “colegas desconocidos”, acaban siendo simples autómatas que forman parte de una maquinaria para la que tan solo son piezas y, por tanto, prescindibles e intercambiables. Se trata de un manifiesto contra la mentalidad ganadora, contra el acomodamiento de sentirse supuestamente realizado, satisfecho en las necesidades inmediatas, pero vacío en una existencia para la que todos los
días son iguales. La sencillez narrativa esconde reflexiones que no se limitan a la exposición de unas determinadas ideas, sino que pueden llevar al planteamiento de todo un sistema de valores, el del capitalismo voraz que termina por anular a los engranajes…, es decir, a los seres humanos que, en fin, tratan de vivir en él. Ironía con mensaje, humor nórdico al servicio de una crítica feroz que pretende hacer reflexionar al lector acerca de (quizá) su propia esclavitud, su pérdida de identidad en aras de una productividad exacerbada y sin sentido. En definitiva, una novela de palabras fáciles y pensamientos profundos, muy recomendable para aquellos que buscan y no encuentran, y acaban perdidos en las respuestas que les ofrece la sociedad del consumo, de la inmediatez y la competición inane. Raquel López
Lars Berge, La oficina Traducción de Martin Lexell y Mónica Corral Barcelona, Alfaguara 275 páginas, 17,90 euros Contrapunto, n.º 24 | 41
Tú a Borgoña y yo a Roma
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s posible la convivencia entre elfos y humanos? ¿Pueden fuerzas sobrenaturales cruzar nuestras fronteras? Estas son algunas de las posibilidades que Muriel Barbery (Casablanca, 1969) nos presenta en su última novela, muy esperada tras el éxito obtenido con La elegancia del erizo (2006). La filósofa no determina qué es lo que nos ha regalado con esta obra, aunque sí reconoce que ha bebido especialmente del cuento y, sí, los niños grandes están de enhorabuena con esta narración que, a su vez deja serlo, gracias a la poeticidad de su lenguaje. El tacto que se desprende de cada línea refleja el minucioso trabajo de creación y es que es una novela construida desde la reflexión y la calma, no sin motivo la autora se ha mantenido en silencio durante los últimos nueve años. Dos niñas se convierten en el eje del argumento de esta obra en la que la fantasía, la música y la poesía establecen una estrecha relación con la naturaleza y nos dibujan un espacio realmente mágico en el que introducirse y perderse. Las protagonistas se nos presentan como huérfanas llegadas a dos entornos diferentes, separados geográficamente, pero unidas entre ellas por algún tipo de magia especial. Criadas en ambientes
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alejados, una en una granja de Borgoña en la que imperan los ritmos naturales de la caza y las dificultades climatológicas, especialmente la crudeza del frío invierno, pero también la sabiduría del grupo de ancianas que guían gran parte de la educación de la pequeña, inspiradas por la religiosidad y las tradiciones; la otra en un convento de los Abruzos, entre el catecismo y las historias de una vieja criada. No será hasta que cumplan doce años cuando sus vidas cambiarán: la vivencia de extrañas apariciones de caballos blancos “cuyo pelaje humea en la noche y desprende una bruma clara en todas las direcciones del mundo”, el traslado de la pequeña italiana a Roma, el descubrimiento de habilidades extraordinarias para la música, la asistencia a una extraña recuperación, el reconocimiento de nuevos tutores y amigos, la vinculación entre ambas, etcétera. En un ejercicio magistral de escritura, Barbery nos ofrece la posibilidad de cruzar la frontera de la fantasía como cuando éramos niños y creíamos en la capacidad de hablar con los animales, como una de las protagonistas, o cuando era posible pararse a escuchar una pieza musical e imaginar y construir las imágenes sobre la historia que esconde. Al estar ambientada en el
periodo de entreguerras, nos permite abstraernos más e introducirnos y dejarnos llevar por la magia y los lugares que la autora nos propone, llenos de detalles, ya que las preocupaciones adultas que se contemplan no nos son del todo cercanas. Además, otorgando el protagonismo a dos niñas nos permite acercarnos a sus pensamientos, temores y juegos, creando así la posibilidad de identificarnos con ellas y de abstraernos de nuestra realidad adulta dominada por las prisas, el trabajo y la economía. No podemos olvidar el gran peso que posee la religiosidad, pero incluso esta queda rodeada de un halo de magia que en otra época, sin duda, hubiera sido tachada de herejía. Ungüentos naturales que nos parecen casi pócimas, poesías que se
configuran como profecías, cánticos que se convierten en conjuros, caricias que cierran heridas. Pero toda esta magia viene a romperse por la cruda y dolorosa realidad de la guerra, capaz de destruir familias, pueblos y países. Proceso que hace madurar los corazones más tiernos, que arrebata la infancia a los niños y roba la sonrisa a los adultos, les vuelve a asumir en el miedo y solo trae desolación. Sin embargo, esta guerra vendrá cargada de nuevas alianzas, de la conexión entre dos mundos y de la fuerza de dos niñas pequeñas, tremendamente especiales, que tendrán que aprender a dominar sus poderes y a trabajar unidas para superar las dificultades. Me quedo, para terminar, con esta reflexión dentro de la obra: “¿Qué es curar, en el fondo, sino hacer la paz? ¿Y por qué vivir sino para amar?”. Soledad Abad
Muriel Barbery, La vida de los elfos Traducción de Palmira Feixas Barcelona, Seix Barral 296 páginas, 20 euros Contrapunto, n.º 24 | 43
Mil y una noches con Salman Rushdie
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o peor de escribir una novela de gran éxito y controversia es que la crítica literaria hace de la temática de la obra un estigma para el autor. Que se lo digan a Salman Rushdie (Bombay, 1947), a quien haga lo que haga le siguen recordando la problemática de sus Versos satánicos y la fatwa que el ayatolá Ruhollah Jomenei le impuso en el año 1989. Desde entonces la crítica ha dividido sus trabajos entre esos que son casi tan críticos con el islamismo radical como su opus magnus y los que ni siquiera lo critican explícitamente. Como si hubiera una cláusula en el contrato del escritor de colonia cuasi occidentalizado que te obligara a hacerlo. Rushdie, sin embargo, prefiere alejarse de esta polémica y en esta ocasión nos presenta Dos años, ocho meses y veintiocho noches, una fábula futurista en la que mitología y razón se enfrentan por el destino de nuestro mundo. La acción del libro nos sitúa en una época próxima, tras una tormenta que da comienzo a la Era de la Extrañeza. La barrera que separaba el mundo sobrenatural de los yinn del nuestro se ha roto y el mal de los grandes demonios ifrits se cierne sobre la Tierra. Ante esto, un grupo de “elegidos” humanos, descendientes de Dunia, la princesa del mundo del Hadas,
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saldrá a la luz y participarán en una batalla para devolver a los invasores a su mundo, una guerra que durará mil y una noches, o lo que es lo mismo, dos años, ocho meses y veintiocho días. Este argumento, que a simple vista parece más propio de la película de sobremesa del domingo, es la excusa de Rushdie para dar rienda suelta a la imaginación y experimentación narrativa que forman parte de una nueva fase literaria. Rushdie nos transporta a dos mundos en los que el misticismo epistemológico y su antítesis racionalista se han unido al fin en una síntesis tan caótica que da lugar tanto a jardineros kafkianos cuyos pies no pueden tocar el suelo como a espíritus de fuego y humo utilizando sistemas de posicionamiento radar. Una historia simple que roza el absurdismo ionesciano y cuyas influencias van desde el pensamiento aristotélico del andalusí Averroes o la pintura de Goya hasta la estrategia narrativa de Almodóvar o el cómic americano. A estos aspectos les acompaña un tono satírico y humorístico al que el autor nos tiene ya más que acostumbrados, con el cual Rushdie nos muestra como lo que en un principio parece una historia pseudo-épica con la profundidad intelectual de una silla acaba siendo una sátira de la realidad social y filosófica que ha traído el proceso de globalización. Es por esto que
los dilemas planteados por el británico transcienden el esencialismo binario del bien y del mal. Y es que si bien la obra carece de un objetivo crítico especifico como en obras anteriores, Dos años, ocho meses y veintiocho noches nos hace reírnos de todo y de nada a la vez. Más allá de esto, la obra se convierte en mero espejo de un Rushdie que aborrece tanto el discurso globalizador de Occidente como las ideologías exageradamente separatistas de esa construcción nuestra a la que llamamos Oriente.
de resaltar las contradicciones entre nuestro sistema moral y nuestra realidad pero que, no obstante, sigue sin perder su sagacidad en el arte de la sátira. Su última novela no será tan influyente para la crítica como lo han sido otros de sus trabajos primigenios pero, desde luego, nos ofrece una ventana a la psicología de un autor que, cansado de rebelarse contra los enemigos de “la civilización occidental”, ahora se rebela contra las expectativas que la Academia le ha impuesto. Con Dos años, ocho meses y veintiocho noches asistimos a una En definitiva, nos encontramos nueva etapa en la trayectoria de uno ante un Rushdie que ni pretende ni puede de los protagonistas indiscutibles de la ser el que escribió lo que le llevo al castigo literatura universal. coránico, un Rushdie más abstracto, más maduro y, quizás, más vago a la hora Alejandro Rivero
Salman Rushdie, Dos años, ocho meses y veintiocho noches Traducción de Javier Calvo Barcelona, Seix Barral 400 páginas, 21,50 euros Contrapunto, n.º 24 | 45
Meditaciones sobre el cristianismo
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egar la influencia de la cultura judeocristiana en Occidente en su conformación histórica y cultural sería insólito; asimismo sería extraño rechazar cualquier relación con el cristianismo en los estados aconfesionales e, incluso, laicos. Pero es algo menos común todavía buscar la raíz de una religión que no ha parado de crecer durante veinte siglos y que, aunque ha ido perdiendo la hegemonía que ejerció en muchos países europeos durante el siglo xx, sigue ejerciendo una considerable autoridad. Eso es lo que se propone Emmanuel Carrère (París, 1957) en El Reino. Estamos tan habituados al cristianismo que pocos se cuestionan el origen o la razón de ser: la resurrección de Cristo. De entrada, es algo que podría dar al Nuevo Testamento una naturaleza de literatura fantástica, y la creencia en ese final —aunque para los cristianos sería el principio— desconcierta a Carrère: “No, no creo que Jesús haya resucitado. No creo que un hombre haya vuelto de entre los muertos. Pero que alguien lo crea, y haberlo creído yo mismo, me intriga, me fascina, me perturba, me trastorna: no sé qué verbo es el más adecuado”.
razones que le condujeron a abrazar la religión es muy propio de escritores cuyas sesiones de psicoanálisis son una inspiración para sus textos y que gustan de escribir sobre lo que más les incomoda. Por eso, no es posible calificar esta obra con una etiqueta determinada: se trata de un híbrido entre el ensayo y la autobiografía cuya transversalidad reside en la meditación sobre la fe. Esto es lo que la diferencia con otro libro que de entrada puede resultar similar: La vida de Jesús (1863) de E. Renan, donde se aborda a Jesús de Nazaret desde un punto de vista histórico. Las digresiones que acompañan a los comentarios que el autor hace de pasajes de la Biblia abundan; son especialmente interesantes el análisis del tratamiento del efecto de Jesucristo sobre otras personas (por ejemplo, la manera en que miraba a Juana, la mujer del intendente de Herodes, como un gurú) y el contraste entre la ideología de fragmentos del texto sagrado con otros de La Odisea (Jesucristo promete la vida eterna en otra parte; Ulises asume que nuestro destino es imperfecto, pero es real, y por ello debemos quererlo).
