14 de junio de 2018
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Edición de verano #1
14 de junio de 2018 Junta Editorial: Alexandra Pagán Vélez { Directora Editorial Cruce Anto Gamunev Sonia Cabanillas Martín Cruz Santos Hugo R. Viera Vargas María José Moreno
Portada Luna de Jotham Malavé
Junta Asesora: Mariveliz Cabán Montalvo { Presidenta Roxanna D. Domenech Sugelenia Cotto 2
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índice
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La Inconstitucionalidad de la Cláusula Territorial (Parte V) Elizabeth Rodríguez Santiago
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Agua mansa. Un ensayo en torno a la eficacia del fracaso Ana Teresa Toro
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“What can we do for Porto Rico?” Imágenes fotográficas en la promoción de la obra misionera presbiteriana en Puerto Rico durante el primer tercio del siglo XX Jorge L. Crespo Armáiz
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Detox de Mónica Lladó Ortega Alexandra Pagán Vélez
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Detox (selecciones) Mónica Lladó Ortega Arte Marili Pizarro
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SER- SVR Jotham Malavé
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El secreto de la casa rosa (Novela por entrega 4) Sylma García González
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Blurred Lines Anto Gamunev
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Los escritos literarios de autor (poemas, cuentos, dramas, fragmentos de novela, prosa poética…) que muestran la sensibilidad humana e inspiran a la creación. Asimismo, reseñas, críticas a textos literarios y otros acercamientos literarios o propiamente lingüísticos.
artículos de investigación, reflexión; reseñas; notas de opinión; comentarios de textos; fotoensayos o arte plástico; entrevistas; textos creativos; y otro tipo de escrito que suponga un análisis o mirada crítica a la sociedad contemporánea.
Arte: Los escritos dedicados al análisis, el estu-
dio y la presentación de todo aquello que comprenda al mundo cultural. Abarca la gestión cultural, la autogestión, los estudios culturales, la música, el arte plástico, movimiento escénico, danza, la cultura popular y el arte urbano, vistos preferentemente desde el prisma de la cotidianidad. La fotografía como narrativa visual que sirve para retratar la cotidianidad y la realidad social, y los acercamientos a la obra fotográfica de algún
Toda persona que desee colaborar deberá enviar su artículo por correo electrónico, comprometiéndose a que dicho texto respeta las normas internacionales en materia de conflicto de intereses y normas éticas. Los escritos se someterán a estricto arbitraje y proceso de edición y corrección, por lo que la colaboración puede sufrir alteraciones, a menos de que se trate de un texto literario.
Cine:
Los escritos que analizan o reflexionan acerca del mundo cinematográfico y cómo se atiende desde lo visual los temas de relevancia contemporánea. Se aceptan formatos audiovisuales.
Nos enfocamos en los siguientes temas:
Política y sociedad:
Los derechos de las publicaciones son exclusivas del autor.
Los escritos de crítica sociopolítica presuponen colaboraciones de los diferentes saberes de las Ciencias Sociales, las cuales a través de principios o esquemas conceptuales o teóricos analizan y explican los fenómenos y estructuras sociales. 14 de junio de 2018
Todas las colaboraciones y comunicaciones se harán al correo institucional de la revista
editorescruce@suagm.edu 5
La Inconstitucionalidad de la Cláusula Territorial (Parte V)
Elizabeth Rodríguez Santiago
_______ Nota de editorxs Cruce: Este artículo responde a una serie de publicaciones que pueden acceder en revistacruce.com bajo la autoría de Elizabeth Rodríguez Santiago. Ante la emergencia y pertinencia de este tema decidimos publicar este artículo aun cuando hay un tiempo considerable entre la parte IV y la V; asimismo, algunos contenidos de este trabajo pueden ser actualizados. De estar interesadx en contribuir en la discusión de este tema puede escribirnos a editorescruce@suagm.edu.
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l final de la Parte IV de este artículo anuncié que en esta Parte V discutiría el contraste entre cómo resolver el estatus de Puerto Rico de conformidad con el Derecho Internacional y cómo resolverlo de conformidad con los principios fundamentales del federalismo estadounidense.
Sin embargo, en aquel momento, tres acontecimientos relevantes para ese análisis no habían ocurrido aun: la decisión del Tribunal Supremo federal en el caso Sánchez Valle, la decisión de este mismo tribunal en el caso Franklin, y la aprobación de la ley PROMESA por el Congreso federal. En la medida en que estos se relacionan, de una u otra manera, con una interpretación de la Cláusula Territorial, voy a abrir aquí un paréntesis para dedicar las partes V, VI y VII a discutir en qué medida estos afectan, o corroboran, lo discutido en las partes anteriores; y retomaremos en la Parte VIII el asunto que quedó pendiente en la Parte IV.
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La ley PROMESA PROMESA es el acrónimo para la ley del Congreso de 2016, titulada Puerto Rico Oversight, Management, and Economic Stability Act.1 Como su nombre sugiere, esta ley crea unos mecanismos para manejar y reestructurar la deuda de Puerto Rico, bajo la gestión de una Junta de Supervisión con el propósito, según la ley, de conseguir que el territorio “logre responsabilidad fiscal y acceso a los mercados de capital”.2 Los poderes de la Junta para cumplir con ese propósito los discutiremos más adelante. Por ahora es pertinente señalar que el Congreso justificó su autoridad para adoptar una ley de tal naturaleza con los poderes que él se adjudica bajo la Cláusula Territorial de la Constitución federal. El Título I de la ley lo explica, en la sección 101 (b) (2), con la siguiente disposición: The Congress enacts this Act pursuant to article IV, section 3 of the Constitution of the United States, which provides the Congress the power to dispose and make all needful rules and regulations for territories.
La Rama Ejecutiva federal ha mantenido una posición similar con respecto a los poderes del Congreso bajo la Cláusula. En la Parte III vimos, por ejemplo, los argumentos del amicus brief que sometió el Procurador General ante el Tribunal Supremo Federal durante el caso Sánchez Valle, argumentos basados en los informes previos –de 2005, 2007 y 2011– de los Task Forces de Casa Blanca sobre el estatus de Puerto Rico. Cierto, esto refleja el trato colonial que la Rama Legislativa y la Rama Ejecutiva le han dado, y le siguen dando, a Puerto Rico. Sin embargo, las opiniones y las acciones del Legislativo y del Ejecutivo no siempre son conformes al Derecho positivo. En ocasiones ambos poderes cometen acciones contrarias al Derecho y, en el sistema republicano y de Common Law estadounidense, no importa cuánto ellos pretendan que sus acciones son cónsonas con éste, la última palabra sobre dicha legalidad la tendrá el Poder Judicial, siempre y cuando tenga la oportunidad de examinarlas. La ley PROMESA, y la Cláusula Territorial después del ELA, son un perfecto ejemplo de tal dilema. En cuanto a la ley PROMESA, nadie ha cuestionado todavía, ante los tribunales, la propia validez de la ley. En lo que respecta a la Cláusula Territorial después del ELA, o precisamente la sumisión de Puerto Rico a la misma, si bien el Supremo federal se ha referido a los casos insulares en diferentes ocasiones, para validar ciertos poderes del Congreso sobre Puerto Rico, en todas ellas, la manera en que la Cláusula Territorial se ha visto implicada ha sido indirecta. En ninguno de los casos la controversia principal ha sido directamente el estatus. Discutiremos estos casos en la Parte VIII. Por ahora analizaremos los casos más recientes, que han captado la atención pública, Puerto Rico v. Sánchez Valle3 y Puerto Rico v. Franklin California Tax-Free Trust.4 Tan pronto el Tribunal Supremo Federal emitió las opiniones de estos casos, tanto la prensa, como abogados, figuras políticas y hasta intelectuales de la Academia, se precipitaron a comentar que estas decisiones validaban la condición colonial de Puerto Rico, pues el Tribunal Supremo Federal reiteraba en ellas los poderes plenarios del Congreso sobre Puerto Rico bajo la Cláusula Territorial. La ley PROMESA fue adoptada por el Congreso poco después de estas decisiones; y se apoderó de la opinión pública la idea – así como la resignación – de que PROMESA se inscribía en el marco de un poder plenario del Congreso sobre la isla, que venía de ser precisamente validado por el propio Tribunal Supremo en los casos mencionados. Nada más lejos de la realidad, a mi entender. Sánchez Valle, en particular, ha sido quizás la decisión más malinterpretada en la historia de las decisiones relacionadas con Puerto Rico. Esta no valida un poder “plenario” del Congreso bajo la Cláusula Territorial y mucho menos revalida los casos insulares, como tanto se ha argumentado, sobre todo en la prensa del país. Cierto es que los casos Sánchez Valle y Franklin ponen en evidencia, una vez más, la condición colonial de Puerto Rico. Primero, porque si Puerto Rico no fuese colonia, ninguna de las controversias habría sido aquí controversia. Segundo, porque, en ambos casos, la decisión del Tribunal deja al gobierno de la isla desprovisto de mecanismos necesarios (en materia penal y económica), de los cuales dispondría si fuese, o bien un estado federado de la Unión, o bien un Estado independiente. Pero de las opiniones del Tribunal no se desprende una confirmación de la sumisión de Puerto Rico a la Cláusula Territorial. 1 Ley Pública Num. 114-187 de 30 de junio de 2016 (130 Stat. 549). 2 Traducción nuestra. En su versión original, la sección 101 (a) de la ley dispone así: “The purpose of the Oversight Board is to provide a method for a covered territory to achieve fiscal responsibility and access to the capital market.” 3 Commonwealth of Puerto Rico v. Sánchez Valle et al., No. 15-108 (U.S. June 9, 2016). 4 Commonwealth of Puerto Rico et al. v. Franklin California Tax-Free Trust et al., No. 15-233 (U.S. June 13, 2016).
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En el caso Sánchez Valle –el primero que discutiremos– si leemos con detenimiento la opinión del Tribunal, y no sólo la sentencia, podemos ver que éste interpreta que Puerto Rico es una entidad política autónoma con una autonomía similar a la de los estados federados y hasta valida la llamada doctrina del Pacto. ¿Por qué entonces la opinión de Sánchez Valle ha sido tan malinterpretada? Quizás porque, en la medida en que el Tribunal Supremo de Estados Unidos validó la decisión del Tribunal Supremo de Puerto Rico,5 automáticamente muchos asumieron que validaba los mismos argumentos de la opinión en los que este segundo había fundamentado su decisión. Sin embargo, el Supremo federal llegó a la misma decisión final, pero siguiendo un análisis muy distinto que lo llevó inclusive a contradecir radicalmente los argumentos del Supremo de Puerto Rico. Haremos una comparación entre las opiniones de ambos tribunales en el caso Sánchez Valle, para concluir que la opinión del Supremo federal podría servir de precedente para impugnar la ley PROMESA en los tribunales federales y hasta para revocar los casos insulares. Luego, usando a Sánchez Valle de referente, haremos un análisis sobre los posibles argumentos para impugnar esta ley, tanto bajo el Derecho Constitucional del Estados Unidos, como bajo el Derecho Internacional. Sánchez Valle ante el Tribunal Supremo de Puerto Rico Los hechos del caso son complejos desde el punto de vista del procedimiento penal y nos limitaremos aquí a simplificarlos de la manera siguiente. A los acusados, en procesos criminales separados, se les radicaron cargos en Puerto Rico por venta de armas sin permiso (entre otros delitos) en violación a la Ley de Armas de Puerto Rico. Los mismos hechos también violaban leyes federales sobre tráfico de armas. Mientras los cargos seguían pendientes en Puerto Rico, estos fueron acusados por un gran jurado federal, bajo las leyes federales, y fueron procesados y sentenciados en el Tribunal federal. Tras esto, los acusados levantaron la defensa de doble exposición en los pleitos que aun continuaban pendientes en Puerto Rico, argumentando que, en la medida en que ya habían sido sentenciados en el foro federal por los mismos delitos, la continuación de los procesos en Puerto Rico violaba la prohibición constitucional contra la doble exposición. Luego de un proceso, que no es necesario aquí elaborar, los casos llegaron al Tribunal Supremo de Puerto Rico, quien los consolidó por tratarse de controversias similares, hay que investigar si la continuación de las acciones penales sucesivas en el foro local violaba la prohibición constitucional contra la doble exposición.
5 Pueblo v. Sánchez Valle y otros, 2015 TSPR 25, 192 DPR ____ (2015). 8
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Las doctrinas de doble exposición y de soberanía dual La quinta enmienda de la Constitución de Estados Unidos reconoce el derecho de toda persona a no ser puesta en riesgo de ser castigada dos veces por el mismo delito. Una prohibición similar existe en el artículo 2, sección 11, de la Constitución de Puerto Rico. Esto es lo que se conoce como la doctrina de doble exposición (en inglés, double jeopardy). Ahora bien, cuando una persona comete un delito que viola a su vez leyes de un estado y leyes federales, aplica la excepción de la doctrina de la soberanía dual. Bajo esta doctrina, un mismo acto puede dar lugar a distintas ofensas –sin que se considere que hay doble exposición– si viola las leyes de lo que en el Derecho Penal se conoce como soberanos separados (separate sovereigns). Según esta, los estados federados y el Poder Federal son soberanos separados porque el poder de los estados para emprender acciones penales no emana del Poder Federal, sino que les pertenecía originalmente antes de ser admitidos a la Unión y luego les fue preservado por la décima enmienda de la Constitución Federal. Por lo tanto, los Estados y el Poder Federal pueden llevar a cabo procesos criminales sucesivos. En otras palabras, aquel que comete un delito que viola a su vez las leyes de un estado y las leyes federales, puede ser juzgado en ambos foros sin que ello se considere como doble exposición. Eso es en lo que respecta a los Estados. El caso de los territorios es distinto. En 1907, en Grafton v. United States,6 el Tribunal Supremo de Estados Unidos resolvió que, para propósitos de la cláusula constitucional sobre doble exposición, un territorio no es un soberano separado con respecto al gobierno federal pues sus tribunales ejercen sus poderes por la autoridad de Estados Unidos. Luego, en 1937, en Puerto Rico v. Shell,7 el mismo Tribunal, aplicando el precedente de Grafton, resolvió que Puerto Rico, por ser un territorio, no es un soberano para propósitos de la cláusula de doble exposición. Estos precedentes, Grafton y Shell, fueron establecidos previo a la creación del ELA; y en 1988, en Pueblo v. Castro García,8 el Tribunal Supremo de Puerto Rico tuvo que decidir si los mismos seguían siendo aplicables a Puerto Rico aun después del ELA. Decidió que no, tras resolver que el ELA –a diferencia del estatus previo a 1952– es un ente soberano para propósitos de la cláusula de doble exposición, pues goza de un grado de soberanía igual al de los estados federados. Sin embargo, en el año 2015, en el caso Sánchez Valle, el mismo Tribunal va a revocar el precedente de Castro García, argumentando que su interpretación en el mismo había sido errada y que los precedentes de Grafton y Shell sí siguen vigentes para Puerto Rico. 6 206 US 333. 7 302 US 253. 8 120 DPR 740. 14 de junio de 2018
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La doctrina de la soberanía dual después del ELA A fin de determinar si Puerto Rico y Estados unidos podían sucesivamente enjuiciar a los acusados por los mismos hechos, la controversia en Sánchez Valle requería que el Tribunal, nuevamente, estableciera si la doctrina de la soberanía dual aplica a Puerto Rico; es decir, si existe soberanía dual entre Puerto Rico y el Poder Federal. El Tribunal va a determinar que Puerto Rico no tiene, y nunca ha tenido, soberanía original, pues cuando España cedió la isla a Estados Unidos, transfirió su soberanía y, desde entonces, Puerto Rico ha sido un territorio sujeto a los poderes del Congreso bajo la Cláusula Territorial, por lo que su poder para encausar penalmente deriva del Congreso. Por lo tanto, no hay soberanía dual entre Puerto Rico y Estados Unidos y los acusados no podían seguir siendo encausados en el foro local, pues ello violaba la prohibición constitucional de doble exposición. Lo que nos interesa aquí, sin embargo, no es el resultado de la sentencia, si no el análisis que sigue el Tribunal para llegar a ella y, más importante aún, cómo compara con el análisis que luego hará el Tribunal Supremo federal sobre la misma controversia. Empecemos con el análisis sobre la Cláusula Territorial. La Cláusula Territorial según el Tribunal Supremo de Puerto Rico Haciendo un escrutinio histórico, el Tribunal se remonta a los precedentes de algunos de los casos insulares, que habían resuelto que Puerto Rico es un territorio sujeto a los poderes del Congreso bajo la Cláusula Territorial.9 Este examina el historial legislativo de la Ley 600 y de la aprobación de la Constitución del ELA por parte del Congreso, para evidenciar que el Congreso nunca tuvo la intención de renunciar a su poder sobre Puerto Rico.10 Luego se refiere a la jurisprudencia federal posterior al ELA que, según él, reafirma los casos insulares y reitera que Puerto Rico sigue siendo un territorio sujeto a la Cláusula Territorial.11 Finalmente, el Tribunal se refiere a los informes de 2007 y 2011 de los grupos Task Force de la Casa Blanca sobre el estatus de Puerto Rico, en los que el grupo de trabajo del Ejecutivo expresó sus conclusiones de que Puerto Rico sigue siendo un territorio sujeto al “poder plenario” del Congreso bajo la Cláusula Territorial.12 El Tribunal concluye que, con la adopción de la Constitución de ELA, Puerto Rico no dejó de ser un territorio sujeto al poder del Congreso bajo la Cláusula Territorial,13 por lo que sigue vigente la jurisprudencia sobre doble exposición establecida en los casos Grafton, de 1907, y Shell, de 1937. Al aplicar estos precedentes al caso Sánchez Valle, el Tribunal resuelve que no hay soberanía dual entre Puerto Rico y el Poder federal para propósitos de la doctrina de doble exposición y, en consecuencia, los acusados no podían ser procesados en Puerto Rico por los mismos delitos por los cuales ya habían sido condenados en el Tribunal Federal. En su sentencia el Tribunal va a ordenar la desestimación de las denuncias que pesaban contra ellos.14 Es esta sentencia lo que el Supremo federal va a confirmar y no los argumentos de la opinión en los que ésta se fundamentó. Es decir, va a llegar a la misma conclusión – de que los procesos contra los acusados no podían continuar en Puerto Rico – pero por una vía totalmente distinta. La opinión del Tribunal Supremo federal la estudiaremos en la Parte VI. _____ Imágenes: Tomadas de Jonathan DeCamps, The Parade Against Promesa (http://www.jonathandecamps.com/the-parade-against-la-promesa) 9 10 11 12 13 14
Sánchez Valle, supra, nota 5, pp. 33-40. Op. cit. pp. 40-44. Ibid., pp. 44-56. Ibid., pp. 56-59. Ibid., pp. 63-66. Ibid., p. 66.
