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SIN TÍTULO Fabiola A. Reyes Matanzo
8:30 p.m.
Un escarabajo un tanto pequeño se choca con la ventana lateral, rebusca luz dentro de la oscuridad tardía. Sería ya la quinta vez que visita esta casa en la noche y me pregunto qué querrá comunicar. Durante las pasadas semanas, el distanciamiento social se ha apoderado de toda relación personal que existe, cambiando las dinámicas que dentro del capitalismo se daban por sentadas. Me pregunto si este cambio le afectará a ese escarabajo, ¿le acongoja la luz? ¿Disfrutará la compañía de los tres mosquitos con los cuales se ve obligado a compartir?
Las plantas se han alegrado ante tanta atención y agua, procesan junto a su dueña estos tiempos pandémicos. Se le limpian los hongos, las huellas que dejan los insectos que roen sus hojas y les visitan una que otra reinita. Los pájaros se muestran un tanto inmutables ante la situación, el poste de la luz lo confirma: los picoteos dirigidos con fuerza hacia su cuerpo no han cesado. Quizás, ante todo, el verde sí ha cambiado, se muestra aún más susceptible a la lluvia que cae ahora regularmente. El calor, se ha vuelto un viejo amigo que visita diariamente pero que, después de un rato se le empuja a la salida. ¿Será que el calor extraña la aproximación entre cuerpos? El calor, ¿abraza?
La carencia de afecto sin duda ha aumentado, lo que antes se pedía y recibía ahora hay que encargarlo y si se puede/quiere pedirle a las ancestras que el tiempo avance para así recibir el paquete/aire/cariño más temprano de lo que se espera. ¿Se extraña el cariño? o ¿se extraña la rutina?
El escarabajo se ha marchado de la ventana. No contestó mis preguntas.
El gato realengo visita la puerta y maulla por comida mientras María escucha una canción de Daniel Santos. El radio inalámbrico se ha convertido en su compañero mientras cose mascarillas para enviarlas a la diáspora. No sale hace más de un mes y medio. El campo se agranda.
El árbol de aguacate se ha llenado de posibles futuros y la enredadera de parcha se extiende por sus ramas digna de un estirón
29 de junio de 2020 mañanero. Sirve de hotel a una iguana que se estira ante el sol y se come las orquídeas. Se escuchan los reclamos de María. La iguana no se inmutó. Justo ahí me percato de que, la susodicha iguana está mudando su piel y su rama predilecta probablemente le provee la cantidad suficiente de sol tanto como de lluvia. Las moscas le acompañan en el lecho de su piel, pero todas se alejan asustadas cuando mueve la cola que en escala, para ellas termina lo que viene siendo a nosotros un avión. ¿Sabrán las moscas sobre la diáspora? ¿Entenderán el dolor que implica extrañar?