El comentario sobre los Sin embargo, Carrère admite gobernantes romanos Nerón y que tuvo un pasado muy religioso fruto Domiciano y paralelo con el ascenso del de una crisis personal. Ahondar en las cristianismo resultan curiosos, adquieren
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tintes novelescos y en general se aprecia el esfuerzo por abordar la personalidad de individuos cuyas acciones aún hoy resultan inquietantes. Sirva de aperitivo esta “anécdota”: Domiciano interrogó a dos labriegos judíos sobre Jesús y, para Carrère, la pobre impresión que causaron ante el emperador logró salvarlos y hacer que este creyera que el cristianismo no era ninguna amenaza. El relato de las vidas de Pablo, Lucas y Juan resulta interesante, especialmente el de Lucas, dado que se trata de un evangelista que no fue testigo directo de las hazañas de Jesús y el de Marcos, puesto que en los textos de este último no hay un esfuerzo por embellecer las historias en detrimento de la crónica testimonial. Según Carrère, leyendo a Marcos “se
tiene la impresión de estar lo más cerca posible este horizonte para siempre inalcanzable: lo que sucedió realmente”. En otras ocasiones, da la impresión de que estamos ante ejercicios de semiótica, con análisis de cambios en el narrador y saltos temporales. El Reino es un libro admirablemente documentado y escrito, que encuentra el punto medio entre el conocimiento erudito y el entretenimiento. Sin embargo, no es posible hallar un equilibrio en la ideología subyacente. Por un lado, un lector muy católico se podrá ver reflejado en este libro como un sectario que cree en algo irracional, pero socialmente aceptado; como alguien débil que ha encontrado en la fe un refugio para la esperanza. Por otro lado, un no católico se verá reflejado como un nihilista desencantado de la vida y cuyo único consuelo residiría en practicar yoga. Salvando esto, “buscad El Reino y lo demás se os dará por añadidura”. Cada persona sabe cuál es su reino. Su felicidad. Sofía González Gómez
Emmanuel Carrère, El Reino Traducción de Jaime Zulaika Barcelona, Anagrama 520 páginas, 24,90 euros Contrapunto, n.º 24 | 47
Polifonías Otra voz para despertar a Alicia
M
uchos, cuando oyen mencionar a Charles Lutwidge Dogson (Daresbury, 1832) no son capaces de recordar ni siquiera una de sus obras. Sin embargo, no es cuestión de agobiarse y pensar que uno no ha prestado suficiente atención a la clase de literatura, no, es que este matemático especializado en lógica y profesor en la Christ Church (Oxford) desde 1855, se esconde para publicar sus obras tras el pseudónimo de Lewis Carroll. Este alias se construye en un viaje de ida y vuelta entre el latín y el inglés, un juego de traducciones que consigue ocultar al hombre y descubrirnos al escritor. Sin duda, ante el apellido Carroll nuestra percepción ya cambia y podemos atribuirle obras de la talla de Alicia en el País de las Maravillas (1865) o A través del Espejo y lo que Alicia encontró allí (1872), inspiradas ambas por la hija del decano de su facultad, Alice Liddell, a quien se unió en una estrecha relación. Algunos lo definirían como el gran autor de Literatura Infantil, pero con esa descripción dejamos ocultas otras de las pasiones que llenaron su vida como
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fueron la fotografía, especialmente de niños y personalidades de la sociedad victoriana, y la poesía, como esta antología nos demuestra. Carroll empieza publicando sus poemas en las numerosas revistas familiares que sus diez hermanos y él realizaron (Poesía Útil e Instructiva, La Revista de la Rectoría, El Cometa, El Paraguas de la Rectoría, Cajón de Sastre), siendo incluso alguna de ellas motivo de sus versos: “Estuvo todo el día sentado sin sombrero, / el viejecillo cómico, / protegiéndose de la torrencial tormenta / con el Paraguas de la Rectoría”. Otros poemas son utilizados como prólogo a sus novelas, ejemplo de ello es “Prólogo de A través del espejo”, pero también encontramos versos dentro de las mismas como “Una barca bajo el cielo soleado”, perteneciente también a A través del espejo… y que nos habla, por supuesto, de ese país de ensueño en el que se desarrolla la historia de Alicia: “Descansas en el País de las Maravillas, / soñando mientras pasan los días, / soñando mientras mueren los veranos”. Y es que Carroll no abandona ese lugar
fantástico y nos transporta a él en su poesía, unas veces mencionándolo, otras a través de sus personajes, como “El testimonio del conejo blanco”, que rápidamente nos evoca al pequeño roedor que siempre andaba con prisas.
/ luego mezclas las piezas, y las dispones / tal y como caigan: / el orden de las frases / no importa en absoluto”. Sin embargo, el lugar predominante en su obra lo tendrán siempre la infancia y los niños. Este mundo es para él sinónimo de felicidad y lo vemos reflejado en muchos de sus poemas: “Daría la riqueza apilada por los años, / el lento resultado del declive del tiempo, / por ser de nuevo un niño/ por un día luminoso de verano”. Este cariño hacia la infancia se intuye también en la forma de plantear algunos otros, casi como cuentos incluso, con moraleja.
Esta antología nos presenta un poco de todo este espectro, una recopilación que circula a través de las etapas del escritor y en la que encontramos diferentes estrofas, ritmos, temáticas y motivos, que van desde la el amor o la vida cotidiana, hasta reflexiones metapoéticas, como las que se suceden en “El poeta se hace, no nace”, donde otorga la sabiduría a un anciano Gracias a la traducción de Raquel que quiere instruir en este arte a su Lanseros podemos acercarnos un poco a joven nieto: “Para empezar escribes una la condición de poeta de Carroll, aunque, oración, / y después la partes en trocitos; efectivamente, en el cambio de idioma se pierda parte del significado y la fuerza de los términos elegidos. Sin embargo, al tratarse esta de una edición bilingüe podemos disfrutar de su versión original en inglés, en la que sí podemos apreciar la rima, la sonoridad, las palabras, los juegos sintácticos y el ritmo con los que el autor dotó de sentido a cada poema. Soledad Abad
Lewis Carroll, Poemas Edición bilingüe y traducción de Raquel Lanseros Granada, Valparaíso Ediciones 154 páginas, 12 euros Contrapunto, n.º 24 | 49
¡Motor! ¡Acción!
¿E
xiste un actor para cada papel? ¿Cuán importante es la participación actoral en la obra cinematográfica? ¿Es el director el que engrandece al actor o viceversa? Y así podríamos estar planteando dudas que traten de responder a uno de los eternos dilemas del cine, ¿en qué grado influyen los actores en cado unos de los aspectos del cine? Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, 1942), uno de los directores con más solera del cine patrio, conocido por obras como Habla mudita (1973), Maravillas (1980), Demonios en el jardín (1982) o la más arriesgada de sus obras, la adaptación televisiva de El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 1547); viene a despejar (o no) algunas de estas dudas en su última obra: A los actores. Tras anunciar su retirada al finalizar la película Todos estamos invitados (2007), satisfizo un deseo que ahondaba en su mente de antiguo; el de escribir sobre el cine, pero alejándose del habitual punto de vista de la semiótica, para adentrarse en el gran rasgo diferenciador del cine respecto de otras artes, los actores. De su carrera como escritor se puede decir que no ha sido muy prolífica en número, todo lo contrario a lo que ocurre con la calidad de las obras, reconocidas en
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numerosos certámenes y por la crítica en general. Gutiérrez Aragón era citado mensualmente a unirse a la mesa que convocaba el periodista y escritor Luis Carandell (Barcelona, 1929), en la que figuras de diversas ramas del saber discutían mientras compartían cena. Durante estos encuentros eran comunes las charlas paralelas y una de ellas fue la que mantuvo el autor con el crítico de cine Ángel Fernández-Santos (Toledo, 1934) sobre un antiguo corto que rodó en su presencia mientras ambos cursaban estudios en la Escuela de Cine de Madrid. Carandell, atento a la conversación, se unió expidiendo una afirmación sobre la importancia de la dirección en el apartado de la calidad, siendo este fundamental para obtener una gran obra. Ante tal afirmación, Gutiérrez Aragón encontró en su mente aquel deseo de hablar de los actores, escribiendo esa mimas noche unas breves notas que años más tarde se han trasformado en el libro reseñado. A simple vista A los actores es una amalgama de las experiencias de Gutiérrez Aragón, pero al decirlo nos estamos quedando cortos al mirar solo de refilón la forma y no ahondar en el fondo de este maravilloso texto. Si bien es cierto que, de manera certera, se
nutre de las múltiples y enriquecedoras experiencias que ha vivido a lo largo de su dilatada carrera como cineasta y de una vida personal marcada desde joven por el cine. Aquello vivido en el plano personal le motiva a realizarse preguntas más allá de lo puramente formal, cuestiones más propias de la metafísica que del cine, siempre girando en torno a la naturaleza del actor. Sin duda, lo natural es una referencia continua en la obra, siendo la primera cuestión a abordar. El término natural se nos plantea remontándose a los inicios del cine (cine mudo), en el que los actores debían de actuar con una naturalidad comprable a la pureza de una ecuación matemática. A lo largo de las páginas de la obra irá presentando casos, apoyado en la mayoría de las ocasiones
por situaciones vividas en sus carnes. El método casi siempre será el mismo, tras presentar el dilema divaga sobre su propio pensamiento para, más tarde, afrontar el tema de manera más formal apoyándose en numerosos argumentos de autoridades de la teoría del cine. Conflictos como la belleza de los actores, la producción o sobreproducción del espectáculo, o los propios conflictos internos de algunos capítulos de su vida serán motivo de discusión. Irá pasando fotogramas de todos y cada uno de los espacios de debate del arte del cine. Gutiérrez Aragón presenta una obra llena de vida, de vivencias personales, de cultura del cine, de aquí y de allá, del diálogo con otras artes y sobre todo de actores, muchos actores, todos distintos. Sin duda, altamente recomendado para aquellos que hemos crecido fascinados por el mundo del cine, o para aquellos que todavía estén por fascinarse con el séptimo arte. Como dirían los anglosajones un must have para cualquier cinéfilo. Víctor Manuel Rodríguez Padilla
Manuel Gutiérrez Aragón, A los actores Barcelona, Anagrama 164 páginas, 16,90 euros Contrapunto, n.º 24 | 51
Lenguaje sin cicatrizar
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ualquier obra que llegue a las librerías con la firma de Chantal Maillard (Bélgica, 1951) es sinónimo de diferencia: ningún lector puede salir de sus poemarios siendo la misma persona que había abierto la primera página. La autora se ha curtido, antes que nada, en la vida y de ahí que su producción sea eco de un dolor cierto. Como dirá en su poema “Escribir” del libro Matar a Platón (Premio Nacional de Poesía, 2004): “Escribir (…) /por no llorar tan dentro / tan a escondidas /escribir / hasta la extenuación / para que se derrame el dolor contenido / desde el inicio del mundo”. Nace en el corazón de Europa y actualmente reside en España pero pasa una larga y crucial estancia en la India que le convierte en el ejemplo, ya clásico, de occidental a camino entre dos mundos sin poder encontrar un equilibrio perfecto entre ambos: es el caso de Hölderlin, Schopenhauer, Matisse, Cage, Hesse, o, por citar a los nuestros, de Antoni Tàpies o José Ángel Valente. Maillard destila en toda su producción poética una fecunda des-ubicación al quedar emplazada, al menos en espíritu, en el espacio liminar entre Occidente y Oriente.
libro. Son indudables las reminiscencias orientales en muchas de sus páginas, mientras el título apunta directamente a un motivo de la mística occidental. Maillard sabe de buena tinta —y lo ha explicado en alguno de sus ensayos (“Contra el arte y otras imposturas”, Valencia, 2009)— que el vacío se concibe en Oriente como fenómeno de la posibilidad, original y genésico, pero esta poeta tampoco se puede desprender de la semilla nihilista de lo vacuo que ha definido a la Europa del siglo pasado. No por casualidad las figuras que aparecen en la última, y más importante, de las secciones de este libro, “Balbuceos”, no son autores zen como Basho, sino los Hölderlin, Nietzsche o Celan, en los últimos días de sus vidas, en donde reina la locura y el tormento.
Este mismo estado psicológico es el que rezuma el yo poético, desde los primeros poemas, en donde se suceden palabras tan sintomáticas como “espanto”, “abismo”, “miedo”. Y en ese mismo estado se ha de involucrar el lector en este libro, que es tanto lucidez como prueba de supervivencia, en los vaivenes de una escritura — posmodernamente fragmentaria— por momentos onírica o alucinada, En esa línea se encontraría por momentos lírica, sentenciosa, también La herida en la lengua, su último ensayística. Toda perturbación del
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espíritu conlleva, en los buenos poetas, un “desprendimiento” —nombre de uno de los apartados del libro— de la forma. Su bilingüismo era prueba ya suficiente de que había transitado los intersticios del lenguaje, pero la disposición del material poemático en muchas de sus composiciones lo confirma: el lector se adentra en las “Adherencias” de la primera sección con grandes dificultades para comprender lo que allí está ocurriendo: a él le toca decidir en todo momento si los guiones, los saltos de verso, las palabras cortadas, la agramaticalidad o los neologismos son manifestación de lo ilegible o posibilidad de lecturas múltiples. De nuevo, la frontera entre la interpretación oriental —materia verbal “antes de la escritura / antes de la palabra” y disolución hinduista del “mí”
(problema central de la sección “La aguja / Merodeos”) “hacia su centro” en la eterna unidad cósmica– y la occidental – forma quebrada del lenguaje, en el estado neutro del infinitivo, que se autofagocita a sí mismo, “Abierta / como una caja de Pandora / la mente. Sus detritus”—. En esa lucha interna, irresuelta y desesperante hasta el grito —más que balbuceo— del último apartado de La herida en la lengua, la escritura se concibe inicialmente como posible liberación o catarsis pero se resuelve en megáfono sancionador de la culpa eurocéntrica: si por algo puede ser elogiado el esfuerzo poético de Maillard es por recordar, libro a libro, que en lo que dura la lectura de un verso alguien está muriendo en alguna parte del mundo. Si además de ello, su literatura es artífice del lenguaje, al dominar sus variadas posiciones, desde la estrofa al aforismo, desde el personaje hasta el pensamiento, es solo como manera de llamar la atención sobre el equiparable tamaño del dolor y de la indiferencia.