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Agua mansa
Un ensayo en torno a la eficacia del fracaso
Ana Teresa Toro
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ra fácil aquel tiempo en que pedíamos que nos libraran del agua mansa. Creíamos que de la brava, seríamos capaces de librarnos solos. Creíamos.
Cuando los refranes se vuelven demasiado literales pierden su gracia, ganan demasiada verdad, se vuelven regla del todo, cuando los queríamos como la certeza de la norma, para convertirnos en la excepción que la confirma. Aludo a lo obvio, a ese estado de vivir con el agua al cuello en que nos hemos estacionado desde aquel maldito día de septiembre. Un agua serena, sin corrientes, ni sal, ni nada. Un agua que parece muerta de tanto matar. Pensamos que es mejor hablar del agua en toda forma. La inundación violenta, la lluvia en calma, la sequía o el desborde. De ella sí nos atrevemos a hablar, aunque siempre sea en extremos. Solo así podemos atraparla entre las manos. Pero va a escaparse de entre nuestros dedos y eso a estas alturas ya deberíamos saberlo. Admitirlo al menos. No negarlo con tanta soberbia. Deberíamos, mínimamente, preferir la certeza a la mentira. Pero escogemos la segunda. Escribo inicialmente del agua porque es más fácil nombrarla a ella en toda su inmensidad, que nombrar lo que nos anuncia. Pero también es tiempo de nombrar, para que lo que tiene que existir, exista y de paso, muera también. De modo que este aguado ensayo, no puede ser sobre otro tema, es un ensayo acerca del fracaso porque eso es precisamente lo que el agua anuncia. La palabra proscrita, la palabra que difuminamos en todas nuestras aguas, la palabra que quisiéramos cada noche arrojar al mar. Y lo hacemos, pero siempre se nos devuelve. Hemos fracasado, eso era lo que anunciaba el rumor de las olas. Nunca he recibido más insultos de lectores que cuando uso la palabra fracaso. Ya sé, a estas alturas, debería saber que la sección de comentarios en la web de un diario es lo que le llaman un “sin Dios”, donde personas de todas facciones políticas o simplemente porque sí, y protegidas con seudónimos, se deleitan repartiendo insultos. (¿Por
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qué será que la gente madruga tanto para los insultos? Qué voluntad tan grande tenemos para la ofensa.) Me han dicho que por salud mental no debo leerlos, que bastará con hacer bien la tarea, investigar bien y estar segura de cada palabra que se publica, pero qué remedio, casi siempre uno es más curioso que sensato y de vez en cuando los leo, muerta de miedo de que tengan razón y muerta de risa cuando llega el absurdo. Hay de todo, pero lo que nunca cambia es la reacción visceral cuando me tomo el atrevimiento de hablar de fracaso. Hace unos meses la periodista Wilda Rodríguez lo vivió directamente, cuando figuras de todo el espectro político del país y ciudadanos en general, reaccionaron indignadas o cuanto menos incómodos, con la publicación de su columna “El fracaso del independentismo” (publicada en El Nuevo Día el 27 de noviembre de 2017). Lo más triste es que Rodríguez no decía nada extraordinario, lo extraordinario es que lo dijera, que tuviera el valor de teclear esas siete letras que tanto incomodan. Si hubiese utilizado algunos de los eufemismos más comunes, seguro se evitaba el desfile de indignaciones.
Quizás si hubiese hablado de “los retos del independentismo” o de “los tropiezos del independentismo” o de “las dificultades para el desarrollo pleno de la causa” no habría habido ningún problema. Florecen los eufemismos a la hora de hablar del fracaso. Hay varios motivos, pero habría que comenzar por reconocer que el primer motivo es la cultura. Vivimos en una sociedad que reniega de la posibilidad del fracaso como mecanismo de aprendizaje, una cultura en la que todos los niños en el Día de Juegos obtienen la misma medalla por distinto esfuerzo o en la que procesos dolorosos naturales de la experiencia humana —como la depresión o la tristeza— son tratados como enfermedades proscritas, que han de provocar vergüenza y dan muestra de debilidad. Pasa algo parecido con el rito moderno en torno al parto, donde la mujer es colocada en una posición de sumisión y es tratada como si padeciera una enfermedad, en lugar de celebrar la impresionante fuerza de un cuerpo que trae otro al mundo. Me excuso por la digresión, pero hay ejemplos que de vez en cuando hay que traer por los pelos porque son síntomas
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de la misma realidad. En este caso, de una sociedad que rinde culto al bienestar a cuenta de cualquier malestar callado, de sonrisas compulsorias cuyo saldo es una peligrosa negación que siempre encuentra salida, o de una sociedad que condena la admisión del fracaso y se regocija en disfrazarla de cualquier cosa menos de una caída contundente. Y nosotros nos hemos caído de bruces. Estamos en el piso y en ello también hay gran dignidad. Aplaudo la valentía de Rodríguez, de recordar que somos un país lleno de proyectos fracasados y me agarro de la fuerza de la admisión de un fracaso para pensar en lo próximo. Lo pienso y voy a la raíz. Fracasar, ese verbo de tres sílabas sonoras, toma origen desde el siglo XVI con el italiano fracassare, del cual el francés construye fracasser y el portugués fracassar, que a su vez provienen del latín quassare que significa sacudir, agitar, romperse. El prefijo fra, según el diccionario de Ottorino Pianigiani, podría denotar “entre medio”. Lo que nos lleva a pensar en la imagen de fracasar como, “romper por la mitad”. Solía usarse para referirse a los barcos que “fracasaban contra los escollos”. Hoy día las acepciones nos llevan a significados como frustrar, tener un resultado adverso o simplemente destrozar. Si estas palabras no evocan nuestra realidad, no sé qué lo hará. Ya estábamos rotos por la mitad antes del huracán, la naturaleza vino y lo reafirmó en todo sentido, ¿qué más hace falta para reconocer este escenario como un fracaso? Y fracasó sí el independentismo porque —independientemente de lo que lo haya provocado— mentimos si decimos que la mayoría de los puertorriqueños anhelan la independencia. Fracasó también el anexionismo, porque hoy en día no hay ni remota señal de que eso sea una posibilidad y fracasó también el Estado Libre Asociado en su incapacidad de construir un modelo económico y de desarrollo para Puerto Rico a largo plazo. Sí, rumbo a esta trinidad de fracasos, hubo victorias y logros importantes. Sin duda. Porque sucede que a veces los fracasos pueden ser incluso heroicos, pero no por ello dejan de serlo. En meses recientes hemos vivido nuevos y más violentos fracasos. Fracasó nuestra infraestructura en su capacidad de recuperarse efectivamente después de un desastre natural como el huracán María; fracasó nuestro gobierno en responder a tiempo, para evitar más muertes; fracasó el gobierno colonial estadounidense en responder a la emergencia con el mismo saldo mortal; fracasó el sistema en manejar con dignidad la información en torno al número de muertes vinculadas al huracán. Habíamos fracasado además mucho antes al no poder ejecutar un proyecto de quiebra local, para tener la dignidad —al menos— de apropiarnos de la parte que nos correspondía dentro del fracaso de nuestra economía. Fracasamos en impedir la sensación de expulsión que muchos sienten en el país, fracasamos una y otra vez y ninguno de nuestros fracasos ensombrece las victorias que sí hemos tenido. La más importante, es que la puertorriqueñidad sigue existiendo como modo de ver, ser y atravesar el mundo y es posible conciliar ambos extremos: la victoria cultural y el fracaso político. En el entendimiento de esa contradicción estaríamos mucho mejor. Lo que sucede es que pensar en un fracaso colectivo nos obliga a confrontar el fracaso individual. Lo que creímos y defendimos y no resultó. Los proyectos en los que depositamos nuestra fe y se derrumbaron. Lo que perdimos por defenderlos. A veces, es mejor aferrarse a la ficción de la posibilidad, a mirar de frente a la no ficción de un fracaso. Muchas veces el argentino Martín Caparrós ha dicho que escribir termina por no ser otra cosa que aprender a fracasar, para —con suerte— algún día fracasar mejor. También hay un profesor que idolatro —el español Francisco Layna Ranz— que escribió un libro sobre El Quijote, cuyo título aún me persigue. Lo llamó La eficacia del fracaso. Qué no daría porque colectivamente estuviéramos dispuestos a la estrepitosa derrota de nuestra ilusión de país para, al fin, poder construir un hogar para la puertorriqueñidad que tan viva y libre está. Mientras, seguiremos a merced de las aguas bravas del clima varios meses al año y sumergidos en el agua mansa de la negación, el resto del tiempo. Felices pues en nuestra cárcel de agua. Aguados los sueños. Aguada la historia. Los Ángeles, EEUU junio, 2018 _____ Imágenes: Kim Keever, Painting in Water, https://kimkeever.com/
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“What can we do for Porto Rico?” Imágenes fotográficas en la promoción de la obra misionera presbiteriana en Puerto Rico durante el primer tercio del siglo XX
Jorge L. Crespo Armáiz
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l 13 de julio de 1898 –a solo cinco meses de haberse iniciado la guerra hispano-cubano-estadounidense, y pocos días antes de la invasión norteamericana a la isla de Puerto Rico– representantes de varias denominaciones o juntas misioneras protestantes se reunieron en la ciudad de Nueva York con el propósito de establecer acuerdos sobre la repartición geográfica de la isla, con miras a evitar conflictos que pudiesen entorpecer su labor misionera. Más allá de los potenciales conflictos jurisdiccionales, les movía la necesidad de proyectar una imagen de “la armonía esencial y la unidad del común cristianismo” (Silva Gotay, 2005, pp.111-113). Las principales denominaciones que participaron en los acuerdos iniciales fueron las iglesias Presbiteriana (originadores de la iniciativa), Bautista, Metodista y Congregacional. Al año siguiente, terminado el conflicto bélico, otras ramas protestantes se unieron a estos acuerdos, destacándose la iglesia Discípulos de Cristo, la Alianza Cristiana y Misionera, los Hermanos Unidos y la Episcopal. Será en 1899 que el proceso misionero y proselitista del protestantismo se iniciará con intensidad a través de toda la isla, siguiendo los parámetros de regionalización previamente establecidos.1 Pasado ya un siglo de presencia y labor del protestantismo en Puerto Rico, resulta interesante conocer que el “World Fact-Book” de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) señala al día de hoy que un 85 por ciento de la población de Puerto Rico es de afiliación religiosa católica, y solo un 15 por ciento corres1 En esencia, los acuerdos básicos iniciales plantearon la siguiente distribución del mapa misionero isleño: Iglesia Presbiteriana: región oeste de la isla, desde Quebradillas hasta Guánica; Iglesia Metodista: región noroeste, desde Arecibo a Camuy, llegando a Utuado; Discípulos de Cristo: región norte, desde Manatí a Guaynabo, incluyendo pueblos limítrofes sureños desde Ciales a Naranjito; Iglesia Congregacional: región este, desde Luquillo a Yabucoa; Iglesia Bautista: región centro-montañosa, desde Adjuntas al oeste hasta Juncos al este; Iglesia Hermanos Unidos: región sur, desde Yauco a Juana Díaz; Iglesia Cristiana: Santa Isabel y Salinas. Además de estas regiones principales, la iglesia Bautista tuvo presencia en el noreste (desde Trujillo Alto a Río Grande) y la iglesia Metodista en algunos pueblos del sureste (desde Guayama a Maunabo). Debido a su densidad poblacional, todas las denominaciones podían establecer misiones en el área de San Juan, la ciudad capital. Para más detalles refiérase a los mapas provistos en Silva Gotay (2005, pp. 113-114).
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ponde a creencias protestantes, en sus diversas acepciones, y otras religiones minoritarias.2 Este dato dista mucho de la realidad, según se percibe en nuestra cotidianidad, así como en la opinión informada de los especialistas en el campo. En opinión de Samuel Silva Gotay (2005, pp. 111-113), aunque se carece de censos formales recientes, el protestantismo alcanza ya cerca de un 40 por ciento del total de la población que profesa creencia o afiliación religiosa en nuestro país. Es claro que el crecimiento del sector protestante, paralelo al estancamiento y decrecimiento del catolicismo, tiene su fundamento en el impulso de la labor misionera que surgió al amparo de las nuevas autoridades coloniales tras el cambio de soberanía del 1898. Si bien es cierto que desde mediados del siglo XIX, bajo el dominio español, ya existían en la isla algunos grupos protestantes marginales (Agosto Cintrón, 1996 pp. 44-47)3 no cabe duda de que será el nuevo contexto político tras la guerra de fin de siglo el que establecerá las condiciones propicias para la entrada y florecimiento de las nuevas misiones protestantes. Un aspecto fundamental de estas nuevas condiciones lo significó la pérdida de poder político y social que experimentó la iglesia católica, de forma inmediata, bajo las nuevas autoridades coloniales norteamericanas. La imposición tajante del axioma republicano y anglosajón de la
“separación de iglesia y estado” 4 supuso una gran pérdida de influencia política para el estamento católico, acostumbrado durante cuatro siglos a los beneficios derivados de la interrelación iglesia/gobierno bajo el régimen del patronazgo impuesto a favor de la corona española por las bulas alejandrinas a inicios del siglo XVI. Otro cambio significativo, y que mayor impacto tendría en disminuir la influencia del catolicismo entre la población, lo fue la 2 CIA-World Fact Book, página de internet https://www.cia.gov/library/publications/the-world-factbook/geos/rq.html 3 Agosto Cintrón establece que fue la liberación de las restricciones comerciales con las Antillas inglesas (tras la Real Cédula de Gracias de 1815), lo que propició el contacto con protestantes del exterior. En particular resalta tres casos de incursiones pioneras del protestantismo bajo el régimen español entre 1860 y 1874 en Aguadilla, Vieques y Ponce. 4 Es claro que, aunque en teoría el concepto de separación de iglesia y estado es un postulado fundacional del republicanismo democrático norteamericano, no es menos cierto que dentro del andamiaje ideológico anglosajón que dio impulso y justificación a la expansión imperialista de fines de siglo XIX, la fe protestante siempre prevaleció privilegiada como fundamento de la ética y moral del sistema capitalista (Agosto Cintrón, 1996 p. 58).
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pérdida de su control e influencia sobre el proceso educativo. La secularización y expansión de la escuela pública, uno de los instrumentos fundamentales del nuevo andamiaje colonial en sus objetivos de americanización, representó para la iglesia católica la pérdida del dominio del proceso educativo en la isla, el cual a su vez representaba sin dudas su principal medio de adoctrinamiento sobre una población cautiva. Aunque es cierto que la iglesia católica sufrió una gran pérdida de poder e influencia política y social bajo el nuevo contexto colonial, no podemos menospreciar por otro lado el incuestionable ímpetu y fervor evangelizador que caracterizó la penetración protestante en la isla desde sus inicios. Contrario a la práctica católica, anclada en los centros urbanos, los misioneros y laicos protestantes diseminaron su obra a través de campos y ciudades, privilegiando su atención en las más inaccesibles zonas rurales. El mensaje protestante caló con gran efectividad en las clases más marginadas: los desposeídos en las zonas urbanas, los obreros y artesanos, los campesinos, los desplazados por el movimiento poblacional de la montaña cafetalera hacia los llanos azucareros, los enfermos y los desvalidos en general (Rodríguez Bravo, 1972; Agosto Cintrón, 1996).
Ruta de San Ciriaco, Biblioteca del Congreso
En este último renglón las iglesias protestantes desarrollaron una amplia e importante labor social que, sin duda alguna, les ganó altos niveles de empatía y el favor de grandes sectores poblacionales del país, cuyas condiciones de vida estaban marcadas por la enfermedad y la insalubridad. Uno de los aspectos que más impactó a las nuevas autoridades militares y civiles a su llegada a la Isla lo fueron las pésimas condiciones de salubridad que aquejaban a la población, con sus efectos sobre los altos índices de morbilidad y mortalidad. Sobre un tercio de todas las muertes del país lo constituían niños menores de 5 años, lo cual redundaba a su vez en una expectativa de vida veintiún años menor que la de los Estados Unidos. La anemia era la primera causa de muerte, aquejando a cerca del 90 por ciento de la población, seguida por la tuberculosis. La tifoidea y la malaria eran comunes, y justo en 1898 se suscitó un brote de viruela que produjo sobre 500 muertes en tan solo dos meses. Todo este cuadro de condiciones no hizo más que agravarse tras la devastación causada por el paso del huracán San Ciriaco en 1899, el cual arrasó grandes sectores rurales, dejando tras sí un saldo de 3,669 muertes (Silva Gotay, 2005 pp. 219-220).
Según bien expresa Agosto Cintrón (1996, p. 63), ante este cuadro, los misioneros protestantes no se limitaron únicamente a llevar su mensaje religioso, sino que su trabajo se extendió de igual forma a mejorar las condiciones de vida de los receptores de dicho mensaje. De esta forma, plantea Rodríguez Bravo, “…el enfoque que tuvo su labor misionera, como una empresa que conlleva el requisito de dedicarse a ella por completo, y el cubrir todos los aspectos de las relaciones humanas en forma colectiva y comunitaria” (1972, p. 30), fue una característica que caló grandemente en la población y que, sin dudas, promovió el avance del protestantismo rápidamente a través de la isla. 18
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8 de agosto del 1899, huracรกn San Ciriaco, Puerto Rico, periodico Claridad 14 de junio de 2018
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Indudablemente, el aspecto médico-salubrista (junto al educativo, como mencionaremos más adelante), se convirtió en un elemento fundamental de la obra misionera protestante en Puerto Rico, prácticamente desde sus inicios. Para atender las graves condiciones de salud que encontraron a su llegada, los misioneros, casi de inmediato, comenzaron a establecer pequeñas clínicas y dispensarios, los cuales rápidamente mostraron ser insuficientes para atender de forma efectiva la demanda de servicios. De esta forma comenzó el establecimiento de facilidades hospitalarias de mayor escala, principalmente en la ciudad capital, en el sur (Ponce), en el oeste (Mayagüez) y en el este de la isla (Humacao). Fue la iglesia presbiteriana la pionera en este esfuerzo, a través de la labor de la Dra. Grace Atkins, quien hacia 1901 estableció en Santurce una facilidad hospitalaria de madera, la cual más adelante (1917) se trasladaría a un nuevo edificio frente al mar (el Hospital Presbiteriano, hoy Ashford Medical Center). Otra rama de la iglesia presbiteriana de Rye, Nueva York, estableció un hospital con dicho nombre en Mayagüez, el cual operó hasta su destrucción por el terremoto de 1918. Además de estas iniciativas presbiterianas, desde 1910 la iglesia Congregacional desarrolló servicios médicos en el área este de la isla, llegando a fundar el Ryder Memorial Hospital en Humacao (1917), el cual brindó servicios a dicha ciudad, así como a los pueblos de Fajardo, Naguabo, Las Piedras y Yabucoa a través de clínicas externas. Por otra parte, en 1907 la iglesia Episcopal estableció el Hospital San Lucas en la ciudad de Ponce, el cual también perdura al presente (Silva Gotay, 2005 pp. 220-222). Como bien se puede apreciar, la ubicación de estas instalaciones siguió al pie de la letra las demarcaciones de regionalización geográfica acordadas por las juntas misioneras desde 1898. Protestantismo y expansionismo Como es evidente a través de distintos procesos históricos, existe una clara relación entre el pensamiento religioso y las estructuras de poder político; relación que toma diversas acepciones y niveles de intensidad en distintas instancias históricas. No es el objetivo de este trabajo abundar sobre esta relación y los múltiples ejemplos en que política y religión desarrollan asociaciones simbióticas tras fines comunes. No obstante, en el caso que nos ocupa, es innegable el gran peso que tuvo la doctrina protestante como elemento intrínseco dentro del complejo ideario del expansionismo estadounidense hacia finales del siglo XIX. Es conocido que el factor principal e inmediato que dio impulso al proceso expansionista norteamericano a finales del período decimonónico lo fue sin dudas la necesidad de asegurar nuevos territorios que sirviesen la función dual de fuentes de materia prima, así como de nuevos mercados de consumo para el excedente de producción de su ya integrado capitalismo avanzado.5 No obstante, sería muy simplista reducir el expansionismo norteamericano a un proceso de naturaleza exclusivamente económica y militar. 5 Según Boersner (1996, pp. 137-139), a partir de 1880 se abrió una etapa de “imperialismo plenamente desarrollado”, basado en el monopolio, la hegemonía del sector financiero y la rivalidad acentuada por la captación de mercados de capital y fuentes de materia prima. En el caso de Estados Unidos, dicho proceso fue producto del proceso de desarrollo capitalista acelerado desarrollado tras la guerra de secesión, el cual estimuló el proceso de industrialización del norte del país. Según expresó Frederick Emory, funcionario del Departamento de Comercio de los Estados Unidos en 1902: “La guerra hispanoamericana no fue otra cosa que un incidente de un movimiento de expansión más amplio que tuvo sus raíces en el cambio de desarrollo de una capacidad industrial mucho mayor que nuestra capacidad de consumo doméstico” (citado en Silva Gotay, 2005, p. 97).
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Detrás de estos procesos subyace un complejo entramado ideológico, un ideario filosófico, un discurso justificativo que surge de una visión de mundo muy particular, la cual vino gestándose desde los propios orígenes de la sociedad norteamericana. Al igual que los imperios europeos que le precedieron, las aventuras expansionistas del nuevo imperialismo norteamericano estaban predicadas sobre una narrativa de superioridad euroamericana, una expresión tácita de darwinismo social y de jerarquía racial derivados del prevaleciente movimiento eugenésico, el cual abogaba, en esencia, por el progreso y mejoramiento de la sociedad a través de la eliminación de rasgos hereditarios inferiores o indeseables. Por supuesto, estos rasgos eran característicos de sociedades o razas “primitivas, inferiores o atrasadas”, esto es, de aquellos pueblos y regiones periféricos y alejados de los centros occidentales “civilizados” (tales como África, América Latina, Medio Oriente, Asia).6 La doctrina del Destino Manifiesto, esbozada inicialmente por los grandes intereses económicos sureños a partir de 1840, planteaba un designio providencial y predestinado, un derecho y deber moral de los angloamericanos de expandir sus fronteras “naturales” y su hegemonía territorial sobre todo el hemisferio occidental para atender de esa forma las necesidades de su pujante crecimiento económico y poblacional. Sobre esta concepción se justificarán las anexiones territoriales inmediatas (Florida, Tejas, Arizona, Nevada, Nuevo México, California) y también las futuras expansiones allende los mares (Hawái, Cuba, Filipinas, Puerto Rico, Panamá). Según bien expone Gaztambide (2006, pp. 101-118) en su análisis comparativo del imperialismo norteamericano vis a vis los viejos imperios europeos, el proyecto expansionista estadounidense tuvo justificaciones ideológicas mucho más profundas que los meros imperativos económicos. Imbuido en estos procesos estaba el convencimiento ideológico de que dicha nación estaba destinada, providencialmente, a construir y difundir los valores de una “sociedad cristiana virtuosa”. Citando las palabras de Stephanson (Gaztambide, 2006, p. 113), el expansionismo norteamericano fue una particular “…fusión de la ideología providencialista y republicana…una combinación muy dinámica de conceptos sagrados y seculares”. Los valores y postulados doctrinales protestantes jugaron un papel fundamental en la construcción de dicha mezcla de conceptos “sagrados y seculares” que dieron impulso y justificación moral al expansionismo territorial norteamericano durante todo el período decimonónico, pero muy en especial hacia finales de siglo. Un ejemplo contundente de esta influencia protestante lo presenta Silva Gotay (2005, pp. 55-57) al analizar el rol del Dr. Josiah Strong, Secretario General de la Sociedad de Misiones de la Iglesia Congregacional (una de las denominaciones originales que participó en la repartición geográfica de Puerto Rico en 1898). En un libro publicado en 1891, Strong plantea con gran claridad y sin ambages la responsabilidad moral y espiritual de los Estados Unidos de conquistar nuevos territorios y dominar a otros pueblos inferiores. Unas pocas líneas bastan para ilustrar la forma en que se entremezclan los conceptos doctrinales, el darwinismo social, el euroamericanismo y la eugenesia –entre otros postulados– para conformar un ideario que a su vez justifique el discurso y la práctica colonial: 6 Para un análisis en mayor detalle de estos y otros elementos del discurso ideológico imperialista, véase Rothenberg (2007, pp. 47-53) y Blaut (1993).
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El mundo tiene que ser cristianizado y civilizado. Hay cerca de mil millones de la población mundial que no gozan de civilización cristiana. Hay que sacar doscientos millones de estos del salvajismo…Los anglosajones tienen unas relaciones peculiares con el futuro del mundo y tienen la encomienda divina de ser, en forma muy peculiar, el guarda de su hermano… esta raza de energías inigualables, con toda la majestad de los números y el poder de la riqueza…esta poderosa raza se moverá sobre México, sobre Centro y Sur América, sobre las islas del mar, aún hasta África y más allá. ¿Y puede alguien dudar que el resultado de la competencia de las razas será ‘la sobrevivencia de los más aptos’?
No podemos extrapolar este tipo de discurso, abiertamente expansionista, y establecer que el único fin que movió a los cientos de misioneros protestantes en sus prédicas a través de las nuevas posesiones territoriales a partir del 1898, lo fue el de servir de instrumentos facilitadores de la hegemonía política norteamericana. Según atestiguan los frutos sociales de sus obras religiosas y comunitarias, podemos afirmar que, en su mayoría, estos fueron inspirados por motivaciones espirituales y morales. Sin embargo, no debe perderse de perspectiva que, inmersos en estos complejos procesos de expansión colonial, misioneros y laicos por igual formaban parte intrínseca de un andamiaje ideológico de control mucho más amplio, según ya expuesto, el cual se reflejaba en una mentalidad mucho más sutil que habrá de justificar los procesos de tutelaje y americanización como algo natural y necesario. La fotografía como herramienta misionera El objetivo de este trabajo se centra en el uso de la imagen fotográfica como herramienta de difusión y promoción de la obra misionera protestante en Puerto Rico durante el primer tercio del siglo XX, y muy en particular con referencia a la iglesia Presbiteriana. Existen muy pocas investigaciones que hayan profundizado a cabalidad sobre el aporte de la fotografía, en términos generales, en el proceso de documentación histórica en Puerto Rico. Aunque muchos textos históricos contienen cantidades variables de imágenes fotográficas, por regla general, al igual que los mapas y diagramas, estas no pasan de ser nada más que meras ilustraciones complementarias o de apoyo al texto. En muy contados casos la imagen fotográfica es analizada o cuestionada, ya sea por su valor como documento referencial, o mucho menos aún por su posible influencia sobre la narrativa histórica misma, a través de los mensajes que pudiese trasmitir, dada su naturaleza de artefacto cultural.7 Afortunadamente, en años recientes han comenzado a surgir varios trabajos importantes de historiadores e investigadores comprometidos con el estudio serio de las imágenes visuales, y en particular de la fotografía, en nuestra historia. Entre estos debemos destacar los trabajos de Lanny Thompson (2007), y de Libia M. González (2007, 2008), así como la reciente edición de Charrón y Claudio (2011) sobre los primeros cincuenta años de fotografía del periódico Claridad. Dada su tangencia temática con nuestra investigación, merece mención especial el trabajo publicado por González (2008), referente a la colección de fotografías de la iglesia Menonita en Puerto Rico. Este es el primer estudio publicado sobre la documentación fotográfica de una labor misionera protestante en Puerto Rico, en este caso referente a la labor de los menonitas en poblados del interior de la isla (Castañer, Aibonito, Cayey, La Plata y Coamo). Mas cabe señalar, según bien detalla González, que aunque los menonitas desarrollaron una amplia e importante labor misionera y social, el arribo a Puerto Rico de esta rama protestante ocurrió cuatro décadas posterior al acuerdo interdenominacional de 1898, y por causas muy particulares.8 En el caso particular de la colección de fotos menonitas, según se desprende de la investigación de González, en su mayoría se trata de imágenes tomadas, no solo por misioneros, sino también por laicos miembros de la congregación, las cuales, aunque documentaron múltiples aspectos de la labor misionera y de la vida comunitaria, por su naturaleza eran fotografías de carácter privado; esto es, cuyo fin estaba dirigido a crear una memoria, individual y colectiva, pero de carácter y uso muy personal. De acuerdo con González, “se trata de fotografías compartidas 7 Para un análisis más amplio sobre el impacto referencial y cultural de la fotografía en la construcción de lo histórico, véase Crespo Armáiz (2010) y Kossoy (2001). 8 Los menonitas arribaron a la isla a partir de la década de 1940, en el contexto de los inicios de la participación de los Estados Unidos en la segunda guerra mundial. Siendo pacifistas y objetores de la guerra por conciencia, la iglesia Menonita alcanzó un acuerdo con las autoridades federales del Presidente Franklin D. Roosevelt, a través del cual se comprometían a rendir servicios sociales en comunidades pobres en sustitución por el servicio militar activo. De esta forma, entre los años de 1940 al 1950 se establecieron en distintos pueblos del interior de la isla, desarrollando proyectos hospitalarios y agropecuarios (González, 2008).