Javier Helgueta Manso
Chantal Maillard, La herida en la lengua Barcelona, Tusquets 179 páginas, 15 euros Contrapunto, n.º 24 | 53
La excentricidad poética italiana: Amelia Rosselli
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speranza Ortega, traductora de la obra, nos trae en español el primer poemario de Amelia Rosselli (19301996), La Libélula, el cual supone una condensación y una muy buena primera aproximación a la creación poética de esta escritora, según afirma Ortega. Una autora desconocida en Italia hasta que Pasolini la descubrió definiendo su obra poética como “escritura del lapsus” y, que publicará 24 de sus poemas en la revista literaria Il Menabó en 1963. Un pensamiento poético marcado por su continua obsesión de crear un “delirante flujo de pensamiento occidental” que estará marcado por su constante condición de extranjera, debido a la situación política de sus padres, ya que tuvieron que emigrar por toda Europa y, finalmente, Rosselli volvió a instalarse en Italia con tan solo dieciséis años. Asimismo, la italiana buscará librarse de todo condicionamiento inicial, ya sea la gramática, los grandes clásicos o las restricciones métricas, para encontrar una nueva forma de creación poética.
enrevesado de esta autora, apoyado en el versolibrismo. Un versolibrismo que no se rige por ningún esquema métrico lleno de encabalgamientos. Además, se vale del uso tan estrambótico del lenguaje, incluyendo neologismos o deformando los pronombres para retorcer el lenguaje poético, y crear una nueva poesía que represente las inquietudes de la época. Asimismo, nos encontramos con una poética que se desliza ante nosotros como una libélula, rápida, pero que no deja indiferente a nadie. Una poesía que muestra los sentimientos más desgarradores de la autora, puesto que se atreve a hablar con Dios y lanzarse así al nihilismo, al vacío, al desasosiego. Todo ello mientras nos hace viajar a través de las palabras, acompañados de la naturaleza y de las sensaciones que desprende cada uno de sus versos. Versos que no paran nunca, pero que hacen disfrutar siempre que se esté dispuesto a dejarse llevar. Rosselli se caracteriza por su gran capacidad para dotar al poema de ritmo y así, vertebrar la composición poética.
La libélula de Rosselli nos muestra el pensamiento excéntrico de esta autora italiana que nació en Francia, se crió en varios países y en varias lenguas, lo que queda patente en su poesía. Una poesía extravagante que muestra el pensamiento
La musicalidad de los versos, que intenta ser novedosa, sorprenderá a los lectores que busquen que el ritmo sea la forma de expresión y no el acompañamiento de la rima. No es de extrañar que esta autora haya dedicado
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su vida al estudio de la música, ya sea la etnomusicología o la composición. Por ello, el ritmo en este poema es de suma importancia y quizá su musicalidad sea de lo más conseguido de este extenso poemario: el ritmo te envuelve en esas sensaciones que la autora transmite de forma brillante. Un ritmo, a veces, sosegado y otras apasionado y enloquecido. En algunos momentos te deja caer en el abismo y en otros deja que te pasees por sus versos de forma tranquila. De esta manera, consigue crear un ritmo nuevo o, quizá, no tan nuevo pero, cuya cadencia acompaña al sentimiento de la escritora y de las sensaciones que quiere plasmar, resultando la significación de las palabras casi una excusa. Pero, ciertamente, el
lenguaje, a veces, puede resultar tedioso debido al constante uso de superlativos y a lo ya mencionado anteriormente, es decir, el uso “incorrecto”, intencionado, de los pronombres, los errores gramaticales escritos con la intención de reconvertir el lenguaje, los constantes encabalgamientos y al abundante uso de estos y de las aliteraciones. También, su extrema singularidad y el ritmo, a veces, tan frenético puede resultar chocante al lector que no esté acostumbrado a una poesía tan centrada en la creación poética, el ritmo y la expresión. Aun así, resulta un poema muy atractivo que muestra una nueva forma de entender el lenguaje político y sirve para adentrarse en la poesía de Rosselli, comparada por la crítica con Paul Celan, Wislawa Szymborska, Joseph Brodsky, John Ashbery o Sylvia Plath y, quizá, considerada una de las poetisas más importantes del siglo xx. María Sánchez Arias
Amelia Rosselli, La Libélula. Traducción de Esperanza Ortega España, Sexto Piso 72 páginas, 15 euros Contrapunto, n.º 24 | 55
Grecia, y que tus ruinas sean las mías
I
rene Domingo Longares, más conocida como Irene X, nace en Zaragoza en 1990. Alterna prosa y poesía como medio de supervivencia, a partir de 2008 en adelante. Además de su blog personal, colabora en diferentes magazines poéticos y recitales. Después de publicar El sexo de la risa, regresa con Grecia, una obra en la que el miedo se cobija en la oscuridad, el dolor ya no es solo de uno mismo, y las heridas no se curan, se comparten. Poemario cargado de imágenes mortales en forma de palabra, que habla de pérdidas en las que uno ni siquiera existe, del amor como enfermedad y de una niña repleta de cicatrices marcadas con una X, para las que ya no hay equilibrio. Eso es Grecia: ruinas. Grecia es un libro de poemas en el que la autora nos habla de las consecuencias de una caída, un naufragio que sostiene víctimas, pero también culpables. Pedacitos de uno mismo en palabras llenas de belleza: “Yo no quise y ahora que quiero tanto/ me limito a pasar de puntillas a tu lado / y, / en silencio, / rezo para cometer pronto el error / del que no puedas perdonarme”. Trata del amor como una llama que quema, pero también asfixia, de lo caótico que puede ser el propio orden,
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y de la valentía de todo aquel que lo piensa dos veces antes de desenterrar el pasado, porque no entiende su presente: “Yo viví del amor, como el que muere de una enfermedad con esperanza de vida”; “Porque todavía no estoy muerta. / Y la vida no es un motivo suficiente, / pero tú, / ignorante, / tampoco”; “Nunca lleva las uñas bien pintadas, porque a menudo, cuando los demás duermen, sale al jardín a desenterrar el pasado con las manos”. Pero Irene no es solo cristales rotos, también es un bote salvavidas, la luz que enciendes de madrugada cuando no puedes dormir, la puerta de salida en una habitación sin ventanas: “No me quieras. / La única manera de ser la primera avispa con la que se atreven a jugar los alérgicos es ser la última”; “Qué ganas tengo de que otro dolor te sustituya, para contarle a esta gente que de ti no muere nadie”. También habla del sexo y de la imperfección de los amantes, del dolor como refugio personal, de la libertad como recuerdo de un columpio en la infancia de cualquier niño: “Hablo el idioma de los niños en los parques / la dulce combinación de sus gritos y sus risas…”, del tú al que ningún yo es capaz de sobrevivir: “Menos mal que todavía podemos convertir el rencor en sexo y el sexo en literatura, me consuelo”; “nos enamoraremos de nuevo / juntaremos las narices como esquimales tibios de otoño
/ nos pondremos las botas follando y andaremos por casa descalzos/ creeremos una vez más en la vida eterna / y justo en medio del vuelo soñado / a escasos metros de la tierra prometida / entonces sí / volverán las oscuras golondrinas / y nos sacarán los ojos”. El contacto con el lector y su correspondencia directa están presentes en cada poema. Irene nos hace partícipes de ella misma, siendo para nosotros, su mismo llanto, su pena. La poesía de Irene es nítida y descriptiva. Utiliza un lenguaje cercano, pulido, cargado de metáforas y personificaciones capaces de retratar palabras, sin agujeros. El verso libre y su cercanía a la prosa, combinada en muchos casos, hacen de su poesía un universo único dotado por diferentes realidades, sus monstruos, sus miedos, capitanes, montañas y aviones. “No deberías hablar de poesía sin leer este libro. Porque Irene es poeta porque
sí y por si acaso. Y por inercia, también es poeta por inercia. Incluso es inercia por poesía. Y poema por paisaje”, según afirma Ernesto Pérez en el prólogo. En definitiva, Grecia es el antídoto para los que no saben vivir, la guía para combatir la soledad, para aprender a ser libre, el manual de dolor para expertos, las ruinas de toda una ciudad a punto de ser derrotada. Irene X es poesía que estalla, una referencia actual, un corazón con alas que está aprendiendo a volar.
Cristina Ruiz Moro
Irene X, Grecia Madrid, Harpo Libros 311 páginas, 14 euros Contrapunto, n.º 24 | 57
Voces “La poesía es el amor de mi vida” Entrevista a Elvira Sastre Elvira Sastre (Segovia, 1992) es una joven poetisa residente en Madrid que ha conseguido hacerse oír tanto a nivel nacional como internacional. Traductora literaria, filóloga inglesa y escritora de los poemarios Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo (2013) y Baluarte (2015), ha conseguido que sus publicaciones se hayan mantenido durante meses en las listas de los libros más vendidos. Además, Elvira ha logrado atraer a un público adolescente, que parecía reticente a la poesía. La mayoría la conoce y la sigue a través de sus diversas redes sociales. En este número de Contrapunto entrevistamos a una joven promesa de la poesía española que ha colaborado ya en la sección de Inéditos de esta misma revista. Gracias, Elvira, por tu sencillez, tus palabras y tu poesía, pues la literatura española sigue creciendo gracias a gente como tú. Tienes 23 años, eres filóloga y me aburren bastante, la verdad. Me da traductora, pero ¿cómo es Elvira Sastre igual un término u otro. Me preocupa en su faceta como poeta? más que se sigan manteniendo algunos Diferente, mucho más libre. En la traducción hay que tratar de ser invisible, que no se note que existe tu figura, y para ello hay que ser muy cuidadosa y respetuosa, claro. En la poesía soy yo, sin limitaciones. Aprovechando la pregunta anterior, y ya que el tema se encuentra de actualidad, ¿te consideras poeta o poetisa? ¿Qué opinas sobre la desaparición del término poetisa para referirnos a ‘la mujer que escribe poesía’?
significados como uno de los que da la RAE a gitano, que no repetiré aquí. Hay una obsesión por meter política en todos los asuntos de la vida, cuando el lenguaje es libre y se crea solo, afortunadamente. Todo
poeta
requiere
¿verdad? ¿Quién te inspiró para escribir poesía? ¿Dónde encuentra Elvira Sastre la inspiración? Creo que en mí misma. La escritura me ayudó a comprenderme en un momento en el que me sentía muy perdida y desde
Las guerras del lenguaje en ese aspecto entonces no la he soltado.
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inspiración,
Comenzaste a los quince años escribiendo un blog, posteriormente subiste un video a la red recitando uno de tus poemas consiguiendo una aclamación increíble y ahora tienes más de cuarenta mil seguidores en Twitter, ¿crees que Internet ha sido un instrumento clave en tu carrera como poeta? Desde luego, es un escaparate gigante que llega a todos los lugares con una inmediatez y facilidad que asusta. A mí me ha ayudado mucho, porque ha eliminado esa figura del intermediario que, si no te elige al principio, te vuelve el camino complicado. Depende de ti y de los que te leen, es una cuerda que se estira y se estira y siempre va hacia arriba. ¿Crees que dentro de unas décadas hablaremos de una nueva generación de poetas, donde veamos tu nombre escrito junto al de Diego Ojeda, Irene X, Rubén Tejerina, Marwan…?
No sé si se hablará de los nombres, me importa más que se recuerde que hubo una época en la que la poesía salió de los trajes apolillados y cobró alas y forma propia, y con ella una oleada de gente joven llenó sus casas de libros de poesía.