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entre miembros de un pequeño grupo de misioneros, hermanados por la fe y por su convivencia en la isla en sus años de juventud” (2008, pp. 32-33). Como bien resume más adelante, se tratan estas imágenes del “recuerdo privado y familiar de una comunidad de fe”. Este fenómeno cultural de la fotografía como práctica y objeto de colección personal vio su proliferación a medida que los avances tecnológicos permitieron la producción de cámaras más sencillas, livianas y, sobre todo, más baratas. La conjunción de una mayor disponibilidad (masificación) de la tecnología fotográfica, junto al crecimiento de un turismo mucho más asequible a las clases medias y media-baja, fueron haciendo del objeto fotográfico (antes limitado al profesional o al pudiente) un elemento más de la cotidianidad. De aquí el que la cámara personal sea una de las pertenencias comunes que con más frecuencia y familiaridad portaban los misioneros menonitas en sus actividades diarias, según se refleja en sus propias fotografías. La colección fotográfica presbiteriana (ca. 1920-1930) A diferencia de la colección fotográfica menonita, las fotografías de las misiones presbiterianas que son objeto de este estudio no constituyen un acervo de recuerdos de carácter personal o familiar. Estas imágenes guardan grandes diferencias respecto aquellas, tanto en términos de su proceso de creación, de su soporte tecnológico o formato, y, sobre todo, de su carácter público y del fin u objetivos con que fueron creadas. La colección se compone de un total de 36 positivos en cristal,9 entintados (coloreados) a mano, en tamaño de 4 pulgadas de altura por 3.5 pulgadas de ancho. Los positivos en cristal (conocidos en inglés como “lantern slides”), constituyen una técnica a través de la cual una imagen fotográfica se transfiere entre dos (2) laminillas de cristal y luego es proyectada a gran escala a través de un proyector o lámpara especial. La técnica ya era popular a mediados del siglo XIX como espectáculo de atracción en ferias y auditorios a través de los Estados Unidos.10 En esta etapa inicial los proyectores eran de kerosén. Ya hacia finales de siglo e inicios del siglo XX, el uso de los llamados “lantern slides” se convirtió en un importante recurso audiovisual y educativo en casi todas las escuelas y universidades del país, en combinación con los sistemas de vistas estereoscópicas, mercadeados por las grandes compañías de la época como Underwood & Underwood y Keystone View Co. Ya en esta etapa la tecnología había evolucionado al uso de proyectores con bulbos eléctricos.11 Esta colección de positivos en cristal en particular fue adquirida hace varios años por el autor a través de un coleccionista estadounidense, especializado en este tipo de formato fotográfico, quien a su vez obtuvo la misma como parte de una compra en lote de diversos objetos en9 A base de la numeración de los cristales y el texto, la presentación en total constaba de unas 63 vistas, pero solo 36 han sobrevivido. 10 Según algunos estimados, en pleno auge de su popularidad, hacia finales del siglo XIX, existían en los Estados Unidos un promedio de 45,000 proyeccionistas que realizaban entre 75,000 y 150,000 espectáculos con los llamados “magic lanterns” en ferias, teatros, clubes sociales, logias, escuelas, y muy en particular en iglesias. Datos de la página de internet http://www.magiclanternshows.com/ filmhistory.htm 11 Los “lantern slides” son el predecesor de la tecnología de los proyectores de vistas fijas de 35 milímetros tan populares a partir de inicios de los años 70, Crespo Armáiz (2010, pp. 123-124, 290-293 y 310-316).
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contrados en el sótano de una antigua iglesia presbiteriana ya clausurada, en un estado del noreste de los Estados Unidos. La gran mayoría de las imágenes fotográficas de esta colección son inéditas y fueron tomadas, con toda seguridad, por uno o varios de los misioneros. En unos pocos casos el creador (o creadores) de este grupo de imágenes utilizaron tarjetas postales ya publicadas para incluir alguna escena o paisaje de la isla, las cuales transfirieron al formato de positivos en cristal (estos casos no pasan de cinco (5) escenas). Aunque esto era práctica común para facilitar el acopio de imágenes con fin turístico, en este caso, por el propósito y usos de este grupo de imágenes, esto se hizo con toda seguridad para complementar y contextualizar las fotos de las misiones dentro del escenario más amplio de la isla en general. En su mayoría, las escenas fotografiadas pueden ubicarse cronológicamente a mediados de la década de 1920 (las únicas fechas específicas mencionadas en algunas de las vistas corresponden a 1923, 1925 y 1926). A diferencia de las fotografías de la colección menonita ya reseñada, es claro que esta colección de imágenes servía una finalidad muy concreta: se trata de un conjunto de fotos cuidadosamente preparado para ser utilizado como recurso audiovisual, con el propósito de informar a las iglesias presbiterianas en los Estados Unidos sobre el avance de la obra misionera en Puerto Rico, y para recabar de estas sus ofrendas y apoyo para su sostenimiento y ampliación. Tenemos ante nosotros un conjunto bien estructurado de imágenes, sistemáticamente seleccionadas y organizadas, con el propósito de comunicar, tanto los logros como las necesidades de la obra misionera presbiteriana en la isla. La intencionalidad y sistematización se evidencia claramente en la forma metódica en que se organizan las imágenes. Cada una de las fotos se presenta numerada y clasificada utilizando varias codificaciones numéricas simultáneas, e incluso un gran número de estas se presentan marcadas con una especie de código de color rojo. En la mayoría de los casos, se puede concluir que el primer numeral a la izquierda se refiere al lugar u orden de posición que ocupa la imagen en el conjunto,12 y el segundo numeral al centro, de cuatro dígitos, se refiere al número del negativo en particular. El tercer numeral a la derecha (casi siempre acompañado por una letra “N”), no ha sido posible descifrar al momento, aunque entendemos que debe guardar relación con alguna temática, ya que, como veremos más adelante, hemos constatado que al parecer la proyección de estas imágenes en las iglesias se dividía en distintos segmentos. Cada una de estas imágenes, en su composición visual, sus elementos iconográficos y su posible análisis iconológico, guarda un valor que sin duda amerita su consideración individual. No obstante, según hemos ya indicado, se trata de un conjunto de imágenes, construido y organizado (literalmente “codificado”), para ser visto y considerado en su totalidad. Toda fotografía es, al mismo tiempo, documento referencial y artefacto cultural. El documento nos habla del referente, del objeto, del hecho o asunto que el medio fotográfico pretende capturar y reproducir –lo denotado. Por otro lado, el artefacto cultural nos habla de las intenciones, de los valores, de los mensajes, de la visión de mundo que se añade al referente fotográfico a través de su creador (el fotógrafo), de sus intermediarios (el editor, el distribuidor), y del receptor –lo connotado. En el caso de la colección de positivos en cristal de la iglesia presbiteriana en Puerto Rico, más allá de los elementos de connotación más sutiles o indirectos que pudiesen subyacer en cada imagen individual (que sin dudas están presentes), la codificación y organización metódica del conjunto constituye sin dudas un suprasistema de connotación, en tanto que establece las pautas en que este acervo de imágenes debe ser comunicado y considerado por los receptores. La intencionalidad y dirigismo de este sistema comunicológico se refuerza de forma contundente a través de un nivel adicional de estructuración: el conjunto de imágenes viene acompañado de un manual escrito para servir de guion al momento de presentar cada una de las fotos a la consideración de la audiencia. En dicho guion cada una de las imágenes se reproduce, incluyendo su numeración, un título y, más importante, un texto conteniendo los datos, información y aseveraciones específicas que el presentador debía leer ante el auditorio. Se trata sin dudas de un sistema de iconotextos, en el cual nada se dejaba al azar ni a la improvisación del presentador. Como vemos 12 Su orden de proyección. Recuérdese que se trata de imágenes individuales en cristal que eran colocadas y proyectadas manualmente, una a una, en el proyector por el operador o presentador.
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en la ilustración 1, en algunos casos el guion presenta notas añadidas a manuscrito con indicaciones precisas de leer la totalidad del texto (“read all”), sin dudas para asegurar el impacto o efecto total deseado. Nuevamente, es claro que, en este caso, además de los elementos de connotación que pudiesen identificarse en las propias fotos, el sistema altamente estructurado y codificado del conjunto de imágenes y textos se constituye en el mayor mecanismo de connotación, y hacen del intermediario entre imagen y receptor (el presentador) un elemento de control fundamental, cuya función será clave para el logro de los objetivos de este sistema mediático.
Ilustración 1: Ejemplo de página con texto para servir de guión en la presentación de las imágenes. Corresponde a la vista (“slide”) número 36, negativo número 3735. Obsérvese la instrucción a manuscrito para que se lea todo el texto (“read all”), a la izquierda del título.
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Ilustración 2: “A SUNRISE SCENE IN PORTO RICO” (vista 36)
El texto atado a esta vista (núm. 36), bajo el sugestivo título de “Aventuras de colaboración” (“Adventures in Partnership”), ilustra con claridad los objetivos de la presentación visual. En primer término, el texto establece las “nuevas oportunidades” que han recibido los “niños y niñas” de la isla, a través de escuelas y universidades, así como los servicios de centros comunales, casas de vecindario (cuido de niños) y el desarrollo de nuevos “líderes” dentro de la propia comunidad. Finalmente, se incluye una exhortación a los oyentes en las iglesias de Estados Unidos y se establece su responsabilidad de apoyar estas obras (“In this work we all have a share…”), identificando a los oyentes como “aventureros”, y expresando la aspiración ulterior de lograr “el amanecer de un nuevo y mejor día” para todos. Esta última frase inspiracional sirve para anclar o conectar el texto escrito con el texto visual. La imagen de un apacible amanecer en un paraje tropical sirve de recurso para reforzar el mensaje de un futuro de progreso y mejores condiciones de vida para los habitantes de “Porto Rico”, gracias al apoyo de los nuevos “colaboradores aventureros”. El concepto de “aventura”, relacionado a la presentación de imágenes de paisajes tropicales, es un elemento característico de lo que se ha venido a designar como la visión o “mirada del turista” (“tourist gaze”).13 Uno de los efectos culturales derivados del expansionismo imperial se relaciona al proceso mediante el cual, miles de ciudadanos de las metrópolis desarrollaban un inmenso interés por conocer más sobre los nuevos territorios incorporados bajo la nación. En el caso de los viejos imperios europeos, la adquisición y control de territorios lejanos en África, Medio Oriente y Asia, considerados misteriosos y exóticos, derivó en el desarrollo de un género literario en los llamados diarios de viajero, así como en los reportajes periodísticos sobre dichos temas. Se creó así el llamado fenómeno del “viajero de butaca” (“armchair travel”), en el cual ciudadanos de clase media y media-baja se entretenían en viajes imaginarios a tierras lejanas a través de dichas lecturas. Tras la invención de la fotografía en 1839, el nuevo medio impartió toda una nueva dimensión a esta práctica, 13 Para un análisis amplio del concepto de la “mirada del turista”, véase Strain (2003).
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añadiendo al texto un caudal de imágenes visuales sobre dichos territorios, sus pobladores y sus costumbres. Coincidente con el expansionismo estadounidense de fines de siglo XIX surgieron las primeras industrias de reproducción en masa de imágenes fotográficas: la industria de vistas estereoscópicas y la de las tarjetas postales (Crespo Armáiz, 2010, pp. 90-91, 120-128). Ambos medios capitalizaron sobre el gran interés de amplios sectores de la sociedad norteamericana de conocer más sobre las nuevas posesiones ultramarinas, desarrollando grandes catálogos de vistas sobre dichos destinos. Más adelante, entrado el siglo XX, se desarrollará el “boom” turístico real, el cual se construyó sobre el imaginario creado por dicho acervo visual que le precedió. De esta forma, la “mirada del turista” es en realidad mucho más que la mirada física, sino más aún una visión mental preconstruida sobre dichos territorios, imbuida por narrativas y expectativas sobre lo exótico, lo pintoresco (“picturesque”) y sobre el sentimiento de aventura que representaba para el ciudadano común el visitar y explorar los mismos. Dicho sentido de exploración y aventura es claramente utilizado como recurso en estas imágenes de las misiones presbiterianas en el Caribe, de forma consciente o inconsciente, para estimular la imaginación y conexión anímica de la audiencia con lo presentado. A continuación, presentaremos una muestra de las imágenes restantes de esta colección, señalando en algunos casos varios aspectos interesantes, ya sea de su contenido referencial o iconográfico, o del texto que las complementa. La colección contiene varias fotografías de las instalaciones físicas de las primeras misiones u obras misioneras presbiterianas en Puerto Rico, destacando de forma interesante aquellas del área oeste del país. Entre estas imágenes se incluyen fotos inéditas de la iglesia/orfanatorio y casa de cuido (“neighborhood house”) establecida en el barrio de La Marina, en la zona costera de Mayagüez.
Ilustración 3: “MARINA NEIGHBORHOOD HOUSE” (vista 58)
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Ilustración 4: “WATERFRONT HOMES SEEN FROM THE MARINA NEIGHBORHOODHOUSE, MAYAGUEZ, PORTO RICO” (vista 33)
El texto destaca la variedad de servicios comunitarios rendidos en dicha localidad: cuido de niños, jardín de infancia, club de madres, clínicas y charlas. Se indica que todos estos servicios se ofrecen dentro de este edificio “tropical” (vista 58). En la vista número 33, la atención se enfoca, no en los servicios ofrecidos dentro del edificio, sino más bien en las condiciones de pobreza de la barriada que lo rodea, y las cuales pueden apreciarse en esta vista de casuchas ubicadas a ambos lados del río. Se señala que se trata de una zona “densamente poblada y golpeada por la pobreza”, en la cual la gente “vive en cabañas de uno o dos cuartos, sin las más comúnmente reconocidas necesidades”. Dentro de este cuadro de condiciones paupérrimas, el presentador llama la atención a uno de los logros más significativos de la obra en Mayagüez: el desarrollo de un grupo de “muchachas” (el término utilizado es “girls”), dedicadas a la obra misionera.
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Ilustración 5: Página con el texto para la presentación de la vista número 32.