©Paula Mayo
Baluarte o Cuarenta y tres maneras de soltarte el pelo son tus dos poemarios que han enganchado a miles de personas, entre ellas, a adolescentes. ¿Cómo se lleva ser el fenómeno fan de las nuevas generaciones que se empiezan a interesar por la lectura y por el mundo del verso? Creo que es lo mejor de todo este boom poético: el interés por la poesía de la gente joven. Es una frase maravillosa. Hace pocos años, cuando yo estaba en el instituto, éramos pocos los que leíamos poesía o escribíamos. Ahora, lo raro es no hacerlo. La lectura es un mundo increíble, fantasioso, ayuda, saca el dolor y hace reír, y todo eso mientras aprendes. No hay cura mejor para una sociedad tan enferma como la nuestra. Cuando
“La poesía es el amor de mi vida, a quien cuido, acaricio, respeto y trato de hacer feliz”. Contrapunto, n.º 24 | 59
“Me importa más que se recuerde que hubo una época en la que la poesía salió de los trajes apolillados y cobró alas y forma propia”. hablan de las nuevas generaciones que vienen, siendo este un país tan corrupto y enfermo, me consuela pensar que será gente sensible y con inquietudes. Si yo he ayudado mínimamente en eso, me marcho feliz. ¿Crees que la clave del éxito de tu poesía es el acercarte a los jóvenes mediante un lenguaje coloquial, cercano, que intenta reflejar su realidad?
cierto, pero también buscaban su manera de hablar de ello. Son dos cosas (a veces solo una) inherentes al ser humano y en la narración suelen predominar los temas que conocemos. Afortunadamente, han cambiado y seguirán cambiando.
“Quiero hacer contigo todo lo que la poesía aún no ha escrito”, un verso que se puede leer en diferentes murales, paredes, incluso posteado miles de veces en las redes sociales, ¿qué le falta Sí. En mi caso, le doy más importancia a la poesía por escribir? al qué que al cómo, porque me preocupa más poner palabras a lo que me ocurre Todo, afortunadamente. que pensar cómo hacerlo. Quizás eso ¿Qué tiene la poesía que no tenga la desemboque en un lenguaje directo y prosa? Nos hemos enterado de que visceral que llega de una manera más entre manos tienes una novela, ¿qué fácil. hay de cierto en ello? ¿Crees que es Temas como el amor o el sexo se han perceptible la madurez que todos considerado temas tabúes en muchas adquirimos con el paso del tiempo épocas de la literatura, ¿crees que o, por lo contrario, sigues siendo la en otras generaciones se tenía una misma Elvira Sastre que conocimos en visión similar de estos temas o era tu primer libro? completamente diferente? La poesía es el amor de mi vida, a quien Siempre se ha tratado el tema del amor de cuido, acaricio, respeto y trato de hacer un modo u otro. El sexo es más tabú, es feliz. La prosa narrativa es otro camino
© Paula Mayo
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“Lo mejor de todo este boom poético: el interés por la poesía de la gente joven”.
distinto donde se puede aprender mucho y cuyo proceso es totalmente diferente, pero también interesante. Estoy en un punto ahora mismo en el que quiero dar libertad a mi poesía, dejar que madure, crezca por su cuenta y duerma conmigo cuando quiera. Con la novela me estoy divirtiendo mucho, pensando más y disfrutando de otro modo. Así que sí, creo que la madurez es perceptible, es más, ha de serlo. No tiene sentido ofrecer algo inmutable a quien te lee desde hace años, se debe tener en mente siempre el respeto al lector y a uno mismo. La poesía, como te digo, crece y madura, y eso requiere tiempo y mucha, mucha lectura, paciencia y autocrítica. Por último, Elvira, nos gustaría saber cómo se presenta tu futuro como escritora, qué citas literarias tienes pendientes, tanto nacionales como internacionales y cómo podremos seguir disfrutando de tu poesía.
© Joaquín Puga
Pues se presenta un año bastante entretenido. De momento, continúo con la gira de música y poesía con Adriana Moragues. Vamos a varios festivales en L’Hospitalet y Córdoba, y nos recorreremos todas las ciudades de España que podamos a lo largo de este curso. En noviembre hay triple cita: la publicación de Baluarte en inglés traducido por Gordon E. McNeer, una gira por distintas universidades de Estados Unidos (Atlanta, Nueva York, Filadelfia…) y la publicación de un recopilatorio que junta poemas de mis dos libros y un puñado de inéditos cuyo título pronto descubriré. Seguramente, también vayamos a México y otros países de América Latina. Y, entre medias, continuaré con la novela que saldrá publicada en 2016. De todo ello y más os podréis enterar en las redes sociales. Ismael Ruiz Arroyo
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Artículos Una patria en el movimiento: un acercamiento a Mi padre, el inmigrante (1945) de Vicente Gerbasi Luis Javier Pisonero Hijo de su padre Vicente Gerbasi nace en el año 1913, en una pequeña parroquia del estado Carabobo, Venezuela. Realiza, sin embargo, sus estudios primarios y secundarios en Italia, ya que es hijo de inmigrantes italianos, como menciona al comienzo de su poema de 1945: “Mi padre, Juan Bautista Gerbasi, cuya vida es el motivo de este poema, nació en una aldea viñatera de Italia, a orillas del Mar Tirreno, y murió en Canoabo, pequeño pueblo escondido en una agreste comarca del Estado Carabobo”. Publica su primer libro de poemas en el año 1937, Vigilia del náufrago. En este mismo tiempo consolida con otros poetas el grupo Viernes, que será de gran importancia para la literatura venezolana del siglo xx, y cuya revista ve varios números entre los años 1938 y 1941, durante una larga y difícil renovación posterior a la brutal dictadura de Juan Vicente Gómez.
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En el año 1945 publica su libro más conocido: Mi padre, el inmigrante, un poema de treinta cantos en los que lleva a cabo una exaltación elegíaca de su padre frente a los paisajes en los que lo encuentra. Este poema, que ha tenido una gran repercusión en la poesía venezolana del siglo xx, es al que nos acercaremos en las próximas páginas. Es un poema dedicado a la figura del padre, a una figura cuya ausencia permanece presente en el paisaje, un paisaje que está supeditado a la emoción del poeta, trazando una historia personal y familiar a través de imágenes en movimiento. Estos treinta cantos han sido comentados y estudiados desde muchas perspectivas, y en muchas ocasiones, desde el año 1945. Mi acercamiento, en estas pocas páginas, es un acercamiento personal, reflexivo y humilde. No busco abarcar el poema ni agotar sus imágenes, no busco desglosar su estructura ni exaltar sus logros formales. Además de presentarlo a un público que, quizás, no lo conozca de antemano, busco servirme
de él para esbozar una perspectiva sobre la identidad del hijo de inmigrante, su búsqueda y su reconocimiento familiar. Quiero resaltar en el poema versos que buscan poner en evidencia una postura en el mundo, un estar en el movimiento, y esa inquietud casi existencial de un hombre que interpela al padre para interpelarse a sí mismo.
(el primer mandatario electo de forma democrática en ese siglo fue Rómulo Gallegos, en el año 1948, y solo duró nueve meses en el poder). Sin embargo, la inestabilidad no es, necesariamente, una característica habitual en los gobiernos venezolanos, cuyas dictaduras han gozado de una formidable firmeza y se han probado horriblemente difíciles de remover, siendo fácil y rápidamente Después de una activa vida sustituidas por otra con igual o mayor política y diplomática (fue cofundador del Partido Democrático Nacional firmeza. y trabajó como agregado cultural, Es normal, para el venezolano consejero cultural y embajador en de nuestro tiempo, decir que es múltiples países), y de una extensa obra hijo de inmigrantes. La mezcla poética y ensayística, fallece en el año cultural puede remontarse a pocas o 1992 en Caracas, Venezuela. muchas generaciones, pero siempre
Los inmigrantes, el padre, el movimiento Venezuela es un país en el que la inmigración ha tenido un gran impacto durante toda su historia. En varios momentos de relevancia internacional, el país recibía inmigrantes de toda Europa que, en muchos casos, seguían hacia otros destinos del continente. Al igual que España recibe a muchos latinoamericanos que, luego, continuarán su rumbo a otros países europeos, Venezuela ha sido un puerto de paso para muchos, así como una oportunidad de negocio, crecimiento y paz, en determinados épocas y a pesar de su políticamente turbulento siglo xx
se encuentra allí lo que muchos políticos han denominado orgullosa y persistentemente un crisol de culturas. La temperatura en este crisol no es, por fortuna o desventura, lo suficientemente alta para que exista esa fundición de la que tanto se vanaglorian los mismos personajes políticos como un activo aprovechable para sus negocios. La heterogeneidad existe, y en ella radica, de forma efectiva y contradictoria, uno de los rasgos más reconocibles de la cultura venezolana. A pesar de que, hoy en día, es difícil encontrar turistas en sus grandes ciudades, resulta fácil encontrar familias, influenciadas por su ascendencia, que mezclan costumbres de muchos lugares del mundo occidental y las hacen cercanas, conocidas y comunes
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a todos sus habitantes habituales, dentro de su misma venezolanidad. ¿A qué viene este preámbulo? Venezuela es un país lleno de inmigrantes, de personas que llegaron allí desde muchísimos lugares y se establecieron, sea por la razón que sea, y encontraron allí un lugar en el que rehacer sus vidas. Cada generación es marcada de una manera distinta por esto, pero siempre está presente la ascendencia y las relaciones que, en muchas ocasiones, y a lo largo de distintas épocas, relacionan historias familiares muy diferentes. Para el poema de Vicente Gerbasi es imprescindible el rasgo de inmigrante de su padre, un hombre que nace en una aldea viñatera de Italia y muere en el pequeño pueblo de Venezuela que ya hemos mencionado. ¿Qué hay entre medias para este hijo suyo, descendiente de inmigrantes? Treinta cantos que comienzan y terminan con el mismo verso: “Venimos de la noche y hacia la noche vamos”1. El carácter nostálgico del poema queda fijado desde el primer canto. Una enumeración señala todo lo que queda atrás, para concluir retomando la noche, y aquí nos ayuda a entender esa noche que menciona recurrentemente: Pero también la noche con ciudades dolientes, 1 Todas las citas no señaladas pertenecen a Mi padre, el inmigrante (1945).
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la noche cotidiana, la que no es noche aún, sino descanso breve que tiembla en las luciérnagas o pasa por las almas con golpes de agonía. La noche que desciende de nuevo hacia la luz, despertando las flores en valles taciturnos, refrescando el regazo del agua en las montañas, lanzando los caballos hacia azules riberas, mientras la eternidad, entre luces de oro, avanza
silenciosa
por
prados
siderales.
El hombre que es hijo tiene el oficio y la vocación de recordar en sus versos, establece su paisaje, extrayendo de la noche los recuerdos de un rostro perdido entre las sombras, su poesía se vuelve “relámpago extasiado entre dos noches”, sus imágenes buscan ser esa chispa que alumbra entre la inexistencia previa al nacimiento de su padre y la posterior a su muerte. “Por el agua estancada va taciturno el día, / doblegando los juncos hacia barcas de olvido”, todo es imagen natural cobrando sentido en todos los lugares del recuerdo, influido por las corrientes que tuvieron mucha relevancia en el grupo Viernes: el romanticismo metafísico alemán, el lakismo inglés, el surrealismo y los movimientos de vanguardia que cada
vez eran más estables y reconocidos vibra en él la misma canción del tiempo en Latinoamérica. La influencia de los en el que el padre movía el eje de su años de Viernes en la consolidación de mundo, las imágenes y la estructura poética es cuando siento mis pasos en la tierra, digna de ser resaltada; de todas estas y cuando digo: tierra, aguas bebe el poeta, para extraer de ellas y sé que estoy aquí iluminándome, las palabras que extraen al hombre del amándola y oyendo su mandato, que olvido, en el que tiene que adentrarse. es el existir,
La inquietud, desde el tercer canto, es la inquietud del hombre que queda solo en el mundo, que llama a su padre sin obtener el consuelo de su voz más que en la naturaleza, toda ella respondiendo por su ausencia. El hijo de inmigrantes —sin su padre, antepasado único en la nueva tierra, refundando su estirpe— se encuentra como un “hombre siempre solo, con su mirada, suya, / con sus recuerdos, suyos, y con sus manos, suyas. / El hombre interrogando a sus calladas sombras”. ¿Qué más hay sino sombras sobre las que volver a crear, en una tierra que el padre eligió, ¿y por qué la eligió? Si saltamos hasta el décimo canto, Gerbasi le pregunta al padre ausente: “¿Qué fuego de tiniebla, qué círculo de trueno, / cayó sobre tu frente cuando viste esta tierra?” para continuar con una enumeración de aquello que puede haber causado en el padre la decisión, la posesión de esa tierra particular como patria nueva, como nuevo campo donde resembrar sus semillas, donde germinar nuevamente.
en lo que desciende en secreto hacia mi muerte…
y continúa diciendo en este canto cargado de la dolencia del padre ausente, del hijo que se ve reflejado en ese hombre que lo levantó de la tierra y lo hizo a su imagen y semejanza: Y todo avanza en mí y todo cae, y todo es un rumor, un acercarse y amar, y un sufrir por lo amado, y un llevarlo todo al sueño y hacer de la tierra un sueño.
Vicente Gerbasi asume y repite en este poema, además de su declaración de movimiento, “venimos de la noche y hacia la noche vamos”, que su padre es también padre de su poesía, de sus palabras, de su obra. La elegía se afirma en los próximos cantos y, en el séptimo, el hijo vuelve a la tierra que ya no es necesariamente suya pero que pertenece al padre y, por consiguiente, a él. La lejana aldea se vuelve un paraíso, un terreno sagrado, al que se ha vuelto imposible Pero ¿qué dice la sangre de un hijo volver. El movimiento que comenzó el de inmigrante? Habla del movimiento, padre ha de continuar en el hijo, porque
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la vuelta a aquel lugar parece imposible. En los cantos séptimo y octavo, se compara esa inmigración con un paso hacia la muerte inevitable: “cuando tú venías, venías hacia la muerte”, y aquí Vicente, el hijo, encuentra al padre en palabras que profetizarán también su vida futura y su obra poética: Tú, el viajero, el insomne, el descontento el que levantaba las manos hacia los relámpagos, el que veía pasar las bahías como la orilla serena y brumosa de la tristeza. Sabías soportar las lejanías, siempre tan del corazón. Sabías llegar. Y eras ahí el anónimo, el oscuro, el devorado, tendido en la noches calientes, como los sacos, como los barriles, a orilla de los grandes navíos.
Descripción de aquel que emigra, y que transmite a su descendencia ese hechizo de movimiento, y Gerbasi cierra el canto diciéndole una vez más: “Padre mío. Padre de mi universal angustia. / Y de mi poesía”. Los aprendizajes, que vemos en los próximos cantos, hablan de algunas costumbres de hombre italiano, de hombre que, salido de su tierra, aprende de la noche y las tinieblas el oficio de la soledad y aquellas cuestiones imprescindibles para mantenerse a
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flote, como un marino ante la tormenta cuando sus costas están lejanas. ¿Qué patria le pertenece a un hombre siempre en movimiento? ¿Es la patria del inmigrante la que él deja, la que toma, las que lo acogen? ¿Pueden serlo todas o ninguna? ¿A qué patria pertenece él? Pero entre los versos de Gerbasi vemos no las preguntas, sino la afirmación de un hombre que siente en su padre una patria, un puerto perdido que lo sume en la incertidumbre de sentirse hijo de inmigrante en una tierra que intenta comprender, que intenta hacer suya al entender por qué su padre la hizo suya. Y así, reconocerla. Los paisajes transmiten emociones y recuerdos: el poeta encuentra a su padre en las flores, en la tierra, en la noche y en esos relámpagos que le permiten ver más allá de los velos oscuros. Pero siempre vuelve, después del breve fulgor, la certeza nocturna que es la ausencia del padre, ausencia hecha presente en cada uno de los movimientos del campo, de un campo por adopción, de una tierra lejana a la tierra que lo vio crecer, pero a la que le pidió amparo, que amó y que lo recibió, y que es por eso una tierra que habla de él a su hijo. En el canto xv, Gerbasi enumera lo que vio su padre al llegar, para concluirlo así, dándole una voz al ausente, que no parece dudar ni sentirse desamparado: Y hablaste, circundado por venados atónitos:
“¡Ampárame, oh tierra maravillosa! Yo me estaré contigo adorando tus peñas que en las penumbras tienen rostros de nuevos dioses. Yo vengo de los puertos, de las casas oscuras, donde el viento de enero destruye niños pobres, donde el pan ha dejado de ser pan para los hombres. Yo vengo de la guerra, del llanto y de la cruz. ¡Ampárame, oh tierra maravillosa!”
Los dolores de la guerra, del llanto, de una Europa dolida, desmoronada, despedazada en sí misma por la ceguera de sus hombres, lo llevan a un campo siempre florido, siempre maravilloso, que lo recibe sin más preguntas: Ahí te acogían, y ahí estaba tu noche. Tú venías, venías con tu vida y tus recuerdos, con tu voz y tus pequeños papeles amarillos, con tu alegría y tus angustias, pero nadie sabía de dónde venías.
Pero continúa la tormenta que es el regreso, el dolor de una guerra, la experiencia de tener una cultura arraigada en lo profundo, una cultura que se transmite a la descendencia; y así el inmigrante italiano se vuelve padre del poeta venezolano, padre de sus sombras, padre de su poesía. El poeta venezolano ve converger en sus palabras
una afluencia de voces, de experiencias, de movimientos que quizás no ha vivido todavía, pero que presiente dentro de sí, que encuentra reflejados en el agua clara de su ser. El recuerdo está vivo para el inmigrante, sus historias son historias de otra tierra porque desconoce el lugar en el que está, pero a medida que lo va conociendo este lugar crece en él, lo acoge y es acogido entre sus recuerdos, entre sus vivencias, y más pronto que tarde se funden los fantasmas lejanos con los lugares presentes, se entrelazan las historias, se encuentran unas palabras con las otras en un hombre al que su hijo le dice con precisión: Tú estabas aquí, solo, devorado, mudo, con tu garrafa de aguardiente para la noche, con tu perro y tus estrellas de otro mundo.
Solo, devorado, mudo, el hombre entregado a un firmamento que no le pertenece, se enfrenta consigo mismo entre sus dos tierras. Continúa mostrándole a su padre ausente cómo era cuándo estaba presente, y al mismo tiempo se refleja en ese hombre cuyo movimiento lo marca sin escapatoria. Todo el canto xxii traza un retrato de este inmigrante: ¿No sabías, acaso, que deambulabas en tu propio drama, con
tus
harapos
incendiados,
huyendo a través de las sombras,
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verso: “Yo vengo de esa hora que soporta en el fuego, la tierra”, dice en el canto siguiente. El en la sombra, en la soledad, en la hijo, entonces, existe en la tierra que el existencia, padre eligió para él, una tierra sin raíces como aquel que se debate en su en la que apenas puede crecer, pero no sueño anónimo y sombrío? se arraiga. con tu boca, tus manos y tus sienes
Había una hora en las tabernas para ti,
junto al marinero, y al beodo, y al abandonado, y al triste, y junto a la prostituta que lucha con su corazón y sus recuerdos, y quiebra copas contra los muros del mundo, y ríe y canta, y ríe en la tristeza, y siempre ama con su extraño
Vienen de ti mi afán y mis palabras, y es tu sangre la que dice con mis labios: hierro, pan, campana, frente, piedra, flor, caballo, casa,
sartén,
naranjo,
césped
vespertino, romero, yerba, clavo, cayena y astromelia. Y está aquí mi existencia con hijos
corazón.
en las horas,
Y había una hora a la sombra de un
con hijos que me llaman en las horas,
gran ceibo para ti.
buscándose a sí mismos en las horas.
Y había una hora que no era de
Y a medida que avanza el poema vamos comprendiendo mejor Tú eras un hijo de la tierra, el plural con el que empieza y termina: moviéndote en la tierra, en las “Venimos” le dice el poeta, marcado por ciudades, en los campos, hundido en tus las palabras de ese hombre que se movió de sus campos sin predecir con aquel solitarios recuerdos, bajo los vientos que barren los simple, arduo, necesario gesto todo el movimiento que ocasionaría: anchos arenales del crepúsculo. ningún sitio para ti.
El poema va trazando con cada vez más certeza círculos sobre la noche del padre, esclareciendo sus posturas ante el inmigrante, que se movió de una tierra a otra para encontrarse a sí mismo fuera de ambas tierras, desorientado en su sombra carente de lugar. Esta hora, que nos resulta terrible, espantosa, inclusive odiosa, signa al hijo en un
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Y estoy aquí buscando las respuestas de mi sangre, los signos solitarios que me hieren, mis huellas que me siguen en la tierra, mis huellas que vienen de tu vida, padre mío, padre de mi pesadumbre. Y de mi poesía.
Perdido, quiere afirmar su deseo de liberación, quiere desembarazarse del peso de estar atado a la hora sin lugar que lo vio nacer, a su origen entre orígenes. El canto xxviii es especialmente revelador para concluir el poema que es elegía y reclamo, búsqueda personal y despedida profunda:
búsqueda y desesperación: “Venimos de la noche y hacia la noche vamos”.
Lo que quiero decir, siguiendo el poema como un caudaloso río de imágenes, es que el poeta habla solo en su desesperación, solo ante un padre que ya no está y a quien comprende perdido y deshecho en sus movimientos Tú, que me lanzaste sobre la tierra y migratorios, en esa dificultad del hombre hacia la nada, de la tierra, arraigado a sus campos, que desde el círculo incendiado de tus emprende un viaje en búsqueda de otra experiencias, tierra que le permita arraigarse y que, desde todas las puertas cerradas, aunque la encuentra, se encuentra a sí desde las calles perdidas, mismo fragmentado, desorientado, y desde los perros que aúllan frente a que nunca más vuelve a ser ese mismo los cadáveres, que era antes de emprender el viaje. desde los puertos que inflaman sus alcoholes en la noche,
El hijo del inmigrante se halla a sí mismo también solo en este viaje hacia las callejuelas, las sombras personales y familiares, un desde las mañanas, desde aquel cielo viaje que habla a otros en esa transición, de samaritanas, desarraigados y vueltos a sembrar, y desde aquellos cerezos temblorosos, también revela algo más, entre líneas: a cuya sombra mi madre que el movimiento también se convierte espero que yo viniese de ti como el sencillo regalo de un pobre; en una patria, y que cuando se descubre que no se puede volver a ser el mismo en tú, junto a ella, levantas mi sombra un solo lugar, como ya vimos en el viejo en los valles de mi propio corazón. Ulises, el viaje se vuelve imprescindible. Desde todos esos lugares reafirma Así demostrarán sus libros posteriores y el poeta que viene. ¿Hacia dónde va? sus oficios. Hacia la nada, hacia la noche. El poeta levanta y encuentra en su sombra que los lugares en los que estuvo y estará antes y Viernes, un manifiesto de después del poema son diferentes, tienen movimiento y heterogeneidad su propia huella. Treinta cantos después, el poeta repite las primeras palabras, Viernes contribuyó, durante los años palabras entre padre e hijo, palabras de que hemos mencionado, a elevar el nivel desde la pobreza que va huyendo por
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intelectual de la literatura venezolana, y en especial de su poesía, nutriéndose de múltiples corrientes internacionales y dando a conocer en el país a poetas como Rilke, Novalis, Hölderlin, Rimbaud, Valéry, Eliot y otros tantos. La poesía venezolana no es la misma después del grupo Viernes, y su manifiesto precede cambios hacia a una poesía introspectiva, metafísica, cercana a su tiempo y a movimientos globales.
expandirse por el continente; porque, como dicen, resulta necesario para ellos prepararse para el reposo que llegará con el reconocimiento. Para estar tranquilos, conocerse a sí mismos, afirmarse a sí mismos. Así, escribe en un documento Vicente Gerbasi:
En su manifiesto, escrito por Pablo Rojas Guardia, y publicado en el primer número de la revista anuncian: “Viernes es un grupo sin limitaciones. Y es esta —Viernes— una revista que expone poesía; y que se expone” (Santaella 1968: 33). Abierto a una conjunción de generaciones, “se identifica con la ro-sa-de-los-vien-tos. Todas las direcciones. Todos los vuelos. Todas las formas. (¿Acaso sé yo las normas de mis compañeros?)” (Santaella 1968: 33)
una orientación, una manera de
A la muerte de Gómez, quien tiranizó al país durante 27 años, hubo un estremecimiento total del país y cada quien buscó una ubicación, adaptarse a la nueva Venezuela que sin duda alguna tenía que surgir. En el campo literario, algunos poetas de diferentes generaciones comenzamos a reunirnos en un bar de fines de siglo, con suntuosa ebanistería, situado en la esquina de La Bolsa, frente al Capitolio. Los primeros fuimos Ángel Miguel Queremel, Luis Fernando Álvarez y yo (Gerbasi, s/f).
Y continúa elaborando su Esta apertura a todas las formas perspectiva del grupo Viernes, tiempo abre múltiples caminos en la escritura después: poética venezolana, caminos que luego El Grupo Viernes apareció por seguirán desarrollándose a lo largo del combustión espontáneo. Pensamos siglo xx. Dicen, en el mismo manifiesto, que, como en todos los órdenes, “Estamos paladeando la geografía del debía aparecer en nuestro país una Continente con un propósito. Nuestra poesía nueva. El mundo estaba en poesía es inevitable” (Santaella 1968: ese momento en plena ebullición 33). La heterogeneidad, la mezcla abierta con todos los ismos, especialmente de ideologías distintas, de generaciones con el surrealismo que le dio un distintas, de poéticas distintas, articula cambio radical a la poesía. Nosotros una fraternidad en este grupo que se nos acercamos a ese movimiento, haciéndole frente al melancólico sienta a compartir la misma mesa, a
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provincianismo en que había caído la poesía venezolana (Gerbasi, s/f).