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Ilustración 6: “GIRLS IN TRAINING AT MARINA TRAINING SCHOOL, MAYAGUEZ, PORTO RICO”, (vista 32)
Se indica en el texto que el desarrollo de este grupo de jóvenes surgió de la necesidad de líderes locales para las obras religiosas y sociales. Al principio era difícil conseguir jóvenes con al menos un octavo grado de escolaridad, pero más adelante el interés creció de tal manera que se comenzó a requerir al menos dos años de escuela superior para iniciarse en un adiestramiento de tres (3) años, dirigido a convertirlas en “asistentes de pastor” y trabajadoras religiosas (equivalente al concepto religioso de diaconisas, o ayudantes). No obstante, obsérvese cómo, continuando con la construcción narrativa del recurso de la “aventura”, al momento de presentar las “muchachas” en adiestramiento, el texto las introduce dentro del contexto de un viaje a “las indias occidentales, islas de encanto y romance” (“Our trail now leads us to the West Indies, islands of charm and romance”). La única instancia dentro de todas las imágenes de la colección en que se establece este tipo de alusión al “encanto y romance”, es en esta vista en que se presentan estas siete jóvenes. Además del claro uso del recurso de la aventura como parte de la “mirada de turista” ya explicada con anterioridad, esta alusión puede ser un rezago del elemento de feminización, tan presente y fundamental dentro del clásico discurso colonial. El recurso de feminización buscaba resaltar los rasgos y la preeminencia de la femineidad de las sociedades o poblaciones colonizadas, de tal forma de proyectar una noción de debilidad, impotencia e indefensión, lo que a su vez justificaba la intervención de sociedades “superiores y viriles” en su control y protección.14 14 Este discurso de feminización fue utilizado consciente y abiertamente como parte de los justificantes de la Guerra de 1898, cuando la prensa sensacionalista norteamericana caracterizaba a Cuba como una indefensa doncella a la cual se debía liberar del yugo español. Posterior al conflicto, tanto el recurso de feminización como el de infantilización de la población fueron utilizados intensamente en periódicos, publicaciones, fotografías, informes oficiales y muchos otros, para legitimar el control y “tutelaje” de las nuevas posesiones coloniales: Duany (2001, p. 133), Thompson (2007, pp. 40 y 42), y Crespo Armáiz (2010, pp. 194-204).
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No estamos estableciendo aquí que la intención manifiesta del texto o de sus editores sea una de resaltar la sensualidad de la escena (cuestión de roles de género) o algún propósito expreso de proyectar una alusión a la femineidad de la sociedad puertorriqueña. Sin embargo, estas alusiones y relaciones intertextuales (entre texto escrito y texto visual), son claros reflejos, expresados de forma muy natural, de una perspectiva masculina y patriarcal del mundo, en la cual la mujer es signo de encanto y romance, y sus roles, como en este caso, están limitados al de ayudantes o asistentes pastorales. Dichos roles secundarios se refuerzan nuevamente en la imagen de la vista número 59 (ilustración 7), en la cual vemos un grupo mayor de niñas en Mayagüez, las cuales se encuentran en la etapa inicial de su adiestramiento. El texto que acompaña esta escena resalta como el logro mayor (“crowning work”) un grupo de 13 jóvenes que están siendo capacitadas en este adiestramiento de “liderazgo en educación religiosa”, esto es, para ser maestras. Continúa indicando que las primeras tres (3) graduadas de este grupo en 1925 ya forman parte del equipo de trabajo de la misión en la Marina, y otra joven partió hacia Sur América, como esposa de un misionero.
Ilustración 7: “DAYLY VACATION BIBLE SCHOOL AT MARINA MISSION” (vista 59)
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Ilustración 8: Página con el texto para la presentación de la vista número 59.
Otras imágenes relativas al aspecto misionero propiamente nos muestran escenas que nunca había sido documentadas de la obra presbiteriana en el área de Isabela. La vista número 48 (ilustración 9) muestra una interesante escena de un misionero al que se identifica como J. L. Santiago, junto a un grupo de feligreses frente a una estructura de madera, posiblemente su templo local. En la foto, a la derecha, aparecen dos hombres con chaqueta y corbata,
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uno de los cuales se sitúa de forma prominente, un poco más alejado, por lo que muy bien podría tratarse del líder del grupo (¿Santiago?). Nuevamente, resalta la gran proporción de mujeres y niños dominando la composición del grupo. No obstante, en este caso no se hace ninguna alusión al aspecto de género en el texto que acompaña la imagen, sino que el mismo nos presenta un interesante relato de las peripecias y vicisitudes que atravesó el misionero para llegar a este paraje rural del pueblo de Isabela (barrio Ceiba de dicho municipio).
Ilustración 9: “SUNDAY SCHOOL AT CEIBA” (vista 48)
Una proporción significativa de la obra misionera y comunitaria de la iglesia presbiteriana estaba centrada en la atención de las necesidades físicas y educativas de la gran población infantil, según se refleja a través de las vistas de esta colección. De hecho, las imágenes de los niños son utilizadas, de forma muy hábil y consciente, para reforzar el mensaje principal de recabar ayuda para las ingentes necesidades de la isla. En la vista 39 de la colección, una foto en acercamiento a una sonriente niña (ilustración 10), sirve para introducir el tema de los “niños de las indias occidentales”, y particularmente de “Porto Rico”. El texto que acompaña esta imagen (ilustración 11), además de señalar varias estadísticas sobre la población infantil en Cuba y Puerto Rico, elabora un recurso narrativo que es muy común al discurso colonial de finales de siglo XIX, relativo en particular a los rezagos de primitivismo “heredados” del pasado régimen español, en contraposición al progreso que supone estar ahora bajo el nuevo régimen estadounidense. La imagen de la sonriente niña “irresistible, de cabellos rizados y feliz disposición”, es acompañada por frases referentes a la “pobreza e ignorancia abismal, resultante en enfermedades y superstición”. Esta situación, explica el texto, representa una “herencia de sufrimiento”, de unos padres que han padecido a su vez de estos males durante cientos de años. En contraposición, esta herencia de pobreza, ignorancia y superstición está siendo sustituida
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y mejorando gradualmente, “bajo la ayuda americana”. Estos recursos narrativos son ejemplos recurrentes del discurso que busca reforzar el contraste entre el primitivismo y atraso que deriva del antiguo régimen, vis a vis el progreso, el antes y el después, que deriva de las nuevas condiciones políticas, económicas y sociales bajo la nueva metrópoli.15
Ilustración 10: “CHILDREN OF THE WEST INDIES – FROM PORTO RICO” (vista 39)
15 Sobre el discurso de contrastes, véase Thompson (2007, pp. 42-44), Crespo Armáiz (2010, pp. 215-217).
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Ilustración 11: Página con el texto para la presentación de la vista número 39.
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Dentro del discurso colonial tradicional, este tipo de recurso narrativo de contrastes entre el primitivismo de los pueblos dominados y el desarrollo modernista bajo las nuevas estructuras de poder, por lo general viene acompañado de otro elemento discursivo referente a la incapacidad del colonizado de aprovechar las oportunidades y recursos económicos que tiene a su disposición. Este tipo de discurso fue muy común en las decenas de publicaciones que se difundieron en los Estados Unidos a partir de 1898 sobre sus nuevas posesiones insulares, sus pobladores y potencialidades económicas.16 El texto narrativo de dichas publicaciones era comúnmente reforzado por otro “texto visual”, en forma de mapas, ilustraciones y, sobre todo, fotografías, claramente seleccionadas para apoyar el punto de vista de los editores. Dentro de la colección bajo estudio encontramos algunos rezagos de este discurso de incapacidad en medio de un gran potencial de riqueza natural (ilustración 12):
Ilustración 12: “A PORTO RICAN ‘FARM’ HOME” (vista 16)
Al examinar el texto que se incluye para la presentación de esta imagen (vista 16, ilustración 12), vemos un claro ejemplo de la forma en que el referente fotográfico es modificado a través del iconotexto, de forma tal de comunicar un mensaje simbólico mucho más complejo de lo que se desprendería de una mera descripción de los elementos iconográficos de la imagen. La imagen de una choza de paja en la ladera de una montaña sirve de base para la elaboración del discurso de contrastes e incapacidad: “Una imagen que sugiere al mismo tiempo la riqueza de los suelos de Porto Rico y la pobreza de su gente. ¿Por qué tanta pobreza en medio de tanta abundancia de la naturaleza?”.17 A continuación, el texto elabora sobre las condiciones de desempleo y desocupación que caracterizan a la economía de la isla, eminentemente dependiente de los ciclos agrícolas anuales. 16 Fowles (1906, pp. 47, 49, 51), Bryan (1899, pp. 271-272). 17 Para ejemplos de este tipo de elemento discursivo visual, véase Crespo Armáiz (2010, pp. 217-223).
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En la vista 20 (ilustración 13), se muestra una pareja de niños puertorriqueños de la misión presbiteriana en Mayagüez (La Marina). En la próxima página (ilustración 14), incluimos el texto relacionado a esta fotografía. La primera sección del texto plantea a la audiencia la interrogante del origen o nacionalidad de los niños. Se trata de un recurso narrativo de “homogenización” de la imagen visual: si no se identificaran, estos niños bien pudieran pasar por “indios, mexicanos, cubanos, italianos, griegos, o de una docena de naciones europeas”. Rápidamente se aclara que son “portorriqueños”, y que deben ser considerados nuestros prójimos, y mucho más que meramente nuestros vecinos en el mapa. Aunque en este caso particular lo que se busca es resaltar la necesidad de ayudar a la población que estos niños representan, sin hacer distinciones, la “homogenización” como recurso discursivo tenía como efecto establecer una clasificación homogénea de las sociedades y pueblos “atrasados”, los cuales compartían una serie de características sociales, económicas, e incluso étnicas, las cuales eran determinantes y consustanciales a su incapacidad de autogestión.
Ilustración 13: “CHILDREN AT PRESBYTERIAN MISSION MAYAGUEZ, PORTO RICO” (vista 20)
La segunda sección del texto introduce una breve referencia a Cuba, la cual, aunque no se considera un territorio como Puerto Rico (“los cubanos…no viven bajo nuestra bandera”), por los pasados 25 años “el Tío Sam ha sido, en todos los sentidos, su hermano mayor”, resaltando nuevamente, y de forma muy natural, el elemento del tutelaje, eje central del discurso colonial. Sabemos que esta protección de su “hermano mayor” tomo forma, durante varias décadas, a través de la denominada enmienda Platt a la constitución cubana, la cual confería a los EUA el derecho incluso a la intervención militar en dicha isla para la defensa de sus intereses.18 18 A diferencia de los casos de Puerto Rico y Filipinas, a partir de 1903 el gobierno de Estados Unidos reconoció oficialmente la independencia de Cuba (lo contrario hubiese sido muy difícil de defender ante la opinión internacional, luego de entablar una guerra para liberar dicha isla del yugo del decadente imperio español). No obstante, a través de la llamada “Enmienda Platt” dentro de la constitución cubana, los norteamericanos retuvieron su derecho a intervenir, incluso militarmente, en los asuntos internos de la isla para salvaguardar sus intereses. Se mantuvo de esta forma el control político sobre Cuba, además del control económico y financiero que ya ostentaban a través de la banca y los conglomerados del azúcar. Véase Boersner (1996, p. 145) y Thompson (2010, pp. 187-188). 14 de junio de 2018
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Ilustración 14: Página con el texto para la presentación de la vista número 20.
El desarrollo de la obra presbiteriana en Puerto Rico estuvo basada, desde sus inicios, en dos (2) vertientes fundamentales de servicio: la educación y la salud. Según expone Silva Gotay (2005, p. 134), este enfoque educativo y salubrista fue resultado de la gran influencia de las juntas misioneras de mujeres presbiterianas, las cuales insistieron en que la obra en Puerto Rico debía ser mucho más amplia, y no limitarse al aspecto proselitista. Citando al misionero Milton Green: “Para la más efectiva, rápida, simétrica y abarcadora transformación del carácter inte-
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lectual, social y moral de Puerto Rico, debemos mirar al trabajo médico y educacional de las juntas misioneras de nuestras mujeres” (Silva Gotay, 2005, p. 134). Según hemos mostrado, la colección fotográfica bajo estudio cubre ampliamente la labor social presbiteriana, principalmente en el área oeste del país (Mayagüez, Aguadilla, Isabela). Los servicios educativos y las casas de cuido infantil han quedado documentados a través de las imágenes y los textos descriptivos que las acompañan.
Ilustración 15: “A DAY SCHOOL IN PORTO RICO” (vista 45)
La vista número 45 (ilustración 15), muestra la íntima relación de la labor educativa y el proceso de evangelización. En la misma se nos muestra una clase de escritura. Bajo la atenta supervisión de una maestra, un grupo de niños practica escribiendo la frase “Dios es Amor”. Ello se desprende no solo de la propia fotografía (la frase aparece escrita al tope de la pizarra), sino que el propio texto que acompaña la vista así lo resalta en su última oración descriptiva (figura 16): “Estos niños están siendo enseñados a escribir Dios es Amor, como parte de su lección”. Según explica Agosto Cintrón (1996, p. 98), al enfrentar el grave problema de analfabetismo en la isla, los misioneros protestantes desarrollaron una campaña de educación intensiva, tanto religiosa como secular, a través de escuelas y centros de cuidado diurno. A través de estos, y citamos, “los principios religiosos se impartían con la misma tenacidad que los valores sociales y políticos de la sociedad norteamericana”. Esta vista ilustra a perfección este proceso.
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Ilustración 16: Página con el texto para la presentación de la vista número 45.
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Hasta este punto hemos fijado mayor atención a los aspectos educativos y sociales de la obra misionera presbiteriana, según se desprenden de esta colección de imágenes fotográficas. Sin dudas, para una gran proporción de la sociedad puertorriqueña contemporánea, al considerar la presencia de la Iglesia Presbiteriana en Puerto Rico se tiende a pensar en su aportación al desarrollo de los servicios y sistemas de salud en la isla, y particularmente, en el Hospital Presbiteriano de San Juan, una de las primeras instituciones de su clase establecidas bajo la dominación norteamericana a inicios del pasado siglo, y aún en funciones en la actualidad. Como era de esperarse, una porción significativa de las vistas fotográficas de esta colección centran su atención en esta labor médico – hospitalaria, y en el desarrollo del Hospital Presbiteriano como eje central de dicha labor. Interesantemente, una de las primeras imágenes de la colección (vista 6, ilustración 17) consiste de una fotografía de lo que se denomina como una “Ambulancia Portorriqueña”:
Ilustración 17: “A PORTO RICAN AMBULANCE” (vista 6)
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Ilustración 18: Página con el texto para la presentación de la vista número 6.
El texto describe las precarias condiciones de salud con que se enfrentaron los misioneros a su llegada a la isla, destacando que, muy rápidamente, reconocieron que además del trabajo religioso, dichas condiciones hacían necesario estar preparados para atender las necesidades físicas y salubristas de la población (“comenzaron a llevar con ellos frascos de pastillas según predicaban”). A medida que se regaba la voz, continúa el texto, la gente comenzó a llegar a San Juan en busca de ayuda para sus dolencias, y lo hacían en los medios más precarios e improvisados, como en este tipo de hamacas al hombro de algunos vecinos. De aquí –culmina el texto– surgió la necesidad de un lugar más adecuado para que los enfermos pudiesen convalecer durante su tratamiento. Ese será el origen del “presbiteriano”.