El libro que hemos comentado en estas páginas, Mi padre, el inmigrante es posterior a las reuniones de Viernes y a su revista, que duró hasta 1941. Cuatro años después es publicado el libro que hoy estudiamos, y tiene razón Gerbasi cuando concluye el documento anterior afirmando: “En Venezuela no se escribe igual antes y después de Viernes”. Hombres de su tiempo, buscaron con mayor o menor calidad literaria, con mayor o menor acierto, abrirse a un mundo pletórico de cambios, experimentos, indagaciones que se encontraban con el anticuado provincianismo costumbrista en el que muchos poetas venezolanos querían persistir.
posibilidades, en busca “del rumor, de la prisa, premura, afán por estar listos para el sábado, ese sábado, mañana, cuando ya estemos tranquilos y otros vengan al juicio de nuestros actos” (Santaella, 1968: 33). Cuando la poesía venezolana adquiera un reposo, una identidad, una consolidación entre toda esta amplitud de opciones que pueden, por igual, pertenecernos, como hijos de inmigrantes, como parte de un pueblo en el que coexisten tantas geografías como embarcaciones han llegado a sus puertos, en el que todas las historias del mundo se han sentado a la mesa a compartir “el pan y el vino” (Santaella, 1968: 33). Sin afán de trascendencia, con la inmediatez de aquel que, desplazado fuera de su tierra, la lleva consigo, y la comparte con otros que han hecho lo mismo, y ve en el horizonte un porvenir en el que se mezclan todas las direcciones, todos los vuelos, todas las formas, quizás ya sin la esperanza de consolidarse en una, sino con la certeza de convivir en su heterogeneidad de caminos (Repito: ¿Acaso sé yo las normas de mis compañeros?).
Encontrar, paladear, compartir opiniones, experiencias, textos de un mundo en constantes convulsiones enriquecía certeramente las perspectivas de estos hombres que no se sentían ni de una sola generación, ni de un solo lugar, ni de una sola vertiente artística: transmitían la necesidad de una poesía nueva, y tenían la certeza de que esta poesía era inevitable, quizás porque en ella incluían todas las direcciones y todas Los beduinos y el inmigrante las formas. Para Viernes, como dicen en su manifiesto y texto Liminar, no existen las limitaciones. Traspasar, pues, este umbral abría la literatura venezolana en todas las direcciones, a todas las
En 1968, veintitrés años (y varios libros) después de Mi padre, el inmigrante, Gerbasi publica un libro titulado Poesía de viajes que, como buena parte de su obra, abarca poemas que pertenecen a su
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vida como diplomático y viajero. Entre del viento del desierto que espanta a los estos poemas quiero resaltar uno, Los demonios, porque todos los días son beduinos, no solo por su singular belleza, iguales y diferentes. sino porque es pertinente para la imagen Apenas un tenso diálogo del inmigrante que he estado trazando y existe entre su nacimiento y su que se ve entre las líneas del largo poema muerte, que hemos mencionado. entre el amanecer y la caída de la Los beduinos, mencionados varias veces a lo largo de la obra de Gerbasi, son recurrentes en su imaginario. Son nómadas, sobra decir, y existen como pueblo donde no hay una población fija (recordemos el verso de Gerbasi a su padre: “y había una hora que no era de ningún sitio para ti”). Los beduinos busca plasmar los atributos y las costumbres de este pueblo, e inclusive les da la palabra: De pie, ellos dicen: “Cuando Dios creó el mundo, Él tomó el viento y con el viento Él hizo los beduinos. Después Él tomó una flecha, y con la flecha Él hizo el caballo. Después Él tomó el barro, y con el barro Él hizo el asno. En fin, por pura conmiseración, Él tomó el estiércol del asno, y con el estiércol del asno Él hizo los campesinos y los ciudadanos” (Gerbasi 1968).
Este mismo desprecio de los beduinos es el desprecio de alguien que toma al movimiento como patria, que encuentra en esta tribu una serie de actitudes que exalta por considerar hermosas, dichosas, similares. No hay tiempo para los beduinos porque son
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noche que vuelve a encender las arenas en un misterio rojo de horizontes (Gerbasi 1968).
No mentía Vicente Gerbasi cuando le decía a su padre, padre de su poesía. Este tenso diálogo que el poeta otorga a los beduinos, ¿no es el mismo tenso diálogo que reitera cuando dice a su padre “venimos de la noche y hacia la noche vamos”? ¿No es el mismo misterio cubierto de otras telas, teñido de otros horizontes, el que mueve al poeta de lugar en lugar, signado por la certeza de ser un hijo de inmigrante, un hombre nómada, un hombre carente de espacio y de tiempo propios? Y ahí está su solidez, y ahí las reiteraciones que resalta de este pueblo que, de generación en generación, preserva su nomadismo como rasgo de identidad, que desprecia a los pueblos sedentarios en su orgullo viajero. “Ellos son los puntos cardinales”, y su hospitalidad peligrosa y altanera los representa, los identifica ante la mirada de este hombre que los encuentra y los retrata, que acepta su “café / molido al son de sus tambores” y “agua de cisterna”, agua de viajero, agua en movimiento
cuyo origen es solo recuerdo, y unos ojos preservan la antigua; otros prefieren peligrosos, “y la muerte como arena del encontrar en esos trozos de sí mismos un nuevo movimiento, y en ese nuevo desierto”. movimiento, un nuevo rostro que los Un hombre reconoce, cuando lo haga pertenecer: a ningún lugar, a todos ve en otros ojos, su destino. Un hombre los lugares. encuentra su identidad en otros hombres Porque, en ocasiones, tanto que, como él, comparten el mismo destino, que comparten la inmigración, desplazamiento conlleva un origen el movimiento, el nomadismo que han personal, íntimo, y tan originario que adquirido de sus padres, que han visto en su valor principal es el de habernos otras generaciones y que han conversado impulsado a movernos durante toda con sus compañeros. Un hombre que nuestra vida. Y quizás por eso escribe, se asume hijo de inmigrante no es el en uno de sus últimos poemas (de 1992), mismo que uno que se asume también Los oriundos del Paraíso, lo siguiente: inmigrante él mismo, que preserva dichoso esta vocación de nomadismo, esta ansiedad de movimiento. No existe paz en la quietud de un hombre que se asume nómada y requiere verse siempre en un entorno cambiante. Encontrarse en, una vez más, todas las direcciones. Cuando Gerbasi habla a su padre en esos momentos (en 1945), me atrevo a decir, sus palabras no son solo para él, sino también para sí mismo, para su deseo de comprenderse como inmigrante, como habitante de una tierra en la que ya se siente desplazado, fragmentado; y en esta carencia de unidad comprende que solo puede ser completo en el movimiento, en el espacio que deja libre y que lo invita a avanzar. El plural lo delata, no habla solo de su padre. Ni siquiera solo de sí mismo, sino de tantos inmigrantes como ellos en una situación similar: algunos se arraigan en una nueva identidad; otros,
Los oriundos del Paraíso inventaron las orquídeas que mueven el silencio de las horas. Los oriundos del Paraíso hicieron oler un rubí el que nos acostumbraba la tristeza del Orinoco sombrío los oriundos del Paraíso lanzaron las más bellas mariposas que vuelan entre las ramas de los viejos cafetales de Canoabo. ¿Y qué es Canoabo? ¿Quiénes lo hicieron? Lo hicieron los oriundos del Paraíso. Allá donde toda vastedad suena en los montes. Y en una sabana poblada de animales en un azul lejano de montañas, donde canta la noche con sus astros. Los oriundos del Paraíso son de Canoabo.
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Bibliografía Santaella, Juan Carlos (1986): Diez manifiestos literarios venezolanos. Caracas: La casa de bello. Gerbasi, Vicente (s/f): Texto sobre el grupo Viernes. En http://www.vicentegerbasi. net/biografia/viernes.htm [Última visita: 18.10.2015] Gerbasi, Vicente (1945): Mi padre, el inmigrante. Poema íntegro. En http://www. vicentegerbasi.net/obras/mipadre.htm [Última visita: 18.10.2015] Gerbasi, Vicente (1968): Poesía de viajes. Los beduinos. En https://trazosdelamemoria.wordpress.com/2012/04/24/146-los-beduinos/ [Última visita: 18.10.2015]
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Reflexiones sobre el significado del tiempo en El Jarama, de Sánchez Ferlosio Raquel López Introducción: La novela en su comentarios al margen, elaborado por un contexto histórico “autor-cámara” que procura no realizar ninguna observación. Las lecturas En 1955, un joven escritor recibe el se plantean desde una órbita abierta, Premio Nadal por su novela El Jarama. El siendo el objetivo la reproducción de autor, Rafael Sánchez Ferlosio (1927), hijo una historia mental distinta conforme a de un reconocido intelectual de ideología las diferentes vivencias y puntos de vista falangista, daba forma de manera del que recibe esta suerte de fotografías magistral a un nuevo estilo, resumido en La hora del lector (Castellet 1957), escritas de la realidad. El cometido del que fue publicado como el manifiesto autor, pese a lo que pudiera parecer, de toda una nueva generación de presenta una enorme dificultad, pues escritores españoles. En él se especifican debe observar con atención científica las pautas para la construcción de la todo lo que le rodea, extrayendo los novela entendida como social en la elementos necesarios que le permitan década de los 50. Uno de los rasgos que crear una realidad paralela en la novela, caracterizan y definen la tendencia es con el fin de que los lectores, al observar el ocultamiento del autor, influenciado dicha realidad reflejada en sus páginas, por el neorrealismo cinematográfico perciban lo que se esconde detrás de las italiano. Así pues, los narradores de imágenes cotidianas. Estructuralmente, este periodo se limitaban a exponer esta concepción de totalidad la los hechos, siendo la propia voz de los encontramos en El Jarama, donde se personajes la que mostraba el interior intenta transmitir en una lectura de de sí mismos. Según sus seguidores, el dieciséis horas sucesos que tuvieron cambio narrativo de la novela era un paso lugar exactamente en ese tiempo. Pero necesario, ya que, con la invención del esto es imposible en una novela lineal, cine, “la sensibilidad colectiva se habitúa como muy bien dice Borges: “Lo que a ver narrar” (Castellet 1957: 35). De ese vieron mis ojos fue simultáneo: lo que modo, el lector deja de ser el espectador transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje de un conflicto planteado y resuelto para lo es” (1983: 167). Por eso mismo hay convertirse en constructor del drama del idas y venidas en el tiempo, que intentan que se nos ofrecen imágenes lisas, sin compensar de una manera narrativa la
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incapacidad de la palabra para dicho fin. el instante preciso, tan cambiante como efímero. Sin embargo, los dos Otra de las características que grupos humanos que protagonizan la dan unidad al estilo, y que encontramos novela parecen vivir ajenos a su tiempo en la novela que nos ocupa, es la del inmediato, que sigue su curso, como las protagonista colectivo. A falta de aguas del río. A través de los diálogos descripciones personales, conocemos que mantienen los personajes, veremos los distintos caracteres por las relaciones las causas de su desconexión con su dialogales que mantienen entre sí, ahora, ligado indiscutiblemente al motivo por el cual no hay un único tiempo histórico en el que les sitúa un protagonista, sino todos y ninguno. joven y brillante escritor, mucho menos Probablemente, la obra en la que vemos inocente que la apacible tarde de verano más claramente funcional este rasgo que nos muestra en El Jarama. es La colmena, de Cela. En El Jarama no podemos considerar que haya personajes con un grado de importancia La generación de los paisanos de notable en comparación con los otros, la venta: tiempo pasado pero la caracterización es mucho más intencionada de lo que en principio Este apartado está dedicado por entero podría parecer. Como veremos, las a la generación predominante en los significaciones ocultas tras un realismo parroquianos de la venta, hombres y pasivo mostrarán una crítica feroz mujeres ya maduros que, recordemos, contra los estados totalitarios, que habrían sufrido la Guerra Civil del ahogan la vida de las personas tanto en 36 siendo jóvenes. El recuerdo de la sus actos como en sus pensamientos; tragedia bélica está muy presente en sus además, lejos de ser un autor-cámara, pensamientos, no solo por el trauma las breves intervenciones del narrador que supone un acontecimiento donde el se perciben como gotas de poesía, en monstruo humano se muestra en toda su absoluto anodinas. El tiempo, por otro crueldad, sino porque arrastran aún sus lado, es absolutamente fundamental en consecuencias. La terrible experiencia la comprensión última de la novela. Ya y la más que probable represión se hemos indicado que fue concebida para muestra en conversaciones que desvelan ser leída en dieciséis horas. Los hechos su amargura. Lo observamos en que se cuentan tienen lugar durante comentarios como el que sigue: un domingo en el río Jarama, un día —Ah, eso yo, porque me da lo cualquiera de la década de los 50. Se trata mismo vivir diez años más que cinco menos. Para lo que hemos quedado, de captar el momento justo, el presente,
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el dinero de la venta de sus posesiones. 2009: 61). La justicia brillaba por su ausencia para los excautivos por sus ideas contrarias al Uno de ellos es Lucio, personaje movimiento ganador, lo que condenó a que permanece sentado toda la jornada, Lucio a la inactividad decadente, como como acostumbraba a hacer: se explicita en varias ocasiones: a estas alturas. (Sánchez Ferlosio
Pronto le conocieron la manía y en cuanto se hubo sentado una mañana, como siempre, en su rincón, fue el mismo ventero quien apartó la cortina, sin que él se lo hubiese pedido (12).