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Ilustración 19: “PRESBYTERIAN HOSPITAL BUILDING” (vista 7)
Ilustración 20: “IN THE PRESBYTERIAN HOSPITAL, SAN JUAN” (vista 43)
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Ilustración 21: “NURSES CONFERRING OVER CHILD” (vista 10)
Como ya hemos expuesto, el Hospital Presbiteriano nace de la labor de la misionera y salubrista, Dra. Grace Atkins, enviada a Puerto Rico en 1901 por la junta misionera de mujeres presbiterianas. Ya hacia 1904 estableció la clínica original en facilidades de madera en Santurce, la cual se trasladaría a instalaciones permanentes en 1917. En la vista 7 (ilustración 19), se presenta la fachada frontal del nuevo hospital, frente a la playa. El texto descriptivo de esta fotografía señala: “el nuevo hospital Presbiteriano en San Juan está construido en concreto…y sus ventanas miran hacia el inspirador mar”. Según indica Silva Gotay (2005, p. 137), en 1905, la propia junta de mujeres misioneras que dio impulso a la fundación del hospital, dio paso a la creación del primer programa de formación de enfermeras en la isla. La labor de este programa de adiestramiento y del personal de enfermería es un tema presente, tanto en las imágenes fotográficas, como en los textos descriptivos que las complementan. Es interesante señalar que en varias ocasiones estos textos hacen especial mención de la gran dificultad que se confrontó para la formación del personal de enfermería, ya que “la profesión de enfermería era una despreciada en Porto Rico, y no era aceptable para muchachas de buena posición social”. El texto que acompaña la vista 10 (ilustración 21), en la cual aparecen tres enfermeras posando frente a un infante, señala, y citamos, que “cuando el curso se abrió en ‘El Presbiteriano’, la primera solicitante aceptada fue una pobre y no educada mujer Negra, una viuda que llegó con todas sus pertenencias en un saco sobre su cabeza y dos o tres niños pequeños a sus pies”. Continúa el texto indicando que, ahora, el cuerpo de enfermeras cuenta con muchachas con grados universitarios, y algunas continúan estudios en los Estados Unidos (vista 62, ilustración 22).
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Ilustración 22: “NURSES IN TRAINING, PRESBYTERIAN HOSPITAL” (vista 62)
Conclusión La colección fotográfica de positivos en cristal de la misión presbiteriana que hemos presentado y analizado en el presente trabajo nos provee una oportunidad singular desde varias vertientes. Por un lado, se trata de un conjunto de imágenes hasta ahora inéditas, y en un formato o soporte fotográfico de bastante rareza. A través de este conjunto de imágenes, en segundo término, hemos podido documentar aspectos muy cercanos a las etapas iniciales de la labor misionera presbiteriana en Puerto Rico, de su cotidianidad, y sobre todo de sus dimensiones sociales en los campos de la salud y de servicios educativos. Desde una perspectiva más crítica, esto es, desde la consideración del aspecto cultural del documento fotográfico, esta colección constituye un sistema comunicológico integrado y sumamente estructurado, el cual, en íntima relación con los textos descriptivos que lo acompañan, servía unos objetivos muy específicos. Esos objetivos estaban dirigidos a llevar un mensaje (ante las iglesias de los Estados Unidos), sobre el progreso alcanzado en la obra misionera en la isla, pero sobre todo, sobre las grandes necesidades espirituales, sociales y económicas que aún prevalecían entre la población isleña, y para la cual se solicitaba su empatía y apoyo. Como artefacto cultural que refleja, inevitablemente, las mentalidades de sus creadores y de su época, a través de estas imágenes y textos hemos podido identificar rezagos de diversos elementos característicos del discurso colonial que tan a menudo condicionaba y moldeaba la información que recibía la sociedad estadounidense de principios del siglo XX respecto a los nuevos territorios recién adquiridos. Recursos tales como recurrir al espíritu de aventura a través de la mirada del turista, la feminización, la homogenización del sujeto, su incapacidad e ignorancia, el discurso del
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progreso bajo el tutelaje y protección de las nuevas autoridades, entre otros, son trazos del paradigma colonial que translucen en diversas instancias a través de este conjunto fotográfico. Como bien apunta Peter Burke (2005, p. 236), al analizar los procesos de alteridad en la fotografía colonial, las imágenes de culturas ajenas pueden ser inexactas y estar llenas de prejuicios… pero como testimonio precisamente de esos prejuicios son inmejorables… constituyen un testimonio del ordenamiento social del pasado y sobre todo de las formas de pensar y ver las cosas en tiempos pretéritos. Nos inclinamos a pensar que, en el caso de los misioneros presbiterianos que incursionaron en Puerto Rico a inicios del pasado siglo, estos rezagos discursivos sobre “el otro” no representan necesariamente una construcción deliberada, sino que fueron movidos, en su mayoría, por un propósito genuino de ayudar a mejorar las condiciones de vida de la población puertorriqueña que les tocó servir. Así lo atestiguan los servicios que brindaron y las instituciones que para ello desarrollaron. Ello aparte, la colección estudiada atestigua sin dudas sobre lo intricado y profundo de los procesos de alteridad, y sobre la forma en que estos, por lo general de forma inconsciente, moldean y condicionan nuestra visión de mundo. Referencias Fuentes fotográficas Colección de positivos en cristal de las misiones Presbiterianas en Puerto Rico, ca. 1920-1930. (colección del autor). Fuentes secundarias Agosto Cintrón, Nélida (1996). Religión y cambio social en Puerto Rico (1898-1940). Ediciones Huracán y Ateneo Puertorriqueño Blaut, James (1993). The Colonizer’s Model of the World: Geographic Diffusionism and Eurocentric History. Guilford Press Boersner, Demetrio (1996). Relaciones internacionales de América Latina. Nueva Sociedad, Caracas Bryan, William S. (ed.) (1899). Our Islands and their People. As seen with Camera and Pencil. Dos volúmenes, Thompson Publishing Company, New York Burke, Peter (2005). Visto y no visto: El uso de la imagen como documento histórico. Crítica, Barcelona Charrón, José R. “Pucho” y Claudio, Evelyn (eds.) (2011).Claridad en el lente: 50 años de fotografía de Claridad. Introducción analítica de Jennifer Wolff, Claridad CIA-World Fact Book, página de internet https://www.cia.gov/library/publications/the-world-factbook/geos/ rq.html Crespo Armáiz, Jorge L. (2010). La contribución de la fotografía estereoscópica en la construcción del imaginario sobre “el otro” puertorriqueño en la sociedad estadounidense (1898-1930). Tesis doctoral inédita, Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, San Juan Duany, Jorge (2001). Portraying the Other: Puerto Rican Images in Two American Photographic Collections, en Discourse, 23.1, Wayne State University Press Fowles, George Milton (1906). Down in Porto Rico. Eaton and Mains, New York Gaztambide-Géigel, Antonio (2006). El imperio “Bueno” del ’98: Una comparación entre los nuevos imperios europeos y el estadounidense, publicado en Tan lejos de Dios…Ensayos sobre las relaciones del Caribe con los Estados Unidos, Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, Ediciones Callejón.
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González, Libia M. (2007). Álbum de Puerto Rico. Feliciano Alonso. (estudio introductorio), Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIS)/Doce Calles __________ (2008). Imágenes: Muñoz y “el pueblo”, en Luis Muñoz Marín: Imágenes de la memoria. Fernando Picó (ed.), Fundación Luis Muñoz Marín __________ (2008). Puerto Rico en fotos: la colección Menonita 1940-1950. Fundación Luis Muñoz Marín Kossoy, Boris (2001). Fotografía e historia. Biblioteca de la mirada, Buenos Aires Rodríguez Bravo, Enríque (1972). Origen y desarrollo del movimiento protestante en Puerto Rico 1898-1940. Tesis doctoral, George Washington University Rothenberg, Tamar Y. (2007). Presenting America’s World: Strategies of Innocence in National Geographic Magazine 1888-1945, Ashgate Publications Silva Gotay, Samuel (2005). Protestantismo y política en Puerto Rico 1898-1930. Editorial UPR. Strain, Ellen (2003). Public Places, Private Journeys: Ethnography, Entertainment, and the Tourist Gaze. Rutgers University Press, New Brunswick Strong, Josiah (1891). Our Country, Its Possible Future and its Present Crisis, Baker and Taylor, New York Thompson, Lanny (2007). Nuestra isla y su gente: La construcción del “otro” puertorriqueño en “Our Islands and their People”, 2da edición, UPR ______________ (2010). Imperial Archipelago: Representation and Rule in the Insular Territories under US Domunation after 1898. Institute of Colonial Studies, University of Hawaii Press.
First Episcopal Methodist Church. Tomado de www.prhbds.org. 14 de junio de 2018
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Detox de Mónica Lladó Ortega
Alexandra Pagán Vélez
M
ónica Lladó Ortega decide publicar su primer poemario desde la honestidad y sencillez que la caracteriza, y nos ofrece un texto en el que nos sumerge en un viaje hacia lo profundo, como si buceáramos. Las corrientes de los versos nos van llevando al fondo y nos enfrentamos con la oscuridad inherente en lo profundo, pero también nos topamos con la belleza y riqueza de las profundidades. Este poemario nos compromete a mirarnos desde adentro y hacia adentro para asumirnos en el colectivo. Por eso cuando lo leo oigo una voz poética que me es maestra y amiga, que me enseña a mirar, a reconocer, a amar y también a descartar y soltar. Detox (Trabalis, 2018) empieza con un poema del mismo título, y lee: Ya
las gentes murmuran que yo soy tu enemiga Julia de Burgos
Las malas lenguas con envidia, se lamen los ojos de bendiciones falsas, de puñales. Las miradas esquivas, las piernas presurosas, rehúyen la luz incapaces de asumir sus discursos. Se hunden mutuamente en acusaciones que implican a ausentes.
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Lenguas multiplicadas serpentean, musitan inaudibles maldiciones inviables. Susurros y lenguas se entrelazan tragándose unas a otras. Mienten, mueren, desaparecen. Desaparecen, mueren, mienten. Transito ese espacio inevitable y lleno. Aunque me tape oídos y ojos, me invaden los ecos de susurros. Rápidamente me cubro con lapas babosas que me sustraen el veneno de la piel antes que penetre como una transfusión de pensamientos truncos. Se desdibuja la imagen trazada serpentina en mí por los ojos de otros, y con los pies descalzos me adentro en el río pisando suave donde el agua en su inusual quietud me refleja intacta como siempre he entendido ser. De lo dulce, brota un suspiro reconocedor que desde adentro me abraza. (11- 12)
Se problematiza la mirada fiera del Otro: las malas lenguas figuran como serpientes que se multiplican. Este poema de alcances, para mí, dramáticos me resulta maravilloso: los sujetos creadores del chisme son anulados por sus propias lenguas que se vuelven un monstruo espantoso. La mirada se revierte porque a fin de cuentas el Otro es espejo y las malas lenguas siempre enredan a quien profesa injurias. Aquí el epígrafe de Julia de Burgos: “ya las gentes murmuran que yo soy tu enemiga” nos conduce a pensar en la confusión interior que surge del conflicto, mas quienes conocemos el poema sabemos que sugiere una reafirmación: “mienten” (que es un verbo central tanto en el poema de De Burgos −“mienten, Julia de Burgos, mienten”1− como en el de Lladó). En “Detox” el río quieto refleja el yo que “siempre ha entendido ser” (12) y mediante lapas se extrae el veneno. Esa idea de la “limpia”, como le llaman los sanadores y de la mirada hacia adentro que deviene del reflejo será una constante en el libro que a lo largo de los poemas se irá complicando y alcanzando unos niveles de entereza, de libertad y bienestar. Precisamente el budismo considera que convertir el veneno en medicina es “transformar hasta el peor de los males en el bien supremo”.2 Este bien no solo es ese poder de sanación que resulta del autoconocimiento y del amor propio, sino también la poesía misma. En ese sentido hay también una correspondencia con De Burgos pues ambas poetas se amparan en la poesía como camino y como medio estético. Todas las experiencias de vida, buenas y malas, le sirven a Lladó como móviles y estímulos, que se traducen en poiesis. El poema cierra con una intelección metafórica que de modo sencillo, claro y poderoso nos muestran “el remedio” que supone el détox: brota un suspiro reconocedor
1 El poema “A Julia de Burgos” comienza: Ya las gentes murmuran que yo soy tu enemiga porque dicen que en verso doy al mundo tu yo. Mienten, Julia de Burgos. Mienten, Julia de Burgos. La que se alza en mis versos no es tu voz: es mi voz […] (9) 2 Refiérase al texto “Convirtiendo el veneno en medicina” de Soka Gakkai Internacional (SGI) en http://www.sgi.org/es/acerca-de-nosotros/conceptos-budistas/convertir-el-veneno-en-remedio.html.
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que desde adentro me abraza (12)
Es inevitable recordar las palabras de Miguel de Unamuno cuando concluye su ensayo emblemático “¡Adentro!”: “Recógete en ti mismo para mejor darte a los demás todo entero e indiviso. […] Doy conmigo el universo entero -. Para ello tienes que hacerte universo, buscándolo dentro de ti. ¡Adentro!” Esa búsqueda desde los paradigmas de la maternidad, la adultez, ser mujer y ser poeta son los timones con los que descendemos en el poemario Detox, venenos y remedios. Como ya mencioné, nos topamos con un mundo onírico definido por lo oscuro, que es también lo femenino y lo propio del inconsciente, pero que se proyecta a lo plenamente humano. Desde el epígrafe, el libro coloca la poesía misma como parte del remedio. Se cita a Olga Orozco quien dice: “¡Ah, los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba, y esos labios exangües sorbiendo los venenos en la inanidad de la palabra!” Así el recorrido sanador es doloroso y supone un encuentro con las palabras, una especie de tamiz entre aquellas que son vanas y las que verdaderamente plantean una revolución poética, una reafirmación del ser.
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Sin embargo, todo eso va enlazado a un pasado, se trata de algo superado, en el poemario las dolencias más que denuncias se vuelven cánticos victoriosos de quien supera y vence los oprobios y las condenas. Lo que se resalta a veces es un pasado longevo que supone un lodazal, pero la voz poética se yergue “decidida a florecer” desde lo oscuro (13).; testimonio de ese bien supremo, que cité anteriormente. En ese sentido, estaremos pasando de la oscuridad a la luz y en momentos, en medio de sombras, reconoceremos y veremos esas estelas de luz que nos guían al encuentro de lo real. El claroscuro −como intersticio− es donde planta su centro o la construcción discursiva; las imágenes de la mariposa y sus asociaciones como la crisálida, fungen como símbolos de transformación. Desde ese ángulo veo la trilogía de poemas titulada “Claroscuro” como un tesoro (que se encuentra en una buceada en ese mar poético) que se nos abre y nos recuerda a uno de los poetas más queridos en nuestra literatura: Francisco Matos Paoli y su Canto de la locura (1962). “Empiezo a darme luz en las esquinas”3, enuncia el epígrafe y es que, con poder cuántico, sumergidos en las profundidades, la luz del adentro que se reconoce y fusiona con la grandeza de la “humana verdad”4 provee la luz necesaria al recorrido que nos trae a la superficie y nos topamos con el amanecer. En “Claroscuro II” declama: Repetidas veces me lancé y como si fuera el más vil de los venenos escupiste mi claridad todas las veces titiritero tirijala de hilos invisibles en que me enredaste a un vaivén de tu voz al compás nombrándome desde la sombra. (14)
El “titiritero” metaforiza la relación codependiente con el lenguaje, muestra signos del juego despiadado de quien la voz se siente atraída; subraya la crueldad del sujeto en su intento de penetrar la oscuridad. De la oscuridad va al amanecer, el intertexto con Matos Paoli muestra las complejidades y dimensiones metafísicas de su mirada: en el último claroscuro se pone en juego el propio ser que se desplaza, que se escapa del discurso (las malas lenguas). La luz en las esquinas, subrayada la iluminación propia, el adentro que ya hemos ido plateando en el poemario. En ese tránsito el otro es también el lenguaje mismo, y el encuentro con la voz poética es un escape del discurso opresivo, cruel, mentiroso… y, por tanto, una reafirmación en lo opuesto, eso que no es lenguaje porque es ser, porque es experiencia, porque es amor y vida. Eso nos lleva a “Soltar” uno de esos poemas luminosos que nos comparte lecciones profundas de quien aprende de su trayecto el valor. “[Q]uién nos curará del fuego”, presenta el epígrafe (cita del Capítulo 73 de Rayuela de Julio Cortázar), y se refiere a ese fuego con el que nos autoinfligimos un tipo de discurso/castigo, que se descarta con el repaso, no de las glorias, sino de los errores y heridas. Aquí vemos lo que me antojo de llamar como la voz de la maestra que reconoce la propia violencia y la deroga: Reconocerme en lo oscuro, abrazar y soltar,
3 El verso le pertenece al poema “¿Por qué desaparezco?” que dice: Después de la sutil locura se agranda mi Dios en los lirios, empiezo a darme luz en las esquinas y se paraliza el polen de los muertos en lo que de mí está sellado […] (18) 4 Retomo a De Burgos, del poema ya citado: Tú eres fría muñeca de mentira social, y yo, viril destello de la humana verdad. (9)
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abandonar el estertor del tránsito. Besar cada herida, cicatriz o quemadura, y no desear un pasado otro. Valorar hasta el mínimo error, dejar de mudar la piel a golpes por no sentirla mía... (18)
Del ser, el otro, vemos también encuentros con el constructo social del cual la voz se enfrenta con la misma valentía y nos provee la iluminación que hace que entendamos mejor la complejidad de lo que he nominado en algún momento como el “ser(nos)” o la acción de ser que apuesta a un mundo nuevo: con puentes que nos unen y enlazan a lo real, que desteje telarañas, que sana y que vive con insistencia y deseos de justicia social. Leemos en “Silencios”: ¿Quién narrará las verdades cotidianas, la humanidad compartida, el sosiego del abrazo de un hijo, la mano tendida del que pide o el que ofrece ayuda, el vaso de agua, el pan, el reflejo de tus ojos en mis ojos? (22)
Los sentidos de justicia social se enlazan al activismo y es que sería incoherente buscar la plenitud y autenticidad del ser sin pensar en la candela de la lucha, en el futuro. Así, la yoidad y la sociedad se enlazan al núcleo de la intimidad familiar como holograma del amor y la armonía social que se añora en el mundo. Como anticipo les insto a que lean los poemas dedicados a su esposo e hijos, son poemas que elaboran la relación y el gozo de ser parte de una familia, pero que a su vez esbozan la complejidad del devenir. Así, el détox es la relación que se tiene con el Otro, el encuentro que se tiene consigo misma, pero que se convierte en un sentido de colectivo y plenitud. La voz poética, hilvana puentes, desteje telarañas; es decir, elimina trampas. Leemos una voz que se descubre con la sencillez de la verdad o con esa “verdad sencilla”5 que cantaba Julia de Burgos, ese axioma que sin tapujos muestra cicatrices y fortalezas, esa que algunos románticos la asociaban con la belleza. Así también el transitar, desde la incertidumbre que supone y su relación con el tiempo, será uno de los temas existenciales en los que el poemario levantará imágenes y reflexiones poderosas que se enmarcarán desde un sentido de gratitud, de reafirmación y de saber(se) plena porque puede reconocer también las vulnerabilidades y dolencias. Así lo vemos en el poema “Cielo”: ¿Será posible abrir aún más
lo que ya era cielo? (39) 5 El poema “Canción de la verdad sencilla” de Julia de Burgos recita: […] Peregrina en mí misma, me anduve un largo instante. Me prolongué en el rumbo de aquel camino errante que se abría en mi interior, y me llegué hasta mí, íntima. Conmigo cabalgando seguí por la sombra del tiempo y me hice paisaje lejos de mi visión. Me conocí mensaje lejos de la palabra. Me sentí vida al reverso de una superficie de colores y formas. Y me vi claridad ahuyentando la sombra vaciada en la tierra desde el hombre […] (64)
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Desde la plenitud, Lladó nos comparte un tesoro: la belleza de reconocerse entera, el placer de la búsqueda, el poder de desintoxicarse mediante la palabra poética. Les invito a disfrutar ese proceso que se vuelve nuestro en la medida que lo leemos.
Referencias De Burgos, Julia. Antología poética. Editorial Coquí, 1975, 1967. Lladó Ortega, Mónica. Détox, venenos y remedios. Trabalis, 2018. Matos Paoli, Francisco. Canto de la locura. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2016, 1962. Imágenes Rima Salamoun
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Detox (selecciones) Mรณnica Lladรณ Ortega Arte Marili Pizarro
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Naufragio Te dibujo un mapa de caricias que borras como rayo de estrella en luna llena. Lucho con remolinos que me arrastran a fondo. Nudos del viento se enredan en las trenzas de las algas, pero sigo a nado. Las nubes se vuelcan, desdibujan tus lĂmites, te fusionan con la borrosa arena piedra. Esparcidos por el oleaje tempestuoso, vamos a otro lugar que es el mismo. Menguante que revienta de luz negra. Corriente de neblina que nos agota.
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Soy Aunque sea a tu pesar sé que existo, respiramos el mismo aire, transitamos los mismos pasillos, día tras día. Y aunque me ignores, te saludo, te reconozco, te hago sentir mi existencia. Pese a todos tus intentos de borrarme con indiferencia, con palabras falsas con tu pupila ingrata clavada más allá de mi nombre... Soy, indomable, inquebrantable, de raíz profunda... Soy.
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Candela La voluntad distorsionada de los pocos desmantela lo que pertenece a los muchos. Deja solo los vestigios de la primera persona del plural. Todo ahora en singular se va restando a la suma de precariedades que amontonan un colectivo que se encandila con cada cálculo a ciegas de esos pocos. Esos que inclinan las balanzas al precipicio de los dígitos en rojo. Rojo y no de sangre que da vida. Rojo y no el de ideologías multitudinarias.
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Rojo de menos cero. Menos pan para los viejos. Menos escolaridad para los hijos. Menos todo para el futuro. Incluso menos para la muerte. Menos mal que abunda el oxígeno aunque esté contaminado con arenas de otros continentes, con cenizas tóxicas, con humos petroquímicos, para darte luz, por ahora. Hasta que solo haya un fósforo por vela para encender lo poco que quede, o para darle a esos que nos quitan candela.
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Pedestal Cada vez que estoy contigo
me subes a ese pedestal.
La admiraciĂłn me ha hecho padecer de alturas.
Hago acto de achicarme
andar tras bastidores, serte humilde para no defraudar tus ritos. Renuncio a la cotidianidad para que no te lleves tu presencia con todo y pedestal‌
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La prรกctica errรกtica
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SER-SVR Jotham Malavé
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Piezas: 1. Acolytes of the South, óleo, 20”x 26”, 2018 2. Distorción de la realidad, óleo, 14”x 18”, 2018 3. Of Human Existence, óleo, 12”x 9”, 2018 4. Altar to the Left Hand, óleo, 48”x70”, 2018 5. Mateo 5:30, óleo y hoja de metal, 30”x 40”, 2018 6. Altar a la disciplina, grafito en papel, 30”x 16”, 2018 7. Transfiguración, oil on canvas, 12’x6’, 2017 8. Máscara chamanística, óleo, 16”x16”, 2018
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El secreto de la casa rosa (Novela por entrega 4)
Sylma García González
XIV En la cama Una mujer corría descalza sobre la arena. Su pelo negro se movía de un lado a otro, tapándole la cara. El día estaba nublado, pero no había llovido. Un viento frío soplaba del oeste. Una mano caliente se posó sobre la frente de Lorena, haciéndola despertar. La mujer ya no estaba allí, pero ella se encontraba acostada en su cama. Sus padres estaban sentados a cada lado suyo. Sus caras mostraban preocupación. La mano de Leonor aún descansaba sobre su cabeza. Adelaida estaba de pie al borde de la cama. La acompañaba un hombre mayor, aunque no viejo. Tenía un gracioso bigote amarillento. Todos la miraban en silencio. Una dolorosa hincada en la base del cráneo le hizo dar un grito.
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— El dolor es natural. Deberás tomar analgésicos —le dijo el desconocido, sonriéndole. — ¿Tendremos que llevarla al hospital? — quiso saber Eduardo. — ¡No! No quiero ir a ningún hospital. Estoy bien. Es solo un chichón. — Lorena, ¡te caíste de un árbol! ¿Qué hacías ahí trepada? ¡Claro que hay que ir al hospital! Puedes tener alguna fractura —intervino Leonor, entre angustiada y molesta. Para ella, Lorena se comportaba como una chiquilla. ¡Y que darle ahora por trepar árboles! Sin embargo, su enojo ocultaba una gran preocupación. — Hagamos algo. Vamos a ponerla bajo observación en casa. Mañana regresaré temprano a ver cómo sigue. Recomiendo hacerle un CT Scan, por si acaso. ¿Te parece mejor, jovencita? — Sí, gracias —contestó ella, complacida. — Debo irme. Vigílenla de cerca, y me llaman si me necesitan. — Mil gracias, doctor Vélez. Mañana mismo la llevaremos a hacerse el examen. Lamentamos mucho haberlo molestado en sus vacaciones, pero es que estábamos desesperados —explicó Leonor. — No se preocupen. No es ninguna molestia. Adelaida acompañó al médico rumbo al portón. Lorena aún se sentía muy confundida. El dolor de cabeza le recordó su caída del roble, pero no sabía cómo había llegado a su cuarto. Mientras le daba un par de analgésicos con un vaso de agua, Leonor le contó que, como estaba oscureciendo y aún no regresaba, Adelaida y ella salieron a buscarla y la encontraron tirada a la sombra del roble. En ese momento, Eduardo acababa de llegar de San Juan. Adelaida sugirió buscar al doctor Vélez, quien pasaba unos días en su casa de playa, cerca de allí. Ella misma fue por él. Afortunadamente, lo encontró sentado en el balcón. Cuando el médico llegó, ya Eduardo había acostado a Lorena en su cama. El accidente le abrió el apetito, así que le llevaron comida al cuarto. No había nada que una batida de chocolate y un pedazo de flan de queso no resolvieran. — Hija, ¿qué te dio con subirte a ese árbol? —preguntó Leonor, mientras le limpiaba la barbilla con una servilleta. — Fue una mala idea. Lamento haber causado este lío —contestó Lorena, avergonzada. — No te preocupes, nena. Ahora trata de descansar. Me quedaré aquí para vigilarte —dijo Eduardo, recogiendo la bandeja de la comida. — Me quedaré yo —se opuso Leonor, aunque lucía visiblemente agotada. Oscuras ojeras marcaban su cara infantil. — No hace falta que se quede nadie. Dormiré muy bien. Si me siento mal, los llamaré. ¡Prometido! — ¿Estás segura? —preguntó Eduardo, dudoso. — Sí; ahora váyanse y déjenme dormir —contestó Lorena, riéndose. Ninguno de sus padres parecía convencido, pero finalmente aceptaron su propuesta. Lorena sabía que irían a verla varias veces durante la noche. Leonor la arropó y le dio un beso en la frente. Apagaron la luz y cerraron la puerta tras ellos. Otra vez, la oscuridad.
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XV Leonor sufre una crisis El doctor Vélez llegó temprano a revisar a su paciente. La encontró desayunando en la terraza con su familia. Cualquiera hubiera dicho que la caída del roble amarillo había sido solo un cuento de caminos. Lorena lucía muy recuperada, aunque le dolía un poco el chichón. Había dormido bien. De todas formas, el médico recomendó que se le hiciera el CT Scan para descartar cualquier daño. Advirtió que los golpes en la cabeza eran peligrosos y que, a veces, sus efectos no se notaban enseguida. Antes de irse a pasear por la playa con su perro, les dejó la orden médica, a pesar de las quejas de Lorena. Ella aseguraba que se encontraba perfectamente bien y que no hacía falta ninguna prueba para demostrarlo. Era de esperarse que sus protestas no tuvieran el más mínimo efecto en sus padres. Sin embargo, sus planes no pudieron llevarse a cabo. Leonor, siempre preocupada por el bienestar de su hija, entró a la casa para llamar al laboratorio, con la misión de conseguir una cita para ese mismo día. Aunque le aseguraron que no había espacios disponibles hasta dentro de un mes, con su natural simpatía y determinación logró un espacio para el día siguiente. Eduardo y Lorena se quedaron en la terraza planeando una excursión a Boquerón para el fin de semana. Leonor salió triunfante a la terraza, pero, de repente, cayó tendida sobre las losas de mármol gris. Su esposo y su hija corrieron hacia ella. Había perdido el conocimiento. Sus labios estaban pálidos y casi no tenía pulso. Sin pensarlo dos veces, Eduardo la montó en su carro y salió a toda velocidad rumbo al hospital. Lorena quiso acompañarlos, pero su padre se lo prohibió. Se quedaría en la casa con Adelaida. Él la llamaría desde el hospital. La chica, al borde de las lágrimas, estuvo a punto de protestar, pero no quiso angustiar más a su padre y decidió obedecer. Lorena pasó un día angustioso en espera de noticias sobre su madre. Para entretenerse se ocupó de acomodar los libros que aún estaban en cajas en la biblioteca. Decidió llevarse para su cuarto uno de los libros de Lorraine: Un crimen dormido, de Agatha Christie, quien, de hecho, era una de sus autoras favoritas. ¡Hasta eso tenía en común con su tía desconocida! Almorzó en la cocina con Adelaida, quien se notaba muy preocupada por Leonor. La chica tuvo que reconocer que, a pesar de todo, aquella antipática mujer quería verdaderamente a su madre. Por la tarde, dio un paseo por el patio con la esperanza de encontrarse con Nemo, pero no tuvo suerte. En varias ocasiones había tratado en vano de comunicarse con su padre. Aunque siempre le había preocupado el cáncer de Leonor, nunca se había planteado la posibilidad de perderla; se había sentido siempre segura de que se curaría. Ahora tenía dudas. El temor empezaba a apoderarse de ella. A las ocho de la noche, Eduardo se comunicó con ella: los efectos secundarios del nuevo tratamiento habían causado esa reacción en Leonor. Permanecería uno o dos días en observación en el hospital. En ese momento estaba dormida, pero había comido bien y se sentía mucho mejor. Solo le preocupaba que se le hiciera el examen a Lorena, pero ya su esposo le había asegurado que pronto se encargaría de eso. Eduardo le pidió a su hija que preparara un bulto con sus cosas y las de Leonor, y se lo enviara al hospital con Damián. Ella insistió en ir a visitar a su madre, pero él se negó porque ya era tarde para recibir visitas en las habitaciones. — Lorena, hablé hace un rato con Adelaida y le pedí que se quedaran contigo ella y Damián hasta que hayamos regresado a casa tu mamá y yo. — Pero, papi… La llamada se cortó.