Un hombre de mediana edad
—Anda que no hubo lío en aquellos años, como para encontrar papeles, ni andar probando ninguna cosa. Cada cual arreó con lo que pudo y después adivina quién te dio. Como para que a mí me queden ganas de establecerme otra vez.
sin sueños. Que podría tener un oficio,
—Así es —asintió el hombre de los
pero ha perdido la ilusión por trabajar, y
z. b.—. Diga usted que no hay más
probablemente por vivir, siendo su vida
que disgustos. Mejor así; quedarse
un mirar pasar transeúntes a la puerta de
tirado uno en la postura en que uno
una venta en un camino poco transitado. El motivo de su actitud acabada ante la vida se aprecia unas líneas más abajo, donde se cuenta que fue panadero, pero que perdió el negocio al ser estafado por su socio: Yo tenía una tahona en Colmenar. Mi socio la vendió y se guardó los cuartos. Se conoce que contaba con que no iba a salir yo nunca del otro sitio (66).
No se dice explícitamente, pero deducimos que la frase no iba a salir yo nunca del otro sitio se refiere a que este personaje fue un preso republicano en los años que siguieron al fin de la guerra, circunstancia que fue aprovechada por su colega para estafarle y marcharse con
ha caído cuando lo han tirado. Usted sabe la vida (66).
La apatía que se percibe en su personalidad es debida al sentimiento de derrota, pues no debemos olvidar que ha sufrido en sus propias carnes el haber batallado en el bando perdedor, con las consecuencias derivadas en cuanto a sus posibilidades de prosperar en una sociedad que le miraba con recelo, al menos en los años posteriores al conflicto bélico. De hecho, la única vez en la que muestra energía es ante un joven que cuestiona su actitud, donde se hace evidente que la manera pasiva en la que se desarrolla su vida no ha sido una decisión personal, sino producto de unas circunstancias que le fueron del todo adversas:
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—Vamos a ver, ¿y tú cuántos años
edad que tenía, no me podía asustar
tienes, muchacho? Me parece que
el mundo. […] Por eso es por lo que
van a ser muy pocos para saber nada
digo que me ha tocado el seis doble
de aquello. Andaríais a lo sumo
en esta vida (106).
jugando a los bolindres… Aniano se puso rojo; oscurecía el entrecejo. Lucio seguía: —¿De modo que no hay que darse por vencidos? Pues ya sabrás alguna vez, si alcanzas a saberlo, que no es uno mismo el que se da por vencido ni deja de darse… Ya te enterarás. Con que ahora mejor que no hubieras abierto la boca, ya lo sabes (67).
Las alusiones a la guerra siguen sin ser explícitas, refiriéndose al periodo bélico como aquello o aquellos años. Debemos tener en cuenta que la novela fue publicada en 1956, donde un gran sector de los que gobernaban el país pensaba en la Guerra Civil como una Cruzada con vencedores y vencidos. Otro de los personajes de los que también vemos su actitud derrotista y, en este caso, melancólica y lejana, es el hombre de los zapatos blancos. También este muestra que su desarraigo ante la vida tiene su origen en vivencias pasadas: —En
el
treinta
y
cinco.
Yo
tenía diecisiete y soy el mayor. A los diecinueve me tocó de incorporarme. Cuando volví del frente, me encuentro con que la casa ya tenía otro amo. […] Pues ya con lo corrido que estaba de la guerra y la
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Como podemos ver en estas líneas, las consecuencias para una gran parte de la población, que estuvo en el “bando vencedor” pero quedaron traumatizados tras el cruento suceso, no fueron mucho más halagüeñas que para los que efectivamente perdieron. En un conflicto bélico que tiene lugar en el seno de un país, todos pierden, nadie se salva del impacto que supone lo grotesco del ser humano elevado a lo salvaje. La actitud de los personajes son claras a este respecto, intención primera de Sánchez Ferlosio y el grupo de escritores que pretendían denunciar las consecuencias que tuvo la guerra en una época en la que nada de esto se podía decir, pues la propaganda del régimen seguía hablando de “Año de la Victoria”, ”Cruzada” y “Espíritu Nacional”. Lo cierto es que detrás de esa retórica vacía el conjunto de los españoles vivía agachado, con una actitud vital ligada a la mera supervivencia, sin sueños ni esperanzas, intentando superar en silencio el trauma de haber vivido una lucha sangrienta entre vecinos, entre personas con las que se vivía en relativa paz, que se habían convertido en un enemigo a eliminar por causas políticas, por grandes ideas que la mayoría de la población (que seguía anclada en el analfabetismo, pese a los esfuerzos realizados durante la Segunda
República) no solo no compartía, sino que quizá ni siquiera entendía. Así, habían sido lanzados unos contra otros como marionetas en un tablado macabro, destrozando con ello sus vidas y sus sueños. Y después de todo aquello ni siquiera se les permitía una queja abierta, un grito unánime clamando por una justicia que les resarciera de la tragedia en la que se había convertido su existencia. Porque la sangre abrió paso a la mordaza, y los españoles aprendieron a sobrevivir en silencio, transformando su pena en amargura con el paso de los años. Dicha actitud se expresa muy bien en boca de Lucio: —Yo jamás he creído en eso de obrar las personas con arreglo a la mera justicia. Al fin y al cabo no hay más justicia que la que uno lleva dentro —se señala el pecho con el índice—; y hasta los que proceden desinteresadamente, date cuenta, hasta esos, tienen siempre, aunque parezca difícil, algún motivo escondido, de la clase que sea, para inclinarse a obrar de una manera, mejor que de la otra (144).
Se resume de esta manera la actitud que caracteriza a los parroquianos de la venta en el camino, para los que la retórica oficial del régimen caía como granizo en terreno muerto, pues detrás de las grandes palabras no había nada, habida cuenta de que su día a día era una injusticia silenciosa. Seres humanos
acabados y sin expectativas, sin futuro, y con una realidad vacía y anclada en un pasado inasumible.
La generación de los jóvenes en la orilla: tiempo futuro A lo largo de las líneas siguientes nos centraremos en los jóvenes madrileños que se reúnen para pasar una tarde de domingo a orillas del río. Pertenecen a un tipo de proletariado urbano que se encontraba en auge en los años 50, pues el país se encontraba en pleno proceso de industrialización. Esta generación vivió la Guerra Civil siendo demasiado inmadura para comprender. Tan solo desean olvidar tan traumático pasado y mirar al futuro. Es por eso que sus alusiones al periodo bélico se destacan por ser extraordinariamente breves e insulsas, comentadas con el mismo entusiasmo con el que discuten por comprar un helado, como de pasada. Llama la atención esta actitud pasiva, sin embargo, teniendo en cuenta que el río Jarama fue el escenario de uno de los episodios más sangrientos de la contienda, con varios miles de combatientes fallecidos en un solo día. La única ocasión en la que mencionan tan cruento acontecimiento se muestra de lo más insustancial, como se deduce de sus palabras: —Un tío mío, un hermano de mi madre, cayó en esa ofensiva,
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justamente en Titulcia, por eso lo sé yo. Lo supimos cenando, no se me olvida. —Pensar que esto era el frente —dijo Mely—, y que hubo tantos muertos. —Digo. Y nosotros que nos bañamos tan tranquilos. —Como si nada; y a lo mejor donde te metes ha habido ya un cadáver. Lucita interrumpió: —Ya vale. También son ganas de andar sacando cosas, ahora. Volvían los otros tres; Miguel dijo: —¿Qué es lo que habláis? —Nada; Lucita que no la gustan las historias de muertos. —¿Y qué muertos son esos? —Los de cuando la guerra. Que estaba yo diciéndoles a estos que aquí también hubo unos pocos y entre ellos un tío mío. —Ya… bueno, y a todo esto, ¿qué hora es? —Las doce menos cinco (42).
Estos son los únicos comentarios en los que el grupo de jóvenes excursionistas dedican unas frases a hablar del conflicto. Les resulta un recuerdo lejano y borroso y, sin embargo, la guerra era un acontecimiento no tan alejado en el tiempo de estos personajes que, aunque niños, sin duda habían
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sufrido las penurias derivadas de la escasez de la posguerra. Ni siquiera aquel cuyo familiar encontró la muerte en la batalla del Jarama muestra emoción al hablar del hecho. Lo que desde luego no observamos en este intercambio es un amplio debate, en la que jóvenes instruidos de ciudad se acaloran defendiendo sus férreas posiciones ideológicas; tampoco se percibe dolor por las terribles cifras de muertos, solo una cierta inquietud por haber sacado a relucir un tema incómodo, que es finalizado con rapidez. Y es que, efectivamente, lo que desean es obviar un acontecimiento como la guerra, seguir con sus vidas como si dicho conflicto no hubiera pasado. Esta postura ha llamado la atención del sociólogo y crítico Fernando Morán, que ha afirmado que el hecho que tan claramente se aprecia en El Jarama: “apunta la presencia de una primera generación ahistórica respecto al pasado nacional inmediato” (Villanueva 1993: 179). Es justamente la postura contraria a la que veíamos en los personajes de la venta, que tenían bien presente un acontecimiento que marcó de manera irrevocable el curso de sus vidas. Sin embargo, como muy bien afirma Darío Villanueva: “Pero al igual que entre aquellos que han vivido y padecido la guerra civil, como el barbero y Lucio, su vida, la vida de estos jóvenes, está rota y además vacía, carente de ilusiones y perspectivas de un futuro mejor” (1993: 180).
Otra distinción entre ambos grupos humanos, absolutamente relevante en una novela de esta tendencia, es el diálogo: por un lado, los hombres de la generación que hizo la guerra aparecen destrozados, pero su habla es expresiva y creativa, y sus caracteres definidos; sin embargo, los jóvenes muestran una forma de habla empobrecida e impersonal y sus conversaciones son anodinas. De hecho, el autor ni siquiera se molesta por caracterizarlos en todos los diálogos, encontrando verdaderas ristras dialogales donde participan varios de ellos y, dada su falta de individualidades, llega un momento en el que no está claro quién es el que habla. Es esta una crítica encubierta al ya mencionado proletariado urbano, personas que poblaban las ciudades españolas, obreros que habitaban en grandes urbes como Madrid, inmersos en una mecánica de producción sistemática y despersonalizadora. De este modo, lo que para la retórica del régimen era “progreso”, cifras económicas abultadas que hablaban de esperanza para la población, mientras se recibían ayudas de otros países como “el plan Marshall”, proveniente de los productivos Estados Unidos de América, mientras se creaban fábricas y se inauguraban presas y se construían grandes esculturas como el Valle de los Caídos, mientras el boletín oficial se cargaba de sustantivos y abundante adjetivación hiperbólica de cara al exterior, los españoles,
pretendiendo subir al tren del progreso cerrando los ojos a su pasado, mostraban un enorme, terrible y enfermizo vacío espiritual. Así, en fragmentos como el que se presenta a continuación, se muestran las condiciones laborales de estos jóvenes, que lo soportan todo con la cabeza gacha: —Mañana, lunes otra vez —dijo Sebas—. Tenemos una de enredos estos días… —¿En el garaje? —¿Dónde va a ser? […] —¡Cada día más trabajo, qué asco! El dueño tan contento, pero nosotros a partirnos en dos. —Tú no pienses en nada. —¿Cómo que no? —Que no te acuerdes ahora de eso. —Es imposible no pensar en nada, no siendo que te duermas. Nadie puede dejar de pensar en algo constantemente. —Pues duérmete, entonces (193).
Esto es lo que ocurre con una generación que se denomina “ahistórica”, ya que, al igual que la personalidad de un ser humano reside en la suma de sus recuerdos y vivencias, una generación que trata de obviar una parte que, aunque traumática, es trascendental para el curso
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de la vida de un país, para que una nación se permita avanzar, para que realmente asuma las peculiaridades de un progreso mecanicista, en el que los seres humanos no son más que cifras integrantes en el engranaje, necesita y de hecho debe asumir su pasado, las responsabilidades de unos y de otros. Porque es peligroso no pensar, dejar que los acontecimientos arrastren la existencia de cada uno, creyéndose la versión oficial aunque el día a día continúe apático y gris. Lógicamente, una actitud que muestra tan patológico grado de pasividad es antinatural, y bajo la aparente alegría que muestran los jóvenes en su domingo en el río se esconde una amargura profunda, el malestar causado por la falta de horizontes, que se trasluce en algunas de sus intervenciones, como la que presento a continuación: —No lo comprendes, ¿eh? —Miguel hizo una pausa y resopló por la nariz, suspirando; levantó el torso sobre los codos y miró a todas partes, hacia el río y los puentes—. Pues yo tampoco, Sebas, si quieres que te diga la verdad. Es que uno está muy quemado. Eso es lo único que pasa. Y ya no quieres
es que no te incomodes conmigo. Ya lo sabes de siempre que… (168).
Son estas las consecuencias indirectas de una guerra que a todos maldijo, incluso a aquellos que pretendieron cerrar los ojos al horror. Resulta llamativo que una novela tan crítica con el régimen no fuera censurada y, de hecho, recibiera premios y condecoraciones. La única explicación es que la obra tiene varias capas de significación: la primera, evidente, es la de ejercicio lingüístico, por la que el escritor reúne formas de habla popular y las plasma sobre el papel en un ejercicio testimonial, pero carente de interés literario. Sin embargo, el segundo nivel de significación que hemos valorado en este apartado muestra que El Jarama es mucho más que pura forma, pues implícitamente en su estructura se encuentra toda una crítica a la situación no solo material, sino también moral del país. Afortunadamente para la novela, este segundo nivel de significación no fue percibido en la década de los 50, donde se acogió como un texto costumbrista e inocente.
ni oír hablar de lo que te preocupa. —Se pasó por la frente una mano y buscó el sol con la vista, por cima de los árboles—. Complicaciones no las
El río como personaje: el tiempo presente
La novela da comienzo con una cita de tiene razón, y yo, y aquel de más allá. Leonardo da Vinci, que recoge en sus Y al mismo tiempo no la tiene nadie, líneas el panta rei del griego Heráclito: pasa eso. Por eso no gusta hablar. Así “Todo fluye, somos y no somos”. Se quiere nadie. Y tú tienes razón y esta
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trata de una alusión directa al tiempo en su eterno fluir, con la concepción que tienen de la vida los traumatizados presente, que se escapa ante nosotros: grupos humanos que pueblan la novela. El agua que tocamos en los Todos ellos desperdician su ahora: los ríos es la postrera de las que parroquianos de la venta no pueden se fueron y la primera de las olvidar su espantoso pasado, y malviven que vendrán; así el día presente. en la amargura, siendo incapaces Además de la cita, empieza la de asimilarlo; a su vez, los jóvenes narración con una descripción del río desmemoriados corren desbocados tras Jarama extraída de un libro de geografía. un futuro que quizá les libre de su inane Una enumeración exacta e inmutable. existencia urbana. Sin embargo, como Así pues, el río Jarama se contempla recordamos, estamos ante una obra que como símbolo desde el principio, pues se articula en el tiempo presente, que representa el eterno fluir del tiempo, trata de captar el instante de manera casi que se sucede impertérrito, eterno cinematográfica. Todo es controlado en su cauce. Contrasta la eternidad por el autor-cámara, pero para los temporal que se simboliza en el río con domingueros, que pretenden avanzar el tiempo de vida de los personajes que, dando la espalda a su traumático pasado, evidentemente, tiene fecha de caducidad. el paso del tiempo es una maldición que Estos dos tiempos, el eterno simbólico tratan de obviar a lo largo de toda la y el humano mortal se enfrentan novela: con la muerte de Luci, en la que esta pierde la batalla contra el tiempo, guerra que todos lidiamos a lo largo de nuestras existencias. Como vemos, la confrontación entre tiempo terrenal y tiempo absoluto que supone la muerte de un ser humano tiene su correspondencia simbólica en las aguas del río, que, por otro lado, fue el auténtico ganador en la batalla del Jarama, donde miles de vidas fueron segadas en el transcurso de unas pocas horas terrenales.
Habían preguntado la hora; Zacarías agarraba a Miguel por la muñeca, tapándole el reloj; le decía: —¡Loco, estás loco tú ahora jugar con esos instrumentos! ¡Eso es la muerte niquelada! (262).
La frase adquiere un dramatismo mayor en contexto, ya que mientras se pretende silenciar el paso del tiempo, alargando el único día en el que este grupo de jóvenes se sienten vivir, el río-tiempo ya había ganado la batalla a Por su parte, contrasta Lucita. Pero no es esto tan sencillo, es enormemente la presencia del río, decir, la vida no está para exprimirla símbolo del tiempo presente que no cesa durante dieciséis horas a la semana,
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durante el tiempo estipulado por las máquinas-hombres que tratan de regir el destino de toda una nación. Es este el motivo por el que la supuesta diversión que tienen estos jóvenes obreros resulta artificial, carente de sentido, en constante tensión. Los nervios están permanentemente a flor de piel, pero las discusiones que se suceden resultan absurdas al lector, pues en una novela esperaríamos encontrar confrontaciones surgidas a raíz de un gran suceso o, al menos, de una interesante conversación. Sin embargo, estos personajes anodinos parecen explotar por el resentimiento que puebla su interior, entre conversaciones aburridas y frases convencionales. De este modo, un inocente baño en el río acaba en una pelea feroz, explicada en términos que muy bien podrían ser parte de la cruenta batalla que efectivamente se vivió en sus aguas durante la guerra:
engaña a sí misma, pretendiendo olvidar sin entender: —Me parece -asentía el pastor—. Quieren coger el cielo con las manos, de tanto y tanto como ansían de divertirse, y a menudo se caen y se estrellan. Da la impresión de que estuvieran locos, con esas ansias y ese desenfreno; gente desesperada de la vida es lo que parecen, que no la calma ya nada más que el desarreglo y la barahúnda (340).
Esa vida acelerada, que incapacita a los jóvenes a disfrutar de su presente y los lanza hacia un futuro sin sueños se presenta como un pulso con la muerte, contra el tiempo que se les escapa entre los dedos en una vida sin alicientes. Dicha relación se muestra de manera simbólica en la novela, pues el río Jarama, tumba de tantos soldados e imagen del tiempo que corre inexorable, adquiere estatus Se amasaron en una lucha alborotada como personaje hacia el final, cuando ya y violenta; un remolino de sordos se ha cobrado a su víctima: salpicones, donde se revolvían ambos cuerpos y aparecían y desaparecían los
miembros
resbaladizos,
los
—El río este lo que es muy traicionero. Todos los años se lleva
músculos crispados y las cabezas que
alguno por delante.
querían ansiosamente respirar (52).
—Todos —dijo el pastor.
Esta forma de vida antinatural es comentada por el pastor que, pese a pertenecer a la generación madura que ha vivido de forma activa la guerra, su ritmo vital pausado le lleva a ser el encargado de exponer con claridad la problemática de esta forma de ser que se
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El alcarreño: —Y siempre de Madrid. La cosa: tiene que ser de Madrid; los otros no le gustan. Parece como que la tuviera con los madrileños (305).
El río, como vemos, deja de ser un
elemento natural de recreo para adoptar sus oídos ante los gritos de los que piden personalidad propia: justicia, que mirarán para otro lado ante las penas de muerte por causas políticas, Lo que es el río, bueno es él que aplaudirán cuando se les exija y para conocer a nadie, ni tener aceptarán el modelo de vida que se les consideraciones con ninguno. […] Aguas estas, que tienen siete capas, trate de imponer, aunque ello anule con todos sus recovecos y sus una parte de su personalidad, aunque dobleces y sus entretelas. Como una sus vidas acaben siendo una batalla cosa viva; […] Que no es persona contra el tiempo perdida de antemano, este río. No es persona ninguna de sumidos en ritmo de vida que solo fiar. Con una cantidad de hipocresía, busca la producción sistemática y que obvia el hecho de que los que mueven que le tiembla el misterio (306). la maquinaria son vidas humanas, que Es especialmente llamativa esta se agotan poco a poco sin apenas haber caracterización tan detallada de un vivido. elemento natural, que resulta ser mucho más complejo que los jóvenes que acuden a bañarse en sus aguas. El contraste que Conclusiones de ello se deriva refleja aún más la falta de personalidad de los jóvenes, que Como hemos ido viendo a lo largo del no pueden tenerla, ya que pretenden breve análisis acerca del papel del tiempo carecer de pasado. El hecho es que un en la estructura de la novela y en la propia ser humano sin memoria no encuentra existencia de los personajes, detrás del los porqués de su existencia, y camina a aparentemente inocente argumento la deriva, sin una causa firme que le lleve se esconde una crítica arrolladora al a tomar conciencia del alcance de sus régimen franquista, al que no se le acusa propias decisiones. Esta circunstancia, de lo evidente, como lo es la represión o que es un drama desde el punto de vista la falta de libertad. Un enunciado abierto existencial, para un político dictatorial hubiera sido imposible el año de su es una noticia positiva, pues un pueblo publicación, y no podemos olvidar que que no tiene criterio puede ser manejado ganó un galardón de índole nacional, a su antojo; el dictador es consciente como es el Premio Nadal. No, bajo las de que los sujetos desmemoriados imágenes costumbristas y las expresiones agacharán la cabeza ante las amenazas y cotidianas se esconde la herida mortal terminarán aceptando como asumibles que amenazaba al país: el hastío, la falta las verdades ficticias que se esconden de esperanzas, la desolación de unos bajo la retórica del régimen, que taparán seres que arrastran un presente vacío, y
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que terminan refugiándose en un pasado desperdiciando con ello su presente. Sin traumático, pero activo, o lanzándose embargo, la estructura de la novela está hacia un futuro deshumanizado. No construida tratando de reproducir con se exponen ideas sesudas o grandes exactitud el tiempo presente, el de los ideologías, que pretendan avivar el fuego personajes, pero también el del lector. del recuerdo. Se trata de presentar una Se le calculan a este dieciséis horas de su realidad anodina y agobiante, en la que la vida, de una existencia tan pasajera, hay única meta consiste en arañar segundos que recordarlo mal que nos pese, como al tiempo que, inexorable, sigue su curso la de los grupos humanos que pueblan El Jarama. Desde esta perspectiva, la
y acabará por derrotarlos a todos. La conclusión al análisis del tratamiento del tiempo en El Jarama es, sin duda, personal, pero quizá con eso cumplimos con los prolegómenos de La Hora del lector, donde se exigía de dicho lector parte de la construcción de la novela. Así pues, el autor, como hemos
estado
viendo,
contrapone
dos posturas ante la vida: una, la de la generación madura de los parroquianos de la venta, que vivieron los hechos de la guerra y son incapaces de asumir sus
consecuencias,
presente
que
mira
aceptando
un
constantemente
hacia el pasado; la otra, la de los jóvenes madrileños que se encuentran sumidos en un desenfreno vital enfocado hacia
novela se muestra como una llamada de atención, un alegato al aquí y al ahora, que merece ser vivido, exprimido hasta el último segundo. Lo que pasó tiempo atrás ya no existe, pero en parte se encuentra en nuestro presente y determinará de alguna manera lo que vendrá, motivo por el cual debemos aceptarlo como parte del equipaje. El futuro acabará sucediendo, pero será simplemente una forma más avanzada de nuestro tiempo actual. Merece la pena aceptar los hechos del pasado y, sobre todo, enfocar la aventura de la vida como el presente que se nos da, y en el que todavía estamos a tiempo de sumergirnos.
el sueño imposible de un futuro mejor, Bibliografía Borges, Jorge Luis (1983): El Aleph. Barcelona, Seix Barral. Castellet, José María (1957): La hora del lector. Barcelona, Seix Barral. Sánchez Ferlosio, Rafael (2009): El Jarama (2.ª ed. col.). Barcelona, Destino.
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Sanz Villanueva, Santos (2010): La novela española durante el franquismo. Madrid, Gredos. Villanueva, Darío (1993): El Jarama de Sánchez Ferlosio, su estructura y significado. Santiago de Compostela, Universidade de Santiago de Compostela.
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