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XVI Una voz que la llama Lorena decidió acostarse más temprano que de costumbre esa noche. La idea de quedarse en aquella casa en compañía de Adelaida y su hijo no le hacía gracia. Le producía una vaga inquietud, especialmente cuando recordaba la carta de Lorraine. Aunque no estaba dispuesta a admitirlo, todavía le dolía bastante la cabeza. Hasta llegó
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a sentirse un poco mareada. Después de una cena rápida en la cocina, se despidió de ellos y se dirigió a su cuarto. La mujer seguía mirándola con desprecio y su hijo, con temor. De dos en dos, subió los escalones al segundo piso. Deseaba estar ya dentro de su cuarto. Se dio un baño caliente. La intensidad del dolor de cabeza fue disminuyendo poco a poco. Antes de meterse en la cama echó un vistazo por la ventana. Vio al escurridizo gato balanceándose en el muro. Aquel animal era un enigma para ella. Aún recordaba vagamente haberlo visto mirándola desde las ramas del roble, mientras ella yacía en el suelo tras su caída. Dejó las cortinas descorridas y como había luna llena, el cuarto se inundó de una luz tenue. Lorena decidió leer en la cama un rato. Encendió la lámpara de su mesa de noche y se acostó cómodamente con Un crimen dormido entre sus manos. Era la historia de una joven recién casada que busca una casa para mudarse con su esposo. Encuentra una que le llama mucho la atención y se muda inmediatamente a ella. Luego, se da cuenta de que la casa le resulta familiar, muy familiar. Lorena detuvo la lectura. Aquella novela le recordaba su caso. Ella había visto en sueños una casa que luego resultó ser de su madre. ¡Cualquiera diría que vivía su propia novela de misterio a la manera de su admirada Agatha Christie! Lo único que le preocupaba era que en la novela que leía había ocurrido un crimen. Siguió leyendo con interés. Allí había muerto una mujer. ¿Le habría ocurrido lo mismo a Lorraine? Descartó esa idea con un movimiento de cabeza. Esas cosas no pasaban en la vida real. No tenía nada que temer. ¿O sí? ¡Ya era suficiente! Ella no aguantaba más tantas dudas. Necesitaba saber qué ocultaba la casa rosa. Estaba decidida. Cuando Leonor regresara del hospital tendría que contarle la verdad. Dejó la novela sin terminar en su mesa de noche. El dolor de cabeza había regresado lentamente. Como estaba muy cansada, se quedó dormida casi de inmediato. Soñó con las mismas imágenes que habían atravesado su mente ante la visión del muelle el día anterior: el mar embravecido, un niño asustado, una muñeca de porcelana, las tablas rotas del muelle, un gato erizado. También soñó con la mujer corriendo por la arena. Volvió a oír pasos apresurados sobre las tablas, un grito aterrador y la melodía de una caja de música. Despertó de golpe. Miró en todas direcciones hasta que se convenció de que se encontraba en su cuarto y de que solo había sido un mal sueño. Sudaba. Se tendió otra vez sobre la cama, dispuesta a tratar de dormir. Respiró profundo. Ya era más de medianoche. Un sonido casi imperceptible llamó su atención hacia el pomo de la puerta. Se puso sus espejuelos, que estaban sobre la mesa de noche. El pomo se movía tan lentamente que Lorena estuvo a punto de achacárselo a su imaginación. Pasaron unos largos segundos. Ya casi se convencía de que su mente jugaba con ella. El pomo volvió a moverse con suavidad. Alguien trataba de abrir la puerta. Reaccionó impulsivamente. Saltó de la cama y se dirigió a la puerta. La abrió de golpe. No había nadie. Miró a ambos lados del pasillo oscuro. Nada. Dio media vuelta para regresar a su cuarto, cuando escuchó una voz que la llamaba: “Lorena… Lorena”. Volvió a mirar hacia el pasillo desierto. El llamado se repitió. Sus oídos no la engañaban. Se dispuso a seguirlo. “Lorena… Lorena”. Aquella voz tuvo un efecto casi hipnótico sobre ella. Parecía que venía de muy lejos, de otro tiempo. La hubiera seguido hasta el fin del mundo. Sus pies descalzos la llevaron a lo largo del pasillo. La luz de la luna entraba
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por los tragaluces del techo. “Lorena”, oyó otra vez. Un viento frío entró por alguna ventana abierta. La chica se estremeció bajo su pijama de algodón. Los cuadros de motivos marinos que adornaban las paredes reflejaban sombras inquietantes. Un maullido proveniente de ningún lado atravesó las paredes. Lorena avanzaba por un pasillo cada vez más largo, casi infinito. Sus pasos se detuvieron frente a la puerta del cuarto clausurado. “Lorena, ven”. Sus manos, casi en contra de su voluntad, se aferraron al pomo de la puerta. Estaba cerrada. El frío contacto con el metal la devolvió a la realidad. Estaba descalza a medianoche en medio de un pasillo oscuro, sola. Corrió de regreso a su cuarto. En su desesperación dejó caer los espejuelos en el camino. Se escondió, temblando, entre las sábanas. Al poco rato, casi si querer, se quedó dormida.
XVII ¿Un sueño? Cuando Lorena despertó a la mañana siguiente, pensó, aliviada, que su aventura de la noche anterior había sido un sueño. Aunque el dolor de cabeza seguía ahí, se le hacía más fácil tolerarlo. Se dispuso a levantarse para bajar a desayunar. Tenía apetito. Al estirar la mano en dirección a la mesa de noche para coger sus espejuelos, se dio cuenta de que no estaban ahí. Tuvo un recuerdo fugaz de haberlos perdido durante la carrera desesperada rumbo a su cuarto. Sintió un corrientazo en la espalda. Entonces, no había sido ningún sueño. Debía comprobarlo. Abrió la puerta del cuarto con cautela. No había nadie en el pasillo. Volvió sobre sus pasos hasta que, efectivamente, encontró sus espejuelos tirados en el piso, cerca de la puerta de la habitación clausurada. Los examinó como si no los hubiera visto antes, como si fueran un objeto desconocido. Ni siquiera se los puso. Regresó a su cuarto y cerró la puerta. Se sentó al borde de la cama. Un sonido familiar la distrajo: su teléfono celular sonaba, impaciente, sobre el escritorio. Era Leonor. — ¡Mami! ¡Qué alegría! ¿Cómo te sientes? — Con ganas de estar en casa contigo, mi amor. — ¿Cuándo vienes? ¿Puedo ir a verte yo? — dijo Lorena, con su natural impaciencia. — Espero que me den de alta en unos días. El doctor dice que el nuevo tratamiento requiere mucho descanso y que he sido descuidada con eso. — Tienes que cuidarte. ¿Estás comiendo bien? ¿Te estás tomado las medicinas? — No me digas nada. Tu padre no se cansa de regañarme —dijo Leonor, en son de broma. Eduardo estaba a su lado. Lorena escuchaba las risas de ambos. Se sintió aliviada. Pronto estarían juntos otra vez. Leonor le contó que había hablado con Adelaida más temprano: “Sé que no es santo de tu devoción, pero pórtate bien con ella. No quiero que me tenga que dar quejas tuyas”.
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— Soy yo la que no le cae bien a ella. — ¡Tonterías! Adelaida nos quiere mucho a todos. — Te quiere a ti. — No voy a discutir, Lorena. Por favor, haz lo que te pido. — Sí, mami, como tú digas —contestó Lorena, sin ganas. — Así me gusta. ¿Y todo está bien contigo? — Eh… bueno… —comenzó a decir la chica. Quería contarle a su madre lo que había pasado: que escuchó una voz que la llamaba; que la siguió por el pasillo a medianoche; que no había nadie allí; que aquel dolor de cabeza no la dejaba en paz. — ¿Pasó algo, hija? Dímelo —dijo Leonor, con voz angustiada. — Nada, mami. Es que te extraño, ¿sabes? — Yo también a ti.
XVIII La advertencia Al terminar la conversación con su mamá, Lorena se vistió para bajar a desayunar. No le encantaba la idea de encontrarse con Adelaida y Damián, pero se moría de hambre. Salió al pasillo, pero en vez de seguir rumbo a la escalera que conducía al primer piso, un impulso la llevó justo frente a la puerta del cuarto misterioso. Todavía no se explicaba del todo los eventos de la noche anterior, y aquel cuarto la atraía demasiado. Tal vez, su curiosidad por averiguar lo que se escondía en la habitación había invadido sus sueños y estos la habían llevado hasta allí. “Soy sonámbula. Lo que me faltaba”, pensó. Intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave. ¡Qué fastidio! Cuando se volteaba para dirigirse a la cocina, se encontró de frente con Adelaida, lo que la hizo dar un salto. Un gritito ahogado se le escapó de la boca. — ¿Qué haces aquí?—dijo la mujer, con voz amenazante, acercándose cada vez más a la chica. Estaba solo a pasos de ella. Adelaida era fuerte como su hijo. Lorena no pudo evitar sentirse asustada. Estaban solas en el largo pasillo. Por un segundo, recordó las sospechas de Lorraine. —- Eh… ¿No es un armario?—dijo la chica, tratando de parecer natural. Fingió una sonrisa. La otra permaneció seria. —- ¿Te parezco tonta? Sé perfectamente lo que tratabas de hacer. Si quieres un consejo, por tu bien, no te vuelvas a acercar a esta puerta jamás. ¿Me entendiste, niña? — ¿Por… mi bien? —- ¿No has oído eso de que la curiosidad mató al… gato?—contestó Adelaida, mientras una mueca, que pretendía ser una sonrisa, apareció en su cara. Luego, dio tres pasos hacia atrás para dejar pasar a Lorena, quien corrió hacia a su cuarto y se encerró en él.
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XIX Tras la puerta de la cocina Lorena estuvo encerrada en su cuarto varias horas, temblando de pies a cabeza. Aunque no deseaba salir nunca más de allí, pensó que lo peor que podía hacer era demostrarle su temor a Adelaida. Sus padres volverían pronto y la mujer regresaría a su casa con su hijo. Además, ella ya no era ninguna chiquilla o, al menos, eso le reflejaba el espejo. Solo debía aguantar un par de días más. Se llenó de valor y bajó a la cocina. Oyó sus voces desde el pasillo. Se acercó silenciosamente a la puerta. Pensó en lo poco que sabía de aquellas dos personas, que ahora eran parte de su vida. Adelaida había cuidado a Leonor desde pequeña --y, al parecer, se querían mucho--, pero ella jamás se lo había mencionado. ¿Se habrían mantenido en contacto durante esos años? Lorena pensaba que sí. Hasta hacía poco tiempo, ella había creído que lo sabía todo sobre su madre, pero ¡qué equivocada estaba! Unas palabras angustiosas de Damián la sacaron de estos pensamientos. — ¡Quiero irme a casa! — No es el momento de berrinches, Damián. Ya no eres un bebé. Recuerda que tienes 20 años. — ¡Que me quiero ir, mamá! --insistía el hombre niño. — No nos iremos hasta que Leonor regrese. Le he prometido que me encargaré de su hija y así lo haré. No puedo creer que seas tan ingrato, después de todo lo que ha hecho por nosotros. Gracias a ella nunca te ha faltado nada. Te conviene que se siga ocupando de ti como hasta ahora. — Lo sé, mamá. Yo se lo agradezco, pero es que no quiero estar aquí con… ella —dijo él, estremeciéndose. — Te entiendo. A mí tampoco me gusta, pero no nos queda más remedio. — ¿Crees que sospeche algo? Recuerda que la vi salir de casa de Belisa. — Bah… Belisa no sabe ni los días que vive. La mente le falla hace años. Le diría algunos disparates sin sentido. — Pero ¿qué hacía allí? Adelaida tenía que admitir que esa visita le preocupaba. ¿Qué habría averiguado la muchacha? Empezaba a pensar que el regreso de su querida Leonor había sido una mala idea después de todo. “¿Será verdad que el pasado termina alcanzándonos tarde o temprano?”, pensó. Desechó la idea por ridícula. Ella era una mujer sensata. No podía dejarse llevar por la histeria de Damián. Solo tenía que vigilar a la muchacha. — Deja de preocuparte. No creo que se atreva a seguir metiéndose en lo que no le importa después del susto que le di esta mañana. — ¿Crees que logre entrar al cuarto? —preguntó Damián, alarmado. — No, si yo puedo evitarlo. Esa puerta ha estado cerrada por doce años y así se quedará. Ni siquiera los Guzmán, que vivieron tantos años aquí, se atrevieron a abrirla. No va a venir ahora una niñita a hacerlo. El día en que mi Leonor la cerró, le prometí que permanecería así, y voy a cumplirlo. Y tú harás lo que te digo. ¿No soy yo la que sabe lo que más te conviene? —dijo ella, acercándose a su hijo y dándole un sonado beso en la mejilla. — Como digas, mamá…
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XX Nemo tiene una idea La advertencia de Adelaida y la conversación que escuchó tras la puerta de la cocina, distrajeron a Lorena de su apetito. Aunque no entendía todo lo que había escuchado, sabía que algo siniestro contenían aquellas palabras. Salió al patio. El día era cálido, pero agradable. Las trinitarias estaban florecidas. Como esperaba, vio a Nemo sobre su muro favorito. Creyó escuchar el maullido del gato cerca de allí, quizá, tras el muro. El chico pelaba una china lentamente con sus manos delicadas y ágiles. Sus uñas eran largas y afiladas. Estaba concentrado en su tarea, como si se tratara de un acto trascendental. A su lado, reposaba su libreta de dibujo. Apenas notó la presencia de la chica junto a él. Ella trepó el muro sin dificultad y se sentó a su lado. Solo podía ver su ojo azul. Había algo en aquel chico que la fascinaba, pero la inquietaba a la vez. Casi no podía contener las ganas de contarle muchas cosas, pero lo hizo. Cuando Nemo terminó de pelar la china, se la extendió. Ella la tomó, agradecida, y comenzó a devorarla con placer. Cuando acabó, se limpió la boca con el dorso de la mano, como una niña pequeña. Ambos sonrieron. — Gracias; tenía hambre. — Lo sé. Ella ni se molestó en preguntarle; Nemo daba la impresión saberlo todo siempre. Le contó sobre su extraña visión del muelle, su caída del árbol, su aventura de la noche anterior y los sucesos de ese día. A pesar de su usual pose de indiferencia, Lorena supo que le había impresionado mucho el relato. Sus ojos, de colores diversos, irradiaron un brillo especial. Su respiración se aceleró momentáneamente. Sin embargo, permaneció en silencio. Ella casi no pudo disimular su desilusión. ¿Acaso pensaba que normales todas esas cosas? ¿Era ella la única que sospechaba que algo raro ocurría a su alrededor? Tal vez había hecho mal en confiar en él; ni siquiera lo conocía. Como acerca de Damián y Adelaida, pensó en lo poco que sabía de Nemo. Prácticamente nada. Que vivía en la casa de al lado con su madre y hermanos, a quienes ella nunca había visto. Que le gustaba dibujar y treparse al muro que separaba las casas. Nada más. Volvió a mirarlo de reojo. Él dibujaba en su libreta. Esta vez no era el muelle, sino la casa rosa, vista desde donde se encontraban ellos. Lorena identificó la ventana de su cuarto. Miró instintivamente la de la habitación cerrada. Nemo había dibujado una silueta opaca asomada por la ventana. Aquella imagen le recordó el último sueño que tuvo con la casa rosa. Separó la mirada del dibujo y la posó en la ventana real, como si esperara ver a alguien allí. No había nadie. Suspiró aliviada. — Te equivocaste. En ese cuarto no duerme nadie. Ha estado cerrado con llave desde hace doce años —le dijo Lorena, señalando la silueta en el dibujo y, luego, la ventana real. — No, la he visto ahí varias veces. Ayer mismo… —contestó él, con decisión, pero sin darle importancia. A Nemo nada lo sorprendía. —No puede ser. El muchacho se encogió de hombros. Estaba seguro de lo que había visto. Lorena se estremeció al recordar la voz que la condujo justo a esa habitación la noche anterior. — Estoy seguro de que en la cocina debe haber una llave que abra esa puerta… si es que estás lista, claro —dijo Nemo, sin apartar la mirada de la ventana. Lorena recordó que su padre le había advertido que había una copia de todas las llaves de la casa en la cocina, por si las necesitaba alguna vez. Su extraño amigo le había lanzado un reto imposible de ignorar. Ella debía hacerse con la llave y entrar de una vez a ese cuarto misterioso. Allí debía estar
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la clave del secreto de la casa rosa y de su familia. — Creo que tienes razón. Ya es hora de saber lo que esconde este lugar. — Lo que grita, querrás decir. Nemo saltó el muro de regreso a su casa. Sus últimas palabras acompañaron a Lorena durante mucho rato.
Imágenes: Todas las pinturas son de Paul Robinson, a excepción de la final, que es de Annie Le Blanch
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Blurred Lines Anto Gamunev
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Piezas 1. Domesticate You 2. Domesticate You B.W. 3. You’re Far from Plastic 4. Getting Blasted 5. Good Girl 6. You’re Far from Plastic B.W. 7. No More Pretending
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Escuela de Ciencias Sociales, Humanidades y Comunicaciones de la UNIVERSIDAD METROPOLITANA 98
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